De esposa ejemplar a ramera empedernida II
Consuelo 05
Después de darme cuenta que mi esposo tenía otra familia y a otra mujer mi mundo se terminó de derrumbar. Ciertamente no era muy feliz a su lado, pero por lo menos pensaba que no llegaría a tanto. Me sentía devastada, vacía, inútil. Por ello creo que me empeñé en ver las cosas con un optimismo a prueba de balas, un alegría por la vida que servía de blindaje a mi ser deprimido, que le había perdido el sentido a las cosas y no sabía qué hacer para recuperarlo.
No digo que todo fuera gris, mi empeño por ser feliz me hacía disfrutar mis momentos también. Empecé a frecuentar a mis vecinas por las mañanas y me metí a un grupo de caridad de mi iglesia, aquellos eran mis escapes. Sin embargo poco a poco me di cuenta de la distante relación que tenía con mis hijas, con las que por más que trataba de acercarme no podía, ellas me apartaban, cortés y educadamente, pero me apartaban de sus asuntos. Era obvio que me consideraban la culpable de que sus vidas nos fueran como ellas deseaban. Carlos las mantenían muy controladas, no les daba permiso para nada y siempre estaba celándolas, las pobres vivían en una asfixiante jaula de oro.
Así pasó un año más de mi vida, un largos años en que me empeñé en olvidarme de las cosas, de la amante de Carlos y de los gustos de mi hijo, pero no pude, cada vez que mi hijo salía me lo imaginaba cogiendo con algún hombre, cada vez que mi esposo se iba me quedaba temblando de la impotencia de saber que se iría a acostar con otra. Incluso, cuando mis hijas salían a la calle me imaginaba lo mismo, especialmente cuando Lucía, de 17 años, nos llegó a presentar formalmente a su novio, Arturo, entonces un apuesto joven de 25 años, recién graduado de administración y con un brillante futuro
Pero un día las cosas llegaron a extremos, mi esposo, en un arranque irracional y totalmente inesperado, de locura y violencia, sacó a golpes a un grupo de buenos muchachos que venían a ver a Majo, la más bella de nuestras hijas. Luego la tomó contra ella, empezando a darle una tremenda golpiza. Lucía se metió, como siempre, siendo inmediatamente incluida a la fiesta de vergazos que mi marido estaba dando. Recuerdo que solo le dije a Lalita "sacá a tu hermanita Vero de aquí" y me fui a meter en medio de mi marido y mis hijas. Logré envolverlas a las 2 con mi cuerpo, y a pesar de los gritos de Lucy, pude atraer los golpes hacia mi hasta que ya no supe de mi. Carlos dejó de pegarme cuando se dio cuenta de que ya no me movía, luego, como el cobarde que era, tomó un abrigo y se fue, asustadísimo, a chupar.
Ese suceso provocó un punto de inflexión en mi historia, pues después de eso me di cuenta que Carlos era capaz de todo, que era un hombre inestable, imprevisible, violento y de carácter explosivo lo que siempre me negué a ver. ¡Qué mierda haberme dado cuenta tan tarde, pues después de ese incidente muchas cosas cambiaron! Ahí fue cuando Lucy aceptó casarse con Arturo, pues había estado dándole largas al asunto; Majo se volvió aun más tímida y retraída, Lala y Vero más perspicaces, siempre tratando de hacer las cosas a escondidas, y Juanca sobreprotector conmigo. Además, si antes no teníamos unión familiar, ahora mucho menos.
Lucía comenzó con los preparativos para su boda, apenas si me dejó participar, trataba de excluirme tanto como podía, no la culpaba. En cuanto cumpliera la mayoría de edad se llevaría a cabo la boda civil, en nuestra casa, la religiosa en la de Arturo, en Cobán. Allí, sus padres eran propietarios de una posada, así que no tendríamos problemas para hospedarnos.
