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Simplemente amigos

en Gays

José María se preparaba para ir a dormir, cuando tocaron a su puerta. Extrañado de que alguien lo visitara a esa hora de la noche, tomó el bat que guardaba detrás del sillón y pegó su ojo a la mirilla. En cuanto descubrió que era Hugo quién llamaba, sus instintos bajaron la guardia. Luego de devolver el palo a su lugar, le permitió la entrada. Y ya sentados en la sala, comenzaron a charlar.

No es que me moleste, pero… ¿qué haces aquí y a esta hora? – Preguntó el dueño del departamento.

Este… ¿sí te acuerdas que un día me dijiste que cuando necesitara de un lugar para pasar la noche, no dudara en venir? Pues aquí estoy, rogando que lo hayas dicho en serio. – Respondió el inesperado visitante.

¡Claro que lo dije en serio, Hugo! Somos amigos, ¿qué no? Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, nada más contéstame una cosa: ¿qué pasó? ¿Te volviste a pelear con tu padre?

¡Sí, mano! Ya sabes que a mi viejo le da por tomar, ¿no? Pues llegó a la casa cayéndose de borracho, e intentó… me da pena decírtelo.

¡Vamos! ¿No crees que ya pasamos la etapa de las desconfianzas y las vergüenzas hace un buen tiempo? Dime que pasó, te aseguro que no me voy a espantar ni voy a juzgarte.

Tienes razón, hace tiempo que somos como hermanos. Pues bueno, el muy degenerado quiso violarme. Se metió a mi cama y empezó a manosearme y a pedirme que le diera una chupadita. ¿Puedes creerlo? Te juro que, a pesar de la rabia que sentí, no quise pegarle, pero no me dejó otra opción. Le tiré dos puñetazos y me vine para acá. Fue lo primero que se me ocurrió, perdóname si te causo alguna molestia.

¡Nada de disculpas, que esa etapa también ya la pasamos! Yo te ofrecí mi departamento, y con gusto lo vuelvo a hacer. Si no te apetece regresar con tu familia, si crees que tu padre te va a seguir molestando y no te importa dormir en el sofá, puedes quedarte el tiempo que necesites, ¡a vivir si así lo quieres!

¡Gracias, Chema! ¡Yo sabía que no podías fallarme! Y no te preocupes, por supuesto que no me importa dormir en el sofá. ¡Ah!, y por los gastos, tampoco te preocupes que nunca he sido gorrón. Durante el tiempo que me quedé, cubriré la mitad de ellos.

¡No me insultes, por favor! Eso no es necesario, ya sabes que mis padres me mandan dinero de sobra. O ¿qué?, ¿dónde estaría el favor si te cobro por quedarte aquí?

¡Está bien, está bien! No voy a discutir porque a ti no se te puede ganar, si no quieres que nos dividamos los gastos, pues no lo hacemos. ¡Gracias! ¡En verdad, muchas gracias!

No hay de qué. Espérame aquí que voy por unas mantas, está haciendo algo de frío.

Muy bien, aquí te espero. Y otra vez… ¡gracias!

José María y Hugo estudiaban en la misma universidad, fue en un salón de clases que se conocieron. Los dos deseaban convertirse en los mejores abogados del mundo, pero de ahí en más prácticamente no tenían nada en común. El primero era callado, algo tímido. Solía vestir conservadoramente y le gustaban el champagne y el vodka. En el amor tenía muy mala suerte, a pesar de que su cabellera rubia y abundante, su cara de niño y su cuerpo ejercitado lo convertían en uno de los estudiantes más atractivos del campo. Venía de un pequeño pueblo y de familia adinerada. Había viajado a la ciudad para continuar con sus estudios, y vivía solo en un departamento que sus padres le costeaban. Su única ocupación y obligación era la escuela. El segundo, por su parte, era dicharachero y alegre, siempre con una sonrisa y una broma en la boca. Usaba los clásicos jeans y tenis, y amaba echarse un par de cervezas al salir de clases. Era extremadamente delgado, de piel muy morena y facciones más bien toscas, pero las chicas lo asediaban, andando con todas y a la vez con ninguna. Él también era de provincia, pero había vivido desde niño en la capital del país, con sus padres y un hermano menor. Para solventar sus estudios, trabajaba como asistente en un despacho.

Muchas eran las diferencias que había entre ambos, pero aún así se hicieron buenos amigos desde la primera vez que se cruzaron, tanto que siempre se les veía juntos y en más de una ocasión circuló por la universidad un rumor que aseguraba eran pareja, chisme que, para desgracia de José María, no era más que eso. Sí, Chema estaba enamorado de su compañero y mejor amigo, y lo había estado desde que lo vio aquel día en que ambos realizaron el examen de admisión. Cuando se encontró con él al inicio del periodo escolar y se percataron de que sus horarios eran los mismos, creyó que el destino terminaría por unirlos, pero habían transcurrido ya dos años y eso no ocurría, y ellos seguían siendo solamente amigos.

