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El barón de Midian: un caso especial

en Otros Textos

2005

-He oído que es usted eficiente, señor.

José le miraba desde un rincón en sombras de la habitación, sentado en su sillón y jugueteando con uno de sus cuchillos.

-¿Si? ¿Eso dicen de mi?

Su sonrisa lucia más maniática que nunca.

-Sí, tengo muy buenas referencias de usted.

El individuo se acerco al centro de la sala, hasta colocarse debajo de la única luz que había en la habitación. Era Chema, el ex seminarista.

-Me alegro, pero dígame: ¿A quién tengo que cargarme?

-A un tipo odioso, que ha hecho de mi vida un calvario.

José estuvo a punto de reírse del melodramatismo de su cliente, pero contuvo su carcajada.

-¿Su nombre?

-Felipe... Felipe Dumas, creo que vive en...

José se había echado hacia delante al oír el nombre de su antiguo amigo, e hizo un gesto para hacer callar a su odioso cliente.

-No hace falta que diga más, caballero, conozco a su enemigo, y créame si le digo que ambos tenemos cuentas pendientes con él.

Días después de la conversación, el coche de Felipe Dumas voló por los aires. Muriendo en el acto el chofer, y dejando muy malherido al propio Felipe, aunque vivo.

UN CASO ESPECIAL

Hundido en su sillón, deprimido y sin ganas de moverse de su buhardilla, para Felipe aquel día era uno de sus días oscuros. Desde el último atentado contra su vida, hacía casi 3 años, Felipe se había dedicado a dos cosas: a tiempo parcial trabajaba en la agencia que había montado junto a Helen, y, a tiempo pleno se dedicaba a estar en penumbras en cualquier lugar donde poder emborracharse, fumar, y no ver el destrozo que, pese a la cirugía estética y los esfuerzos médicos, era su cuerpo. Actualmente, y a excepción del caso de secuestro de la sobrina de Rose, apenas había actividad en la agencia, así que pasaba todo el día allí sentado, envenenándose lentamente.

Sussex, el último guardaespaldas / chofer que le habían impuesto sus amigos y familiares, subió las escaleras, y, se presento ante su jefe.

-¿Señor?

-Sí, Sussex.

Respondió Felipe con desgana.

-Tiene llamada de la agencia, un caballero se ha presentado allí preguntando por usted.

El apuesto hombre de negro miró con reproche el cenicero abarrotado de colillas, y la botella casi vacía.

-¿Ha dicho de quien se trata?

-Sí, dijo que su nombre era Samuel.

Felipe se levanto de un salto, y rápidamente le dijo a su empleado:

-Sussex, prepara el cohe, voy a vestirme, y nos vamos.

-Sí, señor.

En media hora, Felipe atravesaba ya la entrada de su agencia, allí, en la sala acondicionada para la espera de los clientes, se encontró frente a frente con Samuel. Habían pasado casi 7 años desde la última vez que se vieron, pero el porte de Samuel seguía impresionando a Felipe como el primer día.

-Hola, Felipe.

-Ho-Hola, señor - el hombretón extendió su mano, y Felipe la estrechó. Una descarga de energía surcó el cuerpo del joven al apretarse las manos, era increíble que Samuel tuviera más de un centenar de años, y, tuviera el aspecto y la salud de uno de 40 bien cuidado. Le hizo pasar a su despacho, y en cuanto tomaron asiento le pregunto -. Dígame... ¿En qué puedo ayudarle?

El rostro de Samuel se ensombreció.

-Creo que hay serpientes en el nido. Últimamente nos han llegado rumores, y... Bueno, aunque tu ya no estas en el Credo – al ver que esto último afectaba a Felipe -, y, creeme hijo que yo no quise que te fueras, pero – era una mentira piadosa, Samuel fue quien tuvo que tomar la decisión sujeto por las leyes que en el pasado él mismo instauro -... Sinceramente, ahora nos serías de gran ayuda.

