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Gloria se sentía profundamente decepcionada. Omar le había prometido que estaría ahí, a tiempo para verla cantar, pero ya pasaban de las diez. "No vendrá", aseguró. Tratando de no pensar en él, continuó maquillándose para su espectáculo, pero por más que intentara ocultar su pena detrás del rubor y el labial, su mirada la delataba. Gloria estaba destrozada, había puesto toda su fe en ese hombre y él la había engañado tal y como, antes de despedirse de ella, su madre lo predijo. Se miraba al espejo y se reprochaba lo estúpida que había sido. Se insultaba y maldecía, pero en voz baja. Aunque por dentro se estuviera quebrando en mil pedazos, no podía darse el lujo de mostrarlo abiertamente, no cuando era lo único que sus compañeras esperaban, no sabiendo que su desdicha sería la felicidad de otros. Respiró hondo, colocó una falsa sonrisa en su rostro y siguió arreglándose, como si nada pasara, como si fuera una noche como cualquier otra.

-Gloria, querida, faltan dos minutos para que salgas a escena. - Le advirtió Jorge, quien trabajaba en el lugar como maestro de ceremonias.

La afligida chica se vistió de forma apresurada. Nunca le había gustado usar la ropa que el dueño del sitio le exigía, pensaba que ese tipo de prendas era para aquellas mujeres que en su pueblo llamaban de la vida galante. Siempre, antes de su acto, rogaba por ponerse algo más discreto sin lograr nada, pero esa vez no le importó. Se metió en el entallado y casi transparente vestido azul sin reclamo alguno, casi con orgullo, como si en verdad fuera una mujerzuela, como si su cuerpo fuera lo único que tenía para dar, como si no valiera nada. Antes de salir al escenario, se bebió de un trago todo lo que contenía su copa y se quitó el sostén y las bragas. "Si voy a ser una puta, lo voy a ser bien", se dijo a sí misma, "si van a gritarme vulgaridades, que lo hagan con razón". Atravesó lentamente el pasillo que comunicaba su camerino con el entablado, escuchando como desde éste Jorge la presentaba como la más grande de las estrellas. Después del "recibamos con un fuerte aplauso a la estrella de la noche, a la diosa de la erótica voz, a la más bella y sensual. Recibamos como se merece a...Gloria", dio la cara a su público.

En cuanto piso el escenario todos los hombres presentes, pasados de copas o no, comenzaron a llenarla de los más atrevidos e, habiendo sido otra la situación, insultantes piropos. Siempre que eso sucedía, Gloria se sentía como un simple pedazo de carne. Tantos ofrecimientos de sexo fortuito y frases aludiendo a sus prominentes senos, la hacían querer salir corriendo. Siempre que salía a cantar, rezaba porque alguien la alabara por eso y no por sus atributos físicos, pero era extraño que pasara. Haciendo un enorme esfuerzo contenía las lágrimas y soportaba, bombardeada por las lujuriosas palabras de los espectadores, los tres o cuatro minutos que duraba una canción. Escucharlos era un martirio, pero no esa noche. Esa noche se merecía los más sucios comentarios. Esa noche correspondería a cada una de las lascivas expresiones, ya fuera con besos o con incitantes movimientos. Esa noche sería su noche. Tomó el micrófono con esa idea en la cabeza y, al escuchar el inicio de la música, empezó a cantar.

"Veeeen...go a cantar...para ti

la can ción...que a pren dí

a la o ri lla del...mar.

Laaaa lle vo en mi...corazón

con el úl...timo adiós

que me dis te al...par tir...

De haber sido algo más que hombres hambrientos de sexo, todos los ahí presentes habrían notado que la interpretación de Gloria era sin duda, mucho mejor que otras noches. Esa nueva actitud y esa desinhibición en sus movimientos, además de darle un toque más sensual, habían hecho que su voz sonara como la de un ángel, que cada sílaba que saliera de sus labios estuviera llena de sentimiento, de dolor, del dolor que por dentro la desgarraba. De haber sido algo más que hombres sedientos de sexo lo habrían notado, pero no era así, lo único que ellos veían era a una mujer de grandes senos usando un vestido casi transparente y sin ropa interior. A pesar de que aparentara no importarle, aún cuando intentaba convencerse de que eso quería, Gloria sintió cada uno de los silbidos y palabras como un puñal en su corazón. No pudo fingir indeferencia y mucho menos gozo por más tiempo. Se esforzó por no hacerlo, pero no pudo evitar llorar. Con las primeras lágrimas, vinieron también los recuerdos. Los de su llegada a la ciudad. Los de su encuentro con Omar. No paro de cantar. Su voz sirvió como fondo para cada una de las escenas que volvían a representarse en su mente. Fue relatando para sí misma su historia.

