Beatriz 10
Esa noche no dormí, me la pasé dando vueltas sobre la cama, llorando y me lamentándome de mi vida, recordando lo que me acaba de pasar. Parecía un sueño, una especie de pesadilla, aun me costaba creérmelo. Conocí de frente a ese tal Vorandemur, me dijo un montón de cosas pero aun no alcanzaba a comprenderlas del todo. Pero igual, si las entendiera me sentiría igual una ramera, una sucia. Como un mecanismo de defensa, y para consolarme, llegué a la conclusión de que estaba enferma, que lo que necesitaba era atención profesional.
Me levanté temprano como siempre, preparé el desayuno para todos mis huéspedes y como a las 9 ya todos andaban en sus respectivos trabajos, tan solo Mari se quedó en la casa, como siempre. Creo que debo aclarar que ella no estudiaba, no sé qué problemas tuvo con su mami, que tuvo que abandona la escuela durante ese año. Saliendo estaba cuando apareció la nena.
Señora, ¿va a salir?
¡Ah! si, si nena, voy a salir un momento
¿Va al mercado?
No, voy a otro lado.
¿La puedo acompañar?
No nea, hoy no esperame adentro de la casa, ¿si?
Pero es que bueno, la espero
No le vayás a abrir a nadie nena
A nadie doña Bea.
Salí y me fui directamente a la casa del doctor Andrés, el viejo médico de cabecera de la familia, el mismo que me revisaba desde hacía muchos años, el que me vio mis embarazos y que trajo al mundo a mis hijos. Nadie me conocía mejor que el (bueno, solo Fernando, naturalmente). Además, era una persona de mi entera confianza, a el si le podría confiar mi historia.
Toqué su timbre y salió a abrirme doña Berta, la esposa.
Hola Bea, ¿cómo estás?
Bien, bien Bertita, allí pasándola.
¿No le han dado problemas sus inquilinos?
No a algunos apenas si los veo, solo llegan a dormir a la casa solo una niña de 15 si se mantiene todo el día
Ojalá que no la esté molestando demasiado
No, no, ella es muy buena no pude evitar ruborizarme.
Berta era la esposa del doctor Andrés Rojas, una señora de unos 54 años, bonita y bien conservada. Las 2 éramos muy buenas amigas.
¿Está el doctor en la casa?
¿Cuál de los 2?
El doctor Rojas
Hay 2 doctores Rojas en esta casa, dijo muy ufana Berta, pues el otro doctor era su hijo ¿con cuál de los 2 desea usted hablar?
Con el viejito
¡Qué mala sos!
¡Je, je, je, je!
Ya está algo antigüito, pero es mi muchachito lindo todavía, ¿oíste?
Si, si je, je, je
Ahorita te lo llamo Andrés Rojas era un doctor como de 70y pico de años, se casó tardíamente con mi buena amiga Berta a la edad de 37. Ella contaba con 20 añitos.
Bertita me hizo pasar al consultorio de su esposo, el cual, aunque ya estaba retirado, continuaba atendiendo a la gente, en especial a aquellos de escasos recursos que llegaban pidiendo ayuda por alguna razón, el siempre fue una muy buena persona. Me recibió muy cordialmente, como era su costumbre.
Bueno Bea, tu chequeo médico no te toca sino hasta dentro de 2 meses, ¿qué te trae por aquí? ¿Estás enferma?
Pueeeeees no sé cómo decírtelo
¿Decirme qué?
Bueno verás mis pechos están dando leche otra vez por supuesto que esa no era la razón por la que llegué a visitarlo.
¿Si? Mmmm podría tratarse de un desorden hormonal, eso es común en ustedes las mujeres. Por favor, quitate la blusa y el brasier.
Hice lo que me pidió, me despojé de la blusa rosa que traía, tejida, de algodón, y del brasier blanco de encajes. Ya lo había hecho antes, de hecho me había desnudado frente a el varias veces (era mi doctor) y este me había revisado hasta en lo más recóndito de mi intimidad, pero esta vez era diferente. Me sentía distinta, como desnudarse frente a un hombre desconocido, estaba sintiendo extrañas sensaciones.
Te voy a auscultar Bea me dijo el galeno, acercando sus manos a las carnosas, gordas, suaves y deliciosas chiches mías, manipulando mis pezones hasta que, efectivamente, salió un chorrito de lecho de ambos ¡Pero si los tenés como cuando tuviste a los muchachos Beatriz!, hasta me parecen un poco más grandes y rebosantes de leche, ¡mirá cuanta sale! tragué saliva, los dedos curiosos de mi doctor estaban despertando en mi las mismas sensaciones con las que había estado desde el sábado, el día en que pesqué a Hilda y a Sonia teniendo relaciones.
