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La última vez

en Gays

Una hora ha transcurrido desde que Rómulo entró al cuarto donde se guardan los artículos de limpieza. Eran las cinco de la tarde entonces, y harto de elaborar informes y facturas para su jefe, como lo hace diariamente al ser el asistente del gerente general, decidió encerrarse en un lugar donde nadie lo molestara para poder pensar en cosas que si bien, no son más alegres, si más importantes, al menos para él, cosas sobre su futuro, el futuro de su relación.

El reloj ahora marca cinco minutos a las cinco. Todo este tiempo Rómulo lo ha pasado dando vueltas de un lado a otro del cuarto para después sentarse en un rincón y por momentos derramar algunas lágrimas, tapando su boca para que no haya posibilidad de que alguien lo escuche, lo último que desea en estos momentos es que uno de sus compañeros de trabajo lo encuentre ahí y le pregunte que le pasa, tratando de disimular que es la curiosidad quien habla y no una preocupación sincera.

Su rostro parece más triste y angustiado conforme el minutero se acerca al número doce. Parece como si no quisiera que dieran las seis, hora en que todos salen de la oficina para dirigirse a sus casas algunos, y otros al bar de la esquina a quejarse del día que está por terminar. Su nerviosismo aumenta con cada segundo y sus uñas desfilan una por una entre sus dientes, ha esperado mucho por este día, pero al mismo tiempo quisiera que no llegara, algo imposible, el reloj ha dado las seis.

Desde dentro del cuarto se puede escuchar el sonido de las voces y pisadas de los demás trabajadores, que caminan apresuradamente, como si estar más tiempo en ese lugar les quitara el aire. Corren como estampida rumbo a los elevadores o a las escaleras según sea su grado de apuro y energía. Detrás de la multitud camina el gerente de recursos humanos. Hombre de pelo entrecano y rostro atractivamente varonil, de rudas facciones y barba de tres días. Patricio es su nombre, cuarenta y cinco su edad, y por lo corto de sus pasos se adivina que a diferencia de todos los demás a él no le molesta tardar un poco más en salir de la oficina, de hecho a tomado un camino diferente, no va ni hacia las escaleras ni hacia el elevador, se dirige camino al cuarto de limpieza. Está frente a la puerta y gira lentamente la perilla para abrirla. Con cada milímetro que esta avanza, el corazón de Rómulo late más aprisa. Se ha levantado del rincón donde estaba sentado mordiendo sus uñas, decidido a enfrentar lo que viene, conteniendo las ganas de llorar. Patricio finalmente ha entrado al cuarto y ahora están ahí los dos, solos, frente a frente, esperando que el otro sea quien hable o actúe primero. El tiempo corre y ninguno de los dos toma la iniciativa. Rómulo tiene miedo, se nota en su cara, y al parecer Patricio lo ha notado, por lo que tampoco se atreve a dar el primer paso, pero el esperar es algo que no le agrada, de repente se ha acercado al temeroso joven y lo ha besado en la boca como si no lo hubiera hecho hace siglos, con una pasión que parecía haber estado contenida durante mucho tiempo; sin embargo, esta es la cuarta de cinco veces que se encuentran a la semana, como ocurre desde que se conocieron hace seis meses.

El beso de Patricio ha tomado por sorpresa a Rómulo, quien tenía planeado hablar en lugar de hacer lo que siempre hacen, pero ahora esa es una opción de la que se puede olvidar, sabe perfectamente que ese beso es el inicio de algo que no se detendrá hasta que el cuarentón se vacíe dentro de él.

El jefe de recursos humanos ha notado la negativa de su amante y después de apartarse un poco de él, le ha dado una cachetada que lo ha tirado al piso. En otras circunstancias ese golpe habría significado para Rómulo una alza en su grado de excitación, ahora lo único que representa es un aumento de su dolor, pero esta consciente de que no le conviene poner resistencia alguna, no lograría nada con las pocas fuerzas que guarda en su delgado y frágil cuerpo, por lo que finge que le ha gustado, y lo hace bien, tanto que su respiración se ha acelerado y sus pantalones ya están en sus tobillos.

