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Confesiones de un adolescente

en Gays

Es una hermosa tarde en la capital del país, de esas que se antoja salir a dar un paseo nada más para admirar el cielo, un cielo azul y despejado como pocos días. Y tan hermoso como el cielo es el templo ubicado en la esquina de la quinta e independencia, que a estas horas del día y entre semana se encuentra casi vacío. Dentro de él sólo están un sacerdote y un niño que desea confesarse, un niño de rostro angelical y cuerpo delgado, un niño poseedor de una belleza que no cuadra con la preocupación que invade su cara. Ambos entran al confesionario, cada quien en el lugar que corresponde y empiezan con ese ritual tan particular que es la confesión.

-Ave María purísima.

-Sin pecado concebida.

-Dime tus pecados Miguel.

-Mis pecados. Creo que son más que eso, de seguro estoy condenado al infierno, Dios no va a perdonar las cosas tan sucias que he hecho padre.

-Pero ¿por qué dices eso?¿qué es lo que hiciste? cuéntame.

-Me da mucha pena en verdad, de sólo volver a pensar en ello...

-Mira, si no me dices lo que sucedió, lo que hiciste, no te podré ayudar, vas a ver que eso que piensas es muy grave no lo es tanto, no para Dios y su misericordia infinita.

-Está bien, le voy a contar.

"Todo empezó con la muerte de mis padres, que como usted sabe, tuvieron un accidente cuando regresaban de un viaje de negocios. Todavía recuerdo las palabras de la directora, su frialdad, la crueldad con la que me comunicó lo sucedido; "el auto de tus padres cayó a un barranco y ambos están muertos, lo siento, pero así es la vida". Parece como si hubiera disfrutado con mi dolor. Siempre me ha odiado por ser el mejor estudiante de la escuela por encima de su querida, insoportable y gorda hija, para ella ver mi rostro desencajado por la noticia debió haber sido la mejor de las revanchas. Cuando ellos murieron quedé bajo el cuidado del medio hermano de mi madre, llamado Ernesto, al que veía sólo en la cena de navidad y algunas veces en vacaciones de verano. La idea de vivir con alguien que apenas conocía no me agradó del todo, pero no tenía otra opción, no puedo ir a ningún otro lado o disponer del dinero que me heredaron mis padres hasta que cumpla la mayoría de edad. No es que el tío me cayera mal, pero los cambios drásticos nunca me han gustado, me da un poco de miedo tener que adaptarme a un entorno nuevo.

Los primeros días fueron un poco difíciles, a pesar de que mi tío se portaba muy bien con migo era obvio que ambos nos sentíamos un poco incómodos con el hecho de que tendríamos que vivir juntos de entonces en adelante. Con el paso del tiempo, ya acostumbrados uno a la presencia del otro y conociendo a la perfección nuestras rutinas, nuestra relación fue pasando de nivel hasta convertirse en una amistad que con mi padre nunca llegué a tener, tal vez porque él rebasaba los cuarenta a diferencia de mi tío Ernesto que no llega a los treinta. Podía platicar con él de lo que hacía en mis múltiples escuelas, de las cosas que me gustaban, me contaba sobre su trabajo y en ocasiones inclusive me permitía ayudarlo, salíamos a pasear los fines de semana, rezaba junto con migo todas las noches y me acompañaba todos los domingos a misa; es más, hasta me olvidé un poco de mi rechazo hacia las cosas populares y comencé a ver que el hablar de una manera no tan propia no es algo malo y hasta es divertido. En fin, después de unos meses viviendo con él podía decir que me había resignado a la pérdida de mis padres, que ya no me dolía el recordarlos.

El cuento terminó la noche que volvimos de unas vacaciones en la playa. Después de un viaje tan largo me fui directo a mi recámara, estaba exhausto y lo único que deseaba era dormir, el cansancio que sentía era tal que me olvidé de decir mis oraciones, sólo le di las buenas noches a mi tío y me desparramé sobre la cama quedándome dormido al instante. A media noche me despertaron las ganas de ir al baño, el cual queda pasando su habitación. Cuando caminaba por el pasillo me di cuenta de que su puerta estaba entre abierta y dejaba escapar un poco de luz. Me dio mucha curiosidad saber porque mi tío estaba aún despierto a esas horas, así que me asomé por el espacio que dejaba la puerta tratando de no hacer ruido, no quería que pensara que era un chismoso.

