miprimita.com

La corona

en Otros Textos

Rudolf deseó haber estado ciego. Desde la cima de la montaña más alta de la comarca, esa a la que pocos se atrevían a subir pues historias aterradoras se contaban de ella y lugar donde el jovencito se preparaba para terminar con el mandato de terror e injusticia del rey Tanom, vio como su pueblo era consumido por las llamas. Una docena de dragones sobrevolaba el área incendiando todo a su paso y él no estaba ahí para evitarlo.

A su mente llegaron miles de recuerdos, imágenes de cuando era un niño y lo único que le preocupaba era a que jugaría al día siguiente. Recuerdos que, junto con todo lo que quería y apreciaba, eran consumidos por el fuego. Una inmensa rabia llenó su corazón y, después de golpear su bastón contra el piso, se elevó por los aires con la intención de regresar lo más pronto posible a su comunidad.

Su mentor intentó evitarlo argumentando que el entrenamiento aún no estaba completo, pero el muchacho no lo escuchó. Por estarse entrenando para impedir que el ejército del rey destruyera una aldea más, eso mismo le había ocurrido a la suya. No podía seguir con los brazos cruzados. Tenía que hacer algo y tenía que ser rápido. Haciendo caso omiso de las peticiones de su maestro, descendió a toda velocidad.

Al mismo tiempo que se dirigía hacia su pueblo, surcando el delgado y escaso aire de la montaña como si fuera un águila bajando por su presa, el joven mago pronunció unas palabras y una fuerte tormenta se empezó a formar en el cielo. Con un simple ademán de su parte, las nubes estallaron y la lluvia cayó sobre ese lugar que por sus ideales había dejado desprotegido.

Los dragones escaparon en cuanto sintieron chocar contra su áspera y dura piel la primera gota de agua. El comandante del batallón sabía que ese aguacero no era producto de la naturaleza. Sabía que se trataba de un mago y, a juzgar por la intensidad de la tormenta, que éste debía ser muy poderoso. Las criaturas dieron media vuelta para regresar al castillo. Ya no siguieron atacando la aldea.

El incendio que habían provocado fue apagado por el agua, pero ya era demasiado tarde. No quedó una sola construcción en pie, todo fue reducido a cenizas. Junto a los escombros de las que alguna vez fueran las casas más bellas de la región, yacían los cuerpos de sus habitantes. Niños, ancianos, hombres o mujeres, nadie había podido escapar de las garras de esos monstruos. La lluvia, después de todo, no sirvió más que para regar los cadáveres.

Luego de unos minutos de vuelo, Rudolf finalmente pisó tierra y pudo ver de cerca la magnitud de la tragedia. No restaba nada de lo que alguna vez fuera el mejor lugar para vivir. No restaba nada de aquel que fuera su hogar, no restaba nada de aquel que le diera tantos momentos de risa y felicidad. Todo a su alrededor era muerte y destrucción.

Una pena enorme, la de las almas de los aldeanos, esas que por su violento final no encontraban el camino al paraíso y flotaban sobre el sitio de su deceso tratando de encontrar la paz eterna, se podía sentir en el ambiente. Una pena que lo lastimaba como nunca algo lo había lastimado. Un dolor que, de lo pesado que le hacía sentir el cuerpo al llenar sus pulmones con culpa y melancolía, apenas y le permitía caminar. Una tristeza que arrastró en cada uno de los pasos que dio hasta llegar a la que fuera su casa, hasta encontrar que de aquellos muros decorados con flores y aquellos muebles hechos a mano, por las manos de sus padres, no quedaba más que una memoria.

Y esos que le dieran la vida estaban ahí, tirados en medio del negro de la ceniza, sin vida y atrapados en el cruce al otro mundo, tal y como todos los demás. No pudo mantenerse en pie por más tiempo, sus rodillas temblaban. Se derrumbó sobre ese lugar en el que alguna vez viviera los más dulces y bellos momentos.

Comenzó a llorar de manera escandalosa, buscando sacar todo lo que por dentro lo consumía. Intentando que ese enorme dolor que le oprimía el pecho no lo matara. Tomando el polvo en el que se habían convertido sus recuerdos, al mismo tiempo que éste se escapaba de sus manos, gritaba frases llenas de odio mirando al cielo. Se reprochaba a él, le reprochaba a Dios, a la vida y a todo lo que había conocido el porque de esa desgracia, el porque de esa injusticia. Sus reclamos se escucharon a kilómetros de distancia y la furia contenida en ellos marchitó a todas las flores que habían escapado del fuego.

