Beatriz 01
"Clanc, clanc, clanc" Don Jorge, mi vecino, me hacía el favor de clavar un letrero en la puerta de mi casa que decía "se rentan cuartos" mientras yo lo miraba desde el suelo.
Ya está Bea, ahora a esperar que alguien se interese y venga. Va a ver como se le llena la casa de gente.
Ojalá Jorgito, ojalá
Va a ver que así será, su casa es muy bonita.
Pues si, pero
No, no, no, no se me ponga negativa otra vez. Usted ha sido una buena mujer toda su vida, y el cielo no la va a dejar desamparada. Ya verá como le va a ir de bien.
Dios lo oiga Jorgito.
Había estado desde hacía bastantes días así de apática y pesimista. Y no era para menos, había enviudado hacía menos de 6 meses después de pasar más de 40 años junto a mi amado esposo (exactamente 42) felizmente casados. Los ahorros que el tan esmeradamente había juntado durante una vida de intenso trabajo no me durarían para siempre, así que decidí convertir mi casa en un pensión, pues es una casa antigua y grande, con muchos cuartos. Yo solamente ocuparía mi recámara, la cocina y otro cuarto más, el resto los podría dar en alquiler.
Pude pedirle ayuda a mis hijos, pero no quería importunarlos, aunque ahora lo encuentro tonto. Aunque hay que reconocer que en cierto modo si tenía algo de razón. Mi hija Consuelo, la menor, había enviudado hacía un año (otra razón para continuar vistiendo totalmente de negro y tener el corazón muy herido aun) y su situación económica no era buena. Mi hija Piedad, la mayor, estaba en apuros económicos también, así como Jesús, mi hijo segundo. Mi hija Milagros, la tercera tenía un marido que era una verdadera mierda, por lo que ni quise insinuarle que tenía problemas.
Entré a la casa y me serví un buen vaso de atol de elote, en espera de respuesta a mis plegarias, que no tardarían en llegar pero no de la forme en que esperaba.
No tardaron en contestar el anuncio, una señora, con su hija adolescente llegó interesada en alquilar una pieza. Se la enseñó, quedamos en un precio y se dispusieron habitarla. Luego apareció un joven como de 24 años, maestro de una escuela situada en una alejada aldea atendida por una ONG que también le pagaba la estancia. Se interesó por un pequeño cuarto del fondo y se quedó allí. Posteriormente una pareja de jovencitos, que a leguas se miraba que eran fugados de sus casas, se instalaron en otra pieza, y una pareja de señoritas, una guatemalteca y una extranjera, tomaron otro.
Miraba como poco a poco mi casa se estaba llenando y eso me sacaría de apuros. En el fondo deseaba que Fernando me pudiera ver, pues estaba saliendo adelante por mis propios medios, algo hasta hacía poco impensable para mi, ya que por mi educación machista y muy conservadora siempre viví bajo la protección de mi marido. Siempre fui mansa y sumisa a todos los deseos que el tuvo, más no porque el fuera malo o dominante, todo lo contrario, simplemente yo era así.
La casa era propiedad de la madre de Fernando, una amable y bondadosa señora que me trató como a su propia hija. Nuestros padres quedaron en casarnos en cuanto yo llegara a la mayoría de edad y así lo hicieron. Nos conocimos con Fer como 3 días antes de la boda y nos enamoramos en el transcurso del tiempo. Tuve mucha suerte de caer a su lado.
¡A propósito!, mi nombre es Beatriz y esta es mi historia, una historia extraña, muy extraña
Pues bien, las piezas se estaban ocupando y las cosas parecían que iban a mejorar. Cierta noche, poco después de la cena, la joven hija de una de las inquilinas limpiaba un poco de agua que había derramado en el suelo. Había llegado a pedirme el preciado líquido porque su mamá necesitaba tomarse una pastilla para el dolor de cabeza. Era una criatura preciosa, de piel blanca, ojos cafés claros y cabello negro rizado, sedoso, hasta media espalda. Tenía 15 años y su cuerpo ya estaba muy desarrollado, demasiado según mi apreciación.
Doña Beatriz, ¿me permite usar su baño?
Si Maritza, está al fondo.
