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El barón de Midian: ojos de gata

en Control Mental

2003

-¿Piensas abrir una agencia de detectives aquí?

La muchacha recorrió con la mirada el lugar, y luego miró a Felipe.

-No exactamente, Helen – dijo Felipe –... Pero algo parecido.

-Ah.

La chica asintió, aunque por su gesto se podía decir que dudaba un tanto de la cordura de su amigo.

OJOS DE GATA

Habían pasado los meses, ya casi estaban en el 2002, y Felipe se había ido recuperando de las heridas físicas... Aunque no tanto de las emocionales. Expulsado del Credo, no tenía mayores planes que dedicarse a beber y fumar sin abandonar un minuto su guardilla.

Andaba de esta guisa, aburrido y apático, cuando escucho a una de las criadas comentarle a otra un tema familiar.

-Como os cuento, Jessica, mi nanita anda superpreocupada. No solo le desaparece su móvil, sino que encima comienza a recibir desde su antiguo numero llamadas vejatorias.

-¿Y no tiene idea de quien puede ser, Virtudes?

-No, para nada, pero mi nanita anda superpreocupada con el asunto.

-Y no es para más, Virtudes, la pobre Rosita debe tener un buen susto en su cuerpo.

Felipe se puso en pie, y bajo las escaleras. Aquello le había llamado mucho la atención.

-Virtudes – dijo cuando pudo vislumbrar a la pareja, las dos se pusieron tensas al verse descubiertas charlando - ¿denuncio tu hermana la desaparición?

-Oh, no, señor Felipe, ya sabe que aca no nos hacen mucho caso en esos asuntos.

-Comprendo.

Dijo esto asintiendo pensativo.

-Señor, discúlpenos, no pretendíamos molestarle con nuestros problemas, pero es que en casa las cosas andan un poco mal.

-Para nada, Virtudes – dijo Felipe, quitando peso al asunto, con un gesto de su mano – Tan solo me preguntaba si podría hablar con su hermana.

-Oh, señor Felipe, me haría tan feliz si pudiera hacer algo por ella.

-En cuanto tengas un momento, puedes llamarla, y, que me diga ella cuando la viuene bien.

-Señor, no dude que lo haré, es usted tan bueno.

Dos horas después, Rose, la hermana pequeña de Virtudes, estaba sentada en frente de Felipe, en la buhardilla.

-Cuéntame como ocurrió, me gustaría ayudarte.

-Oh, muchas gracias – dijo Rose, regalándole una sonrisa –. Bien... Fue el fin de semana pasado, estaba tomando algo con unas amigas en una hamburguesería. Había dejado el bolso debajo de la silla, y creo que me olvide de él. Solo me ausente unos momentos para ir al baño, pero las dije que me vigilaran el bolso. La cosa es que al salir, fui a echar mano de mi bolso para sacar el abono, ya que íbamos a volver en cercanías, y descubrí que mi móvil ya no estaba.

-Interesante – interrumpió Felipe -... sigue, por favor.

-Bueno, pues esto causo en mi una gran desazón, e incluso me volví a la hamburguesería a preguntar si lo habían encontrado allí tirado... Solo saque risas de la gente – su tono se extinguió, la perdida y la humillación eran aún recientes -... Me hicieron sentirme la más tonta del barrio, señor.

Felipe colocó su mano sobre la de ella, infundiéndola animo para que siguiera.

-No te preocupes, haré lo que este en mi mano para descubrir donde puede estar tu móvil.

-¿De veras, señor?

La verdad es que había sido una afirmación muy lanzada, pero Felipe haría lo que pudiera.

-Lo intentare, pero sigue, por favor, he oído a tu hermana contar que has recibido algunas llamadas desde aquel móvil ¿no?

-Si, señor, así es.

-Cuéntame, ¿qué tipo de llamadas son?

-Llamadas muy feas, señor. Me llaman para insultarme y amenazarme, y estoy muy asustada.

-Ahora cuéntame, ¿había alguien sospechoso en aquel lugar donde estuvisteis merendando?

-¿A qué se refiere como sospechoso, señor? – y dijo esto, poniéndose en guardia frente a posibles alusiones racistas – Dígame, señor, ¿qué o quien es sospechoso para usted?

Felipe sonrió, la misma historia de siempre.

-Todo el mundo puede ser sospechoso.

La contesto, devolviéndola la bola. Esto parecía hacer caer las murallas recién impuestas.

-Perdóneme, señor, ya sabe como son las cosas.

-Demasiado bien – y no pudo evitar algo de rintintin al decir esto -, pero, por favor, dime, ¿viste a alguna persona que despertara tus sospechas?

-El lugar estaba abarrotado, señor, yo no pude fijarme en todo el mundo, además, ¿debería hacerlo?

-No, claro.

