En medio de un bosque abandonado en el cual sólo se escucha el sonido del viento viajando entre las hojas de sus antiguos y enormes árboles se encuentra una pequeña cabaña de no mejor aspecto. Sus paredes tienen cientos de telarañas como pintura y su piso hojas secas como alfombra. Una ventana está entreabierta y al moverse impulsada por el mismo viento que viaja entre los árboles suma un sonido más al ambiente, un rechinido que después de unos segundos se vuelve insoportable. Su estado delata un total descuido que de no ser por el humo que escapa por la chimenea haría pensar a cualquiera que está desabitada.
Dentro de la cabaña, en uno de sus cuartos, acostada sobre la cama, se encuentra una persona que parece dormir profundamente. Su cuerpo está cubierto por una sábana color negro y su cabeza reposa sobre una almohada enfundada con tela del mismo material y color, ambos accesorios combinan a la perfección con la atmósfera tétrica y poco iluminada que envuelve a la recámara. Las cortinas, también negras, evitan que se cuele mucha luz en el lugar y sombras son lo único que acompaña a la solitaria cama.
La persona ha abierto sus ojos, pero no puede ver mucho, la penumbra que llena el cuarto se lo impide. Se nota confundida y su cabeza amenaza con estallarle a causa de un agudo dolor. Voltea su cara una y otra vez buscando algo que le resulte conocido en algún rincón de ese lugar. Sus esfuerzos no sirven de nada. La falta de luz no hace fácil el buscar algo en esa habitación, eso sin contar que la cama sobre la que duerme es lo único que hay en ella. Sus ojos vuelven a cerrarse como un signo de resignación.
Después de unos segundos son sus manos las que continúan con el viaje de reconocimiento a lo largo y ancho del colchón, recorren cada centímetro de éste sin toparse con algo significativo. De pronto se detienen cuando tocan sus piernas. Su cara tiene una expresión de asombro, sus ojos se han vuelto a abrir pero esta vez mucho más que la anterior. Con violencia, se quita de encima la sábana que ocultaba sus extremidades inferiores para darse cuenta de que su cuerpo está cubierto por una tela aún más suave que comienza en sus rodillas y llega hasta sus hombros, los cuales la sostienen ayudados por un par de pequeños tirantes; trae puesto un vestido, que para no desentonar con el cuarto es también de color negro. Sus manos siguen recorriendo su cuerpo y al llegar a sus cabellos vuelven a descubrir algo que se adivina, por la manera en que ha abierto la boca, resulta extraño. Tal vez sea lo largo que estos son o la forma en que están peinados, no lo se, pero le han causado tal impresión que su respiración comienza a acelerarse y rápidamente sus manos vuelven a bajar y se apoderan de su entrepierna. Ahí han encontrado un bulto que ha tranquilizado un poco su respiración. Se levanta poco a poco el vestido hasta quedar descubierta la mitad de su cuerpo, la mitad bajo su cintura. Gracias a su semidesnudez podemos ver descansando entre sus piernas a un pene y un par de testículos que nos hacen saber que esa persona es un hombre.
Afuera de la habitación se escucha el crujir del piso, alguien está caminando en dirección al cuarto. La persona que ahora sabemos hombre se ve asustada y vuelve a cubrirse con la sábana, en está ocasión hasta no dejar parte de su cuerpo desprotegida. La puerta se ha abierto, lo sabe por el sonido que está produce al hacerlo. Los pasos se escuchan cada vez más cercanos hasta detenerse a un lado de la cama. Su respiración está más agitada que antes, teme que quien haya entrado a la recámara pueda hacerle daño. Una mano se ha apoderado del borde de la negra sábana y con una lentitud que raya en la delicadez deja al descubierto ese cuerpo que, ahora con la luz que entra por la puerta, se aprecia es completamente varonil, ancho, velludo y musculoso. La persona dueña de la mano es, al igual que quien está sobre la cama, un hombre, dueño también de una innegable belleza masculina. Ojos profundos y expresivamente oscuros bajo un par de cejas pobladas. Nariz recta arriba de una barba en forma de candado que encierra una boca de labios carnosos y rojizos. Frente amplia y cabello corto y tan negro como lo era ese cuarto antes de que la luz entrara por la puerta. Todo ese hermoso aspecto es iluminado además por una amplia y limpia sonrisa que ha borrado cualquier huella de espanto que pudiera haber existido en el rostro de quien ahora luce sorprendido y embobado.
El hombre que ha entrado al lugar trae consigo un plato caliente de caldo de pollo. "Laura, mi amor, tienes que comer algo", le ha dicho al otro justo antes de tomar un poco del caldo con una cuchara y llevarlo a su boca. Laura, como han llamado al hombre del vestido, abre la boca sin ningún reclamo o titubeo para poder comer lo que le ofrece. "Me llamo Miguel, y estoy aquí para cuidarte y atenderte", ha exclamado el hombre de innegable belleza masculina en uno de los tiempos de espera en que Laura mastica uno de los bocados. Después de un tiempo el plato que antes estuvo lleno de caldo de pollo ha quedado vacío y Laura, al parecer, satisfecho. Miguel lleva una de sus manos hasta la mejilla de Laura y tras acariciarla por unos segundos se acerca para darle un beso en los labios, un beso lleno de ternura que invade de felicidad a ambos, una felicidad extraña que no deja de arrancarles una cuantas lágrimas. Después de separarse, Miguel salé de la habitación y Laura vuelve a quedarse solo en medio de aquella penumbra que cada vez se acerca más a una total oscuridad.
