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Jugando a ser actor

en Gays

– ¿Te sirvo otra? – me preguntó Omar agitando la botella de tequila.

– ¿No crees que ya es un poco tarde – le respondí con otra pregunta –, que deberíamos irnos a dormir? Mañana es el último día de filmación, hay que levantarse temprano y… no, mejor ahí la dejamos.

– No estás hablando en serio, ¿verdad? – me cuestionó llenándome la copa.

– ¡Claro que hablo en serio! – le contesté algo molesto por ignorar mi sugerencia –. De verdad que ya es tarde, Omar. No traigo reloj, pero seguro pasan de las dos. ¿Por qué crees que ya todos se fueron?

– ¡Porque son unos aguados! ¡Gracias a Dios que el director de casting te contrató para el papel de Sergio! De no ser por ti, me la pasaría bebiendo solo. No me vas a rechazar el trago, ¿o sí? – expresó estirando el brazo para entregarme la copa –. ¡Vamos! – exclamó al ver que yo no tenía intención de tomarla –. Una y ya, te lo prometo. ¡Por favor, por favor!

– ¡Está bien! – acepté cogiendo la copa.

– ¡Así me gusta! ¡Salud por eso! – brindó como acostumbraba hacerlo al empezar a subírsele el alcohol.

– ¡Salud! – le seguí el juego como cada noche desde que empezara la filmación.

Omar y yo éramos actores de una película independiente que, según su director, arrasaría tanto con premios como con taquilla haciéndonos famosos a todos. La verdad es que esa idea sólo él se la creía; todos sabíamos que muy seguramente ni se exhibiría en cines, pero de cualquier manera disfrutábamos haciéndola. El equipo que habíamos formado era tan bueno, tan unido que todas las noches después del último corte nos reuníamos a beber tequila y a charlar de todo un poco en el patio principal de la hacienda donde grabábamos. La plática y la bebedera se seguían hasta pasada la medianoche, y éramos siempre Omar y yo los últimos en retirarnos. Nos conocíamos apenas de días, pero a pesar de ello había surgido entre nosotros una confianza tal que durábamos horas hablando de cosas que con nadie más hablaríamos. Me agradaba mucho su compañía, y esa madrugada descubrí por qué.

– Oye, no me has contado cómo fue que te enteraste del trabajo, quién te lo dijo, cómo lo obtuviste. ¿Un amigo? ¿Un amante? ¡Cuéntame! – me pidió antes de beber del vaso.

– Me lo dijo una amiga – indiqué sorbiendo yo también un trago –. Ella conoce a uno de los camarógrafos – continué –, y se enteró por él. Luego me lo comentó. Ella sabía que andaba mal de dinero y que me habían corrido del café donde trabajaba de mesero, y pensó que participar en la película, además de cumplirme un sueño, me ayudaría a resolver mis problemas económicos, ya que sin bien la paga no sería mucha, alcanzaba perfecto para irla pasando un par de meses en lo que encontraba algo más, eso sin contar que el tiempo que durara la filmación mis gastos se reducirían a casi cero. La verdad es que al principio tuve miedo, y mucho. Desde que me saliera de la casa de mis padres al ellos querer obligarme a ser dentista como el abuelo, había dejado de asistir a la escuela de actuación por falta de medios. Había transcurrido casi un año y no creí estar preparado, además de que mi experiencia en el ámbito se reducía a un par de obras en la preparatoria. Dudé que me dieran el papel, pero igual asistí a la audición y veme: sentado aquí con el protagonista, bebiendo tequila mientras nos llega la fama.

– ¡Qué bueno que te dieron el papel, Miguelito! ¿Qué habría hecho yo sin ti? – inquirió en un tono que me hizo pensar no hablaba sólo acerca de la filmación, algo que a pesar de no quererlo me alegró –. Pero bueno, ¿no te causó algún tipo de conflicto el tema que trata la película?

"Arroz con popote" era el ridículo nombre con que el director pensaba titular la cinta, y si han escuchado esa expresión ya se imaginarán la trama: dos hombres, un sentimiento prohibido, un matrimonio falso y besos y sexo sin mujeres. Nada fuera de lo normal.

