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Devoradora (03)

en Sexo Anal

Capítulo III

¿Me querés dar por el culo? – le pregunté de regreso, temerosa de esa idea.

Si, quiero rompértelo.

No… no… eso no… – le dije sin fuerza, tratando de reaccionar pero sin mucho éxito.

Pero si a vos te gusta, acordate de cómo te enculaba antes.

Lo sentí levantarse y entró en el baño de visitas y regresó con una pequeña botella de plástico llena de agua que yo había olvidado allí. Volvió a sentarse a mi lado, me jaló de las caderas como una muñeca, me puso de costado, dándole el culo a él y poniéndome la boca de la botella sobre mi ano, hizo presión y logró metérmela, no sin dolor de mi parte, pues hacía mucho que nada ingresaba en esa delicada abertura.

¡No!… Mario, eso no por favor… fue hace mucho tiempo y…

¿Qué a tu esposo nunca le diste el culo?

No, el… no…

Pobre infeliz, ¿ya vez?, si es un gusano después de todo… – seguía exprimiendo el bote dentro de mi recto, me quería limpita.

¡No lo es, simplemente no es un pervertido como vos! ¡Él nunca me pediría algo así!

¡Y lo lamentás, ¿no?! – guardé silencio – ¿Ya vez?, a mi no me podés mentir.

¡Maldito, tenía razón! Extrañaba mucho esas sesiones de sexo salvaje que Mario me regalaba, lo tenía que aceptar aunque me doliera. Aunque las comencé a extrañar únicamente desde que lo volví a ver, pues daba aquello completamente por olvidado y a mi marido nunca le hubiese permitido hacérmelo. Ciertamente no era feliz al lado de Leonardo, pero tampoco me quería degradar en manos de Mario… como lo estaba haciendo ahora. Y mientras reflexionaba en ello continuaba echándome el frío líquido, provocándome escalofríos que había olvidado y que me calentaban de una forma increíble.

¡No Mario, por favor… por favor… te lo suplico…! – mis ruegos daban igual, pues tampoco luchaba por zafarme, solo estaba allí tumbada como si mi cuerpo tuviera una opinión propia e independiente a los mandatos de mi cerebro.

¡Ah, si supieras como estás de buena perra! ¡Desde que te vi me volví loco por tu culo, tus tetas tu cara! Estás tan buena que parece mentira. Ya esta, – me dijo sacándome el frasco del culo – ahora quédate así un rato para que actué el enema. Andá a ver como está mi ropa que acabo de escuchar la campana de la lavadora… – y me pegó una fuerte nalgada.

Me puse de pié y fui a la lavandería, mantenía el ano bien apretado para que no se me saliera nada. Saqué su ropa y la metí a la secadora, en breves minutos estaría lista. Entonces lo encontré a la par mía, de pié, ni me di cuenta de cuando se acercó. Se quedó a mi lado un rato, sobándome y estrujándome las nalgas y las chiches, también mi espalda en círculos.

Avísame cuando tengas ganas de defecar…

Ya tengo…

Muchas…

Si… – dije roja de vergüenza, había empezado a llorar suavemente, la resaca moral era tremenda… pero aun así seguía muy caliente y dispuesta a lo que fuera.

Vamos entonces al baño. – me dijo.

Mario… prefiero ir yo sola… si no te molesta… – le dije con mi voz más dulce, desamparada y sumisa.

Muy bien Debi, te espero afuera…

Calme mis sollozos, limpie mis lagrimas y me dirigí al baño, al caminar me di cuenta de lo duro que me dio, me ardía mucho la vagina. Casi no me dio tiempo de llegar al inodoro pues ya me hacía, vacié mis intestinos y trataba de reflexionar, ¿qué me estaba pasando?, ¿por qué acepté llegar a todo eso, por qué no me pude resistir? Fácilmente habría podido decir no, no dejarlo entrar, o por lo menos no aceptar el sexo anal. De hecho aun estaba a tiempo para negarme y echarlo de la casa, seguro que frente a un potencial escándalo se asustaría. Pero puesto que no hacía ninguna de esas cosas, parecía que no quería ser liberada.

Para ser sincera, la idea ser sodomizada salvajemente con esa tremenda verga que colgaba de en medio de sus piernas me asustaba mucho de verdad, sabía bien del daño que podía hacerme o me había hecho en el pasado. Pero también me llenaba de morbo, era como si el miedo y la sensación de ser usada como un objeto funcionaran como un poderoso afrodisíaco en mi. Quería sentir esa barra de carne gloriosa dentro de mi como nunca había sentido nada antes, quería que me llenara el culo, que me lo rompiera como solía hacerlo hace 10 años, lo deseaba desesperadamente.

