Celia abrió las piernas de par en par y le pidió a su marido que la penetrara pues ya no aguantaba más sin tenerlo dentro. Para desgracia de la ansiosa mujer, Heriberto, por segunda vez en lo que iba de la semana y décima en el mes, no pudo lograr una erección y se levantó de la cama, dispuesto a salir de la habitación.
- No te vayas, amor. No me importa que...Ven, acuéstate aquí a mi lado. Vamos a hablar. - Dijo ella, tratando de mostrarse, a pesar de lo frustrada que estaba por tener que ahogar, otra vez, sus ganas de sexo, lo más comprensiva posible.
- Claro, a ti nada te importa. No te importa que seas una cerda incapaz de provocarle deseo a nadie. No te importa que seas la culpable de todo, pero si a ti no te importa, a mí sí. No puedo dormir con alguien que no hace el más mínimo esfuerzo por consentirme, por estar bella para mí. Será mejor que duerma en un hotel. - Dijo él culpándola y abandonando el cuarto, fiel al papel de macho que siempre había representado en la relación.
Celia comenzó a llorar y caminó hacia el espejo. Aunque la realidad era muy diferente, vio a una mujer pasada de peso, con los senos caídos y un rostro lleno de arrugas. Un total desastre que sólo inspiraba asco. Le dio la razón a su esposo, quien, luego de hacer una llamada, subió a su automóvil y arrancó rumbo a las orillas de la ciudad.
Sin importarle por lo que su mujer pudiera haber estado pasando en esos momentos, condujo hasta un edificio en los suburbios. Entró y se dirigió hasta el departamento quince. Tan sólo de tocar a la puerta sintió una enorme excitación y para cuando Rodolfo, su amante, lo recibió, su pantalón ya mostraba un gran bulto.
Por razones muy distintas una de la otra, ninguno de los dos pegó el ojo en toda la noche. Celia no lo hizo porque se sentía sumamente atormentada, intentando sacarse una culpa que tal vez no merecía. Heriberto porque ocupó su tiempo en algo más placentero que dormir. No paró de rogarle a Rodolfo que le metiera la verga, tan adentro que asfixiara su cobardía, esa por la que hacia responsable a su esposa de su impotencia.