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El caliente chico del cyber

en Gays

Nunca pensé que estaríamos así. Aunque lo deseé desde la primera vez que lo miré directo a los ojos no creí que esas escenas dentro de mi lujuriosa mente se harían realidad, pero aquí lo tengo, abrazado y durmiendo con su cabeza recostada en mi pecho, con su sexo rozando mi muslo y con su pierna atrapando al mío. No me cansó de acariciar su cabello. Cada vez que vuelvo a mirarlo, ahora con sus ojos cerrados, luciendo más como un niño, recuerdo como fue que todo empezó, como fue que la imagen de su cara se convirtió en un sueño y su cuerpo en una obsesión.

Todo comenzó hace apenas unos días. Yo regresaba de la escuela, cansado de escuchar una tras otra las aburridas clases, necesitaba imprimir algunos archivos y no tenía ganas de llegar a conectar la impresora, por lo que me bajé del autobús unas cuadras más adelante de lo acostumbrado para llegar al cyber café e imprimir los documentos ahí. Ya había ido una que otra vez, siempre por la misma razón, y en esas ocasiones me atendió la dueña del lugar, una señora que rondaría los cuarenta, muy amable y bastante guapa, pero ese día no era ella la encargada del negocio. En su lugar encontré a un adolescente que no pasaría los quince e hijo de la dueña, como me lo comentaría después.

El chamaco estaba entretenido chateando con no se que persona y no se dio cuenta de que yo estaba parado al otro lado del escritorio esperando a que me atendiera. Ese detalle no me molestó en lo más mínimo, me encontraba embobado, admirando su infantil rostro. Piel blanca, ojos negros y expresivos, labios rojos que invitaban a la perdición. Ni cuenta me di, de que suspiré y el sonido del aire saliendo por mi boca hizo que el chico se percatara de mi presencia. Cuando regresé del viaje en que me tenía sumergido, le pedí con voz un poco temblorosa me imprimiera los archivos almacenados en el disquete que traía en la mano y con una sonrisa que terminó por embrujarme me respondió que lo haría con mucho gusto. Las hojas salían una por una de la impresora y yo rogaba porque nunca terminaran de hacerlo, pero después de unos minutos lo hicieron y sin más remedio tuve que preguntarle cuanto era. No se si fue mi imaginación o en verdad sucedió así, pero para contar con mayor facilidad el número de impresiones, se metió un dedo en la boca y lo chupo de una manera tan sensual que mi verga reaccionó bajo mis pantalones. Me dijo que eran treinta y ocho pesos, le pagué y me di la vuelta para huir antes de que se me notara la erección. Por la prisa olvidé el disquete y justo cuando estaba cruzando la entrada/salida del establecimiento escuché su voz informándome de mi descuido. Volví a dar media vuelta y tapándome con las hojas caminé de regreso al escritorio. Me entregó el disquete y me ofreció una carpeta, para que no se arrugaran las impresiones, la acepté dándole las gracias y finalmente salí casi corriendo.

En verdad estaba muy cansado, por lo que cuando llegue a mi casa me fui directo a la recámara, me quité la ropa y me dispuse a dormir, pero no pude conciliar el sueño. La imagen de su dedo perdiéndose entre sus labios no se alejaba de mi cabeza y sentía cada vez más dura la polla, me dolía estando atrapada bajo mis ajustados calzoncillos, me quité la ropa interior y salió disparada contra mi estomago, en la punta ya se podía observar la evidencia de mi grande excitación. Puse una mano sobre el glande y lo apreté suavemente, bajando después por todo el tronco con una lentitud casi obscena. Pensaba que era su mano, o mejor aún sus labios los que recorrían cada centímetro de mi palpitante herramienta. No sabía cual era su nombre, pero empecé a decir una y otra vez "que bien me la mamas Jaimito, sigue así, si, así, aaaah". Con cada frase mi mano se movía más rápidamente y no tardé mucho en venirme de una manera descomunal, como nunca antes, una corrida que ninguno de mis amantes había podido provocar en mí. Mi leche fue a caer en mi pecho, estómago, cara y hasta en el colchón. Con un dedo que simulaba ser la lengua de quien bauticé como Jaimito recogí hasta la última gota y la lleve a mi boca. Después de esa descarga pude cerrar los ojos, pero su imagen no se fue de mi lado en toda la noche.