El estar siempre cerca de él, el compartirlo casi todo y no poder borrar ese casi, eran una tortura para el introvertido joven. Disfrutaba de su compañía, de sus ocurrencias y locuras, pero a la vez también sufría, por no poder besarlo, por tener que tragarse sus ganas de abrazarlo y decirle que lo amaba. El dolor crecía conforme los días pasaban. Cada vez le resultaba más difícil soportarlo, y entonces, para empeorarlo todo, Hugo se presentaba en su departamento pidiéndole asilo, ese mismo que le ofreciera con algo distinto en mente. La razón y la lógica lo impulsaron a negarse, pero le fue imposible decir que no. Le fue imposible dejarlo sin un techo bajo el cual dormir, y ahora le buscaba unas cobijas para cubrirlo del frío, siendo que él lo quería desnudo, siendo que él lo deseaba entre sus brazos.

Con un par de frazadas en las manos y una infinidad de obscenos e imposibles pensamientos en la mente, José María caminó de regreso a la sala. Su amigo lo recibió sin más ropa que la interior, y sintió que la sangre se acumulaba entre sus piernas. Era verdad que la confianza entre ellos era muy grande, que su amistad era envidiable, pero nunca lo había visto en paños menores. Las pocas oportunidades que tuvo de hacerlo las había librado pretextando cualquier tontería, pero para todo hay una primera vez, y la primera en que admiró gran parte de ese cuerpo con el que tantas y tantas veces había soñado, sucedió esa noche.

El torso velludo y de tetillas grandes de Hugo le causó una gran impresión. Su imaginación comenzó a volar en cuanto esa (para él sensual) imagen entró por sus ojos, y supo que, de no hacer algo, de no marcharse, no podría ocultar la erección que estaba a punto de tener. Le entregó los cobertores, le deseó buenas noches y se dio la media vuelta con el propósito de refugiarse en su cuarto, pero las intenciones de su amigo eran otras: él quería seguir charlando.

No te vayas. Siéntate, por favor. Platiquemos un rato más, que al cabo que mañana es sábado. – Propuso el huésped.

Está bien. ¿De qué quieres hablar? – Inquirió el anfitrión, un tanto arrepentido de haber aceptado que se quedara.

No sé… ¿por qué no me cuentas lo que planeas hacer este fin de semana? Digo, no tenemos tarea y hay que aprovechar, ¿no crees?

¿No tenemos tarea? Y… el ensayo que nos pidió Morales, ¿qué es? ¿No piensas hacerlo?

¡Ay, pero si ese es para fin de mes! Apenas estamos a cinco, ¡no inventes!

Pues sí, apenas estamos a cinco, pero no hay que dejar las cosas para última hora. Yo pienso hacerlo mañana mismo y te aconsejaría que tú también lo hicieras, pero creo que no podrías. A ver, ¿dónde están tus cosas? ¿Ya te diste cuenta que las olvidaste en tu casa?

¡Es cierto! Estaba tan enojado que ni siquiera me acordé. ¡De verás que soy un pendejo!

¡Bueno, bueno, no es para tanto! Mañana mismo vas por ellas y asunto arreglado. Ahora duérmete, que ya es tarde.

¡Cómo usted ordene, señor!

¡Ya no seas payaso! Nos vemos mañana.

¡Espérate! Hay algo que quiero decirte antes de dormirnos.

¿Ah sí? ¿Qué es?

¡Que te quiero mucho!

Hugo se abrazó a su amigo después de confesarle su cariño, le pasó los brazos por los costados y le recargó la cabeza en el hombro. A pesar de su carácter abierto, cualquiera que lo conociera habría encontrado aquel gesto un tanto exagerado, pero eso no significaba que en él existiera algo más que una sincera y gran amistad. No era de los que abrazan a sus amigos, y mucho menos de los que les dicen que los quiere, pero esa noche le nació hacerlo, como una forma de agradecer el incondicional apoyo de José María. Para el dueño del departamento, esto último no quedó del todo claro, y su mente, en el delirar de sentir tan cerca el objeto del deseo, interpretó ese abrazo como algo más, enviándole a su falo la señal para comenzar a erguirse.

¡Ora! ¿Qué es eso, Chemita? – Cuestionó el delgadísimo joven al sentir crecer el miembro de su amigo.

¡Perdóname, pero no pude evitarlo! – Se justificó José María deshaciendo el abrazo y cubriendo su erección con ambas manos – Lo que pasa es…

¡No te disculpes! – Manifestó Hugo ciñéndose otra vez a su compañero – ¡Ya lo harás si no sabes moverlo! – Colocó su mano sobre la abultada bragueta y la acarició tiernamente.

¡¿Pero?! – Exclamó el rubito sorprendido por la insospechada actitud de su camarada – Si esta es otra de tus bromas, te advierto que…

Antes de que el impresionado muchacho revelara su amenaza, ese otro en ropa interior lo besó callándole las palabras, envolviéndolas con la lengua y embarrándoselas por el paladar. José María se quedó inmóvil tratando de digerir lo que ahí ocurría, y cuando finalmente quiso corresponder al beso, su invitado se soltó de él para reanudar la plática.