Estaba acostado boca arriba viendo la televisión. La tenue luz de una pequeña lámpara iluminaba su cuerpo, el cual tenía puesto nada más unos boxers. Permanecí varios minutos recorriendo su anatomía, maravillado con lo que mis ojos veían. Comencé por sus pies, grandes, blancos de dedos largos y uñas bien cuidadas. Fui subiendo poco a poco encontrándome con un par de piernas gruesas y musculosas cubiertas por una fina capa de bello que apenas y se podía ver. Después me topé con la tela de su ropa interior, debajo de la cual se apreciaba un gran bulto. Hasta ese entonces no había visto a ningún otro hombre que no fuera yo desnudo, me preguntaba de que tamaño sería un pene desarrollado, la sola idea hizo que el mío empezara a erectarse y un poco de vergüenza movió mis ojos a otro punto. Su abdomen plano estaba un poco marcado por las horas diarias en el gimnasio, su pecho firme y lampiño, sus tetillas rosadas y paraditas, su axila llena de pelos, unos brazos fuertes, una boca jugosa, una nariz grande, ojos azules de pestañas rizadas, cabello rubio casi a ras del cráneo. Nunca me había interesado ni siquiera un poco el tema del amor o el sexo, la atracción física era una experiencia desconocida para mí, nunca me había masturbado, nunca había deseado besar a alguien, pero el cuerpo joven, fuerte, perfecto de mi tío, ejercía una enorme atracción sobre mí, desde ese momento supe que estaba enamorado.

Lo que siguió después hizo que mi deseo creciera aún más. El bulto bajo los boxers de mi tío era cada vez más grande, creí que los botones saltarían de un momento a otro y uno de ellos iría directo a mi ojo para castigar mi perverso vouyerismo. Acariciaba su propio pecho con sus manos y de vez en cuando bajaba una de ellas para apretar su entre pierna. Yo estaba realmente excitado, aunque nunca antes me había sentido así sabía que no podría ser otra cosa que deseo lo que sentía, unas gotas de lo que imaginé sería pre semen, por lo que había leído en un libro de sexualidad, mojaron mi trusa. Quería que se quitara lo poco que llevaba de ropa y me dejara ver lo que aún trataba de dibujar en mi mente. Como si él supiera que me encontraba desesperado como un perro hambriento que observa como sirven la comida sobre su plato, me hizo esperar un largo tiempo, o al menos así lo percibí.

Finalmente el momento llegó. De un jalón se deshizo de su prisión y como un resorte saltó al aire su pene, golpeando su estómago para después regresar a su posición natural, volteando hacia el techo, orgulloso de su grandeza. Fue el primer pene adulto en erección que pude observar, por lo que me pareció enorme, hermoso, apetecible. Ahora que he visto algunos otros cuando entró a las duchas de la escuela y observo a los alumnos de preparatoria o universidad se que su tamaño es normal, pero esa noche me parecía descomunal. Su grosor, las venas marcando el camino de la base a la punta donde se encontraba un glande rojizo y gordito, no pude evitar pasar mi lengua por mis labios, saboreando lo que días después sería mío...

-Ya no sigas dándome detalles de esa noche Miguelito¡

-Lo ve¡¡, por eso no quería contarle nada, ya hasta se enojó con migo y me está gritando por lo mal que he actuado.

-No, no, no, no mal intérpretes las cosas, por supuesto que no estoy enojado con tigo, lo que quise decir es que me cuentes que pasó después, si hiciste algo más que ver a tu tío desnudo.

-Bueno, pero por favor ya no me interrumpa, porque me cuesta mucho trabajo hablar de esto y una vez que lo he logrado quisiera acabar de desahogarme.

-Te prometo que no voy a volver a interrumpir, pero no olvides contarme nada de lo que haya sucedido, es muy importante para saber cual será tu penitencia.

-De acuerdo, entonces continuaré con lo que pasó la mañana siguiente.

...Después de no poder dormir toda la noche pensando en lo que acababa de ver, y después de haberme masturbado por primera vez en mi vida para calmar el calor que invadía mi cuerpo, me sentía muy culpable y arrepentido, recé como nunca lo había hecho antes, pero entre más le pedía a Dios que me sacara esos pensamientos prohibidos de la cabeza más pensaba en ello. Durante el desayuno y el camino a la escuela no me atreví a mirar a mi tío a los ojos, me daba vergüenza, sentimiento que crecía aún más cuando sentados en el auto imaginaba que volvía a sacar su pene y mientras él manejaba yo me inclinaba para meterlo en mi boca, lo saboreaba, sentía su textura, su dureza. Ay Dios mío¡¡, nada más de recordarlo se me pone la piel chinita. En la escuela no pensaba en otra cosa, tenía que taparme con un cuaderno porque no se me bajaba la calentura y todo el día estaba empalmado.