Al día siguiente, ya con el cerebro (y el pito) más frío, me puse a pensar bien las cosas y llegué a la conclusión de que tenía que olvidarme de ese niño, precisamente porque era muy joven y nada bueno podría salir de ese capricho, pero la mente no es tan fuerte como el instinto sexual. Cuando salí de la escuela volví a dirigirme a su cyber café. Llegué y le pregunté cual máquina podía tomar, me contestó que la que quisiera y me senté en la que quedaba justo enfrente de donde el se encontraba. No estaba ahí porque quisiera navegar en internet o tuviera alguna tarea que hacer, así que abrí varios programas simplemente para disimular y lo único que hice fue observarlo por el reflejo del monitor. No puse atención en cuanto tiempo había pasado ni en que era el único cliente que quedaba en el lugar, pero él me lo dio a notar, "voy a cerrar en unos minutos", me dijo, para luego levantarse de su asiento y apagar una a una todas las computadoras. La vez pasada sólo lo había visto sentado detrás del escritorio y no conocía todo su cuerpo, así que me concentré para no perder detalle. No era muy alto, tal vez entre 1.60 y 1.65, delgado, a simple vista no parecía sobresalir entre los demás chicos de su edad, eso hasta que se inclinó para apagar uno de los reguladores colocado a un lado del procesador, en el piso. Ante mis ojos quedó el culito más rico que hubiera visto en mi vida, pequeño, acorde a su físico, pero redondito y firme. Oh Dios ¡, se dibujaba tan bien la curvatura de sus nalguitas bajo la delgada tela de su uniforme de secundaria que mi verga despertó de inmediato. No podía quedarme un minuto más o perdería la cabeza. Cerré todas las ventanas que había abierto y apagué el equipo. Uno de los reguladores se encontraba precisamente a un lado de la máquina en la que estaba. Estaba a punto de agacharme para apagarlo cuando sentí esos montecitos rozar mi entrepierna. De lo nervioso que me había puesto ver esa parte de su cuerpo no supe ni cuando llegó hasta mi lugar ni como se metió entre el mueble y yo, sólo escuché decirme "yo lo hago" y justo después sus nalgas presionar la notable hinchazón debajo de mis jeans. Saqué un billete de cincuenta pesos de mi cartera deseando haber sacado otra cosa que rogaba por un poco de cariño y se lo dejé sobre la silla. Le pedí que me guardara el cambio para la siguiente ocasión y salí desesperado rumbo a mi casa.

No podía esperar más tiempo, tenía que hacerme una chaqueta. Cuando llegué a la casa corrí al baño, me bajé los pantalones y los boxers hasta los tobillos, puse mi mano sobre mi fierro caliente y bastaron dos o tres sacudidas para salpicar la pared, ni tiempo tuve de acomodarme para depositar mi descarga dentro de la tasa. Limpié las evidencias de mi cada vez mayor fijación por ese niño y me fui a dormir, esta vez con la imagen de su lindo trasero como acompañante.

Los días siguientes no me paré por el cyber y metí a mi cama a cuanto hombre se dejó, pero ninguno de ellos me quitaba de la mente a Jaimito, ninguno me bajaba la calentura permanente que traía. No podía seguir así, lo deseaba como a nada en el mundo, no me importaba lo que pudiera costarme, yo tenía que hundir mi herramienta dentro de sus carnes. Decidí que esa noche, después de terminadas las clases sería cuando.

