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El regreso: el marqués de essex

en Grandes Series

EL MARQUÉS DE ESSEX

Guy vertió el contenido de la salsera sobre la entrepierna de la muchacha, que yacía desnuda encima de una mesa preparada para la cena. Sus voluptuosos pechos y sus carnosas mejillas, lucían ya cubiertos de algo que parecía yogourt de fresa.

El día anterior...

El Marqués de Essex la llevó a si palacete, Bleauchat.
La desnudó, y, una vez la tuvo desnuda, la agarro la carita… La vio redonda y apetecible: La lamió y mordió sus mejillas
-Mmmmm… Que jugosas están.
Con su otra mano la agarró un pecho… lo apretó.
-Mmmmmm… Que carnoso - le dio un mordisco -… y además esta jugoso.
La apretó contra si… Apretó y amaso su trasero con las manos
-Mmmmmm… Te has alimentado muy bien para mí… Vas a ser un bocado muy exquisito.
Su mano se metió entre los muslos, y sus dedos la masajearon los labios vaginales y el clítoris
-Mmmmmm… Que buenos filetes saldrán de aquí.
El pene se coló dentro de ella, las manos se colocaron bajo el trasero y la elevaron
-Voy ha abrirte bien el coñito, para que quepa la barra con la que te voy a empalar
La penetró sacando y metiendo la polla, cada vez más rápido, cada vez más fuerte… Sintiendo como todo su cuerpo se calentaba, como la subían los calores. Él volvió a morder sus enrojecidas mejillas
-Ahora están en su punto… Mmmmmmm… Voy a cenar bien rico: inocente asada… Mmmmmm…
Uno de los dedos se metió por su anito… Pronto ya eran dos… Subiendo y bajando, adentro y afuera. Ella comenzó a gemir, mientras su ano se dilataba cada vez más.
-¿Te gusta?
-S-si.... ah...

Susurraba ella mientras se arqueba hacía él.

-Me encantaría probar a meterte mi polla por tu delicioso culito

La volteó y la colocó frente al muro, la apretó contra él y levanto sus piernas para disponer del ano lo mejor posible… Así, con el anito bien dilatado, la penetró de un solo golpe, y sin importarle que gritase por el momentáneo dolor
La oprimió fuerte contra la pared para que la penetración fuera lo más profunda posible, excitándose al sentir como se tensaban los músculos del esfínter... Una mano magreaba, mientras, su pecho izquierdo, y la otra la daba azotes en un cachete de su duro y tenso trasero. Cuando se cansó, cogió sus muñecas y las clavó contra el muro, y. apretó más fuerte casi aplastando su cuerpo contra la pared, casi traspasándola, aunque fuera anatómicamente imposible, de lado a lado con su miembro.

Ella gemía más y más fuerte, intentaba deshacerse de la presa y se movía para sentirle cada vez más adentro.

Los dientes se clavaron en su cuello, movidos por el hambre, la lujuria, y la pasión del momento.

De pronto, ella, sintió algo cálido dentro de sus entrañas, nunca lo había sentido antes, era como una quemazón placentera... No se la ocurrió pensar, hasta que lo vio escurrirse por sus muslos, una vez que él se hubo retirado, que era su sangre mezclada con el esperma.

Ella se apoyó contra la pared, mareada... indefensa... Toda su fiereza inutilizada... Entonces le vio acercándose y empuñando una guadaña... Se perdió el resto, al desmayarse.

Ella se despertó desnuda, con el tacto de algo suave, afilado, y frío sobre su piel
-¿Ya estas despierta?

No hubo respuesta a la pregunta del Marqués. Estaba atada a una mesa, por cada esquina un pañuelo sujetaba sus manos y sus piernas. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que lo que se paseaba por su piel desnuda era la guadaña.

-¿Te gusta mi juguetito?
Tampoco, esta vez, el marqués, logró respuesta por su parte.
La hoja curvada se oprimía contra la copa de su pecho derecho.
-¿Sabes? Me gustaría oírte gritar mientras te cerceno este delicioso bollito relleno - una gotas de sangre se abrieron paso al cortar unos centímetros de carne-. Si, seria delicioso. Pero antes creo que voy a divertirme.
Giró la guadaña, y comenzó a penetrarla con el largo mango de negra caoba... Lo movió adelante y atrás, para que el sexo se lubricase y el mango entrara cada vez más profundo… Lo que empezaron siendo centímetros, se fueron volviendo decímetros... hasta llegar al metro introducido.

