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La última cogida de una puta

en Dominación

Yo no tuve una fiesta de quince años como muchas niñas estúpidas que aún creen que la vida es un cuento de hadas y que un príncipe azul llegará algún día para llevarlas a vivir a un hermoso castillo donde la felicidad llenará sus días futuros. Yo no tuve una de esas fiestas que lo único que hacen, además de acabar con la economía familiar por un buen tiempo, es decirle a todos los machos ansiosos de curvas nacientes y sensualidades dormidas que ya estás lista, lista para tener una verga palpitante dentro de ti, lista para que alguien te haga sentir mujer. Yo no tuve la suerte o desdicha de que me presentaran ante el género masculino como un próximo premio para quien fuera más hombre, no, yo fui directo a la acción, yo tuve como regalo en mi cumpleaños número quince la pérdida de mi virginidad, me dieron como obsequio esa por muchas deseada e idealizada, primera vez.

Siempre fui muy realista, no podía ser de otra manera dentro del entorno en que me encontraba. Mi padre abandonó a mi madre por razones que nunca llegué a conocer, ella sólo se limitaba a expulsar maldiciones en su contra, pero sospecho que uno de los motivos pudo haber sido su falta de inteligencia, porque dicha característica es la única explicación lógica que encuentro para justificar que se haya inundado de hijos a los que no podía ni ofrecerles un vaso de leche por la mañana y una cobija rota por la noche. De los siete hijos que tuvo mi madre yo soy la mayor, por lo que cargué con parte de sus culpas por varios años. Era yo la que cuidaba de mis hermanos, era yo la que a falta de comida o dinero salía a las calles a pedir limosna para comprar al menos una pieza de pan que repartíamos entre los siete, porque a pesar de que mi madre comenzó a trabajar a partir de la huída de mi progenitor, todo, o más bien lo poco que ganaba, se esfumaba junto con el humo de sus cigarros de marihuana. Siempre fui muy realista, pero en el fondo, al igual que la mayoría de las niñas, soñaba con un príncipe azul que me rescatara del agujero donde estaba sumida, soñaba con que mi primera vez sería mágica e inolvidable, pero de estos dos adjetivos sólo pude usar el segundo cuando llegó el momento.

Como era de esperarse, la adicción a la marihuana de mi madre evolucionó en el uso de drogas más fuertes y poco más tarde en su muerte. No tenía dinero para un velorio o para comprarle un cajón, así que no dije nada cuando la encontré tirada en un callejón cerca de nuestra casa, supongo la habrán tirado a una fosa común. No me arrepiento de haberla abandonado, era lo justo cuando ella no hizo otra cosa con nosotros, era la forma de pagarle y devolverle casi quince años de indiferencia y miseria. Después de su muerte, que ahora se, fue la última de sus jugadas, que ahora se, fue una burla que me decía yo si puedo escapar de este infierno, me quedé sola a cargo de mis hermanos, sola como lo estuve siempre, nada más que ahora era de manera oficial, ya no existía la esperanza de que mi madre cambiara de la noche a la mañana y de manera mágica nos diera una vida mejor.

En el mundo en el que vivíamos era fácil relacionarse con delincuentes, drogadictos y toda clase de personas de esas que llaman la escoria de la sociedad. "La jefa" era una de esas personas no gratas ante los ojos de un país hipócrita y falsamente religioso, tenía una casa de citas, el lugar perfecto para que alguien como yo, una adolescente sin estudios ni habilidades pero con un cuerpo más desarrollado de lo normal y una linda cara, encontrara una salida a su pobreza extrema. En mi cumpleaños quince toqué a su puerta y comenzó mi fiesta, mi iniciación, mi camino a la deshumanización y el olvido.

Mi primera vez fue inolvidable, de eso no hay duda. No puedo olvidar el olor a alcohol brotando de cada poro de mi primer cliente. Están grabadas en mi mente cada una de sus ofensivas palabras y la humillación de todas sus bofetadas. Recuerdo a la perfección su dificultad para penetrarme y el dolor que yo sentí cuando lo logró, dolor que no se fue a medida que él aumentaba el ritmo de su cabalgata, dolor que por el contrario aumentó haciéndome perder el sentido y despertar después con sus restos de semen en mi pecho, las piernas abiertas y una mancha de sangre en la sábana. Mi primera vez fue inolvidable y la llevé conmigo todas las siguientes, me acompañó en cada momento de fingida intimidad y falso gozo, endureció mi corazón poco a poco hasta que éste ya no fue capaz de percibir sensación alguna.

