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Beatriz II (04)

en Grandes Series

Beatriz II 04

Pasó como un mes y las cosas continuaron caminando bien, mi pensión estaba llena, mis inquilinos eran buenas personas y las cosas me estaban saliendo a pedir de boca. Además, mi rutina diaria no me aburría, todo lo contrario, me gustaba mucho. Entre todas mis responsabilidades, la de alimentar a mi Amo era la que más disfrutaba.

Aquel día estaba sentada sobre la loza de la regadera, tenía un grueso pepino aun muy metido entre la vagina, que chorreaba verdaderos caudales de fluidos. Mi frondoso cuerpo desnudo estaba empapado en sudor, mi corazón latía a mil por hora y mi pecho agitado se inflaba y desinflaba rápidamente, provocando un sensual meneo en mis enormes tetas. Él se hallaba sentado frente a mi, con mi forma física, restregándose y estrujándose todo de formas obscenas, con eso me calentaba más. Ya estaba saciado y yo me disponía a tomar mi merecido baño.

Beatriz, no podría estar más complacido con usted…

Gracias, me halaga…

Es usted una verdadera maravilla de mujer, una sierva sencillamente extraordinaria.

Gracias, gracias… – me estaba haciendo enrojecer.

Yo siempre recompenso los buenos servicios y la lealtad, por ello le daré un regalo, un obsequio muy especial y valioso.

¿Un regalo? ¿Qué cosa? – pregunté, pero por toda respuesta un fuerte destello apareció frente a mis ojos, encandilándome por unos segundos, luego traté de llamarlo – Amo, Amo… ¿Maestro? – pero ya no estaba.

No tenía ni idea de qué podía significar ese regalo u "obsequio" que me dio, pero tenía la impresión que no tardaría mucho en averiguarlo. Por lo pronto me levanté, más que satisfecha, y tomé mi ducha, luego me metería en mis obligaciones y ya tendría tiempo para pensando en ello.

Horas más tarde, encontrándome en el lavadero, ví un pañuelo tirado en el suelo. Era blanco, con palabras bordadas en hilo rojo. Me agaché para recogerlo y entonces sentí un fuerte estremecimiento. Traté de pararme, pero me golpeé contra el borde de este y caí al suelo. Cuando abrí los ojos, ya no estaba en mi patio, me hallaba en un campo verde, rodeada de un tupido bosque de altos y frondosos árboles.

Desconcertada me pongo de pié, aun tengo el pañuelo en mis manos, cuando, de pronto, veo a lo lejos avanzar a una pareja. Instintivamente me escondí detrás de un tronco grueso, desde donde los vi llegar. Era Gerardo y Wendy, ¿qué hacían allí?… o mejor dicho, ¡¿en dónde estaba yo, cómo llegué a ese lugar?!

Caminaban de la mano a paso veloz, noté que parecían estarse escondiendo de algo o de alguien. Ella lo condujo hasta el claro en donde mi había levantado yo, allí Wendy se detuvo y se paró frente a el, separados los 2 por un metro y medio de distancia. Lentamente, con temblorosos movimientos que revelaban su nerviosismo, comenzó quitarse el corte (tanto Gerardo como Wendy con indígenas y ella viste con su ropa típica) y el huipil.

¿Wendy, mi amor, estás segura? – preguntó Gerardo, Wendy solo asintió con la cabeza – amor, ¿de verdad estás segura?

S…si… – dijo tartamudeando – no hay otra salida… ¿o si? – Gerardo no le respondió – si logro quedar embarazada hoy mis papás van a tener que dejarme casar contigo.

Pero mi amor, estamos saltándonos el orden de las cosas…

¡El orden no le importa a nadie más que a nosotros! – dijo, perdiendo un poco los estribos – ¡No quiero la vida que mis padres quieren para mi!