Aquella conversación estaba caminando por derroteros que se salían del tema.

-Lo que si puedo decirle, es que la persona que me llama es español.

Felipe omitió el sentido que le había dado a la frase, y sobre todo a la palabra español, pues conversaciones sobre el racismo no les llevarían a ningún lado.

-¿Sabrías decirme la edad?... ¿o el sexo? Según la voz que has escuchado.

Rose se quedo unos instantes pensando, finalmente alzó la cabeza y dijo.

-Parece una chica joven.

-Ok – Felipe junto las yemas de los dedos, antes de volver a hablar -. Supongo que con esa descripción debía haber miles en aquel lugar.

-Sí, señor.

Felipe guardó silencio unos minutos, luego se levanto y extendió su mano.

-Pues muchas gracias, Rose. Te prometo que voy a hacer lo que pueda para encontrar tu móvil.

-Sé que es muy difícil, señor, pero si lo lograra se lo agradecería.

Felipe acompañó a la muchacha hasta la puerta, y, luego regreso a la buhardilla para sentarse en su sillón, mientras degustaba un cigarro.

Pero, enseguida se vio interrumpido por una nueva visita. Su amiga Sandra.

-Hola, guapísima.

Dijo él, invitándola a sentarse en el sillón que había ocupado Rose.

-Hola.

-¿Qué tal estas?
-Bien, bien, un poco cansada.
-¿Mucho jaleo hoy?
-Sí, fue un día largo.
-¿Trabajo o estudios?
-Estudios... y después fui a mi clase de yoga.
-¿Haces yoga?

Felipe la miro sorprendido, hacía tanto que no se veían que había perdido un poco la pista de su amiga.
-Sí, me ayuda a relajar tensiones.
-Sí, eso dicen. Además te hacen una persona más flexible.

Felipe no se molestó en ocultar el sentido sexual que pretendía darle a la frase.
-Sí – y le sonrió -. Son buenísimas las clases.
-Yo estuve pensando hace algún tiempo en hacer yoga, pero al final no tengo tiempo..

-Pues, si puedes hazlo, es muy bueno, y te llena de energía.

-Calla -la dijo sonriendo -, que si no tengo tiempo para ir al gym, menos tendré para yoga
Ambos soltaron una suave carcajada.

-Por cierto, a ti que te gustan los misterios, te iba a gustar una compañera mía de Yoga.

-¿Es un misterio?

Dijo Felipe sonriendo.

-Tiene los ojos de gato, y es muy rara.

-¿Y por eso tendría que gustarme? – dijo Felipe, sin dejar de sonreír, echándose hacía delante – La verdad es que según mi experiencia, las mujeres con ojos de gato son poco de fiar.

-Sí - dijo Sandra, frunciendo el ceño –, la verdad es que esa mirada suya no es muy confiable.

-¿Qué edad tiene?

Dijo Felipe, repentinamente muy interesado.

-No sabría decirte... Unos 23, creo.

-Aja – Felipe se quedo mirando unos minutos a Sandra, frunció el ceño como si algo le hubiera surgido en la mente - ¿La consideras ligera de cascos?

-Un poco.

-¿Tiene pareja?

Felipe parecía muy interesado de pronto por la joven de la que le había hablado Sandra.

-La he visto con un chico alto, un poco brutote – dijo Sandra, sonriendo ante el interrogatorio -, pero creo que no tiene ninguna pareja fija... Pues el otro día la vi con un vecino mío, y estaban muy acaramelados.

-Suele ocurrir – Felipe se recostó en su sillón - Son como gatas, solo buscan el cariño cuando las interesa.

-Sí, si.

-Un curioso ejemplar de Ser humano.

-Sí, bastante peculiar.

Apostilló Sandra.

-Y, a ese vecino tuyo, ¿le conozco yo?

Preguntó Felipe, echándose, de nuevo, hacia delante.

-Sí, Ramón.

-¿El judío?

Sandra soltó una risilla al oír, de boca de Felipe, el apodo que le habían dado a su vecino.

-Sí, ese – dijo ella, para de pronto ponerse algo más sería -. Ahora trae loca a su madre, según parece no la da buena espina la muchacha, y, dice que se huele que le esta arrastrando a líos muy raros.

-Sí, eso también es propio de la chicas gato... Meterte en líos raros – dijo Felipe, asintiendo – y, ¿tienes alguna idea sobre que líos raros son esos?

-Ni idea, aunque por lo que sé, mi compañera de yoga trae un móvil nuevo cada día, y, Ramón apareció el otro día en su casa con un regalo de esa chica...

-Un móvil.

La interrumpió Felipe.

-Sí, exacto.

Felipe se rascó la nariz un momento, y luego, mesándose la barba, dijo.

