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La vecina, mis padres, y yo

en Voyerismo

Son casi las cinco. Si tengo un poco de suerte, podré ver a ese jovencito tomando el sol. Me fascina hacerlo. Me embruja la manera en que se desviste. Como va dejando al descubierto cada una de sus partes. De seguro creé que los muros que rodean su casa, son suficiente protección en contra de fisgonas como yo. Si supiera que lo espío todos los días desde que por accidente, me enteré de sus costumbres, sin duda dejaría de pasearse por su jardín con sus atractivos al aire.

Han pasado cinco años desde la primera vez que descubrí a mis padres teniendo sexo. Ya no soy el mismo niño. Se que provoco pasiones entre mujeres y hombres por igual. La juventud y el vigor de mi cuerpo no pasan desapercibidos. Soy miembro del equipo de natación de la preparatoria, fachada perfecta para mi exhibicionismo. Me agrada broncearme desnudo, tirado sobre el pasto del jardín. El tener un color uniforme para lucir más atractivo, es uno de los motivos. Pero sobre todo, me excita sentirme observado. Pensar que alguna insatisfecha cincuentona puede mirarme desde alguna ventana vecina, deseando tenerme, me enciende.

Al principio, mi obsesión era vigilar. Mis gustos evolucionaron, cambiando mi papel por el de vigilado. El cambio fue lento y natural. Era lógico que mi físico perfecto, me llevara en ese rumbo. Aún me escondo tras la puerta de la recámara de mis padres, espiándolos, pero cada vez con menor frecuencia. Lo que me llena ahora, es el mostrar mis atributos al público. En las duchas. En la playa. En el parque. En el jardín de mi casa. El lugar es lo de menos, lo importante es que me vea al menos una persona, cualquiera.

Ahí está otra vez, tomando el sol, desnudo. No se parece en nada a mi hijo, no al que tenía doce. Éste es mayor, tiene mejores formas. Esa cara tan preciosa la ha heredado de mí. Esos ojos verdes y su nariz respingada. ¿Podría haber algo más cercano a lo divino? Brazos bien formados, más no exagerados. Pecho lampiño, pezones rosados. Abdomen plano, prueba de un constante ejercicio. Piernas bien torneadas, largas y fuertes. ¿Podría una mujer pedir más? Claro que sí, y lo hay. Un par de bolas grandes, peludas, colgando entre sus piernas. Una verga generosa y gruesa, a pesar de estar dormida. Que tentadora presencia es la suya. Quiero tenerla conmigo sin importar que sea mi hijo.

Me fascina observar a detalle sus movimientos. Se unta el bronceador como haciendo el amor con sigo mismo. Lo hace lentamente, con cariño, dedicándole más tiempo a las zonas más sensibles. Se chupa el labio superior, diciéndole a quien pueda verlo, que lo disfruta. En ocasiones llego a escucharlo gemir. Cuando lo hace, es difícil resistir las ganas de correr a su lado. Para comérmelo de un beso. Para disfrutar su enorme virilidad, apuntando ya hacia el cielo, atrapada entre su mano derecha.

Se masturba con delicadeza. Sólo baja y sube la piel que cubre el glande. Se nota el brillo de una gota de presemen. Acompañándolo en su excitación, mis pantaletas se mojan. Mi respiración es tan fuerte, que creo me escucha, aumentando su calentura. Pero cuando más gozo admirando su hermoso pene, se acuesta boca abajo.

Ésta es mi parte preferida. Cuando se voltea para broncear su espalda, lo oculto bajo mis pantalones da señales de vida. No es para menos con ese delicioso par de nalgas, de buen tamaño, duras y paraditas. Son la fruta del pecado. No me canso de clavarles mi mirada, deseando enterrarles algo más. Puedo sentir su suavidad, la que da el no tener vello. Percibo su aroma. Imagino su dulce sabor. Sueño que hundo mi lengua entre ellas. Él me ruega por algo más contundente y yo le doy todo mi amor de padre, hasta topar con su corazón. Podría pasarme el día creyendo estar en la cima de esas montañas. Son perfectas y me hipnotizan.

