miprimita.com

Runaway

en Gays

Runaway.

El frío era por demás intenso, pero con todo y la nevada las personas seguían corriendo de un lado a otro, de aquí para allá haciendo las compras de último momento. Algunos comerciantes elevaban hasta al triple el precio de sus artículos, tratando de aprovecharse de la desesperación de aquellos que pasaban por sus puestos buscando el obsequio adecuado para compensar a los hijos la falta de atención de todo un año. Otros, los menos, vendían sus productos casi al costo u ofrecían un segundo en la compra de un primero, temerosos de irse en ceros un año más. Y enmarcando el más grande festejo al consumismo y a la hipocresía, tapizando las fachadas de casas y negocios, cientos y cientos de luces de colores compitiendo entre sí por ser la más brillante.

Eran vísperas de Navidad, y aunque mi carácter, como ya lo habrán notado por la no tan agradable descripción que de mi entorno hago, suele tornarse un poco amargo por esas fechas, no eran los árboles y sus esferas ni los niños tomándose una foto con Papá Noel por lo que me sentía inquieto y melancólico. Caminar entre tanta gente, empujándolas como si mis brazos fueron machetes cortando la maleza para abrirme paso suele molestarme, pero esa noche mi pesar tenía otras causas, unas que descansaban no muy lejos de esa la calle principal del pueblo, encerradas en un húmedo y barato cuarto de hotel, aguardando por la cena que con un tímido beso prometí llevar.

– ¿De verdad no quieres que te acompañe? – Me preguntó cuando tomé la llave y caminé con dirección a la puerta.

– No, prefiero ir solo – le respondí volviéndome hacia él, juntando ligeramente nuestros labios –. Tú descansa un rato. Tómate un baño, que yo regreso pronto – agregué y salí antes de que dijera él algo más. No es que su compañía me incomode, ¡claro que no! Desde aquella tarde en que lo vi desnudo… él es todo para mí…

Estábamos en pleno verano y el sol calaba como pocos días. Yo llevaba caminando tres horas, y los ríos de sudor que corrían desde mi frente eran clara muestra de mi excesivo agotamiento. Me había equivocado de autobús, por lo que tuve que bajarme algunos kilómetros antes de llegar a mi destino y recorrer el resto a pie. No cargaba muchas cosas y mi condición física era bastante buena, pero el termómetro marcaba casi los cuarenta y mi estómago rugía de tan vacío, por lo que mis piernas empezaron a temblar. Fue cuando estuvieron a punto de tirarme que logré ver la granja del tío Aurelio, un poco cambiada desde la última vez que la visitara con mi padre, recientemente fallecido. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, y sabiendo que después de éste, al llegar a esa casa donde tantas navidades me pasé de niño obtendría un techo fresco y un buen trozo de carne como recompensa, me dispuse a cubrir los metros faltantes.

No había avanzado ni cien pasos, cuando el lejano ruido de un murmullo llamó mi atención obligándome a cambiar el rumbo. Olvidándome mágicamente del cansancio, abandoné el polvoriento camino y me adentré en el pequeño bosque que se levantaba a uno de los costados. Conforme surcaba los árboles, el murmullo se iba aclarando y a mi nariz comenzó a llegar ese característico aroma a tierra mojada que anuncia o la lluvia o una concentración de agua. No se podía ver mucho del cielo desde donde estaba, pero tampoco era necesario para deducir que aquellos no eran tiempos de tormentas, y que en alguna parte del bosque, oculto entre tanto verde, me encontraría con el lago o el riachuelo al que seguramente, a juzgar por la forma de risas que iban tomando los murmullos, los muchachos de la región acudían a refrescarse, y en el cual también yo podría darme un chapuzón. Emocionado como un niño, apresuré mi caminar.

Tres minutos después encontré el que terminó siendo el final de un cristalino arroyo, pero mi mente se olvidó de ello ante las hermosas y perturbadoras imágenes que captaron mis ojos. Frente a mí, a unos cuantos metros, con el agua a medio muslo y sin más que los tenues rayos de sol cubriéndoles la piel, dos lindos muchachillos se divertían salpicándose uno a otro. El erotismo de la escena bastó para que de mi cuerpo escapara la última gota de debilidad, y entonces mi sangre empezó a concentrarse en mi sexo, que al tiempo que ganaba tamaño y firmeza trataba inútilmente de decidir cuál de los dos era el mejor.

Morenitos, de estatura mediana y complexión delgada, ambos chicos eran por demás atractivos, un manjar para la vista. Mis ojos, incapaces de decir cuál de los dos les resultaba más apetecible, no podían apartarse de aquellos juveniles y hermosos cuerpos, iban de uno a otro, deleitándose con esos penes que como péndulos oscilaban a causa de los jugueteos, y esos traseros tan redondos como respingones. Y aunque por algunos minutos me mantuve entretenido en descifrar el misterio, el decidir cuál belleza era superior pronto habría dejar de importarme, pronto habría de concentrarme en algo más.

Olvidándose de salpicarse el uno al otro, los chiquillos se fueron acercando hasta que sus vergas se tocaron y yo saqué la mía del pantalón, más dura que nunca gracias al espectáculo. Sin saber que desde entre la maleza los miraba, acariciaron suave y mutuamente sus mejillas para después juntar sus labios con un deseo que hasta a mí me estremeció, obligándome a apretar mi hinchado falo y empezar a masturbarme al ritmo de sus besos.

Aunque desde mi posición era imposible observar a detalle la lucha de lenguas en la que esos lindos jovencitos se habían enfrascado, no perdí detalle de cómo, imitando los acelerados movimientos de mi mano, comenzaron a pajearse el uno al otro. La escena era en extremo erótica, y de mi cuerpo se había esfumado todo rastro de cansancio. Ni siquiera recordaba el motivo de mi viaje, esos dos ocupaban por completo mi pensamiento. Sus bocas permanecían unidas, sus pollas estaban ahora tan endurecidas como la mía, y cuando creí que las cosas no podrían ir mejor, uno de ellos, el que luego sabría llamaban Julián, interrumpió el beso y se puso de rodillas frente al otro, dispuesto a complacerlo oralmente. Envolvió el sexo con sus dedos, descubrió la punta y le dio una lamida que de tan morbosa sentí sobre la mía. Todo era muy excitante, tan placentero que me habría gustado espiarlos hasta que uno acabara dentro del otro, pero el gozo era tan grande, y los días que llevaba de abstinencia también eran bastantes, que no pude contenerme y me corrí en el pasto, soltando un escandaloso gemido que los muchachillos escucharon, separándose de inmediato.

De haberme encontrado en la ciudad, no me habría importado que se percataran que era yo quién los miraba. Tal vez hasta yo mismo me habría revelado, pero en aquel lugar, aun cuando las casas se encontraban separadas hasta por dos kilómetros, todos se conocían y todo se sabía, por lo que, evitándome la pena de ser considerado un depravado por todos los habitantes del rumbo, cubrí mi boca y me escondí tras un enorme árbol. Ninguno notó mi presencia, pero de igual manera salieron del agua para enseguida secarse y ponerse algo de ropa. Luego se fueron corriendo, y yo retomé el camino a casa de mi tío, más hambriento que al principio.

