Hay dos cosas que me apasionan en la vida: los viajes y el sexo. Desde muy jovencita tuve la oportunidad de gozarlos a ambos y ya un poco más madura, la fortuna de casarme con un hombre con gustos similares a los míos. Gabriel es la pareja perfecta para mí, siempre con ganas de un buen polvo y dispuesto a conocer nuevos lugares. Fue en uno de esos viajes que vivimos la que ha sido una de las experiencias más excitantes de nuestras vidas.
Cuando cumplimos cinco años de casados, decidimos tomar unas vacaciones en Brasil, más específicamente: en Río de Janeiro. A los dos siempre nos había llamado la atención la cultura brasileña y pensamos que sería una buena manera de festejar nuestro aniversario, el finalmente conocer ese exótico país. Sacamos del banco una buena parte de nuestros ahorros y organizamos las que sin duda, más de lo planeado, serían nuestras mejores vacaciones.
No recuerdo cuanto duró el vuelo, pero sí que fue mucho y que estábamos en verdad ansiosos por llegar, por aterrizar en esa tierra de, según nos habían dicho, hombres y mujeres calientes y abiertos a todo tipo de opciones. Lo hicimos, llegar al aeropuerto internacional de Río, a media noche y, por lo cansado que había sido el traslado, nos fuimos directo al hotel. Dormimos profundamente sin hacer más nada, guardando nuestras energías para el día siguiente.
Nos despertamos apenas sentimos el primer rayo de sol sobre nuestros rostros. Tomamos una ducha rápida para lavar el sudor seco que produjo la cálida noche y salimos en busca de aventuras. Visitamos todas y cada una de las atracciones turísticas de la ciudad, desde la playa de Copacabana hasta el Corcovado, pasando por el teleférico, pero de eso no recordamos nada. No solíamos hacer en nuestros viajes, como ya lo comenté, nos gusta conocer nuevas culturas, pero algo había en el aire de Río que sólo pensábamos en tener sexo y aprovechamos cualquier lugar con cierta discreción para hacerlo.
Así se pasaron los primeros tres días, entre encuentros furtivos en lugares públicos y excursiones de las que no aprendíamos nada. En la tranquilidad de nuestro cuarto, decidimos dejar a un lado nuestros, excesivamente despiertos, instintos y en verdad apreciar todas las bellezas que nos ofrecía la ciudad, pero no nos fue posible. El carnaval había comenzado y con él la temperatura subió. Fue en el desfile que todo sucedió.
Nos levantamos muy temprano para no perdernos absolutamente nada del evento y conseguir un buen lugar. Gabriel iba vestido nada más que con unas diminutas bermudas y yo con un vestido corto sin ropa interior abajo. El clima lo ameritaba y además, siendo honestos, no éramos, por mucho, los más atrevidos. Las cosas que nos habían dicho sobre los brasileños eran ciertas y los amamos desde el primer momento.
Los carros alegóricos, las hermosas chicas bailando sobre ellos, las serpentinas, los gritos de la gente, la música de zamba, todo en verdad increíble, estábamos con los ojos abiertos mi esposo y yo. Los carnavales en México son preciosos, pero aquel los hacía ver como cosa de niños. Todos a nuestro alrededor brincaban y se movían al ritmo de los tambores, sumamente alegres y disfrutando la vida. Nos unimos con gran felicidad a la fiesta.
En medio de aquellos bailes y aquellos gritos, sentí que algo rozó mis nalgas. No le di mucha importancia, había demasiada gente y me pareció de lo más normal que alguien me tocara. Pensé que no había sido una caricia premeditada, pero tras una segunda más atrevida cambié de opinión. Giré la cabeza y detrás de mí se encontraba un chico de aproximados veinte años, de piel negra, delgado y, al igual que mi marido, usando solamente pantalones cortos. Me veía de tal manera, que supe él había sido el de las caricias en mi trasero.
Y como para que no me quedara ninguna duda, se pegó a mi cuerpo y comenzó a besarme el cuello, al mismo tiempo que restregaba su entrepierna, mostrando ya una potente erección que de tan sólo sentirla hizo que mis piernas temblaran, contra mi culo y pasaba sus manos por mi cintura. Más que sus caricias o su apariencia, muy atractiva por cierto, lo que provocó que me encendiera en cuestión de segundos, fue el lugar donde estábamos. Correspondiéndole al atrevido jovencito, empecé a mover mis caderas de manera circular, masajeando por encima de sus bermudas su petrificada verga.
Por culpa de aquel inesperado encuentro que me tenía caminando sobre nubes, me olvidé por unos momentos de Gabriel, quien llamó mi atención apretando mis senos. Al sentir sus manos, esas que tan bien conocía, sobre mis tetas, volteé a verlo asustada, imaginando lo molesto que debía estar por que su mujer se acariciaba con otro hombre en plena vía pública y sin siquiera importarle que él estuviera presente. Creí que estaría furioso, pero él hacía con una rubia lo que el morenito hacía conmigo.