Como resultado de la perra en la que me transformé conforme más hombres entraban en mi cuerpo, abandoné a mis hermanos como ya antes lo habían hecho mis padres, me marché mientras dormían para no ver sus caras tristes, para que mi corazón no despertara con sus llantos y suplicas, salí de sus vidas por la puerta de atrás, como una cobarde, los abandoné a su suerte y nunca más volví a saber algo de ellos.

No todo fue desgracia esos años, mi hermoso cuerpo con fama de hacer gozar como ningún otro a los hombres me trajo clientes de mayor poder monetario y una vida más desahogada y llena de pequeños lujos que terminaron por matar cualquier esperanza de redención. No tardé mucho en ser la "dama de compañía" consentida de gente famosa y adinerada, no me costó trabajo introducirme a esferas más altas, pero todo tiene un fin, y el mío estaba cerca. Mi indiferencia ante la vida era tan grande que en ocasiones ya ni siquiera me preocupaba por exigirles a mis amantes el uso del condón, obviamente tarde o temprano eso traería consecuencias que nunca me detuve a imaginar. Después de dos meses de retraso en mi regla compré una prueba de embarazo y por primera vez después de varios años sentí algo, y fue miedo, terror, la amenaza de que la prueba resultara positiva representaba un obstáculo para continuar con mi "carrera" y eso me aterrorizaba hasta la médula, pero comprobarlo fue como una puñalada que terminó con lo que yo llamaba vida. Buscando una solución definitiva acudí a un doctor que practicaba abortos, obviamente de manera ilegal, luego de desembolsar una fuerte suma de dinero se llevó a cabo la intervención y mi problema quedó "resuelto", o al menos eso pensé. Los siguientes días más que aliviada me sentía vacía, incompleta, si antes vivir no me emocionaba y sólo lo hacía por inercia, ahora el morir era un deseo constante, no quería continuar caminando, no quería seguir respirando pero tampoco me atrevía a suicidarme, afortunadamente para eso si encontré una solución.

Hoy saqué del fondo de mi clóset unas de las prendas que utilicé cuando era una más en la casa de "la jefa", quería vestirme y parecer lo que fui, una basura, quería que todos los que sospechaban y hablaban de mí a mis espaldas vieran confirmados todos esos chismes y supieran de una vez por todas, sin lugar a dudas, que era una puta, y que fui la peor de todas. Quería usar esa falda negra de cuero que no lograba tapar del todo mis nalgas y permitía ver el color de mi tanga, la cual no pensaba ponerme, entre más guarra fuera mi apariencia mejor. Deseaba vestir mis pechos con esa blusita de gran escote que dejaba muy poco a la imaginación y debajo de la cual mis pezones libres de la prisión de un sostén se dibujaban, y calzar mis pies, con las uñas pintadas con esmalte barato, con unos tacones de plataforma. Y para mi rostro el maquillaje más exagerado y vulgar que pudieran pintar mis manos, labios más rojos que una manzana y ojos más negros que mi alma. Hoy estaba sacando del fondo de mi clóset el atuendo correcto para anunciarle al mundo que era una zorra, la vestimenta perfecta para entrar al infierno, que es a donde seguramente iría después de esa noche.

Hoy subí a mi coche, encendí el motor y arranqué anunciando el principio del fin, conduje rumbo a la casa de quien me ayudaría a terminar con este vacío cada vez más grande, viaje hacia mis últimos minutos de vivir como la peor de las perras. La cita se dio por internet, platicando en uno de esos chats a los que acude la gente enferma en busca de cura para sus depravaciones y desesperanzas. No teníamos mucho en común, pero eso no importa cuando entras a ese mundo virtual. Yo quería morir pero no tenía las fuerzas para quitarme la vida y él me ofreció sus manos para hacerlo, no se necesitaba más. No sabía cómo era, no sabía si lo que dijo fue verdad pero no me interesaba, mientras cumpliera con su palabra todo lo demás podía irse al carajo.

Hoy llegué a mi destino y estacioné mi auto afuera de su domicilio, presioné el timbre y la puerta se abrió automáticamente. Entré a la casa y no pude ver más allá de dos metros, las luces estaban apagadas, las cortinas cerradas y el humo de mil cigarros flotaba en el aire. A lo lejos observé una pequeña iluminación, era mi salvador cargando un candelabro que puso sobre la mesa central de la sala. El humo no me facilitaba ver su rostro o más detalles de su cuerpo, pero si pude darme cuenta de que llevaba puesta una gabardina negra que llegaba hasta sus tobillos. Ninguno de los dos articulaba palabra, creo que al igual que yo, estaba esperando a que el otro fuera quien tomara la iniciativa y rompiera el hielo y la tensión del primer encuentro. No conocía mucho de su vida, pero en eso tenía bastante experiencia, así que fui yo la que dio el primer paso.