Cuando finalmente llegué a la granja, el hermano de mi padre cortaba leña a un costado del granero. No llevaba camisa, por lo que con cada golpe de hacha se apreciaban a la perfección los marcados músculos de sus brazos y su torso. En ese momento agradecí haber presenciado aquel encuentro en el lago, ya que de no haber espiado a los chamacos no me habría venido y de seguro, al ver a ese ejemplar de macho por demás exquisito que era mi tío, se me habría parado. Confiado en que eso no sucedería, caminé hasta él y me anuncié con un grito que casi provoca que me parta en dos. Pero, luego de disculparse y frotarse los ojos, logró reconocerme, y tras unos segundos de vacilación, me abrazó con fuerza, pegando mi rostro a su sudado pecho en un gesto meramente paternal.

– Pero… ¡Qué milagro, hombre! ¿Qué te trae por acá? – Inquirió una vez nos separamos – ¿Acaso vienes a quedarte? ¿Ya te diste cuenta de que no hay mejor lugar para vivir que el campo?

– Pues no exactamente pero sí – le respondí –, vengo a quedarme.

– ¿De… verdad? ¡No puedo creerlo! ¡Venga para acá otro abrazo!

Hasta antes de cumplir los quince, mi padre y yo solíamos visitar al tío dos o tres veces al año. Los hermanos siempre habían sido muy unidos a pesar de no vivir en el mismo sitio, y se unieron aún más cuando sus respectivas esposas fallecieron, ambas, víctimas del cáncer. Mi padre atendía un negocio de refacciones de autos que le demandaba casi toda su atención y tiempo, pero siempre veía la forma de escaparnos unos días al rancho, donde yo me la pasaba montando a caballo y alimentado a las gallinas, endemoniadamente divertido. Entre paja y semillas, entre fruta y animales y año tras año, gozamos de hermosas navidades hasta que, de repente y sin explicaciones, no volvimos más. No me pregunten por qué, nunca nadie me lo dijo. Ya saben: "cosas de adultos". El caso es que no supe de mi tío hasta que mi padre murió de ¡adivinen qué! Sí, ¡cáncer!

El día del velorio, mi tío me propuso vender todo y mudarme con él y su hijo a la granja. Me dijo que no me haría bien quedarme en una casa que sólo me traería recuerdos que incrementarían mi depresión, pero yo, argumentando que en situaciones como esa no son buenos los cambios drásticos, nada más le prometí pensarlo. Honestamente, la vida de campesino no me atraía en lo más mínimo y juré que jamás aceptaría su ofrecimiento, pero ya ven, a menos de un año después, ahí estaba yo entre sus ejercitados brazos, tratando de no desfallecer – de placer, claro – por el intenso aroma que sus axilas desprendían.

– ¡De verdad no puedo creerlo! – Insistió mi tío sin dejar de estrecharme – Y no es que no me de gusto, ¡por supuesto que sí!, pero, ¿a qué se debió que finalmente decidieras venirte para acá? Pensé que no habías tomado en serio mi propuesta.

– ¡Claro que lo hice! Es sólo que… Si decidí tomarte la palabra hasta ahora fue porque…

El motivo que me empujó a vender casa y negocio para embarcarme en mi travesía granjera fue el rompimiento con quien había sido mi pareja por los últimos tres años, pero no podía decirle eso al tío Aurelio, así que me quedé estúpidamente callado, rogando que, al pensar que la muerte de su hermano aún seguía doliéndome, se olvidara de todo y no me cuestionara más.

– Bueno… ¡Qué importa el porque! Si ya estás aquí, da igual las razones que te hayan traído – apuntó mi tío luego de soltarme, quitándome un peso de encima –. Ven, vamos adentro – sugirió tomando mis maletas –, que seguro estás muriendo de hambre. ¡Mira nada más que flaco estás! ¿Que no comes? Yo me acuerdo que cuando venías con tu papá parecías una bolita, y ahora vete: ¡un viento fuerte y sales volando!

– No exageres, tío. Si no estoy tan flaco.

– Pero sí hambriento, ¿o no?

– Bueno, eso sí.

– Pues entonces entremos. En la mañana preparé una carne y una salsa que… bueno, ¡te vas a chupar los dedos!

Yo habría preferido algo más para calmarme el apetito que carne con chile, aun con lo sugestivo que eso se escucha, pero aquel pedazo de hombre estaba fuera de mi alcance, aquel macho sudoroso no habría de ser quién me arrancara de la cabeza y del corazón a José, mi ex novio, así que me conformé con la comida. Recordando viejos tiempos, el tío Aurelio y yo nos sentamos a la mesa y empecé con le filete, sin saber que a medio plato, una sorpresa descendería las escaleras.

– ¿Y qué, te gusto? ¿Está rico?

– Sí, está muy bueno. Gracias, de veras que lo necesitaba.

– De nada, hijo. De hoy en adelante, yo mismo me encargaré de alimentarte bien. Pero por el momento me voy, que tengo que seguir cortando leña. Si quieres más, ahí está la… ¡Ah, ahí viene tu primo! Le puedes decir a él que te sirva. Yo te veo al rato – señaló justo antes de salir.

Hacía diez años que no visitaba aquella casa, lo que significaba que aquel niño latoso al que trataba de evitar a toda costa sería ya un adolescente. Deseando que el tiempo lo hubiera favorecido tanto como a esos chicos que había estado observando minutos antes, me levanté de la silla con la intención de comprobarlo. Dos segundos después, mi primo terminó de bajar las escaleras, y se paró frente a mí dejándome sin palabras. No sólo era tan lindo como ese par en el bosque, sino que… ¡era uno de ellos!

– ¡Hola! – Me saludó un tanto confundido – ¿Quién… eres? ¿Qué haces aquí?

– Yo… soy… Eduardo, tu primo – dije como no queriendo y casi sin mover los labios, sintiéndome un poquito estúpido.

– ¿Eduardo? No me acuerdo de ti.

– Este… ¿No? ¿Y… de tu tío Rogelio?

– Eh…

– Los que te traíamos tus carritos cuando estabas más chico.

– ¡Ah, ya! Tú eras ese gordo sangrón que siempre me mandaba al diablo, ¿verdad? – Comentó haciendo que me ruborizara de la vergüenza – Sí, ya me acordé. Pero bueno, ¿qué haces aquí? ¿También vino tu papá?

– ¿Mi papá? ¿No lo sabes?

– ¿Saber qué?

– Pues… que él murió hace como un año.

– ¡¿De verdad?! No, no lo sabía. Mi padre nunca me lo dijo. Este… ¡Lo siento!

– No importa, ya… pasó.

– Bueno, entonces ahora sí dime: ¿qué haces aquí? ¿Estás de visita?

– No, tu papá me ofreció su casa y pues… decidirme venirme. Espero que no te moleste.

