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El ángel de 16

en Gays

Desde la primera vez que entré en el aula y vi su rostro de niño no he podido quitármelo de la mente. Su imagen va con migo como pegada al cuerpo, llenando los momentos de soledad, distrayéndome en esas tardes de aburrimiento. Deseo que se termine la noche para poder volver al colegio y admirar nuevamente la angelical hermosura de ese rostro infantil.

Mi nombre es José, soy un joven de 22 años que por asares del destino he terminado haciendo lo que juré nunca haría. Trabajo medio turno como profesor de contabilidad en una preparatoria técnica para solventar los gastos que se derivan de mi verdadera pasión, la pintura, y tengo como alumnos a un grupo de adolescentes mal educados que lo último que quieren es recibir lecciones de alguien que podría ser su hermano mayor. Bueno, debo ser justo y excluir de esa descripción a mi bebé, como lo llamó dentro de mí cada vez que pronuncio su nombre en el pase de lista.

La primera vez que llegué al salón donde impartiría mis clases me encontraba de muy mal humor. Conozco como son los estudiantes a esa edad, yo fui uno de ellos, y sabía a la perfección todos los dolores de cabeza que me traerían si no dejaba en claro desde la primera cesión que yo era quien tenía el poder. Entré haciendo el menor ruido posible, me senté tras el escritorio y golpeando este con mi portafolio les di la orden de tomar asiento. Vi con algo de rabia, que no fueron muchos los que me hicieron caso, creo que por mi apariencia (soy joven y parezco serlo más) creyeron que todo era una broma de un alumno de semestres más altos. Estaba a punto de gritar nuevamente cuando voltee hacia mi izquierda y vi el rostro más perfecto que he visto en mi vida. En la esquina izquierda de la primera fila se encontraba sentado Raúl (su verdadero nombre), un jovencito de 16 años con una cabellera negra suave y brillante que sirve como marcó a un rostro de blancura y belleza indescriptibles. La paz y ternura con la que me miraba aquel ángel me desarmó por completo y mi mal humor se esfumó como por arte de magia.

Con un tono de voz mucho más suave me presenté ante el grupo y expuse la forma en que evaluaría la clase, así como el programa y el primer tema de este; todo esto tratando de disimular que no podía, o más bien no quería, quitar la vista de la esquina frontal izquierda del salón. Los cincuenta minutos que duró mi primera experiencia como profesor transcurrieron muy rápidamente y me parecieron insuficientes para llenar mí vista de tan bello paisaje. Me despedí del grupo y salí del aula.

Cuando caminaba por el pasillo escuché una voz que me pedía esperara un poco. Mi corazón quería salir de mi pecho al voltear y descubrir que quien me llamaba era mi bebé. Raúl quería preguntarme si ya había pensado quien sería mi apoyo. Me quedé un tanto confundido con su pregunta y el comprendió que no me habían explicado nada cuando acepté el trabajo. Me propuso acompañarlo a su clase de deportes para que me lo explicara. Aunque yo también tenía otra clase no titubeé en decir que si. Cuando llegamos al gimnasio me pidió que lo esperara sentado en las gradas mientras el se cambiaba de uniforme en los vestidores. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no salir corriendo tras el.

Pasaron poco más de 5 minutos cuando vi que regresaba. Si verlo sentado en el salón me había impresionado, el mirar como se veía con esa playera blanca y esos diminutos shorts ajustados a su cuerpo me dejaron impactado. De inmediato sentí como la sangre corría más rápido por mis venas y comenzaba a excitarme. Coloqué mi portafolio sobre mis piernas para disimular mi estado. Conforme se acercaba podía admirar mejor como la playera se pegaba a su pecho, sus piernas blancas, delgadas y sin rastro de vello, su firme y pequeño trasero marcado a la perfección por sus apretados shorts y mi excitación en lugar de bajar me tenía a 100 grados, tuve que aflojar un poco mi corbata.

Mi bebé se sentó junto a mí y comenzó a explicarme lo que era un apoyo. No podía concentrarme mucho, así que lo único que recuerdo es que básicamente era alguien que ayudaba al profesor con sus tareas y que le dije que quería que fuera él. Al parecer le agradó demasiado la idea, porque me dio un abrazo como agradecimiento y se fue saltando de grada en grada hasta la duela. Me quede a observarlo todo el tiempo que duro la clase y no salí del gimnasio hasta que lo vi regresar a los vestidores.

Por haber hecho caso a mis instintos y quedarme a verlo falté a mi primera clase y la directora casi me despide, afortunadamente la persona que me había recomendado es alguien importante y no pudo hacerlo por temor a represalias en contra de su escuela o en contra de ella misma.

