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Beatriz II (01)

en Grandes Series

Beatriz II 01

Buenos días, soy Garganta de Cuero y les mando un efusivo saludo. Quiero agradecer toda la atención que le han puesto a mis relatos hasta ahora, de verdad es un gran aliento para seguir escribiendo.

Hoy les entrego la segunda parte de mi serie "Beatriz", publicada en esta misma página. Escribí una secuela viendo el buen recibimiento que tuvo la primera parte, y espero que les gusté igual. En esta continuación e incluido más elementos de magia, dominación, un sexo más fuerte que en la primera. De hecho, no haré distinciones entre sexo gay, hetero, e incluso algunos elementos de zoo y sado. Espero que les guste y que la disfruten, y no olviden comentarme sus opiniones y sugerencias, mi correo electrónico está a su disposición.

Besos y abrazos.

Garganta de Cuero.

 

Me hallaba desnuda y arrodillada en el baño de mi pieza, de espaldas a él, sosteniéndome apoyando la cabeza contra la pared. Estaba cubierta de sudor, con el corazón aceleradísimo y agitada, jadeando con la boca abierta y babeante, habían pasado ya más de 45 minutos masturbándome en la soledad del baño, y aunque había gozado como una cerda ya no daba para más, tan solo estaba esperando a que él se saciara.

Me llevó hasta mi habitación y me ordenó que me desnudara contoneándome como una bailarina exótica. La verdad es que nunca acostumbré a bailar, y pensé que ya de cincuentona no iba a empezar. Je, je, la verdad es que uno piensa demasiadas cosas y al final se hace solo lo que se puede. Poco a poco, a base de satisfacerlo siempre, aprendí a bailar un poco, ahora sabía contonear mis caderas de modo sensual, aprovechando lo anchas que son y ese par de nalgas grandes, redondas y aun firmes que poseo. También aprendí a aprovechar el vaivén de mis tetonas mientras danzo, excitándome yo solita de verlas mecerse al compás de mis serpenteantes movimientos.

Pronto me encontré totalmente desnuda y con el sexo ya húmedo, es increíble la facilidad que ahora tengo para mojarme, desde que ese ser llegó a mi vida.

Beatriz, frótese la vulva y chúpese los dedos impregnados con sus propios fluidos…

Inmediatamente lo hice, me senté sobre mi cama y llevé una de mis manos a mi inflamada y enrojecida vulva, la cual se encharcaba lentamente. Comencé a pasarme la palma de las manos por encima de ella, despacio, para poder darme más placer, que después de todo era lo que él quería. Me metí un dedo, luego otro, para después sacármelos y llevarlos a mis labios, en donde los chupé y lamí con deleite. Ya me había aficionado mucho al sabor de mi propia intimidad, ahora me caliento como no tienen idea saboreándola.

Repetí la operación varias veces, me acercaba rápidamente al primero orgasmo, que tuve con una mano bien metida en medio de mis piernas cerradas que la apretaban contra mi vulva. Dentro de ella, 3 de mis dedos me enloquecían moviéndolos en círculos y mi otra mano amasaba mis enormes mamas. Seguramente me veía como una cerda, sabía que tenía la boca abierta y babeaba copiosamente mientras gemía y gemía.

Quedé boca arriba sobre la cama, desnuda y empapada en sudor, con el sexo inflamado y repleto de líquidos. Jadeaba y respiraba aceleradamente, casi se me olvidó que él estaba presente, viéndome atentamente y gozando con mi placer.

Ahora Beatriz, póngase de pié y diríjase hacia su baño… tomé el pepino que se trajo de la cocina también.

Si señor… – le dije en un susurro, mientras me ponía de pié trabajosamente y tomaba el dichoso pepino, el más grande que encontré dentro de mi refrigeradora.

Entré al baño, él ya me esperaba dentro, me señaló la regadera y entré allí.

