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Beatriz (14)

en Grandes Series

Beatriz 14

¡Doña Bea, doña Bea! – gritaba Mari, llamándome mientras salía corriendo de su cuarto.

Me asustó, yo aun estaba profundamente dormida, desnuda sobre mi cama. Volteé por todos lados, la imagen de mi amado esposo ya no estaba… pero bueno, no era más que Vorandemur en realidad. Sentí una enorme rabia, quería gritar y llorar maldiciendo, aunque en el fondo le estaba muy agradecida por haberme dado una última noche de amor al lado de mi marido… aunque este ya estuviera muerto.

Me vestí con una bata y salía a ver por qué Mari gritaba tanto.

¿Si nena, qué pasa?

¡Mi mami me abandonó… buaaaaa! – me dijo, dándome en la mano una carta.

Cuando la abrí, vi la letra de Otilia, además noté como que le temblaba, seguramente estaba temblando o llorando mientras la escribía. La nota decía así…

Doña Beatriz:

No sé como decirle esto, no sé como pedirle este enorme favor, le juro que la vida se me va en estas líneas, apenas si logro pensar o escribir con algo de claridad. El papá de Mari nos encontró Beatriz, me encontró en ese sucio prostíbulo en donde trabajo, justo en el momento en que usted me vio allí. ¡Dios mío, no sé qué hacer ahora!

Todo es mi culpa Bea, todo, absolutamente todo. ¿Cómo pude ser tan estúpida, tan ciega? Desde el principio me dejé dominar por el, someter, vejar de las formas más asquerosas que usted se pueda imaginar. Y lo peor es que yo lo gozaba, lo disfrutaba como una demente. Pero luego extendió su perversión a mi hija, ¡a nuestra propia hija! La drogaba para poder abusar de ella sin que dijera nada. Y yo lo sabía, y no tuve la fuerza para detenerlo, era como si una fuerza extraña me mantuviera a su lado.

Cuando cayó en la cárcel fue como liberarme. Tomé lo poco que me quedaba, a mi hija y me fui huyendo, he pasado huyendo por años. Pero ayer me encontró, me sorprendió en la puerta de ese burdel. Se puso violento y me exigió que me fuera de con otra vez y que le entregara a Mari, pero le dije que ella había muerto de una fuerte enfermedad cuando apenas estaba huyendo de el. Me hubiera llevado allí mismo si no fuera por el guardia del burdel, que lo detuvo.

Y ahora Bea, ¿qué hacer? El es un tipo muy peligroso, no quiero volver con el, aunque la vida me lleve inevitablemente a sus brazos de nuevo, y definitivamente no quiero dejar a Mari en sus manos. Voy a huir, voy a irme, esperando que el me siga hasta llevarlo lejos de mi hija. La tengo que abandonar porque es lo que más amo en este mundo. Beatriz, se lo suplico, se lo imploro, cuídela bien, no permita que nada malo le pase, ella es muy buena niña.

Tomé todo el dinero que tengo, ella sabe en dónde lo guardo. No es mucho, pero la puede ayudar por un tiempo. Por favor, se lo vuelvo a suplicar, tómelo como mi última voluntad, pues sé que es solo cuestión de tiempo que el me vuelva a hallar, y, entonces, mi vida habrá acabado, y seré solo un pedazo de carne en sus manos. Dígale a Maritza que la amo más que a mi propia vida.

Otilila.

¡Dios mío, el hombre con el que estaba forcejeando era su marido! ¡Pobre mujer, pobre de verdad! ¿Y ahora, qué hago? Bueno, lo único que podía hacer, quedarme con Mari y cuidarla lo mejor que podía.

La abracé y le expliqué las cosas, ella lloró amargamente en mi hombro. Le di un té para que se calmara y luego la mandé a su cuarto, le pedí que trajera el dinero y todas sus cosas, más las que su madre dejó (la pobre se fue casi sin nada). Junto a mi pieza hay otra, un poco más grande, comunicada por medio de una puerta. Le dije que la tomara, que desde ese día en adelante, ella viviría en mi casa como mi hija.