Mario acababa de convertirme en su puta viciosa, y aunque sabia que me degradaba, también sabía que era eso lo que me calentaba como un horno. Por eso cuando acabé de cagar y de limpiarme caminé hasta el espejo y me vi en el. Ya no era la misma, ahora veía a esa puta arrastrada, sedienta de perversión, degradación y decadencia que solía ser, aunque sin perder un ápice de mi belleza. Medía 1.70 y era de complexión atlética, aunque tras 2 partos quedé un poco gruesa, pero no gorda y con todo en su lugar. Mi piel es blanca, mis labios carnosos y mi boca pequeña, mis ojos cafés claros, mis rasos finos y mi nariz un tanto pronunciada, pero delgada y fina. De mi madre heredé un par de senos grandes, de verdad grandes, coronados por 2 aureolas amplias y claras y con unos pezones puntiagudos. También saqué de ella una cintura estrecha y caderas anchas, con un par de nalgas redondas, duras y muy grandes.

Me quedé contemplándome un momento más, luego pellizque un poco las mejillas para sacar algo de color y me mordí un poquito los labios. Me decidí, ya no valía la pena detener nada, sería la puta que ofrecería el culo en sacrificio. Abrí la puerta y salí, bajé la mirada llorosa y triste, y le dije a mi macho:

¿Qué querés que haga ahora Mario?

Se puso de pié, su verga se veía dura y erecta, me besó con fuerza y pasión y me empujó hasta pegarme a la pared. Poniéndome de cara hacia ella, apoyó mis manos contra el frío muro y, doblándome un poco hacia delante por la cintura, me hizo sacar el culazo que lo volvía loco.

Debi, ¿de verdad quieres que te parta el culo?

…-…

Respóndeme Debi, ¿lo querés?

Si… – le dije con vos débil y llena de vergüenza.

No te escuché…

Si Mario, si lo quiero…

Decilo más fuerte Debi.

Quiero que me rompás el culo…

Más fuerte…

Quiero que me rompás el culo Mario…

¡Más fuerte perra! – me agarró violentamente del pelo.

¡Rompeme el culo hijo de puta! ¡Tomalo, tomá mi cuerpo, hacé conmigo lo que querrás! – empecé a sollozar y a llorar profusamente, sentía una profunda lástima por mi misma, mientras la cara de mi amante reflejaba su excitación enfermiza – Rompeme el culo Mario, rompeme en dos, haceme pedazos, sangrar, lo que querrás de mi cuerpo... snif, snif, buaaaaaa…

Lo vi sonreír con sorna y sarcasmo, victorioso. Se arrodilló detrás de mi y empezó a pasarme la lengua por el ano, desde el borde posterior de mi vulva hasta el inicio de mis nalgotas. Mario era todo un artista en el sexo oral, sabía muy bien lo que hacía y que me gustaba. Se detuvo y se puso de pié, comenzó a pasar sus dedos entre mi empapado sexo, luego los llevaba hacia mi ano y empujaba, poco necesitó para lograr meterme 2 dedos y sacarme largos suspiros. Colocó una mano en mi nuca sujetándome al mismo tiempo del pelo, así me mantuvo doblada mientras esos dedos violaban mi culito. Con destreza los metía y sacaba, giraba, retorcía y dilataba el conducto para la hora de la verdad.

¡Qué agujero más apretado! Definitivamente tu marido es un imbécil, que desperdiciada te tiene.

Me va a doler mucho Mario. – dije yo a modo de súplica, llorando.

Vos solo relájate… de verdad, mirate, sos una perra Debi, estás llorando como si te estuviera violando, pero tu vagina está empapadísima y muy caliente. Te gusta que te fuercen perra, te gusta sufrir… aceptalo. – me quedé callada, no iba a admitirle eso a él.

Poco después noté que ahora entraban 3 dedos, que sacaba y pasaba por mi vagina mojada, los lubricante bien y los volvía a meter. Sentí algo más duro en la puerta de mi sexo, era su miembro colocado en posición y, de un fuerte empujón, me penetró hasta el fondo. La sensación mejoró mucho, su pene me cogía y me daba un tremendo placer mientras sus dedos hurgaban entre mi culito, preparándolo para la sodomía. Comencé a gemir, otra vez la temperatura de mi cuerpo subía y mi excitación con ella. Me soltó el pelo y llevó esa mano a mi ano, logró meterme los dos pulgares, metiéndolos y sacándolos, también estiraba y dilataba. Sentí dolor, pero pronto dejó lugar a una dulce sensación de bienestar.

Te estás emputeciendo Débora, te estás enviciando como lo estaban antes y eso te gusta, te encanta… sos solo una perra sometida y arrastrada…

Me sacó los dedos, separó mis nalgas, sacó su verga de mi vagina y la colocó sobre mi anillo anal. Me agarró del pelo, presionó sobre mi nuca y comenzó a empujar. Sentí cada centímetro de carne que me entró, duro, inmisericordioso. Debo reconocer que esperaba mucho más dolor que el que sentí, pero de todas formas si me dolió bastante. Al final, sentí su vientre chocar con mis nalgas, ya estaba empalada completamente.

