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El ángel de 16 (2)

en Gays

Después de esa noche en la que Raúl tomó la única parte de mí que aún no era suya, desperté para encontrarnos abrazados y oliendo a sexo. Tratando de no despertarlo lo cargué en mis brazos y caminé hasta el baño. Le puse el tapón a la tina y abrí la llave del agua para llenarla. Cuando esta llegó un poco más arriba de la mitad cerré la llave y metí a mi bebé en la tina. El contacto con el agua lo despertó y me regalo una dulce sonrisa. Me metí junto con él a la tina y ambos permanecimos callados, de rodillas uno frente al otro, mirándonos a los ojos, frotando suavemente uno el cuerpo del otro, como tratando de no borrar por completo las huellas de aquel nuestro primer encuentro.

Mientras yo frotaba la esponja llena de jabón contra su pecho, su mano izquierda se perdió bajo del agua. Pocos segundos después la sentí apoderarse de mi pene moviéndolo de manera circular. Los movimientos no tardaron mucho en hacer efecto, de inmediato tuve una erección. Continué frotando la esponja por sus brazos y el siguió con los movimientos circulares, los cuales detuvo por un momento para frotar suavemente el tronco con la punta de sus dedos. Empezaba por la base y subía lentamente para bajar justo antes de tocar la cabeza. Para ese entonces yo había dejado de frotar su cuerpo. Mis ojos se cerraron para disfrutar por completo de sus caricias.

De repente sentí como su mano derecha subía por mi pierna y se posaba en mi nalga para comenzar un masaje. Con la otra mano continuó un poco más con el suave recorrido por el tronco de mi verga para después darle pequeños apretones a la cabeza. El masaje en mi trasero se vio interrumpido cuando sus dedos se movieron un poco buscando donde alojarse. Cuando uno de ellos encontró una cavidad donde entrar, la mano en mi pene inició un rápido sube y baja. Mi excitación era tanta que intenté hacer lo mismo con su miembro, pero el me lo impidió. Quería que reprimiera mis ganas de tocarlo para que el placer que sus manos me daban fuera mayor.

Entendí el mensaje y lo dejé hacer. Efectivamente, la desesperación por no poder actuar yo también, hizo que me pusiera más caliente. Ante cada movimiento de su mano sobre mi falo o de su dedo hurgando dentro de mí, mi cuerpo respondía con gemidos que conforme se acercaba el momento del clímax eran más fuertes. Mi verga estaba cada vez más dura y palpitaba con mayor frecuencia. Raúl se dio cuenta de esto y metió otros dos dedos más en mi culo que al instante hicieron que terminara en una corrida mayor aún que la de la noche anterior.

Me acosté recargando mi cabeza en el borde de la tina, aún con mis ojos cerrados, buscando que mi respiración volviera a la normalidad. Cuando los abrí vi a mi bebé envolverse en una toalla y salir del baño diciéndome: "voy a preparar algo para que desayunemos, me estoy muriendo de hambre". Me quedé unos minutos más en el agua, me sequé, me puse unos boxers y caminé hacia la cocina donde ya estaban servidos sobre la mesa dos platos de hot cakes con mermelada de fresa y dos vasos de leche.

Mientras comíamos me pregunto: "¿me puedo quedar a vivir con tigo?". La pregunta me sorprendió y dude un poco para responder. Mis titubeos los tomó como un no y su cara se transformó anunciando la primer pelea en nuestra joven relación.

"No quieres que viva con tigo pero si me usas para satisfacer tus deseos sexuales, ¿verdad?", dijo Raúl.

"No es que no quiera, pero tienes 16 años y aún no puedes decidir del todo el lugar en el que quieres vivir. No puedes abandonar la casa de tus padres y mudarte con migo, así como así.", respondí.

"Ahora te parece un problema que sea menor de edad, pero hace un momento cuando te masturbaba no te causó ninguna molestia. ¿No crees que tus ideas y tus actos son un poco incongruentes?", me preguntó en un tono que me decía que en verdad estaba molesto.