No puedo resistir más. Necesito saberlo mío, mi hombre. Salgo de mi escondite y camino rumbo al jardín. El simple hecho de acercarme a él, de tener más próxima su piel, me hace temblar. Sus ojos están cerrados. Sin que se de cuenta, comienzo a quitarme la ropa.

Entre abro mis ojos. Mi madre se acerca. Su belleza se ha acentuado año tras año. El efecto de la gravedad y los gramos de más, lejos de restarle atractivo, lo han multiplicado. Sus prendas caen al pasto una a una. Cada paso significa menos tela, más piel. Que encantador sostén, resalta la redondez de sus pechos. La semitransparencia de éste, permite admirar la oscuridad y dureza de sus aureolas. Y esas bragas, son tan pequeñas como sensuales. Que mujer, me provoca más ganas que hace cinco años.

Pensé que se detendría cuando quedó en ropa interior. Estaba equivocado. En pocos segundos, el sujetador y las pantaletas están también sobre el pasto. Ha quedado desnuda. Puedo observar sus grandes tetas, más cerca que nunca. Casi las siento, presionándose contra mi rostro. Y esa concha, depilada y húmeda, esperando por un buen pedazo de carne caliente que sacie su hambre de sexo. Por poco me vengo, sólo de saber que mi madre, esa mujer voluptuosa y caliente, camina hacia mí. El pudor se apodera de mis ojos. Los vuelvo a cerrar.

Vaya, esto es nuevo. También la madre se asolea en traje de Eva. Ahora caigo en la cuenta de porque el chico es tan guapo. Calculo que la señora debe tener alrededor de cuarenta, pero su cuerpo no lo aparenta, es el de una jovencita. Que pechos tan más bellos, asemejan los de una diosa griega. Que figura tan bien conservada. Y su sexo sin rastro de vello. Ya no se quien de los dos es más atractivo. Con gusto me entregaría a los dos. Sin pensarlo les diría que si.

El ver a mi mujer acercándose a nuestro hijo, desnuda, me sorprende. Mi atención deja de concentrarse en las nalgas de él. Mi esposa es la mujer más cachonda que he conocido, a pesar de sus cuarenta. Con tan solo mirarla, mi sable se alista para la batalla y mi boca se llena de saliva. El tratar de adivinar lo que se propone, le agrega morbosidad al observarla. Entre más cerca está del chico, más me estorban los jeans. Desabrocho mi cinturón y bajo mis pantalones. Mi verga, endurecida, rebota contra mi estómago.

Mis dedos rozan sus piernas, me inclino y le doy media vuelta. Me golpea un orgasmo simplemente con mirarlo. Su falo es más grande de lo que creí. Estos años no han sido en balde. Se le marcan las venas como a su padre. El glande es rojizo también. Subo un poco la mirada y choco con sus ojos. Hay lujuria en ellos, pero además reflejan sorpresa, miedo. Esto borra cualquier inhibición que pudiera haber tenido. Me arrodillo junto a él. Lo miro una vez más directo a los ojos. Meto su pene erecto en mi boca.

No puedo creer lo que está pasando. Mi esposa se la está mamando a nuestro hijo. Muchas veces, estando a solas con él en el vapor o las regaderas, he deseado poseerlo. La razón se impuso siempre a mis instintos. Ver que ella tiene más valor, y menos pudor, me provoca envidia. No me molesta el que me "traicione", sino que ha tomado lo que yo tanto quiero. Mi mano baja hacia mi miembro. Lo acaricia mientras presencia el espectáculo.

Mi mujer abarca la longitud de la polla del chico por completo, pero sin cerrar su boca sobre ésta. Cuando su nariz siente el cosquilleo provocado por el vello púbico, la cierra. Presiona con sus labios el tronco. Después retrocede lentamente dejando nada más la cabeza dentro, la cual estimula con rápidos movimientos de su lengua. No puedo ver todo, pero lo se porque eso mismo hace conmigo. Nuestro hijo se limita a suspirar. Su madre le está dando el mayor placer de su vida. Yo simplemente observo. De mi verga salen chorros de lubricante.

