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El regreso: bleauchat

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BLEAUCHAT

Lord Ricardo se negó a acatar la decisión del Gran Consejo, y se retiro a La Costa de Fuego junto a los pocos fieles que le siguieron (Sir Juan y Sir Heinrith abandonaron a su antiguo señor, Du Lak se exilio avergonzado por no haber actuado en defensa de la hija de Sir Heinrith).

Las tropas del Gran Consejo llegaron a la Costa de Fuego, y su mayor poderío se impuso sobre las diezmadas tropas de Lord Ricardo. Este decidió atrincherarse en la fortaleza junto a los pocos supervivientes, pero los Arponeros que habían sobrevivido a la invasión, viéndose liberados, por el ataque, del yugo de Lord Ricardo, se unieron, junto a sus familias, a las tropas del Gran Consejo.

El asedio de la fortaleza duro semanas, y, cabe decir en su defensa, Lord Ricardo sufrió por su gente en cuanto la comida y el armamento empezaron a escasear. Pero no tuvo que esperar mucho, pues un sorprendente final tuvo la fortaleza: un ejercito de demonios aprovecharon el conflicto para atravesar las fronteras y atacar el edificio. Por primera vez en semanas, Lord Ricardo, se alegro de tener a las puertas de su fortaleza al ejercito del Gran Consejo, este hizo retroceder a los demonios y salvo la mayoria de las vidas de los que se encontraban en la fortaleza.

Lord Ricardo fue apresado, aunque "Rat" O´Hoggan, para rabia del Barón de Midian, escapó. Días después, Lord Ricardo, compareció ante el Gran Consejo, y fue condenado al exilio de las tierras féricas.

-¿Por qué uno a veces tiende a alejarse de aquello que le hace bien queriendo convencerse de que en realidad quiere estar en otro sitio pero sabiendo al mismo tiempo que está donde debe estar?

Felipe se quedó unos minutos observando al hombre que venía a pedirle consejo, era un viajero, sus ricas ropas indicaban que no era un simple vagabundo... quizá un turista o un estudioso. Dio una calada a su cigarro, y después le dio la respuesta que venía buscando.

-Querido amigo, ciertamente, como buen individuo bajo el símbolo numérico del 6, te obsesiones mucho por el control de tu vida (quieres controlarla hasta extremos que pueden acabar frustrándote). Buscas como loco el bienestar en tu vida, el equilibrio, y yo te digo "Hubo una vez un hombre al cual se le dijo que debía vencer al dragón, y este hombre pasó toda su vida buscándolo... obsesionándose con la idea, pues, si lo vencía, se le prometerían muchos bienes materiales y espirituales. Así pasó toda su vida, en una obsesión constante, hasta que en su lecho de muerte tuvo una revelación: había malogrado su vida porque el Dragón estaba dentro de él". Así te digo, amigo, que no debes obsesionarte con controlar cada resquicio de tu vida, se que tienes un carácter fuerte, y, en ocasiones hasta cabezota, pero debes comprender una cosa, estés donde estés estará el Dragón (y estarás en el buen lugar, solo tienes que dejar que tu espíritu tome las decisiones). No te frustres y ten esperanza.

El Hombre sonrió, aquel desconocido le había diseccionado con tan solo una mirada. Le hizo una reverencia al Barón, y se amrcho.

-Gracias, señor.

-Que el Gran Consejo te proteja.

Dijo Felipe como despedida.

La siguiente visitante del Barón, a su villa en Midian, fue un hombre con traje a rayas de corte victoriano, su aspecto anciano y huesudo contrastaba con la enorme energía que destilaba su porte y gestos. Venía acompañado por dos jóvenes, cada uno cogido por los hombros, por los delgados, aunque fibrosos, brazos del hombre.

-¿Qué deseáis vos, señor, o vuestros familiares?

El hombre soltó una carcajada, que aumentó la sensación de repugnancia que a Felipe ya le daba aquel recién llegado.

-No son familiares míos, mi señor – dijo el hombre, con una vocecita chillona que le recordó a Felipe al grito de una rata -, tan solo son mercancía que os vengo a ofrecer.

Felipe abrió de par en par sus ojos, aquel hombre era un tratante de esclavos.

-¿Cómo os atrevéis?

Le increpó a mercader.

-Alto señor – dijo el hombre con una sonrisa ensayada – ¿Habéis visto bien que dos ejemplares os traigo? Mirad a la muchacha, su piel sonrosada, y, su cuerpo fresco y esbelto... Su rostro redondo... mirad sus ojos grandes y expresivos, y, estos labios carnosos y sensuales ¿Acaso no sería buena amante para su señoría? ¿Y del muchacho que me decís? Un criado fuerte y joven... Y, si vuestras preferencias van más por los varones que por las hembras, igualmente bien dotado para satisfaceros... Os vendo a la pareja por un buen precio.

Felipe se puso en pie de un salto, y se dirigió enfurecido al hombre. El mercader se escudó con los dos muchachos, lo cual hizo refrenarse al Barón.

-Muy bien, cobarde – dijo el Barón, reprimiendo su rabia -. Márchate, y, no quiero volverte a verte poner un pie en Midian.

El hombre se retiro, sin atreverse a dar la espalda al encolerizado Barón, y, siempre con los muchachos entre él y el señor de la casa, con la misma sonrisa de roedor que había lucido desde que entró.