El doctor Rojas continuó pasando sus manos sobre mis monumentales chiches. De una vez aprovechó para hacerles palpaciones en busca de bultos que pudieran indicar la presencia de quistes, a mi edad eso es un riesgo permanente. Y yo, por mi parte, no podía hacer más que mirar sus manos jugando con mis mamas, ver las largas venas violetas que se movían al compás de sus dedos hurgando dentro de mis carnes. Sentía como mi corazón se aceleraba, como la temperatura de la salita iba en aumento, como la temperatura de mi piel iba en aumento. Me estaba calentado, mis pezones estaban durísimos y erectos, y yo, en mi interior, rezaba y suplicaba que se me pasara, no quería ningún bochorno en la casa de mi doctor ¡maldito Vorandemur, el tenía que ser el culpable de esto!
¿Cuándo fue que te diste cuenta de esto Bea?
Ayer en la tarde
¿Y has sentido molestias de algún tipo?
¿Cómo así, molestias?
Si, dolor o incomodidad
Incomodidad
¿En qué sentido?
-
¿Bea?
Pues no se
Beatriz, parece mentira que yo te haya atendido los últimos 30 años pareces una adolescente en su primera ida al ginecólogo
Perdón
Decime pues, ¿qué tipo de incomodidad?
Pues en todo el cuerpo la incomodidad de la que hablaba se le llama calentura.
Pero cómo ¡¿Beatriz?!
El doctor se sorprendió mucho cuando, al voltearme a ver a la cara, me vio roja, sudorosa, con el corazón agitado y la respiración acelerada. Por más que intentara disimularlo era imposible que una persona inteligente no se diera cuenta de lo caliente que estaba.
¡Beatriz, ¿qué te pasa?!
¡Perdón Andrés, perdón! ¡Esta es la incomodidad que no te podía explicar! ¡No sé que me pasa, pero me la he pasado muy excitada desde el sábado!
¿Excitada? ¿sexualmente?
Si
Pero pero ¿cómo?
Casi llorando (soy muy llorona por si no se habían dado cuenta) le conté que todo lo que me había pasado desde el día en que vi por el hoyito de la puerta a Hilda y a Sonia teniendo relaciones sexuales, incluyendo a Gisel y a Carlos, a Mari y, por último, de cómo me aparece Fernando cada vez que me encuentro ardiendo. Intencionalmente omití a Vorandemur, no quería ni pensar en el.
Pero pero
¿Tu creés que me estoy volviendo loca?
Bueno no creo que estás perturbada seguramente la muerte de tu marido te ha dejado muy mal ¿dices que cualquier cosa te excita mucho?
Si, si ¡eso es! ¡lo que pasa es que extraño mucho a Fer!
Si, si, claro pero eso no explica lo de la leche mejor sigamos auscultándote acostate sobre la camilla.
Hice lo que me pidió ya un poco más tranquila, dejando al doctor Rojas hacer su trabajo. Sentía como sus manos recorrían cada centímetro de mis voluminosos senos, como pellizcaba suavemente mis pezones, ya bien paraditos, o la manera como acariciaba con la palma de la mano esas deliciosas ubres de
"¡Momento!" me dije en mi mente, estas no son movimientos auscultatorios, esas son metidas de mano. Y no me quedó la menor duda cuando sentí como una mano intrusa se metía debajo de mi falda y por debajo de mis bragas, en la más flagrante y desvergonzada metida de mano que se haya visto.
¡Doctor Andrés!
¡Dejate de babosadas Beatriz que estás empapadísima!
¡Déjeme!
¡Pero si lo estás disfrutando!
¡Voy a gritar!
No vas a poder
El doctor me tapó la boca, poniéndome la mano encima con mucha violencia y fuerza mientras seguí con su otra mano metida dentro de mi intimidad. Yo luchaba y forcejeaba, pero no conseguía sacar la mano intrusa ni liberar mi boca para poder gritar a todo pulmón. Sin embargo, poco a poco dejé de oponer tanta resistencia. Casi sin sentirlo, mis deseos de huir se fueron diluyendo entre una nueva sensación, algo que jamás había sentido antes. Bueno, si, pero en otra forma.
No me di cuenta de cuando fue que cerré los ojos, pero lo siguiente que supe de mi fue cuando el doctor me colocó un grueso esparadrapo en los labios. Entonces reaccioné y traté de liberarse de nuevo y salir corriendo, pero el viejo me lo impedía.
¡Durante más de 30 años te vi ir y venir a mi consultorio, siempre acompañada del imbécil de tu marido! Ahora, el ya no está y tu te estás convirtiendo en una puta ¡Ahora si vas a ser mía! el doctor me sacó de un fuerte jalón el vestido tirándolo al suelo, y luego mis bragas blancas, que se llevó a la nariz saboreando su aroma ¡Sos una diosa! ¡Sos una diosa! ¡Siempre lo has sido!