"Nací en un pequeño pueblo costero a cientos de kilómetros de la capital del país. Mis padres eran dueños de un modesto restaurante de mariscos. No vivíamos ostentosamente, pero tampoco con carencias. En temporadas bajas, esas en que hay muy pocos turistas, hacíamos uso de los ahorros que nos dejaban las buenas. Nuestras vidas eran tranquilas, transcurrían entre atender a los clientes, nadar en el mar y correr por la playa. Alejados de las tentaciones que ofrecía la ciudad, con toda su modernidad y tecnología, podíamos decir que no nos hacía falta nada. Éramos felices, muy felices.

Pero nada es para siempre y esa felicidad se terminó con la muerte de mi padre. Llegó de repente, vestida de un sorpresivo y fatal accidente automovilístico. Él regresaba de su viaje al pueblo vecino. Había ido a visitar a un pariente enfermo. De regreso, se quedó dormido y su coche dio quien sabe cuantas vueltas. Según los doctores murió de manera instantánea y sin dolor, ese que espero a que nosotras nos enteráramos para atacar, ensañándose más con mi madre que conmigo. La pobrecita no se levantó de la cama en semanas, ni siquiera fue al velorio o el entierro. Intenté hacerme cargo del restaurante, pero entre que era temporada alta y mi tristeza, fue demasiado para mí. El lugar acabó por venirse abajo.

Con el dinero que obtuvimos de la venta del local la fuimos pasando, pero no era mucho. Llegó el momento en que o encontraba un trabajo, o nos moríamos de hambre. Como mencioné antes, mi pueblo es pequeño. Busqué un empleo por días, pero nada. Era como si los demás gozaran con nuestra infortuna, como si hubieran apostado sobre el tiempo que duraríamos viviendo de aquella forma. Nadie, ni siquiera los que se decían amigos de mi padre, me dieron la mano. En los pocos lugares que encontraba algo disponible, mi edad no me ayudaba. "Estás muy chica", "no puedo darle trabajo a una niña" y otras frases más, fueron lo único que conseguí.

Poco a poco se fueron apagando mis esperanzas. No veía la manera en que saldríamos de aquel hoyo. Estaba completamente desesperada, pensaba que estar muerta sería mejor que vivir así, sin comida y sin futuro. Una noche me metí al mar con la intención de quedarme ahí, de hundirme en sus aguas hasta que mis pulmones se llenaran de ellas. Sin importarme lo que pudiera suceder con mi madre, me sumergí con la clara intención de ponerle fin a mis penas. Mi cuerpo fue desapareciendo bajo el negro de las olas, primero las piernas y luego la cintura. Cuando mi pecho se perdía, una idea me llegó a la mente, una que tal vez sería nuestra salvación.

Abandoné mis planes de suicidio y corrí hacia la casa. Había recordado que una de nuestros mejores clientes, una que nos visitaba dos o tres veces por año, me hizo una propuesta en medio de una banal plática sobre el clima. Ella vivía en la capital del país y dirigía una importante agencia de modelos. Siempre tuve un buen cuerpo, de curvas definidas y piel bronceada. Ella tenía la idea de que con esa figura y mi cara inocente, podría triunfar en el mundo del modelaje. Me dio su teléfono y dirección, por si algún día visitaba su ciudad. La verdad es que la idea no me agradaba, pero en ese momento era mi única esperanza.

Al llegar a mi hogar, busqué el papel donde la señora Ortiz había anotado sus datos. Luego de poner mi cuarto de arriba abajo, finalmente lo encontré. Emocionada, le hablé a mi madre sobre la posibilidad de mudarme a la capital y convertirme en modelo. Su reacción no fue la que me esperaba. Creí que se opondría, que aún dándose cuenta de nuestra situación preferiría tenerme a su lado, pero no. Sólo me miró a los ojos y me dijo:

"La hija de tu tía Guadalupe, la Rebeca, se fue pa' la capital, disque pa' ganar harto dinero. ¿Sabes que fue lo único que se trajo de allá? Regresó más peor que antes y con un escuincle en brazos. Yo nomás te digo, por si quieres terminar como ella, pero tú sabrás. Si te quieres ir, pos vete. Yo no te voy a detener".

