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Tatúame el culo

en Gays

Tatúame el culo.

Antes que otra cosa, quiero dejar bien en claro que no es edoardo quién escribe este relato. No vaya a ser que si le dan ustedes más de una estrella, luego él y su enorme ego se atribuyan para sí el éxito. ¡No sería justo! Al César, lo que es del César. Soy yo quién lo escribe, y me quedo tranquilo pues habiéndoselos informado él ya no podrá engañarlos y robarse el crédito.

Ahora bien, si no es edoardo el autor de este relato, ¿quién diablos lo es?, podrán estarse preguntando. Yo les contesto que mi nombre sale sobrando, que pueden llamarme Pedro, Juan o José, en fin, como a ustedes mejor les plazca. Lo importante aquí es que sepan que no fue él sino yo el de la idea, y que su imaginación a estado tan escasa estos días que me permitió usar su cuenta, claro está, dándole algo a cambio. Ya se han de imaginar qué fue, pero si no, sólo me limitaré a decir que aún no decido cuál de sus orificios es más cálido.

Soy un joven al que le encanta el sexo en todas sus formas y sabores, y una de mis preferidas es la escrita. Me encantan las historias calientes y morbosas que con simples palabras te animan a abrirte el pantalón y hacerte una buena paja. Me fascina leer sobre encuentros casuales en los que nada tiene que ver más que el placer. Así fue que di con esta página y me hice un lector asiduo. Hoy ya no puedo hacerlo por falta de tiempo, ya que he regresado a terminar los dos semestres que me faltaban para titularme, pero antes me echaba, sin mentirles, veinte o treinta relatos diarios y seguiditos. Hubo ocasiones en que llegué a estar sentado frente al computador hasta ocho horas. Me había vuelto un verdadero adicto al sexo escrito. Pero no por eso vayan a creer que no cogía o que no cojo, ¡no! No es por presumir, pero cada noche hay alguien diferente en mi cama. Mujer, hombre o la parejita, da igual. El placer es el placer.

Tengo un negocio de tatuajes y perforaciones al que debo gran parte de mi éxito sexual. No puedo negar que el ser rubio, tener cara de niño bueno y un cuerpo bien ejercitado ayuda bastante, pero algo sucede que después de atravesarle la piel a un cliente, en varias ocasiones éste o ésta me piden les encaje algo más. Y pues yo, siendo tan generoso y andando siempre tan cachondo, no puedo rehusarme a hacerles el favor. ¿Quién le manda a uno ser tan bueno?

Lo que enseguida he de contarles, es la más reciente de tantas y tantas experiencias que me ha regalado mi trabajo. Una historia sencilla que no habla más que de sexo, de dos tipos que se tienen ganas y se atreven a saciarlas. Nada de temas profundos ni de esa filosofía barata que tanto me desagrada. Puro sexo sin compromiso y sin sentimiento. Puro mamar y follar, como a mi me gusta. Ni más, ni menos. Espero también sea de su agrado.

Como se los comentaba, y para aquel que lo haya ya olvidado, soy dueño de un local de tatuajes y perforaciones que por motivos escolares sólo atiendo por las tardes. Cuando termino con mis clases, casi siempre me lanzó de inmediato para mi negocio. Y digo casi siempre, porque hay veces que me veo obligado a asistir a la casa de algún compañero para hacer algún trabajo en equipo, y pues… ¡Uno nunca sabe! Pero en fin, los días en que no veo la oportunidad de tronarme a un lindo chico o a una rica chica con el pretexto de cumplir con la tarea, me voy para el changarro dispuesto a penetrar a todo aquel que así lo pida, ya sea con un arete, una aguja o algo más…

Fue el pasado martes cuándo las cosas sucedieron. Yo me encontraba algo enfadado pues en toda la tarde no se había parado ni una mosca, y para colmo no había encontrado un solo relato que me calentara. Harto de la nula acción que me ofrecía el lugar, decidí cerrar temprano e irme de cacería para librarme del estrés. Apagué la máquina, las luces y caminé hacia la salida. Saqué las llaves de mi bolsillo, y justo cuando estaba por cerrar un cliente apareció.

– ¡Ay! – exclamó fingiendo decepción –. ¿A poco ya vas a cerrar? – inquirió como diciendo espérate aunque sea un ratito –. Pero si apenas son las seis.