El tiempo pasó, el fin de semana acabó y Mari, aunque aun muy triste, parecía llevar las cosas muy bien. Está demás que aclare que, donde ella menos dormía, era en su habitación. Pues aunque la mandara allí por las noches, siempre me despertaba por las suaves y deliciosas lamidas de sus suave lengua sobre mi sexo. ¿Así iban a ser las cosas desde ese día en adelante?… bueno, si así eran, me podría acostumbrar sin problemas.

Por mi parte, pasé los siguientes 2 días pensando y rumiando constantemente en lo que estaba pasando en mi vida, en lo que había hecho, en ese ser extraño de Vorandemur. Quería convertirme en su esclava sexual, su sierva, pero yo no quería… a medias. Digo a medias porque servirle en todas sus aberraciones sexuales cada vez me parecía menos "sacrificio".

El lunes, Jorgito tocó a mi puerta como hacía regularmente, pero ahora con una noticia que no me esperaba.

¡Hola Jorgito, ¿cómo está?

Bien, bien, Bea, bien… bueno, no tanto. Le traigo una mala noticia. – me quedé seria, su semblante me decía que de verdad era mala.

¿Qué pasó?

Que falleció don Andrés…

¡Dios mío! – exclamé, quedando parada e inmóvil, pasmada y shockeada, Don Andrés se había muerto.

Dejé a Mari a cargo de todo mientras yo me arreglaba. Luego salí a la casa de don Andrés para darle el pésame a Berta y, de paso, enterarme de lo que pasó.

Fue mi culpa Bea… fue todo culpa mía…

¿Cómo?

Es que… Bea… – me dijo entre lágrimas y roja como un tomate – el murió encima de mi…mientras hacíamos el amor. Ahí le dio un ataque… – por mal que se oiga, oír eso fue un gran alivio, pensé que Vorandemur lo había asesinado.

Resulta que desde el día en que el viejo me violó en su consultorio, había andando con nuevos bríos, detrás de su mujer todo el tiempo, toqueteándola y haciéndole el amor cuántas veces quiso durante el día. Claro, Berta estaba encantada, hacía tanto que no se sentía deseada por su esposo. Se dejaba hacer, feliz y encantada, se dejaba tomar y poner como el quisiera, sentía que vivía una segunda luna de miel.

Pero esa tarde, Andrés regresó más caliente que de costumbre, se le fue encima y la tiró al suelo. Allí mismo la desnudó y la arrastró de las greñas hasta su habitación. La tiró en la cama, le abrió las piernas y la penetró. Berta estaba muy caliente y excitada, ya iba mojada antes de que la penetrara. Y luego de 10 minutos de cabalgata, Andrés pegó un gemido ahogado y ya no se movió más, un fulminante infarto lo dejó muerto sobre el cuerpo de su mujer, que no sabía lo que pasaba.

El velorio fue al día siguiente, al otro día el entierro. Mi amiga Berta estaba muy triste, se sentía culpable, muy mal. Por más que traté de hacerle entender que no fue su culpa, que el ya sabía desde hacía tiempo que andaba mal del corazón, no lograba hacerla entender. Solo me quedó pedirle al cielo que se recuperara de ese golpe.

Regresé a mi casa y me fui directamente a mi habitación, le dije a Maritza que quería estar sola y ella aceptó, quedándose en la cocina leyendo una cosa que le di. No estaba bien, me sentía vacía, sola, culpable de la muerte de Don Andrés aunque sabía que no había sido mi culpa. Necesitaba tanto de un abrazo, de alguien que me dijera palabras dulces al oído… de mi Fernando.

Me quedé sola en mi habitación, estaba haciendo cosas, no recuerdo que, cuando Fernando apareció acostado a mi lado, viéndome con ojos de amor… o por lo menos era Vorandemur con la forma de mi esposo. No me asusté, de hecho, deseé en el fondo de mi corazón que ese fuera el verdadero Fer y no una imagen tomada por otro ser.