Las semanas que le siguieron a ese día sirvieron para que se comenzara a dar una relación entre Raúl y yo, una relación que nunca intenté llevar más allá de la amistad, sobre todo porque a pesar de todo el tenía 16 años; edad que sólo podías creer por su apariencia física, porque su forma de pensar y de expresarse parecía la de un joven de 25 años a lo menos. Era tan inteligente y su gusto por conocer cosas nuevas era tan grande que más que aprender de mi era él quien me enseñaba.

Comencé a visitarlo frecuentemente ya que sus padres poco estaban en la ciudad. Al principio las visitas eran con el pretexto de que el era mi apoyo y lo consultaba sobre asuntos relacionados con la escuela, después comenzamos a pasar horas jugando tenis, cocinando o simplemente echados en el pasto observando el movimiento de las nubes. En una de nuestras pláticas le comenté lo mucho que me gustaba pintar y me pidió que lo llevara a ver mis cuadros, o que mejor aún, le hiciera uno. Le prometí que el próximo fin de semana lo invitaría a mi casa y le regalaría un cuadro que comenzaría a pintar especialmente para él esa misma noche. Aunque la idea le agradó me pidió que mejor esperara hasta el fin de semana para que lo pintara a él. Con cierto nerviosismo, que se podía notar por el tono tartamudeante de mi voz, acepté. Él se abalanzó sobre mí y me dio un beso en la mejilla como muestra de su gratitud. El miedo que me provocaba el no poder contener más mis ganas de besarlo me advirtió que debía salir de su casa en ese mismo instante y así lo hice. Me despedí de él y me marché a mi casa con un mar de preguntas en mi cabeza.

Me resultaba imposible creer que ese adolescente tierno y dulce me estuviera seduciendo. No quería pensar que sus muestras de cariño y su propuesta de posar para mi significaran algo más que amistad, pero a la vez me daba una enorme alegría el que pudiera ser cierto. No pude dormir en los días que me separaban del fin de semana pensando una y otra vez en que terminaría todo esto. Ya no podía esperar más, quería descubrir si en verdad yo le gustaba o la atracción que ejercía sobre mi me había llevado a imaginar cosas que en verdad no existían. Afortunadamente el viernes finalmente llegó y sólo tenía que esperar a que acabara el día parta comprobar si mis teorías eran ciertas o no.

Al salir de la escuela mi bebé corrió para alcanzarme antes de que subiera a mi coche. Me dijo que sus padres no estarían todo el fin de semana y que era mejor que se fuera con migo desde ese momento para que yo tuviera más tiempo de terminar el cuadro. No pude decir que no (y nunca lo habría hecho) porque antes de que reaccionara ante la idea de tenerlo todo el fin de semana en mi casa él ya estaba arriba del auto. Me subí yo también y arranqué rumbo al número 278 de la calle Industriales.

Lo ayudé con su maleta y entramos a mi casa. En cuanto cerré la puerta me abrazó y nuevamente me dio un beso en la mejilla, esta vez más cerca de la boca, para hacerme saber lo contentó que estaba de poder pasar el fin de semana con su profesor favorito. Al momento de sentir sus labios en mi piel también sentí como algo debajo de mis pantalones comenzaba a moverse. Lo aparté de mi y le dije que tomaría un baño (esperando bajara mi calentura) antes de iniciar con su retrato, le pedí que se pusiera la ropa con la que quería que lo pintara y lo dejé por un momento sólo en la sala.

En el baño traté de bajar mi excitación abriendo solamente el grifo del agua fría y raspando mi piel más fuerte de lo acostumbrado con el estropajo. Al terminar creo que lo había conseguido, me encontraba un poco más calmado y me vestí para iniciar a pintar el retrato de Raúl. Caminé hacia la sala y no lo encontré, grité su nombre y me dijo que se encontraba en la habitación. Con cierto nerviosismo recorrí el pasillo que me separaba del cuarto y al entrar todos mis esfuerzos por calmar mi calentura se fueron por el drenaje. Él estaba parado a un lado de la ventana cubriendo sus partes más íntimas con la cortina, que coquetamente dejaba ver un poco de su vello púbico. Me quede inmóvil ante la imagen y escuché que me decía, "no te quedes ahí parado José, comienza a pintar que hace mucho frío, me estoy congelando". "Aho..riti..tita vengo, voy por mis utensilios", respondí y salí corriendo a buscar mis pinceles y todo lo necesario para iniciar la que de antemano consideraba la mejor de mis pinturas.