Observando los cuerpos sin vida de sus padres, su odio se incrementó hasta alcanzar un nivel descomunal, uno que exigía tomar venganza por toda esa desolación. Uno que no se calmaría hasta ver la cabeza del rey rodar a sus pies. Limpiando sus ojos de toda lágrima y concentrando su energía en la idea de revancha, se levantó y otra vez golpeó su bastón contra el piso, elevándose de inmediato unos centímetros sobre el suelo.

En ese preciso momento, su guía arribó a la que antes fuera una preciosa y prospera aldea para convencerlo de no cometer una locura, no antes de que estuviera completamente listo. El jovencito ni siquiera notó su presencia, sus ojos estaban cubiertos de rabia y no podía ver otra cosa que no fuera la próxima muerte del monarca. Dejando una cortina de humo detrás, emprendió el camino hacia el castillo.

Durante el trayecto se dio cuenta de que no sólo su pueblo había sido devastado. Mientras el había estado en la montaña, desarrollando las habilidades mágicas que usaría en contra de las tropas del rey, dragones y otras criaturas se habían encargado de convertir la comarca en un cementerio. No percibía ni rastro de vida a varios kilómetros a la redonda. Lo único que lograba ver eran ruinas y cadáveres cubriendo los que algún día fueran verdes campos. Ese camino de desolación aumentó su enojo.

Poco tiempo después y gracias a que aumentó la velocidad de su vuelo, Rudolf se acercó a la flota que minutos antes destruyera su hogar. Sintiendo como su sangre comenzaba a hervir para después subir a su cerebro, se preparó para atacarlos. Extendió su mano izquierda y formó, con cada uno de sus dedos, cinco bolas de agua que arrojó contra ellos. Las esferas salieron disparadas y en cuestión de segundos impactaron a un mismo número de dragones. Los envolvieron por completo para después comenzar a cerrarse y finalmente, con una impresionante explosión, reducirlos a nada.

El resto de la tropa, luego de percatarse que sus compañeros habían desaparecido y por órdenes del comandante Valkon, el más poderoso y despiadado hechicero al servicio del rey, cambió de dirección y se enfiló hacia el joven mago. Los dragones restantes lanzaron sus llamaradas en contra del muchacho, pero éste, dibujando un círculo con su bastón, las detuvo todas y, como contraataque, conjuró un hechizo para librarse de ellos.

Quizá los dragones muy fuertes pueden ser,

pero a todos nos ha de llegar el final.

Las nubes en animales hambrientos se convertirán

y a todos en un segundo se los tragarán.

En cuanto el chico terminó de hablar, las nubes tomaron forma de fauces y devoraron a los dragones que no habían sido destruidos por las bolas de agua. Los masticaron y una lluvia de sangre fue lo único que quedó de ellos. Eso causó la molestia de su líder, quien, concentrando una gran cantidad de energía en la palma de su mano, creó una esfera de luz, misma que dirigió contra el asesino de su ejército.

El jovencito intentó protegerse usando la técnica que contuviera el fuego de los dragones, pero la magia de Valkon era demasiado poderosa como para encontrar en aquel círculo un obstáculo. Atravesando la, para él, frágil barrera con su ataque, el malvado hechicero golpeó a Rudolf y lo mandó, sumamente lastimado, directo al suelo. Aprovechando ese momento de debilidad en su contrincante, sacó su espada, la cubrió con fuego y se abalanzó contra él, buscando perforar su corazón.

Para fortuna del joven mago, la auto curación era una de sus mejores habilidades, por lo que, luego de meterse en un hoyo negro que sacó de su boca, logró escapar. Valkon quedó confundido ante la desaparición del chico, nunca antes había visto esa clase de magia. Fue entonces que comprendió que a ese a quien combatía, lo había entrenado Jericob, el más anciano y sabio de todos los seres mágicos del mundo. Por primera vez en su vida sintió miedo y ganas de huir, pero sabía muy bien que esto último sería imposible. Mirando para todos lados, trató de descubrir donde se escondía el jovencito.

Sus intentos resultaron inútiles. Rudolf utilizaba un hechizo de invisibilidad del cual no salió hasta arrojarle a su alrededor, los amuletos que sus familiares y conocidos le dieran antes de partir a su entrenamiento en las montañas. Entre los objetos se encontraban una medalla de oro de su madre, una herradura de su padre y una rosa de Fiona, la niña que fuera su primer y único amor.

El jefe de los ejércitos reales, al ver que ninguno de los proyectiles lo había alcanzado, se burló del muchacho y se alistó, convencido de que había exagerado al considerarlo tan temible oponente, para el siguiente asalto. Lo que él no sabía, era que esos objetos que se precipitaban a sus costados no tenían la intención de tocarlo. Su misión era otra: capturarlo y quitarle toda posibilidad de escape. De cada uno de los cráteres que los objetos habían formado, después de una palabra de parte de su dueño, brotaron cientos de luces que en instantes rodearon al malvado hechicero.