El viejo, como una energúmeno, me empezó a meter los dedos entre la raja, rebosante de fluidos y caliente hasta casi quemar. Y yo no hacía nada, sorprendiendo al doctor y a mi misma, pues ambos esperábamos una denodada resistencia de mi parte. La boca del viejo se aferró a mis pezones, mordisqueándolos y succionándolos con fuerza. Lo hacía con una teta, y luego se pasaba a la otra, estaba como un niño pequeñito con un juguete nuevo, el juguete que había deseado durante toda su vida.
Se separó, volteó a ver a la puerta, y se dirigió corriendo a esta para echarle llave, luego volteó a verme de nuevo, que solo lo miraba desde la camilla, con las piernas abiertas y chorreadas, respirando a 100 por hora, sudorosa y roja como un tomate también muy caliente.
¡Es que sos una puta de verdad Beatriz! ¡Ese Fernando hijo de puta tenía muchísima suerte de andar con una perra tan buena como vos! yo no entendía como me podía dejar hacer todo esto, estaba allí, tirada y mansa como una ovejita que se iba a dejar devorar por un lobo feroz.
El viejo me vio con la cara desencajada por la excitación, tanta que una de sus manos temblaba. Entonces se desabrochó el cinturón y dejó caer su pantalón y calzoncillo. Tenía una verga grandísima, como 18 cm. de carne bien dura, apuntando a la pobre y caliente ser, que solo lo miraba impotente, pero deseosa.
Se acercó a mi, me abrió bien las piernas y me acomodó a su gusto boca arriba, sobre la camilla, con la cintura en la orilla, con el sosteniéndome de las piernas. De un solo golpe me metió hasta el fondo su hinchadísimo miembro y yo me estremecí, ya habían pasado varios años desde la última vez que había tenido sexo con mi esposo, y volver a sentir un pene en mi interior me trajo muchos recuerdos.
Me gustaría verle la cara al idiota de tu marido Bea ¡que me mire cogiéndome a su mujercita!
Si el se hubiese podido meter en la cabeza de la mujer que estaba violando, lo hubiera visto, pues yo, al voltear a mi izquierda para no recibir el asqueroso aliento del viejo en la cara, vi a su esposo, como otras veces lo había visto, observándome detenidamente. Pero esta vez la sonrisa en sus labios era un poco más obvia, además de estarse masturbando, ¡se estaba masturbando! ¡Vorandemur hijo de puta, volvía a disfrazarse de Fer otra vez para gozar con mi degradación!
Como todas las veces que me pasaba, yo ya no pude volver atrás, terminando convertida en la puta que durante tanto tiempo soñó Andrés en convertirme. Dejé al viejo darse gusto conmigo, mientras yo lo disfrutaba increíblemente. Tuve un orgasmo tan fuerte que el viejo no hallaba como acallar, mirando sorprendido como me convulsionaba en la camilla y mojaba su piso con mis fluidos y hasta miados.
Andrés tampoco demoró mucho más, se comenzó a morder los labios para no gritar mientras inundaban el interior de mi vagina con raudales exageradísimos de leche. Luego se separó de mi, dejándome sobre la camilla.
No recuerdo bien como fueron los momentos posteriores a la violación de la que fui víctima, solo recuerdo que salí del consultorio tambaleándome por la puerta que daba hacia la calle para no ver de nuevo a Bertita, Andrés me sacó por allí. Luego, que me fui como una zombi a mi casa, sintiendo que volaba, que me encontraba en otro mundo. Lo que sí podía recordar bien era el temblor en la mano del doctor, un temblor involuntario bastante raro, y su gesto de cansancio y agotamiento extremo.
Y para cuando supe de mi, me encontraba en mi cuarto, desnuda, con las piernas abiertas, cubierta del sudor que 4 orgasmos seguidos habían hecho manar, con Fernando masturbándose a mi lado y Mari hundida entre mis piernas, lamiendo ávidamente mi sexo.
¡Maldito! le susurré a la imagen de mi esposo, sabiendo que se trataba de Vorandemur.
¿Perdón, me habló doña Bea? me dijo Mari, sacando la carita en de entre mis piernas toda cubierta de una brillante capa de fluidos lubricantes y de semen; le negué con la cabeza - Mmmmm yo pensé que me había hablado esto sabe igual que la leche que le salía a mi papá de su pipi ¿me explica después qué es?
Si le contesté casi sin hablar.
¡Gracias!
La quinceañera se quedó lamiendo y chupando mi sexo, a ella le encantaba, mientras yo me agarraba de la cabeza preguntándome "¿Qué me pasó? ¿Qué me pasó?".
CONTINUARÁ
Garganta de Cuero
Pueden mandarme los comentarios y sugerencias que tengan de esta historia a mi correo electrónico, besos y abrazos.