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El Semental de las Mayén (04)

en Amor filial

El Semental de las Mayén

IV

Silvia… yo se que esto te puso mal… yo se que esto parece una locura, un degenera, la cosa más sucia del mundo, pero te pido que me escuchés…

¡¿Y qué te voy a escuchar?! ¡NO tengo nada que escucharte!- le contesté gritando de furia a Rosario.

Como recordarán, sorprendía a mi madre y a mi hermana Blanca masturbándose mientras veían a mi hijo Alberto haciéndolo, allá en el sitio. Yo estaba que sacaba chispas, indignadísima. ¿Cómo era posible que la abuela y la tía de un muchacho de 13, se masturbaran viendo como este lo hacía? Era enfermo para mí, muy enfermo.

Es que no te das cuenta de lo miserables que somos todas Silvia… vivimos solas, no hay nadie que mire por nosotras mas que nosotras mismas… y todas nos sentimos tan solas, tan mal…

Tal vez tu mija, porque yo no…

Tu también Silvita.- intervino Berta- Yo te he visto sentada en la ventana que da a la calle, mirándola fijamente como si esperases a que alguien llegara a verte.

Es que a veces me… me…

Te ponés a esperar a Flavio, a ver si regresa con tu hija…

…,…- no tuve argumentos para rebatirle.

¿Y así decís que no te sentís tan sola, tan mal, tan miserable?

…,…- los ojos se me llenaron de lágrimas, pero yo luchaba para no llorar.

Silvia, a mi también me pasó lo mismo con Beto. Es que en la noche me desperté y lo vi con una erección… saber que estaba soñando. Se que no tenemos perdón de Dios, pero es que necesitamos compañía tan desesperadamente que se nos olvidó que es tu hijo, nuestro sobrino.

No es excusa…

Yo se que no lo es, pero por favor, tratá de comprendernos…

Comprender que se calentaron mirando a mi nene masturbándose… eso es sucio y pervertido. Ninguna mujer buena lo haría… no, no voy a poder hacerlo, no… no…

Me paré de la silla y me fui a mi cuarto a esperar a que Beto regresara de la calle para caerle a el también. Entonces se oyeron retumbos horribles en el cielo. Se oscureció y comenzaron a caer rayos, como anunciando una tormenta como hace años no se había visto. Cayeron unos trancazos de agua… llovió como nunca.

Beto regresó media hora después de que el agua empezó a caer. Venía calado hasta los huesos, tiritando de frió y de fiebre. El termómetro me dijo que estaba ardiendo. Puse el grito en el cielo y le dije que se desvistiera, que iba a tomar un baño caliente para calentarlo y evitarle el frío. Lo desvestí y lo metí bajo la ducha. Dejé que el agua tibia recorriera su cuerpo.

Me volteé para traer jabón, y cuando regresé la mirada, su pene se comenzó a levantar (que oportuno). No le quise poner atención y me dije que son cosas de los hombres a esa edad, que era normal. Lo que si no fue normal fue mi reacción posterior.

Recordé en ese momento lo que Rosario me había dicho acerca de lo solas y miserables que vivíamos, y que había encontrado un consuelo pasajero con mi nene. Y yo me dije: "¿qué tipo de mujeres se excitan mirando el pene de su sobrino de 13 años?" y me le quedé mirando. Ya se había puesto más durito, casi alcanzando los 17 cm. que dejaron a mis hermanas con la boca abierta. Yo me sorprendí también, aunque era de esperarse cuando recordé el tamaño del miembro de su papá, aquel turista alemán al que me entregué por despecho y dolor. El tipo estaba realmente grande, y en ese momento no sabía como había podido entrarme todo eso.

Continué mirándole fijamente el pene a mi hijo. Me parecía que era un bonito pene. No estaba circuncidado, dormido estaba completamente cubierto por su pellejito, pero ahora que creció, más o menos la mitad se había salido. Era un miembro rosado, pero ahora estaba enrojecido, con la cabeza con forma de hongo, roja y grande. Miré más abajo, y me fijé en sus huevitos, redonditos, rosados y lampiños aun. No eran pequeños tampoco, ya se empezaban a perfilar en lo que mi hijo se convertiría años más tarde, un gran huevudo.

Continué mirándolo con mucha atención. El se dio cuenta y se ruborizó, no sabía que decir ni qué hacer. Y yo, ya me encontraba como en otro mundo, comencé a recordar mi noche de bodas y la vez aquella con el alemán. Y aunque me dio vergüenza en ese momento, me comencé a calentar.

¡Mamá, no me mirés!- protestó Beto avergonzado, yo recobré el sentido y me salí del baño inquieta.