– Pues con que no me quites mi espacio…

– ¡No, claro que no! Te juro que si tú no quieres, ni siquiera te hablo y…

– ¡Ay, hombre! ¡Relájate, que es una broma! Por supuesto que no me molesta. ¡Al contrario! Mira, aquí no hay mucho que hacer, y tener a alguien con quien… jugar, o platicar por las noches, seguro será genial.

– Sí, yo creo que sí.

– ¡Perfecto! – Exclamó al tiempo que se dirigía al refrigerador – Y ya que vamos a pasar gran parte de nuestro tiempo juntos ahora que estoy de vacaciones, ¿por qué no – se inclinó para sacar unos pomos de leche, exponiendo ante mis ojos ese delicioso trasero que en el río viera desnudo – me acompañas a llevarle esta leche a doña Juana, la señora de aquí al lado?

– ¿Eh? – Cuestioné embobado por la imagen de sus glúteos anclada en mi cerebro – ¿Qué dijiste?

– Que si quieres acompañarme a entregar esta leche, para irnos acostumbrando el uno al otro ahora que viviremos bajo el mismo techo. O… ¿acaso seguirás mandándome al diablo como cuando niños?

– Este… ¡No, no, no! ¡Claro que no! Vamos – acordé –. Y… perdón por haberte tratado tan mal, en aquel entonces yo…

– ¿Otra vez? ¡Que te relajes, que todo es broma! ¿Que no tienes sentido del humor?

– Eh… ¡Sí!

– Está bien, pero mejor nos vamos antes de que pruebes lo contrario – sugirió para enseguida abandonar la casa.

– De acuerdo – acepté caminando detrás de él.

Doña Juana, "la señora de al lado", en realidad vivía a kilómetro y medio de distancia, por lo que hubo que caminar bastante, pero, a diferencia del recorrido que realicé para llegar a casa de mi tío, teniendo una grata compañía y estando mi estómago lleno, no sentí ni el sol. Julián y yo charlamos de todo un poco por un buen rato, mi nerviosismo por recordarlo jugando en el arroyo con su amigo se fue desvaneciendo y, aunque parezca increíble, lo empecé a querer, y con el correr de los días surgió entre nosotros una conexión tan poderosa como la que uniera a nuestros padres antes de pelearse.

Al principio él seguía escapándose al río para encontrarse con el otro jovenzuelo. No me lo decía, pero en sus ojos se notaba una chispa especial cada que regresaba a la casa después de haber estado juntos, una chispa que delataba su felicidad y que a pesar de eso paulatinamente fue perdiendo brillo, hasta que mi primo sustituyo esos paseos por el bosque con tardes acostado en la cama viendo tele, con su cara en mi pecho.

Aunque traté de que la relación se mantuviera como de hermanos, aun cuando quise suprimir el deseo que me invadía cada que sorprendía a mis ojos recorriendo el cuerpo de mi primo como si quisieran desnudarlo, llegó el momento en que no pude dominarme más. Ese niño hacía que me olvidara de todo, había borrado de mi mente a José. ¿José? ¡Quién rayos era ya José! Julián acaparaba mi atención y mis sentidos, y por más que luché por evitarlo, una noche terminé besándolo…

Habían terminado sus vacaciones, y estando la escuela tan alejada de la granja era muy poco el tiempo que nos ayudaba a mi tío y a mí con las tareas de la misma, por lo que la jornada había sido muy dura y yo lo único que deseaba era desparramarme a lo largo del colchón. No eran ni las ocho, y yo ya estaba tirado viendo una película. Para cuando Julián subió a la habitación, mis ojos se habían cerrado y dormía como un bebé. No me desperté hasta que de un brinco se acostó a mi lado.

– ¡Qué onda! ¿Apoco ya traes sueño? – Cuestionó picándome la panza.

– Sí, hoy… tu papá y yo… no nos dimos abasto – contesté entre bostezos.

– ¡Qué mal! Y yo que te iba a pedir que saliéramos a caminar.

– Mejor otro día, ¿sí? De veras que no tengo fuerzas ni para cambiarle de canal.

– Está bien. ¡Ya qué!

– Ay, chiquillo. ¡No te pongas así! Vente. – Le pasé el brazo por la espalda y recosté su cabeza en mi hombro –. Veamos juntos la película, y te prometo que mañana hacemos lo que se te plazca. Si quieres, le pido la camioneta a tu padre y te enseñó a manejar. ¿Qué me dices?

– ¿De verdad, ahora sí me vas a enseñar? ¡Mira que nunca me lo cumples, eh!

– ¡Te lo juro! Y si no… ¡te regalo mi colección de discos!

– ¡Hecho! – Dijo ofreciéndome la mano para cerrar el pacto.

– ¡Hecho! – Dije dándole un apretón, y luego nos quedamos en silencio mirando la pantalla…

Tras haber sorteado una infinidad de obstáculos y trampas, el detective finalmente consiguió frustrar los malévolos e incomprensibles planes de una organización tan secreta que empezaba a dudar de su existencia. La hermosa y frágil damisela, al ser rescatada por el apuesto y valeroso héroe, fue incapaz de seguir negando su amor por éste y, en un arrebato de locura, rompió la promesa de jamás besarlo.

La inexistente trama de la película había resultado un simple pretexto para mostrar toda una serie de sangrientos asesinatos e incoherentes atentados, pero algo había en esa cifra de tres dígitos que rezaba la clasificación del agente que no sólo la protagonista se puso de repente romántica. Como inspirado por el cursi desenlace del filme, y quizá con la intención de obtener… algo más, Julián se apretó más fuerte contra mí y comenzó a hablarme de sus sueños amorosos.

– ¡Ah! – Suspiró de una sentidísima manera – ¡Qué bonito es estar enamorado! ¿No lo crees? Como que… todo sale bien, todo se ve mejor.

– Sí, es cierto. Pero, ¿tú cómo lo sabes? ¿Acaso estás enamorado de alguien? – Lo interrogué anhelando que su respuesta fuera sí, de ti.

– Pues… ¡sí, la verdad sí! – Confesó emocionado – Desde hace un par de semanas sólo pienso en estar con é… ¡Con esa persona! Me imagino que salimos a pasear, hablamos y… ¡nunca nos separamos! Que vivimos juntos para siempre, en un mundo lleno de felicidad.

– ¿Sabes? Aunque no creo mucho en esos cuentos de hadas donde todo es perfecto, yo también sueño con algo parecido – revelé al tiempo que casi sin darme cuenta le acariciaba el cabello y le sobaba el vientre.

– ¿Tú también estás enamorado? ¿De quién? ¡Dime de quién! ¡¿Lo conozco?!

– Eh… Sí, lo conoces.

– ¡¿Quién es?! ¡¿Cómo se llama?!

