Beatriz 06
Llegó la hora de la cena, hice huevos, frijoles, crema, lo de siempre. Comieron Gisel, Carlos, Otilia y Maritza. Carlos no dejaba de verme, lo que me hacía sentir muy incómoda. Mari tampoco me quitaba la vista de encima, lo cual me molestaba también, pero en forma diferente, pues con Mari sentía vergüenza y pena. Pero la mirada de la pequeña, lejos de ser de reproche, parecía de gratitud, como la de la mañana.
La noche cayó y cada uno se fue a dormir. Yo no podía, otra vez estaba acalorada, me sentía mal, triste, culpable, traidora y sucia y además estaba caliente, lo cual me mortificaba más. "¡Me estoy volviendo una mujerzuela!" pensaba. Y en la habitación sentía la presencia de mi difunto marido recriminándome.
Salí y me fui a la cocina. No quería un te ni, ni mierda, lo que quería era estar sola a pesar de que en realidad lo estaba ¿o no? Bueno, lo cierto es que el recuerdo de mi marido me acompañaba a donde fuera. Además estaba caliente y necesitaba ser saciada, y me sentía muy sucia por esa necesidad.
Iba a salir al patio a caminar un rato y pasé frente a la puerta del sótano, cuando una fuerte ráfaga de viento frío me dio de por detrás, cuando lo lógico era que me diera de frente, pues atrás de mi no habían ventanas. Entonces, empezaron los ruidos en el sótano, oía pasos, chirridos, madera crujiendo y hasta susurros, pero lo susurros los sentía en los oídos, nuevamente era la voz de mi difunto esposo, que me susurraba al oído "Beatriz, Beatriz" sin parar.
El miedo hizo presa en mí y empecé a caminar velozmente, alejándome de allí. Pasé entonces frente a una de las habitaciones y vi que había luz en ella, era el cuarto de las 2 lesbianas. Una insoportable curiosidad y morbo se apoderaron de mí y, a mesar del miedo que tenía, me asomé por la perilla. Nuevamente estaban haciendo sus ceremonias lésbicas, las vi ya casi finalizando. Hilda vestía nuevamente de dominatriz, pero esta vez con un largo vestido rojo, de cuero que le tapaba hasta el cuello y sin mostrar ni un ápice de sus poderosas tetas. Zapatos de tacón de aguja muy altos y guates de tela, todo en tonos rojos.
Sonia por su parte estaba encadenada a la cabecera de la cama, amordazada con una esfera de goma, completamente desnuda, su piel morena mostraba moretones y cardenales, además de marcas de azotes. Se veía mal, cansada y adolorida, sus oscuros pezones, que coronaban sus pequeños senos, estaban inflamados también, hinchados, y de su sexo salía un objeto que hasta la fecha yo no conocía, era un consolador plateado, grueso y metido hasta el fondo.
Por la cara de la chapina era fácil adivinar que había recibido una inmensa ración de placer y de dolor. Y la alemana tampoco se veía insatisfecha, sus fríos ojos azules brillaban con lujuria y morbo. Ya había torturado a su linda perrita, ahora se la iba a comer.
Por mi parte, sin darme cuenta, ya había llevado una mano entre mis piernas y la otra a mis senos. Precisamente esto que me daba un gran placer, me hacía inmensamente infeliz, muy miserable. Pero de pronto escuché una puerta cerrarse, pensé que alguien pudo haber salido de su pieza por lo que me alejé rauda de allí, aunque no vi a nadie a mí alrededor.
No podía más, como pude llegué al baño, donde me metí y me encerré, con una mano metida entre mis piernas y apretando mi sexo y la otra aferrada a mis senos. Como una loca me desnudé totalmente, vi mi cara desencajada en el espejo, roja, sudorosa, con los ojos muy abiertos y gesto desesperado y desorientado.
En cuestión de segundos me encontré gimiendo quedamente, sentada sobre el escusado y con las piernas abiertas, restregándome la vulva con furia, casi con saña, desquitando esa enfermiza calentura, esa anormal sed de sexo, apetito de carne. Mis senos se estremecían, se mecían violentamente en medio de los brutales espasmos que aquel tremendo orgasmo me causaba, revelándome a mi misma como una perra viciosa de sexo, una mujerzuela ardiente, voluptuosa, sensual insaciable.