Comience acariciando su delicada vulva con la punta del pepino… si… así… – sentía la fría y lisa superficie de ese vegetal pasar por todo lo largo de mi sexo – sienta el frío Bea, no piense en nada más, tan solo en lo frío que está ese pene vegetal verde – y así era, por mi mente no pasaba nada más que la sensación de intenso placer que me estaba dando yo solita, para deleite de ese ser.

Sin que me lo pidiera, metí el pepino hasta el fondo de mi intimidad. Era muy grueso, por lo que me causó algo de dolor al principio, pero pronto me acostumbré y continué gozando. En muy poco tiempo el dichoso vegetal se enterraba y salía con violencia y ritmo vertiginoso de mi sexo empapado, causándome un placer indescriptible. Me puse de espaldas a el, apoyando la cabeza contra los azulejos para no caerme, quería que viera mi redondo y gran trasero mientras me enterraba con furia ese pene improvisado.

De nuevo, un fuertísimo orgasmo me hizo gemir como una perra en brama, casi grité y mugí como una enorme vaca madura (pero no quería gritar pues alguien más en la posada me podría escuchar). Y heme aquí ahora, tal y como ustedes me encontraron al comenzar la lectura de esta historia, desnuda y arrodillada en el baño de mi pieza, de espaldas a él, sosteniéndome apoyando la cabeza contra la pared, cubierta de sudor, con el corazón aceleradísimo y agitada, jadeando con la boca abierta y babeante como una perra hambrienta.

Bien, bien… excelente Beatriz, estoy muy complacido y satisfecho… muy bien hecho… – y tan fácil como llegó, desapareció, esfumándose en el aire.

Me quedé sentada sobre la losa por unos minutos, reponiéndome. La verdad es que ser sierva de ese ser no había resultado tan malo como supuse en un principio. Eso si, era insaciable, ni bien lo acababa de alimentar y ya estaba pidiéndome más.

Pero bueno, creo que ya es hora de que les aclare un poco las cosas, sobre todo para aquellos lectores que no hayan leído mi primera serie, titulada tan solo como "Beatriz". Pues bien, como ya sabrán mi nombre es Beatriz, Beatriz Asensio viuda de Lozano. Soy una mujer madura cincuentona guatemalteca que se mantiene en muy buen estado físico, vivo en Cobán y soy sierva de un ser milenario que en realidad no sabría decir qué es. Lo cierto es que se alimenta de energía sexual, del gozo lujurioso que sienten las personas cuando se entregan a los placeres de la carne. Por esa razón me masturbaba frente a el. Su nombre es Vorandemur.

¿Un íncubo? Quizás, no lo sé, como ya les dije, solo sé que es muy poderoso, que con sus poderes mágicos ha podido transportarme a noveles de placer que ni me podía imaginar y que he aceptado ser su sierva para poder alimentarlo, a cambio de lo que recibo su protección y muchos otros favores que una viuda sola como yo no podría conseguir jamás.

En cuanto a su físico, al cómo es el, pues les diré que no lo sé, a veces aparece con mi imagen, otras con la de mi difunto esposo. Él puede cambiar de forma a capricho, tomando la que más le plazca o convenga. Y en cuanto a mi físico, pues les diré que, sin querer llevármelas de presumida, estoy bastante bien. Soy de piel blanca y tersa, a pesar de la edad. Mis ojos son de un intenso verde esmeralda, mi cabello castaño claro y mis rasgos finos y hermosos, apenas si algunas arrugas delataban mi edad.

De cuerpo estoy aun mejor, soy dueña de un enorme, pero de verdad enorme, par de senos, redondos y aun firmes, de aureolas amplias y rosadas y pezones puntiagudos y muy sensibles. Mi cintura es muy estrecha y mis caderas anchas, mostrando al frente una densa mata de vellos negros que ocultan un sexo carnoso y delicado, siempre listo para humedecerse; y por detrás un trasero bastante grande, redondo, duro y firme, coronado por 2 nalgas bien paraditas y llamativas.