Han transcurrido ya algunos meses desde esa noche, y aún no sé cuáles fueron las razones para actuar como lo hice. He pensado en echarle la culpa al especie de trance en el que el extremo cansancio me tenía sumido, a la televisión y hasta a un lapso de demencia, pero simplemente no logro decidir qué fue, qué me impulso a olvidarme de todos esos reproches que en mi cabeza daban vueltas cada que pensaba en algo relacionado con mi primo, conmigo y el amor. No es que no lo deseara, ¡por supuesto que sí!, pero no sé. Tal vez estaba vulnerable. A la mejor creí que era un sueño o que… en fin. El caso es que, sin detenerme a meditar las consecuencias, tomé a Julián de la barbilla, lo miré directo a los ojos, aproximé su lindo rostro al mío y, pensando únicamente en satisfacer esas fantasías reprimidas, lo besé en la boca, aclarándole las dudas. Y él, para mi sorpresa y entera dicha, me correspondió.

Mi lengua se coló por entre sus labios, y al toparse con la suya… me sentí desvanecer de excitación. ¡Cómo quería a ese niño! Pero también, ¡cómo lo deseaba! Era tan fuerte la atracción que él ejercía sobre mí, y tantos los días que llevaba yo calmando mis instintos a solas, que mientras mi boca parecía querer comérselo, mis manos se posaron enseguida en su trasero y atrajeron hacia mí su cuerpo, para mostrarle lo grande y duro que por él estaba. Nuestras entrepiernas chocaron, y de inmediato noté que él estaba en las mismas condiciones, que una erección descansaba bajo su bóxer esperando alguien la atendiera. Y aunque no dejé de imaginar su sexo en mi garganta, en ese momento lo que yo buscaba estaba entre mis manos.

Luego de amasar por un buen rato sus redondas y exquisitas nalgas, lo puse bocabajo y me subí en su espalda, acomodando mi inflamado pene en medio de sus glúteos. Al tiempo que con mi lengua recorría el camino de su oreja a su cuello y de regreso, empecé a moverme como si estuviera ya follándolo. Lento pero firme, le restregué toda mi excitación a lo largo y ancho de su delicioso culo, y él soltó un leve gemido que acabó de enloquecerme, y le arranqué la ropa y me arranqué la mía, y me alisté a penetrarlo sin siquiera haberlo dilatado, pero en eso, asumiendo el papel de mi conciencia y bombardeando a mi cerebro con vergüenza y culpa, el tío Aurelio nos gritó desde el pasillo.

– ¡Ya apaguen esa tele y váyanse a dormir, muchachos, que mañana hay que levantarse bien temprano! – Sugirió, y yo corrí a encerrarme al baño, sin siquiera acordarme de Julián.

Regresé a la recámara hasta un par de horas después, cuando creí que él estaría ya durmiendo, y a partir de entonces me comporté como un cobarde. Cada que Julián se me acercaba, ya fuera buscando hablar de lo sucedido aquella noche o simplemente para ayudarme con alguna de las tareas del rancho, yo sólo decía lo estrictamente necesario, y poco a poco nuestra relación se fue deteriorando hasta el punto en que el otro jovencito del arroyo apareció otra vez en nuestras vidas. Julián se hartó de rogarme, y volvió a frecuentar a su amigo al convencerse de que era yo un idiota, al darse cuenta que de los dos, era yo el que reaccionaba como un niño. Para sumarle estupidez a mi actitud, en mi carácter nacieron por primera vez los celos, por lo que la tensión que se sentía cada que subíamos a acostarnos pronto se extendió a lo largo de la granja. La convivencia resultaba cada vez más imposible, y mi tío lo notó. Comenzó a cuestionarnos, y ninguno decía nada. Insistió con sus interrogantes, y la situación era ya bastante incómoda. No se dio por vencido en sus averiguaciones, y decidí que era tiempo de marcharme de su hogar.

En uno de esos viajes que hacía a mi ciudad natal para comprar fertilizantes, aproveché para buscar casas en renta. Encontré una pequeña y bien ubicada, perfecta para mí. Le entregué al arrendatario los dos meses de anticipo, y retorné a casa de mi tío con la intención de enterarlo de mi decisión. Al estacionar la camioneta, no vi por ningún lado el caballo de quien desinteresadamente me abriera las puertas de su familia, lo que indicaba que tendría que esperar un rato para comunicarle mis planes. Un poco incómodo, pues era fin de semana y de seguro me cruzaría con Julián, subí a la habitación para empacar mis cosas, pero al intentar abrir la puerta me percaté de que alguien le había echado llave.

– Julián – llamé a mi primo suponiendo estaba dentro –. ¿Julián? ¡Julián! – Insistí sin obtener respuesta – ¿Julián, estás ahí dentro? ¡Ábreme, por favor! Necesito entrar. ¡Por favor, ábreme la puerta! – Continué pidiéndole, pero él ni siquiera pronunció palabra.

Entonces pensé que tampoco se encontraba en casa, y caminé hasta el cuarto de mi tío en busca de la llave. Hurgué de cajón en cajón, y al fin obtuve una copia de aquel que contenía los calcetines. Caminé de vuelta a la que hasta esa tarde había sido mi recámara, y con la llave en mi poder ahora sí me fue posible entrar, justo para encontrarme con que, tirado en el suelo y abrazado de una almohada, Julián lloraba en silencio y sin control.

– Pero… ¡¿Qué tienes?! – Inquirí sinceramente preocupado y dirigiéndome hacia él.

– Nada, no tengo nada – contestó ocultándome su cara –. Por favor, déjame en paz.

– ¿Como que nada? ¡Pero sí no paras de llorar! A ver – me arrodillé frente a él –, mírame a los ojos y dime qué te pasa, chiquillo.

– Ya te dije que no es nada. ¡Y no me llames chiquillo! ¡No finjas que te importo!

– ¡Julián! Sabes bien que no estoy fingiendo, que…

– ¡¿Ah, no?! Si de verdad te importara, si de verdad me quisieras, no habrías huido aquella noche dejándome con toda la culpa – me reclamó con toda justicia –. ¡Eres un idiota, Eduardo! – Me insultó y sentí morir – Aunque tuviera algo, a ti menos que a nadie le diría, así que vete. ¡Vete!

– Está bien – apunté poniéndome de pie, dispuesto a abandonarlo nuevamente sólo porque me gritaba lo que ya sabía, sólo porque me decía la verdad –. Si eso es lo que quieres…

– ¿Lo ves? Ahí vas de nuevo a escaparte. ¡Ay, Eduardo! Eres… Tú sabes lo que eres.

En efecto yo sabía lo que era, y… no me gustaba. ¡Y eso me dolía! Y más por el coraje de saberme un imbécil y un cobarde que por el deseo de cambiar dicha imagen, ante sus ojos o ante los míos, recogí mis pasos, y sujetándolo de los brazos lo levanté para… No sé para qué lo levanté, si para reclamarle que lo que decía era mentira, para plantarle un beso queriendo demostrárselo o para descargar sobre de él mi furia, pero al quedar su rostro frente al mío, ya sin la protección de una almohada, pude percatarme de por qué Julián no paraba de llorar. Alrededor de su ojo izquierdo, como las sobras de un certero golpe, se dibujaba un aro de tonalidad morada. Mi rabia aumentó.