Me masturbé durante no sé cuánto tiempo, hasta que ya no di más, caí rendida en el suelo del baño. Una negra lágrima que resbaló sobre su mejilla me recordó quien era y que lo que acababa de hacer era inmoral. Quedé recostada contra la pared, aun sin poder soltar mi enardecido clítoris ni mis enrojecidos senos, aun sin poder eliminar de mi cuerpo esa tremenda tensión. Dejé un charco de líquidos en el suelo, me mordía los labios para no llorar. Para ese momento, yo, Beatriz Asensio viuda de Lozano, me sentía la mujer más sucia del mundo. Todo el paraíso que llamaba hogar se me estaba desmoronando.
Y afuera, ruidos de pasos y susurros pronunciados en mis oídos terminaban de trastornarme, ¡¿me estaba volviendo loca acaso, o alguna fuerza extraña y sobrenatural estaba haciendo de mi casa su hogar, su madriguera?!
Pasé todo el día siguiente cabizbaja, cansada, desvelada, no me atrevía a ver a los ojos a nadie, especialmente a Mari. Esta por su parte parecía de lo más normal, excepto por el rubor en sus mejillas cada vez que pasaba cerca de mí. Como a eso de las 10 llegó don Jorge, Jorgito, al que llamé para que me hiciera el favor de revisarme el sótano y ver el porqué de tantos ruidos.
Pues no Bea, no hay nada raro allí abajo solo que está bien sucio y, seguro, hay ratas.
¡¿Pero y los pasos y todo lo que escuché anoche?!
Pues ¿ratas?
¡Esas no eran ratas!
Mirá, es imposible que alguien pueda entrar allí, la única entrada posible es por la puerta y esas ventanitas, pero son demasiado chiquitas y están trabadas. La puerta es muy pesada y tiene una cerradura bien grande de verdad Beatriz, nadie puede entrar allí sin la llave. y la llave siempre la tengo yo, mierda, eso no me hizo sentir mejor.
Jorgito, tan amable como siempre, se despidió con mucha cortesía y se fue a sus quehaceres de siempre, prometiéndome volver al día siguiente para ayudarme a limpiar. Mientras, yo seguía con mi mundo boca arriba, no me podía sacar de la mente a la bella e inocente Mari, recordaba su cuerpo delicioso, sus senos pronunciados, sus caderas anchas y sus nalgas paraditas. También su piel tan suave, y el sabor de su sudor y de su saliva, ese olor delicioso, extrañamente delicioso, que emanaba de su sexo. Me recordaba mi juventud, cuando mi piel era fresca como una lechuga, como el rocío del campo. Cuantos hombres no quisieron tener algo conmigo pero ya estaba entregada a mi marido, al que amé y respeté mucho.
Preparé el desayuno como una autómata, casi sin darme cuenta. Todos comieron y se retiraron a realizar sus labores cotidianas, tan solo me quedé yo en la casa y Maritza. La encontré llorando en su cuarto, desconsolada, acostada sobre su cama en oposición fetal. No pude soportar verla así, así que le pregunté:
¿Qué te pasa nena?
Nada
Esa es la mentira más grande del mundo.
Es que yo no sé por qué mi vida es así.
¿Así cómo?
Difícil.
¿Por qué lo decís?
Primero dejamos a mi papá, porque le pegaba mucho a mama y me hacía cosas a mi. También me pegaba además andaba con otras mujeres. Y ahora que me enfermé volví a hacer las mismas cosas feas y usted está enojada conmigo snif, snif.
Pero nena no fue tu culpa fue mía
No porque yo lo hice yo empecé
¡Pero estabas dormida! la gente dormida sueña muchas cosas, y algunas hacen cosas raras.
Pero a usted le caigo mal ya no me quiere
Claro que si te quiero lo que pasa, es que estoy muy apenada yo también ¡Buaaaaa!
¡Buaaaaaa! la verdad eran un par de chillonas.
