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Cuéntame un cuento

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Mariana saltó de la cama con el primer relámpago. Desde siempre, las tormentas habían sido el peor temor de la niña y, según se podía escuchar, esa noche se aproximaba una muy fuerte. Cada vez que eso sucedía, la asustada chamaca corría hasta el cuarto de sus padres y les pedía que le contaran un cuento. Las historias de bellas princesas que eran felices para siempre con sus apuestos príncipes la hacían olvidarse de la lluvia y poder conciliar el sueño. Fiel a esa costumbre, la chiquilla tocó a la puerta de la habitación de sus progenitores.

Transcurrieron unos minutos antes de que Mariana obtuviera respuesta. Si su padre se hubiera encontrado en casa, habría salido al instante en su auxilio, pero no era el caso. El señor Pulido había tomado un vuelo para España esa misma tarde. Tenía negocios importantes que arreglar en ese país. Su esposa, Andrea, se quedó entonces a cargo de la pequeña. Dicha tarea no era del agrado de la mujer. Si en el pasado aceptó convertirse en madre, fue solamente para complacer a su marido y no perderlo, pero se prometió no hacerlo jamás. Eso de la maternidad no era para ella, como lo dejó ver el hecho de que no abriera la puerta de su recámara hasta que el llanto de su hija competía con el estruendo de los relámpagos.

- Tu padre no está. Se que no te gusta cuando soy yo la que te lee un cuento, pero créeme, no tenemos opción. Vamos a tu cuarto. No pospongamos más ésta tortura. - Propuso Andrea, con un claro descontento por tener que lidiar con los miedos de su hija.

Tomadas de la mano, madre e hija caminaron de regreso al dormitorio de ésta última. Una vez en el lugar y un poco más calmada, la escuincla tomó uno de los libros que tenía tirados en el piso y se subió a la cama. Cubrió su cuerpecito con las sábanas. Limpió sus lágrimas con un trozo de papel sanitario y le entregó el libro a Andrea, quien, después de sentarse en un taburete, lo depositó de vuelta en el suelo provocándole un sobresalto a la niña.

- ¿Por qué hiciste eso, mami? - Preguntó Mariana.

- Porque no quiero leerte ese libro. - Respondió Andrea de manera seca.

- Pero..."La Cenicienta" es mi historia favorita. - Exclamó la chamaca, tratando de cambiar la opinión de su madre.

- Lo se, pero yo la odio y no pienso leértela. Los cuentos de hadas son para niñas estúpidas. Si quieres escuchar una historia no va a ser ni "La Cenicienta", ni "Blancanieves", ni ninguna otra donde el personaje principal sea una princesa idiota y al final todos son felices para siempre, ¿entendiste? Te voy a contar mi propia historia y, si no quieres que me vaya, vas a tener que aguantarte. - Advirtió la molesta y despiadada mujer.

Mariana no tuvo más remedio que aceptar los términos de su madre. No le agradaba la idea de escuchar un cuento inventado por ella, pero menos le habría gustado quedarse a solas estando esa tormenta allá afuera. La pequeña miró a Andrea a los ojos como señal de que estaba lista para escuchar y ella comenzó con su relato:

"Todo empezó cuando mis padres, mi hermano y yo nos mudamos a ésta casa. Antes vivíamos en un sitio mucho más espacioso y teníamos un hermoso perro como mascota, pero eso ya no podría ser. Por el cambio de domicilio le regalamos a "Manchas" a uno de nuestros vecinos. Yo me quedé muy triste por eso y no había nada que pudiera mejorar mi estado de ánimo al menos un poco. Me pasé tres días enteros sin salir de mi habitación, ésta misma en la que ahora tú duermes. No hablaba con nadie y no tenía ganas de hacer nada. Mis padres decían estar muy preocupados, pero no creo que lo estuvieran tanto o habrían aceptado que Manchas se mudara con nosotros.

