Acompañé a un amigo a pagar una multa que le pusieron a su novia por pasarse un alto. No había un estacionamiento cerca y las calles estaban llenas. Estuvimos varios minutos dando vueltas, buscando un lugar donde poder estacionar el auto. No tuvimos suerte, por lo que él decidió regresar y estacionarse en segunda fila. Me preguntó si sabía manejar, para que pudiera mover el carro si veía a algún agente de tránsito acercarse. Le respondí que lo poco que sabía ya lo había olvidado porque hace mucho que no estaba detrás del volante. Le pareció curioso que no supiera hacerlo y me cuestionó acerca de los motivos.
Esto fue más o menos lo que le dije:
"Hace algunos años, cuando estaba por terminar la preparatoria, mis padres querían darme un auto como regalo de graduación. Yo no sabía manejar, mi madre sugirió que entrara a una escuela de manejo, pero mi padre decidió enseñarme el mismo, ya que según él, en esas escuelas no me enseñarían lo más importante, que hasta el día de hoy sigo sin saber que es.
Así empecé con mis clases de manejo. Todos los días después de salir de clases mi padre me esperaba en la casa de mi abuela para dedicar una hora a que su hijo aprendiera tan importante habilidad. No se si fue lo malo que resultó mi padre como profesor o que yo era poco menos que un estúpido para eso de controlar las velocidades, el freno y el acelerador, pero no avance mucho a lo largo de una semana. Creí que se daría por vencido, pero al parecer el que aprendiera se convirtió en un reto para él.
Pasaron unos cuantos días más y finalmente me dijo que estaba listo para dar un largo paseo. Fingiendo una gran emoción encendí el auto, le quité el freno de mano y puse mi pie en el acelerador dispuesto a iniciar mi primer viaje.
Todo estaba saliendo a la perfección. Aunque aún no me atrevía a subir mucho la velocidad, mantenía un buen control del carro, no tenía problemas en las vueltas y había pasado algunos topes sin dificultad alguna. Mi padre parecía muy feliz. Al parecer su hijo no era tan idiota como pensaba y podrían regalarme un coche después de todo. El idiota ahora era él, se ve que no me conocía en lo absoluto, faltaba poco para que se diera cuenta de la verdadera razón por la que no avanzaba mucho en las primeras clases.
Cuando me dijo que era hora de regresar a la casa de mi abuela di vuelta por una calle que resultó muy poco transitada, por lo que me animé a acelerar un poco. Conduje unas tres o cuatro cuadras más sin ningún problema, pero de repente apareció ante mi una imagen que muchas veces había visto en mis sueños. A unos cuantos metros de distancia una ancianita con bastón en mano cruzaba lentamente la calle, sin percatarse que un auto se acercaba hacia ella rápidamente.
Mi padre me dijo que disminuyera un poco la velocidad, pero mis oídos no le prestaron mucha atención. En lugar de pisar el freno, mi pie hundió más el acelerador y el carro comenzó a ganar rapidez. Con un tono de voz más alto mi padre volvió a decirme que bajara la velocidad, pero ya no tenía control sobre mi cuerpo y el único objetivo de mi mente era hacer realidad las imágenes que tanto la rondaban mientras yo dormía, no lo obedecí.
La distancia entre el coche y la anciana era cada vez menor, el tiempo que faltaba para el impacto era muy poco, si no frenaba en ese momento no podría hacerlo antes de golpearla, pero a mi me importaba muy poco, ya que golpearla era lo único que deseaba en ese momento. Mi padre se dio cuenta de que no me detendría, por lo que trató de quitarme el control de volante para al menos desviarme de la pobre mujer.
El ver a mi padre poner las manos sobre el volante luchando contra las mías por tomar el control, mientras me gritaba cosas que ni siquiera escuchaba, me hizo reaccionar. Pisé el freno y las llantas comenzaron a luchar contra el pavimento, tratando de detenerse en el menor tiempo posible. Afortunadamente el auto se detuvo a unos centímetros de la anciana, quien asustada por darse cuanta de que casi era arrollada, terminó de cruzar la calle lo más rápido que sus cansadas y débiles piernas le permitían.
Mi padre se bajo del carro, abrió la puerta del conductor y me gritó que me cambiara de lugar, que las clases se habían terminado y que me olvidara del regalo. Me senté en el asiento del copiloto y no tuve que olvidarme del obsequio, nunca estuvo en mi mente".
Cuando terminé de explicarle el motivo por el cual no conducía, mi amigo se rió creyendo que todo lo que le había contado era mentira. "Que buena imaginación tienes, ¿no era más fácil decirme la verdad y ya?", me dijo. No le contesté nada y se bajó a pagar la multa de su novia.
El tiempo que me quede sólo en el auto lo pasé pensando que habría pasado si no hubiera ido acompañado aquel día. Me imagine más o menos lo siguiente:
"Mi pie hundió más y más el acelerador, deseando con ansias recorrer con mayor rapidez los metros que faltaban para el encuentro. La viejecilla se dio cuenta de que un carro se acercaba hacia ella, pero era muy tarde para pensar que podía escapar ilesa. El susto hizo que soltara su bastón y se tapara la cara con las manos, imaginando que así se salvaría. Sin piedad alguna la golpeé con el auto y vi como su rostro se estrellaba contra el parabrisas dejando restos de sangre en este. Escuché como su cuerpo rodaba por el toldo y finalmente caía sobre el asfalto con todos los huesos rotos y sin vida.
Después de lograr mi objetivo ahora sí detuve el coche. Me baje y volteé hacia atrás, sólo para darme cuenta del crimen que había cometido y del monstruo en que me había convertido, más que por haberla asesinado, por no tener remordimiento alguno".
Esa ocasión pude detenerme, pero ganas no fue lo que me faltó para no haberlo hecho. No se si ese sentimiento de placer al imaginar el cuerpo de la anciana tirado en la calle sin vida sea algo normal, lo dudo mucho. Tampoco se si podría detenerme de nuevo si se me presentara otra oportunidad para terminar lo que no pude esa tarde. Lo que si se, es que por las dudas no debo ponerme tentaciones, no he vuelto a manejar desde esa ocasión y no creo poder hacerlo. No quiero que mis desviados deseos terminen por quitarle la vida a alguien inocente, arruinando así la mía. No quiero que mis monstruosos instintos escapen de mi mente y se sacien en la realidad.