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De esposa ejemplar a ramera empedernida (17)

en Grandes Series

De Esposa Ejemplar a Ramera Empedernida XVII

Perras Sometidas

Acostada boca arriba sobre la cama, manos amarradas a los barrotes de la cabecera, piernas engrilletadas a la barra de metal, cara llena de semen aun tibio, piernas abiertas y una vulva enrojecida, inflamada e irritada, veía a Esteban vistiéndose, con la verga flácida, después de un largo y terrible combate que se extendió durante un gran rato. Toda yo estaba cubierta de sudor, mientras ese infeliz me sonreía feliz.

Estaba ida, ausente, perdida en un mundo de confusión, luego de que el terminara en mi rostro en medio de un orgasmo fuertísimo. Me sentía sucia, usada, asquerosa, pero seguía relamiendo el semen que mi amo me había embarrado cerca de la boca… "mi amo", así era como lo debía llamar desde ese día. Si no, el castigo sería terrible y severo. Ya me había tomado como su ramera privada, su perra faldera, y no había forma de escapar. Mi único consuelo era saber que mis nenes estaba bien y que Arturo también.

Estaban me desató y me liberó, yo me volteé en la cama adolorida, ¡cómo me ardía la vagina!, ese desgraciado me había tomado como un pedazo de trapo viejo. Me puse de pié con mi delgado y menudo cuerpo todo magullado, sobándome mis partes, que me dolían. Entré a la ducha, por haber sido buena el me permitió bañarme. Abrí la llave y dejé que el agua tibia recorriera mi moreno cuerpo desnudo, empapándome completita. Sentía los chorros caer entre mis voluminosas nalgas, luego de recorrer mi espalda y mi cintura estrecha. De mi negro vello púbico fue barrido por el agua, los restos de fluidos corporales. Mi cara fue limpiada de semen, no sin antes saborear y tragar un poco, a mi amo le encantaba verme hacer eso. Y ahora yo me avergonzaba de que me gustara su sabor.

"Masturbate, perra" me ordenó justo cuando pasaba el jabón por mi cuerpo. Sabiendo lo que quería ver, me acosté sobre la loza acariciando mi vagina vigorosamente, piernas separadas sin pudor frente a el, que sabía bien cuánto me cuesta alcanzar un orgasmo a mi, por eso me los negaba mientras me cogía. Y ahora me ordenaba que me masturbara solo para poderme ver sudando otra vez y para humillarme un poco más.

Poco a poco mis dedos me fueron abriendo el camino hacia el ese éxtasis enfermo y sucio. Alcancé ese orgasmo en medio de gemidos y gritos de placer que salían de lo más profundo de mi garganta, acompañados fuertísimos espasmos en mi vientre y genitales que me elevaban a la cumbre. Fue un orgasmo terrible como solo yo los puedo tener, me dejó agotadísima, casi desmayada, quedé tendida sobre la regadera mirando al techo. Y cuando me recobré me sentía horriblemente mal por sentirme tan bien…

Por hoy, basta, terminamos perra… pero mañana esto sigue Lucía… te tengo bastantes más sorpresas. Te has portado muy bien, se ve que lo gozaste… ¡nos vamos a divertir tanto!

Me puso una correa y un collar de perra y me llevó de regreso a mi jaula, me fui mamándole la verga en todo el camino por órnese suyas. Y al frente a la reja se volvió a venir, inundándome nuevamente. Tras verme tragarlo todo me despidió con unas nalgadas y me dijo:

Hasta mañana Lucía, descansá que tenemos mucho trabajo esta semana…

Me dirigí hasta mi catre, apenas podía caminar bien, el dolor y el ardor era insoportables. Carmela rápidamente corrió a ayudarme, me recostó a su lado en el catre. Me puse a llorar en silencio, no me podía ni siquiera dar el lujo de hacerlo aviva voz por temor a ser escuchada por ese degenerado. Quería hablar con Arturo, lo necesitaba, decirle lo mucho que lo amaba y que lo extrañaba… pero eso no era posible, probablemente nunca más lo volvería a ver.

Perdóneme Lucía, perdóneme… nunca quise que esto pasara, jamás… yo… es que… ¡mi vida era tan linda, ¿por qué tuvo que regresar ese desgraciado?!

¡Tenemos que gritar y pedir ayuda Carmela!…

¡No! ¡Eso solo lo va a traer hasta aquí y nos va a castigar!

¡Pero no nos podemos quedar aquí!

…-… – la mirada desesperanzada de mi suegra me congeló.

Carmela… ¡Carmela, no se puede dar por vencida!

Es que… es que… perdóneme Lucía, perdóneme…

¡Pero señora, ¿qué le ha hecho ese hombre que no tiene ni siquiera ánimos de luchar?!

…-… – no me quería responder, solo se limitaba a verme llorando, avergonzada.

Por favor Carmela, respóndame…

¿De verdad quiere saberlo?

