Tengo que levantarme, pues ya está sonando el despertador, señal de que ya son las seis de la mañana. Preparar el desayuno, hacer los emparedados, tender la cama, la rutina de cada mañana; y también como cada mañana, salir corriendo porque ya se ha hecho tarde por tomar las cosas con demasiada calma. Tomar el tren de las 7:20 que, como siempre, viene tan lleno que las personas podrían derramarse por las ventanas. Esperar los 10 eternos minutos que dura el trayecto sintiéndome cada vez más una sardina. Llegar a la última estación y esperar a que las olas de gente suban las escaleras para no morir ahogado entre ellas. Atravesar el parque revolución y caminar con mi acostumbrada indiferencia las 15 cuadras que me separan de mi trabajo. Hasta ese momento todo va como de costumbre, más este no es un día tan común, y lo compruebo porque al llegar a la entrada del trabajo la máquina para registrar la entrada no sirve. Una larga fila de personas anotan su nombre, una por una, en la libreta de entradas, no sea que les vayan a poner falta. ¡Por Dios¡, como si alguien más no pudiera checar tu tarjeta o poner tu nombre sobre la hoja, lo importante es que te vea tu supervisor, algo que seguramente sucederá a menos, claro, de que hayas descubierto la fórmula para la invisibilidad. Camino a un lado de la cola sintiendo las miradas sobre mi. "Ni crea que se va a meter", "ese, ¿quién se cree?", frases que en realidad no escucho, pero se reflejan en sus ojos. Subo las escaleras. Mensajería, primer piso de telemarketing (trabajo en una empresa de atención telefónica), segundo piso, la puerta, unos cuantos metros, mi cómoda silla frente a mí. Ahora sólo falta esperar a Nora, para hacer el cambio de mi día de descanso y poder marcharme temprano. La madre de mi padre, María Concepción, o como otras personas la llamarían, mi abuela, falleció el día de ayer y asistiré a su misa y entierro. Más por morbo que por ganas, pero no puedo faltar al que seguramente será uno de los eventos más falsos que pueda recordar. Dan las ocho, ocho cinco, ¿dónde están todos?, ¿acaso están atrapados en la interminable fila? Afortunadamente Nora pudo zafarse gracias a su cargo superior. Le explico el motivo por el cual quiero realizar el cambio y enseguida me da el pésame y el cambio. No la saco de su error, creo que no necesita saber que poco me importa el que la señora se haya muerto, ya he obtenido lo que quería. Solamente me pidió algo a cambio, esperar un poco mientras que ella termina de capturar algunas solicitudes de inscripción (para las pruebas a fuerzas básicas del equipo de football para el que trabajamos) para que pueda atender llamadas. ¿Cómo negarme ante la petición de tan dulce mujer? Trabajo como si fuera un día cualquiera por unos minutos. Finalmente me avisa que ha terminado y que puedo marcharme. Me despido de mis compañeros, los cuales ya habían llegado pero olvide mencionarlos, y me dirijo hacia la puerta. Primer piso de telemarketing, baño de hombres, mensajería, entrada y escaleras finales. Bajo cuidadosamente y camino regreso a la estación para tomar el tren que antes me había llevado, ahora con un poco menos de indiferencia, creo que tengo tiempo de sobra.