– ¿Quién te hizo esto? – Lo interrogué tratando de mantener la calma.

– Nadie, me caí… dándole de comer a los puercos.

– ¿De verdad piensas que te voy a creer? ¡Por Dios, Julián! Podré ser muchas cosas, ya tú mismo lo dijiste, pero no soy un ingenuo. ¿Quién te hizo esto? Fue mi tío, ¿verdad? Por eso te dejó encerrado, ¿no es así? Contéstame: ¿fue él? ¡Que si fue él, por un demonio! – Grité completamente alterado, apretando con fuerza sus brazos.

– ¡Suéltame! – Exigió librándose de mí y dándome la espalda – ¡Sí, fue mi papá el que me golpeó! Pero… yo tuve la culpa. Además, ¡a ti qué chingados te importa! Ya te ibas, ¿no? Pues acaba de marcharte, que aquí nadie te necesita. El moretón pronto se me quitará y, si no vuelvo a darle motivos a mi padre, esto nunca pasará otra vez.

Durante el tiempo que llevaba viviendo con ellos, mi tío nunca había maltratado a Julián. A pesar de su personalidad algo ruda y de haber crecido en el rancho, bajo una educación conservadora, machista, siempre lo había tratado con cariño. Algo muy grave debía de haber sucedido para que llegara al extremo de pegarle, algo como…

– Te sorprendió con tu amigo del arroyo, ¿verdad? – Apunté sin recodar que Julián nunca me había comentado sobre el tema.

– ¿Cómo te enteraste tú de lo de Juan? Nos… Nos has estado espiando, ¿no es cierto? ¡No puedo creerlo! Eres… ¡Eres un idiota! – Julián se abalanzó contra mí y me soltó un puñetazo que logré esquivar. Tomándolo de la muñeca, le torcí el brazo y lo pasé por su espalda, aprisionándolo – ¡Suéltame! – Ordenó – Suéltame o…

– ¿O qué? ¿Qué me vas a hacer? ¡Por favor, Julián! Ambos sabemos que jamás te atreverías a hacerme daño, porque… porque tú me amas.

– ¡Ahora sí que te volviste loco! Yo no te amo, Eduardo. Yo… amo a Juan, por eso no me importó arriesgarme a que mi padre me descubriera con él. Lo quiero tanto, que bien podría aguantar una paliza si con eso lo tuviera conmigo para siempre. Lo…

– ¡Bla, bla, bla! ¡Patrañas, puras patrañas! Si volviste a ver a ese… escuincle, fue porque yo te orillé a ello y nada más. Tú no puedes quererlo, porque a quién quieres es a mí. ¿O es que acaso vas a negarlo? ¿Es que acaso vas a decirme que no te gusta esto? – Mordí suavemente su oreja, provocándole un sobresalto que se esforzó para no convertir en un gemido – ¿O esto? – Posé mis labios en su cuello y los moví de un lado a otro.

– Eres… un soberbio, un presumido y un pendejo. ¿Crees que con esas tontas caricias vas a… doblegarme? ¡Por favor! Ni… ni siquiera las siento.

– ¡¿Ah, no?! Entonces… tal vez sientas esto. – Pegué aún más mi cuerpo al suyo, y mi abultada entrepierna se embarró en sus glúteos, acelerándole la respiración y el pulso.

– ¿Sentir qué? Lo… lo tienes tan chiquito que… ¡Ah! Que ni se nota. Si fuera el de Juan, seguro ya estaría rogando por tenerlo, pero el tuyo… ¡El tuyo no me hace ni cosquillas!

– ¿Es cierto eso? ¿Entonces por qué no te apartas? Ya no te estoy sujetando, y tú sigues pegadito a mí. Podría jurar que hasta moviste las nalguitas.

– ¡Claro que no! Yo no moví nada. Y si no me he apartado, es porque… porque…

– Porque te encanta sentir mi polla contra tu culo, ¿no es cierto? – Continué besándole el cuello al tiempo que mi mano se perdía bajo su camiseta para retorcerle una tetilla – Porque estás rogando por sentirla dentro, ¿no es verdad? ¿Por qué no hablas? ¿Por qué no me respondes? ¿Es que estás tan excitado que no puedes ni decir palabra, o es que quieres que le pregunte a tu mejor amigo? – Llevé hasta su paquete la mano que me quedaba libre, y tal como creía me encontré con que su sexo estaba tan duro como el mío. Rápidamente, habiendo olvidado incluso las razones que nos condujeron hasta aquella posición, y con la única intención de calmar esos deseos que durante el tiempo de no hablarnos sólo se habían vuelto más intensos, liberé su potente erección y, sin parar de besarlo, acariciarlo y restregarle mis instintos, empecé a hacerle una paja.

Julián ya no reclamaba ni se oponía. El placer que corría por su cuerpo era tan grande que simplemente se dejó llevar, haciendo a un lado penas y resentimientos. Mi mano viajaba por su pene cada vez más rápido, al igual que el aire lo hacía por su nariz. Su cuello estaba lleno de pequeños chupetes, y sus pantalones y calzoncillos descansaban ya en el piso. Mi miembro, tan firme y libre como el suyo, trazaba caminos de lubricante por sus nalgas, y mis dedos cada vez más húmedos. Julián comenzó a jadear a causa del gozo que sentía, y lo único que yo quería era complacerlo por completo. Le introduje el índice y el medio casi sin problemas y aceleré la masturbación. Lo fui dilatando poco a poco hasta tenerlo listo, y entonces coloqué la punta de mi verga entre sus glúteos. Recorrí el terreno en busca de alguna depresión, y al toparme con su ano le clavé la estaca entera, provocando que la suya de inmediato eyaculara. Y con los disparos de semen salpicando la recámara, empecé el clásico y satisfactorio mete y saca.

La experiencia resultó tan placentera, que pronto las maripositas en mi estómago se trasladaron hasta el glande. El calor y la estrechez de su culo envolvían de una manera tan deliciosa mi palpitante falo, que éste se fue poniendo más y más hinchado hasta escupir todo el esperma acumulado en mis testículos.

– ¡Eso fue maravilloso! – Exclamé luego del orgasmo, enteramente complacido.

– Sí, debo aceptar que de verdad lo fue.

– Entonces… ¿Admitirás también que me amas, y que vas a perdonarme por haber actuado como un niño?

– ¡Epa , epa! No tan rápido, primito, que yo no he dicho eso.

– ¡Ándale, chiquillo, di que me perdonas! – Supliqué sabiendo que mi niño es tan noble que jamás se habría negado, que jamás habría dicho que no – Di que me perdonas, que me amas y que pasaremos una vida juntos.

– No lo sé. ¿Quién me asegura que a la primera de cambios no saldrás corriendo?

– Te prometo que no te volveré a dejar, nunca más. ¡Por favor, créeme! Te amo y… sólo quiero estar contigo.

– ¿Lo juras?

– ¡Lo juro!