Me levanté y prendí la ducha, dejé que la fría recorriera mi cuerpo, refrescándome y aliviándome grandemente. Salí desnuda, con mis gigantescas tetas bamboleándose y me vestí con algo sencillo. Luego salí de mi habitación en dirección a la cocina, en donde me había encontrado él. Allí estaba Mari, la preciosa quinceañera que había recogido hacía algunos meses, acababa de regresar de la escuela y aun traía su bonito uniforme escolar. Nuevamente, si aun no entienden de qué estoy hablando, los invito a leer mi primera serie, "Beatriz", y si no lo desean hacer, pues lo invito a quedarse conmigo, les prometo que trataré de hacerles las cosas lo más sencillas y comprensibles que pueda.

Hola nena, ¿qué tal te fue…? – no me permitió continuar, pues tras voltear a ver a nuestro alrededor para cerciorarse que no hubiera nadie cerca, saltó encima de mi y se aferró a mi cuello, besándome apasionadamente.

Se colgó a mi, casi pierdo el equilibrio, por lo que opté por apoyarme en la mesa mientras ella exploraba mi boca con su inquieta lengua y restregaba sus duras y generosas mamas contra las mías. Luego me soltó y se me quedó mirando con ojitos brillantes y pícaros, luego se dio la vuelta y se dirigió hacia su recámara, mirándome de reojo. Así era mi niña, Maritza, mi nieta adoptiva… mi amante, lo nuestro era algo que no pude parar, y ahora ya no valía la pena tratar de hacerlo.

Ya había pasado un poco más de un mes desde que todo esto había ocurrido, y las cosas iban bien, mi pensión estaba llena nuevamente, no me faltaba dinero y mi nueva vida de esclava sexual me estaba resultando muy cómoda. Pero quiero aclarar algo, en efecto era la esclava sexual de Vorandemur, o su "sierva", como le gustaba decirme, pero tengo pleno control sobre mi vida. Mi relación con el es más bien como una especie de contrato, que en cuanto lo desee puedo deshacer.

Pues bien, después de eso le serví la comida a mis inquilinos y luego me puse a lavar los platos. Luego de enviudar de mi amado Fernando, me quedé sola con nuestra vieja casa, un caserón antiguo pero aun en excelente estado que él había heredado de su mamá. Dado que me había quedado sola, decidí convertirlo en una pensión, también para poder hacerme de dinero y poderme sostener.

– Ya regreso doña… – me dijo Wendy, saliendo con su acostumbrada canasta, llena de dulces típicos que cocinaba en mi cocina.

– Que te vaya bien niña… – le dije, la dejaba usar mi cocina para elaborar sus golosinas, que luego vendía en la calle, a cambio que me ayudase con la comida y los quehaceres de la casa, ella y su marido eran inquilinos míos también.

Terminé mis quehaceres y decidí salir a la calle un momento, a la tienda y, de paso, quizás encontrarme con algún conocido y ponerme a platicar un poco. Y efectivamente, me topé con mi vecino y gran amigo Jorgito.

– Hola Jorgito, ¿cómo está? – le pregunté.

– Bien, bien… – me contestó con cara de asustad y una visibles ojeras.

– ¿Está cansado?

– Si, si, no he podido dormir muy bien por las noches…

– ¿No? ¿Y por qué?

– La verdad no sé, pero me pongo a soñar cosas extrañas.

– ¿Y qué cosas serán?

– Cosas Bea… cosas, solo cosas raras… – noté claramente cuando desvió la pregunta, supe de inmediato que no la quería contestar.

A Jorge lo conocía de mucho antes y era mi mejor amigo desde mi niñez, lo conocí cuando su padre, un humilde carpintero venido a menos por el alcohol, le hacía trabajos al mío, administrador de una finca cafetalera propiedad de alemanes. Crecimos juntos, se volvió mi confidente y yo el suyo. Luego conocimos a nuestras parejas y formamos familias. Pero no nos alejamos, al contrario, nos hicimos más cercanos, rápidamente se volvió un buen amigo de Fernando, mi marido. Yo no pude hacer lo mismo con Irma, su ex, pues a la mujercita no le parecía nada, mucho menos hacerse amiga de la mejor amiga de su marido (si por ella hubiese sido, Jorge habría perdido toda su vida social).