Entro a la estación, deposito el transvale (boleto de descuento para estudiantes) y tomo el tren. Esta vez son solo cuatro estaciones las que me separan de mi destino. Otra diferencia, los vagones ya no son latas de sardina. En verdad me ha sobrado bastante tiempo, creo que suficiente para comer algún bocadillo en casa de mi abuelo antes de ir a la iglesia. Como si supiera que estaba por llegar, mi abuelo cocía frijoles. Con lo mucho que me gusta no puedo cumplir mi deseo de no comer demasiado. Con el estomago lleno, tal vez un poco de más, salgo rumbo al templo en compañía de mi madre, que llamó a la puerta cuando me encontraba a mitad de mi plato de frijoles recién cocidos. ¡Qué sorpresa¡, somos los primeros en llegar. Pero, ¿cómo?, si todos los hijos de María Concepción ansían mostrar cuanto les dolió su muerte. ¿Será que se han tomado unos minutos para repasar sus líneas? Tengo que esperar bastante tiempo para averiguarlo, ya que la carroza también se ha retrasado, y ¿cómo empezar la misa sin el cuerpo? Mi imaginación comienza a darse vuelo. ¿Qué tal si a medio camino, en una calle con un tráfico horrible, las puertas traseras de la carroza se abrieron y el cajón terminó debajo de las llantas de un trailer? Creo que no tengo tanta suerte, los cantos del sacerdote anunciando la llegada del invitado principal a la celebración del día de hoy rompen mis esperanzas de algo de diversión. Tengo que conformarme con la que darán los hermanos y sobrinos de mi padre, comúnmente llamados tíos y primos.
Apenas ha comenzado la misa y ya se pueden escuchar los primeros sollozos. ¿De dónde creen que provienen? Claro, ¿de dónde más si no?, del hocico de Carmen, una perra mustia que para eso de las escenas teatrales se pinta sola. Acaso, ¿estará recordando todas las cosas que le hizo a su madre? Lo dudo mucho, para eso necesitaría más de la hora que regularmente dura la misa. Ignorando los aullidos de Carmen, todo se escucha como cualquier otra misa. ¿Qué acaso no va a suceder nada que valga la pena? ¡Vaya¡, creo que Dios si escucha tus ruegos cuando estás dentro de su casa. Edmundo, el hermano de María Concepción, se ha quedado dormido y en uno de sus cabeceos no puede contener su peso y ¡ZAS¡ conoce el piso más de cerca. Joaquín, otro de los hermanos de mi padre corre a levantarlo. ¡Qué divertido¡ apenas y puedo contener la risa. Risas que no amenazan nuevamente con salir, nada más ha sucedido. Mis ojos parecen cerrarse ante tanto aburrimiento, pero mis oídos escuchan la bendición. ¡Si¡, por fin ha terminado. Únicamente espero el entierro si sea un buen show. Creo que tendré que averiguarlo. Subo al camión que nos lleva al cementerio y una buena señal, ahí al fondo está sentada mi prima Rocío, a la que difícilmente puedo reconocer detrás de esos aretes y maquillaje excesivamente negro, al menos el camino será un poco mejor. Me acercó a saludarla y al parecer a ella también le da mucho gusto verme, a pesar de las circunstancias. El camión arranca y empiezan los recuerdos.
Muchas son las anécdotas y muy poco el tiempo, razón de más para comenzar con el viaje por los viejos tiempos. ¿Recuerdas aquella vez cuándo.....te enterré la punta del trompo en la pierna nada más porque tú tiraste una de mis galletas sin darte cuenta.....jugábamos con los desechos del taller de joyería de la esquina y terminamos con la ropa llena de agujeros por las gotas de ácido que milagrosamente no terminaron en nuestra piel.....Carmen se había enchinado el pelo y mientras dormía se lo quemamos con un cerillo, por lo que tuvo que cortárselo.....levantaba de las greñas a Xóchitl, nuestra prima favorita, y tú la azotabas con la soga.....hacíamos llorar a los hijos de Concepción (otra de las hermanas de mi padre) y nos lanzaban miles de maldiciones que sólo nos provocaban más risas.....chocamos la moto de.....el camión se ha detenido, en medio de las risas y las memorias el camino resultó muy corto. Bajamos del autobús y damos inició a la caminata rumbo al lugar donde la sepultarán. Al parecer hay un problema y el terreno no es le que sus hijos esperaban. El sitio además de tierra tiene.....