Ella se veía preciosa, divina, metida en su vestido blanco y lista para entregarle su vida a un hombre, uno que la amaría hasta la muerte y le daría todo lo que a mi me negaron. Y es que Arturo era el hombre perfecto, el hijo mayor de su familia, responsable, trabajador, todo un caballero, un hombre de familia nato. Además era guapísimo, con una piel morena clara, velludo como un oso, alto y robusto (1.80).
La ceremonia fue muy linda y luego la recepción muy alegre. Afortunadamente nuestro mayor temor no ocurrió, y era que mi marido se pusiera borracho y empezara a pelear. Si se puso borracho pero no llegó a los golpes ni a las discusiones con nadie.
Pasada la media noche nos retiramos a nuestra habitación en la posada y Carlos, en cuanto llegó a la habitación, se durmió profundamente. Luego Juanca salió con unos amigos que había traído a la boda a bailar y Majo, Lala y Vero se fueron a dormir. Yo no me quería dormir aun, de todas maneras no hubiera podido hacerlo, mi marido roncaba como motor viejo y oxidado, preferí salir de mi habitación y caminar un poco por la posada, que era muy bonita.
Caminando por allí vi a lo lejos, en el segundo piso, a mis consuegros, don Norberto y doña Carmela, una pareja de lo más agradable. Tenía deseos de platicar con ellos, así que me dirigí hacia donde estaban, hasta que me di cuenta de lo que hacían, Norberto la estaba besando y pegándole una metida de mano de campeonato. Me sorprendí muchísimo, los aparentaban ser personas recatadas y conservadoras, pero bueno, nadie tampoco se imaginaría las cogidas que mi cuñado me pegó.
Curiosa como soy decidí acercarme furtivamente, llegando cerca de donde estaban, oculta tras unas macetas y la oscuridad de la noche. Allí estaba ella, apoyada contra el barandal y echando la cabeza hacia atrás. Carmela era una mujer hermosísima, tenía 43 años por aquellos días, pero no los aparentaba. Era morena clara. de 1.75, entrada en carnes, pero de constitución firme y dura, con una cintura definida, un par de enormes tetas y un culo impresionante. Su cabello era negro y crespo, corto, tenía una linda cara gatuna que la hacían ver muy sensual. Su marido Norberto, por su lado, era un hombre 50 años, de piel blanca y ojos azules, cabello negro que empezaba a teñirse de gris, con bigote y gesto bonachón. Muy velludo, era alto y de porte imponente, con 180 cm. de estatura y un musculatura fuerte, desarrollada y definida.
Norberto lamía a su mujer desde el cuello hasta el inicio de sus generosas tetas, al tiempo que le sobaba con fuerza las nalgas y le restregaba el sexo por debajo de su falda. Ella mantenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, con los brazos extendidos y tomando el barandal, se le notaba que estaba gozando de esas caricias.
El le dijo algo al oído y los 2 se alejaron tomados de la mano, de lejos y con cuidado los seguí hasta verlos desaparecer en el interior de una bodega. Dudé, lo pensé, pero no pude aguantar la curiosidad y decidí meterme también para ver qué pasaba. Entré y me escondí detrás de una estantería llena de cajas, pero que dejaban espacios lo suficientemente grandes como para ver sin ser vista. Inmediatamente la localicé con la vista, Carmela avanzada sinuosamente por el recinto completamente desnuda, tan solo se había dejado los zapatos de tacones altos, su hermoso collar, sus aretes y pulseras, su reloj y su anillo de compromiso. Aun continuaba muy bien peinada y maquillada, y pude ver que tenía el sexo completamente depilado y ¡anillado! Tenía un aro de oro atravesándole el clítoris y otros 2 en los oscuros pezones de sus soberbias chiches, además de otro en su ombligo.
Detrás de ella apareció Norberto, desnudo también, mostrando y imponente y poderoso cuerpo, peludo. ¡También tenía los pezones perforados por aros de plata, así como su pene, un garrote como de 18 cm. y gruesísimo! ¡Con qué tipo de gente me había emparentando Lucy! Miles de preguntas pasaron por mi mente, como si Arturo era parte de esto, o si sus padres lo hacían completamente a escondidas de sus hijos.