No podía creerlo. Siempre habíamos tenido las ganas de intercambiar parejas con algún otro matrimonio, pero por una u otra razón jamás lo habíamos hecho. Sin haberlo planeado y en medio del desfile, estábamos cumpliendo nuestras fantasías. Un hermoso, joven y bien dotado brasileño me estaba metiendo mano por donde quería y mi esposo hacía lo propio con una espectacular rubia de senos enormes y labios carnosos. No podía ser todo más excitante.
Luego de un tiempo, el contacto de la entrepierna del chico sobre mis nalgas se sintió diferente, como más directo, más rico. Miré hacia atrás y hacia abajo y me di cuenta de que se había sacado la polla. Era delgada, pero muy larga y mucho más oscura que la piel de su dueño, en verdad apetitosa. Pasando mi mano por mi espalda, la tomé y comencé a masturbarlo. Él me penetró con tres dedos.
Cuando pretendía acelerar el ritmo de la paja que le hacía, me pidió que retirara mi mano y el dejó de masturbarme. Al principio pensé que su actitud se había debido a que se había cansado de mí y buscaría otra mujer que fuera más joven y tuviera mejor cuerpo, pero cuando sacó un condón de su bolsillo, supe sus verdaderas razones. Después de desenvolver el preservativo a lo largo de su enhiesto miembro, se preparó para penetrarme.
Antes de que eso sucediera, quise mirar a Gabriel, como buscando su aprobación. Una cosa era que tocaran a su mujer por encima de la ropa y otra que la follaran. Aunque cada célula de mi cuerpo lo deseaba, necesitaba conocer su opinión al respecto. Para mi sorpresa, descubrí que la rubia de enormes pechos le estaba colocando un condón a mi marido, ¡con la boca¡ Ya no hicieron falta los permisos. Haciendo a un lado mis bragas, sumamente mojadas por lo caliente que estaba, el joven me penetró hasta el fondo, parados como estábamos, al mismo tiempo que, cargándola en sus brazos, mi esposo atravesó a la voluptuosa chica con su endurecido pene.
Las dos parejas comenzamos a movernos, aunque en diferentes posiciones y a ritmos distintos, con la misma pasión desenfrenada. El delicioso brasileño me embestía con una contundente furia mientras apretaba mis pezones por encima de la blusa y la rubia, además de subir y bajar con la verga de Gabriel llenando sus adentros y estando en una posición que se lo permitía, besaba a mi marido en los labios, desbordando una sensualidad que hasta a mí me inquietaba.
Aquella escena era tan excitante y se había dado todo de manera tan rápida e inesperada, que no había reparado en la gente a nuestro alrededor. Cuando lo hice, en un lapso de razón, me percaté de que quienes no hacían lo mismo que nosotros, animaban a esos que sí. Ese detalle, sumado al de ver el rostro de mi esposo desfigurado por el placer que le producía sentirse dentro de aquella espectacular mujer, incrementó mi gozo y me condujo más aprisa hacia el clímax.
Estiré mi mano para tomar la de Gabriel y en cuanto lo hice, estallé en un intenso orgasmo que llenó mi cuerpo con un cosquilleo que por poco me quita el sentido. Después del último espasmo y todavía con el hormigueo recorriendo mi cuerpo, me separé de mi provisional amante para hincarme, quitarle el preservativo que cubría su polla y comenzar a mamarla. El muchacho estaba tan excitado por la cogida previa, que me bastaron dos o tres chupaditas para que se vaciara en mi boca. Me tragué lo más que pude, pero había expulsado tanto semen que escurrió por mis labios.
Me incorporé y compartí con él, mediante un beso, su propio esperma. Cuando recordé que tenía un marido y que esté follaba con una mujer que no era yo, volví a observarlos, justo a tiempo para ver esa expresión que pone Gabriel cuando se corre, en esa ocasión, gracias a las contracciones de esa vagina en la que se alojaba su verga. Habiendo cumplido su objetivo, la chica se bajó de los brazos de mi marido y, al igual que el joven que minutos antes me penetrara, se marchó sin siquiera decir adiós.
Gabriel caminó hacia mí, desenfundó su espada y me ofreció su leche, la que bebí con gusto. Nos abrazamos y seguimos bailando, aún incrédulos de la maravillosa experiencia que habíamos vivido. Nuestras vacaciones en Río de Janeiro, aunque nos dejaron recuerdos meramente sexuales, fueron, precisamente por ese detalle, sumamente placenteras, las mejores. Regresamos a nuestro país con la esperanza de volver muy pronto. Con las ganas de encontrarnos de nuevo con aquel mulato y aquella rubia o, en su defecto, con cualquier otra pareja que complazca nuestras fantasías.