¡tierra¡, ¿dónde quedaron los jarrones, el marco, todo lo que suponían debería existir arriba de ese pedazo de tierra? La discusión por arreglar el malentendido no parece favorecer a la parte afectada, los sepultureros han comenzado a cavar, al igual que ha empezado el show. Carmen saca su rosario y reza como una profesional, ¿desde cuándo le nació ese gusto? Xóxhitl, que parece está en un desfile de modas vestida con una micro falda y una blusa que deja ver hasta su alma, da las primeras muestras de llanto. A esta le sigue Guadalupe, madre de ella y hermana de mi padre, que a pesar de no haber hablado con la difunta los últimos cinco años parece estar muy afectada. Teresa, la última de las hermanas cuenta chistes y ríe como si lo que estuviera presenciando fuera una función de payasos, error, eso tampoco es divertido, mejor una obra de teatro muy cómica. Soledad, la esposa de Salvador, el último de los hermanos, chismea con una mujer cuya identidad desconozco sobre la desunión que existe en la familia. Todo mundo lo sabe, pero creo que alguien que viene de una familia donde nadie conoce en que lugar se encuentra el hermano o el padre es la menos indicada para criticar ese punto. Ya no se ni quien es peor, ellos por su hipocresía o yo porque asistí nada más para ver ese espectáculo. Rocío está parada a un lado del cajón llorando desconsoladamente, al fin unas lágrimas sinceras, lástima que tengan que ser de la persona que mejor me cae dentro de la familia de mi padre. El verla si me duele un poco. En parte por no verla llorar más y en parte porque no soporto tanta hipocresía y me remuerde un poco la conciencia de ser tan cínico decido visitar otra tumba, la de mi ex novia Diana. Al llegar le cuento sobre lo que ha sido de mi vida y cuando estoy por marcharme pensando logré evitar las lágrimas, suelto el llanto. Eso será suficiente para sentirme mal por un buen rato. Satisfecha mi necesidad masoquista regreso al lugar de la sepultura de María Concepción. Ya todos caminan regreso a la entrada del panteón. Subimos al camión y comenzamos el camino de regreso.
Otros minutos de sol tras la ventana, pero en esta ocasión ya no hay recuerdos que los hagan soportables, eso sin contar con la tristeza que me dejó la visita fugas a la tumba de Diana. Ya quiero llegar a la casa de mi abuelo, tomar mi mochila y marcharme a la escuela. Lejos de resultar divertido, el viajecito terminó reviviendo sentimientos que creí superados, lo cual no me agrada en lo absoluto. Ya se alcanza a ver el letrero de la funeraria, ya estamos cerca. Llegamos en cinco minutos y rápidamente salgo del autobús y corro a casa de mi abuelo. Tomo mi mochila y camino a paso veloz rumbo a la escuela. Necesito ver a Alberto (mi actual pareja) para acabar con la melancolía que me invade. Quince minutos después estoy subiendo las escaleras que me llevan a la oficina donde quedamos de encontrarnos. Pasó por la puerta y parece que no está, lo espero sentado en los escalones unos metros más adelante. No han pasado ni tres minutos cuando lo veo caminando hacia la oficina. Se acerca a mi y me pregunta: "¿cómo te fue?". Respondo que bien, no quería preocuparlo. Entramos a la oficina y nos sentamos. Abre el messenger y checa su correo, entre otras cosas. Cuando me pregunta algo yo estoy como distraído. Estoy pensando en él. Recuerdo como revisaba en el calendario en que día caería el 15 (día en el que comenzó nuestra relación como pareja) de los próximos meses. En abril será jueves. En mayo sábado. En junio martes. ¿Cómo sabemos que estaremos juntos hasta entonces? ¿Quién me asegura que no se va a marchar mañana? Preguntas que me hago