Ya no respondí a su pregunta, no porque me hubiera molestado, sino porque era la verdad, y la verdad en ocasiones duele. Terminé de comer sin responder a ninguno de sus reproches. Me levanté y tomé los platos para lavarlos. Cuando estaba enjabonándolos, Raúl se acercó y me abrazo por la espalda pidiéndome perdón por haberse alterado.

"Perdóname por todo lo que te dije, estaba muy enojado, pero el verte lavando los platos me hizo olvidarme de todo y concentrarme nada más en este lindo trasero.", dijo al mismo tiempo que ponía sus manos sobre este y comenzaba a apretarlo.

"No tienes que pedir disculpas, tienes toda la razón. En cuanto terminé de lavar los platos y nos pongamos algo de ropa te llevo a tu casa, esto no debe continuar.", respondí tratando de no prestarle atención a sus actos.

Pero la débil muralla que traté de poner entre nosotros se vino abajo cuando sentí sus labios recorrer mi cuello. Él lo notó y soltando una leve risa continuó besándome para después pegar su miembro ya erecto a mis glúteos. Olvidé todo lo sucedido antes y dejé de enjabonar los platos para acariciar sus piernas. Él bajó mis boxers y estos cayeron hasta mis tobillos.

"No pares de lavar los platos, me gusta como lo haces.", me dijo al mismo tiempo que separaba un poco mis piernas y yo volvía a mi trabajo.

Abrí la llave para enjuagar los trastes y sentí la punta de su pene en mi ano. Sus besos en mi cuello y lo morboso de la situación me tenían bastante excitado, por lo que no ofrecí mucha resistencia a la entrada de aquel intruso en mi cuerpo. Poco a poco fue alojando todo lo largo de su virilidad en mi interior. Cuando sus testículos chocaron contra mis nalgas inició un movimiento lento, que mantenía mientras yo enjuagaba alguno de los trastes y aceleraba cuando los colocaba en el estilador.

El juego siguió hasta que coloqué el último de los vasos en el estilador. Cuando lo hice Raúl empezó a penetrarme de una forma brutal. Me incliné sobre el fregador y él me tomó con ambas manos por la cintura para incrementar el ritmo de sus embestidas. Se podía escuchar el sonido de sus bolas al chocar con mi cuerpo, lo que me prendió aún más haciendo que en poco tiempo tirara grandes chorros de semen sobre el piso. En cada espasmo de mi verga, mi esfínter apretaba la de él, y en el último apretón me inundó nuevamente con su leche.

Mi bebé se dejó caer sobre mi espalda y me dijo al oído con voz orgullosa y burlesca: "Creí que habías dicho que no debíamos seguir con lo nuestro, ¿tan pronto cambiaste de opinión?". No pude hacer otra cosa más que reírme y voltear mi cara para besarlo y decirle que teníamos que vestirnos para llevarlo a su casa. Creí que protestaría nuevamente, pero no fue así. Se fue al cuarto para vestirse y arreglar su maleta mientras yo limpiaba los rastros de nuestros juegos. Cuando terminé también me vestí y salimos juntos de la casa, subimos al auto y emprendimos el viaje de regreso. El mejor fin de semana de mi vida se aproximaba a su fin.

En el transcurso de mi casa a la suya hablamos sobre nuestra relación, en esta ocasión sin gritos ni reproches. Le pedí que fuera mi pareja, ya que no lo había hecho directamente. Saqué de mi bolsillo un estuche con dos anillos de plata con nuestros nombres y la fecha de ese día grabada al reverso, los cuales había comprado con la esperanza de poder usarlos al finalizar nuestros días juntos, afortunadamente pudimos hacerlo. Él me dio un beso en la mejilla y se puso el anillo prometiéndome que pasara lo que pasara nunca se lo quitaría. Yo le prometí lo mismo y enseguida pude ver la fachada de su casa.

Estacioné el auto y me quedé callado, me dieron muchas ganas de abrazarlo y decirle que aceptaba que viviera con migo, pero no me podía hacerlo. Sólo le dije que lo vería mañana en la escuela. Se bajó del coche y camino hacia el portón de la cochera de su casa sin dejar de mirarme con una gran sonrisa en su rostro. Cuando lo abrió y estaba a punto de marcharme escuche la voz de un hombre que me decía "buenas noches". Me petrifiqué al ver que era el padre de Raúl, no lo conocía, pero ¿quién más podía ser? Se acercó al auto y metió la mano por la ventanilla para saludarme.