-Supongo que porque necesitáis a alguien de fuera, pero que sepa donde buscar ¿Me equivoco?

El tono de voz de Felipe se había blindado para evitar dejar relucir sus sentimientos.

-Sí.

Felipe junto las yemas de sus dedos, mientras se hundía en el respaldo de su silla.

-He de suponer que esas serpientes son miembros jugando a dos bandas.

-Sí.

Felipe guardo unos minutos de silencio.

-Lo haré.

-Sabía que podíamos contar contigo.

Ante estas palabras confiadas, Felipe clavó su mirada en Samuel... Nunca nadie se había atrevido a mirar al Gran Asesino con esa severidad.

-Que me echarais no significa que haya dejado de importarme el Credo... Señor.

-Lo sé.

Y por primera vez en su vida, y quizá en la de muchos, Felipe vio una cara de Samuel que nadie había visto... Vio a un hombre viejo, asustado y débil, que temía llegar a ver su sueño derrumbándose ante él.

La casa de Guy de Montagnac estaba a las afueras, era una mansión bastante ostentosa que ocupaba el centro de una extensa colina. Felipe sabía que sería recibido por el señor de la casa, y así fue.

-Cuento tiempo, mi querido Felipe.

Montagnac estaba sentado en un sillón de color turquesa con ribetes dorados, en una mano sujetaba una copa de brandy, y, en la otra un Monterrey.

-Sí, Guy, mucho tiempo.

-Siéntate y hablemos – le señalo un sillón escarlata de ribetes igualmente dorados – ¿Quieres una copa? ¿Uno de estos deliciosos puros?

Felipe negó con la cabeza.

-No gracias, traigo mi propio tabaco.

Sacó su cajetilla de Pall Malla mentolado, y, se encendió un cigarro mientras se dejaba hundir en el mullido respaldo. Guy hizo un gesto a uno de sus sirvientes para que le acercaran a Felipe un cenicero.

-Mal asunto lo de tu rostro.

-Mi trabajo con lleva sus riesgos.

Contesto Felipe con una sonrisa sarcástica.

-Ya veo – dijo Guy, mientras daba un sorbo a su copa – Bueno, supongo que no deberé tu visita a un deseo de rememorar viejos tiempos.

-Sigues siendo muy perspicaz, Guy.

-Gracias, veo que decían la verdad los que me dijeron que ahora eres detective.

-No exactamente.

Guy se encogió de hombros divertido, luego dijo.

-Bueno, entonces no tengo fuentes tan fiables como pensaba.

Felipe miró a su compañero, y con una sonrisa le indico que conocíoa muy bien sus fuentes... Las cuales interesaban a Felipe tanto como el caso quye le había traido hasta allí, pero aquellas fuentes tendrían que esperar.

-Creo que eso es un error en un Soulwalker ¿No crees?

Le soltó, irónico, Felipe.

-Si, todo miembro del Credo debe mucho del éxito de sus misiones a sus fuentes de información... Pero un ex miembro como tu, eso ya lo sabe.

Aquello había sido un buen golpe, reconoció Felipe.

-Touche.

Guy era uno de los Soulwalker más afamados, y tenía un gran puesto dentro del organigrama de la célula del Credo en EEUU, aunque apenas pasaba tiempo en el otro lado del charco. Para Guy las comodidades de su mansión, y los lujos de los que se acostumbraba a rodearse, eran su lugar de trabajo ideal.

-Bueno ¿Qué te trae a mi humilde morada?

Felipe recorrió el lugar con la mirada, mientras una sonrisa irónica se dibujaba en su rostro.

-Guy, me insultas.

-¿Por qué dices eso?

-Me crees idiota, sabes perfectamente que hago aquí... Igual que yo se que tratas con el hombre que me hizo esto.

Y el decir aquello se señaló las heridas, visibles y no visibles, que recorrían su cuerpo.

Guy se echo hacía delante.

-Siempre fuiste demasiado listo, Felipe.