Salí afuera de la casa, y me senté en la banqueta, tenía mucho en qué pensar, pero solo podía recordar a mi madre y mi hermana masturbándose, a mi hijo desnudo, mi primera vez con mi ex marido y al turista alemán montándome como un caballo. A mi lado pasaban vecinos, amigos y conocidos, me saludaban y yo les contestaba el saludo sin saber quien era. Fue extraño, como si el mundo se hubiera borrado a mí alrededor.

Todo pasaba por mi mente con imágenes tan nítidas y claras que parecía alucinaciones visuales. Eran recuerdo que yo creí haber olvidado hace mucho tiempo, hace muchos años. Al final me rendí y comencé a recordarlos concientemente, tratando de traer a mi mente detalles más claros.

Flavio me desposó un mes de noviembre, con ventarrones muy fríos y fuertes. Mi traje de novia era total e impecablemente blanco, como correspondía a una señorita virgen y pura como yo. Y en la noche, el me desnudó por completo. Sus ojos brillaban como brasas de fuego. Me vio de pies a cabeza, con deseo y morbo. Recuerdo cómo me sentía de avergonzada, jamás había estado desnuda frente a un hombre. Mi cara estaba roja como un tomate, mi respiración acelerada del nerviosismo, mis pechos se mecían suavemente como dos hermosos péndulos rosados, grandes, muy grandes, con aureolas de un rosado más intenso, y pezones parditos, redondos y puntiagudos. Abajo, un vientre plano, con un ombligo redondo, muy hermoso. Y más abajo, la entrada al don más grande que tengo, de donde salió mi adorado Beto y mi amada Silvita… la hija que ese hijo de puta me robó.

Se me abalanzó como un animal. Me agarró de los senos, los apretó sin delicadeza, los estrujó y estiró. Agarró mis pezones con los dedos como queriéndolos arrancar, y luego se los llevó a la boca, chupándolos y mordisqueándolos. Me tiró sobre la cama, me abrió de piernas y me penetró, llevándose mi virginidad en medio de un grito de dolor por el paso desgarrador de su sexo dentro del mío. Me lo metió como 3 veces así, y fue horrible para mí. Luego sacó su pene de mi interior y lo examinó… para constatar que estuviera sangrado, prueba de que yo de verdad era virgen. Me sentí tan humillada, tan usada, tan mal… pero no hice nada pues así se suponía que debía ser.

Esa noche fui tomada como un animal, no como una persona. Me poseyó varias veces sin darme tiempo de lubricarme, ni siquiera de ensalivarme. Pero como yo era una señora de bien, una respetable dama, no podía excitarme, no, ¿qué iban a pensar los demás? Flavio me hizo sangrar mucho, dejé las sábanas, otrora blancas como las nubes, todas manchadas del rojo de la sangre de mis partes, tan triste y salvajemente estrenadas.

Mientras pensaba en eso, un hondo vacía se anidaba en mi pecho. Qué tristeza de vida, que feo recordar eso.

Las imágenes que tan rápidamente y sin control pasaban en mi cabeza, rápidamente llegué al momento en que me encontraba en ese cuarto de hotel con el alemán aquel. Lo conocía en la cafetería de una amiga, en donde yo me metí a trabajar para juntar dinero para el abogado que buscaría a Flavio y a Silvita. Era de verdad atractivo. Alto, muy alto, y muy varonil, tenía piel blanca y cabello rubio, colocho. Sus ojos azules encendidos denotaban energía y alegría por vivir. Creo que eso fue lo que más me atrajo. Y yo, modestia aparte, siempre he sido muy hermosa. No me contó hacer que me abordara aquella noche, cuando llegué al local con las chiches metidas dentro de una blusa azul, con un escote en V en el pecho. No era muy pronunciado, pero dado el tamaño de mis pechos, se me miraba hermoso, muy sensual.

Me invitó a tomar unas cervezas que rápidamente hicieron efecto en mí. Lo demás ya no le costó demasiado. Me llevó hasta su cuarto, lo cerró con llave y puso un letrero de no molestar. Se me acercó y me comenzó a besar, a tocarme sobre la ropa con suavidad. Era muy distinto a Flavio, pues aunque sus movimientos eran firmes, con fuerza, eran suaves y tiernos a la vez, nada que ver con el bruto de Flavio.

Me desnudó rápido. Me tendió sobre su cama, y el procedió a desnudarse. ¡Guau!, su físico era impresionante. Sus músculos estaban muy bien marcados. Pero lo que más me impresionó fue el tamaño de su pene cuando se bajó el calzoncillo. ¡Me aterré de meterme semejante cosa entre las piernas! Casi 21 cm. de carne dura y muy gruesa, era imposible que me cupiera dentro. Pero pronto comprobaría lo equivocada que estaba… a mi me caben cosas más grandes.