Si, quiero…

Es que… son tantas cosas y pasó hace tanto tiempo…

Empiece por el principio…

Ahora les transmitiré el triste relato de mi suegra, su historia de sumisión y sometimiento…

Mi casa era muy distinta a la suya Lucía, muy distinta. Allí no había un hombre bueno que me cuidara y me amara, como lo es Arturo con su hija. No, mi padre era un hombre duro y cruel, todo tenía que ser hecho según su voluntad o temblaba hasta Roma. Y mi madre, ella era una mujer sumisa y amargada, no tenía ni voz ni voto ni quería tenerlo. Solo se limitaba a atender la casa, atender a su esposo por las noches, a respirar y a caminar… solo eso era ella. Yo crecí así, preprogramada para no ser más que una esposa sumisa y sometida a los caprichos de su marido. Nunca me imaginé la vida de otra manera, nunca.

Podía comprenderla, mi casa era parecida, mi papá era un hombre muy machista que siempre nos educó a nosotras para ser mansitas y sumisas antes nuestros esposos, la verdad, tuve suerte de terminar al lado de Arturo. Sin embargo, mi madre no era una amargada, era sumisa, cierto, pero no una amargada.

Doña Carmela continuó con su historia…

"Mi vida pasaba entre el colegio, tan solo estudié hasta 3ro básico, papá decía que una por lo menos debía saber unas cuantas cosas para no avergonzar a mi marido. Pero entonces pasó algo, algo que terminaría por cambiar mi vida de una manera terrible. Lo perdió todo, se metió a un negocio malísimo y lo perdió todo. Lo recuerdo muy bien, sentado en el sillón de la sala, con una botella de ron en la mano y un vaso en la otra.

Un día, estaba bañándome en la pila, como no teníamos dinero, el decidió que solamente usaríamos el agua de la pila para ahorrar. Para mi eso era incómodo, la pila estaba ubicada en el patio, por lo que había mucho chiflón y fríos por las mañanas. Además, cualquiera podía subirse a la pequeña pared perimetral y verme desnuda, no tenía privacidad alguna y eso era malo para una niña de 15 años como yo en ese tiempo. Pues bien, mi papá llegó de improviso justo cuando estaba enjabonándome, mamá venía detrás de el. Jamás olvidaré la forma en que me vio, completa, de pies a cabeza. Para esa edad, ya tenía yo un cuerpo muy bien formado, con senos muy grandes, una cintura muy estrecha y caderas anchas con unas nalgas preciosas. Además era más delgada y mi cara de gata en celo siempre la tuve.

Si, mija, si… ya sos toda una mujer… toda una mujer… – me dijo, mamá lo miraba desde atrás, sin atreverse a decir nada, casi estaba llorando – Eusebia, desnudate, – ordenó a mamá, que mansamente lo hizo, quedando completamente en bolas – parate junto a la niña.

Mamá obedecía en silencio a mi padre, su señor. Se paró a mi lado, cabizbaja, sin poder verme a la cara. Yo me asusté, nunca había estado desnuda frente a mi papá, mucho menos con mi mamá a mi lado, no sabía lo que estaba pasando.

Por su parte, papá no dejaba de vernos, sus ojos no me gustaban, me daban miedo. Se acercó, agarrando uno de los senos de mi madre y uno de los míos. Traté de quitarle la mano pero me pegó, "nunca te opongás a nada de lo que tu padre quiera hacer" me advirtió. Parecía estar comparándome con mamá, las 2 teníamos un cuerpo muy escultural, de hecho, yo heredé el mío de ella.

Si, si… era lógico que los muchachos te vieran de esa manera – me dijo, y luego agregó algo que, sin yo saber por qué, me hizo temblar – hay pisto aquí… hay pisto aquí…

Lucía, tu ya te imaginarán en qué paré, en menos de 3 meses mi propio padre ya me había vendido a más de 10 hombres. Fue horrible, yo solamente era una niña inocente, muy niña aun, jamás había recibido información alguno sobre lo que era una relación sexual, ¡ni siquiera podía identificar las partes de mi cuerpo!, ¡no tenía ni la menor idea de lo que era un clítoris!

El tiempo pasó, y yo comencé a, a… a cambiar. Le fui tomando el gusto a las vergas, a las pusas, al semen, al sudor, a todo, hasta terminar siendo un adicta a todo eso, era la puta más grande del mundo. No podía pasar mucho tiempo sin tener una paloma taladrándome las entrañas, ya fueran estas las de cualquier hombre… o las de mi papá y hermanos. Y con mamá, ya se nos había hecho común el sexo entre nosotras, ya no éramos mujeres, tan solo éramos animales.

Pero de las 2, la que estaba peor era mi mamá. Papá prácticamente la había vendido a un violento militar, que la tenía, literalmente, como su perra faldera. Para cuando la rescatamos, ella ya no sabía caminar ni hablar, tan solo se mantenía en 4 patas y ladraba, como un verdadero can.