En la noche, cuando cenábamos una rica pasta que yo mismo preparé pensando en él, pensando que me lo agradecería permitiéndome tocar su pene, mi curiosidad fue demasiada y le hice algunas preguntas personales. Le pregunté si tenía novia argumentando que me gustaría tener una "mamá", él simplemente se rió y me dijo que no me hiciera ilusiones con eso porque dudaba mucho que pudiera suceder. Me comentó que antes de que me mudara a su casa había terminado con una persona con la que estuvo desde los 18, o sea, casi diez años, que quedó muy lastimado y por el momento no pensaba entablar ningún tipo de relación sentimental. Me pareció extraño que dijera persona y no mujer, pero no le di importancia, seguí con mis preguntas cuestionando la manera en que descargaba su apetito sexual. Si bien nuestra relación era muy abierta y podíamos hablar de cualquier cosa le sorprendió un poco que un niño de 13 años le preguntara esas cosas. Después de tomar agua y pensar unos segundos me respondió que en ocasiones se masturbaba y terminó la plática diciéndome que la cena había estado deliciosa, que tenía trabajo que hacer y se encerraría en el estudio.

Así siguieron las noches, con mis cuestionamientos sobre su vida sexual, espiándolo, esperando que esa persona con la que estuvo tanto tiempo pudiera ser un hombre al que yo reemplazara en su cama, anhelando que viniera a la mía y me hiciera el amor, cosa que por más que deseaba nunca sucedió, fui yo quien tuvo que dar el primer paso.

Una de las tantas veces que lo espiaba me atrevía a entrar al cuarto. Él tenía los ojos cerrados y no se dio cuenta de que estaba ahí, frente a su cama, también desnudo, viendo como una de sus manos rodeaba su hermoso pene, subiendo y bajando la piel que lo cubre en estado de flacides una y otra vez, sus dedos un poco mojados con los líquidos que de este brotaban. Ya conocía su cuerpo a la perfección, pero estar cerca de él fue mejor, lo pude admirar con más detalle. Me subí en la cama, hincado, quedando sus piernas entre las mías y mi tío abrió los ojos quedándose helado al verme ahí, tan excitado como él, con la diferencia de tamaños, claro está. Cuando reaccionó trató de levantarse para sacarme de su cuarto, pero no se lo permití, rápidamente bajé mi cabeza y metí en mi boca ese pene que tantas veces similé probaba usando un plátano. "¿Qué estás haciendo?", dijo, pero con un tono de voz que más que enojo y reprobación me invitaba a seguir, y así lo hice.

Nunca antes había mamado un pene, pero intenté hacerlo lo mejor posible. Recorría con mi lengua toda su enorme longitud, deteniéndome en los sitios donde sus venas se marcaban, saboreando lentamente mientras con mis manos acariciaba ese bello abdomen y ese pecho firme y lampiño. Dejaba dentro de mi boca sólo la cabeza y pasaba en forma de círculos mi lengua sobre ella al tiempo que con mi mano masajeaba la parte que quedaba fuera. Sus palabras cada vez fueron más débiles y terminaron por desaparecer y darle paso a suspiros y gemidos de placer. Puso sus manos sobre mi cabeza y levantaba sus caderas, metiendo su deliciosa verga hasta mi garganta, como si estuviera cogiéndome, mi inexperiencia y la fuerza con que arremetía contra mi boca hicieron que casi devolviera todo lo que había cenado. Afortunadamente se dio cuenta de ello y dejó que fuera yo quien llevara el ritmo. Lo chupaba una y otra vez, no me cansaba de hacerlo, había nacido para eso, ese sentimiento de que algo hace falta se había ido, ya lo tenía, una jugosa y dura verga entre mis labios. Mamaba como un loco impulsado por los sonidos cada vez más fuertes de mi tío, que me excitaban demasiado, pero él me detuvo y se hincó junto a mí. Me besó con la misma desesperación que yo le hacía sexo oral unos segundos antes, metiendo su lengua en mi boca, buscando la mía para empezar una lucha que terminó de calentarme y subió mi deseo hasta el tope, quería algo más, y él me lo daría.

Se acercó a mi oído y me susurró: "ponte en cuatro bebé". Lo obedecí de inmediato y hundió su cara entre mis nalgas, las piernas me temblaron al sentir su lengua sobre mi ano y después uno y dos dedos dentro de él. Me movía como una puta, así me lo decía. "Que puta resultaste ser, ¿te encanta estar ensartada verdad?", me gritaba de una manera que más que ofenderme me gustaba, me hacía decirle que sí, que si me gustaba tener algo dentro de mi lindo culo, como él lo llamaba, que quería algo más, que deseaba su verga partiéndome en dos. "Pídelo, suplica porque te la meta perra, ruega porque te de por el culo lo que tanto quieres", me gritaba y yo le hacía caso como si fuera un esclavo; "dámela ya, la quiero toda, aquí, por favor, no me tortures más, la quiero ya, ya", decía yo.