– Pues… algo. La verdad es que la idea de besar a otro hombre no fue de mi total agrado – confesé –, pero tampoco tenía muchas opciones, ¿no crees? Me dije: Miguel, ¿qué prefieres: verte como maricón en la pantalla o como indigente en la avenida? Ya sabes tú lo que escogí.

– Y… ¿Qué pensaste cuando supiste que yo haría el papel de tu pareja? ¿Qué dijiste cuando me viste y te enteraste de que sería yo a quien besarías? ¿Eh? ¿Te agradó la idea? – me preguntó Omar sirviéndose otra copa.

– ¿A qué te refieres? – me hice el desentendido por miedo a que el alcohol me obligara a hablar de más –. ¿Como que si me gustó la idea?

– Sí, que si te parecí atractivo. ¡Vamos!, que si dijiste bueno, está guapo el muchacho. ¿Qué pensaste? – insistió al tiempo que seguía bebiendo –. ¡Anda, dime qué pensaste!

– ¡Nada! ¡No pensé nada! – grité al ponerme algo nervioso –. ¿Cómo se te ocurren esas cosas? ¡¿Qué habría de pensar, eh?! ¡Por favor, Omar! A mí se me hace que ya se te subió la media botella que te echaste, y que será mejor irnos a dormir.

– ¿Por qué te pones así? ¿Te incomodó mi pregunta, Miguelito? Te prometo que no fue mi intención molestarte, pero no creas que estoy coqueteándote, ¡no! Bueno, sí te estoy coqueteando – declaró sentándose a mi lado –, pero nada más de broma. ¡Y es que estás tan chulo, papacito! – soltó ya sin cuidar lo que decía, notoriamente tomado –. Estás tan chulo que…

– ¡Que mejor te acompaño a tu cuarto! – lo interrumpí y lo ayudé a levantarse con la intención de llevarlo a su habitación –. ¡Ándale, vamos a tu cuarto! – lo animé pasándome su brazo por el cuello y sujetándolo por la cintura.

– ¡Lo dicho!, ¿qué haría yo sin ti, precioso? – cuestionó dándome un beso en la mejilla, un beso que me revolvió el estómago y las ideas que hasta antes de conocerlo yo tenía, un beso que me hizo estremecer aún en contra de mi voluntad.

– ¡Órale! ¡¿Qué te pasa?! – lo interrogué fingiendo indignación –. Una cosa es que te acepte tal y como eres, que no te rechace luego de que me confesaste que eres gay, y otra muy distinta que yo también lo sea y me guste que me beses cuando no estamos en escena. No vuelvas a hacerlo, por favor. Te lo pido en buena onda. No quiero retirarte la palabra.

– ¡Perdóname, Miguel! – suplicó con tono preocupado –. No quería molestarte, de verdad. Te juro que esto no vuelve a suceder. ¡Te lo juro! Tú y yo somos amigos y… ¡nada más!

– Está bien, pero tampoco te pongas así – le dije limpiando una lágrima que se le salió –. Basta con que no se repita, y asunto arreglado – señalé encontrándonos ya a las afueras de su cuarto.

– De acuerdo. Y bueno, ya llegamos. ¡Que pases buenas noches! – se despidió –. Vete a la cama que de aquí me sigo solo – se desplomó.

– ¡Omar! – chillé al verlo caer y golpearse en seco la cabeza contra el piso –. ¡¿Te pegaste duro?! – inquirí recargándolo a mi pecho y sobándole la frente –. ¡¿Te duele mucho?! ¡¿Quieres que despierte a la enfermera o te traiga una pastilla?!

– ¡No, no es para tanto! Nada más fue un golpecito. Mejor ayúdame a acostarme y ya. No te incomoda, ¿verdad? ¿El acompañarme hasta la cama, quitarme la ropa y meterme bajo las sábanas? No te molesta, ¿cierto? Porque si te molesta, pues puedo irme gateando – sugirió con tal fluidez y entendimiento que resultaba algo difícil creer que estuviera borracho.