Fernando, te amo y te extraño mucho… ojalá estuviera aquí de verdad. Como ya sabrás he hecho algunas cosas… no muy buenas últimamente. No sé cómo volver a ser como antes, creo que no podré, pero el amor que siento por ti no ha cambiado nada. Te amo Fer.

Me levanté de la cama, estaba acalorada, de reojo vi que él andaba con la verga parada. En realidad no la podía esconder, ni quería. Fui directamente al ventanal, que daba al jardín, un área de la casa repleta de flores que cuidaba con esmero. Me hice la desentendida, más por no saber que hacer que por desinterés… porque no había ningún desinterés allí, pero era solo un impostor, un ser de otros mundos que tomaba la imagen de mi Fernando. Aun así mi vulva reaccionó, reclamando la presencia de ese pene amado. Empezó a palpitar, a calentarse y a llenarse de sangre, y mi corazón se aceleró, así como mi respiración, me temblaba el pulso, estaba bastante mal.

Y Fer habría estado igual si aun viviera, pues me veía preciosa, de pié frente a la luz que entraba por la ventana, con mi raído y viejo vestido puesto, que se transparentaba. No llevaba ni ropa interior y mis enormes tetas se veían esplendorosas, jugosas, mis sus nalgotas suculentas, como chuletas de la carne más fina. Y era carne que se encontraba ardiendo.

Fingía estar viendo al jardín, trataba de pensar en otra cosa, de olvidarme de mi excitación. Entonces sentí 2 manos que me rodeaban desde atrás por la cintura. Volteé sobresaltada, era Vorandemur. ¡Mierda, qué visión tan real! ¡Era como si mi esposo de verdad estuviera allí! Ese ser me conocía muy bien, sabía que me encantaban esas muestras espontáneas de cariño de su esposo, y que ahora, esa caricia la sentiría hasta en el alma. Y aunque sabía que mi esposo estaba muerto y que esto era producto de fuerzas sobrenaturales, me dejé llevar, necesitaba tanto de mi Fernando.

Las manos de Fer empezaron a acariciar el vientre de su mujer, como a mi tanto me gustaba. Entrelacé mis manos con las de el, dejándome llevar por las caricias, sentía su pene tieso debajo de mi ropa, luchando por entrar debajo de mi falda. Me encantó la manera en que este me presionaba por atrás, estaba tan dura.

De repente, sin saber bien cuando, me dio la vuelta, quedando abrazada de frente a el. Empezamos una especie de danza, meneándonos al ritmo de la música que mi alma tocaba. Hacía bastante que no me sentía así, como flotando, los 2 nos habíamos distanciado. Por la edad, decíamos, esas cosas ya no se debían hacer.

Sentía mi cuerpo suave y cálido, de hembra en celo, quería entregárselo a su marido, mi amado y poderoso macho. Quería rabiosamente estar en sus manos, enredada entre sus brazos y piernas, ser su mujer otra vez.

Nuestras bocas se buscaron, se toparon en un beso dulce, beso que me hacía falta desde hacía bastante. La verdad, Fernando y yo habíamos perdido el romanticismo que tuvimos y caímos en una rutina sofocante, a tal punto que ya no sabíamos como seducir al otro, lo habíamos olvidado. Luego sobrevino la desgracia, el accidente que me dejó.

Me pegaba al cuerpo caliente de Fer, buscando el contacto de su miembro con mis genitales cada vez de forma más desesperada y franca, casi me colgaba de su cuello. Terminé frotando mi vulva contra su pene parado, casi gemía, casi pujaba, necesitaba ser penetrada y lo necesitaba rápido.

Fernando me tomó del cuello y con delicadeza, pero con fuerza, me fue empujando hacia abajo, no sabía lo que quería pero me dejaba mansamente. Me puso de rodillas frente a el, mirándome con autoridad desde arriba, sentí esa mirada tan arrebatadoramente masculina y viril, que me mojé más. El se abrió la bragueta del pantalón y dejó salir un tieso y duro falo de 20 cm., venoso, enrojecido, tal y como yo lo recordaba.