¿Sabes una cosa, Chema? Mi padre jamás intentó violarme, lo inventé todo para venir a buscarte y que tú sí lo hicieras, aunque… creo que si yo coopero no sería una violación, ¿o sí? Creo que de yo darte las nalgas, no estarías abusando, ¿verdad? Dime qué opinas. Dime si te gusta la idea de cogerme, si te excita la teoría de hacerme tuyo.

¡Por su… por su… por supuesto que me gusta!

Pues entonces… – el moreno se separó de su compañero e inició una lenta caminata – ven aquí y… – se desprendió de los calzoncillos – ¡fóllame! – Se hincó sobre el sofá y apartó sus glúteos, mostrando su ano prieto y rodeado de vello a su estupefacto amigo – Ven aquí y… – empezó a menear la cadera – ¡méteme la verga!

José María no podía creerlo, pero esa vez no se detuvo a pensar las cosas. Luego de quitarse apresuradamente el pijama y el bóxer, corrió hasta dónde su camarada se encontraba, con la intención de comerse ese culo huesudo y peludo por el que tantas mañanas amaneciera húmedo. Inclinó un poco la espalda, y atacó el estrecho orificio con lengua y dedos por igual. Lo lamió y lo penetró hasta que estuvo bien abierto, y se preparó para enterrar en él su palpitante y enardecida polla.

¡Gracias, Hugo! – Susurró luego de también hincarse sobre el sofá – No sabes cuánto tiempo he esperado por este momento. – Acomodó su hinchado falo a la entrada de su compañero.

Y tú tampoco sabes lo que lo espere yo – sentenció tomando el endurecido miembro de José María para clavarse él mismo la punta –. ¡Ah! – Gimió al sentir el regordete y amoratado glande vencer su esfínter – ¡No te lo imaginas!

¡Ay, que rico culo tienes! – Introdujo pacientemente un trozo más de su hierro – ¡Cómo me aprieta! ¡Cómo se siente! – Continuó el viaje hacia las entrañas de su huésped.

¡Y es todo tuyo, amor! ¡Rómpemelo! ¡Termina de ensartarme de una buena vez, y párteme en dos, cabrón! ¡Métemela toda y… ¡AHHHH!

Los testículos de José María toparon contra los glúteos de Hugo, y el mete y saca dio inicio, con embestidas violentas y profundas desde el principio, justo como el toro lo exigía, de la única manera en que las desesperadas ganas del torero lo habrían permitido. El grueso tronco, con sus venas marcadas y su piel rozada, salía y entraba del lastimado agujero con todas sus energías, produciendo un peculiar sonido que sirvió de compañía a los gemidos de ambos. El sofá se tambaleaba por la feroz lucha que se libraba arriba de él, y en un momento comenzó a rechinar, sumándole un ruido más a la escandalosa y excitante escena.

Como era de esperarse, por el salvaje ritmo al que penetraba a su camarada, el emocionado rubio no tardó en recibir el anuncio del clímax. Cuando eso sucedió, arremetió con más fuerzas al tiempo que agarraba el pene de Hugo para empezar a masturbarlo. A los pocos segundos, casi de manera simultánea, los dos jovenzuelos se corrieron de una manera descomunal, manchando uno el respaldo y los cojines del sillón, e inundando el otro del primero el interior. En medio de jadeos y prolongados "sí", derramaron el semen acumulado a través de una ardua semana de estudio, y después se desparramaron exhaustos, satisfechos y con la intención de recuperarse en silencio.

¡Te pregunté que era eso, Chema! – Gritó Hugo rompiendo con la calma y acabando con la fantasía – ¿Qué? ¿Acaso tú también vas a intentar propasarte conmigo? – Preguntó alejándose de su amigo.

¡No, no, no! ¿Cómo crees? Es sólo que… no pude evitar pensar en mi novia. Llevo varios días sin verla y… tú sabes. – Comentó José María, entre decepcionado porque todo había sido un sueño y nervioso por sentirse descubierto.

¡No lo puedo creer! ¿Ya tienes novia? ¿Por qué no me lo habías dicho? ¿Desde cuándo andas con ella? ¿Está buena? ¿Cómo se llama?

¡A ver, a ver! Son demasiadas preguntas, y ya pasan de las doce. Mejor mañana te cuento todo, ¿te parece?

Pues no me parece, pero ¿ya qué?

¡No reniegues! Acuéstate, y mañana hablamos.

Está bien. Buenas noches.

Buenas noches.

Hugo se acomodó en el sofá tratando de evitar los restos de su venida, y José María se dirigió a su cuarto, planeando desde ya qué mentira le contaría a su compañero al día siguiente, pensando en una historia creíble tras la cual ocultar sus verdaderos sentimientos, en un relato fantástico para disfrazar sus prohibidos deseos. Los dos se quedaron dormidos, la madrugada transcurrió y al amanecer siguieron siendo sólo amigos, los mejores, sí, pero a fin de cuentas… simplemente amigos.

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