Increíble, que manera de comer la polla. Se nota que le encanta hacerlo, se le ve la satisfacción en la cara. ¿Quién no estaría encantada con semejante espécimen? Es tan grande, gruesa y deliciosa. Como desearía estar en su lugar. Quisiera deleitarme con ese palpitante falo. Dios, ¿hace cuántos años que no pruebo uno?, son tantos que ya ni lo recuerdo.

Me siento en las nubes. Estoy protagonizando la escena que tantas veces actuó mi padre. No se si todavía me queda algo de vergüenza o la imagen es demasiado placentera y no quiero correrme, pero apenas soporto mirar hacia abajo unos segundos. Ver como mi madre se traga todo mi pene. Sentir mi glande frotando su garganta. Es cierto que soy un exhibicionista y mi cuerpo despierta pasiones; podría tener a cualquiera, pero nadie me la ha mamado. El que sea la mujer que me dio la vida la primera en hacerlo, es haber llegado al cielo.

Luego de un rato de estársela mamando, he logrado que mi hijo deje a un lado la pena. Se inclina un poco. Trata de atraerme hacia él. He entendido muy bien la señal. Me coloco de modo que mi cuevita quede encima de su boca. No suelto un solo instante el manjar entre mis labios.

Finalmente mi hijo ha reaccionado. Con su lengua, estimula el clítoris de su madre. Ahí están los dos, proporcionándose placer. Ella mama con ímpetu ese duro mástil. Él chupa con desesperación, como lo hacen los primerizos, ese rico choncho. La escena es excesiva, intensa. No puedo contener más las intenciones de mi mano. Me masturbo como no lo hacía desde la adolescencia. Mancho la pared y el piso. No me detengo a limpiar, tengo una mejor idea. Camino hacia el jardín.

Es casi imposible apartar mi concentración de su polla. Su textura, sabor y firmeza son perfectos, adictivos. Siento además, la lengua de mi niño succionando mi botoncito. Me hace gemir el condenado. Uno de sus dedos comienza a entrar en mi vagina. Todo se vuelve más placentero, cuando me percato de que mi esposo nos observa.

Está ahí parado, con su verga erguida y restos de semen en la punta de ésta. Parece un jovencito, no se le ha bajado a pesar de haber terminado, seguramente, hace poco. Su físico me resulta más atrayente desde lejos. Recorro rápidamente su anatomía. Ese pecho peludo que yo utilizo como almohada. Los brazos entre los que me estremezco. Sus pies grandes y de dedos largos. De nuevo su miembro, compitiendo por ganar la atención que tiene el que está dentro de mi boca.

Él no se ha dado cuenta, pero su madre si. Me mira como yo a ellos, con el mismo morbo. Como si lo hiciera con el mío, ella acelera lo movimientos sobre el pene de mi hijo. Nada más alcanzo a escuchar un grito ahogado del chico. Se ha vaciado en la boca de mi esposa. Puedo ver la leche escurrir cuando ella también grita. La vibración de los sonidos del chamaco contra su entrepierna, han hecho que tenga el segundo orgasmo de la tarde. Los dos están satisfechos. Yo no aparto mi vista de ellos. Me parecen las dos más exquisitas criaturas. No tengo pensado darles descanso. Es mi turno de gozar. Me acerco y dejo a su alcance mi hombría. Enseguida captan la idea.

Por Dios, el padre también se les ha unido. No hay duda de que están poseídos por el demonio de la lujuria. Ni tampoco que el niño sacó a su padre. Que manera de pelear del chiquillo y la mujer por ese trozo de carne. Él recorre con sus labios el tronco, mordiendo un poco de repente. Ella pasa su lengua por el oscuro capullo, recogiendo las sobras de su anterior corrida. Luego ambos se encargan de sus testículos. Hay dos, uno para cada goloso. Que bien lo hacen. De seguro el dueño de las bolas está en la gloria. Sus dedos se entrelazan entre las cabelleras de los otros. Sus ojos están cerrados, su boca entreabierta y la cabeza ligeramente inclinada hacia atrás. Su esposa e hijo se la maman como nunca lo imaginó. Que imagen tan grotesca y caliente. ¿Cómo es posible que se atrevan a tanto?