"Mucho gusto, soy el padre de Raúl, Diego Fonseca. ¿Eres compañero de mi hijo?", me preguntó.

"No, en realidad soy su profesor de contabilidad, me llamo José Hernández y...", respondí antes de que Raúl entrara en la conversación salvándome de decir alguna tontería.

"Es mi maestro y yo soy su apoyo, estuvimos trabajando todo el día con un trabajo escolar. Se encuentra muy cansado papá, déjalo que se vaya", dijo oportunamente mi bebé.

"Está bien, no lo importuno más, no quiero que vaya a tomar represalias en las notas de mi hijo.", comentó el señor Diego con tono burlón.

"No se preocupe, no haría eso. Me dio mucho gusto conocerlo. Hasta luego.", me despedí y me marché de inmediato para no seguir con la conversación.

Al parecer el padre de Raúl se había creído el cuento de que estuvimos trabajando en asuntos escolares, pero no podía dejar de preocuparme el que pudiera haberse dado cuenta de algo más. No pude dormir más de una hora seguida, me inquietaba el pensar que ese hombre intentara separarnos. Necesitaba ver a mi amor para que me dijera que todo estaba bien, calmando así a mi paranoica mente.

A la mañana siguiente me levanté mucho más temprano para pasar por mi bebé antes de clases. La idea era un poco contradictoria a mis preocupaciones, pero no podía esperar a verlo en la escuela y no poder hablar en privado. El autobús de la preparatoria pasaba por su calle a las 6:30, así que llegué a las 6:20 para interceptarlo a tiempo. Cuando salió de su casa vio mi auto y corrió hacia el con una cara de felicidad que por un momento me hizo olvidar todo lo que había estado pensando.

"¿Qué haces aquí? No es que no me agrade, puedes darte cuenta que me fascina, pero no habíamos quedado en que pasarías por mi para llevarme a la escuela."

"Ya se que no acordamos nada, pero ayer me quedé muy preocupado pensando que tu padre pudo haber sospechado algo de lo nuestro y quise hablar con tigo antes de verte en la escuela."

"No te preocupes, el viejo es bastante tonto y se creyó todo lo que le dije, hasta me dijo que le habías caído muy bien, que parecías un muchacho muy decente y que un día de estos te invitara a comer a la casa. ¿Puedes creerlo? Con suerte termina aceptándote como su yerno."

Las palabras de mi nene me calmaron muchísimo y me devolvieron los ánimos de trabajar. Cuando llegamos a la preparatoria decidimos que nuestro trato seguiría siendo el mismo de siempre para que nadie notara algo. Raúl volteó a su alrededor y al ver que nadie nos miraba se despidió besándome en la boca. Mientras lo veía correr a su salón se me escapó un "te amo", que pareció escuchar porque volteó a verme y me mandó un beso, que bastó para mantenerme contento toda la mañana.

A la hora de la salida quedamos de vernos en un café a dos cuadras de la escuela. Yo llegué primero y lo estuve esperando por quince minutos hasta que mi celular sonó. Era él pidiéndome disculpas por haberme dejado plantado. El saber que no lo vería me entristeció, pero entonces me dijo sus razones. En lugar de ir al café se fue a su casa para darle la tarde libre a toda la servidumbre y pasarla con migo, ya que sus padres nuevamente habían salido de viaje. La sonrisa regresó a mi cara y le dije que estaría ahí en diez minutos. Pagué la cuenta y salí disparado rumbo a su casa.

Cuando llegué presioné el timbre y el portón se abrió. Entré y crucé el jardín hasta la puerta principal de la casa, la cual se encontraba entreabierta. La atravesé y vi que en el piso estaban pegadas unas flechas que me indicaban el camino que debía de seguir. Después de dar vueltas por toda la casa las flechas llegaron a la escalera. Estando en el primer piso caminé otro poco más y llegué a la puerta donde terminaban. Ahí estaba pegado un letrero que decía: "Si quieres entrar a esta habitación y conocer el placer, quítate toda la ropa y te lo permitiré". Cumpliendo las condiciones me despojé de todas mis prendas y abrí la puerta para entrar al cuarto dispuesto a conocer el placer, como el anuncio lo prometía.