– No, claro que no. No es necesario que gatees, yo puedo acompañarte – apunté entrando a la recámara y dirigiéndome a la cama con él en hombros.

No era la primera vez que le ayudaba a acostarse; Omar solía tomar hasta que las piernas no le respondían tan bien como la lengua y seguido lo llevaba hasta la cama, pero aquella ocasión fue diferente. En la mañana, antes de comenzar a filmar las escenas de beso y apapacho, me confesó, según él porque sintió el deber de ser honesto, que era homosexual y que yo le atraía. Ahora es una simple anécdota, pero aquel día hubiera preferido no saberlo. El tener que besar a otro hombre era ya lo suficientemente complicado como para agregarle que dicho hombre podría disfrutarlo por ser yo el involucrado. La cabeza comenzó a llenárseme de dudas con respecto a ello, y una vez que sucedió toda mi vida se tambaleó. Jamás me había pasado por la mente la posibilidad de que pudieran gustarme las personas de mi sexo. A mis casi veinte había tenido sólo una novia con la que el sexo fue entre regular y malo, es cierto, pero eso no significaba que me atrajeran los chicos. La declaración de Omar me hizo preguntarme muchas cosas, cosas que me provocaron una enorme ansiedad que aumentó al tenerlo casi desnudo frente a mí.

Luego de entrar a la recámara, ayudarlo a desvestirse y acostarlo, mientras que él se quedaba dormido como si nada, yo permanecí un momento observándolo. Su cabello rubio, su cara de niño come años, su estómago marcado, sus grandes pies y sobre todo, sobre todo el notorio bulto bajo sus ajustados bóxer llamaron mi atención a tal grado que tuve al instante una erección. Ya no había dudas. Omar me agradaba como hombre. Esa química que con él sentía era en verdad cariño, de un tipo especial. Un escalofrío me recorrió el cuerpo y no atiné más que a salir huyendo, pero del amor… ¡Del amor es imposible escapar!

*****

En cuanto el director gritó ¡Acción!, me tragué el chicle y me dispuse a actuar. Le di una calada al cigarrillo que descansaba en el cenicero colocado sobre la mesa ubicada a un lado del sofá donde yo estaba sentado, expulsé el humo formando círculos, me puse de pie y caminé hacia el espejo. Era la última escena por filmar, esa en que Miguel en el papel de Sergio y yo en el de Alfredo teníamos sexo en el hotel en que los personajes solían encontrarse a escondidas, sin saberlo nadie más. El hombre al que interpretaba era un tipo que siempre traía prisa. Estaba casado, por lo que cada vez que se citaba con su amante lo invadía la desesperación y lo esperaba ya casi desnudo para ahorrarse algo de tiempo, razón por la que yo sólo vestía una camiseta y unos bóxer holgados. Alfredo era un sujeto de treinta años, apenas dos menos que yo, pero la producción, en su afán de darle a todo la mayor credibilidad, y siendo que aparento mucha menos edad de la que tengo, decidió ponerme una barba falsa, lo cual al verme reflejado en el cristal me causó tanta gracia que no pude contener la risa.

– ¡Corte! – exclamó furioso el director al yo explotar en una carcajada –. ¡¿Qué diablos te pasa, Omar?! ¡¿Por qué te ríes si se supone que tu personaje está desesperado?! Ya te expliqué diez mil veces que cuando te pares frente al espejo debes acariciar tu imagen con melancolía, casi al borde del llanto – me volvió a indicar –. ¿Que no lo entendiste? ¿O por qué te carcajeas haciéndome perder el tiempo, eh? ¿Por qué?

– ¡Perdón, Jaime!, pero es que… ¡Me veo tan chistoso con esta barba falsa! – me excusé antes de que la risa me ganara otra vez.