Julián me abrazó y… ¡Fue increíble! Con tan sólo ese abrazo, todo el pasado no fue más presente ni futuro. Hay adultos, como por ejemplo su padre y el mío, que por motivos tan estúpidos que nunca nadie vuelve a mencionarlos, se molestan al grado de cotar de tajo toda relación, echando al olvido cariños, vivencias y lazos. Hay adultos cuyo orgullo es más fuerte que su deseo de ser felices, y que prefieren cien años de amargura a "humillarse" unos minutos, al pedir o dar perdón, pero a Julián, siendo casi un niño, siendo en teoría menos maduro, le bastó con un abrazo para borrar todo rencor y aceptarme de regreso, como si nunca lo hubiera lastimado.

No había palabras para agradecerle tan hermoso gesto, así que me limité a repartirle besos por el rostro, tratando de hacerle sentir lo mucho que lo amo y lo afortunado que me siento de tenerlo a mi lado. Me limité a cubrir su cara con caricias, y no fue hasta que noté otra vez el contorno púrpura de su ojo izquierdo que le hablé.

– ¿Te duele?

– Un poco, pero ya se me pasará. Digo, más me dolió lo que me hiciste y ya ves…

– ¡Lo siento mucho, chiquillo! De veras que…

– Shhh. ¡Relájate! ¿Todavía no sabes cuándo estoy bromeando?

– Eh… No, creo que no.

– Lástima, porque… ya no habrá tiempo para que aprendas a distinguir cuándo hablo en serio y cuándo no.

La tristeza lo cubrió de nuevo, anunciándome que el golpe no había sido lo peor, que algo más le preocupaba.

– ¿Qué tienes? ¿Por qué dices eso? – Inquirí sorprendido de que estuviera enterado de mis planes de mudarme.

– Porque… desde mañana viviré en un internado. En el ejército, para ser exactos. Según mi padre, ¡ahí aprenderé a ser tan hombrecito como él! ¡Sí, cómo no!

– Pero… ¡No te puede enviar al ejército así como así!

– ¡Claro que puede! No sé si te acuerdes pero, él es mi padre y yo apenas tengo quince, así que… puede hacer conmigo lo que se le plazca.

– Tal vez, tal vez, pero sólo si te encuentra aquí cuando regrese.

– ¿A qué te refieres? ¿Me estás proponiendo que…

– Sí. ¡Vámonos, Julián! ¡Vámonos lejos, a un sitio en el que nadie nos encuentre, donde podamos estar solos, felices!

– ¿Lo dices en serio?

– ¡Por supuesto que lo digo en serio! ¿Sabes? Toda mi vida me he reprochado el que me la paso huyendo. De la escuela, del dolor que me causó la muerte de mi padre, de mis sentimientos y hasta de ti. Siempre que algo se me sale de control, aunque sea un poquito, escapo sin siquiera luchar por arreglarlo, pero… creo que esta vez es lo correcto. No he gastado prácticamente nada del dinero que me dieron de vender la casa y el negocio, con eso podremos vivir sin problemas hasta que encontremos un buen lugar para quedarnos, para establecernos. Y… no sé, quizá, al no tenerte cerca, mi tío se dará cuenta de que no puede obligarte a ser algo que no eres. ¿Qué me dices? ¿Estás dispuesto a irte conmigo?

– Este… ¡Sí, sí estoy dispuesto!

– ¿Aunque sea un idiota y un cobarde al que un chico de quince pone ejemplo?

– ¡Con todo y eso!

– ¿Aunque no vuelvas a ver a Juan?

– ¡O pues! ¿Quieres irte o no?

– Sí, claro que…

– Pues entonces deja de poner pretextos, que ya te dije que sí acepto.

– Está bien, está bien. Nada más empaquemos nuestras cosas.

– De acuerdo, pero… déjame antes ir al baño, que ya me está escurriendo tu… regalito. – Ambos soltamos una carcajada.

– OK. Ve al baño. Yo de mientras saco las maletas. – Di media vuelta y caminé hacia el armario.

– ¿Eduardo? – Me llamó antes de salir del cuarto.

– ¿Sí?

– Te amo – declaró arrancándome una lágrima.

– Yo también te amo, chiquillo.

– Lo sé. Ahora lo sé.

Julián y yo nos fuimos de la granja, conscientes de que muy probablemente nunca volveríamos. Pensamos en viajar a mi ciudad natal, pero después reflexionamos y cambiamos de opinión. Seguramente, cuando el tío Aurelio llegara al rancho y no nos encontrara a ninguno de los dos, el primer lugar en el que buscaría sería precisamente mi ciudad, por lo que decidimos trasladarnos hasta un mediano pueblo en la frontera del estado, donde, tratando de no dejar rastro, actuando según los delincuentes de las películas y series de televisión, utilizamos nombres falsos para registrarnos en un hotel de quinta, ese al que después de casi una hora caminando entre los presurosos compradores navideños finalmente regresaba.

– ¡¿Eres tú, Eduardo?! – Preguntó Julián desde la regadera al escucharme entrar en la habitación.

– ¡Sí, soy yo! – Contesté tirándome sobre la cama.

– ¡¿Encontraste algo de comer?!

– ¡No, ya todo estaba cerrado!

– ¡Pues ni modo! ¡Seguiremos… – La puerta del baño se abrió, y entre nubes de vapor apareció la figura de Julián, con sólo una toalla atada a su cintura, con su torso moreno y lampiño al desnudo y unas cuantas gotas todavía resbalando por sus piernas. Una imagen que a cualquiera lo habría puesto alerta, pero que a mí, con lo deprimido que andaba aquella noche, apenas y me llamó la atención –. Seguiremos comiendo papas fritas y chocolates. ¡Que al cabo saben buenos!

– Sí, muuuy buenos.

– ¿Qué tienes, bebé? – Me cuestionó sentándose a mi lado, acariciando mi cabello – ¿Ya te hartaste de la comida chatarra? Si mal no recuerdo, es tu favorita. ¿Por qué esas caras largas?

– ¡Ay, chiquillo! Me siento… No sé. ¡Muy mal!

– Pero… ¿por qué? ¿Te pasó algo ahorita que te fuiste a la calle? ¿Te peleaste, te asaltaron? ¡No! Ya sé. Pisaste caca de caballo, ¿no es así? ¡Se arruinaron tus Manolo Blahniks!

– ¡Qué menso eres! Ven acá. – Recargué su cabeza en mi pecho –. Explícame… Explícame por qué, cuando te tengo cerca, no puedo deprimirme por más de cinco minutos. ¿Eh? ¿Por qué?

– Pues… no sé. Quizá, después de comer tanto chocolate, he adquirido sus propiedades convirtiéndome en un poderoso antidepresivo.

Lo miré con cara de what.

– ¡¿Qué?! ¡Puede ser! ¿O acaso crees que estas lonjas son de a gratis? – Estrujó la piel de su cintura para, según él, mostrarme lo gordo que se había puesto.

– ¡¿Cuáles?! Lonjas las mías – también exageré –. Tú… ¡Tú estás buenísimo! ¡Cada vez más guapo!

