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Beatriz 07

en Grandes Series

Beatriz

Capítulo VII

Poco después regresó Ixcamil del mercado, me encontró de nuevo rara y llorosa y me preguntó si tenía algo, yo le respondí lo mismo que la vez anterior, "nada nena". Seguí metida en el oficio y con la mente volando, torturándome con imágenes que me llenaban de vergüenza. Luego llegó la hora del almuerzo, que servimos a la una, y de nuevo a los quehaceres.

A eso de las 3 decidí salir al mercado a hacer algunas compras, no necesitaba nada en especial, pero quería darme algo de aire. En parte porque me encontraba muy caliente y sentía una enorme vergüenza por ello. Pero algo no era normal, obviando el hecho de mi calentura, de los sueños y de lo que me pasó con Gisel por la noche y que me estaba convirtiendo en una mujer sexualmente muy sedienta. No, lo que pasaba es que todos se me quedaban viendo.

No sabía por qué era esa atención extra que estaba recibiendo en ese momento, pero pronto me di cuenta. Me percaté de que tenía puesto un vestido algo viejo, que con el paso del tiempo se había encogido un poco. La falda me llegaba arriba de la rodilla, solo un poco, por lo que no mostraba mayor cosa. Pero el elástico del escote estaba algo vencido y, debido a que el vestido me quedaba más ajustado, este ya no podía contener a mis incontenibles chiches lactantes. El vestido me las comprimía, pero el elástico flojo las dejaba salir, lo que formaba una hermosa visión de 2 preciosas y poderosas ubres de hembra humana. Me dio mucha vergüenza, me puse toda roja y traté de arreglarlo para taparme y que no me vieran libidinosamente, estaba hechas un espectáculo.

Sin embargo, si al principio me molestaba tanta atención hacia mi persona, pero poco mi malestar fue disminuyendo. El calor de las miradas me empezó a gustar y, paulatinamente, aumentaron mi calentura. Sin darme cuenta, comencé a agacharme un poco más de la cuenta en los puestos de verduras, lo que hacía que mis senos se descubrieran un poquito más cada vez. Y los vendedoras se quedaban con los ojos cuadrados de vérmelos: los ciclópeos senos de una mujer cincuentona, aun muy hermosa y muy bien conservada, desnudos hasta casi llegar a los pezones, grandes, duros, blancos y rosados, ¡era todo un espectáculo!

Las miradas y el morbo me fueron excitando más y más y me animaban a ser más atrevida, pero no sabía como. Era como una niña malcriada que, jugando, quiere hacer una travesura, pero no se anima. Por suerte se me cayeron 2 pepinos, por lo que tuve que agacharme a recogerlos, y por el movimiento, mis esferas de carne prácticamente saltaron fuera del vestido. Rápidamente me las guardé con todo y brasier, me enderecé y me arreglé, tal vez había sido demasiado. Pero entonces me topé con Jorgito, que me veía embobado, con los ojos abiertos como huevos y echando babas por la boca. Sentí una vergüenza enorme y creo que no me podía poner más roja.

¡Jorgito! – dije.

¡Bea! – dijo el – ¿Cómo estás? – agregó como para quitarse el clavo de encima

¡Bien, bien!… bueno… ya me voy…

Que… que te vaya bien… – tomé mi bolsa llena de verduras y emprendí mi retirada.

Al regresar a mi casa iba colorada como un tomate y casi llorando, no era posible que esas cosas me estuvieran pasando a mi, no era justo, yo siempre había sido una buena mujer, no merecía haber perdido a mi esposo de esa manera, ni merecían estar pasando por estas cosas.

Así pasé el resto del día, triste y sumida en mis pensamientos. A eso de las 6 de la tarde salí al patio, tenía un poco de ropa tendida y se me había olvidado meterla, me detuve frente a la pila desde donde vi un pañuelo tirado en el suelo, blanco, con palabras bordadas en hilo rojo. Imaginé que algún inquilino lo dejó tirado y me agaché para recogerlo, entonces sentí un fuerte estremecimiento. Traté de pararme, pero me golpeé contra el borde de la pileta y caí al piso. Sentía que todo me daba vueltas y que las cosas se oscurecían a mi alrededor.