Si, si, no es justo que ellos te quieran hacer esto…

Además, te amo Gerardo, quiero ser tu mujer y de nadie más…

Pero nadie me quiere para mi… y es porque soy un…

No me importa qué seás, te amo y es todo lo que necesito saber mi amor… ahora vení y tomame, heceme tu mujer el día de hoy…

Ya solo le faltaba una prenda a Wendy para quedar totalmente desnuda. Tomó aire y valor, se despojó de sus últimos asomos de vergüenza y hizo descender su calzón blanco hasta los tobillos, terminando de quitárselo con un rápido movimiento de pies. Tan rojo como ella, Gerardo se había quedado mudo, admirando aquel cuerpo moreno y de proporciones perfectas. Era un muchacha indígena morena, de grandes ojos oscuros y labios carnosos, su cabello era muy negro y lacio y lo llevaba hasta la cintura con mucho orgullo, como todas las mujeres de su raza. Era delgada pero bien proporcionada, con unas medidas que le hacían resaltar entre las demás, sin llegar a ser muy voluptuosa.

Sus senos eran medianos, bien levantados y mirando de frente, con unas aureolas amplias coronadas con 2 pezones oscuros y puntiagudos. Abajo, luego de una cintura estrecha y un vientre plano, aparecía una densa y esponjosa maraña de vellos púbicos. Por detrás, se erguían unas nalgas redondas, duras y bien paradas. Wendy era, en una sola palabras, una princesa maya bellísima.

Wendy se le acercó, le pasó ambos brazos por el cuello y buscó su boca despacio, lanzándose al agua de una sola vez sin pensarlos 2 veces para no darle oportunidad al miedo y a la duda. Se besaron con fuerza, con pasión, desde mi lugar podía ver sus lenguas jugando entre ellas, acariciándose, enredándose.

Se separaron y ella empezó a quitarle la ropa, Gerardo se dejaba mansamente. Él era un joven delgado, no muy alto, pero si atlético. Cuando le sacó la camisa dejó ver un torso fuerte, marcado, con pectorales y abdominales bien definidos. Brazos fuertes y nervudos, que solo el arduo trabajo en el campo pude dar. Ella continuó con sus zapatos, luego con el pantalón, descubriendo unas piernas robustas y duras. Solo faltaba un prenda, sus calzoncillos, que fueron a dar al suelo después de un tirón fuerte de ella.

La muchacha se quedó admirada con la boca abierta, ahí estaba colgando en semierección la verga de su amado y prohibido amor. Debía medirle en se estado por lo menos unos 14 cm, seguramente alcanzaría un mínimo de 18 cuando estuviese crecida, un tamaño más que decente. Me imagino que era la primer verga que Wendy miraba en vivo y desde tan cerca.

¡Qué grande es mi amor, eso no me va a caber adentro! – exclamó ella algo asustada.

No es tan grande mi vida…

¡Pero no me va a caber, me va a hacer mucho daño!

Pues… como sos virgen probablemente te va a doler un poco, pero te prometo que te lo hago suavecito y despacio para no lastimarte.

¿De verdad me lo prometés mi vida?

Si, de verdad… solamente necesitás decirme cuando algo te duela y me detengo.

Wendy se acercó a él y se abrazaron, por primera vez los 2 jóvenes se tocaban el uno al otro directamente carne a carne, abrazándose mientras se besaban y se exploraban con los dedos, en un tímido ir y venir de estos por la piel del otro. Cualquier duda que aun pidiese existir desapareció, sus instintos pudieron más que la razón, que les decía que se detuvieran.

Ella se separó de su entusiasmado amado y se agachó, se tendió boca arriba sobre la grama y la hojarasca del suelo, sin nada más debajo de su cuerpo. Extendió los brazos hacia él, reclamándolo a su lado, y Gerardo no la hizo esperar, acostándose a su lado, deleitándose con la desnudez de aquel maravilloso cuerpo que se le estaba entregando en esos momentos y que por primera vez le era mostrado en todo su esplendor.

Su amada hacía otro poco, lo miraba embobada, incrédula de estar el tomando entre sus manos aquel miembro tan rígido y espléndido que su amado tenía entre sus piernas. También le resultaba fue toda una novedad todas las sensaciones tan deliciosas que su Gerardo le causaba al ver y palpar esos 2 senos tan firmes, llenos y redondos, que ella tenía sobre su pecho.