Sorprendido, éste quiso perforar la barrera, pero todas las técnicas que empleó se regresaron en su contra, dejándolo tirado y sin más fuerzas para luchar contra lo que parecía inevitable: su muerte. Rudolf juntó sus manos al nivel de su pecho, como si se prepara a orar. De entre estas, empezaron a salir las almas de todas aquellas personas que habían muerto, por mandato del monarca, en manos de quien ahora lucía tan indefenso y asustado. Cerrando los ojos y haciendo brillar su aura, pronunció un conjuro más.

Almas atormentadas que no encuentran el camino,

acudir a éste mi llamado yo les pido.

Ayúdenme a ponerle fin a su verdugo,

reuniendo toda su pena terminen con sus días en éste mundo.

Los espíritus, al escuchar las peticiones del chaval, se enfilaron hacia la fuente de centellas y, una vez que la traspasaron, se introdujeron en el cuerpo de Valkon, quien de inmediato sintió en carne propia todo el sufrimiento de las almas en pena. Tanto dolor fue demasiado para él. Su piel comenzó a derretirse y sus huesos a quebrarse. En un breve lapso, todo lo que de él quedó fue una simple y oscura mancha sobre el piso. La jaula de luz que lo mantenía cautivo se esfumó con su muerte y los objetos que la creaban regresaron a manos del joven mago.

Satisfecho por haber cumplido la primera parte de su venganza, el muchachito continuó con su camino hacia el castillo, dispuesto a terminar la segunda: asesinar al rey.

No faltaba mucho por recorrer. No se demoró más de cinco minutos en ver las murallas de la fortaleza, protegidas como siempre, por decenas de brujas y gárgolas. Era cierto que había vencido al más fuerte de los hechiceros bajo las órdenes de su majestad, pero antes de llegar a él, aún tenía que deshacerse de unos cuantos enemigos más. Preparado para librar la más feroz de las batallas, aterrizó en medio del patio principal.

Todos los súbditos de Tanom lo rodearon, pero contrario a lo que él pensaba, ninguno hizo el intento por atacarlo. En lugar de toparse con una fiera oposición, el chico se encontró con un amable recibimiento. Gracias a una bola de cristal, todos habían presenciado la muerte de Valkon y sabían que si él no había podido hacer nada en contra del rebelde, ellos tampoco vivirían en caso de oponérsele, por lo que decidieron dejarle el paso libre hasta la habitación imperial. Hicieron una valla para mostrarle el camino.

Rudolf caminó, sin bajar del todo la guardia, en medio de las dos filas y entró al edificio donde vivía el rey, ese a quien tantos deseos tenía de matar. Caminó lentamente, disfrutando como, poco a poco, se aproximaba a la consumación de su revancha. Llegó a los aposentos del monarca e, convirtiendo su bastón en una espada, irrumpió violentamente.

Para su desconcierto, en lugar de Tanom encontró a una hermosa mujer vestida con poca ropa, quien, envuelta en una linda melodía que parecía hipnotizarlo, se le acercó meneando sus caderas de una provocativa manera. Una vez que sus cuerpos se tocaron, ella lo despojó de la espada y, sin que él moviera un sólo dedo para impedirlo, atravesó con ésta y de lado a lado su estómago.

Habiendo conseguido lo que deseaba, la mujer tomó su forma original. Tal y como Rudolf lo suponía, se trataba del rey, quien había utilizado la magia de la corona para engañarlo. Sintiéndose victorioso, el injusto y egoísta monarca comenzó a balbucear, desconociendo que estaba muy lejos de haber ganado la batalla. El joven mago sacó la espada de su cuerpo y la herida se cerró en cuanto lo hizo.

Aterrorizado, su majestad observó como el muchachito levantó el arma por encima del hombro y la apuntó en su contra. Como último recurso para evitar que lo asesinaran, Tanom volvió a aparentar ser una hermosa mujer, pero los trucos no funcionan en segundas ocasiones. Rudolf, descargando todo su odio, rencor y sed de venganza en ese movimiento, asestó la espada contra el pecho del monarca. Una vez que perforó el mismo, dijo el hechizo que pondría fin a ese reinado de maldad y destrucción.

Por muchos años azotaste a la comarca con tu reinado de terror,

pero aquí y ahora a toda tu maldad yo pondré fin.

En el fuego eterno del infierno para siempre has de arder,

pagando por todas y cada una de las personas a las que hiciste sufrir.