Felipe sabía que él estaba detrás del sillón, antes, incluso, de escuchar el chasquido del seguro al quitarse. Salto con una agilidad impropia de un lisiado, evitando el disparo, que reventó el respaldo del sillón, donde momentos antes estaba recostado.

-Perro suertudo.

Siseó José, aún con la pistola humeante apuntando al sillón.

-¡Por qué demonios has hecho eso!

Le increpo Guy, más por el destrozo del sillón que por haber atentado contra un invitado.

José abrió la boca para decir algo, pero enseguida la cerró, y guardo su pistola bajo la chaqueta. Un craso error, Felipe había sacado la suya, y, antes de que José pudiera reaccionar, la bala atravesó limpiamente el hombro de su antiguo amigo.

-¡Cabrón!

Gimió José, echándose la mano al hombro.

Guy se levanto de un salto, y se puso en medio de los dos.

-¡No voy a permitir tiroteos en mi casa! ¡¿Ok!?

Felipe asintió. Mientras guardaba su pistola.

José, lanzó una mirada llena de odio hacia su antiguo amigo, y, luego se retiro, desapareciendo dentro de otra estancia de la mansión.

-Bueno, querido Guy, esto deja las cosas muy claras ¿No crees?

Guy había dejado su gesto arrogante, y ahora le miraba con un odio aún peor que aquel que había expresado José.

-Márchate de mi casa – le increpo -, si vuelvo a cruzarme contigo... Lo lamentaras, Dumas.

Felipe se giró, y se encamino lentamente hacia la puerta. Ya en la salida, y sin volverse, le hablo a Guy.

-Ya no pertenezco al Credo, así que nada me impide meterte a ti y a tus amigos una bala entre las cejas. Así que te prometo lo mismo que tu a mi.

-¡Bocazas! ¡¿Qué sabes tu de mis "amigos"?!

-Te podría dar una lista, pero para qué, si tu sabes los nombres mejor que yo.

Guy no contesto, pero Felipe sabía que le tenía ya bien cogido por los huevos.

Samuel le estaba esperando en la agencia.

-¿Has descubierto algo?

Felipe se giro hacia su antiguo maestro, y este pudo leer en sus ojos.

-Así que es cierto, hay traidores en el Credo.

Dijo con tono sombrío, y, de nuevo, dejando entrever su fragilidad, Samuel.

-Puedo darle una lista con los nombres... Aunque si le digo a quien he ido a ver, usted mismo podrá adivinarlos.

Samuel levantó el rostro, y Felipe se sorprendió: era la primera vez que le veía sonreír.

-No hace falta... Te estoy muy agradecido, Felipe.

-Ya le dije, señor, que hago esto por mis propios motivos.

-Lo sé... Lo sé - y mientras decía esto, Samuel se sentó en el sillón -... Felipe, te conozco desde niño, y te he visto crecer... Pese a todo, sigues fiel al Credo... y... Creo que te mereces una disculpa, aunque tardía.

Felipe tomó asiento en su sillón, e interrumpió a su antiguo maestro.

-Señor, no creo que debamos disculparnos nada el uno al otro.

Samuel movió su mano, pidiendo silencio a su antiguo discípulo.

-No me contradigas, muchacho, por favor... Mereces una disculpa, pues aquello que te hicimos fue un deshonor para ti, y, aún así, hemos podido contar contigo. Ahora, miles de cánceres, que no fueron extirpados, nos devoran desde dentro. Por eso, un ejemplo como el tuyo es de agradecer y de premiar.

-Pero señor...

Samuel, de nuevo, lo acalló con un gesto.

-Creo que Midian te vendrá bien, quizá los médicos de allí puedan lograr éxitos en donde no los han tenido los de aquí – Samuel miro a su antiguo discípulo, que escuchaba aquello con verdadera disciplina -... Además, te vendra bien ir familiarizándote con tus nuevas posesiones.

Felipe asintió agradecido, finalmente alcanzaba aquello con lo que tanto había soñado... L. Felipe Dumas, Barón de Midian.

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