¿Qué planean hacer ahora? El hombre del pecho peludo ha empujado a su esposa. Ella ha caído sobre el pasto. El hijo, de inmediato, pierde su cara entre los senos de su madre. Los recorre con vehemencia y a la vez con respeto. Se detiene en los pezones, claramente excitados. Parece que quisiera sacarles la leche que de niño bebió. La mujer dice palabras en bajito. Su marido le separa las piernas. La ha penetrado. Se mueve bruscamente al mismo tiempo que acaricia las nalgas de su hijo. Con un dedo busca el virgen ano.

La boca del chamaco se ha apartado de las tetas de su madre. Busca la boca de su padre. Se besan con cariño, como padre e hijo. La mujer se une al beso, lo vuelve apasionado. Una de sus manos masturba a su hijo. Sus salivas se mezclan. Sus sonidos de placer se hacen uno. Que hermosa familia, tan unida, sexualmente, pero unida al fin y al cabo.

-Hijo, ¿quieres cogerte a tu madre?

-Claro que quiere. También yo deseo sentirlo dentro. Dame esa rica verga mi tesoro.

-No saben cuanto he anhelado éste momento. Por fin voy a saber que se siente cogerse a una hembra. Y que hembra, la más bella de todas.

¿Qué sucede? El chico pretende penetrar a su madre, pero ¿con el padre aún dentro de ella? No creo que lo logren. Ella no podrá resistirlo. Ambos están enormes, la destrozarán. ¿Por qué tanto egoísmo? Aquí estoy yo, sin siquiera uno. Aquí está mi chorreante volcán, esperando que alguien lo explore. Tengo que conformarme con un par de dedos. Increíble, lo han conseguido, ambos la atraviesan. Por su gesto, podría decir que ella está a punto de morir de placer.

-¿Verdad que se siente rico?

-Mucho. La calidez, como te abarca. También la manera en que nuestros penes se friccionan.

-Cállense ya. No dejen de moverse.

Uno sale mientras el otro entra. Los dos la penetran con fuerza, sin compasión. Ella grita con la estocada de uno y luego con la del otro. No deja de gritar. Hasta acá llega el sonido de sus pollas frotándose una con la otra. Puedo sentir el placer que eso les provoca. Ambos toman a la mujer de la mano. Ante todo son una familia. Que belleza, los senos de ella saltando con cada movimiento. Cada vez se ven más colorados, más ricos. Los traseros de ellos, a cual más de apetecibles. Uno sin pelos, el otro con unos cuantos. Ambos duros y abultados, preciosos. Como quisiera apretarlos de la misma forma que ella. Sus uñas se clavan en la carne, como desahogo a tener semejantes bestias dentro de si. Ellos se ven más excitados por el débil dolor. Entran y salen. Entran y salen.

Sin previo aviso, el padre se ha salido. Le ha pedido a su hijo se detenga un poco. Se ha hincado detrás de él. Le está comiendo el culo. Pasa una y otra vez su lengua por el pequeño agujerito. Al chico no le desagrada. Sus gemidos son exagerados. Podría ser que su madre esté apretándole la verga. Podría ser que la idea de ser penetrado lo enloquezca. Su padre continúa preparándolo, le ha metido ya dos dedos. Los mueve hacia dentro y luego para afuera. Se ha acercado más a las deliciosas nalgas del chamaco. Frota su imponente herramienta contra ellas. El joven se ha convertido en una perra en celo. Se retuerce y grita. Ruega por tener lo que él le da a su madre, lo que siente rozando su piel.

-Dámela ya papi. La necesito adentro, por favor.

-Si mi amor, ya no hagas más tiempo.