La verdad es que con el humor que traía habría mandado al diablo a cualquier otro, pero el hombre que tenía parado enfrente me gustaba, me ponía mal. Su nombre es Adriano y se había dado ya varias vueltas por la tienda. Siempre entraba con el pretexto de que se le antojaba hacerse un tatuaje, pero luego de calentarme con sus miraditas y sus frases en doble sentido acababa marchándose tan limpio como había venido. Al puto se le notaba a leguas que quería mamármela, pero no se atrevía o no sabía cómo dar el paso final, cómo pasar de las insinuaciones a la práctica. Aunque no lo demostraba con ademanes de loca, por la forma en que miraba mi entrepierna cada vez que platicábamos quedaba más que claro que el tipo moría por que yo se la metiera, y esa tarde finalmente habría de quitarle yo lo tímido.

– Es que estoy algo enfadado, ¿sabes? – expliqué sin dejar de girar la llave, tratando que, de entrar, se sintiera él más comprometido –. Como no ha venido un solo cliente, pensé que mejor sería ir por unos tragos. ¿Venías por algo en especial? – lo interrogué devolviendo la llave a mi bolsillo.

– Este… Sí – respondió algo desanimado al ver que yo no pretendía abrirle –. Estaba pensando en ponerme un tatuaje, pero ahí será otro día – señaló al tiempo que daba media vuelta amenazando con marcharse.

– ¡Espérate! ¡No te vayas! – le grité tomándolo del hombro y delatando un poco mi ansiedad –. Yo pensé que nada más ibas pasando por aquí y preguntabas por curiosidad, pero si venías a hacerte un tatuaje pues puedo quedarme. Al fin que apenas son las seis, ¿no? Además, ya son varias las veces que tu… – recorrí su cuerpo de arriba abajo con la mirada – brazo se me escapa, y creo que no sería justo sumarle otra a la cuenta, ¿no lo crees? – comenté al tiempo que reabría el local –. Pasa, por favor – le pedí volviendo a cerrar una vez entré detrás de él.

– ¿Por qué cierras la puerta? – me cuestionó parándose a mis espaldas y tomándome de la cintura –. ¿Qué puede pensar la gente si se entera que nos encerramos aquí solos?

– Pues… Que no quiero que nadie me moleste cuando finalmente esté inyectándote… – me di la vuelta y rocé suavemente su trasero – la piel. ¿Qué más podrían pensar? – caminé hacia el interruptor.

– Pues sí, ¿verdad? – expresó Adriano acomodándose el paquete según él muy disimulado.

– Y dime: ¿siempre cuál vas a querer? – le pregunté poniéndole frente a los ojos un catálogo –. Está este del dragón, el clásico de pulsera o este otro de letras griegas. ¿Cuál te gusta más?

– No lo sé – dijo pasando un dedo por sus labios –. ¿Cuál tienes tú? – inquirió de repente –. Porque supongo que has de tener al menos uno, ¿no? Digo, no se te nota alguno a simple vista, pero igual puedes tenerlo en otro lado – apuntó fijándose en el bulto que dibujaban ya mis jeans y que yo, a diferencia suya, no trataba de disimular.

– Sí, creo que tengo uno – comenté no muy convencido.

– ¡¿Crees?! – expresó divertido –. ¿Cómo está eso? ¿Que a poco no te acuerdas?

– Pues aunque te burles, así es – señalé en tono serio –. He hecho tantos, que ya ni sé si uno de ellos fue a mí.

– Bueno, para salir de dudas, ¿por qué no… – se quitó el dedo de los labios y recorrió mi torso por encima de la ropa deteniéndose debajo de mi ombligo – lo buscamos?

– Me parece una excelente idea – acordé agarrándole la mano antes de que la retirara y poniéndosela encima de mi abultado pantalón.

– Yo no creo que esto que siento sea un tatuaje – aseveró apretando esa erección que ocultaba la mezclilla.

– Puede ser, pero… ¿Por qué mejor no nos aseguramos? – sugerí arrastrándolo hasta el cuarto de perforaciones y luego a través de éste hasta llegar a la puerta que daba a mi departamento.

– ¿A dónde da esa puerta? – inquirió con gesto de preocupación, con ese mismo gesto que en su cara aparecía cada vez que se marchaba dejándome con ganas.

– ¡Ah, no! – chillé ignorando su pregunta –. ¡Esta vez no te me escapas! – afirmé estrellándolo contra la pared para enseguida besarlo con desesperación.