Con un poco de torpeza preparé todo y dibuje el primer trazo en el lienzo. Nunca antes había visto a Raúl con tan poca tela cubriéndolo. A pesar de ser tan delgado tenía unos brazos perfectamente torneados, un torso firme sin rastro de pelaje y con dos pequeñas tetillas rosadas que se notaban erectas a causa del frío, un estomago plano y un poco marcado por el ejercicio en el que comenzaba un fino camino de pequeños y rubios vellos que se perdían tras la cubierta que representaba la cortina. Su rostro se veía más hermoso por las sombras que formaba el reflejo de la luz solar en él. No se como pude continuar pintando sin abalanzarme a besar toda su delgada anatomía como un loco. Me sorprende el que no haya aventado todo y corriera a quitar de en medio la cortina para descubrir lo que tantas veces imaginé. No se si fue mi deseo reprimido o la belleza del modelo, pero avance bastante con el trabajo, un par de horas más y estaría terminado. Le dije que por hoy era suficiente y regresé al cuarto de pintura a dejar todas mis herramientas.

Cuando regresé al cuarto mi bebé ya se había puesto algo más de ropa y bajamos a comer. Le preparé una fresca ensalada y al terminar nos recostamos en la hamaca y me pidió le leyera un libro, lo que me recordó que después de todo seguía siendo un niño. No paré de leer hasta que llegué a la última hoja y entonces volteé para ver como de sus ojos salían un par de lágrimas. Me dijo que se encontraba muy feliz y agradecido porque nadie le había prestado tanta atención antes, que me quería mucho. No supe si sus lágrimas y sus palabras eran totalmente sinceras o eran un juego más en su intento por seducirme, pero no me importó. Lo besé en la frente y le dije que yo también lo quería, lo abracé y así permanecimos un largo tiempo, unidos en un abrazo en el que por primera vez no había ninguna otra intención de mi parte que no fuera el hacerle saber lo mucho que significaba para mi.

Cuando llegó la noche preparé la cama y le dije que él dormiría ahí y yo me quedaría en el sofá, el aceptó mostrando cierta inconformidad. Me acosté en el sillón y cuando estaba a punto de quedarme dormido escuché unos pasos y supe que se acercaba a mí. Levantó la sabana con la que me cubría y se acostó a mi lado. En sus intentos por acomodar su cuerpo en el pequeño espacio que quedaba del mueble acarició suavemente mi entrepierna con sus nalgas, lo que provocó que comenzara a excitarme. Creí que al sentir mi erección se apartaría y regresaría a la habitación, pero, por el contrario, pegó más su cuerpo al mío, tomó mi brazo y lo paso por arriba de su cuerpo y me dijo buenas noches. No intentó hacer algo más y yo tampoco, pero el sentir el calor de su cuerpo junto al mío, la suavidad de su carne apretando mi miembro, me hizo mojar un poco mi ropa interior.

A la mañana siguiente todo parecía normal, desayunamos, vimos algunos de mis álbumes fotográficos y jugamos baloncesto. Trataba de mantenerlo entretenido para que olvidara que teníamos que seguir con su retrato, pero todo resultó inútil. Cuando regresamos del parque al que fuimos a jugar básquetbol me pidió que fuera por mis cosas mientras el se colocaba en posición para continuar con el cuadro. No me quedó otro remedio que hacer lo que me pedía y continué la pintura donde la había dejado la tarde anterior.

En realidad había adelantado mucho el trabajo, porque no pasó más de una hora cuando le comenté que sólo faltaban algunos detalles para terminar, pero en lugar de que se alegrara porque ya no tendría que soportar el frío me dijo que quería algunos cambios en su retrato. Un poco molesto levante la mirada hacia sus ojos y cuando estaba por decirle que estaba completamente loco si pensaba que haría cambios en la pintura a estas alturas, la mano con la que sostenía la cortina se abrió dejándome ver lo que tantas veces soñé.

Ante mi estaba el niño más hermoso completamente desnudo e iluminado por la luz del sol que no hacía sino acentuar más su belleza de ángel. Ese camino de vello que antes se veía interrumpido por la tela de la cortina ahora me permitía observar el lugar en el que desembocaba, una mata de pelo abundante y debajo de ella una verga que difícilmente podía creer perteneciera a aquel adolescente delgado y frágil. Era un poco más oscura que el resto de su cuerpo, gruesa, con las venas marcadas y con el glande cubierto por el prepucio que dejaba escapar una gota de líquido preseminal. Colgaba por encima de un par de testículos grandes y rozados cubiertos de vello y listos para explotar y dejar salir todo el líquido vital contenido en ellos.

Me levanté de mi lugar y me acerqué lentamente hacia Raúl para grabar por completo aquella imagen. Cuando estaba a unos centímetros de su cuerpo estiré mis brazos y tomándolo por la nuca lo atraje hacia mi y lo besé desesperadamente buscando liberar todo el deseo que sentía. Lejos de rechazarme, su lengua comenzó a jugar dentro de mi boca subiendo la temperatura de ambos. Su pene comenzaba a crecer al igual que el mío. Mis manos buscaron el suave trasero que la noche anterior aprisionaba mi cuerpo contra el sofá y lo apretaron con fuerza mientras mi boca se deslizaba por su cuello. Quería comérmelo todo de una vez, sus tetillas, su estómago, su ombligo, me apresuré por besar todo lo que se encontrara arriba de su cintura.