El hierro del arma se fundió con la sangre del rey para después comenzar a arder, tal y como las palabras del joven mago lo habían dicho. En cuestión de segundos, Tanom fue consumido por el fuego y la corona que lo designaba como mandatario cayó sobre sus cenizas. Rudolf la tomó con ambas manos y, justo antes de colocarla sobre su cabeza, escuchó la voz de Jericob, su mentor, hablándole directo a la mente.

- No lo hagas. Por favor, Rudolf. No tienes la fuerza suficiente para escapar de su maldición. No estás preparado para lidiar con tanto poder. No te atrevas a ponértela. - Advirtió el anciano y sabio maestro.

Su pupilo no hizo caso a las advertencias, estaba enfocado en la idea que se le había ocurrido mientras peleaba con Valkon. Era por todos sabido que la corona poseía un gran poder. Si alguien como él, un mago de enorme fuerza la usaba, seguramente podía controlar cosas como el tiempo. Pensó que uniendo ambos poderes, el del objeto y el propio, podría traer de regreso a todas esas personas que habían muerto durante los últimos años. Sin demorar un instante más, la situó en la cima de su cráneo.

En cuanto el metal tocó el primero de sus cabellos, ese poder en el que había pensado comenzó a recorrer su cuerpo, pero lejos de hacerlo sentir bien, lo atormentó con siglos de dolor e injusticia. De la corona salieron raíces que se clavaron en su cabeza e hicieron que soltara un grito que, estando aún conectado vía mental con él, mató a su maestro. Era tanta la energía que emanaba de su cuerpo, que todas las paredes del castillo se derrumbaron y todos esos hechiceros, brujas y criaturas que servían al anterior monarca, también fueron consumidos. Una devastadora tormenta, anunciando lo que se aproximaba, dio inició.

Esa idea por la que en un principio desobedeció las peticiones de Jericob, la de volver el tiempo atrás para salvar a tanto inocente asesinado por los ejércitos de Tanom, desapareció de su cerebro para darle paso a una sed de conquista mucho más grande que la que antes tuviera de venganza. Sus ojos cambiaron de color y su pelo se tornó por completo blanco. Su corazón se secó y todos esos ideales de libertad y esos recuerdos de una feliz infancia se esfumaron. Ya no era más Rudolf, ese jovencito que decidiera entrenarse para terminar con el reinado de crueldad que tanto dolor había traído a sus seres queridos. Se convirtió en uno más de los esclavos de esa corona, de la que tantas cosas se decían, cosas que resultaron ser ciertas y que, por su torpeza, habían abierto un agujero que ya nadie podría cerrar.

Dejó de ser ese libertador por el que todos esperaban para transformarse en el nuevo dictador, uno más despiadado e inhumano que el anterior. Uno que no se conformaría con destruir una comarca. Uno que deseaba acabar con el mundo entero. Uno que, ante la falta de alguien que se le opusiera, sin duda habría de conseguirlo.

Mas de edoardo

Mi hermano es el líder de una banda de mafiosos

Pastel de tres leches

Hasta que te vuelva a ver...

Regreso a casa

Plátanos con crema

El galán superdotado de mi amiga Dana...

Porque te amo te la clavo por atrás

Runaway

Mi segunda vez también fue sobre el escenario

Mi primera vez fue sobre el escenario

¡Hola, Amanda! Soy tu madre

En el lobby de aquel cine...

El olvidado coño de mi abuela...

Consolando a Oliver, mi mejor amigo

En el callejón

Prácticas médicas

Donde hubo fuego...

Cabeza de ratón

Hoy no estoy ahí

Mi hermanastro me bajó la calentura

Tatúame el culo

Jugando a ser actor

Yo los declaro: violador y mujer

Pienso en ti

Hoy puedes hacer conmigo lo que se te plazca.

Y perdió la batalla

Prestándole mi esposa al negro...

Padre mío, ¡no me dejes caer en tentación!

¿Cobardía, sensates o precaución?

¿Pagarás mi renta?

Al primo... aunque él no quiera

Sexo bajo cero

Raúl, mi amor, salió del clóset

Lara y Aldo eran hermanos

La Corona (2)

Fotografías de un autor perturbado

Diana, su marido y el guarura

La mujer barbuda

No sólo los amores gay son trágicos y clandestinos

Una oración por el bien del país

El gato de mi prometido

Doble bienvenida mexicana

Doscientos más el cuarto

Llamando al futuro por el nombre equivocado.

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (3)

Todavía te amo

Simplemente amigos

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (2)

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo!

La casi orgásmica muerte del detective...