Me quedé allí un momento, cuando sentí que las cosas ya no se movían abrí los ojos, qué sorpresa me llevé, ya no estaba en mi patio, me hallaba en un campo verde, rodeada de un tupido bosque de altos y frondosos árboles. "¡Mierda!", exclamé sin entender qué me estaba pasando. Me puse de pié, con el pañuelo aun en mis manos, cuando de pronto, a lo lejos vi avanzar a una pareja. Instintivamente me escondí (no sabía porqué) detrás de un tronco grueso desde donde los vi llegar, eran Ixcamil acompañada de un joven. Caminaban de la mano a paso ligero, parecían estar escondiéndose. Ella lo condujo hasta el claro en donde me había levantado yo, allí se detuvo y se paró frente a el, separados por metro de distancia. Lentamente, con temblorosos movimientos que revelaban su nerviosismo, comenzó quitarse el corte y el huipil.

¿Ixcamil, mi amor, estás segura? – preguntó el joven, ella asintió con la cabeza – amor, ¿estás en verdad segura de esto?

S…si… – dijo tartamudeando – no hay otra salida… ¿o si? – él no le respondió – si me dejás embarazada mis papás van a tener que dejar que me case contigo.

Pero mi amor, estamos saltándonos el orden de las cosas…

¡El orden no le importa a nadie más que a nosotros! – dijo, perdiendo un poco los estribos – ¡No quiero la vida que mis padres quieren para mi!

Si, si, no es justo que ellos te quieran hacer esto…

Además, te amo Juan, quiero ser tu mujer y de nadie más…

Pero nadie me quiere para ti… y es porque soy un…

No me importa qué seás, te amo y es todo lo que necesito saber mi amor… ahora vení y tomame, heceme tu mujer… dejame preñada…

Ya solo le faltaba una prenda para quedar totalmente desnuda. Tomó aire y valor, se despojó de sus últimos asomos de vergüenza e hizo descender su calzón blanco hasta los tobillos, terminando de quitárselo con un rápido movimiento de pies. Tan rojo como ella, Juan se había quedado mudo, admirando aquel cuerpo de proporciones perfectas. Era una muchacha maya, morena, de grandes ojos oscuros y labios carnosos, su cabello era muy negro y lacio y lo llevaba hasta la cintura con mucho orgullo, como todas las mujeres de su raza. Era delgada pero bien proporcionada, con unas medidas que le hacían resaltar entre las demás, sin llegar a ser muy voluptuosa. Sus senos eran medianos, firmes y mirando al frente, con unas aureolas amplias coronadas con 2 pezones oscuros y puntiagudos. Abajo, luego de una cintura estrecha y un vientre plano, aparecía una densa y esponjosa maraña de vellos púbicos. Por detrás, se erguían unas nalgas redondas, duras y bien paradas. Ixcamil era, en una palabra, bellísima.

Llevaba trabajando conmigo desde hacía casi 2 años, llegó a mi casa un año antes de la muerte de mi esposo al lado de Juanito, su bebé. La contratamos porque yo necesitaba de una mano extra en la casa y porque nos conmovió su historia. Nos contó que era casada pero que había quedado viuda luego que su esposo sufriera un accidente con unos troncos. Le creímos a pesar de ser tan joven (17 años apenas), pero las mujeres de su etnia tienden a casarse a muy temprana edad. Desde el principio demostró ser una muchacha muy hacendosa, además de inteligente, me parecía una lástima que no hubiese podido acabar la escuela.

Se le acercó a Juan, le pasó ambos brazos por el cuello y buscó su boca despacio, lanzándose al agua de una sola vez sin pensarlos más para no darle oportunidad al miedo y a la duda. Se besaron con fuerza, con pasión, desde mi lugar podía ver sus lenguas jugando entre ellas, acariciándose, enredándose. Se separaron, ella empezó a quitarle la ropa a Juan, que se dejaba mansamente. Él era un joven delgado, no muy alto, pero si atlético, cuando le sacó la camisa dejó ver un torso fuerte, marcado con pectorales y abdominales bien definidos, brazos fuertes y nervudos, que solo el arduo trabajo en el campo puede dar. Ella continuó con sus zapatos, luego con el pantalón, descubriendo unas piernas robustas y duras. Solo faltaba un prenda, sus calzoncillos, que fueron a dar al suelo después de un tirón fuerte de ella.