No hubieron palabras, el se le acercó por atrás y la abrazó, besando el cuello de su mujer y acariciando su pechos. Esta se dio la vuelta y quedaron los 2 frente a frente, trenzándose en un apasionado beso, Norberto le daba de nalgaditas mientras ella se colgaba de cu cuello. Mi consuegra cada vez se veía más feliz, dominada, entregada, podría decir que su actitud era completamente sumisa ante su esposo, que no paraba de manosearla por todos lados.
¡Qué linda estuvo la boda, verdad mi amor! le dijo Carmela con los ojos mojados, muy conmovida.
Si, muy linda nuestro hijo ya es un hombre de familia
¡Y yo que lo sigo viendo como mi bebé! dijo ella ya llorando, yo sentía lo mismo, Lucy era mi primogénita también y aun la seguía viendo como mi nena.
Qué bueno que se consiguió una mujer como Lucía, es buena, fuerte, luchadora y lo adora.
Si, me tranquiliza saber que va a pasar su vida con ella. mi orgullo de madre se infló mucho.
Bueno mujer, ya se casaron, ya bailamos, ya comimos ahora de postre me das las nalgas.
Lo que tu me podás mi vida ya sabés que soy tuya
Bailá para mi entonces
Carmela se subió sobre una gran mesa de madera que tenía allí, rústica y muy pesada. Empezó a bailar como una auténtica stripper, como la puta de cabaret más experimentada del mundo. Meneaba las caderas a ritmos cadenciosos, mostrando un perfecto dominio de sus muslos, glúteos y abdomen. Sus pechos ciclópeos pendulaban al ritmo de sus contorsiones, los pliegues de su sexo se mostraban impudorosamente y brillaban pues la madura hembra ya estaba caliente.
Un ademán del marido fue suficiente para que la esposa entendiera la orden, se bajó del mueble e inmediatamente buscó el pene de su marido poniéndose de roillas. Lo tomó entre sus manos con reverencia y empezó a frotarlo, desde el glande hasta los huevotes peludos, que eran de verdad enormes. Luego se lo llevó a la boca, comenzando a lamer y mamar el glande alternando con lamidas y masajes. Pronto ya estaba metiéndoselo y sacándoselo destreza, saboreando cada cm. de piel. Se lo sacaba de la boca y lo lamía despacio por todo lo largo, para luego besarlo y succionarlo de nuevo.
¡Increíble, hay que ver como son las familia decentes en la intimidad para conocerlas bien! Mi consuegra le mamaba la verga a su marido tan bien como una puta auténtica, y con su atuendo parecía una esclava sexual verdadera, me costaba creerlo a pesar de tenerlo frente a mis ojos.
¡¡¡AAAAAHHHHHHH!!! ¡¡¡AAAAAHHHHHH!!! ¡¡¡CARMELA, SOS LA MEJOR PUTA DE ESTE MUNDO, AAAAHHHHHHH!!! ¡Voy a acabar tomátelo todo!
Norberto tensó todo su cuerpo, agarró a su mujer del pelo y le clavó la verga hasta la garganta. Carmela lo abrazó de las nalgas y lo apretó más contra si a pesar de no poder respirar, mientras su marido emitía un largo, grave y gutural gruñido con que el que se vació por completo dentro de la garganta de su mujer. No vi que ella derramara una sola gota de esperma, solo que sus ojos se pusieron rojos y se llenaron de lágrimas, en un reflejo natural cuando se tiene la garganta obstruida (ya lo he sentido).
Se alejó un poco de ella, observándola mientras tosía y recuperaba el aire. Luego se sentó en una silla y su mujer, dócil y mansa, se hincó entre sus piernas y procedió a dejarle la verga totalmente limpia, además de erecta por completo de nuevo. Mi consuegro le metió un par de dedos entre la boca que ella empezó a chupar con religiosidad, se puso de pié y así la llevó de nuevo hasta la mesa, en donde hizo que se sentara con las piernas abiertas mientas el se acomodaba entre estas, ensartándole la verga poco a poco.