Sus palabras me lastimaron y estuvieron a punto de hacer que me arrepintiera, pero no. Yo no terminaría como mi prima. Al día siguiente saldría con rumbo a la capital y de regresar, lo haría de manera triunfante, siendo una modelo rica y famosa. Me acosté temprano, para estar descansada para el viaje. Cuando amaneció, saqué la caja que guardaba debajo de mi cama. En ella se encontraban los ahorros de toda mi vida, que para ser honestos no eran muchos. Apenas y me alcanzó para comprar el boleto y dejarle un poco a mi madre. Sin su bendición y con la promesa de enviarle pronto un cheque, me despedí del lugar que me vio crecer. Por primera vez en mis poco más de quince años, abandoné, porque así era como lo sentía, el pueblo en que nací. Conforme el camión avanzaba la playa se fue perdiendo de vista y ante mí apareció una nueva vida, una que esperaba fuera más fácil.

En el trayecto de mi hogar a la ciudad mi cabeza se atiborró de malos pensamientos, de fatales augurios. Me vinieron a la mente las palabras de mi madre, frases que con cada kilómetro que avanzábamos me resultaban más lógicas, más probables. Sentí miedo y llegué a levantarme de mi asiento deseando volver y olvidar mis locas fantasías, como ya veía los que antes pensaba eran muy buenos planes. No lo hice, no me bajé. Aún cuando no le había anunciado a la señora Ortiz mi visita, continué mi travesía. Llegué a la gran ciudad.

Contra lo que se pudiera esperar, la señora Ortiz me recibió en su hogar, una enorme mansión de bellos jardines y elegantes decorados, de muy buena manera. Se alegró de que hubiera seguido su consejo, de que hubiera dejado mi pueblo para probar suerte como una de sus modelos. Me mostró la casa y me condujo a la que sería mi habitación el tiempo que viviera con ella. Mientras yo desempacaba lo poco que llevaba conmigo, ella bajó para ordenar que me prepararan una deliciosa cena que devoré como si no hubiera probado alimento en varios días, algo que no era del todo falso. Al terminar de comer, me dijo que era mejor que me acostara temprano, que necesitaba reponerme del largo viaje para comenzar con todas mis fuerzas mi entrenamiento como modelo. No podía creer que al día siguiente daría inicio con mis lecciones. Era como si me hubiera estado esperando, como si hubiera tenido todo preparado para cuando llegara. Me fui a la cama emocionada, pensando que mis sueños de salir adelante se estaban cumpliendo. Dormí muy poco, tratando de imaginar lo que me esperaba.

Al día siguiente, inmediatamente después del desayuno empezaron mis clases. Cuando decidí viajar a la capital creí que ingresaría a una escuela junto con otros aspirantes a ser los reyes de la pasarela, pero no fue así. La señora Ortiz tenía pensado enseñarme todos los artes del modelaje ella misma. Sería mi maestra particular, algo que le agradecí mucho. No estaba preparada para convivir con gente de la ciudad, tenía miedo de no encajar en su ambiente. Recibir cada una de mis instrucciones en casa, por parte de mi benefactora, fue lo mejor en ese momento.

Paso a paso, con el transcurrir de los días, fui aprendiendo desde como comportarme en fiestas hasta como posar ante un fotógrafo. Mi instructora era sin duda la mejor y, gracias a que según sus propias palabras yo "tenía el don", no le tomó demasiado convertirme en el próximo rostro favorito de las portadas. Una vez lista y con la ayuda de los contactos en el medio que tenía la señora Ortiz, recibí mi primera oportunidad. Un importante diseñador presentaría su colección de otoño-invierno en la ciudad y yo sería una de sus modelos.

El día del desfile por poco y terminó con todas mis uñas. Era verdad que tenía todos los conocimientos para realizar un buen papel, pero aún así estaba nerviosa. No me sentía del todo segura. En mis clases todo me salía a la perfección, pero eso era la vida real. El sólo pensar que cientos de personas, entre ellos críticos y periodistas, estarían observándome, ponía mis piernas a temblar. La señora Ortiz se dio cuenta de ello y me dio a beber un te que, mágicamente, tranquilizó mis nervios. Salí a la pasarela y, tal como lo había pronosticado mi maravillosa profesora, fui la sensación de la noche. Todos quedaron encantados con mi gracia natural y belleza angelical, que vistiendo aquellos costosos y refinados vestidos resaltaba más que nunca.

Ese evento fue el inicio de un meteórico ascenso que me llevó, en poco menos de tres años, a la cima. Todos me querían en sus pasarelas y revistas, no había alguien que se resistiera a mis encantos. Para cuando cumplí la mayoría de edad, ya me habían nombrado la mujer más bella sobre el planeta. Gracias a la señora Ortiz, mi vida era una fantasía hecha realidad. No tenía con que recompensar tanto amor, ya que no sólo me condujo al éxito y la fama, sino que se transformó en algo parecido a una madre. La que en verdad lo era estaba lejos de mí, pero no podía ni extrañarla con tan hermosa y buena mujer a mi lado.

