Ésta mañana como todas, entré al cuarto de mi hermana sin su consentimiento. Nadie en la casa sabe si quiera el color de las sábanas de su cama. Ella es tan reservada, que cierra la puerta bajo tres candados. Esa muralla es la que mantiene a los demás curiosos alejados, pero para mí, no representa un obstáculo. No hay día que no la atraviese, me siente en su sofá y abra sus álbumes fotográficos o juegue con sus peluches.
Ella suele estar en la casa por las tardes, por lo que generalmente no tengo problema en husmear; sin embargo, ésta mañana por poco me sorprende en su habitación. En cuanto escuché el sonido de sus llaves, acomodé sus cosas tal y como ella las había dejado al salir. Me escondí detrás de las cortinas, esperando no me viera.
Para mi fortuna, ella estaba tan metida en su mundo que ni siquiera notó mi presencia. Se encontraba de muy mal humor. Se reprochaba a sí misma por estar tan gorda, por ser una puerca y provocar que su novio la cambiara por otra. Se miró una y otra vez en el espejo, siempre maldiciendo su físico. Quise salir de mi escondite y decirle que es preciosa, pero me dio miedo que supiera que estaba ahí. Ella siempre se muestra fuerte e inquebrantable, sin miedos ni complejos. Yo la había escuchado en un momento de debilidad y eso, como a cualquier otra persona, no le gustaría. No me moví.
Ella siguió insultando a su reflejo y dijo algo por lo que me decidí a actuar. Quería someterse a una operación para reducir la cantidad de grasa en su cuerpo y yo no podía permitirlo. Me acerqué a ella para advertirle que esa no era la mejor solución, pero ni siquiera me volteó a ver. Comenzó a temblar y salió de su recámara, dejándome con la palabra en la boca.
Se fue sin que yo le contara mi experiencia. Se marchó, sin darme la oportunidad de decirle que el físico no lo es todo, que ella es hermosa tal y como es. Me hubiera gustado convencerla de no someterse a esa cirugía, de que eso no cambiaría las cosas. Yo lo hice y todo resultó peor. Antes, cuando pesaba más de cien, por lo menos se reían de mí, notaban que existía. Ahora, a pesar de ser más ligera que una pluma, ya no me ven, ya no me sienten, ya no existo.