– ¿De verdad lo crees?

– De verdad.

– ¿Qué tanto?

– Tanto, que nomás de verte ya como que se me está parando.

– Entonces ya te sientes mejor.

– Sí. Pero… me sentiré mejor si me das un beso.

– Los que quieras, pero antes dime por qué estabas así de triste.

– ¡Ay, chiquillo! Porque… No sé, a la mejor por la fecha. ¿Sabes? Estos días que hemos pasado juntos han sido los más maravillosos de mi vida. Me gusta tanto estar contigo, me siento tan feliz que ni tiempo había tenido de pensar en el futuro, en los problemas.

– Pero…

– Pero hoy amanecí un poco down. Es Noche Buena, y en lugar de que estemos celebrando con una gran cena, como tú te lo mereces, estamos… aquí, escondiéndonos de tu padre en este mugroso cuarto de hotel, sin otra cosa para comer que papas fritas.

– ¡Y chocolates! No te olvides de los chocolates.

– ¡Julián! Estoy hablando en serio. De verdad me siento mal por tenerte aquí, tan…

– ¡A ver! En primera, esto no es tan diferente de otros años. Un cuarto de hotel, la granja, papas fritas, huevos estrellados… ¡Qué más da! En segunda, era esto o el ejército. ¡Adivina qué prefiero! Y en tercero… te quiero. Llámame simple o lo que quieras, pero… creo que eso lo arregla todo.

– ¡Ay, chiquillo! ¿Qué haría yo sin ti?

– Pues… ¿masturbarte? ¿Regresar al biberón?

– ¡Tonto!

– Tonto pero cierto. O… ¿me vas a decir que no se te antoja una mamila, que no la estás deseando, que no se te hace agua la boca de pensarlo?

– La verdad… ¡sí! ¿Ya está calientita?

– No sé. ¿Por qué no lo averiguas?

Julián se puso de pie a un lado de la cama, y de inmediato me di cuenta que la toalla amarrada a su cintura formaba ya una carpa. Con paciencia y mirándolo a los ojos, deshice el nudo y tiré la prenda al piso, dejando al descubierto, y al nivel de mi cara, su erecta y deliciosa verga, misma que rodeé con la derecha para empezar a pajeársela.

– ¿Y? ¿Qué me dices?

– Sí, está calientita. ¡Y durita! Justo como a mí me gusta.

– ¿Qué esperas entonces, mi… putito?

Hay ocasiones en que Julián no se conforma con portarse como el mayor fuera de la cama, y entonces adopta el papel de macho dominante, detalle que por sí solo me excita. Saberlo diez años menor que yo y verlo tan seguro, capaz de hacerme arrodillar ante él si así lo quiere… ¡Dios! ¡Me enciende que se ponga así! Y esa noche se puso, y por lo tanto me tragué su polla entera y comencé a mamársela como si en ello me fuera la vida. Apretaba la puntita con mis labios, ensalivaba el tronco con mi lengua y, de vez en vez, cuando le daba por ser un poco más salvaje, me agarraba de los cabellos y me la metía hasta la garganta, provocándome no sólo arcadas que controlaba con dificultad sino proporcionándome un placer tan grande que, créanlo o no, me vine sólo de chupársela, cosa que él notó cuando unas gotas de semen le cayeron en la pierna.

– ¡Sí que te gusta comérmela, eh!

– ¡Sí, mucho!

– ¿Y quieres seguir mamando, mi putito?

– ¡Sí! ¡Por favor!

– Qué lástima, porque yo quiero otra cosa – señaló para hundir mi rostro en la almohada, subírseme en la espalda y empezar a masturbarse mientras me besaba el cuello –. Yo quiero darte por el culo, mi putito. Quiero metértela hasta el fondo y follarte hasta que grites, hasta que te corras como te corriste nada más de estármela mamando, como buen puto que eres. Quiero dártela bien duro. Que me pidas más. Hacerte gemir y… ¡Ah! ¡Ah!

Julián eyaculó en mis nalgas y utilizó el esperma como lubricante para enseguida penetrarme. Me descargó seis o siete chorros que esparció por fuera y dentro de mi ano, y después, sin decir agua va, me atravesó hasta que sus huevos chocaron con mi cuerpo. Y antes de siquiera acostumbrarme al enorme gozo que me daba tenerlo dentro, inició con la brutal cogida. Apoyando ambas manos en la cabecera para imprimirle más intensidad, me la sacaba por completo para de inmediato volvérmela a meter, hasta dentro, con todas sus fuerzas. La cama se movía y rechinaba con tal fragor que pensé de un momento a otro nos iríamos para abajo. Su gordo y durísimo sexo salía y entraba en mí cada vez más rápido y violento, arrancándome gritos y gemidos que se ahogaban en la almohada, y como era de esperarse, un ritmo tan estrepitoso no se pudo mantener por mucho tiempo. En mi oreja percibí el acelerar de su respiración, y al poco se vació en mi culo. Ya otras veces lo mismo había pasado, y él, para torturarme, sabiéndome a medio camino entre el primer orgasmo y el segundo, no sólo no hacía nada para desahogarme sino que me obligaba a yo tampoco hacerlo. Creí que esa noche sería igual, que me dejaría un buen rato con las ganas, pero no fue así. En cuanto terminó de inundar mis intestinos con su leche, se salió de mí, me puso boca arriba y me comió la verga hasta que me corrí en su boca. Luego gateó hasta topar sus labios con los míos, y compartimos mi semen en un beso con sabor a cloro.

– Espero… que después de esto… ¡Dios… eso estuvo un poco intenso! – Exclamó Julián.

– ¡Sí, algo! – Acordé.

– Y, ¿todavía te sientes mal? ¿Todavía… sigues pensando… que no es esto lo que quiero?

– No, ahora sólo hay una cosa que me inquieta.

– ¿Ah, sí? ¿Qué es?

– ¿Quién va a ir por más sábanas limpias? ¡Mira que yo he ido las dos últimas veces, eh!

– No te preocupes, si con eso consigo que no vuelvas a deprimirte por razones que no vienen al caso, prometo que yo voy diario. ¿Contento?

– Pues… no sé. Como que me falta algo.

– ¿Algo?

– Sí, como que ahora es a mí al que le están dando ganas de… – Mis manos descendieron por su espalda hasta alcanzar su trasero y empezar a masajearlo.

– ¡¿Ya tan rápido?! A ver. – Julián levantó un poco su cuerpo y tomó mi sexo, otra vez erecto –. ¡Vaya, te recuperas pronto! ¡Quién diría que ya pasas de cuarenta!

– ¡Gracioso! ¡Ahorita vas a ver! – Lo tumbé a mi lado y me acomodé encima de él – ¡Más de cuarenta, los minutos que te follaré!

– ¡Ah, sí! Eso… ¡Ah! Eso quiero verlo.