La habitación estaba iluminada sólo por velas, y alrededor de la cama colgaban telas de varios colores tras las que se escuchó una voz que me decía: "Ya que has seguido bien todas las indicaciones que se te han dado, puedes tomar tu premio, está justo detrás de estas cortinas". Caminé hacia la cama y ahí estaba él, acostado boca arriba totalmente desnudo y con los ojos cerrados como indicándome que podía hacer con él lo que yo quisiera. Gateé hasta quedar arriba de él, con mis piernas en sus costados y comencé a besarlo.

Comencé por pequeños besos en sus labios y después baje a su cuello y subí a sus orejas, mientras con mis dedos pellizcaba suavemente sus pezones. Después de un rato me di cuenta de que mis caricias habían logrado excitarlo, ya que al bajar mi mano para acariciar sus ingles está chocó con una su verga ya dura y palpitante. Entonces fui bajando mi boca lentamente, recorriendo con la punta de mi lengua toda su anatomía hasta llegar a aquel trozo de carne. Mis ganas de saborearlo nuevamente eran tantas que de inmediato lo metí en mi boca hasta sentir el glande rozar mi campanilla. Cuando lo hice Raúl arqueó su espalda, metiendo más profundo su pene en mi garganta, quitándome un poco el aire. Comencé con un desesperado sube y baja, dejando abundante saliva por toda su tranca, recorriendo cada centímetro de su verga. Sentí como sus manos me tomaban del pelo y lo jalaban de vez en cuando, también como su pelvis comenzó a acompañar mis movimientos. Cuando yo subía el bajaba dejando fuera de mi boca casi todo su miembro. Cuando yo bajaba el subía enterrándomelo en la garganta. Disfrutaba tanto de tener tan bello espécimen en mi boca que llegue a pensar que me correría antes que él sin si quiera tocarme, pero esa idea se vio interrumpida por la primer descarga de mi bebé, la cual me llenó la garganta y no pude disfrutar del todo. Para que no sucediera lo demás con la segunda, la tercera, la cuarta y la quinta deje sólo la punta entre mis labios y toda su leche se depositó en mi lengua. El sabor era sin duda el más exquisito que había probado. Cuando dejó de eyacular limpié los restos de semen que habían quedado en la punta de su falo y me acosté a su lado abrazándolo fuertemente, aprisionando mi pene entre nuestros cuerpos.

Raúl inició un movimiento que estimulaba mi verga de una manera deliciosa y se acercó a mi oído para decirme: "Quiero que me partas con este enorme sable que acaricia mi estomago". De inmediato lo puse de espaldas contra mí y froté mi polla entre sus nalgas. Me ensalive un dedo y lo metí poco a poco por su ano sacando de su boca un suspiro. Mi dedo entraba y salía para que su cuerpo se acostumbrara a sentirlo, cuando el camino estaba un poco más flojo lo metí por completo e inicié a masajear su próstata con movimientos circulares. Raúl cambió sus suspiros por gemidos cada vez más fuertes, su pene estaba nuevamente duro como piedra gracias a mis caricias. Continué por unos minutos estimulando su próstata, hasta que me dijo: "Ya dámela, la necesito ya".

Ensalive mi verga con la mano que tenía libre. Saque mi dedo de su ano, levanté su pierna y coloqué la punta de mi miembro en la entrada de aquel túnel hasta ahora virgen. Mi nene estaba tan excitado que me resultó sencillo introducir la cabeza y seguir con la mitad del tronco. En ese momento me detuve porque escuché una expresión de dolor de su parte y sentí una oposición por parte de su estrecho e inexplorado túnel. Besé su espalda y acaricié su pecho mientras su esfínter se acostumbraba un poco a tener algo dentro de él. Después de unos minutos continué metiendo la otra mitad y no me detuve hasta lograrlo. Afortunadamente los sonidos que escuché ya no fueron de dolor, sino de placer. Dichos sonidos y su estrecho culo apretando mi pene casi hacen que termine antes de siquiera comenzar el mete y saca. Para no parecer adolescente en su primera vez, no me moví de inmediato dentro de él, sino que tomé su polla y la acaricié de arriba abajo.