Pero bueno, estuve así hasta que un día sucedió algo tan inesperado como maravilloso. Todos habían salido y decidí terminar con mi auto aislamiento. Bajé por unas galletas y al regresar a mi cuarto me encontré con Machas. No sabía como era posible que nuestro perro, el mismo que habíamos regalado a un vecino, estuviera ahí en mi recámara, sacando la lengua y moviéndome su cola, pero tampoco me importaba saberlo. Estaba tan feliz que sólo corrí a abrazarlo. Él también se sentía muy contento, porque me dio de lengüetazos en los cachetes. Estuvimos así, juntitos, hasta que lo solté porque comencé a sentir calambres en los brazos de tanto apretar.

De inmediato, se dirigió a mi armario. Creí que estaba buscando mis zapatos para morderlos, pero no era así. Lo que él quería, era que yo entrara junto con él a ese pequeño lugar donde ahora tú guardas tu ropa. Así lo hice. Entré en el clóset y la puerta se cerró detrás de mí. Intenté abrirla, pero una brillante luz que de repente lo cubrió todo me hizo perder el conocimiento. No se cuanto tiempo pasó antes de que abrí los ojos otra vez, pero cuando lo hice, no podía creer lo que veía. Ya no estaba dentro del armario, sino en un mundo lleno de color y magia. Un mundo donde los árboles volaban y las nubes, además de estar en el suelo en lugar del cielo, sabían a fresa y a vainilla.

No podría describirte con exactitud la apariencia de aquel lugar, pero era más sorprendente de lo que podrías imaginarte. Tan impresionantes eran los paisajes que se extendían delante a mí, que comencé a creer que me había vuelto loca a la edad de siete. Entonces apareció Manchas. Ya no lucía como un perro, se había transformado en un niño cuyos ojos parecían luceros y con hilos de oro en lugar de cabellos, pero era él. Podía sentirlo. Se acercó a mí y me tomó de la mano. Supe que él había creado todo y que lo había hecho por mí, para hacerme feliz y verme sonreír.

Me dijo que dentro de mi armario, cuando la puerta se cerraba, nacía un mundo de fantasía en el que todos los sueños se hacían realidad. Un mundo al que, a partir de ese momento, podría acudir cada vez que me sintiera triste y necesitara consuelo. Sus comentarios no me convencieron del todo y él lo notó, porque de inmediato me preguntó por uno de mis sueños. Yo le respondí que siempre había querido volar, pero que sabía que eso era imposible. Recuerdo exactamente cuales fueron sus palabras y lo que ocurrió después.

- ¿Imposible? En éste mundo...nada es imposible. - Dijo, agitando sus brazos como si se trataran de alas.

No me vas a creer, pero en cuanto cerró la boca comenzamos a elevarnos por los cielos, o mejor dicho por los suelos, en ese lugar todo estaba de cabeza. Me dio mucho miedo ver como poco a poco subíamos, pero bastó con que Manchas me mirara para que la calma se apoderara de mí. Uno al lado del otro y tomados de la mano, volamos por horas y horas sobre aquel maravilloso universo. Recorrimos miles y miles de kilómetros, pero nunca paré de impresionarme. Después de una fascinante vista, siempre encontraba otra.

Cuando nuestro viaje por los aires se terminó, Manchas apareció una preciosa muñeca de porcelana igualita a la que nunca me regalaban en navidad. Me dijo que era para que no lo extrañara, ya que él no podía regresar conmigo o mis padres se enfadarían. No quería apartarme de él por segunda vez, pero era necesario. Las puertas del clóset se abrieron y regresé a mi habitación. Por un momento pensé que todo había sido un sueño producido por mis ganas de verlo, pero la muñeca seguía conmigo. Me dormí con la certeza de saber donde encontrarlo.

Comprenderás que lo que me había sucedido no era como para mantenerlo en secreto, así que, al día siguiente, le conté todo a mi hermano. Como era de esperarse, no me creyó. Para comprobarle que no mentía, le propuse que nos encerráramos en el clóset. Adrián aceptó. Esperamos a que mis padres salieran y entramos, yo de nuevo y él por primera ocasión, a ese mágico mundo. Manchas nos recibió con paletas y caramelos, feliz de que mi hermano se hubiera unido a la fiesta.