No se como aguanté que me metiera semejante animal pues no estaba muy bien lubricada. Y cuando me lo comenzó a meter y sacar me sentí literalmente partida a la mitad. Me montó como por una hora. Me puso en poses diversas y variadas, y cambiaba de ritmo constantemente. No sabría decirles si llegué a un orgasmo o no. Creo que la experiencia fue más bien un desahogo que necesitaba con urgencia. Al final eyaculó en mi interior, dando bufidos de toro y maldiciendo en alemán…

Tía Silvi, ya está la cena.- me llegó a decir Deina, hija de Bertita.

Gracias nena…- le respondí desconcertada.

Entré a la casa, ya había atardecido, empezaba a hacer frío. Cené sin decir una palabra. Luego me fui a mi cuarto a seguir pensando. Una y otra vez, esos 2 recuerdos regresaban a mi mente. Llegó la noche y me dispuse a dormir. Ni le di las buenas noches a nadie, solo me metí a mi cuarto.

Me dormí, más no dormí. Me veía desnuda corriendo. Mis senos rebotaban en el aire y mi cabello dorada volaba libremente en el. Detrás de mi, Flavio y Hans (el alemán) me perseguían, desnudos también. Me atrapaban de las caderas y me tiraban bruscamente sobre el césped. Allí me inmovilizaban y comenzaban a tocarme. Metían sus manos por cada uno de los rincones prohibidos de mi cuerpo, me arrancaban suspiros y espasmos involuntarios, y sin poder evitarlo, me iba humedeciendo lentamente, me calentaba lentamente.

Era un sueño curioso, porque a pesar de que me estaba obligando y que concientemente no quería y me trataba de oponer, lo estaba disfrutando. Pronto, Hans pasó a montarme, mientras que Flavio me sostenía de las manos. Hans me dio durísimo, y casi puedo jurar que podía sentir su pene entrando y saliendo de mi adolorido interior.

Luego vino el turno de Flavio. No lo recordaba tan vergudo. El también me dio como a una muñeca, poniéndome en 4 mientras Hans sostenía mis manos para que escapara. Me dio durísimo también. Y yo pasé gimiendo y pujando como una parturienta toda la cogida.

Al final, me pusieron de rodillas y eyacularon sobre mi cara. En realidad no era semen, eran miados, pero yo los recibía con la boca abierta, encantada. Terminaron, pero yo me quedé arrodillada, esperando lo que venía a continuación… Beto.

Mi hijo llegó caminando. Traía su pene hinchado y mirando hacia arriba. Un inmenso gesto de inocencia se dibujaba en su rostro. Venía totalmente desnudo. Su cuerpo blanco y lampiño se miraba tan hermoso. Yo me le acerqué gateando, y al llegar cerca, tomé su pene entre mis labios y se lo comencé a chupar. Me lo metía entero entre la boca y lo succionaba desde la base hasta llegar a la cabeza, donde terminaba dándole le lengüetazos. Y el solo me miraba con el mismo gesto, ahora acompaña de de una inmensa ternura y comprensión.

Después ya se imaginarán lo que pasó, me le entregué y lo dejé hacer conmigo lo que se le dio la gana, tal y como hago ahora. Pasó sobre mí como un profesional, y hasta hizo ver ridículos a Hans y a Flavio. Llenó como nadie el interior de mi vagina, y me hizo pegar de berridos todo el encuentro. Al final, me puso en 4 y eyaculó sobre mí de la misma manera en que hicieron los otros 2. Quedé hecha un charco de fluídos. Luego desperté…

Me encontraba sudando la gota gorda sobre mi cama. Mi mano derecha metida entre mis piernas y la otra sobre mis senos, sobándolos y estrujándolos. Estaba que ardía de la excitación. Mi vulva chorreaba fluidos profusamente y dibujaba una gran mancha sobre el camisón. Y mi respiración estaba muy acelerada y mi corazón latía con mucha fuerza.

Salí corriendo al patio, en busca de aire puro y refrescante. Caminé hasta el baño. Estaba muy avergonzada. Si yo misma peleé con mi familia por lo que hicieron con Beto, ¿como podía ser posible que yo soñara haciendo el amor con el? ¿Y que me gustara tanto? ¿Y que estuviera caliente todavía?

Iba sollozando, e hice tanto ruido que mi hermana Berta se despertó, ella siempre tuvo el sueño muy liviano. Detrás de ella vino Rosario que no podía dormir. En cuanto me vieron, supieron lo que había pasado, ahora me había tocado a mi experimentar la soledad total y tan inmisericorde en que todas vivíamos. Algo tenía que cambiar y sería rápido. Y la decisión que tomamos al día siguiente cambió nuestras vidas para siempre…

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

Pueden hacer sus comentarios al correo de mi nuera, gracias. Y les agradecemos a todos los que nos han escrito. Les pido disculpas si esto no resulta un relato muy erótico, pero es que decidí escribirlo tal y como pasó. Gracias.

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