Hacia delante, y hacía atrás, se divirtió viendo como combatía, ella, por no sentir el placer que esto la provocaba, viendo como intentaba liberarse de las ataduras que inmovilizaban sus brazos y sus piernas.

El mango de negra caoba ya se encontraba metro y medio dentro de ella, él había sido cuidadoso de no tocar nada importante durante el ascenso. La garganta de ella comenzó a sentir el acorchado sabor a madera.

Hacia delante, y hacía atrás... Ella sentía como los tejidos se rompían en su interior, tosió un poco, y, gotas de sangre salieron disparada de entre sus labios.

Él comenzó a remover el palo en círculos dentro de ella, sus labios vaginales dieron todo lo que podían en elasticidad, cada vez, él, sentía más deseos de ella. Removió el palo, como si las entrañas fueran un caldero, y su interior el contenido del guiso.
Ella se abandonó ante la mezcla de dolor y placer, mientras de su boca comenzaron a emerger los órganos hechos papilla... lentamente… Hasta dejarla vacía... Hasta convertirla en tan solo un cascaron de carne vacío…

Pero ella murió con una sonrisa de placer, un último orgasmo congelado en el tiempo.
Extrajo el mango del interior, y comenzó a usar la hoja para trocearla, poco a poco... lentamente... Disfrutando / saboreando su carne conforme la separaba del resto de ella.

De nuevo en el presente...

La lengua se desplazó lentamente sobre los pechos untados de yogourt...

-Sabes – la dijo, levantando su afilado rostro de entre los pechos de ella – Allí donde he pasado la mayoría de mi vida, había un hombre muy interesante, un marqués como yo, al que seguro te hubiera gustado conocer.

-¿Si, mi señor?

Dijo ella, con una voz tan dulce y melodiosa como su cuerpo desnudo.

-¿Sabes, cielo? – dijo, recostándose, junto a ella, sobre la mesa – En ocasiones me siento solo.

-¿Por qué os sentís solo, mi señor?

Él se limitó a mirarla con deseo, en lugar de responderla. Para él, ella tan solo era un caramelo más que saborear, un juguete nuevo con el que jugar... Desde luego no era un ser vivo ante sus ojos.

Extendió su brazo para agarrar un cuchillo bien afilado, lo deslizó por la piel del torso de ella... Y cuando llego a su entrepierna, introdujo la hoja, dejando el filo hacía arriba, y luego retrocedió por el mismo camino, mientras la sangre les salpicaba... La muchacha chillo como un cerdo, y sangro como tal, hasta que murió... poco antes de que él marqués la acabara de abrir en canal.

Se quito la fina camisa de seda, que había quedado salpicada por la sangre, y salió del comedor por la puerta principal.

-Marcel.

Si fiel mayordomo esperaba a escasos metros de la puerta, siempre dispuesto a contentar a su señor.

-Sí, señor.

-Si ves a Ganímedes, dile que o se cuida en mandarme mejor mercancía, o dejaremos de hacer negocios con él ¿Puedes creer que esta última hablaba?

-No, señor, no puedo creerlo... Estad seguros que me quejare a Ganímedes, por ello, de vuestra parte.

-Así lo espero, Marcel, así lo espero.

El Marqués de Essex, Guy de Montagnac, subió las escaleras hasta sus aposentos, los cales no abandonaría hasta bien entrada la tarde del día siguiente.

-¿Señor?

Marcel cruzó la puerta de los aposentos privados de su señor, no sin antes haber recibido autorización para cruzarlos.

-¿Si, Marcel?

-Hay una caballero abajo, viene acompañado por dos jóvenes. Creo que es un comerciante de esclavos.

-¿Le has dicho que ya tenemos suministrador?

-Si, así lo desea el señor, pero como el señor se quejó de que Ganímedes no le traía buena mercancía.

Guy se quedo unos instantes sopesando, luego se puso su batín de terciopelo azul y bajo al salón donde esperaba comerciante con su pareja de corderitos asustados.

-Creo señor, que estará enterado, pues creo que en su gremio las delimitaciones son claras, que suelo tener tratos con el antiguo Coronel Ganímedes.

Comenzó diciéndole Guy al recién llegado.

-No tenía noticias de tal cosa, mi señor, y me disculpo si en algo os impide hacer tratos conmigo. Pero tengo a estos dos ratoncitos tiernos y jóvenes, y ando buscándoles un hogar.

Guy clavo su mirada en el hombre enjuto, y algo desagradable a la vista, que vestia aquel histriónico traje a rayas horizontales.

-Déjame ver antes a la muchacha.

El hombrecillo empujó a la chica, y esta trastabillo hacía el marqués.