-No sabes lo útil que me ha sido que aparecieras hoy, Sandrita.

-¿De veras?

Pasaron el resto de la tarde conversando sobre temas aún más intrascendentes. Luego, Felipe, acompaño a su casa a Sandra, pues tenía intención de hacerle una visita al tal Ramón.

-¿Ramón vive en el chalet enfrente del tuyo ¿no?

-Sí.

Dijo Sandra, ya algo mosqueada por tanto interrogatorio, y, por no enterarse de que iba el tema.

-Muchas gracias, cielo, me gustaría hablar con él un rato, ahora, en cuanto te deje.

-Bueno, ya me contaras.

Felipe dejo a Sandra en su casa, y luego se encaminó a la puerta de enfrente. Llamo al timbre.

-¿Quién es?

Pregunto una voz medio adormilada, seguramente narcotizada, desde el otro lado de la puerta.

-Soy un amigo de su hijo.

-Mi hijo no tiene amigos – el tono trataba de ser amenazante, pero los narcóticos lo evitaban -, así que márchese.

-Señora, vengo a ayudar a su hijo... y a otros más que están en su situación.

-¿Es de la policía?

Y aquella pregunta, hizo comprender a Felipe que quizás llegaba tarde.

-No, soy tan solo... alguien que puede ayudarle.

Felipe espero unos minutos en silencio, hasta que escucho descorrerse los cerrojos de la puerta. Quien le abrió era una mujer de especto envejecido y demacrado, cuyos topes movimientos indicaban que estaba bajo una fuerte medicación neurológica.

-Pase, esta en su habitación.

Felipe pasó el salón, y se encamino por un estrecho pasillo hasta lo que sin duda era la puerta de la habitación de Ramón. Toco suavemente en la puerta.

-¿Quién es?

-Soy una amigo de Sandra, ¿puedo pasar?

-Qué quieres.

El tono de voz indicaba nervios, y que había estado llorando recientemente.

-Creo que puedo ayudarte.

-¿Cómo? ¿No serás policía? Si es así no voy a decir nada... Me da igual que ella diga lo que diga... Es todo mentira.

Felipe se quedó unos instantes pensando.

-¿Lo que diga quien, Ramón? ¿Sandra?

-No... Luz.

-¿Luz es la chica con la que estabas saliendo? ¿Una chica con ojos de gata?

-Sí... Esos malditos ojos suyos... Todo fue por esos ojos...

-Ramón, ábreme y hablamos.

De nuevo, Felipe, espero un rato, hasta que el cerrojo de la habitación fue corrido.

-Pasa.

Ramón se echo a un lado para dejar pasar a Felipe. Él chico le indicó que se sentara en la silla del escritorio, mientras él se sentó en la cama. Felipe observo al chico, tenía los ojos enrojecidos, respiraba dificultosamente, y temblaba.

-¿Un cigarro? – le dijo Felipe, alcanzándole su paquete de mentolados - Te vendrá bien para relajarte.

-Gracias.

Felipe se llevo otro a la boca, y encendió ambos.

-Bueno, Ramón, cuéntame.

-¿Qué quieres saber?

-Puedes empezar por lo de los móviles, principalmente uno que mangasteis en una hamburguesería el pasado fin de semana.

Por supuesto esto último era un farol, Felipe no era capaz de saber cual de todas la bandas de ladronzuelos podía haber sido, pero siempre hacía caso a su instinto.

-¿Cómo sabes?

-Es un don... Cuentame.

-Joder – Ramón se puso tenso -... Luz me dijo que estaría guay que la regalara el móvil de aquella chamaquita, y con regalar ella quería decir que... Bueno ya me entiendes... la habíamos visto hablar por el móvil antes de entrar el la hamburguesería, así que entramos nosotros también – de pronto se detuvo, y se echó las manos a la cabeza, como si intentara sacarse algo doloroso de ella -... Yo no quería tío, pero esos ojos... Joder, te miran y pierdes toda tu voluntad... Así que cuando vimos que ella se iba al baño, yo gateé bajo las mesas, y, aprovechando que sus amigas estaban distraídas hablando, la saque el móvil del bolso. Nadie me vio, ¿cómo has sabido tú que lo robé?

-Tú me lo acabas de decir.

Él chico se dio un golpe en la frente, Felipe le había engañado para que cantara.

-Joder.

-Bueno, cuéntame que ocurrió después

-Se lo di a Luz.

-Y...

El chico volvió a llevarse las manos a la cabeza.

-Ella se lo guardó, ni siquiera me felicitó ni me dio las gracias, y luego me dejo allí, tras decirme que había quedado con un amigo y tenía que irse... Así que con cara de idiota me quede allí, comiéndome lo que habíamos pedido, y, nervioso por si las tías se daban cuenta del robo.