Comprendí lo que Fer quería, tomé ese pene y me lo llevé a la boca. Tan solo una vez en mi vida traté de hacerle sexo oral antes, pero me dio tanta vergüenza que salí corriendo. Y bueno, Fer nunca me obligaba a hacer nada. Pero esa vez fue diferente, estaba dispuesta a todo por el. Empecé a lamer el glande grueso de ese pene, como si se tratara de un helado, sentía sus manos acariciarme el cabello, agarrármelo con dulzura, sentía su mirada bañándome y quemándome.

No sabía bien qué hacer, pero estaba dispuesta a hacerlo lo mejor que podía. Me metía la cabeza y la lamía mientras chupaba suavemente. Fernando tomó su pene de la base y lo sacó de mi amorosa cavidad bucal, ofreciéndome los testículos. Yo, obediente como era, me puse a lamerlos con suavidad, temerosa de lastimarlos. Luego Fer me volvió a dar la verga en la boca y empezó a cogerme por allí y yo me dejaba sin oponer resistencia, a pesar de que sentía que a veces no me dejaba respirar.

Me la sacaba por intervalos para restregarla sobre mis senos, para luego volvérmela a meter. Eso me gustó, por lo que, desabrochando mi camisón para dejarlo caer al suelo, le dejé sueltos mis pechos gigantes para que cada vez que Fer lo hiciera, yo los tomara y los untara con saliva para suavizárselos al glande de mi esposo. Mis senos quedaron brillosos por ello. Además, cuando los apretaba, dejaba caer leche sobre el pene, de manera que la saboreaba cuando mi esposo me lo volvía a meter entre la boca.

Me tuvo así como por 30 minutos, yo estaba completamente fuera de mi, como en otro mundo, tanto que si Vorandemur hubiese empezado a fustigarme con furia, a mi me habrían parecido delicadas caricias llenas de amor. Y cuando Fernando me sujetó del pelo con más fuerza, bombeando su pene con mayor velocidad y brusquedad, me sentí más de su propiedad. Y cuando este comenzó a eyacular en mi boca fue ver el cielo con estrellas y todo.

Sentí ese semen como si fuera néctar de los dioses, muy espeso y caliente, tan delicioso que podría fácilmente hacerme adicta a el. Fer eyaculó tanto y tan duro, que su semen se salía de mi boca y se regaba sobre mis senos y cuello, dejándome cubierta de el, con la cara toda embarrada también. Y mi boca estaba repleta, yo no sabía que hacer con eso, así que al final me lo tragué. Pero quedé pasmada y estupefacta, el pene de mi Fer seguía durísimo, y el no tenía cara de estar satisfecho.

Fernando me tomó de la mano y me puso de pié. Con gentileza me llevó hasta la cama, me quitó el vestido y me acostó. Yo le abrí las piernas anhelante por recibirlo adentro de mi. El se terminó de quitar la ropa, se subió encima de mi cuerpo, colocó la punta de su pene en mi dulce entrada del placer… y me empaló hasta el fondo.

Me puso a gemir con fuerza, nunca había sentido su pene tan duro y grueso, sentía que me estaba partiendo en 2 a pesar de estar tan mojada. Y el me barrenaba sin compasión, se sostenía en sus brazos y me lo metía en fuertes embestidas, sacándolo rápidamente y volviéndomelo a meter con fuerza.

Poseyó a su mujer por 30 largos y deliciosos minutos, yo tuve orgasmo tras orgasmo, al quinto los dejé de contar. Y gemía y gemía como una loca, respirando con dificultad, muy aceleradamente, cubierta de sudor y de semen. No me di cuenta de cuando fue que el acabó por segunda vez. Al fina quedé profundamente dormida entre sus brazos.

Sabía que el ya estaba muerto, y que ese hermoso encuentro de placer había ocurrido en realidad con Vorandemur, no con el. Pero fue tan real, ese ser lo hizo tan real, que no me importaba, es más, se lo agradecía. Para mí, aquello había sido una de las experiencias más importantes de mi vida.

 

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

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