– ¡Te ves tan chistoso con esa barba falsa! – repitió mis palabras fastidiado –. ¿Ya lo escucharon todos? ¡El niño se ve muy chistoso con esa barba falsa y no puede evitar reírse! ¡Déjate de pendejadas! – me escupió a todo pulmón –. Concéntrate en la escena y no en cómo te ves con esa… ¡barba falsa! ¡Por favor! O te juro que te busco un sustituto, así tenga que repetir todo de nuevo. ¡¿Te quedó claro?! – me cuestionó dándome una palmadas en la frente.

– Sí, sí – le respondí mordiéndome por dentro los cachetes para no reír –. Me quedó claro.

– Pues entonces vuelve a tu posición, que de ahí seguimos – ordenó regresando él también a su lugar y gritando inmediatamente ¡acción!

Ya más calmado, concentrándome en la escena tal y como con tanta amabilidad me lo había pedido Jaime y siguiendo el guión, rocé el espejo con mis dedos de tal manera que aparentara no estar viendo mi propia imagen sino la de algún amor perdido. Valiéndome de recuerdos difíciles de mi vida, llené mis ojos de lágrimas y besé el vidrio con ternura y con melancolía para después comenzar a desnudarme.

Empecé por la camiseta. Me deshice de ella y admiré mi torso y mi estómago cubiertos también de falso vello. Repasé mi vientre metiendo un dedo en el ombligo. Pellizqué mi tetilla derecha, luego la izquierda y las dos al mismo tiempo respirando aceleradamente en señal de excitación. Un par de minutos más tarde, tomé el bóxer por el elástico y lo deslicé lentamente hasta mis tobillos. Mi pene morcillón quedó al descubierto. Lo cogí con una mano y lo sacudí de arriba abajo con la intención de que estuviera a tono para llevar a cabo la masturbación que en el libreto se indicaba. Poco a poco se fue poniendo duro y creciendo entre mis dedos. El prepucio se retrajo liberando la rosada y regordeta punta, las venas se marcaron a lo largo del tronco y los testículos se pegaron un poco al cuerpo. Entonces di inició con la marcada paja, recorriendo mi erección suave y pausadamente al tiempo que mi mano libre se encargaba de un pezón, todo claro, con los ojos húmedos.

Conforme la escena siguió su curso, mis movimientos fueron ganando velocidad hasta llevarme al punto del orgasmo. Mi miembro estaba hinchado al máximo, ya podía sentir el semen acumulándose en la punta en forma de un placentero hormigueo y el director no cortaba o le mandaba a Miguel en su papel de Sergio intervenir, según lo que en medio del delirio recordaba el guión decía. Me pasó por la mente detenerme, pero me pareció más lógico seguir. Si nadie me ordenaba parar, no tenía porque hacerlo en realidad. Tal vez era un cambio improvisado para mejorar la cinta y podría arruinarlo por la vergüenza de venirme frente a todos. Decidí continuar estimulándome la polla y dejar que pasara lo que tenía que pasar. Cerré los ojos, se me salió uno que otro gemido, y pronto exploté encima del vidrio. Los chorros de esperma resbalaron espejo abajo y fue entonces que finalmente Miguel entró en escena.

– ¡Pero que desperdicio! – comentó pegándose a mi espalda –. ¿Por qué no te esperaste a que yo te la meneara? – inquirió apoderándose de mi verga aún erecta para masturbarme un poco al tiempo que me besaba una oreja y me restregaba el paquete contra las nalgas.

Todo aquello me tomó por sorpresa pues nada de lo que me dijo se encontraba en los diálogos que yo había memorizado. En definitiva se trataban de cambios de última hora ante los que tardé unos segundos en reaccionar. En el libreto original la escena no incluía que Alfredo se corriera ni que Sergio llegara a agarrársela, y aunque no era la primera vez que me veía obligado a improvisar, si era la primera estando el otro actor y yo tan cerca, con su cada vez más evidente excitación acomodada en mi trasero, y eso no fue sencillo de dirigir. Uno es humano antes que actor, y es imposible que el cuerpo no responda ante ese tipo de escenas, más cuando con quien las protagonizas es alguien que te atrae.