Era muy feliz, pero como ya lo había dicho antes, todo llega a su final. El de mi carrera como la modelo más cotizada del mundo, llegó cuando el esposo de mi tutora se instaló definitivamente en nuestra casa, como ya la sentía. Durante los años que llevaba viviendo con ella, la señora Ortiz nunca me comentó que estuviera casada, por lo que me sorprendió la noticia. Al parecer, su marido era un importante empresario que se la vivía de país en país. Por capricho del destino, las pocas veces que él venía a visitar a su mujer yo me encontraba en algún evento. Nunca habíamos coincidido y por lo tanto, no nos conocíamos. Hubiera sido mejor que las cosas continuaran así, pero mi suerte habría sido mucha. El señor había decidido no subirse a un sólo avión más y quedarse al lado de sus esposa. Malas noticias para mí. Desde que llegó a la mansión no tuve un minuto de paz. No había día o noche que no me acosara, al principio con la mirada y después con frases y toqueteos. Yo intentaba ignorarlo para no causarle problemas a mi protectora, pero llegó un momento en que se volvió insoportable, sofocante.

Sus insinuaciones fueron subiendo de tono y una tarde como cualquier otra, decidió llevarlas al límite. La señora Ortiz tenía una cita de negocios muy importante, por lo que no llegaría hasta pasadas las diez. Aprovechando que ella no estaba, el señor Arturo, como él se llamaba, se dejó de sutilezas y atacó con todo.

Yo estaba acostada en mi recámara, leyendo el artículo que la revista de mayor circulación en el país había publicado sobre mí. Como siempre que no tenía evento, traía puesta una ombliguera y una falda. Usaba el cabello suelto y no llevaba maquillaje. Estaba como se dice popularmente, "en fachas". Eso al menos para mí, porque al señor le pareció que me veía arrebatadoramente sensual. Eso fue lo que me dijo cuando entró a mi habitación. Al verlo a unos cuantos pasos de mi cama me aterroricé. Sabía muy bien porque estaba ahí. Intenté correr al baño y encerrarme, pero no me lo permitió. Me tomó por la cintura con ambos brazos. Me arrojó contra el colchón para después tirarse encima de mí y comenzar a besarme.

Quise rechazarlo, pero sus fuerzas eran mucho mayores a las mías y sólo conseguí enloquecerlo más con mi negativa. Sus manos exploraron mi cuerpo de arriba abajo, deteniéndose lapsos más prolongados en mis generosos senos. Su lengua recorrió mi cuello y podía sentir su miembro erecto presionarse contra mi muslo. Me decía lo mucho que me deseaba, como gozaría al hacerme mujer entre sus brazos. Yo seguía tratando de quitármelo de encima, pero mis esfuerzos eran inútiles. Las advertencias de mi madre retumbaron en mi cabeza y no supe que hacer. Cuando rasgó mi ropa me creí perdida.

Me despojó de la blusa y el sostén, dejando mis pechos al aire libre, listos para ser devorados por su babeante boca. Antes de que tomara mis pezones con sus dientes, se quitó la camisa, se desabrochó los pantalones y bajo sus calzoncillos. Luego separó mis piernas y se colocó entre ellas, frotando contra mi aún cubierto sexo su endurecido pene. Me paralicé al sentir aquella parte de su cuerpo tan cerca, tan pronta a destrozarme. Ya me había abandonado a la idea de ser ultrajada por aquel hombre, cuando escuché la voz de mi benefactora preguntar a gritos qué estaba pasando. Su esposo saltó de la cama y rápidamente se vistió. Yo me cubrí con una almohada y corrí hacia la señora Ortiz, dándole las gracias por haberme salvado. Ella, una vez que me tuvo lo suficientemente cerca, me propinó una fuerte bofetada que me dolió más de lo que me habría lastimado el ser violada por su marido. Me resistía a creer lo que veía, pero para quien antes era como una hija, me miraba con recelo, con odio.

Pensé en explicarle lo que había ocurrido, pero cuando el señor Arturo la abrazó y ella correspondió al gesto, me di cuenta de que no serviría de nada. Como suele suceder en esos casos, ella prefirió quedarse con él a enfrentar un divorcio que la dejaría sola a sus casi cincuenta años. Después de todo, yo era sólo una recogida y él su hombre. No tenía porque mostrar compasión alguna por mí. Y no lo hizo, porque además de lanzarme en ese instante de su casa, se encargó de cerrarme todas y cada una de las puertas. Quien me construyera años atrás, fue la misma que me destruyó. Se apoderó incluso de las cuentas de banco que yo había llenado con mi trabajo. Las predicciones de mi madre estaban por cumplirse.