No terminaba de suplicar cuando sentí que algo me desgarraba por dentro y un ardor insoportable se apoderaba de mí. Sin avisarme me la metió casi entera de un golpe y sin más lubricante que sus propios jugos. Terminó de introducirme lo que quedaba fuera y sentí sus huevos pegar contra mi cuerpo. No esperó a que me acostumbrara a él o se me pasara un poco el dolor, de inmediato empezó a envestirme de una manera brutal que me enloquecía. "Sí, así, dámela toda, rómpeme el culo papito, soy tu puta y la quiero hasta el fondo", le decía sin reconocerme ni yo mismo, el placer me había transformado y sentirme su juguete sexual me encantaba. Me tomó de los cabellos levantando mi cabeza como si se tratara de la rienda de una yegua y yo sólo seguía suplicándole que me montara como si fuera una puta hambrienta de verga.

Su pene rozando mi próstata provocó que me viniera como nunca antes en las pocas ocasiones que lo había hecho, manchando las sábanas. Los espasmos de mi cuerpo ayudaron a exprimirlo a él y sentí como sus chorros inundaban mis intestinos. "Oh si¡¡, te voy a llenar de leche putita de quinta, si, si, aaaaaaaaah¡¡", fue lo que dijo, por mis piernas escurrían su semen junto con hilos de sangre producto de sus violentas arremetidas. Después del último disparo se dejó caer sobre mí y se quedó dormido sin sacar su pene. Luego de unos minutos también a mi me venció el sueño y dormí como nunca, con su peso aplastando mi cuerpo, haciéndome difícil el respirar y con su pene dentro de mi cuerpo, ese pene que días antes apenas imaginaba tener en mi boca, ese pene que al amanecer volvió a crecer y me penetró de nuevo, una y otra, y otra...."

-Basta¡¡, ya no sigas, ya entendí lo que sucedió.

-Perdóneme padre, yo se que está mal lo que hicimos, que el es mi tío, que somos hombres, que soy un niño, pero no puedo evitar amarlo a pesar de la enorme culpa que me invade y no me deja estar tranquilo. Por favor ayúdeme¡¡

-Yo no tengo nada que perdonarte, es normal que eso suceda cuando se quiere tanto a la otra persona. El amor no es ningún pecado Miguel.

-Lo dice en serio padre?¡

-Claro que sí hijo mío, lo digo en serio.

-¿Entonces no estoy condenado a irme al infierno? ¿entonces Dios no me odia por ser un hombre sucio capaz de actos tan deprabados?

-Por supuesto que no, tú eres un niño muy bueno, siempre lo he sabido, pero de cualquier manera para asegurarnos de que Dios te perdona todo lo que me has contado tendré que asignarte una penitencia.

-¿Cuál es la penitencia padre?, haré lo que usted me diga con tal de borrar está culpa que no me deja vivir en paz.

El padre se levanta y salé del confesionario, abre la puerta del lado de los confesores y le pide al niño que salga. Cuando Miguel está parado enfrente del sacerdote, éste se levanta la sotana y debajo de ella, ya fuera de sus pantalones, se levanta erguida una verga tan deliciosa como la del tío Ernesto, pero un poco más gruesa.

-Tu penitencia Miguelito, será hacerme lo mismo que le hiciste a tu tío Ernesto.

El niño está un poco sorprendido, pero más grande que su sorpresa es su deseo por sentir esa verga roja y palpitante entre su boca y dentro de su culo. Se hinca, la toma con las manos, abre su boca y se prepara para lavar sus culpas. Sabe que la penitencia que le ha puesto el padre no es la adecuada ni la correcta, pero no le importa. Ya tendrá tiempo para sentirse culpable por su nuevo pecado cuando todo termine, pero por el momento lo único que quiere es tener esa verga dentro de él, ese pedazo de carne que tanto le gusta y que tanto lo hace gozar. ¿Quién sabe?, tal vez el castigo sirva de algo y su nueva obsesión no volverá a causarle algún tipo de preocupación.

-¿Lo estoy haciendo bien padre? ¿le gusta como lo hago?

-Si Miguelito, vas muy bien, pero no te gustaría tenerla en otra parte.

-Claro que si, sólo esperaba que me lo dijera.

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