Fue precisamente ese detalle lo que más me turbó. No podía evitar imaginar que aquello era verdad y no la filmación de una película. Yo soñaba con que Miguel y yo estábamos así en la intimidad, y eché a volar la fantasía, lo que a fin de cuentas me sirvió. Siendo que aquello en verdad me agradaba, que era como un deseo hecho realidad, actué como hubiera actuado de no ser una farsa y las palabras me brotaron solas, como en automático.

– Es que… me acordé de ti y no pude contenerme – contesté por fin tomándole la mano desocupada para colocármela en el pecho y acariciármelo con ella –. ¡El sólo pensar en ti me excita! – susurré con voz sensual y sentí que su pene cautivo le brincó poniéndolo nervioso.

– ¿Tanto te gusto? – me preguntó Miguel tratando de hablar con normalidad –. ¿Tan mal te pongo?

– ¡No tienes idea! – respondí moviendo mi trasero en círculos para masajear su abultada entrepierna –. ¡Sé que es una locura!, que estoy casado y que tú eres casi un niño, pero en verdad me vuelves loco. Pienso en ti a cada minuto. Eres tú quien ocupa mi mente cuando estoy con Laura, y tú el dueño de mis orgasmos y mis sueños. ¡No sabes cómo te deseo, Sergio! – expresé mis verdaderos sentimientos sólo llamándolos por otro nombre –. No lo sabes.

– Y… ¿Por qué no me lo dices? – sugirió conduciéndome a la cama, ya no supe si como él o como el personaje, daba igual –. ¿Por qué no me lo demuestras? – insistió dejándose caer sobre el colchón cediéndome a mí el control.

Sin siquiera acordarme ya que nos grababan, que aquello se suponía era actuación, empecé a desnudarlo como si estuviéramos en la soledad de mi departamento, como si en verdad él lo deseara, algo que por el brillo en su mirada al yo despojarlo del pantalón y la camisa sentí no era mentira.

Aquella estampa fue maravillosa: el hombre que en ese instante supe amaba acostado frente a mí con tan sólo un diminuto slip cubriendo su magnifica erección. Me sentí en el cielo, y para completar el milagrito liberé su impresionante miembro. Entonces recorrí su cuerpo con los ojos una y otra vez para guardar cada detalle en mi memoria por si no volvía a tenerlo así. Su pelo castaño y alborotado cayendo sobre su frente, sus ojos color miel bajo esas cejas pobladas y casi unidas, su nariz pequeña, sus labios carnosos, la delgadez de su cuerpo resaltando cada músculo y entre sus piernas ese bello monumento, esa hermosa verga oscura, gruesa, cabezona e imponente contrastando con la fragilidad del resto de su anatomía y aguardando por mi boca. La saliva se me acumuló bajo la lengua, y no pude resistirme más. Sin pensar en si cortarían la escena o no pues yo ya estaba fuera de ella desde hacía un rato, me hinqué a sus pies e incliné la espalda para empezársela a mamar.

Mis labios se posaron sobre el glande arrebatándole un suspiro que supe no era actuado. Luego fui bajando lentamente hasta tenerla toda dentro y comenzar el sube y baja. Con la energía que me proporcionaba el finalmente estar saciándome las ganas de su carne, se la chupé como un poseso hasta que la quijada me dolió, y entonces decidí darle posada por otro lugar.

