Capítulo V
En esa misma mañana pero un poco más tarde, un dueto de roncos jadeos se escuchaban en otra habitación, en un hotel lejos de mi casa, un penetrante aroma a sudor y a semen invadía las fosas nasales y una escena morbosa y caliente entraba por las retinas de cualquier observador. Cubiertos de sudor, 2 cuerpos masculinos se hallaban aun acoplados por el pene de uno y el ano del otro, descansando y digiriendo su placer.
Era un impresionante joven moreno, de más de 1.95 de altura, fuerte y robusto como un toro, con un cuerpo digno de un Mister Olimpia y una exagerada dotación de verga. Llevaba al cuello un grueso collar de perro tachonado, hecho de cuero negro y con una gruesa argolla de plata en el frente. En sus muñecas y tobillos llevaba piezas parecidas, también de cuero y con la ya mencionada argolla. Su tremendo falo descansaba dentro de las entrañas de su jinete, con un inmenso par de testículos colgando plácidamente bajo este. Acababa de regarle las tripas con su abundante carga de semen y en pocos minutos estaría listo para una nueva faena, incluso más larga e intensa que la anterior.
Sobre él se encontraba un joven de piel blanca, enrojecida por la intensidad del reciente encuentro. También estaba desnudo y cubierto de sudor, con el culo relleno por la masculinidad del otro y por su semilla, que aun se encontraba ardiendo y lo calentaba por dentro. No era la primera vez que mantenía sexo con él, pero aun así se sentía impresionado por la elasticidad de su culito, le parecía inverosímil que pudiera soportar las bruscas entradas y salidas de su interior que ese semental le propinaba siempre.
Él hubiese querido quedarse siempre así, ensartado hasta lo más profundo de sus entrañas, sintiendo ese pene gigantesco palpitando en su interior y llenándolo de su hombría y de su semen. Ojalá fuera hembra y quedara preñada de él, ojalá fuera su esclava y pudiera serle mansa y sumisa, contentándose con ser la más servil de las putas en sus manos. Pero no, eso no podía ser y esos deseos eran rápidamente reprimidos de su mente.
Se trataba de Julio Obregón, su semental no era más que un esclavo, una perra con pene descomunal que le servía ciegamente, sin pensar ni dudar. Su nombre ya no importaba, nunca lo volvería a utilizar, tan solo respondía al nombre de "Bull". Obregón debía tener cuidado cuando se enyuntara con él de esa forma, un hombre de su posición no debería recibir nunca el pene de un ser inferior dentro de su cuerpo, debía ser todo lo contrario. Después de todo él era un "macho" con poder, no podía rebajarse a servirle de "perra" a otra "perra". Así eran las reglas, rígidas pero con un objetivo, mantener el status quo dentro de la organización, que cada uno comprendiera y aceptara su lugar.
Perezosamente vio su reloj, si, ya era hora que Miriam volviera de su diligencia. Despacio y con cuidado, no tanto como para no lastimarse, sino para sentir por última vez ese leño dentro de su ser, se desembaló de Bull. Rodó al lado de este y se le quedó viendo, qué perfección de hombre, que perfecta bestia de placer. Por un momento le dio las gracias al cielo porque le perteneciera, porque fuera de él. Su plano abdomen que formaba sus perfectos y desarrolladísimos abdominales, esos pectorales increíbles y amplísimos, esos brazos poderosos y esas piernas imponentes, todo en él era perfecto. Y desde que Mimí se hizo cargo de la depilación de su cuerpo, se veía mucho mejor.
Pero era hora de la actuación, se puso una tanga de cuero que le apretaba la base de los testículos y pene solo para ocultar la gran abertura de su ano y le ordenó a Bull que le pusiera dura la verga de nuevo con una rica mamada. El titán se arrodilló en el suelo y se llevó la verga de su amo a la boca, una verga mucho más pequeña que la suya, pero para nada pequeña. Se la pasaba por toda la boca, por las mejillas, en su paladar, la succionaba a veces con fuerza, a veces suavemente, según su amo y señor le había enseñado.