Llegué a eso de las ocho de la noche y en cuanto me vio no pudo disimular el gusto que le daba. "Que milagro ¡, creí que nunca vendrías a recoger lo que olvidaste", dijo al mismo tiempo que pasaba la lengua por sus labios. "No había tenido tiempo, pero ya estoy aquí", le respondí. Tomé la misma máquina que la vez anterior y estuve ahí sentado, adelantando (muy poco) uno de los trabajos finales, casi una hora, esperando a que se fueran todos los demás y me quedara solo con él. Cuando eso sucedió le empecé a hacer plática. Me dijo que su madre había salido de viaje ya que su abuela, que vivía en la capital del país, estaba muy enferma y era posible que falleciera, no sabía cuando fuera a regresar; su padre estaba también de viaje, de negocios, por lo que él se había quedado a cargo del cyber.

-Y no le da miedo a tu madre dejarte solo y a cargo del negocio, pregunté.

-No, después de todo ya no soy un niño, ya tengo pelos en los huevos, respondió dejándome helado.

Tomé su respuesta como una señal que me indicaba que él deseaba lo mismo que yo, así que inicié mi "ataque".

-Aún me falta bastante para terminar lo que estoy haciendo, ¿me permitirías quedarme después de que cierres?, te pagaría el doble si es mucha molestia para ti.

-No es necesario que me pagues el doble, me gusta charlar con tigo. Es más, voy a cerrar ya para que estemos más cómodos. En lo que terminas lo que estás haciendo voy a traer café y galletas porque tengo mucha hambre y de seguro tú estás igual.

Cuando terminó de hablar abrió la puerta que comunicaba al negocio y a su casa y se perdió por un buen tiempo. Mientras tanto yo me daba vuelo imaginando que cuando regresaba lo tomaba por la espalda sorpresivamente repegándole mi hombría y él me suplicaba por tenerla dentro de su cuerpo, entonces yo lo poseía salvajemente y terminábamos entre gemidos y susurros. Todos esos pensamientos me habían calentado bastante, los pantalones presionándome la polla hacían que ésta me doliera, me bajé el cierre y dejé que saliera libre, apuntando orgullosa hacia el cielo y a punto de llorar. Me auto acariciaba delicadamente y cerré los ojos imaginando de nuevo que era la mano de Daniel (una de las cosas que me comentó el tiempo que duramos platicando fue su nombre) la que bajaba y subía proporcionándome un enorme placer. "Si que soy bueno imaginando, en verdad siento que es otra mano la que me soba la verga", pensé. Tardé en reaccionar, pero cuando abrí los ojos comprobé que efectivamente era otra la mano que me estaba masturbando, Daniel estaba arrodillado a un lado de la silla con una de sus manos cerrada sobre mi pene. Me asusté un poco, a pesar de que había entrado decidido a todo no me esperaba fuera a ser tan fácil, no imaginaba que ese angelical chamaquito fuera a resultar más valiente que yo. No atiné si quiera a decir palabra, él fue quien rompió la tensión del momento.

-Que bueno que no traje la leche, de seguro la tuya sabe más ri...

No terminó lo que estaba diciendo, bajó su cabeza y mi falo se perdió dentro de su boca. En ese instante supe que no era yo el único que deseba que aquello sucediera, me lo decía la forma tan desesperada en que me lo estaba mamando. Desde la primera vez se lo metió entero y sentí como la punta tocaba su garganta. La presión que hacían sus labios sobre el tronco y su lengua moviéndose en círculos sobre la cabeza me tenían en el cielo, mi respiración estaba al tope y el corazón me saltaba dentro del pecho. Lo agarré por los cabellos y empecé a moverme como si lo estuviera follando. Le metía toda la carne hasta el fondo sin importarme el que pudiera faltarle aire, lo único que ocupaba mi mente era el enorme placer que me estaba dando. O el era muy bueno o mi calentura era muy grande, no lo se, pero no aguante mucho y le inundé la boca con mi leche. No se quejó ni dio señal de que aquello le molestara, por el contrario, cuando el último disparo cayó en su garganta sacó mi polla de su boca y limpió los restos de semen de la punta, no quería desperdiciar lo más mínimo. Cuando la dejó completamente limpia se sentó sobre mis piernas y me dio un beso. Mis manos bajaron por su espalda y pudieron tocar ese culito con el que tantas veces soñé.