-Creo que no hace falta que hablemos, no estoy aquí para charlar con tigo, será mejor que nos demos prisa y acabemos con esto lo más rápido posible.

-¿Por qué la prisa? No pensé que todo lo que dijiste sobre tu cuerpo fuera verdad, ahora no se si pueda ayudarte a morir, preciosa.

Eso no me lo esperaba, no estaba preparada para una negativa a cumplir su parte del trato. No sabía como reaccionar, mi mente se bloqueó por unos segundos y cuando intenté decir algo él se me adelantó. Acercándose a mí me dijo "quítate la ropa perra". Al momento que escuché sus palabras también miré sus ojos que se clavaron en los míos, eran de un color negro imposible de imaginar y me atemorizaron demasiado, había algo en ellos que me hacía sentir peor de lo que ya estaba, me provocaban el deseo de ponerme a sus pies y adorarlo como a un Dios, pero no podía seguir mis instintos, no debía ceder a mis deseos, nunca lo había hecho y no sería la primera vez, pensé yo. Le respondí que no estaba ahí para darle un show y que si no pensaba matarme mejor sería que me marchara. El negro de sus ojos se tornó rojo de un intenso que opacaba al de mis labios, reflejaba una furia infinita que se descargó sobre mí en forma de cachetada. Muchos clientes me habían golpeado, pero ninguno, a excepción del primero, me hizo sentir humillada, ninguno representó un peldaño más abajo para mi dignidad. El que pensé sería mi salvador estaba ejerciendo efectos nuevos y desconocidos sobre mi humanidad, su golpe me tiró a un charco de fango que ensució mi esencia más que todo lo que antes había vivido, pero no fue eso lo peor, sino que encontré tal suceso excitante, mis pantaletas, de haberlas traído, se habrían mojado como signo de lo caliente que me puso el sentirme a merced de aquel sujeto.

Volvió a ordenarme que me desnudara y de nueva cuenta me negué deseando que me propinara otro golpe, pero él se percató de mis intenciones y no lo hizo, no quería cederme el control del juego que se estaba iniciando. De uno de los bolsillos de su gabardina sacó unas tijeras y comenzó a pasarlas por todo mi cuerpo, deteniéndose debajo de mi falda, entre mis piernas, justo encima de mi sexo húmedo y limpio de vello. Sentir el frío del metal justo en esa parte de mi cuerpo me estremeció e intenté besarlo, pero él me lo impidió. Me tomó de los cabellos y jaló de ellos hacia atrás con gran fuerza, creí que no pararía hasta que mi cabeza se desprendiera de mi cuerpo, pero al fin se detuvo y lamió mi cuello mordiéndolo de vez en cuando. Retiró las tijeras del lugar donde se encontraban y cortó lentamente mi falda, que cayó al suelo dejándome desnuda de la cintura para abajo. Colocó su mano sobre mi entrepierna y al momento que la frotaba llenando sus dedos con mis jugos me ordenó con determinación: "baila para mí zorra¡, quiero verte moviendo el culo y esa conchita deliciosa". No pude desobedecerlo por tercera ocasión, bailé para él, me moví de mil y una formas esperando estuviera complacido, acariciaba mis largas y firmes piernas, frotaba mis pechos por encima de la blusa excitando cada vez más mis pezones, daba media vuelta mostrándole mi redondo y levantado trasero, me abandoné a sus peticiones.

Él se sentó en uno de los sillones, el que quedaba justo en frente de mí, para poder apreciar el espectáculo de manera más cómoda. Me ordenó que me masturbara y así lo hice, empecé con un dedo, luego dos y finalmente tres, los sacaba y metía cada vez más húmedos, cada vez era mayor la cantidad de jugos que tiraba y resbalaban por mis piernas, que brillaban en la oscuridad de una manera morbosa y provocativa, pero los dedos no eran suficientes para calmar mi calentura y él lo sabía. Con esa mirada que minutos antes me había convertido en su esclava señaló el florero sobre la mesa. No vacilé un instante en seguir su mandato y detuve mi baile para tomar el florero. Su forma era perfectamente cilíndrica y aunque de un grosor doloroso facilitaría un poco la penetración. Me senté sobre la mesa, abrí mis piernas hasta sentir que mis huesos estaban a punto de quebrarse, apreté el florero con ambas manos y al escuchar que me decía "mételo todo de golpe, quiero que sufras putita, quiero oírte gritar y que de tu sexo corra la sangre prueba de tu agonía", lo dejé caer sobre mí enterrándolo casi por completo a la primera. Quería escucharme gritar y lo logró, mis alaridos debieron escucharse a varios kilómetros alrededor, el dolor que sentí no lo había experimentado nunca ni tampoco el placer que debajo de mis quejidos se escondía.