Maritza se dirigió al baño y me dejó en mis quehaceres. En cierto momento quise ver la hora pero no tenía reloj, recordé que lo había dejado en una mesita, frente al baño. Me dirigí hacia esta y lo tomé, cuando de pronto una ráfaga de aire que no supe de dónde había salido (pues adentro las puertas y ventanas estaban cerradas) entreabrió la puerta. Vi a la niña con la falda de su vestido por encima de su cintura, de espaldas, mostrando una diminuta tanga blanca que se le metía en lo más profundo de su ser, en medio de 2 nalgas paraditas y duras, perfectas.
Me quedé perpleja, afortunadamente para mi la muchacha no notó mi presencia pues estaba de espaldas. Me pareció extraordinaria la belleza de sus sentaderas, lisas y suaves, visiblemente firmes y duritas. También me extrañó que una niña tan joven utilizara de ese tipo de prendas. Recuperé la compostura y me alejé rápidamente, no quería que esa niña tan dulce creyera que la estaba espiando. Además, no era correcto, no era algo que una dama haría.
La dulce pequeñita salió del baño, me dio las gracias y se fue de regreso a su pieza. Yo me quedé pensativa, extrañada, maravillada. "¡Cómo han cambiado los tiempos!" me dije, deseé por un momento tener la edad de Mari pero con la experiencia que tenía ahora, mi belleza y con muchachos como los de ahora ¡porque así habría hecho estragos!
Entonces me di cuenta del extraño pensamiento que había tenido y me avergoncé. La verdad no sabía de dónde había salido, pues yo siempre fui demasiado conservadora como para siquiera pensar esas cosas. Mejor me empeñé en dejar de pensar en ello y me fui a dormir.
Pero quedé ardiendo, estaba prendida al rojo vivo y solo las diestras manos de un buen amante me podrían saciar. No podía dormir, pero tampoco me atrevía a masturbarme, eso era pecado y sería una falta de respeto para mi marido. Y aunque el ya estaba muerto y yo sola, recordemos que la fuerza de la costumbre es a veces muy poderosa, a veces hay vínculos que no se rompen, por lo que cuesta mucho volver a empezar.
Cerré los ojos y me entregué a los brazos de Morfeo, pero mi sueño estuvo lejos de ser tranquilo y reparador
"El ambiente estaba caldeado, húmedo, denso. El aire abrasaba a pesar de estar mojado, era pesado de respirar de todas maneras la agitación reinante en la sala no permitía respirar bien
¡¡¡¡AAAAAAAHHHHHH!!!! gemían todos, en una maraña de cuerpos ardientes, manos, brazos y piernas, humedad y saliva.
En el estaba una mujer madura, como de 50 años, no me preguntón como, pero lo sabía. Se meneaba y revolvía como un gusano en medio de 3 tipos, que la manoseaban sin el menor pudor, reduciéndola al nivel de cosa. Su cabellera castaña desordenada y revuelta, estaba mojada en sudor, de ella y seguro de los otros. Se pegaba sensualmente a su voluptuoso cuerpo, también mojado, pegándose sobre la piel de su espalda, cuero, pecho y senos, que por cierto, eran enormes.
Movía en círculos su redondo y gran trasero, firme y duro, coronado con 2 soberbias nalgas, sintiendo una dura y gruesa verga que trataba de alojarse en medio. Echaba su cuerpo hacia atrás y se abrazaba de la cabeza del amante, mientras, en el frente 2 ávidas bocas mamaban de sus senos, bebiendo la leche que manaba de esas 2 grandiosas glándulas mamarias, al mismo tiempo que hurgaban con sus dedos entre la cálida y húmeda gruta sexual de esa perra, que gozaba intensamente con cada caricia.
Volteé hacia la izquierda, una jovencita rubia estaba siendo cogida por ambos orificios, por 2 hombres hambrientos de sus carnes. Del otro lado, a la derecha, otra adolescente también se reducía a objeto de placer, cabalgando sobre un hombre y chupándole la verga al otro.
Entonces escuché a alguien que me llamaba: "Beatriz, Beatriz" "
"¡Ring, ring, ring!", el estremecedor y chillón sonido de mi despertador me despertó de ese sueño húmedo que estaba teniendo. Eran las 5 de la mañana y me levanté agitada, sudorosa caliente. ¡Qué sueño tan extraño!, pensé, había pasado ya mucho tiempo desde la última vez que soñé algo parecido. Bueno, muy de lejos parecido, pues nunca había soñado en una orgía, muchos menos la había sentido tan cerca y real.
CONTINUARÁ
Garganta de Cuero
Pueden mandarme sus comentarios y sugerencias a mi correo electrónico, besos y abrazos.