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El regreso: ganímedes

en Grandes Series

GANÍMEDES

El hombre que una vez llegó a ser Barón de Cheshire, y héroe de guerra en las campañas del desierto, en constante mutación, de Ascetia. Se ganaba entonces la vida como mercader de esclavos, cuando entro en su vida L. Felipe Dumas, Barón de Midian, cual fin era acabar con el trafico de jóvenes con fines grotescos.

Ascetia se convertía en todo un infierno cuando su constante cambiar de orografías, se volvía el de un verdadero desierto desolado... Un desierto de brillantes arenas doradas.

La comitiva caminaba bien organizada por entre las dunas que se asemejaban a montañas de oro.

Una de las muchachas encadenadas, todas eran mujeres semidesnudas, y, encadenadas las unas a las otras, formando una fila que parecía perderse en el horizonte; tropezó en uno de los huecos que, el peso de los pasos precedentes, había horadado en la fina arena.

Ganímedes se acercó, y, de muy malas maneras, la obligó a levantarse.

-Tengo sed.

Dijo la muchacha, abriendo lentamente sus agrietados labios.

-¿Si?

Se burló el mercader.

-Usted lleva agua, deme un poco... Se lo suplico.

Ganímedes dio un trago a su cantimplora, y luego la miró con una sonrisa despectiva.

-Lo siento, ahora esta vacía - la levantó, del nuevo, del suelo, estirándola de su cabellera pelirroja -... No quisiera volver a llamarte la atención ¿Ok?

Ella asintió, asustada.

Ganímedes regresaba hacía la parte delantera de la comitiva, cuando de pronto se giró, y miró, con un nuevo fuego brillando en sus brillantes ojos verdes, a la muchacha

-Quizá pueda hacer algo por esa sed.

La dijo, acariciándola la mejilla, y jugueteando, con su dedo pulgar, con los carnosos (y resaltados en su carmesí por el tono pálido de la piel) labios.

Temblorosa, la muchacha, le miró con ojos de suplica.

-N-No... P-Por favor.

Con cierto desprecio en su voz, ante la debilidad y el miedo, de la muchacha, Ganímedes la dijo.

-A la noche, Cuando acampemos, saciaré tú sed con mi jugo primordial.

El regresó a la parte delantera, ella sollozaba mientras reemprendía la marcha al compás de las demás... Como una corderita buena...

Horas mas tarde...

La muchacha había esperado con temor, deseando que nunca llegara el ocaso, aquella hora maldita. Sabiendo que si se negaba a ir, él, iría a buscarla y sería mucho peor.

Se acercó sumisa.

-¿Amo?

-¡Oh! Ya pensé que tenía que ir a buscarte.

-No, amo.

-Acércate.

Ella obedeció, deseaba que todo eso acabara cuanto antes.

Ganímedes comenzó a acariciar la melena roja, y la blanca piel.

-Pareces un dulce de leche con mermelada – se la acercó, y la susurró al oído -... Relájate... Voy a ser muy bueno contigo - poco a poco la hizo irse arrodillando -... ¿Qué edad tienes, corderito?

-14, mi señor

-Estupenda edad - Ganímedes se bajó sus pantalones, y empujó el rostro de la chica contra su entrepierna -. Hora de tomar tu leche, corderito, así no volverás a tener sed

El resto fue una sinfonía de arcadas, gemidos de placer, sollozos, y risas perversas...

Judith despertó dolorida aquella mañana, se levantaba el campamento y los lideres de la caravana de esclavas no dudaban en usar cualquier modo para ponerlas en marcha.

Antes de partir, se las dio un desayuno que consistía, esa mañana, en una carne sonrosada y jugosa al diente. Era tal el hambre de las muchachas, que en ocasiones llegaban a sufrir periodos de hambruna de días, que ni siquiera se percataron de dos asuntos: Los cabellos pelirrojos que flotaban, junto a la carne, en el tazón, y la ausencia de una de ellas.

Cuando la marcha se reemprendió, Judith fue encadenada con las demás. Lo que desconocían los altivos lideres de la caravana, entre los que el de mayor rango era Ganímedes, era que Judith no era lo que parecía ser.