Al mismo tiempo su ano comenzaba a latir, se abría y cerraba cada vez más sin siquiera tocárselo, así de bien entrenado y condicionado estaba. En pocos minutos aquel falo estuvo de pié nuevamente y listo para coger.
Montame perra, quiero reventarte entero le ordenó Obregón.
Bull se colocó a horcajadas sobre él dándole la espalda, se hincó la larga barra de carne en su interior sin apenas sentir dolor y empezó a cabalgarlo con fuerza. Justo en ese momento entró Mimí a la habitación. Para ella esas escenas eran ya normales, Obregón no perdía la menor oportunidad para cogerse a su esclavo, aunque secretamente sabía de su vicio por ser barrenado por el gigante. Pero como era su superior dentro del entramado de la organización, se hacía de la vista gorda.
Miriam Larios había sido tomada por Obregón como su asistente gracias a sus grandes dotes conciliatorios y de negociación. Le demostró desde el principio que le podía ser muy útil y se convirtió en su mano derecha. Ella bien pudo buscarse alguien más, o hacer carrera por si sola, pero Julio Obregón era una estrella que llegaría muy lejos en el horizonte y ella quería montarse en un caballo ganador.
Claro, entre sus obligaciones estaba la de saciar el hambre de sexo de su jefe, algo que no le molestaba en lo más mínimo, pues de paso saciaba las suyas y cumplía otra de sus responsabilidades dentro de la organización. Todo empleado le debía obediencia a los de mayor jerarquía, y por lo general consistía en gran medida en el sexo.
Ver al gigantesco Bull rebotar con fuerza sobre la masculinidad de su amo y gemir ruidosa y ásperamente la calentó. Sin prisas se fue quitando la ropa, ahora llevaba un conjunto de interiores blancos semi transparentes, que dejaban ver sus pezones erectos y las formas de su vulva que acababa de depilar.
Parsimoniosamente se despojó de esas últimas prendas dejando desnudo el cuerpo hermoso que se había mandado a construir. De forma igual parsimoniosa se acercó al esclavo, como una tigresa en plena cacería. Contempló por unos segundos ese inmenso falo azotarse contra los cuadritos del estómago del esclavo cada vez que este subía y bajaba de esa forma tan brusca, clavándose hasta el fondo de su ser la hermosa macana de su macho.
Mimí lo vio con deseo y se agachó con sus pequeños y delicados labios tomó el miembro y le comenzó a prodigar besos y caricias que lo ponían a palpitar. Apenas lograba tragarse el glande, pero el resto era tan grueso, largo y duro que mejor no lo intentaba. Le encantaba sentir como, debido a los violentos movimientos, el falo constantemente se le salía de los labios y se golpeaba contra su rostro, era un morbo tremendo el que le daba.
Chupale el sexo a la señorita Bull ordenó Obregón.
Bull se hizo hacia delante, sacándose el pene de su amo del culo. Se puso en 4 patas sobre el suelo y zambulló la cara entre los rosados labios vaginales de Mimí. Al mismo tiempo, por atrás, Obregón se colocaba apuntándole a su abierto trasero, de una estocada certera le enterró de nuevo toda la longitud de su garrote y recomenzó la cogida. Ahora estrellaba sus caderas con todas sus fuerzas contra las redondas, duras y grandes nalgas de Bull, que con la cara metida entre el sexo de la mujer apenas lograba gemir roncamente.
La escena se continuó por casi un cuarto de hora, Bull se bebió 2 orgasmos completos de Mimí antes que esta se derrumbara en el suelo. Minutos después Julio Obregón acababa también, pero en la cara de su esclavo, que se afanaba en tragar todo cuanto podía. Quedó con el culo abierto y algo irritado, sudando a chorros y agitado, pero muy feliz por haber servido bien.