La muchacha se quedó admirada y con la boca abierta, ahí estaba colgando en semierección la verga de su amado y prohibido amor. Debía medirle en se estado por lo menos unos 14 cm, seguramente alcanzaría un mínimo de 18 cuando estuviese crecida, un tamaño más que decente. Me imagino que era la primer verga que Ixcamil miraba en vivo y desde tan cerca.

¡Qué grande es mi amor, eso no me va a caber adentro! – exclamó ella algo asustada.

No es tan grande mi vida…

¡Pero no me va a caber, me va a hacer mucho daño!

Pues… como sos virgen probablemente te va a doler un poco, pero te prometo que te lo hago suavecito y despacio para no lastimarte.

¿De verdad me lo prometés mi vida?

Si, de verdad… solamente necesitás decirme cuando algo te duela y me detengo.

Ixcamil se acercó a él y se abrazaron, por primera ambos 2 jóvenes se tocaban directamente carne a carne, abrazándose mientras se besaban y se exploraban con los dedos, en un tímido ir y venir de estos por la piel del otro. Cualquier duda que aun pudiese existir desapareció, sus instintos pudieron más que la razón, que les decía que se detuvieran.

Ella se separó de su entusiasmado amado y se agachó, se tendió boca arriba en el suelo sobre una cama de grama y hojarasca. Extendió los brazos hacia él, reclamándolo a su lado, y Juan no la hizo esperar, acostándose a su lado, deleitándose con la desnudez de aquel maravilloso cuerpo que se le estaba entregando en esos momentos y que por primera vez le era mostrado en todo su esplendor. Su amada hacía otro poco, lo miraba embobada, incrédula de estar el tomando entre sus manos aquel miembro tan rígido y espléndido que su amado tenía entre sus piernas. También le resultaba fue toda una novedad todas las sensaciones tan deliciosas que su Juan le causaba al ver y palpar esos 2 senos tan firmes, llenos y redondos, que ella tenía sobre su pecho.

Sus manos no paraban de recorrer el cuerpo del otro, explorándose mutuamente casi con miedo, como si temieran lastimarse, llegando a sitios que jamás nadie había llegado antes. Pero a medida que los minutos pasaban esa timidez cedía su lugar a movimientos más resueltos y francos. Ahora Ixcamil recorría aquel péndulo de carne con las yemas de sus dedos, suavemente, pesándolo y sintiendo hasta las venas que lo surcaban. Poco a poco su confianza crecía y sus dedos iniciaban algo parecido a un frote masturbatorio, guiándose por las expresiones de placer en el rostro de él.

Juan no se quedaba atrás, su izquierda había ido descendiendo por todo el divino cuerpo de su Ixcamil, llegando a tocar, finalmente, con las puntas de sus dedos el inicio de ese surco carnoso, húmedo y tierno, por donde todos hemos salido, y al que todos los hombres quieren regresar. Hurgó en esa grieta hundiendo su dedo con el cuidado que un neurocirujano hace todos sus procedimientos hasta topar con esa barrera que divide a una niña de una mujer.

Mientras tanto, Ixcamil sentía sensaciones encontradas. Por un lado ese especial placer de sentir los dedos del hombre al que mamaba abriéndole los pliegues de su intimidad, misma que estaba a punto de recibirlo como el nuevo dueño de su ser. Por otro lado le dolía un poco y le molestaba, y era inevitable, los primero toqueteos íntimos que una recibe siempre dejan cierto escozor.

Ella seguía frotando la ardiente verga de Juan, encantada de sentir en su palma las palpitaciones que en ella tenían lugar y su cada vez más alta temperatura. Inocente, veía en el rostro de su compañero dibujarse un placer cada vez mayor, más intenso. Su ego de mujer se sintió estimulado por primera vez, al saber capaz de causar mucho gozo al hombre que amaba. Pero al final fue detenida, pues Juan, en medio del gozo que su hermosa novia le daba, presintió que aquel masaje podía precipitar un final prematuro.