En algún rincón del infinito desierto de Ascetia, con la noche de nuevo sobre la caravana, y, una nueva acampada ya lista. Judith había sido llamada a la tienda de Ganímedes, para que le entretuviera aquella noche.

-Desnúdate.

La ordenó el mercader.

-Si, mi señor... Pero, mientras lo hago, porque no me contáis alguna historia de vuestro lujurioso pasado, así me pondré más a tono, y, seré más complaciente con vos.

Judith sabía que de esta forma ganaba tiempo, e información, que era uno de los principales objetivos de la muchacha; el mercader, al cual le encantaba hacer jactancia de su virilidad y su apetito sexual, comenzó a narrar...

-Mas o menos 15 años atrás. En una playa de Garbinia. Hubo una pequeña mozuelita de apenas 3 añitos, que jugaba en el agua con su pelota de plástico. Yo me acerque a donde se encontraba la pequeña, y la dije: "Eres muy mona"; y ciertamente que me lo parecía aquella mozita tan tierna y rechonchita (jajajajajajajajajajajaja). Ella me agradeció, con una deliciosa sonrisita, mis palabras, y yo la pregunte: "¿Y qué tal... Te gusta esta playa?"; a la cual ella me respondió que sí, y que si a mi me gustaba. "No me podría quejar con tan buena compañía", la dije acercándome mas a ella. No retrocedió, en su inocencia no me veía como una amenaza... "¿Tiene hijas?", me preguntó con su dulce vocecilla (jajajajajajajajajajaja). "Si, una, ya cumplió 2 años", la respondí agarrandola de su bracito, "¿Quieres venir y jugar con ella?". La niña se mostró entusiasmada ante mi idea, mientras afirmaba tener tres años enseñándome tres de su regordetes "Bien... Acompáñame", la dije... La muy inocentemente, se fue conmigo (jajajajajajajajajajaja)... Caminamos cogidos de la mano hasta un lugar alejado, donde nadie nos fuera a molestar. "Eres la más bonita que jamás se hubiera visto", la dije a ese terroncito de azucar, y, ella se puso coloradita... Te juro que casi me relamo delante de ella "Que lindo color se te pone en las mejillas cuando te sonrojas". Quien me hubiera visto podría decir que parecía estar a punto de comérmela, y no andaría muy desencaminado (jajajajajajajajajaja), pero me conduje con cuidado: no fuera que algún socorrista, o algún bañista, anduviera por ahí cerca, y me sorprendiera... Pero en cuanto estuve seguro de ello...

"La niña me pregunto donde estaba mi hija, y yo la dije que se habría ido con su mama a dar un paseo... Así que por que no nos sentábamos juntitos a esperarla. Eso hicimos, no sin antes extender yo una toalla para que no tuviéramos que sentarnos en la arena. De pronto me fije en como miraba, muy asombrada, el bulto que crecía bajo mi bañador. Yo la envolví con mis brazos, y ella dijo: "Señor, ¡Qué brazos tan peludos tiene!"; a lo cual yo conteste: "Es para abrazarte mejor, y darte mucho calor..."; y mientras la rodeaba con mis brazos, con una de las manos empiece a acariciar el pechito de la nena... Ella me dijo que la hacía cosquillas, y yo, casi babeando, la susurre que la encontraba muy suave. La tumbé sobre la toalla, siguiendo con mi manoseo, que cada vez bajaba mas abajo. Ella no paraba de reír por las cosquillas, mientras me decía: "¡Qué ojos tan grandes tiene!"; a lo cual yo la conteste: "Son para verte mejor, hija mía". Mi mano ya se colaba bajo el bañadorcito rosa de la nena, y mis dedotes empezaban a acariciar su pequeña vulvita... Con la respiración entrecortada, sintiéndose violenta y confundida al mismo tiempo, la niña me pregunto ¿qué hacía?, y, yo, ya fuera de control... encendido por mis deseos... lamiendo y besando el cuerpecito que tenía bajo el mío, la dije: "¡Es para comerte mejor!" (jajajajajajajajajaja)...

-"Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió."

Le interrumpió una voz masculina. Ganímedes se giro hacía su origen. justo donde antes estaba Judith, ahora, se encontraba el Barón de Midian.

-¿Dónde?