Por lo sorpresivo y brusco de mis actos, Adriano no respondió a mi beso en un principio. Pero en cuanto se hizo a la idea de que esa tarde no se iría sin cumplirme, cuando se dio cuenta de que yo era más alto, corpulento y fuerte que él y que la pasaría muy mal si se atrevía a negarse, separó sus labios y le permitió a mi lengua hurgar dentro de su boca y entrelazarse con la suya en una lucha que terminó de ponérnosla dura, según sentía al frotar mi entrepierna contra la suya.

– ¡Cómo te traigo ganas, desgraciado! – exclamé inclinando su cabeza hacia atrás para besarle el cuello –. ¡Mira nada más cómo me pones! – le dije restregándole el paquete con más fuerza.

– ¡Ah! – gimió él, incapaz de articular palabra ante la maestría con que mi lengua le recorría la yugular.

– ¿Por qué siempre que venías a calentarme la polla te largabas dejándome en ascuas? – lo cuestioné al tiempo que le desabotonaba la camisa, develando su abdomen plano y algo marcado y su pecho un tanto peludito –. ¿Por qué, eh? ¿Que acaso no te gusto? ¿Que acaso no mueres por tener mi verga dentro?

– Sí, claro que… ¡Ah! – jadeó al yo apoderarme de una de sus tetillas –. ¡Dios, qué rico! ¡Sí! ¡Sí! ¡Muérdemela, por favor! ¡Muérdemela, por favor!

Por la forma tan encendida en la que hablaba, era obvio que había dado con una parte muy sensible de su cuerpo, y mientras se la estimulaba a consciencia para que después él me devolviera con creces el favor, aproveché para abrir la puerta que comunicaba al local con el departamento y entráramos los dos.

Una vez dentro, continué chupando y mordiendo sus tetillas mientras mis manos desnudaban a ambos. Aunque es algunos años mayor que yo, Adriano se mantiene en forma, y si a esos pectorales firmes cubiertos por una fina capa de vello y a ese estómago marcado les agregamos un par de fuertes piernas y un apetitoso y endurecido pene, ya sabrán que tan excitado me puso el verlo encueradito. A punto estuve de dejarle las tetillas y tragarme entera su polla, pero me contuve. En lugar de eso, mi boca lo soltó y me fui a sentar en uno de los aparatos de ejercicio que utilizaba como mueble. Sosteniendo mi inflamado falo por la base, le guiñé un ojo como diciéndole todo esto que ves es tuyo, ven aquí y tómalo.

El se acercó a paso corto y lento, dándose el tiempo para admirar lo que en segundos habría de saborear. Como ya antes lo mencioné, soy aficionado al gimnasio y sin afán de presumir mi cuerpo es capaz de arrancarle un suspiro hasta al más cortado. Adriano se mojó una y otra vez los labios antes de alcanzarme, y cuando lo hizo se abrazó a mí y empezó a lamerme el pecho. Su lengua viajó de un pectoral a otro por un buen rato, deteniéndose de vez en vez a mordisquearme con suavidad algún pezón. Luego descendió y fue entonces que descubrió el tatuaje que yo mentí no recordar, un dibujo a rojo y negro simulando el zarpazo de una bestia.

– ¡Vaya! Después de todo, sí tenías uno – apuntó acariciando la figura.

– ¿Te gusta? – inquirí en tono sugerente.

– ¿Qué, el tatuaje? – contestó él sonriendo maliciosamente.

– ¿Qué más si no? – cuestioné yo señalando con los ojos mi erección.

– Pues sí, pero… ¡Más me gusta ésta! – comentó tomando mi herramienta por la punta y presionándola hacia abajo, provocándome un escalofrío que me obligó a arquear la espalda y echar la cara para atrás.

– Entonces, ¿qué esperas a probarla? – le insinué con voz de ruego.

Adriano acercó su rostro a mi entrepierna y sustituyó sus dedos con sus labios. Envolvió mi rosado glande con su boca, y su lengua comenzó a jugar con él, arrebatándome un par de gemidos que correspondió mimando mis depilados huevos.

Así siguió por unos minutos, propinándome en la punta acelerados y placenteros lengüetazos, hasta que decidió repartir sus besos a lo largo del tronco y después concentrarse en los testículos.