-No seas desesperado hijito. Tenía que dilatarte un poco, no quiero que te duela. Pero no sufras, ahí te voy.

El padre se la ha ensartado completa al chico, de una vez y hasta el fondo. Para apagar los gritos de su niño, la madre hunde su lengua en la boca de éste. Los tres permanecen inmóviles, dándole tiempo al chamaco de acostumbrarse a tan grande instrumento. Aún en ese estado son adorables. Ya no me ajustan los dedos para autosatisfacerme. El jefe de familia considera que ya es tiempo. Con cierta dulzura bombea a su hijo. Éste, al sentir a su padre taladrándole el culo, también ha empezado a moverse dentro de su madre. Ella lo agradece con un prolongado suspiro.

Los tres se acoplan a la perfección. La madre se siente llena con la gruesa estaca de su hijo atravesándola. El padre goza con la ajustada funda que cubre su hombría. Pero el hijo, puedo decir, es el que más contento se ve. Por un lado, se está cogiendo a la hermosa mujer que tiene por madre; ella lo aprisiona entre sus paredes vaginales, dándole un placer nuevo y delirante, el que tantas veces debe haber soñado. Por el otro, esa verga por la que tantas veces debe haber babeado, está llenando su vacío; su próstata es estimulada, una sensación extraña e intensa. Los tres se mueven con artística sincronía, y mis dedos junto con ellos.

Después de varios minutos. La mujer ha alcanzado el tercer orgasmo de la noche. Golpea el suelo y se muerde los labios. En estos instantes, sus espasmos deben estar ayudando a que acabe su hijo. Con pocos segundos de diferencia, el chamaco empieza a gritar. Adivino que ha inundado a su madre con seis o siete chorros de semen. Al momento de hacerlo, su esfínter se cierra sobre la polla de su padre, quien se mueve con mayor salvajismo. Desde aquí puedo ver, como la leche del progenitor resbala por las piernas del primogénito. Los tres han llegado al clímax. El de uno intensifica al de los otros dos. Todos me ayudan a alcanzarlo a mí. Tengo que apartarme de la ventana por un rato para que no escuchen mis gritos.

-Estuvo maravilloso. Muchas gracias por cumplir mis fantasías.

-No tienes que dar las gracias. Créeme que gocé bastante entrar en tu apretadito culo. También se cumplieron las mías.

-Me alegra que nos haya gustado tanto a los tres.

-Ahora que estamos tan contentos, quiero confesarles algo. Los he visto cuando hacen el amor.

-Ya lo sabíamos. ¿Crees que somos tan despistados como para no habernos dado cuenta? Si no dijimos algo al respecto, fue porque a nosotros también nos agradaba.

-De cualquier manera me siento mejor de habérselos dicho.

-Nosotros también. Seguramente ahora nuestra familia estará más unida que nunca.

-Literalmente mamá.

Mis vecinos están agotados. Yo también lo estoy. Se han quedado sobre el pasto, no tienen fuerzas para entrar a la casa. No parece que minutos antes hayan protagonizado la más erótica de las escenas. Lucen tan tiernos, mirándose a los ojos, acariciando uno el cabello de otro. Los penes del padre y del hijo han vuelto a su estado de reposo, aún así son impresionantes. El tamaño de los pezones de ella, es de nuevo el normal. El color rojo que iluminaba la piel de los tres, ha desaparecido. Parece que hasta se han quedado dormidos.

Que tardecita. No me esperaba ver todo lo que sucedió. Me asomé a la ventana nada más para observar la juventud de ese muchacho pasearse en cueros. Sin duda todo resultó mejor. Después de todo, no fue tan malo haberme mudado. Mis vecinos son un poco pervertidos, pero me encantan. Creo que necesitaré un telescopio, no siempre salen al jardín. Tengo que conocerlos dentro de su hogar, como la familia que, son. Una familia unida y amorosa. Pero eso será mañana, lo único que deseo ahora es dormir, al igual que ellos. Quiero soñar con lo que mi mente acaba de grabar.

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