-¿Acaso las ropas que tengo a mis pies no responden a esa pregunta?

Respondió el Barón, con una sonrisa ironica.

-¡Vos! ¡Erais vos!

El Barón asintió sin abandonar su soinrisa.

-Me temo, Coronel, que os tengo agarrado de los cojones, después de lo que acabo de oír de vuestros labios. Mi posición de Tribuno me obliga a denunciar cualquier tipo de abuso a menores, ocurriera cuando ocurriera, y si encima incluimos el que vos sois un mercader... No sé, no sé...

-¿Qué me pedís a cambio?

Suplicó Ganímedes.

-¿Me estáis sobornando, Coronel?

Dijo el Barón.

-No, no, señor... Solo proponía...

El Barón le detuvo con un gesto.

-Quizá te ayudaría el que me facilitaras la lista de mercancías que le has vendido a cierto individuo.

Los ojos se le pusierón como platos, y una sonrisa bobalicona cruzó el rostro del mercader.

-¿Quién, mi señor?

-Guy de Montagnac, Marqués de Essex.

Ganímedes tragó saliva al oír aquel nombre. Pero una rápida mirada a los ojos del Barón le indicó que no tenía elección... si es que quería salvar al menos su cabeza (pesé a que esta se pudriera, con el resto del cuerpo, en una cárcel del Gran Consejo).

-¿Que tal estas, amorcito?

Le dijo a la voluptuosa mestiza.

-Muy buena, señor.

Ganímedes estuvo a punto de soltar una carcajada ante el error gramatical de la muchacha.

-Desde luego que estas rebuena, mozita.

-Gracias, señor... ¿Desea algo más?

Dijo, servicial, la muchacha, que llevaba el traje de camarera. Ganímedes se encontraba en aquella posada, de la capital, pues allí había quedado con el Barón de Midian.

-Que te sientes aquí conmigo.

-Lo siento, señor, pero mis deberes me lo impiden... y además tengo a mi sobrinita en aquella mesa de fondo, y he de prestarla atención.

Ganímedes miró hacía donde le indicaba la mestiza, y allí pudo ver a una tierna niñita de miel morena y de no más de 3 años.

-Te comprendo... Es tan tierna.

-Le gustan los niños, señor.

-Muchísimo, preciosa... Tráela aquí a mi mesa, así nos haremos mutua compañía.

La muchacha se mostró muy alegre y aliviada.

-Se lo agradecería mucho, señor, con tanto trabajo no puedo estar pendiente de ella... Es una niña muy buena y cariñosa, le juro que no le molestara.

-Será un placer, tesoro, un placer.

Y mientras decía esto se estrujaba las manos, ante la oportunidad que se le presentaba.

La camarera trajo a su sobrina a la mesa, y esta se aupó para sentarse al lado de Ganímedes.

-Le agradezco mucho esto, señor.

Dijo la muchacha con una sonrisa de blancos dientes.

-Quizá, cuando estés menos ocupada, puedas unirte a nosotros.

-Nada me gustaría más, señor.

Ganímedes, rodeo a la pequeña con su brazo, mientras veía marchar a la apetecible tía.

-Tu, y yo nos vamos a divertir pequeña.

La dijo a la niña. Mientras su mano decencia, y sus gordos y callosos dedos se abrían, ya, camino bajo la blusita de la pequeña...

-¡Ejem! ¿Coronel?

Aquella voz congeló a Ganímedes, sin atreverse a moverse, murmuró:

-¿Ba-Barón?

-Creo que le he vuelto a pillar en mal momento.

Felipe tomó asiento enfrente del mercader, que le miraba, pálido, sin atreverse a decir nada que pudiera aumentar aún más sus problemas.

Tra-Traigo... Los papeles... Barón...

Dijo entregándole un rollo sujeto por un cordón.

-muchas gracias – dijo Felipe tomando el rollo – Ahora estos amigos le acompañaran a sus nuevas dependencias, y luego me acompañaran a visitar a nuestro mutuo amigo: Guy de Montagnac.

Dos guardias del Gran Consejo se habían dispuesto detrás de Ganímedes, este tardó un poco en levantarse, pero, se dejó llevar, sumiso, a las carceles del Gran Consejo.

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