Nos quedamos abrazadas un buen rato, hasta que la niña volvió a tomar la palabra:
¿Por qué me pasa esto señora?
¿Qué cosa nena?
Eso lo que hicimos las dos
No fue la primera vez que te pasa, ¿verdad? contame, ¿qué otras veces te ha pasado?
Bueno, primero con mi papi
¿Y eso como fue? Mari empezó con su narración
Pues fue una vez que me quedé solita en la casa y el regresó temprano. Mami no estaba, ella andaba trabajando afuera. Me encontró acostada en mi cama y se sentó a la par mía. Empezó a acariciar mi pelo, a mi me gusta que me acaricien el pelo
¿Qué edad tenías Mari?
Como 10 años
¡Eras una criatura!
Yo me recosté sobre una de sus piernas y me quedé dormida. Empecé a sentir cosas extrañas, y a soñar también. Soñé que estaba haciendo pipi en un campo bien bonito, pero sintiendo un calorcito y un cosquilleo bien rico, bien rico. El cosquilleo me llegó hasta mis chichitas, me picaban.
Entonces abrí los ojos y vi que mi papi me ofrecía un banano, era un banano grande, largo y grueso, parecía plátano. Estaba cubierto con cáscara todavía, así que el lo peló. Luego me lo ofreció, pero me dijo:
No lo vayás a morder nena
¿Por qué no papi?
Porque esto no se muerde, solo se chupa
¿Cómo un dulce?
Si, como un dulce pero sin morderlo al final, solo chupando
Papi me dio el banano en la boca y yo lo comencé a chupar como me dijo. No sabía a banano, era saladito. Y además estaba caliente, pero a mi me gustaba así. De repente papi me la empezó a meter y a sacar de mi boca, y a el le gustaba que yo lo chupara así porque sonreía y se reía solito. Y yo seguía sintiendo las cosquillitas ricas por todo mi cuerpo, era muy delicioso. Entonces papi me sacó el banano de la boca y lo puso en mi cosita.
Papi, por allí no me puedo comer el banano
Si podés porque es un banano especial
¿De veras?
Si, de veras el banano es mágico y es parta que tu otra boquita se lo coma.
Pero esa no es otra boquita
Si es
Mami dice que se llama vulva
Pues si, pero acordate que tiene labios mayores y menores, por eso es otra boca.
¿Pero sin dientes?
Ajá, sin dientes
Mmmm
De verdad nena, de verdad a ver, te lo voy a enseñar.
Papi empezó a empujar el banano entre mi cosita. A mi me dolía, pero seguía sintiendo rico, así que no le dije que parara. Y cuando me la metió toda, me gustó mucho. Entonces papi me la empezó a meter y a sacar duro, y mi cosita estaba toda mojada y bien abierta. A mi me dio vergüenza porque creía que me había hecho pipí
Papi siguió metiéndomela y sacándola hasta que dijo que iba a terminar. Entonces me asusté porque el empezó a gritar y a gruñir. Me sacó el banano y me lo puso en la cara, yo creí que quería que lo volviera a chupar pero no, lo que el hizo fue destriparlo, y todo el banano destripado cayó sobre mi carita. El sabor era raro, pero me gustó.
En ese momento dejé de soñar, ya no estaba en el campo bonito sino en mi cuarto, y vi a mi papi subiéndose el pantalón. Y mi cosita, estaba bien abierta y rojita, toda mojada, pensé que me había orinado. Y mi carita estaba llena de ese banano destripado, pero era raro, pues no parecía banano. Me asusté y le pregunté que qué había pasado, y el me dijo:
Soñaste nena soñaste
Pero ¿y porqué tengo esta cosa blanca embarrada en la cara?
Porque hay sueños más reales que otros
¡Me enojé tanto al oír eso, ¿cómo era posible que un hombre le hiciera eso a su propia hija?! ¡Se aprovechó como un canalla de su inocencia! ¡Malditos degenerados! Abracé a la nena con fuerza y me acurruqué a su lado, quería que sintiera que yo todavía la quería.
CONTINUARÁ
Garganta de Cuero
Pueden mandarme sus comentarios y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.