-Pero no fue así – dijo Felipe mientras se recostaba en la silla -... Y ella luego te la jugó, te hizo algo que te ha jodido de verdad la vida.

El chico miro perplejo a Felipe.

-Sí.

Dijo finalmente.

-Cuéntame que fue.

El chico apoyo su rostro entre las manos, y permaneció en silencio unos minutos... finalmente habló.

-Quedamos al día siguiente... Bueno, más bien estuve llamándola todo el rato hasta que accedió a quedar...

-Ella estaba con otro chico.

Le interrumpió Felipe.

-Si... y, joder, no soy tan tonto como para pensar que solo se lo montaba conmigo – de nuevo hundió su rostro entre sus manos -... Pero pensaba que tarde o temprano solo nos quedaríamos ella y yo – su cuerpo tembló, y Felipe escucho un sollozo -... No recuerdo que ocurrió exactamente esa noche... No lo recuerdo con claridad... Pero yo jamás haría eso que dicen que la hice.

-Tranquilízate, Ramón, y cuéntamelo todo.

-Joder... Fueron sus ojos... Sus malditos ojos de gata... Recuerdo el tacto aterciopelado de su piel contra la mía, yo ya no era dueño de mi cuerpo, pero recuerdo que mis mano la levantaron la camiseta... Estábamos muy juntos, estaba realmente excitado, y, supongo que ella lo noto... Recuerdo el sabor a fresas de sus carnosos labios... Recuerdo como mi cabeza se lleno de un color rojo, y como mis movimientos se fueron convirtiéndose cada vez en más salvajes... Pero ese no era yo, y ella estaba tan quieta... Como dejándose hacer... Recuerdo como la recosté, y, como ella gritó cuando la penetre y comenzó a agitarse pero mis brazos la aferraban fuertemente... No era yo... No era yo... Eran esos ojos... Eran sus ojos... Sus ojos de gata... Yo no era, lo juro.

-Te creo, Ramón, te creo.

Felipe se levanto, pero antes de marcharse, y dejar a ese gimoteante ovillo de carne tirado en su cama, le pidio la dirección de la tal Luz. Ramón la garabateo en un papel, y, con manos temblorosas, se lo entrego a Felipe. El circulo se iba cerrando.

Tan solo tardó quince minutos, desde que salió de la casa de Ramón, en llegar a la casa de la tal Luz. Un chalet un poco más lujoso que él que acababa de abandonar. Le sorprendió encontrar todas las puertas abiertas, era como si le esperaran.

-Señor Dumas, estoy aquí.

La voz le llegó en el descansillo. Todo apuntaba a lo que ya se iba imaginando: la muchacha al menos poseía habilidades psíticas. Subió las escaleras, siguiendo el camino que había realizado aquella voz.

Iba a llamar a la puerta cuando escucho de nuevo aquella voz, de tonos dulces y melodiosos, casi aniñada.

-Pase, está abierta.

Cuando abrió la puerta se encontró ante una muchacha semidesnuda, por únicas prendas llevaba unas medias y un tanga de encaje (ambos), de hechizante belleza física... y cuando le miró de frente, mientras le ofrecía una copa de champagne, pudo ver de primera mano aquellos, tan famosos, ojos de gata.

-Le esperaba, señor Dumas, querrá sentarse y beber este rico champagne conmigo. Lo he dejado enfriar hasta que llegara usted.

Era difícil no mirar aquella piel dorada, o esos turgentes y firmes pechos, pero sin duda sobre todos ellos resaltaban sus ojos.

-Gracias – dijo Felipe, tomando de manos de la joven la copa –. Creo que tienes algo que he venido a buscar.

-El móvil - Felipe asintió, la chica se inclino, dándole una mejor perspectiva de sus deliciosos pechos, y cogió de un cajón e su cómoda el objeto -. Tome, se lo ha ganado, señor Dumas, es usted tal y como me hablaron.

-La hablaron de mí.

Dijo Felipe, con gran curiosidad, mientras tomaba el móvil de las manos de la muchacha, y, al rozar su piel se le encendía, aún más, el deseo por ella.

-Amigos comunes.

-Ah.

Dijo Felipe, mientras daba un último trago a la copa. Sentía la influencia de ella sobre él, pero, luchaba por no cederla el control de su voluntad.

-¿Quiere que le rellene la copa?

Y la frase estaba llena de segundos sentidos.

-No – dijo Felipe, levantándose -. Ya tengo lo que vine a buscar, así que me marcharé... Un gusto, señorita.

-Lo mismo digo, señor Dumas – y no dejó de sonreír seductora – estoy segura de que nos volveremos a ver.

-No lo dudo, señorita.

Y mientras bajaba las escaleras, y salía de la casa, Felipe ya sabía que se acababa de echar una rival muy peligrosa.

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