Mientras yo me pegaba la polla al cuerpo para facilitarle la tarea, él con paciencia me ensalivó las bolas para luego metérselas alternadamente a la boca y rasgarlas con sus dientes. La manera a la vez suave y ruda en que sus colmillos me acariciaban la sensible piel del escroto me enloqueció y lo obligué a regresar a mi ansioso pene. Y en cuanto sentí su aliento soplar sobre la punta, le empujé la cabeza para que esta vez se lo comiera entero, hasta que su nariz se hundiera en mi lampiño pubis.

Poco a poco, degustando a consciencia cada milímetro, mi goloso amante fue alojando mi endurecido miembro en su boca. Observé cómo lentamente mi instrumento se fue perdiendo entre sus labios hasta que percibí el calor de su garganta arroparme el glande y sacarme así un fuerte gemido que habría de ser sólo el primero. ¡Adriano sí que sabe cómo se mama una polla!

Manteniéndola toda dentro, la punta llegándole hasta el cuello y él sin respirar, con su lengua recorría el tronco sin parar y cada vez más aprisa. El placer que me estaba proporcionando era tan grande que no dejaba yo de expulsar lubricante que él tragaba sin chistar. Cuando un hormigueo me comenzó a subir desde los huevos anunciando que estaba pronto a eyacular, me puse de pie y le pedí se retirara. Pero él se negaba a apartarse de mi palpitante miembro y lo siguió de rodillas por un tramo como si fuera un perro en busca de su hueso o un niño detrás de su mamila.

– ¿Por qué me la quitas de la boca? – me interrogó desesperado –. ¿Que no te gusta cómo te lo hago?

– ¡Por supuesto que me gusta! – respondí –. Es más, ¡me encanta!

– Entonces, ¿por qué me pides detenerme? – preguntó confundido.

– Porque quiero que vayamos a mi cuarto – indiqué ayudándolo a pararse –, para… – le apreté una nalga – Tú ya sabes qué.

– ¡Eso hubieras dicho antes! – exclamó arrojándose contra mí para darme un beso lleno de lujuria mientras masturbaba ambos falos.

– Vamos pues – propuse librándome de su morreo para evitar que éste me hiciera derramarme antes de tiempo –, ¡que muero por romperte el culo! – expresé excitado y agarrándole la verga para conducirlo al cuarto como quien conduce a su mascota con una cadena.

Ya dentro de la recámara, le sugerí que se pusiera a la orilla de la cama a cuatro patas en lo que yo enfundaba el arma, y una vez puesto el condón me le acerqué para enterrársela.

– Como eres uno de mis clientes favoritos aunque nunca compras nada – le dije repasándole la espalda con un dedo –, te voy a hacer un tatuaje especial – le acomodé mi polla entre los glúteos.

– ¡Ay! – chilló al sentir la punta de mi pene rozar su agujerito –. Pero si esa no es una aguja – aseveró echándose para atrás como rogando lo penetrara de una vez por todas –.

– No, pero igual se encaja – aseguré fingiendo que por fin se la metía.

– ¡Pues encájamela entonces! – imploró abriendo y cerrando el ano.

– Ahí te vas, pues – le avisé haciendo presión contra su cuerpo y atravesándolo con la cabeza.

– ¡Ah! – jadeó al sentirme dentro –. ¡No pares, por favor! ¡Dámela toda! ¡Dámela toda! – exigió meneando las caderas.

– ¿De verdad la quieres toda, chiquito? – inquirí aguantándome las ganas de dejársela ir entera.

– ¡Sí, la quiero toda! – contestó dándome un rico apretón –. ¡Dámela ya, por favor! ¡Dámela… ¡AGHHHHHHH! – aulló cuando haciendo caso de sus suplicas se la enterré hasta el fondo y de uno solo.

Sin poner atención a si lo había lastimado y sin sacarle ni siquiera un trozo, lo tumbé sobre el colchón y colocando mis brazos a sus costados para darle a mis embestidas un mayor empuje, inicié un violento mete y saca que sacudía la cama al tiempo que él cambiaba sus quejidos por gemidos, en una clara señal de que aquello le gustaba.

– ¡Sí! ¡Así! – exclamaba confirmándome su gozo –. ¡Muévete, papi, muévete! ¡Fóllame más duro! ¡Fóllame más duro! – repetía entre sollozos y suspiros, y yo para complacerlo exactamente eso hice.

Como si lo odiara, como si quisiera yo partirlo en dos arremetí con saña contra su tibio y apretado culo estremeciéndolo completo. Su cuerpo se contorsionaba cada vez que yo tocaba fondo, y eso me animaba a continuar cogiéndomelo con más rabia. A dejarlo vacío por un instante para de inmediato llenarlo con mi carne y volver a repetir el movimiento cada vez más rápido, cada vez sintiendo que el placer que me invadía era mayor.