Ante la sorpresa tanto de él como del equipo técnico, que con todo y el giro tan drástico que había dado la historia no paraban de grabar, me puse en cuclillas quedando mis glúteos sobre su pelvis y fui bajando la cadera poco a poco hasta sentir en el centro de mi ano la humedad y la calidez de su falo. Y una vez en posición, dejé caer todo mi peso enterrándomela entera y de un solo intento. El dolor que me quemó al chocar mis nalgas con sus huevos ni siquiera lo noté del inmenso gozo que me provocó el por fin tenerlo dentro, dilatando mis esfínteres, masajeándome la próstata. De inmediato, arqueando la espalda hacia atrás y apoyando mis manos en el colchón, inicié un movimiento en veces vertical en veces circular pero siempre con su palpitante polla dentro. El culo cada vez se me habría más, y pronto fue fácil bajar y subir sentado en él a tal velocidad que los resortes rechinaban. La punta de su erecto y duro miembro picoteándome las entrañas sin cesar me la puso tiesa a mí también, y cuando alcanzó su máximo esplendor, Miguel, en un acto que de verdad sí no me esperaba, la envolvió con su mano y me la empezó a cascar regalándome una felicidad tan grande que bastó con que me la sacudiera un par de veces para que le bañara el pecho y el abdomen con mi semen. Él, al yo apretar su hombría con cada espasmo que me producía el eyacular, también se vino, inundándome los intestinos con su esperma. Luego me desplomé atrapando mi corrida entre su vientre y el mío, lo miré a los ojos por unos segundos y como queriendo decirle sin palabras cuánto había gozado lo besé en un beso tierno en el que nuestros labios apenas se rozaron, un beso tras el cual me empujó para salir corriendo avergonzado.

Yo me quedé sentado en medio de la cama, y la mirada atónita del director sobre de mí me regresó a la realidad. No lo dijo, pero lo que acababa de acontecer en aquel cuarto había sobrepasado por mucho la naturalidad y el erotismo que pensaba conseguir al habernos hecho improvisar. El jueguito de cambiarme todo a último momento se le había salido de las manos, y ahora no sabía cómo reaccionar, cómo dirigirse a mí.

– Este… ¡Muy bien, Omar! Ya puedes vestirte – se limitó a ordenar.

La escena no había resultado lo que él habría querido, pero por obvias razones no estaba dispuesto a repetirla. Decidió que el equipo de edición se encargaría de rescatarla, y yo se lo agradecí infinitamente. Es cierto, había tenido sexo con el chico que me robaba el sueño y una parte de mí estaba feliz por ello, pero por otro lado, al ver la manera en que él había reaccionado luego de esfumarse la euforia del momento, me sentía arrepentido y apenado. Las horas que faltaban para reunirnos todo el equipo a festejar el fin del rodaje se pasaron lentas. Y una vez al caer la noche y disponernos a beber tequila, me hallé con que Miguel no se encontraba. Con un vuelco en el corazón, me fui a buscarlo temiendo no volverlo a ver.

*****

– ¿Puedo hablar un momento contigo? – me preguntó Omar al dar con mi escondite.

– No creo que tengamos algo de que hablar – le contesté poniéndome de pie para marcharme.

– ¡Espera, no te vayas! – suplicó tomándome del brazo –. No puedes seguir huyendo y hacer como que nada ha pasado, no es sano.

– ¿Y tú que sabes de eso, maricón de mierda? – lo insulté en una estúpida forma de manejar mi propio miedo, mi auto rechazo –. ¿O vas a decirme que es sano que te metan la verga?

– ¡Sí lo es! – aseguró parándoseme enfrente –. Sí lo es, si así lo quieres, y yo en ese momento lo quería. Miguel… ¡Sabes muy bien que tú me gustas! Te lo dije el otro día y te lo repito. Para mí, ese juego de improvisación que el director se armó fue sólo un medio para satisfacer mis deseos, para cumplir el sueño de estar contigo como alguien más que un amigo. Sé que te incomoda escucharlo, pero créeme que no te lo diría de no pensar que tú sientes lo mismo, de no haberte sentido vibrar, de no haber visto en tus ojos esa chispa que me dice que en el fondo, tanto o más que yo me deseas.

– ¡No digas pendejadas, maldito imbécil! – le grité antes de empujarlo –. Yo no soy un puto como tú – aseveré intentando convencerme más a mí que a él –. A mí no me gustan los hombres, y mucho menos te deseo – afirmé acorralándolo contra un muro y sintiendo como mi cuerpo se llenaba de ganas de besarlo –. ¡¿Me entendiste?! – inquirí ya mi cuerpo pegado al suyo –. No quiero que vuelvas a decirlo, porque sino te juro que… – callé al cruzarse nuestras miradas haciéndome temblar las piernas.