Fueron varios los minutos que pasé auto penetrándome con ese florero que al salir observaba manchado de rojo producto del daño que me estaba haciendo, daño que me hacía sentir como mierda, sin valor alguno, pero que a la vez me daba los momentos más placenteros de mi existencia, tuve el primer orgasmo de mi vida, uno avasallador que hizo que me retorciera como un pez fuera del agua. Gemía como un animal y golpeaba la mesa tratando de liberar el enorme placer que no cabía en mi cuerpo. Cuando me repuse de la emoción y me incorporé nuevamente pude ver que mi dueño, en lo que se había convertido quien pensé sería mi salvador, se frotaba el paquete por encima de la gabardina, la cual poco a poco desabrochó hasta mostrar que no llevaba otra prenda puesta. Su siguiente orden fue que me levantara y caminara hacia él, al hacerlo quise sacar de mi vagina el florero que me llevó al primero de mis clímax pero el se negó, quería que caminara con el objeto dentro de mí, que lo apretara con todas mis fuerzas para que no resbalara hacia afuera. Ahí estaba yo, caminando con dificultad, con un cilindro de plástico atravesando mi entrepierna y mi morbo hasta las nubes.

Cuando estuve a unos pasos del sillón la gabardina se abrió completamente y pude admirar su cuerpo desnudo, cubierto totalmente por un oscuro y abundante pelaje. Un pecho poco firme y un vientre prominente resultado de una dieta alta en grasas en la parte superior, debajo un par de piernas de la misma desagradable apariencia y en medio de todo, apuntando hacia el cielo, orgulloso de si mismo, su pene, oscuro y con una punta morada brillante por sus jugos masculinos. Sin duda su físico no era el de un atleta y había visto vergas más grandes y gruesas que la suya, pero nunca las deseé como deseaba en esa ocasión la que estaba ante mis ojos. Me abalancé sobre ella a pesar de tener aún el florero enterrado en mi concha como si hubiera estado esperando toda la vida mamarla, pero él contuvo mis impulsos tomándome nuevamente del cabello y llevando mi boca a sus pelotas, igual de peludas que le resto de su cuerpo, pero con la diferencia de que éstas si eran las mejores que había visto. Mi lengua recorría cada centímetro de su áspera piel y cuando su mano dirigiendo mis movimientos lo permitía, introducía a uno o ambos en mi boca para arrancarle sonidos de evidente placer. Cuando se cansó de que le comiera los huevos levantó mi rostro dejándolo a la altura de su falo, el que inicié probando por los bordes, subiendo por todo el tronco para descender cuando estaba a punto de tocar el glande.

Así estuvimos, yo a su merced y él manejando todo, como se veía le gustaba, ya que por momentos no se sentía tan poca cosa como yo, por instantes era poderoso, y como a mí me calentaba cada vez más, pero no pudo seguir mucho tiempo aguantando las ansias de hundir su carne en mi boca. Tomó mi cara con ambas manos, levantó su cadera y metió su verga necesitada de un agujero húmedo hasta topar con mi garganta. Por poco no lograba controlar la arcada que eso me provocó, pero milagrosamente lo conseguí y pude resistir todas las veces que volvió a atacar. Cerraba mis labios y los movía sobre la piel de su pene al igual que con mi lengua hacia movimientos circulares sobre la misma. Estaba disfrutando del sexo oral como nunca antes, y más lo disfrutaba cuando me tomaba por los pelos para cogerme el hocico de mejor manera o cuando sentía que su palpitante miembro se endurecía más anunciando su venida. Había tenido miles de vergas entre mis labios, pero nunca lo gocé, nunca se metió por mi nariz ese olor a macho llenando mi interior de lujuria y ganas de seguir mamando. Deseaba probar su leche, que ésta me inundara la boca y escurriera fuera de ella por todo mi cuerpo hasta llegar a mi entrepierna y unirse con mis propios jugos, que brotaban en grandes cantidades gracias a la enorme excitación que estaba experimentando.