Sus manos no paraban de recorrer el cuerpo del otro, explorándose mutuamente casi con miedo, como si temieran romperse, llegando a sitios que jamás nadie había llegado antes. Pero a medida que los minutos pasaban esa timidez daba lugar a movimientos más resueltos, más francos. Wendy ahora recorría aquel péndulo de carne con las yemas de sus dedos, suavemente, pesándolo y sintiendo hasta las venas que lo surcaban. Poco a poco su confianza crecía y sus dedos iniciaban algo parecido a un frote masturbatorio, guiándose por las expresiones de placer en el rostro de él.

Gerardo no se quedaba atrás, su izquierda había ido descendiendo por todo el divino cuerpo de su Wendy, llegando a tocar, finalmente, con las puntas de sus dedos el inicio de ese surco carnoso, húmedo y tierno, por donde todos hemos salido, y al que todos los hombres quieren regresar. Hurgó en esa grieta hundiendo su dedo con el cuidado que un neurocirujano hace todos sus procedimientos hasta topar con esa barrera que divide a una niña de una mujer.

Mientras tanto, Wendy sentía sensaciones encontradas. Por un lado ese especial placer de sentir los dedos del hombre al que mamaba abriéndole los pliegues de su intimidad, misma que estaba a punto de recibirlo como el nuevo dueño de su ser. Por otro lado le dolía un poco, le molestaba. Y es que es inevitable que los primero toqueteos íntimos que una reciba no le dejen cierta sensación de desagrado. Incluso cuando Fernando me desvirgó a mi, a pesar que los hizo con sumo cuidado y paciencia, no dejó de molestarme en ciertos momentos y hasta dolerme en otros.

Ella seguía frotando con la ardiente verga de Gerardo, encantada de sentir en su palma las palpitaciones que en ella tenían lugar y su cada vez más alta temperatura. Inocente, veía en el rostro de su compañero dibujarse un placer cada vez mayor, más intenso. Su ego de mujer se sintió estimulado por primera vez, al saber capaz de causar mucho gozo al hombre que amaba. Pero al final fue detenida, pues Gerardo, en medio del gozo que su hermosa novia le daba, presintió que aquel masaje podía precipitar un final prematuro.

Gerardo apartó la mano de su Wendy y tomó posición en medio de sus piernas abiertas. No hubieron palabras, tan solo caricias llenas de amor y miradas, miradas tiernas en donde se decían mucho más de lo que hubiesen podido al hablar. Ella se convirtió en un manojo de nervios cuando sintió cómo, sobre su inmaculada intimidad se posaba la cabeza del sexo de su compañero. Vi como respiraba profundo, tomando valor para soportar cualquier dolor que pudiera sobrevenir en el proceso de desfloración.

Pero Gerardo no iba a arremeter contra ella sin delicadeza, así que, mientras iba moviendo las caderas en formas circulares, empujando cuidadosa y suavemente hacia adentro, iba también frotando el sensibilísimo botón de placer de ella. Estuvo muy pendiente de su creciente nivel de excitación, se preocupó en llevarla al clímax y así, cuando ella estaba en medio de esa explosión suprema de delectación, él empujó con energía hasta cruzar era última barrera que se interponía en su camino. Wendy había dejado de ser una niña, y se convirtió en mujer, tendida sobre la hojarasca de ese claro del bosque.

Luego se vieron a los ojos y se besaron, el besó su cuello y sus senos, donde se entretuvo un rato. Y tras unos momentos, dejando que ella se acostumbrara a su invasor, empezó la rítmica danza del amor. No hubo un macho desbocado allí, que arremetía con fuerza contra una hembra en brama que berreaba a todo pulmón. No, ellos hicieron el amor, lenta, suave y tiernamente. Sus gemidos y palabras quedaron tan solo en la complicidad de los oídos del otro, nada más. Al finalizar, luego de derramarse en el interior de su amada, Gerardo limpió su sudor con un pañuelo blanco, idéntico al que tenía en mis manos.