Me acosté sobre su espalda para poder usar las manos y buscar su verga. La atrapé con la derecha y empecé a masturbarlo al tiempo que le chupaba el cuello y las orejas y de vez en cuando nos besábamos, no sin dejarlo yo de penetrar. No sin parar él de sacudir esas duras nalguitas que tantas veces se me fueron de las manos pero que finalmente esa tarde conseguí tener.

Los resortes rechinaban, el sonido de mi cada vez más inflamada polla taladrándole los intestinos servía de fondo para sus escandalosos gemidos y ambos disfrutábamos del momento como críos, como locos, pero algo ahí hacía falta para completar la escena. Necesitaba ver la expresión de su rostro luego de cada una de mis estocadas, ese cerrar los ojos y morderse el labio que tanto a mí me agrada. Con esa idea en mente, me salí de su interior para cambiar de posición.

    

Lo puse boca arriba y con las piernas en mis hombros, y coloqué la punta de mi polla en el centro de su ano para volverlo a penetrar.

La violencia con que había estado cogiéndolo me facilitó la entrada de tal manera que antes de agotarse el suspiro que me arrebató el sentir otra vez el calor de su cuerpo envolver mi endurecido miembro ya se lo tenía todo dentro, ya estaban nuestras miradas frente a frente justo como yo quería, justo como me hacía falta.

Y entonces sí, admirando reflejado en su cara el placer que le causaba mi pene cada vez que abría sus pliegues para frotarle sin cesar la próstata, empecé a cabalgarlo con más gusto, con más ganas. Mi falo entraba y salía a gran velocidad. Una y otra vez, una y otra vez. Él acompañaba mi vaivén, yo le mordía el cuello y, siendo en esa posición más profunda la penetración, no tardamos ambos en sentir que el orgasmo estaba cerca.

– ¡Ah, me voy a correr! – anunció Adriano al tiempo que comenzaba a hacerse una furiosa paja para acompañar el gozo que le daba mi follada.

– Sí. ¡Córrete, chiquito! – lo animé acelerando el ritmo de mis embestidas –. Quiero que te vengas del gusto de sentirme dentro. ¡Vamos! ¡Córrete! ¡Córrete! – le ordené observando que de su enrojecido miembro salía expulsado el primer trallazo.

– ¡Ah! ¡Ah! ¡AHHHHHH! – aulló él conforme continuaban los disparos, conforme el semen que guardaban sus testículos se derramaba sobre su pecho y estómago.

– ¡Ay, que rico me la aprietas! – exclamé ante la forma tan deliciosa en que sus esfínteres me masajearon la polla a cada espasmo –. ¡Yo también voy a corredme! – grité al sentir que no podía contenerme más –. ¡Yo también voy a corredme! – señalé antes de salirme de él y deshacerme del condón –. ¡Sí! ¡Sí! – gemí al venirme por fin sobre su vientre.

 

Cuando de mi polla manó la última gota de esperma, me dejé caer a un lado de Adriano y estuvimos platicando por un rato. Mientras limpiaba su cuerpo de las sobras de nuestros orgasmos, le pregunté si todavía quería hacerse el tatuaje, pero me contestó que mejor otro día, que luego con que pretexto iba a visitarme. Unos minutos después, cuando su respiración y su ritmo cardiaco se normalizaron, se vistió y, dándome un beso, se marchó prometiendo regresar. La experiencia había sido tan placentera, que de inmediato corrí a escribirla para a la mañana siguiente pedirle a edoardo me permitiera publicarla con su cuenta, ya que por capricho quiero mantener la mía nada más como lector. Él aceptó cuando le dije que tengo por todo el departamento cámaras que graban mis encuentros y que un relato con imágenes suele incrementar el número de accesos, pero sospecho que no fue eso lo que lo convenció sino mi verga, porque en cuanto me la saqué del pantalón se lanzó sobre de ella y me la empezó a mamar. Y… ¡Ah, cómo la mama ese cabrón! ¡Cómo mueve el culo cuando se la metes, y bien que aguanta vara! ¡No, si de veras que es bien puto por más que siempre se haga el inocente! Pero bueno, esa y el cómo lo conocí son otra historia. Tal vez algún día se las cuente.

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