El probar su leche tuvo que esperar, castigándome, me empujó contra el piso y me pateó el estómago diciéndome: "si quieres probar mi néctar tendrás que pedirlo maldita zorra, anda, suplica por comer de mi leche". El aire se me había ido, pero no con él mi calentura, con grandes esfuerzos supliqué, imploré que se corriera y me diera la oportunidad de probar su semen. "Dame de tu leche, por favor, te lo suplico, quiero que me llenes con ella como la gran puta que soy", repetía una y otra vez. El se hincó con sus piernas a los lados de mi cuerpo y empezó a masturbarse al mismo tiempo que pellizcaba mis pezones. No demoró mucho, luego de unas cuantas sacudidas a su pene salieron chorros de leche disparados contra mi rostro. Perdí la cuenta de cuantos fueron, imaginé que tenía mucho tiempo sin eyacular, porque mi cara y mi pecho quedaron totalmente cubiertos de ese líquido viscoso que antes odié y ahora necesitaba en cada rincón de mi cuerpo.

Ya no podía esperar más, deseaba tenerlo dentro de mí, llenando mi vacío con el calor de su verga y así se lo pedí: "quiero que me la metas papi, la quiero toda, por favor, dame tu verga". Él tomó parte del líquido sobre mis mejillas y me ordenó que me pusiera de pie y colocara mis manos contra la pared. No creí necesario que usara su leche como lubricante, ya estaba demasiado excitada, eso sin contar que tenía un florero metido en el coño, el cual sin duda me había abierto lo suficiente para que cualquier falo pudiera entrar, pero él no tenía pensado lubricar esa parte de mi cuerpo sino la trasera. Sus dedos acariciaron mi raja llenándola de esperma y después trataron de abrirse paso dentro de mi apretado y virgen ano. Fue incómodo sentirlos entrar, pero el me tenía dominada y dispuesta a acceder con gusto a todas sus fantasías. Como muestra de lo caliente que me tenía la situación movía el culo como la puta que era, eso le gustaba y me recompensaba acariciando mis tetas, rasguñándolas hasta llevarse un poco de piel bajo sus uñas y sangrarlas ligeramente. De repente sacó sus dedos y puso la punta de su verga aún dura como roca a pesar de su anterior corrida a la entrada del único orificio inexplorado en mi cuerpo. Nunca antes un cliente me pidió cogerme por el culo pero estaba a punto de saber lo que se sentiría. Empujó con fuerza y casi introdujo por completo su herramienta sacando de mi boca un doloroso grito que trató de calmar moviendo el florero en mi entrepierna.

El dolor era insoportablemente excitante y placentero, estaba a punto de tener mi segundo orgasmo de la noche, su pene clavado en mis intestinos, el florero entrando y saliendo de mi concha y su mano acariciando mis pezones eran demasiado, tenía que dejar salir todo ese placer acumulado. Me corrí como una loca y al poco tiempo sentí que él también lo hizo. Cuando nuestros orgasmos aún no terminaban su mano sobre mis pechos se estiró un poco y tomó las tijeras con las que antes había cortado mi falda, las levantó a unos centímetros de mi cuello y las dejó caer sobre éste con las fuerzas que no se había llevado su semen.

No sentí el dolor del impacto gracias al clímax al que me había llevado, pero cuando ese efecto terminó pude notar como la vida se me escapaba aún cuando yo ya no lo deseaba. La manera en que ese hombre del que nunca supe ni su nombre me había sometido me regresó un poco de las ganas de continuar esperando que un príncipe azul viniera a rescatarme de mi soledad y mi depresión. En todos los años de prostitución nunca me sentí completamente una puta ni deseé ser penetrada como esa noche, nunca mis ruegos y suplicas fueron tan reales como las que me hizo expresar ese hombre de mirada dominante, nunca me sentí tan viva, pero ya no había vuelta atrás. No esperaba que lo que pensé sería el final provocaría en mí deseos de que fuera el comienzo de una nueva etapa, pero no podemos saber las consecuencias de nuestros actos antes de que se presenten, de ser así tal vez no tendríamos el valor para actuar, y yo lo hice, ahora tenía que aceptar el fruto de lo que había cosechado. Ahora tenía que observar desde fuera mi cuerpo tendido sobre el suelo, con un florero entre mis piernas, restos de semen y jugos vaginales manchándolo y un charco de sangre saliendo de mi cuello. Ahora tenía que ver los restos de quien en vida fue una basura, una puta, la peor de todas, las más baja, sucia y devaluada zorra.

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