Comprendiendo que estaba de más mi presencia allí, me di la vuelta y me retiré, sin saber exactamente a donde ni como regresar. Pero en un abrir y cerrar de ojos aparecí de nuevo frente al lavadero, de pié a un costado de la pila y con el pañuelo aun en mi mano. La verdad es que no entendía nada de lo que había pasado, nada de nada.

Y justo en ese momento apareció Wendy, con su bebé en sus brazos, el hermoso Juanito. Estaba con el semblante algo asustado, buscando algo en el suelo.

Doña Bea, ¿no ha visto un pañuelo blanco tirado? – ni siquiera atiné a decirle nada, tan solo elevé el pañuelo en mis manos, mostrándoselo – ¡Ay, allí está, muchas gracias señora! – dijo y lo tomó de mi mano – Es que este pañuelo es muy especial para mi, porque me lo regaló Gerardo el día de nuestra noche de bodas.

Solo asentí sonriendo mientras ella se daba la vuelta y regresaba a la cocina, para seguir preparando sus dulces. "El día de su boda", si claro, me dije, sabiendo que una mujer tan inocentemente virginal como ella no andaría contándole a medio mundo que se había entregado a su esposo antes de casarse y tirada sobre la hojarasca, en medio de un pequeño claro en el bosque.

Lo primero que hice cuando recuperé un poco la compostura y el control, fue bajar al sótano para hablar con ese pendejo de Vorandemur, tenía que explicarme qué fue lo que me hizo, que tuve esa rarísima visión.

¡Maestro, Maestro! ¡Amo, hábleme!

Parece que ya se ha dado cuenta de cuál fue mi presente para usted, Beatriz. – me dijo con ese tono sarcástico y burlón que tanto le gusta usar.

¡Presente mis narices, ¿qué chingados me hizo?!

Le di la capacidad de ver más allá de lo evidente.

¡¿Y eso que putas significa?!

Pues eso, usted puede ver cosas del pasado al entrar en contacto con ciertos objetos… – me quedé con cara de duda, aun no alcanzaba a comprender lo que me decía – Verá Bea, cuando usted tomó el pañuelo de Wendy entre sus manos, se remontó a un momento muy importante en la vida de su inquilina, como habrá podido darse cuenta.

Si, a su primera vez con Gerardo y el día en que quedó embarazada de su niño.

Exactamente Beatriz… me entiende.

No, no lo entiendo… ¿qué jodidos hacía yo mirando mientras esos 2 patojos cogían?

Pues por lo que le dije, se remontó a ese momento en la vida de ella.

¡¿Pero por qué?!

Bueno, le explicaré. Las personas manejan una gran cantidad de energía interior. ¿Vio la película "The Matrix" Beatriz? – asentí con la cabeza – Pues entonces se dio cuenta que las máquinas se alimentaban de la energía eléctrica emitida por el organismo humano. En una primera impresión, es una energía insignificante, pero si lo observamos detenidamente, los humanos la producen de forma tan sostenida que ya no es tan poca cosa…

Vaya al punto que no le estoy entendiendo nada… – le dije molesta.

Mmmm… me gustan las mujeres bravas. – me dijo, burlándose de mi y sabiendo lo mucho que me revienta que lo haga – Así como en esa película, las máquinas se alimentan de esa energía, yo me alimento de otra, que usted conoce ya muy bien.

Si, así es…

Pues en esa misma energía puedo ver el pasado y la mente de la gente, eso también los sabe usted. – asentí con la cabeza – Y eso es porque la gente impregna las cosas que la rodea con esa misma energía, porque es una energía vital que contiene una pequeña parte de nosotros. Ciertos lugares u objetos están cargados de una cantidad mucho mayor, porque, de algún modo, jugaron un papel muy importante en la vida de algún individuo en cierto momento de su existencia.

¡Como el pañuelo de Wendy, con el que Gerardo le limpió el sudor el día en que la desfloró!

Exactamente Beatriz, exactamente, ahora si me entiende…

Pero… entonces… cuando toque cualquier cosa voy a tener visiones…

No, no funciona así. La mayor parte de las cosas que nos rodean nunca tuvieron un papel primordial en la vida de alguien. Pero claro, aprendiendo a controlar este don, usted bien podría ver a través de casi cualquier cosa.