Se quedó inmóvil un rato, esperando a que mi cuerpo se acostumbrara al invasor. Luego, despacio, empezó los movimientos de mete y saca que me volvían loca. Pero ahora eran en mi culo, la sensación era distinta totalmente, me sentía llena, rebosante… pero deliciosa y excitante.

Prepárate, porque ahora me voy a meter completo…

¡Mi madre, vaya que si entró completo! Toda la paciencia que había tenido preparando mi culo se había acabado. Con su inmenso ariete abrió mi puerta de atrás y lo hundió hasta los huevos. Yo, la pared y hasta la habitación, se movían y estremecían con sus monstruosos golpes. Sentía mi culo desgarrarse, destruirse antes el paso sin clemencia de ese fierro ardiente. Mañana lo iba a tener en carne viva, pero que placer, el placer más enfermo que había sentido desde que tenía 15 años.

Mario estaba desbocado, chillaba como un poseso, me insultaba y vociferaba el tremendo placer que le estaba dando. Yo pensaba que me iba a morir allí mismo, pero no podía, y por más que otro demoledor orgasmo me sacudió, no caí inconsciente, seguía sintiendo como ese hombre me hacía pedazos, rebajándome a una condición inferior a la de un animal. Me azotaba el trasero, otras veces estrujaba y pellizcaba mis pechos, casi me los quería arrancar, besaba mi nuca, la mordía, hundía violentamente sus dedos entre mi raja y atrapaba mi clítoris. Yo estaba hecha un desorden de emociones. Un intenso dolor por todos lados, pero con oleadas de placer que iban y venían, orgullo y humillación, placer y dolor. Por fin Mario gritó:

¡¡¡¡VOY A TERMINAR!!!! ¡¡¡¡VOY A TERMINAAAAAAARRRRRRRRRRGGGGGHHHH!!!!

Se derramó dentro de mis intestinos, lo sentí como un chorro cálido, rico, agradable. Luego se derrumbó a mis pies, cansadísimo, yo igual. Me sentía saciada, satisfecha, feliz… me dejé caer a su lado y acaricié su cabello mientras besaba su cara. Pero de pronto, reaccioné, ¡¿Dios mío, pero qué hice?!

Cubierta de llanto me levanté y salí corriendo de la sala, sin reparar en detalles como mi desnudez, el escozor que sentía en mi sexo y el horrible dolor de mi ano. Solo quería salir corriendo y huir de allí, huir de mi vida, de mi suciedad y degradación. Me refugie en mi cuarto y me derrumbé en la cama a llorar como una mártir, ¡¿qué había hecho Dios mío?! ¡Me convertí en la perra personal de un hijo de puta y lo había gozando con tal intensidad que sabía que lo volvería a repetir, Dios mío! Me tranquilicé un poco tras unos 15 minutos, dejé de sollozar y levanté la vista, me lo encontré parado junto a la puerta, vestido con su traje y corbata y mirándome con una sonrisa en el rostro. Me apresuré a tapar mi desnudez con las manos, algo inútil por varias razones, mis voluptuosas formas no podían ser ocultadas con tanta facilidad y él ya me había visto hasta el alma. Aparte, el cosquilleo que reapareció entre mis ingles no me auguraba nada bueno, tampoco el que no pudiera cerrarle la puerta… ni que me quedara parada como esperando órdenes, ya muy excitada.

Y decime Debi, ¿cómo estás?

Bien… bien…

¿Cómo te sentís?

Bien… bien…

¿Qué? ¿Te comieron la lengua los ratones? Hace ratito estabas hasta gritando y barrenado, pidiendo más, y ahora no decís ni pío… – no le contesté, solo veía hacia el suelo tratando de poner orden en mi mente y de retomar el control de mi misma.

Mario se me acercó, me tomó de la barbilla y me besó apasionadamente, no pude evitar corresponderle, esa lengua retorciéndose dentro de mi boca, acariciándome el paladar y dándome de beber su saliva me sometía como la más potente de las drogas. En minutos ya me tenía aferrada a su cuello respirando aceleradamente.

Hoy no quiero parar, quiero continuar adelante… quiero hacer algo diferente…

¿Qué cosa? – pregunté no sin algo de miedo.

Quiero que salgamos a caminar por allí… hay algunas cosas que te quiero comprar…

¿Salir?… No… ¡No, alguien nos puede ver!

¿Y qué?

¡¿Cómo "y qué"?! ¡Sabés perfectamente porqué! ¡Le pueden decir a mi marido!

Mirá, mientras nadie te mire cogiendo conmigo, que no te importe nada…

¡Sos un descarado! ¡Es suficiente con que comiencen con las habladurías!

Bueno, pues eso tendrás que ver como lo arreglás vos… ahorita yo quiero salir un rato.

Traté de hablar con ese hombre pero era como hablarle a la pared, siempre tenía que ganar. Y yo, débil y puta mujer, me vi saliendo a su lado para abordar su carro, solo me dio tiempo de ponerme un sencillo pantalón pescador y una playera encima. Agradecí que su vehículo tuviera los vidrios bien oscuros, así nadie me vería desde afuera.

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

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