Juan apartó su mano y tomó posición en medio de sus piernas abiertas. No hubieron palabras, tan solo caricias llenas de amor y miradas, miradas tiernas en donde se decían mucho más de lo que hubiesen podido al hablar. Ella se convirtió en un manojo de nervios cuando sintió cómo, sobre su inmaculada intimidad se posaba la cabeza del sexo de su compañero. Vi como respiraba profundo, tomando valor para soportar cualquier dolor que pudiera sobrevenir en el proceso de desfloración.

Pero él no iba a arremeter contra ella sin delicadeza, así que, mientras iba moviendo las caderas en formas circulares, empujando cuidadosa y suavemente hacia adentro, iba también frotando su sensibilísimo botón de placer. Estuvo muy pendiente de su creciente excitación, se preocupó en llevarla al clímax y así, cuando ella estaba en medio de esa explosión suprema de delectación, él empujó con energía hasta cruzar era última barrera que se interponía en su camino. Ixcamil había dejado de ser una niña y se convirtió en mujer, tendida sobre la hojarasca de ese claro del bosque.

Luego se vieron a los ojos y se besaron, el besó su cuello y sus senos, donde se entretuvo un rato. Y tras unos momentos, dejando que ella se acostumbrara a su invasor, empezó la rítmica danza del amor. No hubo un macho desbocado allí, que arremetía con fuerza contra una hembra en brama que berreaba a todo pulmón. No, ellos hicieron el amor, lenta, suave y tiernamente. Sus gemidos y palabras quedaron tan solo en la complicidad de los oídos del otro, nada más. Al finalizar, luego de derramarse en el interior de su amada, Juan limpió su sudor con un pañuelo blanco, idéntico al que tenía en mis manos.

Comprendiendo que estaba de más mi presencia allí, me di la vuelta y empecé a caminar por allí confundida, no tenía ni idea de cómo llegué allí ni de cómo me podía ir. Pero de pronto tropecé y caí al suelo, inmediatamente sentí que las cosas me daban vueltas y cerré los ojos, nuevamente me cubrió la oscuridad y sentí que todo me daba vueltas. Me quedé enroscada en el suelo para no caer y, tras unos minutos, abrí los ojos y aparecí de nuevo frente al lavadero, a un costado de la pila y con el pañuelo aun en mi mano.

Me puse de pié despacio y tambaleándome, no comprendía qué había pasado. Y justo en ese momento apareció Ixcamil, con su bebé en brazos, el hermoso Juanito, que para variar estaba malito, era una criatura bastante enfermiza.

¡Ixcamil, niña, ¿cómo está tu bebé?!

Pues… ya mejor seño… ya un poco mejor… – trataba de parecer normal, pero a mi no me engañaba, estaba preocupada.

Qué bueno nena… vas a ver que a medida que crezca se te va a poner más fuerte… los niños pequeños es normal que se enfermen seguido.

Si ¿verdad señora?

Si nena, ya vas a ver…

Y… ¡gracias por lo que me dio para las medicinas señora, no sé cómo pagarle!

No te preocupes nena, no es nada. – yo le había prestado para que le comprara las medicinas a su nene, no me sobraba el dinero, pero ella lo necesitaba más.

Doña Bea, disculpe, pero cuando salí se me perdió una cosa… ¿no ha visto un pañuelo blanco tirado? – ni siquiera tuve que decirle nada, solo elevé el pañuelo en mis manos, mostrándoselo – ¡Ay, allí está, muchas gracias señora! – dijo y lo tomó de mi mano – Es que este pañuelo es muy especial para mi, me lo regaló mi Juan el día de nuestra noche de bodas…

Solo asentí sonriendo mientras ella se daba la vuelta y regresaba a la cocina, para seguir con el oficio. "El día de su boda, si claro", me dije, sabiendo que una mujer tan inocentemente virginal como ella no andaría contando que se había entregado a su difunto esposo antes de casarse y tirada sobre la hojarasca, en medio de un pequeño claro en el bosque.

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

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Mi Esposo se Entregó (01)

Poder entre mis Piernas

Negro Semental Mío (4)

Negro Semental Mío (3)

Negro Semental Mío (2)

Negro Semental Mío (1)