¿Cómo una psíquica o vidente?

Así es, cómo una psíquica o vidente… pero debe tener cuidado con ese don Beatriz.

¿Hay peligros?

Si, en efecto los hay. Así como las cosas quedan impregnadas de una pequeña parte de nuestro ser, quedan impregnadas por nuestras emociones también. Y hay que tener cuidado con las emociones negativas. El odio por ejemplo, es una fuerza negativa que infecta todo cuanto toca y lo corrompe, pues el odio está directamente en contra de la vida y el único vástago que puede salir de él es más odio. En ocasiones es mejor no ver en ciertas cosas. Por lo mismo, mientras aprende a controlar esta habilidad, voy a condicionársela, para que no la afecte cualquier objeto que toca, y debe evadir los cementerios, lugares donde se hubiese producido una muerte violenta o hubiese ocurrido un enorme sufrimiento. – ¡casi todos lados entonces! – Y, por sobre todo, nunca traté de ver dentro de la muerte de un muerto. Sabrá, Beatriz, que cuando alguien muere, su mente se llena de recuerdos, es como un mar embravecido de memorias, sin orden ni forma, revueltas, como tratando de salir y hacerse de nuevo una realidad, que ya no son. A menudo resulta peligroso… especialmente cuando alguien muere de formas violentas, pues la violencia genera violencia, es el único producto posible de ello. La violencia genera ira, la ira frustración cuando no puede ser aliviada, y esto se convierte en rencor. Y del rencor al odio hay apenas un solo paso. Los espíritus llenos de odio son incapaces de irse y descansar, pueden pasar toda una eternidad aferrados a ese objeto que tanto odian, ciegos a todo lo demás. Es mejor no arriesgarse a despertar un espíritu furibundo.

Así que eso era, podía ver cosas del pasado de alguien usando algún objeto que hubiese tenido un gran significado en la vida de ese alguien. ¿Regalo, obsequio, presente, don?… ¡Ni mierda, no me interesaba estar viendo las babosadas de otra gente! Imagínense, voy agarrado algo que perteneció a un secuestrador y ¡termino viendo las mierdadas que ha hecho! ¡No gracias!

Pero, como es usual, el Maestro se fue antes de que le pudiera pedir que se fuera a la chingada con su "don", me tuve que conformar con tenerlo hasta el día siguiente. Y así pasó el resto de mi día y llegó la noche, luego me fui a la cama, temerosa de tocar cualquier cosa. Me dormí rápido, aunque mi sueño fue corto, pues a media madrugada alguien golpeaba sobre mi puerta, "¡toc, toc, toc!". Me desperté asustada, pero cuando oí la voz de Olivia me tranquilicé. Me levanté, me puse una bata, Mari salió corriendo hacia su cuarto, y yo abrí la puerta.

Doña Bea, afuera en la puerta la busca su vecino, Jorge, dice que le urge hablar con usted.

Pero… ¡son las 3 de la mañana! – me preocupé un montón, un montón.

Salí corriendo y legué a la puerta, allí estaba Jorgito que, efectivamente, se veía preocupado.

Jorgito, ¿cómo está?

Bien Bea, yo bien… mire, ¿esta niña no vivía en su casa? – me dijo, señalando a una hermosa niña quinceañera rubia que se hallaba tirada junto a la puerta.

¡Dios mío, es Gisel! – exclamé – ¡Ayúdeme a entrarla Jorgito!

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

Pueden enviarme los comentarios que tengas sobre esta historia a mi correo electrónico, con gusto los leeré. Besos y abrazos.

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Kika

El Nacimiento de Kika

Perro de Alquiler (18: Final)

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Toda una Valkiria

Revolcado entre el Bosque

El Amigo de mi Esposo

Noche de Bar

Las Playas de Monterrico (02)

Las Playas de Monterrico (01)

Nos dejamos llevar

Mi Esposo se Entregó (03)

Mi Esposo se Entregó (02)

Mi Esposo se Entregó (01)

Poder entre mis Piernas

Negro Semental Mío (4)

Negro Semental Mío (3)

Negro Semental Mío (2)

Negro Semental Mío (1)