De repente llegó un jovencito a la ciudad, se trataba del hijo de un hombre muy adinerado. No sé en donde conoció a mi padre, pero inmediatamente le ofreció a su hijita de 17 años. Y en cuanto me vio, se encaprichó conmigo. Lucía, ya sabés de quién se trataba, era Esteban…

El era un muchacho consentido, siempre acostumbrado a hacer lo que se le daba la gana, escudado en el gigantesco poder económico de su padre, que, para colmo, estaba metido en política. Y mi padre, ¡maldito sea!, me vendió a el, pasé a ser su ramera privada, Esteban me hacía hacer las cosas más sucias, degradantes y aberrantes que te podás imaginar.

Pero bueno, no todo podía ser tan malo para siempre…

Llegó otro joven al pueblo, un muchacho alto y robusto, muy guapo y fuerte. Lo conocí por casualidad, un día en que Esteban me mandó a la tienda por pan y cigarros, iba vestida con un delgadísimo vestido tan viejo, que era casi transparente. Y naturalmente no llevaba nada debajo… me caí por una saliente en una banqueta, y me puse a llorar a mares a pesar de no haberme lastimado.

En ese momento, ya estaba acostumbrada a vivir como una perra, a no se más que un objeto, una cosa que ese infeliz podía usar como se le diera la gana. Pero eso me hacía sentir tan mal, tan poca cosa, que siempre andaba triste y deprimida, y salir a la calle vestida así, para que todo el mundo se diera cuenta de lo que yo era, me ponía peor, ¿cómo alguien podría dejar de tratarme de esa manera, si todos creían que lo era? Pero Norberto no era así…

En cuanto me vio caer, corrió hacia mi lado y me levantó, luego me limpió las rodillas con su pañuelo y me ayudó con la canasta. Y para que todos los mirones no se me quedaran viendo tan mal, me puso su saco encima. Ya había olvidado lo que era la amabilidad.

Así continuó el tiempo, el me esperaba cuando yo salía para ir por el pan, me acompañaba y platicaba conmigo, nunca intentó hacer nada más. Cierto día, decidí pagarle su amabilidad. Al salir, el me esperaba como siempre, lo llevé a un paraje solitario y allí me le desnudé y me arrodillé. Y a punto estaba de sacarle la verga cuando el me besó suave en los labios y me puso de pié con delicadeza. Recogió mi ropa y me vistió… ¡¿te das cuenta Lucía?! Ese hombre pudo hacerme lo que se le diera la gana ese día, pero prefirió respetarme, me hizo sentir especial, que yo valía.

Me declaró su amor, me dijo que quería que me fuera con el, nos casaríamos en una iglesia a escondidas y huiríamos a Cobán. Claro, eso era lo que yo más quería, pero me daba un miedo horrible. Salí corriendo dejándolo solo…

Pero gracias a Dios, no se rindió…

Por la noche llegó a la casa en donde vivía, tocó la puerta y pidió verme. Naturalmente, Esteban salió como una gallo, su orgullo de macho estaba herido e iba dispuesto a vengarlo. Tanto el como Nor eran altos y muy fuertes. Loa amigos de Norberto y los guardias de Esteban les hicieron un círculo y pelearon con cuchillos. Yo lo veía todo desde mi ventana, en el segundo piso. Ganó Norberto, que no quiso matar a Esteban por lástima, jamás lo había visto tan molesto y humillado.

Norberto me sacó por la fuerza y esa misma noche nos fuimos a Cobán. Tiempo después llegó mi padre, dizque a traerme, pero otra vez, mi esposo se interpuso y le propinó una paliza, jamás lo volví a ver, murió años después alcohólico y abandonado, en la calle. Esteban no pudo vengarse, su padre, que tenía muchos enemigos, fue asesinado, y todo su dinero se lo repartieron otras personas dejando a Esteban en la calle. Este tuvo que huir a los Estados Unidos, jamás creí que lo volvería a ver. Y mi mamá, ella quedó libre cuando la guerrilla mató a su amo, la rescatamos y la trajimos a vivir con nosotros, tratando de hacerla lo más feliz que podíamos."

Ya ves Lucía, esa es mi historia… yo nunca pude superar el trauma de mis años de puta, jamás pude dejar la adicción por un buen pene y su esperma… con el tiempo, Nor, que no solo me comprendía, también empezó a participar, aquella era la púnica manera que los 2 continuáramos juntos.

La confesión de mi suegra me dejó pasmada, pobre, que vida tan dura había llevado. Era comprensible que nunca pudiera abandonar aquella vida, muy comprensible.

La súbita llegada de Esteban rompió nuestra momentánea paz, traía cosas consigo.

Lucía, ¿te acordás de esto? – eran las esposas que me había puesto el día de mi violación, ¿cómo olvidarlas?

Esteban, el lentamente me fue envolviendo hasta convertirme en una auténtica perra, una cosa sucia y asquerosa que no tiene voluntad propia… bueno, casi. De igual manera comenzaba a someterme a otro tipo de tortura psicológica, la humillación, cosas como esas. Y por más que me avergüence y me duela, debo admitirlo, me gustaba.

Pero eso se los sigo contando otro día, mientras tanto pueden enviarme sus comentarios y opiniones de esta serie a mi correo electrónico, con gusto las leeré. Besos y abrazos.

Continuará…

Garganta de Cuero ( garganta_de_cuero@latinmail.com ).

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