Internado para señoritas

¡Qué bonita familia!

La profesora de sexualidad.

Podría ser tu padre

Si tan sólo...

Su cuerpo...

Culos desechables

El cajón de los secretos

Agustín y Jacinta (o mejor tu madre que una vaca).

Una mirada en su espalda

Un lugar en la historia...

Veinte años

Razones

Sorprendiendo a mi doctor

Un intruso en mi cama

Una vez más, no por favor, papá

Tu culo por la droga

Lazos de sangre

Cantos de jazmín

El mejor de mis cumpleaños

Tres por uno

Con el ruido de las sirenas como fondo

Heridas de guerra

Regalo de navidad.

Cenizas

Botes contra la pared

Madre e hija

Dímelo y me iré

A las 20:33 horas

A lo lejos

Prostituta adolescente

En la plaza principal

¿Por qué a mí?

Después de la tormenta...

Dando las... gracias

Tantra

Lo tomó con la mano derecha

Querido diario

Mírame

A falta de pene...

Río de Janeiro

Dos hermanas para mí

Sucia pordiosera

Un Padre nuestro y dos ave María

Ningún puente cruza el río Bravo

Metro

Tengo un corazón

Un beso en la mejilla

Masturbándome frente a mi profesora

Regresando de mis vacaciones

TV Show

Buen viaje

Noche de bodas

Máscaras y ocultos sentimientos

Caldo de mariscos

Infidelidad virtual

Suficiente

Interiores y reclamos

Una más y nos vamos

Cancha de placer

Caballo de carreras.

Puntual...

La ofrecida

El fantasma del recuerdo

Tiempo de olvidar

París

Impotencia

Linda colegiala

Tratando de hacer sentir mejor a mi madre.

En la parada de autobuses

Crónica de una venta necesaria.

Serenata

Quince años

Gerente general

Lavando la ropa sucia

Cuéntame un cuento

¿A dónde vamos?

Háblame

Licenciado en seducción

Galletas de chocolate

Entre espuma, burbujas y vapor

Sueños hechos realidad

Madre...sólo hay una

Más ligera que una pluma

Una botella de vino, el desquite y adiós

Cien rosas en la nieve

Wendy, un ramo de rosas para ti...

Gloria

Juntos... para siempre

El apartamento

Mentiras piadosas

Pecado

Vivir una vez más

Julia, ¿quieres casarte conmigo?

Para cambiar al mundo...

Dos más para el olvido

Ya no me saben tus besos

Embotellamiento

Húmedos sueños

Por mis tripas

Ximena y el amante perfecto

Inexplicablemente

Quiero decirte algo mamá

Entrevistándome

Recuerdos de una perra vida (4)

Recuerdos de una perra vida (3)

Recuerdos de una perra vida (2)

Recuerdos de una perra vida (1)

Una vela en el pastel

Zonas erógenas

Frente al altar

Ojos rosas

Abuelo no te cases

Mala suerte

Kilómetro 495

Mi primer orgasmo

El plomero, mi esposo y yo

En medio del desierto

El otro lado de mi corazón

Medias de fútbol

Examen oral

El entrenamiento de Anakin

Un extraño en el parque

Tres cuentos de hadas

No podía esperar

La fiesta de graduación

Ni las sobras quedan

La bella chica sin voz

Feliz aniversario

Dejando de fumar (la otra versión)

Una noche en la oficina, con mi compañera

La última esperanza

Pedro, mi amigo de la infancia

Sustituyendo el follar

Dejando de fumar

Buscándolo

La abuela

Tan lejos y tan cerca

Entre sueños con mi perra

Tu partida me dolió

Ni una palabra

Mis hermanos estuvieron entre mis piernas.

Compañera de colegio

La venganza

Tras un seudónimo

Valor

La vecina, mis padres, y yo

La última lágrima

Sueños imposibles

Espiando a mis padres

La amante de mi esposo

Al ras del sofá

La última cogida de una puta

Confesiones de un adolescente

Esplendores y penumbras colapsadas

Volver

Celular

El caliente chico del cyber

Friends

La última vez

Laura y Francisco

El cliente y el mesero (3-Fin)

El cliente y el mesero (2)

El cliente y el mesero (1)

El ángel de 16 (6 - Fin)

El ángel de 16 (5)

El ángel de 16 (4)

Asesino frustrado

El ángel de 16 (3)

El ángel de 16 (2)

Por mi culpa

El ángel de 16

Triste despedida que no quiero repetir

Un día en mi vida

Utopía

El pequeño Julio (la primera vez)

El amor llegó por correo

El mejor año

Mi primer amor... una mujer

My female side