Carmela pegó un fuerte y agudo gritito cuando estuvo totalmente empalada, siendo cargada de las caderas por su esposo y amo. Levantándola en el aire, Norberto comenzó a moverse, despacio al principio, meciéndola con suavidad mientras ella se apoyaba con ambas manos de los bordes de la mesa y lo abrazaba con los muslos, mirándolo fijamente a los ojos, con una mezcla de excitación, sumisión, respeto y amor.
Mi consuegro se la cogió así por un buen rato, cada vez con más fuerza, arrancándole gritos de placer más intensos a cada nueva acometida. La bajó al suelo y la puso sin delicadeza de espaldas, apoyada sobre la madera con las manos y con su suave y redondo culote ofrecido a el. La volvió a penetrar, dándole esta vez con todo, con furia, a una gran velocidad. Las carnes de su esposa esclava no paraban de estremecerse, sus tremendas tetas, aun más grandes que las mías, se golpeaban una y otra vez contra la rústica mesa, haciendo sonar los aros de sus pezones contra esta. Y ella no paraba de gemir.
¡¡¡¡AAAAHHH, AAAAHHH, AAAAHHH!!!! Carmela gemía enloquecida, sometida por su marido, dejándolo hacer con ella lo que este quisiera, alcanzó un orgasmo así - ¡¡¡¡NOOOORRRRRRRR, NOOOORRRRRRRR!!!! ¡¡¡¡¡¡NOOOOOOUUUUURRRRRRGGGGGGGGHHHHHHH!!!!!! todo su cuerpo se estremeció, los ojos se le llenaron de lágrimas y comenzó a estrellar el rostro contra la mesa, lo que provocó que Norberto la tomara del pelo nuevamente y la detuviera.
Norberto tomó unos lazos que tenía bajo la mesa y con mucha brusquedad le ató las muñecas a las patas del mueble, dejándole con los brazos extendidos y aun más indefensa. Luego le ató los pies a la mismas patas, dejándola toda abierta, la pobre hacía malabares para no perder el equilibrio.
¿De quién sos perra, quién es tu amo?
Tu, tu sos mi amo Norberto este le propinó una nalgada fuertísima.
¿Y qué querés que tu amo te haga, puta sucia? "perra", "puta sucia", no lo podía creer, ese no era el educado, cortés y muy respetuoso Norberto que conocí.
Que me someta, que me tortura y me viole que me convierta en un pedazo de carne que el pueda usar ¡¡¡AAAAAAAYYYYYYYYGGGGGG!!! ella gritó cuando su marido le retorció con saña los aros de sus pezones.
¡Cállate perra sucia, silencio! y la volvió a azotar con furia en las nalgas, ahora 2 veces.
Le comenzó a frotar la verga a lo largo de toda su caliente y mojada raja, embadurnándola bien con sus fluidos hasta que, de un solo y firme golpe, la penetra pero por el ano. ¡Dios mío, nunca creí que la monumental tranca de ese hombre pudiera entrar con tanta facilidad por ese orificio! Obviamente había ya mucha experiencia de por medio, pero no por eso ella dejó de gritar y llorar. Su cara se puso roja, gimió y sollozó pero no se opuso, más bien la recibió entera con tal mansedumbre que me quedé sin palabras.
La cogida fue brutal, dura e inmisericorde. Norberto la tomaba de las tetas como queriendo arrancárselas, le jaloneaba los pezones con saña, le jalaba el cabello, trataba de romperle el ano por completo, llamándola puta, perra, sucia, ramera. Y Carmela lo aceptaba todo, gritando cuánto lo amaba y jurándole fidelidad y sumisión eterna.
Norberto acabó mugiendo como toro embravecido dentro del ano de su mujer. Luego quedaron inmóviles por un momento, el la abrazaba y la besaba, susurrándole cosas al oído. Aproveché ese momento para escabullirme de regreso a mi habitación. Iba caliente, ardiendo, pero no podía hacer nada, pues a pesar de que mi marido estaba a mi lado nunca me atrevería a tratar de seducirlo, y masturbarme, ni hablar.
Continuará
Garganta de Cuero.