Felipe se maldijo por haberle dejado marchar junto a los dos muchachos, bien conocía él los destinos que tenían los incautos que caían el manos de los mercaderes de esclavos. Pero, cual no sería su sorpresa, cuando, un par de horas después, recibió la visita de una mujer, habitante de Midian, la cual denunciaba ante su señor la desaparición de sus dos hijos... y cuyas descripciones se adaptaban perfectamente con las de aquellos dos que había visto marchar con el Mercader.

Felipe se maldijo aún más al saber de esto, y despidió a la madre desconsolada, con la promesa de que encontraría, y la devolvería, a sus hijos sanos y salvos.

Preguntó a algunos de los vendedores que tenían su puesto cerca de la villa, ninguno supo decir muy concretamente por donde se habían ido, pero, al saber que se trataba de un mercader, todos coincidieron en que sería muy difícil seguirle la pista (ya que era conocida la capacidad de moverse por los caminos, de los mercaderes, sin ser vistos).

Aún así Felipe, que desde niño se había entrenado, entre muchas cosas más, en seguir rastros, emprendió camino en su montura.

-Hola, jovencita, ¿cómo estas?

El hombre la observaba mientras caminaba alrededor de la asustada muchacha.

-Bien... Bien.

Tartamudeó la chica, sin atreverse a mirar al hombre del uniforme azul.

-Eso es dos veces bien ¡Jajajajajajajajajajajajajajaja! – dijo él hombre, levantando la redonda carita de la chica, para observarla con detenimiento –. Hermosa boca – luegos e volvió hacía el mercader, que esperaba, con el hermano de la chica sujeto por los hombros, en el marco de la puerta - ¿Están sanos, mercader?

-Rebien, Marqués.

Dijo el mercader con su sonrisa de rata cruzando su huesudo rostro.

-Me alegro – dijo acariciando con sus dedos largos una de las redondas mejillas de la muchacha -. Me gusta que las chicas que entran a mi servició estén sanitas - esto la dijo, el Marques, con una lujuriosa sonrisa -. Se la ve voluptuosa y me gusta el sonrosado de su piel ¿Cuánto me pides por la muchacha?

-¿No queréis también al hermano, marqués?

El marques se detuvo para observar, con gesto amanerado, al muchacho.

-Bueno... Me servirá para algún divertimento.

-Serán 200 Magus por cada uno.

El marqués se detuvo a pensarlo un momento.

-Me parece justo. Ve y dile a mi mayordomo que te de la suma de 400 Magus, y márchate.

Cuando el mercader se hubo marchado, el marqués se giro hacía sus dos nuevos juguetes que estaban juntos sentados en un sillón, mirándole con gran temor.

-Marcel – el mayordomo regresó tras pagar al mercader, y se detuvo tras su señor esperando las ordenes -. Llévate al chico a los calabozos, quizá me sirva para alguna practica de esgrima.

El mayordomo agarró al muchacho por el brazo, y se lo llevo fuera de la sala.

-Tú – dijo a la muchacha -. Desnúdate, quisiera ver mejor aquello por lo que he pagado.

La muchacha se encogió en el sillón, en un gesto pudoroso. El marques camino hacia ella.

-Por favor, no.

-Haz lo que te pido, y no supliques.

-Imagíneme, señor... y no me tome así.

El marques rió cruel ante la ocurrencia de la joven.

-¿Tendré que atarte, y arrancarte la ropa?

-¿Señor?

El marques se giro molesto hacía su mayordomo.

-¿Qué quieres, Marcel? ¡Tú!

-Hola Guy – dijo el Barón sin apartar su cañón de la sien del mayordomo -. No sabía que habías regresado a Bleauchat.

Guy dejó a la muchacha en el sillón y se encaminó hacía el trío que conformaban su mayordomo, el Barón, y el hermano de la muchacha.

-Así es, Felipe, había poco que hacer en mi antiguo hogar – miró al muchacho que se ocultaba detrás del Barón – Supongo que vienes por los chicos, note el aroma de Midian en la muchachita.

-Eres un rival de gran carácter, Marques de Essex.

Felipe no quitaba ojo del mayordomo, pero, aún menos de Guy de Montagnac, Marqués de Essex.

-Me halagas. Espero que tu mente ande igualmente afilada, y recuerdes nuestro último encuentro y lo que te prometí.

-Claro que recuerdo ambas cosas, Guy, y estoy preparado para ello desde que vi que el mercader cruzaba las puertas de Bleauchat, y, salía solo después de unos minutos.

El marques aplaudió suavemente a su rival.

-Se va a perder a una gran mente, Barón.

-¿De verdad crees que seré yo el primero en caer... Marqués?

-Sin duda lo creo.

Y con una rapidez cegadora tomo un sable del muro, donde estaba colgado. Felipe golpeó al Mayordomo, dejándolo inconsciente sobre la moqueta del salón. La primera estocada pasó a centímetros del pecho de Felipe, pero la inercia del impulso colocó el cañón de la pistola contra las narices de Guy. El marqués de Essex se quedo palido, Felipe hizo ademán de presionar el gatillo...

-¡Maldito bastardo, dispara!

. Le increpó el marqués desafiante.

Felipe respondió al desafío con una sonrisa, y un golpe con la culata en plena sien del marques.

-Bueno, chicos – les dijo a los dos jóvenes -, vuestra madre os espera, así que marchémonos.

Al salir, los dos chicos se fijaron en el mercader, que yacía atado y amordazado junto a la puerta de Bleauchat. Luego siguieron al Barón hasta donde había dejado su montura, presta a salir vuelta a Midian.

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