Satisfecho, su amo se levantó y cubrió su desnudez con una bata, en parte para disimular un poco más la notoria abertura de su aun magullado ano, conocía bien a Mimí y sabía lo perspicaz y curiosa que era. Ella no se molestó en hacerlo, se sabía bella y deseable y le encantaba aquello, estar desnuda nunca la incomodó. Se quedó todavía un rato sentada en el suelo y apoyada en la pared. Bull, por su parte, no se movió ni se limpió sino hasta que Obregón le ordenó higienizarse.
¿Rica la cogida Julio? le preguntó Mimí, él solo asintió sin saber si se refería a la que le dio a Bull o la que este último le pegó a él.
¿Qué noticias me traés del Pittbull?
Lo mismo de siempre, con el Ingeniero se estrechan la mano y se abrazan frente a todos, pero cada uno con un puñal escondido detrás.
¿Y el Ingeniero qué dice?
Igual, está muy pendiente de lo que la Bestia haga no confía en él
pero tampoco se deshace de él ¿hay algo raro en todo esto? dijo, clavando la mirada en la pared.
Si, no tiene lógica. agregó Mimí Juárez es demasiado volátil y los chamanes muy astutos. Algo debe haber entre él y el Ingeniero que lo hace intocable.
Si y estoy seguro que al Pittbull le encantaría saber de qué se trata.
De hecho Julio, él sospecha algo inmediatamente captó su completa atención.
¿Qué cosa Mimí, te ha dicho algo?
No pero me da la impresión que el lío de Cobán tiene un componente mucho más profundo de lo que nosotros creemos. El Ingeniero protege a la Bestia por algo, y el Pittbull sospecha de eso, pero no me dijo porqué.
Si tan solo lo supiéramos Mimí, tendríamos una ventaja increíble de nuestro lado tenemos que averiguar qué es lo que traman el Ingeniero y la Bestia de las Montañas Nubladas, el Pittbull nos premiaría generosamente con esa información.
No sabría decirles cuál de los 2 era más traicionero y doble cara ni siquiera si aquello era un defecto o una virtud dentro de esa organización. Todos estaban conspirando contra todos, cualquier cosa que pudiera beneficiarlos aun en detrimento de un amigo era bueno. La amistad era solo una cuestión de alianzas y la lealtad una de conveniencia, era solo cuestión de tiempo para que acabaran apuñalándose por la espalda.
En su caso particular, Julio Obregón era una estrella en ascenso como ya dije. Él se jactaba que de entre todos los ejecutivos de la organización era uno de los mejores y sobre él, dentro de poco, solo estaría al Ingeniero y el consejo. Sin embargo también sabía que su desarrollo y vertiginoso ascenso llegaría hasta allí, pues el Ingeniero nunca iba a dejar su puesto. Si quería avanzar más tenía que deshacerse del Ingeniero. y para ello nadie mejor que el Pittbull, miembro del consejo y amigo y enemigo íntimo del primero. Tan solo necesitaba algo que el Pittbull pudiera utilizar contra él, algo capaz de destruirlo. Y por alguna razón sentía que se estaba acercando, aunque aun no sabía bien a qué.
"RING, RING, RING", el sonido de su celular lo sacó de sus pensamientos. Mimí lo tomó y habló, inmediatamente se lo pasó a su jefe.
Es Posca, le dijo ella dice que no tiene algo muy bueno
Posca era uno de los sacerdotes con quienes él y Mimí habían ido a negociar la noche anterior. Habían logrado su ayuda y lealtad para encontrar a ese desconocido enemigo. Si lo llamaba era por algo, Obregón tragó saliva y tomó su teléfono, ansioso por saber de qué se trataba dijo "aló"
CONTINUARÁ
Garganta de Cuero
Pueden enviarme los comentarios que tengas sobre esta historia a mi correo electrónico, con gusto los leeré. Besos y abrazos.