Cuando sentí que podía continuar sin correrme al primer movimiento, apreté fuertemente su verga y la mía la comencé a sacar y meter muy despacio. Deslizaba todo el tronco hasta dejar nada más la punta dentro y volvía a meterla hasta el fondo. Cuando él comenzó a moverse junto con migo cambié un poco el ritmo, de igual manera sacaba todo el tronco lentamente pero lo metía de un golpe haciéndolo dar pequeños gritos. Así continuamos por unos momentos para después cambiar la posición. Me giré sobre mi espalda y el se levantó para quedar sentado sobre mi, ahora era él quien controlaba la intensidad de los movimientos.

Desde el inició decidió hacerlo con muy poca delicadeza. Subía y bajaba como loco, en ocasiones dejaba todo mi miembro fuera para después dejarse caer sobre él. Me levanté un poco para poder masturbarlo mientras que él bajaba y subía cada vez con más violencia, provocando que mi mano inconscientemente también se moviera más rápido. No pasó mucho tiempo antes de que Raúl se viniera manchando las sábanas de su cama. Con cada uno de sus disparos apretaba mi verga dentro de él, haciendo que esta se hinchara más y explotara llenándole los intestinos con mi semen.

Exhaustos, volvimos a la posición en la que inicié la penetración para acostarnos sin dejar de estar unidos. Pasé mi brazo sobre su costado tomándolo por su pecho y pegué mi cara a su hombro. El me dijo que estaba muy feliz de que hubiera sido yo el primer hombre en penetrarlo. Más feliz estaba yo de haberlo hecho, y no por ser el primero, sino porque lo amaba. Hablamos por un rato del próximo paseo escolar a las montañas, planeando la forma de escaparnos para estar solos. Después nos quedamos dormidos así, abrazados, unidos, compenetrados el uno con el otro tanto física como espiritualmente.

No nos detuvimos a pensar que alguien podía llegar, al fin y al cabo sus padres no estaban en la ciudad y los sirvientes tenían la tarde libre; sin embargo, el destino es siempre caprichoso y se empeña en poner obstáculos y trampas en el camino de todas las personas que parecen ser felices. El señor Diego Fonseca tuvo algunos problemas en la oficina y no pudo llegar a tiempo a su vuelo, por lo que decidió regresar a su casa para pasar el tiempo que tenía con su hijo. Al entrar a la casa le pareció extraño no encontrar a ningún miembro de la servidumbre y ver flechas pegadas en el piso. Imaginó que tal vez su hijo se había enterado de algún modo sobre sus problemas y le preparó una sorpresa.

Siguió las flechas que lo llevaban hasta la habitación de Raúl. Cuando caminaba por el pasillo vio que fuera de esta estaba tirada la ropa de un hombre, mi ropa. Su desconcierto aumento cuando llegó a la puerta y leyó el anuncio pegado en ella. Con más dudas en la cabeza entró al cuarto de su hijo y caminó con dirección a la cama esperando que lo que pensaba no fuera cierto. Levantó una de las telas y dolorosamente comprobó lo que tanto temía. Vio como su niño se encontraba dormido a mi lado, al lado de su profesor, el muchacho que le había parecido tan decente y al que pensó en invitar a comer para conocer mejor, dormido y con un pene dentro de él.

Sintió una enorme decepción al darse cuenta de que su único hijo se había convertido en algo que siempre detestó, un "maricón". La decepción se transformó en rabia y deseaba matar a aquel pervertidor de menores que se disfrazaba como inocente profesor, o sea yo, pero Diego Fonseca siempre se ha caracterizado por no perder la calma (pensó) y se logro contener. En lugar de tomar la pistola sacó su celular y marcó el número de la policía. Si no podía verme tres metros bajo tierra, por lo menos quería verme tras las rejas, pagando el haber convertido a su querido hijo en un despreciable homosexual.

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