– Te gustó – susurró buscando provocarme –. Me deseas tanto o más que yo – insistió en burlarse –. Ya lo dije. ¿Qué piensas hacerme ahora, eh? ¡¿Qué?!

– Pie… pienso… – balbuceé mojándome los labios al topar mi vista con los suyos esperando – ¡Pienso comerte a besos, cabrón! – amenacé juntando nuestras bocas, incapaz de seguir negando lo que desde siempre fue evidente.

Al mismo tiempo que nuestras lenguas intercambiaban impresiones, mis manos se fueron directo a su bragueta y extrajeron con desesperación su verga, esa que hacía unas horas había tenido en mi mano hasta hacerla estallar y que la madrugada anterior deseé tener sin atreverme. La estrujé con fuerza y me puse de rodillas para verla más de cerca. Observé por unos instantes su piel suave y blanca y el capullo rosado a medio asomar, y goloso la tragué hasta el fondo para empezar a mamarla con la falta de paciencia del primerizo. Jamás había tenido un pene en mi boca, pero el suyo me supo a gloria. Ese sabor mezcla de sudor y orina, ese olor a hombre se metió por mi nariz embriagándome como si el lubricante fuera vino y haciéndome mover mis labios con más ganas, logrando en pocos minutos tenerlo al borde del clímax.

– ¡Por favor, detente! – me pidió Omar levantándome por los hombros y volviéndome a besar.

– ¿No lo hago bien? – lo interrogué haciéndome el tonto –. ¿No te gusta como te la mamo? ¿Por eso me pediste que parara?

– ¡No seas tonto, Miguelito! ¿Cómo puedes creer que no estaba gustándome? ¡Si casi haces que me corra, condenado! Por eso te interrumpí, no quiero venirme antes de volver a tenerte dentro. ¡Fóllame, Miguel! – me sopló al oído –. ¡Fóllame!

– ¿Por qué mejor, no me follas tú? – propuse masturbándolo suavemente para mantener su miembro a flote.

– ¡¿Estás seguro?! – preguntó emocionado, delatando su impaciencia por ser el primero en invadirme el culo.

– ¡Claro que no estoy seguro! – le respondí bajándome los pantalones y dándole la espalda –. ¡Así que hazlo ya, por favor! Antes de que me arrepienta – sugerí mientras que él se hincaba y ubicaba su cara entre mis nalgas –. Pero… ¡¿Qué haces?! – lo cuestioné al ver que no se disponía a cogerme –. Te dije que… ¡Ah! – gemí al sentir su lengua acariciar mi ano en una nueva e intensa sensación que derribó por completo las barreras.

Omar se dedicó a prepararme para la penetración ensalivándome a conciencia y golpeándome con latigazos de placer cada que sus dedos o su lengua se movían en mi interior. Me relajó los esfínteres, y entonces sí, luego de escupirse en la punta de la verga, se dio a la tarea de atravesarme.

La parte más difícil fue introducir el glande, a pesar de haberme dilatado previamente el que nada nunca hubiera entrado por ahí complicó el trabajo lastimándome un poco, pero una vez dado el primero paso el resto se deslizó dentro de mí como Pedro por su casa. El grosor de su inflamada polla abriéndome los pliegues y lo agitado de su respiración haciéndome cosquillas en la oreja, mitigaron el leve ardor que pronto se convirtió en puro placer al Omar dar inicio con un furioso mete y saca que evidenció no era yo el único desesperado. Su miembro jugueteando en mi interior me sacudió de tal manera que comencé a jadear como una bestia al tiempo que de mi pene brotaba lubricante a borbotones. No necesité tocarme para que tras una de sus embestidas que sentí me había llegado al alma el delicioso calor con que su follada me invadía detonara en un descomunal orgasmo que terminó por desencadenar también el suyo. Mientras yo manchaba las paredes de aquel oscuro pasillo, percibí cómo su verga se inflamaba al máximo para después disparar seis o siete chorros de semen que al regarme los adentros incrementaron de manera exponencial mi gozo.

– ¡Eso fue maravilloso! – exclamé lanzándome a sus brazos una vez nos separamos.