Patricio luce más contento al ver que el jovencito ha decidido cooperar, se ha lanzado contra él lamiendo y apretando cada rincón de su cuerpo al mismo tiempo que desabrocha su cinturón y su ropa cae a sus pies. Cualquier otro día, la manera tan poco delicada en que su cuerpo es acariciado le habría hecho a Rómulo gemir de placer y suplicar por ser poseído, pero hoy sólo puede emitir simples sonidos que afortunadamente no se escuchan tan falsos.

Las manos del hombre de pelo entrecano se han fijado en el trasero del asistente, abriéndolo, preparándose a invadirlo con la brutalidad que lo caracteriza, brutalidad que por si sola sería capaz de hacer llegar al joven al clímax, pero que hoy no provocará otra sensación que no sea dolor, un dolor más que físico, del alma, al darse cuenta de que no ha estado ni tan siquiera cerca de conseguir decir lo que toda la semana rondo su cabeza, angustiándolo y haciéndole imposible el conciliar el sueño.

Adentro y afuera, adentro y afuera, una tras otra y cada vez más duro. El tiempo se ha detenido y lo único que Rómulo escucha es el sonido del miembro de su todavía amor entrando y saliendo de su cuerpo, apuñalando su corazón, agujerándolo y dejando escapar de éste hasta la última gota de dignidad, dignidad que sintió comenzó a escaparse cuando su cuerpo respondió a la que para su mente era una violación y terminó por mojar el piso, haciendo que sus propios espasmos ayudaran a su victimario a obtener más placer e inundar más pronto su interior.

Ya todo ha terminado. Ambos vuelven ha abotonar sus pantalones y cinturón, es el momento indicado para que de una vez por todas se diga lo que se tuvo que decir antes de que nada sucediera, pero sorpresa, nuevamente algo ha llegado a interrumpir, el celular de Patricio está sonando. Este contesta y después de unos segundos cuelga justo después de decir: "voy para allá".

Rómulo no pregunta quien lo ha llamado, ya sabe de quien se trata y no quiere sentirse peor al confirmarlo, sólo le desea una buena tarde a Patricio antes de que este se despida con un beso. Cuando la puerta se cierra y vuelve a encontrarse solo, las lágrimas vuelven a hacerle compañía. De sus ojos salen a chorros, tratando de lavar sin conseguirlo, las penas, las culpas y las malas ideas que llenan su mente.

Un par de minutos después de que, quien algún día llegó a pensar era el hombre de su vida saliera, él también abandona aquel lugar, testigo de sus encuentros, deseos y pensamientos, pero no para caminar a casa, sino hacia una de las oficinas que da a la calle.

Las cortinas se encuentran abiertas, por lo que tiene que cerrarlas, no quiere que alguien observe que se encuentra en ese lugar, mirando hacia la banqueta. Levanta una de las persianas y hecha un vistazo a tres personas que están justo enfrente de aquella oficina, sobre la acera. Una de ellas es una niña que no pasa los seis años. La pequeña ha saltado a los brazos de un hombre que al voltear vemos es Patricio y lo ha comenzado a llenar de besos, que son correspondidos de manera instantánea por él. La tercera persona es una mujer que besa a ambos para luego meterse todos en una camioneta negra y arrancar con rumbo para Rómulo desconocido.

Cuando lo único que logra ver de la camioneta es el humo que esta deja a su paso se aparta de la ventana y se sienta en la silla detrás del escritorio con el nombre de Ramón González, publicista. Comienza a dar vueltas en ella y con cada giro su cara se transforma, llenándose cada vez más de amargura, rabia y melancolía. De repente se detiene, toma el abrecartas, lo coloca sobre su brazo y ejerce un poco de fuerza, la suficiente para cortar su piel y dejar un fino camino de sangre a su paso, al mismo tiempo que sus ojos se vuelven a llenar de lágrimas y su voz repite una y otra vez: "esta ha sido la última, esta ha sido la última", como si en verdad lo fuera, como si en verdad su necedad a hacerse daño el mismo lo fuera a permitir.

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