-No sabes como deseaba que esto sucediera ni cuantas ganas tengo de que estas dos sean mías.

-Yo también lo quiero, desde aquella vez que se te paró y trataste de disimularlo con las hojas, me di cuenta cuando te di la carpeta y desde entonces he intentado adivinar como sería eso que escondía tu pantalón, aunque te confieso que me quedé corto, ya quiero sentir ese enorme pedazo de carne entrando poquito a poquito en ese rincón inexplorado de mi cuerpo, quiero que me haga desear más, moverme y suplicar como una puta, quiero sentirte dentro de mí par...

No permití que siguiera hablando, el tono tan morboso de sus palabras acariciando mis oídos me la puso tiesa de nuevo, lo callé con un beso y apresuradamente comencé a desnudarnos a ambos. Lo cargué hasta el escritorio, lo senté y por primera vez probé el sabor de su piel, de su cuello, de sus rosaditos pezones que resaltaban sobre la blancura de su torso, me detuve en ellos y los chupaba y mordía sin descanso, mi pequeño solamente puso su mano sobre mi cabeza y emitía sensuales sonidos que me hacían continuar con más dedicación. Bajé con lentitud por su estomago y un poco más abajo me encontré con un delicioso manjar que aún no mostraba toda su plenitud. No lo probé en ese instante, quería comprobar que en verdad tuviera pelos en los huevos como había dicho, así que sólo lo apreté entre mis manos y mi lengua se ocupó de recorrer esas bolas que metí después en mi boca. Los sonidos de excitación de Daniel eran más altos y su, para su edad bien desarrollado, pene, crecía y palpitaba entre mi mano. Subí mi lengua y recorrí aquel hermoso ejemplar, un poco más oscuro que el resto del cuerpo, con una cabeza rojita y gorda y una que otra vena saltada. Por lo que me había dicho su experiencia en esos caminos del sexo no era muy larga, por lo que no seguí más estimulando aquella parte de su cuerpo, no quería que se fuera a venir.

Pasé a besar su espalda, recorría toda su longitud y de vez en cuando le daba pequeños mordiscos, mientras con mis manos sobaba ese delicioso par de nalgas. El chamaco estaba ya a mil, y se puso aún peor cuando le ordené casi a gritos, algo que al parecer le gustó, que se pusiera en cuatro. Me subí yo también al escritorio y separé con mis manos sus glúteos. Pude ver por fin ese pequeño hoyito esperando a ser desvirgado, esperando para albergar todo el grosor y la dureza de mi fierro, apretadito y apenas con uno que otro vello rodeándolo. Acerqué mi boca y lo estimulé con el aliento, haciéndolo estremecer, me hubiera gustado hacerlo esperar un poco más, pero yo mismo no podía demorar más el momento, empecé a comerme ese tesoro como si fuera lo último que haría en mi vida. Mi lengua trabajaba el hasta entonces impenetrado sitio tratando de dilatarlo y lo fue haciendo poco a poco. Después de unos minutos pude meter parte de ella, ensalivando las paredes de la que estaba a punto de servirle de funda a mi polla, para ese entonces Daniel aullaba y movía el culo como un loco. Cuando la lengua se me entumió de tanto chupar metí uno de mis dedos, que bien se sentía la forma en que me lo apretaba. Al paso de un tiempo metí un dedo más y ya dentro los dos los movía en direcciones contrarias. Daniel gritaba al sentir esa nueva sensación que le daban los movimientos de mis dedos sobre su próstata. No calculé que todo aquello le resultará tan excitante, con mis dedos en su interior eyaculó por primera vez en la noche. A pesar de que ya se había venido yo continuaba con lo que estaba haciendo, por lo que en poco rato el placer era casi insoportable para él, necesitaba algo más. Me levanté un poco y de nuevo besé su espalda, mientras que le restregaba en sus nalgas todo lo largo de mi falo. No quería pasar a la siguiente etapa sin que antes me rogara por ello, aunque eso significara ahogar mis propias ganas. Creo que entendió lo que pretendía, porque no tardó mucho en abrir la boca.