– ¡¿De verdad te gustó?! – inquirió gustoso y con un brillo especial en la mirada –. ¡¿De verdad no te arrepientes, no vas a salir corriendo?!

– ¿Salir corriendo? ¡Nunca más! – prometí acurrucándome en su pecho –. No puedo decir que todas esas dudas y esos miedos se han evaporado por completo o negar que me tomará algo de tiempo asimilar todo lo ocurrido porque estaría mintiendo, pero sí te puedo asegurar que ese tiempo quiero lo pasemos juntos y… ¡que te quiero! – confesé logrando conmoverlo.

– ¡Miguel! – pronunció mi nombre rasgándose sus ojos de alegría –. Yo… ¡te amo! – declaró antes de besarme. Luego me mudé con él y nuestra historia comenzó.

Para todo aquel que quiera saberlo, la película estuvo lejos de ser un éxito. Gracias a que por esos tiempos surgió en el cine europeo la tendencia de incluir escenas de sexo real en las cintas, libramos la censura y, aunque en un número reducido de salas, finalmente sí nos proyectaron, pero no logramos recaudar en taquilla ni la mitad de lo invertido. Al público le pareció grotesca y a los críticos, por más irónico que suene, muy poco creíble. El director y su equipo se regresaron a filmar videos y comerciales. Nosotros continuamos actuando, pero cambiamos bruscamente de género. Casualmente uno de las pocas personas que vio la cinta fue un productor de cine porno que, tras quedar encantado con nuestros cuerpos, nos convirtió en estrellas de sanitario. La fama y el dinero por supuesto que llegaron, pero el sueño de recibir un reconocimiento en el festival más prestigiado ni pensarlo. Sin embargo, sería injusto quejarme pues la vida me ha brindado de los premios el mejor. Basta con despertarme y ver que Omar duerme a mi lado para darme cuenta de cuál es: su amor.

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Embotellamiento

Húmedos sueños

Por mis tripas

Ximena y el amante perfecto

Inexplicablemente

Quiero decirte algo mamá

Entrevistándome

Recuerdos de una perra vida (4)

Recuerdos de una perra vida (3)

Recuerdos de una perra vida (2)

Recuerdos de una perra vida (1)

Una vela en el pastel

Zonas erógenas

Frente al altar

Ojos rosas

Abuelo no te cases

Mala suerte

Kilómetro 495

Mi primer orgasmo

El plomero, mi esposo y yo

En medio del desierto

El otro lado de mi corazón

Medias de fútbol

Examen oral

El entrenamiento de Anakin

Un extraño en el parque

Tres cuentos de hadas

No podía esperar

La fiesta de graduación

Ni las sobras quedan

La bella chica sin voz

Feliz aniversario

Dejando de fumar (la otra versión)

Una noche en la oficina, con mi compañera

La última esperanza

Pedro, mi amigo de la infancia

Sustituyendo el follar

Dejando de fumar

Buscándolo

La abuela

Tan lejos y tan cerca

Entre sueños con mi perra

Tu partida me dolió

Ni una palabra

Mis hermanos estuvieron entre mis piernas.

Compañera de colegio

La venganza

Tras un seudónimo

Valor

La vecina, mis padres, y yo

La última lágrima

Sueños imposibles

Espiando a mis padres

La amante de mi esposo

Al ras del sofá

La última cogida de una puta

Confesiones de un adolescente

Esplendores y penumbras colapsadas

Volver

Celular

El caliente chico del cyber

Friends

La última vez

Laura y Francisco

El cliente y el mesero (3-Fin)

El cliente y el mesero (2)

El cliente y el mesero (1)

El ángel de 16 (6 - Fin)

El ángel de 16 (5)

El ángel de 16 (4)

Asesino frustrado

El ángel de 16 (3)

El ángel de 16 (2)

Por mi culpa

El ángel de 16

Triste despedida que no quiero repetir

Un día en mi vida

Utopía

El pequeño Julio (la primera vez)

El amor llegó por correo

El mejor año

Mi primer amor... una mujer

My female side