Con las sombras disfrazando su verdadera apariencia, Laura ha comenzado a recorrer su cuerpo, esta vez lo hace como si no le perteneciera, como si acariciara el de alguien más. Lentamente pasa sus dedos por todos y cada uno de sus rincones de una sensual manera. La suavidad del vestido que lo cubre sobre su piel le resulta agradable. Su respiración, nuevamente, está un poco agitada, pero no por miedo o asombro, más bien por placer, se puede saber porque lo que esconde entre sus piernas ha comenzado a crecer. Sus manos han vuelto ha detenerse en esa parte de su cuerpo, pero ahora no permanecen inmóviles, suben y bajan, primero por encima de la tela y después por debajo de ella, haciendo un contacto directo y aumentando la velocidad de los movimientos. Laura se ha olvidado de la confusión y el miedo que sintió minutos atrás, se ha abandonado por completo al placer que le proporcionan sus caricias. Dejando de lado las inhibiciones, de su boca salen los más provocadores sonidos que le hacen compañía a una respiración cada vez más entrecortada. Su cuerpo se revuelca sobre aquella cama y el vestido le quema, lo hace gozar.
En medio de esos momentos de placer las cortinas que cubrían el lugar de su mente donde se encuentran los recuerdos se han empezado a abrir dejando pasar fragmentos de su vida, imágenes que no parecen tener sentido. El rostro de una bella mujer gritándole insultos, el llanto de un pequeño niño escondido detrás de un sillón color café, las risas de un grupo de gente que al parecer se burlan de alguien, su cara maquillada reflejándose en un espejo roto, un hombre sin cabeza golpeándolo con un tubo en la suya y a lo lejos alguien repitiendo una y otra vez el nombre de Francisco. Nada de lo que viene a su mente significa algo para él, está más confundido que antes, no sabe quien es ni el porque de todos esos recuerdos, pero ni siquiera la confusión ha interrumpido el viaje de auto satisfacción que cada vez se acerca más al clímax. Sus músculos empiezan a tensarse y cada nueva imagen en su cabeza es un paso más al paraíso. Sus manos se mueven con mayor velocidad conforme pasa el tiempo y sus gemidos se parecen más a un grito. Finalmente todas sus caricias, las físicas y las mentales, lo han llevado hasta la cima del placer, que se manifiesta en una abundante explosión que ha manchado el vestido, su rostro y partes de la almohada.
Junto con los fluidos que abandonaron su cuerpo, se han ido las dudas y los miedos. Ya no le importa conocer el verdadero significado de todas las fotografías que rebeló su memoria, ya no quiere saber por qué despertó en medio de ese oscuro cuarto, cómo llegó hasta ahí, quién rayos es Miguel o porqué trae puestos un vestido y una peluca. Lo único que sabe y le importa es que se siente bien debajo de esa ropa, se siente libre y sin preocupaciones, se siente, como diría si supiera con exactitud lo que eso significa, como en casa, ha decidido tomar ese día como el primero de su vida, una nueva vida.
Después de tomar esa decisión Laura se ha dado cuenta de que su cuerpo es iluminado por la luz que entra por la puerta, todas las emociones que experimentó minutos antes no le permitieron notar que Miguel estaba nuevamente dentro del cuarto, observándolo, ni tampoco que al igual que él, quien antes le diera de comer ese delicioso caldo de pollo, ha llegado a la misma explosión de placer manchando el piso de la recámara. Ahora que lo sabe su corazón palpita con mayor alegría y su boca dibuja una sonrisa, mezcla de felicidad y lujuria, se ha acostado boca abajo levantando un poco su trasero, el cual ha dejado al descubierto, como invitando a Miguel a jugar con él. Este último ha entendido a la perfección el mensaje y ha cerrado la puerta dejando que la oscuridad se apodere nuevamente del cuarto. Camina lentamente hacia la cama y con cada paso va tirando una de sus prendas, la camisa, el cinturón, una bota y después el par, los pantalones y los calzoncillos hasta quedar completamente desnudo, hasta que toda su innegable belleza masculina queda disfrazada nada más por las sombras. Se sube a la cama y con la furia característica de un macho al que le gusta sentirse el amo le arranca el vestido a Laura, que lejos de molestarse vuelve a adentrarse en ese mundo lleno de placeres.
Las respiraciones de Laura y Miguel se han vuelto una, se han convertido en un concierto de gozo que sirve de fondo para la que seguramente será una noche inolvidable, una noche en medio de la oscuridad, oscuridad que será el único testigo.