Mi verga venció con facilidad la resistencia de su esfínter, alojándose por completo en su cálido interior. Él contrajo sus músculos un par de veces, como dándome la bienvenida, y empezó a correr el tiempo. Uno, dos, tres, cuatro minutos de mete y saca y… Desde entonces ha pasado casi un mes – perdón, pero hilar las oraciones me cuesta algo de trabajo –. No ha habido noticias del tío Aurelio. No sé si estará buscándonos o no, pero Julián y yo estamos tranquilos, queriéndonos nomás. Aún no decidimos qué vamos a hacer, ni dónde ni de qué vamos a vivir cuando el dinero se me acabe, pero a pesar de ello estamos bien. No tengo la más mínima idea de qué sucederá en el futuro, no estoy seguro de si las cosas entre nosotros seguirán como hasta ahora o no, pero por primera vez, gracias a su apoyo, a su amor, no tengo miedo de continuar y averiguarlo. No siento deseos de salir huyendo…

Mas de edoardo

Mi hermano es el líder de una banda de mafiosos

Pastel de tres leches

Hasta que te vuelva a ver...

Regreso a casa

Plátanos con crema

El galán superdotado de mi amiga Dana...

Porque te amo te la clavo por atrás

Mi segunda vez también fue sobre el escenario

Mi primera vez fue sobre el escenario

¡Hola, Amanda! Soy tu madre

En el lobby de aquel cine...

El olvidado coño de mi abuela...

Consolando a Oliver, mi mejor amigo

En el callejón

Prácticas médicas

Donde hubo fuego...

Hoy no estoy ahí

Cabeza de ratón

Mi hermanastro me bajó la calentura

Tatúame el culo

Pienso en ti

Yo los declaro: violador y mujer

Jugando a ser actor

Hoy puedes hacer conmigo lo que se te plazca.

Y perdió la batalla

Padre mío, ¡no me dejes caer en tentación!

Prestándole mi esposa al negro...

¿Cobardía, sensates o precaución?

¿Pagarás mi renta?

Al primo... aunque él no quiera

Sexo bajo cero

Raúl, mi amor, salió del clóset

Lara y Aldo eran hermanos

La Corona (2)

Fotografías de un autor perturbado

La mujer barbuda

Diana, su marido y el guarura

No sólo los amores gay son trágicos y clandestinos

Una oración por el bien del país

El gato de mi prometido

Doble bienvenida mexicana

Doscientos más el cuarto

Llamando al futuro por el nombre equivocado.

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (3)

Todavía te amo

Simplemente amigos

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (2)

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo!

La casi orgásmica muerte del detective...

Internado para señoritas

¡Qué bonita familia!

Podría ser tu padre

La profesora de sexualidad.

Si tan sólo...

Su cuerpo...

Culos desechables

El cajón de los secretos

Agustín y Jacinta (o mejor tu madre que una vaca).

Una mirada en su espalda

Un lugar en la historia...

Veinte años

Sorprendiendo a mi doctor

Razones

Un intruso en mi cama

Una vez más, no por favor, papá

Tu culo por la droga

Lazos de sangre

Cantos de jazmín

El mejor de mis cumpleaños

Tres por uno

Con el ruido de las sirenas como fondo

Heridas de guerra

Regalo de navidad.

Cenizas

Botes contra la pared

Madre e hija

Dímelo y me iré

A las 20:33 horas

A lo lejos

Prostituta adolescente

En la plaza principal

¿Por qué a mí?

Después de la tormenta...

Dando las... gracias

Tantra

Lo tomó con la mano derecha

Querido diario

Mírame

Río de Janeiro

A falta de pene...

Dos hermanas para mí

Sucia pordiosera

Un Padre nuestro y dos ave María

Ningún puente cruza el río Bravo

Tengo un corazón

Metro

Regresando de mis vacaciones

Masturbándome frente a mi profesora

Un beso en la mejilla

Noche de bodas

Buen viaje

TV Show

Una más y nos vamos

Suficiente

Caldo de mariscos

Interiores y reclamos

Máscaras y ocultos sentimientos

Infidelidad virtual

Cancha de placer

Caballo de carreras.

Puntual...

La ofrecida

El fantasma del recuerdo

Tiempo de olvidar

París

Impotencia

Linda colegiala

La corona

Tratando de hacer sentir mejor a mi madre.

En la parada de autobuses

Crónica de una venta necesaria.

Serenata

Quince años

Gerente general

Lavando la ropa sucia

Cuéntame un cuento

¿A dónde vamos?

Licenciado en seducción

Háblame

Galletas de chocolate

Entre espuma, burbujas y vapor

Madre...sólo hay una

Sueños hechos realidad

Más ligera que una pluma

Una botella de vino, el desquite y adiós

Cien rosas en la nieve

Gloria

Wendy, un ramo de rosas para ti...

Juntos... para siempre

El apartamento

Mentiras piadosas

Pecado

Vivir una vez más

Julia, ¿quieres casarte conmigo?

Dos más para el olvido

Para cambiar al mundo...

Embotellamiento

Ya no me saben tus besos

Húmedos sueños

Por mis tripas

Ximena y el amante perfecto

Inexplicablemente

Quiero decirte algo mamá

Entrevistándome

Recuerdos de una perra vida (4)

Recuerdos de una perra vida (3)

Recuerdos de una perra vida (2)

Recuerdos de una perra vida (1)

Zonas erógenas

Una vela en el pastel

Ojos rosas

Frente al altar

Abuelo no te cases

Mala suerte

Kilómetro 495

El plomero, mi esposo y yo

Mi primer orgasmo

En medio del desierto

El otro lado de mi corazón

Medias de fútbol

Examen oral

El entrenamiento de Anakin

Un extraño en el parque

Tres cuentos de hadas

No podía esperar

La fiesta de graduación

Dejando de fumar (la otra versión)

Feliz aniversario

Ni las sobras quedan

La bella chica sin voz

Una noche en la oficina, con mi compañera

La última esperanza

Pedro, mi amigo de la infancia

Buscándolo

Sustituyendo el follar

Dejando de fumar

Tan lejos y tan cerca

La abuela

Entre sueños con mi perra

Tu partida me dolió

Ni una palabra

Mis hermanos estuvieron entre mis piernas.

Compañera de colegio

La venganza

Tras un seudónimo

Valor

La vecina, mis padres, y yo

La última lágrima

Sueños imposibles

Espiando a mis padres

La amante de mi esposo

Al ras del sofá

La última cogida de una puta

Confesiones de un adolescente

Esplendores y penumbras colapsadas

Volver

Celular

El caliente chico del cyber

Friends

La última vez

Laura y Francisco

El cliente y el mesero (3-Fin)

El cliente y el mesero (2)

El cliente y el mesero (1)

El ángel de 16 (6 - Fin)

El ángel de 16 (5)

El ángel de 16 (4)

Asesino frustrado

El ángel de 16 (3)

El ángel de 16 (2)

Por mi culpa

El ángel de 16

Triste despedida que no quiero repetir

Un día en mi vida

Utopía

El pequeño Julio (la primera vez)

El amor llegó por correo

El mejor año

Mi primer amor... una mujer

My female side