en mi afán de seguir deprimido. Se levanta de la silla y va por las llaves del baño. Ya adentro de este, lo primero que hace es preguntarme que tengo. Ya ha notado que no estoy bien. Le comentó lo que pensaba, más no el motivo que me llevo a ese estado. Me abraza fuertemente y me dice que no sabe si estaremos juntos entonces, pero en verdad lo espera. Me besa y cuando comienzo a sentirme mejor alguien entra al baño. Tenemos que separarnos y me dirijo hacia un mingitorio para hacer tiempo y no salir antes que el tipo que había entrado. Cuando ya se ha ido vuelve a abrazarme y le confieso lo de mi visita a la tumba de Diana. Sus brazos me aprietan con más fuerza. Mis ojos han comenzado a derramar algunas lágrimas que el limpia suavemente con sus dedos. Hablamos de mi culpa, de mis miedos, de nuestras renuncias y promesas, a la vez que volvemos a besarnos y permanecemos abrazados. Me dice que me quiere mucho y vuelvo a derramar algunas lágrimas, esta vez porque me alegra el escucharle decir esas palabras y poder responderle con un yo también te quiero mucho, seguido de un beso tierno que me hace quererlo más. Nos apartamos para que él pueda entrar al baño, ya son las cinco y ambos tenemos clase. Antes de salir un último beso que termina por reanimarme. Vamos por nuestras mochilas, bajamos las escaleras, caminamos rumbo a nuestros salones y nos despedimos. A la hora de clase pienso todo el tiempo en él y espero llegar a la casa para escuchar su voz, se que llamará para ver si ya estoy mejor. Cuando llego me doy un baño rápidamente y a los pocos minutos, efectivamente, escucho el teléfono. Es él, preguntándome si ya estoy bien. ¿Cómo no estarlo con alguien tan lindo a mi lado? Nos despedimos esperando sea mañana para poder vernos. Yo lo espero y se que él también. Ceno, termino un poco de tarea pendiente y me dirijo a la computadora a escribir. Comienzo a relatar lo que he vivido el día de hoy, un día no tan común. Puede resultar aburrido y poco interesante, pero esa es mi vida.
No es necesario que preguntes,
Que me cuestiones sobre lo que me pasa
Cuando me ves llorar.
No es necesario que te esfuerces
En hacerme sentir mejor,
Sólo abrázame muy fuerte.
Apriétame fuerte entre tus brazos
Para contener mí aliento,
Porque siento que me abandona.
Abrázame fuerte, más fuerte
No me sueltes por razón alguna
Necesito sentirte cerca
Quiero saber que aún te tengo,
Que no eres tú quien se ha marchado,
Que no me has olvidado.
No trates de hacerme sentir mejor
En verdad que no es necesario,
Con el simple hecho de que existas haces mucho,
Me das fuerza y también paz.
Si tú estás aquí a mi lado,
Te juro que no necesito nada más.
Cuando hablábamos sobre el día que te conté lo que pasó con Diana mencionaste que no supiste que hacer. Te equivocas, hiciste más de lo que yo pudiera haber esperado. Me escuchaste mostrando interés y preocupación, estuviste ahí. Así como estuviste hoy. Así como has estado siempre que he llegado a necesitarte, a mi lado o a una simple llamada de distancia. Me demostraste que hice la mejor elección al darte el si. Me convenciste una vez más de que eres excepcional, más de lo que cualquiera puede soñar. Me hiciste sentir afortunado por contar con alguien como tú a mi lado. Alguien inteligente, divertido, tierno, comprensivo, hermoso; alguien que me ama con la misma fuerza que yo. Creo que nunca te lo he dicho, pero te admiro como a nadie. Y de esa admiración nace el amor que siento por ti. Amor que va a durar por siempre, porque una persona como tú jamás se olvida. Una persona como tú se aloja en el corazón para nunca más salir. Te doy las gracias una ves más por haber entrado a mi vida y haber llenado el hueco que por miedo dejé vacío tanto tiempo, haciéndola completa. Gracias por tus besos, tus caricias, tus palabras y tus miradas. Por los momentos a solas, las caminatas y los abrazos. Por todo eso y más:
TE AMO.