-No me tortures más, metemela ya, por favor te lo suplico, dijo con voz entrecortada.

Al escuchar sus palabras de inmediato saqué mis dedos, puse mis manos sobre su espalda y coloqué mi verga en la entrada al paraíso, que a diferencia de minutos antes, se abría sin vergüenza alguna. Cuando sintió la punta de mi espada a punto de atacar dio un pequeño brincó, no se si de placer o de miedo, después de todo era la primera vez que lo penetrarían. Traté de calmarlo diciéndole palabras dulces al oído, besando su cuello. Empujé un poco y para mi sorpresa el glande entró sin mayor problema y sin quejido de su parte. Confiado en que no le dolería tanto seguí perforándolo más hondo, pero el grosor de mi polla terminó por arrancarle de su garganta los primeros sollozos, que se convirtieron en un llanto callado cuando no me detuve hasta que no se la enterré por completo, ya que sus quejidos me calentaban más y no me dejaron detenerme.

-Ya pasó lo más difícil, ya la tienes toda adentro, el dolor no tardará mucho en irse y ya verás que después no vas a querer que te la saque.

Él no decía nada, en verdad estaba sufriendo, por un momento me entraron los remordimientos y pensé en irme, pero el deseo de tenerlo era más fuerte. Continué con las palabras suaves y los besos a su espalda y cuello, a los que les sumé caricias a su dormido miembro que no tardó en volver a la vida. No me moví una sola vez, hasta que él me dio la señal para hacerlo.

-Ya pasó el dolor, ya puedes empezar a cogerme como un animal.

Habría deseado hacerle caso y cabalgarlo como a una yegua desde el principio, pero quería que disfrutara al máximo, por lo que mis movimientos eran lentos y cortos, apenas y sacaba una parte de mi pene de su culito. Mi dedo jugaba con sus bolas y el mete y saca se tornaba más rápido y alargado conforme el tiempo pasaba. Ah como me apretaba el mocoso ¡¡, nunca había probado una colita tan deliciosa, estaba haciendo un gran esfuerzo por no correrme.

-Dámela con todo, párteme el culo, que esperas.

Sus palabras me sorprendieron y me alegraron a la vez, era el permiso que necesitaba para hacer lo que tanto había soñado, penetrarlo con violencia, con rudeza. No vacilé en obedecer su petición y apoyando mis brazos en sus hombros se la sacaba entera y volvía a meterla hasta que mis huevos chocaban con su cuerpo, una y otra vez. El niño gemía como una puta y decía cosas como "así, me gusta como me lo haces" o "más duro, la quiero hasta el fondo". Yo le hacía caso y literalmente le estaba partiendo el culo como me lo había pedido, por sus piernas caían pequeños ríos de sangre que no hicieron otra cosa que ponerme más jarioso y comencé a morderle toda la espalda y a jalar su cabello. Lejos de quejarse, Daniel me pedía más y eso le daba, más mordidas, más jalones de cabello, pero sobre todo le retacaba la verga cada vez más duro, tanto que creo ya hasta me dolía. Sus sonidos y palabras, la forma en que su culo me apretaba, la lubricación que daba su sangre, todo era perfecto, no pude resistir más, de hecho tardé más de lo que pensaba, y le llene los intestinos de leche. Cuando sintió como mojaba su interior, él también se vino, apretando de una manera exquisita mi pene, exprimiéndole hasta la última gota. No se cuantos chorros fueron los que le tiré, pero jamás había sentido un orgasmo tan intenso. Se dejó caer sobre el escritorio, exhausto, y yo caí sobre de él. Ahí permanecimos un buen rato, recuperando la normalidad de nuestra respiración, con mi polla dentro de él y nuestras manos entrelazadas.