Cuando llegué un poco más abajo me detuve para observar detenidamente su verga. Ahora no colgaba dormida como la primera vez que la vi, ahora estaba erguida, gruesa, jugosa, palpitando ante la cercanía de mi aliento. Acerqué mi nariz y la hundí entre sus pelos. El olor a sudor fresco por la práctica de deporte se mezclaba con el olor a semen y se metía por mis fosas nasales recorriendo todo mi cuerpo, erizando toda mi piel. Apreté fuertemente con una de mis manos aquel bello espécimen y con la otra acariciaba de manera suave sus testículos. Una de sus manos se postró en mi cabeza dándome la señal para dar el siguiente paso.

Recorrí con mi lengua todo el tronco muy lentamente mientras seguía con mis caricias a sus testículos. Cuando llegue a la cabeza deje caer unas gotas de saliva sobre ella y escuche un pequeño gemido de parte de mi bebé. No quise hacerlo esperar más y metí en mi boca todos los centímetros de su verga. Chupaba como desesperado y cada vez la metía más profundo, llegando a faltarme el aire en algunas ocasiones. Podía darme cuenta de que el placer que le causaba era cada vez mayor por el volumen de sus gemidos y los gestos en su cara.

Si continuaba con ese ritmo no tardaría en sentirlo explotar dentro de mi boca, por lo que me detuve y subí para besar nuevamente sus labios. El pensó que lo que ahora quería era penetrarlo, por lo que me dio la espalda y se inclinó un poco dejando al aire un culo rozado y estrecho al que apenas pude resistirme; pero no, lo que yo deseaba era sentirlo dentro de mí. Me quité la ropa y me puse en la misma posición que él lo hizo anteriormente, le dije que volteara y de inmediato entendió lo que le pedía.

Sin demora alguna se perdió entre mis nalgas haciendo que me estremeciera y mi respiración se acelerara. Su lengua recorría de manera circular mi ano, para después, ayudado por sus dedos, meter la punta en este. Cuando hacía esto último lograba sacar de mi boca fuertes gemidos ante los cuales daba mayor velocidad a los movimientos de su lengua. Así pasaron alrededor de 10 minutos que me parecieron eternos. No podía soportar más la tortura que significaba el no tenerlo dentro y le suplique que lo hiciera ya.

Mi bebé me puso en cuatro y se inclinó sobre mi cuerpo. Colocó la punta de su pene en mi ano y de un solo intentó lo metió hasta que sus testículos chocaron con mi cuerpo. Grité más que de dolor, de placer, no podía creer que tuviera al niño más bello del mundo sobre mí, perforándome. Cuando depositó toda su virilidad dentro de mi se detuvo un poco a besar mi espalda y acariciar mi pene con sus manos, como reconociéndolo. Con una de ellas me masturbaba cuidadosamente mientras con la otra acariciaba la parte baja del glande. Después de unos momentos así comenzó a moverse, al principio suavemente, y ante cada uno de sus movimientos yo respondía apretando su miembro. No tardo mucho en incrementar el ritmo de su mete y saca, cada vez lo hacía de manera más violenta y de igual forma me masturbaba con mayor rapidez. Ante cada embestida mi placer aumentaba a tal grado que mis gritos habían dejado de perderse mordiendo una almohada. Él se dio cuenta de esto y trataba de penetrarme con más fuerza. Sentí como su pene se endurecía cada vez más anunciando lo inevitable, por lo que empecé a mover la cadera de la manera más sensual que pude. Escuché como sus gemidos eran más fuertes y terminaban en un grito que inundó mi interior con toda su leche. Al sentir ese líquido caliente dentro de mi no pude resistir más y manché las sabanas con mi descarga.

Nos desplomamos sobre la cama y ambos comenzamos a reír como dos niños que acaban de hacer una travesura. Entrelazamos nuestras piernas, nos abrazamos fuertemente juntando nuestras frentes y mirándonos fijamente a los ojos. Le dije que lo amaba y me respondió con la misma frase y nos dimos un beso, esta vez de manera tierna y delicada, justo antes de quedarnos dormidos.

En ese momento no me importó que el hombre que tenía en mis brazos fuera en verdad un niño de 16 años. No me detuve a pensar en la consecuencia de mis actos o en si había hecho bien o mal. Lo único que me importaba era que él lo deseaba tanto como yo y la felicidad que significaba eso para mí. Esa noche dormí como nunca antes lo había hecho, acompañado de la persona a quien amaba; y sólo por eso, valdría la pena enfrentar cualquier obstáculo que pudiera presentarse en el futuro.

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