-Hola, jovencita, ¿cómo estas?

El marqués la observaba, mientras caminaba alrededor de la asustada muchacha.

-Bien... Bien.

Tartamudeó la chica, sin atreverse a mirar al marqués

-Eso es dos veces bien ¡Jajajajajajajajajajajajajajaja! – dijo él marqués, levantando la redonda carita de la chica, para observarla con detenimiento –. Hermosa boca – luegos e volvió hacía el mercader, que esperaba, con el hermano de la chica sujeto por los hombros, en el marco de la puerta - ¿Están sanos, mercader?

-Rebien, Marqués.

Dijo el mercader con su sonrisa de rata cruzando su huesudo rostro.

-Me alegro – dijo acariciando con sus dedos largos una de las redondas mejillas de la muchacha -. Me gusta que las chicas que entran a mí servició estén sanitas - esto la dijo, el Marques, con una lujuriosa sonrisa -. Se la ve voluptuosa y me gusta el sonrosado de su piel ¿Cuánto me pides por la muchacha?

-¿No queréis también al hermano, marqués?

El marqués se detuvo para observar, con gesto amanerado, al muchacho.

-Bueno... Me servirá para algún divertimento.

-Serán 200 Magus por cada uno.

El marqués se detuvo a pensarlo un momento.

-Me parece justo. Ve y dile a mi mayordomo que te de la suma de 400 Magus, y márchate.

Cuando el mercader se hubo marchado, el marqués se giro hacía sus dos nuevos juguetes que estaban juntos sentados en un sillón, mirándole con gran temor.

-Marcel – el mayordomo regresó tras pagar al mercader, y se detuvo tras su señor esperando las ordenes -. Llévate al chico a los calabozos, quizá me sirva para alguna practica de esgrima.

El mayordomo agarró al muchacho por el brazo, y se lo llevo fuera de la sala.

-Tú – dijo a la muchacha -. Desnúdate, quisiera ver mejor aquello por lo que he pagado.

La muchacha se encogió en el sillón, en un gesto pudoroso. El marqués camino hacia ella.

-Por favor, no.

-Haz lo que te pido, y no supliques.

-Imagíneme, señor... y no me tome así.

El marqués rió cruel ante la ocurrencia de la joven.

-¿Tendré que atarte, y arrancarte la ropa?

-¿Señor?

El marques se giro molesto hacía su mayordomo.

-¿Qué quieres, Marcel? ¡Tú!

-Hola Guy – dijo el Barón sin apartar su cañón de la sien del mayordomo -. No sabía que habías regresado a Bleauchat.

Guy dejó a la muchacha en el sillón y se encaminó hacía el trío que conformaban su mayordomo, el Barón, y el hermano de la muchacha.

-Así es, Felipe, había poco que hacer en mi antiguo hogar – miró al muchacho que se ocultaba detrás del Barón – Supongo que vienes por los chicos, note el aroma de Midian en la muchachita.

-Eres un rival de gran carácter, Marques de Essex.

Felipe no quitaba ojo del mayordomo, pero, aún menos de Guy de Montagnac, Marqués de Essex.

-Me halagas. Espero que tu mente ande igualmente afilada, y recuerdes nuestro último encuentro y lo que te prometí.

-Claro que recuerdo ambas cosas, Guy, y estoy preparado para ello desde que vi que el mercader cruzaba las puertas de Bleauchat, y, salía solo después de unos minutos.

El marques aplaudió suavemente a su rival.

-Se va a perder a una gran mente, Barón.

-¿De verdad crees que seré yo el primero en caer... Marqués?

-Sin duda lo creo.

Y con una rapidez cegadora tomo un sable del muro, donde estaba colgado. Felipe golpeó al Mayordomo, dejándolo inconsciente sobre la moqueta del salón. La primera estocada pasó a centímetros del pecho de Felipe, pero la inercia del impulso colocó el cañón de la pistola contra las narices de Guy. El marqués de Essex se quedo palido, Felipe hizo ademán de presionar el gatillo...

-¡Maldito bastardo, dispara!

. Le increpó el marqués desafiante.

Felipe respondió al desafío con una sonrisa, y un golpe con la culata en plena sien del marques.

-Bueno, chicos – les dijo a los dos jóvenes -, vuestra madre os espera, así que marchémonos.

Al salir, los dos chicos se fijaron en el mercader, que yacía atado y amordazado junto a la puerta de Bleauchat. Luego siguieron al Barón hasta donde había dejado su montura, presta a salir vuelta a Midian.

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