Él era un ebanista que gozaba de buen prestigio dentro de nuestra comunidad, por ello es que nunca se quedaba sin trabajo, pues aunque no ganara mucho, si lo suficiente como para vivir el solo más o menos bien. Noté que, aparte de su cansancio, en varias ocasiones se le iban los ojos hacia mis partes pudorosas, y eso que llevaba un vestido discreto. Siempre le pasaba, sin embargo suponía que era inevitable, teniendo las dimensiones que tengo. Pero antes era muy discreto, pero bueno, supongo que luego del espectáculo que había dado en el mercado frente a el (en donde, sin querer, se me salieron las chiches de un vestido flojo y escotado) había quedado más que impresionado.

Platicamos de otras cosas y luego el se despidió y se fue, yo regresé a mi casa y me dispuse a continuar con mis rutina de siempre, cuando escuché fuertes ruidos provenientes del sótano. Sabía de qué se trataba, nadie puede entrar a ese sótano si no es por la pesada y rechinante puerta, que siempre estaba con llave, y yo siempre tengo las llaves. Me aproximé y la abrí, prendí la luz e inmediatamente bajé, lo encontré sentado en una silla, era Vorandemur, que había tomado mi forma. Estaba desnudo, llevando tan solo los pezones perforados, así como el ombligo y el sexo. En los pies, un par de zapatos negros de tacón muy alto y amarrados en las pantorrillas.

Hola Beatriz…

Hola… no me va a decir que ya tiene hambre otra vez… – le dije.

Je, je, je, no se preocupe, no. Me ha dejado más que satisfecho.

A bueno… porque estoy muerta.

Si, lo sé. Solo quería platicar de ago con usted…

¿Y de qué será?

De que, quizás, sería conveniente que usted tuviera una pareja, ¿no le parece?

¿Una pareja? – su comentario me sorprendió – ¿Para qué?

Bueno, usted ha sido una mujer que estuvo casada por mucho tiempo y fue feliz. Añora esos tiempos, tener una pareja, un compañero. ¿No seria su vida un poco más fácil y agradable así?

Me le quedé mirando, algo tramaba, a pesar que no llevaba mucho tiempo como su sierva ya lo había llegado a conocer bien. Algo pretendía con eso de que tener un nuevo compañero, pero qué. Y a sabiendas que podía leer mis pensamientos en cualquier momento, fui directo al grano.

– ¿Para qué quiere con me consiga un compañero?

– Pero Beatriz, no se tan desconfiada… ya sabe que yo siempre cuido de mis esclavos y mis bestias sexuales…

– Ajá… ¿para qué quiere con me consiga un compañero? – volví a insistir en mi pregunta, sin tragarme una sola de sus palabras, el solo sonrió, por alguna razón le gustaba mi forma de ser desafiante – Usted quiere algo, ¿será ponerme una especie de semental para que me coja a diario y así poder comer bien? – le solté de un solo.

– ¡Ja, ja, ja! – rió, le encantaba enojarme y escucharme así – No había pensado en eso en realidad, pero me parece una idea muy interesante, ja, ja, ja… pero necesito que usted se vuelva a casar para que coja con algún semental para mi beneficio Bea, usted lo sabe…

– Entonces…

– Bueno, era tan solo una sugerencia… usted solo piénselo y medítelo…

– Entonces sí hay algo más, ¿no es cierto? – nuevamente me volvió a sonreír.

– Me encanta su carácter, tan fuerte y suave a la vez… piénselo Beatriz, piénselo… mientras, le dejo un pequeño regalo, sé que le va a gustar. – y se esfumo en el aire como una suave bruma, dejándome, profunda y plácidamente dormido bajo la silla, a un pequeño cachorrito gris, algo desgarbado y feo.

CONTINUARÁ…

Garganta de Cuero

Pueden enviarme sus comentarios y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.

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