Como era la primera vez que Adrián visitaba el lugar, Manchas y yo acordamos que la tarde sería para él, para cumplir sus sueños y fantasías. Ese día fuimos de un viaje a través de la galaxia a una pelea con dinosaurios, pasando por una futurista carrera de autos y un duelo en el viejo oeste. Cuando la aventura finalizó, mi hermano estaba más contento de lo que yo lo había estado la vez anterior. Le prometí que regresaríamos mañana y así lo hicimos, de la misma manera que continuamos haciéndolo el día después de ese y los siguientes tres meses, hasta que un día todo cambió.

Bien recuerdo que era navidad. Mi hermano y yo sabíamos que Manchas nos tendría preparada una sorpresa especial, ya que se trataba de una fecha muy importante. No estábamos equivocados. Algo muy grande nos esperaba, pero no exactamente lo que nosotros creíamos. En cuanto la puerta del clóset se cerró, supimos que las cosas no estaban bien. En lugar de bellos paisajes y colores deslumbrantes, encontramos un desierto que se expandía infinitamente. En medio de enormes remolinos de arena, nuestra mascota hizo acto de presencia. Quien quedó frente a nosotros ya no era un perro y mucho menos una persona, se trataba de un monstruo, uno horrible que de tan sólo mirar nos heló la sangre.

- Ésta vez no habrá deseos hechos realidad. Les he cumplido tantos sueños, que ha llegado la hora de que ustedes me den algo a cambio. - Nos dijo la espeluznante criatura.

- Pero...nosotros no tenemos nada que darte. - Exclamé realmente asustada.

- Creímos que todo lo que nos dabas era un regalo. - Agregó mi hermano.

- ¿Un regalo? Que niños tan ingenuos. Ya deberían saber que en ésta vida nada es gratis, pero no se preocupen, tienen mucho que dar, mucho con lo que me puedo cobrar todos esas fantasías cumplidas. - Aseguró Manchas, al mismo tiempo que atravesaba el pecho de Adrián.

Todo fue tan rápido, que no me di cuenta de lo que pasaba hasta que observé como el monstruo sostenía el corazón de mi hermano con una de sus garras. Con ríos de sangre brotando de su tórax, Adrián se desplomó. Corrí a su lado, pero no era mucho lo que yo podía hacer. A pesar de que sus ojos estaban abiertos, reflejando dolor y terror, ya no me miraba. Con cada gota de sangre derramada, una parte de aquel desierto desaparecía. Poco a poco, Manchas y la arena que nos rodeaba dieron paso a la oscuridad y las prendas de mi armario. Estábamos de vuelta en mi recámara.

Rogué y recé de manera insistente para que lo que estaba pasando no fuera verdad. Pedí con todas mis fuerzas porque se me cumpliera un último deseo, el de ver a mi hermano sonreír nuevamente, pero nadie me escuchó. No obtuve respuesta. Ahí, con el cuerpo sin vida de Adrián entre mis brazos y mis manos manchadas con su sangre, comprendí que para cumplir nuestros sueños debemos pagar un precio en ocasiones demasiado alto. Entendí que, sin importar que tanto lo desees, algunos sueños no se cumplen".

- Fin de la historia. Ahora...a dormir. - Ordenó Andrea, para después salir del cuarto de su hija.

Mariana no pudo pedirle a su madre que se quedara, estaba tan impactada que no podía ni siquiera mover su lengua. Desde un principio, la niña supo que no era una buena idea escuchar una historia salida de la inspiración de su progenitora, pero jamás imaginó que fuera a resultar una experiencia tan amarga. Nunca se sintió más arrepentida. Ciertamente, el intento de olvidarse de su mayor temor había dado resultado, pero no porque éste hubiera desaparecido, sino porque había sido reemplazado por otro que, además de ser más grande, estaría presente todas las noches y en todas las habitaciones. Ciertamente, después de haber oído tan sanguinario cuento las tormentas ya no representarían problema alguno para la niña, pero a pesar de eso, de volver a dormir...ya podría irse olvidando.

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