No quería salirme, no quería dejar de sentirlo mío, pero no podíamos permanecer así toda la vida. Me levanté y busqué papel para limpiar todo el desorden que habíamos hecho. Limpié su estomago, el escritorio, sus piernas y mi verga para después asear su ahora profanado santuario, que afortunadamente ya no sangraba, con mi lengua.

-No te dolió mucho, ¿verdad?, le pregunté con un tono culpable.

-Bueno, al principio si, pero después...fue lo mejor que me haya pasado, gracias.

Se acercó y me besó ya no con la pasión de los momentos anteriores, sino con ternura y hasta me atrevería a decir, cariño, para después abrazarme fuertemente. Mis brazos abarcaban su delgado cuerpo con mucha facilidad y de pronto recordé lo frágil que era, los pocos años que tenía. Me pidió que lo llevara a su cuarto. Lo levanté en mis brazos y no lo bajé hasta que llegamos a su cama. Cuando lo acosté y pretendía marcharme me miró con esos ojos que me hechizaron desde el primer momento que se cruzaron con los míos, me regaló una de esas sonrisas que te desarman y con voz de niño mimado me preguntó si podía quedarme a dormir con él. No tuve otra opción que meterme a la cama junto con él, abrazarlo, taparnos con la sábana a ambos y quedarnos dormidos hasta amanecer y encontrarnos aquí, con su cabeza sobre mi pecho, su sexo rozando mi muslo y su pierna atrapando al mío.

No quiero dejarlo, pero tampoco puedo quedarme, tengo cosas que hacer, un trabajo al que asistir y unas clases a las que faltar. Me salgo de la cama tratando de no despertarlo, regreso al cyber y me pongo la ropa, guardo lo que alcancé a adelantar de mi trabajo final y camino hacia la puerta, como huyendo de una escena del crimen, como rezando por no ser atrapado, algo que al final no consigo. Parado junto a la salida está él, desnudo, permitiendo que admire una vez más su juvenil y encantador cuerpecito, sus piernas delgadas, su vientre liso, su pene reposando sobre esos testículos rodeados de vello, parece como si pretendiera terminar el hechizo que me dejará prendado para siempre, la verga se me ha vuelto a parar, y es que es tan bello, tan perfecto, pero no puedo caer en sus redes. Me despido con un beso en la mejilla y le prometo volver algún otro día.

-Antes de que te vayas quiero decirte que lo que pasó anoche fue lo mejor que me ha pasado, que te quiero y deseo que estemos juntos por siempre, se que tú también lo quieres, ¿verdad Mauricio?

La inocencia de adolescente que se enamora por primera vez y lo ve todo de color de rosa casi me hace llorar, pero no por que me haya conmovido, sino porque me hace sentirme más culpable de no poder contestarle lo que él espera escuchar. Es cierto que lo vivido la noche anterior terminó significando más que simple sexo para mí, pero aún así no puedo prometerle nada, no estoy listo para llevar una relación de ese tipo y menos con un niño de quince años. Le doy otro beso, esta vez en la boca, le prometo que volveré, lo único que puedo prometerle por el momento, y salgo sintiéndome menos libre de lo que entré, pero al mismo tiempo con más ganas de volver a la jaula. No se si más adelante pueda contestarle con un sí, si quiero estar con tigo eternamente, pero lo que si se es que no olvidaré esa noche en que el jovencito del cyber se entregó a mí, robándose un pedazo de mi corazón.

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