Afortunadamente, contaba con algo de dinero que, como si tuviera idea de lo que pasaría, guardé para alguna emergencia. Me hospedé en un hotel barato y comencé a buscar otro empleo. Así fue como llegué al bar en el que ahora cantó. Gracias a las habilidades como mesera que había conseguido en el restaurante de mis padres, pero sobre todo a mi buen cuerpo, el dueño del lugar me contrató sin pensarlo. La idea de atender las mesas de hombres alcoholizados no era de mi agrado, pero no había opción. No me quedó de otra que aguantar todas sus groserías y humillaciones, de algo tenía que comer.

Fueron sólo un par de meses los que trabajé como mesera. Una de las cantantes fue asesinada por su demente novio, por lo que tomé su lugar. Aunque todavía tenía que soportar las frases vulgares de los clientes, al menos lo hacía de lejos, con una mejor paga y menos obligaciones. Desde un principio me pareció una tortura salir al escenario vistiendo como prostituta, pero debía hacerlo si no quería ser despedida. Cuando era modelo posaba hasta en ropa interior, pero era diferente. Ninguno de los fotógrafos o reporteros me gritaba "que buena estás" o "ven y dame una mamadita". Pensé que con el tiempo me acostumbraría a todo, pero no fue así. Por el contrario, cada vez era más difícil atravesar el pasillo que me llevaba al centro de la pista. No había día que no maldijera mi destino, no hasta que él visitó el lugar. No hasta que lo conocí a él, el amor de mi vida.

Vestía unos jeans en color negro y una camisa azul marino. Estaba sentado en primera fila, con una cerveza en una mano y el cigarro en la otra. Era el único que no gritaba. Era el único que me veía a los ojos. El único que estaba ahí para escuchar mi canción y no para observar con morbo mis curvas. Ese día, al saber que alguien me ponía toda su atención y al final de mi acto me regalaba unos aplausos sinceros, todo valió la pena. Sonreí de nuevo. Regresé al camerino como si acabara de dar un concierto antes más de un millón de admiradores. Sus hermosos ojos color miel y esa delgada boca debajo de su descuidado bigote, me devolvieron un poco de alegría. No sabía ni su nombre, pero ya soñaba con ser su esposa. A pesar de todo, no dejaba de ser una inocente muchacha de pueblo, soñando con su príncipe azul.

Me deshice del exagerado vestuario y del grotesco maquillaje que utilizaba para mi acto. Antes de salir con rumbo al hotel, volví a ser Gloria y no la exótica cantante de un bar de mala muerte. Justo en la esquina del club, él me estaba esperando. Se presentó como Omar y se ofreció a llevarme a mi casa. Había algo en su persona que me hacía olvidarme de todo, incluso del hecho de que estaba frente a un total extraño que, habiendo visitado aquel lugar, podía ser un asesino o un violador. Acepté su oferta. Subimos a su auto y arrancó con la intención de llevarme a mi destino, pero en el camino me propuso tomar una copa en un sitio decente y le dije que sí. Fuimos a uno de los lugares más prestigiados de la ciudad.

Hablamos sobre nuestras vidas por largo rato. Le conté mi triste historia y él me dijo que trabajaba en una disquera, que por eso había visitado aquel bar en el que yo trabajaba. Alguien le había comentado que existía una muchacha que cantaba muy bien y quería comprobarlo. Esa muchacha era yo y, según sus palabras, todo lo que le habían hablado sobre mí se quedaba corto con lo que vio. Me sentí en verdad alagada. A pesar de no haber estudiado más que para las tardes en el coro de la iglesia de mi pueblo, alguien en la industria de la música me consideraba una gran cantante. Todavía no terminaba de digerirlo, cuando me sorprendió aún más. Me pidió que aceptara grabar un demo para presentarlo a sus jefes y después, con un poco de suerte, lanzarme como la nueva promesa musical. En aquel momento no me detuve a pensar que todo sonaba demasiado bueno para ser verdad. Estaba tan emocionada que todo lo que podía hacer, era acordar con cada cosa que el decía.

Dejamos el restaurante para entonces sí, dirigirnos a mi hotel. Me llevó hasta la puerta de mi cuarto y me prometió pasar por mí el próximo martes, día en que yo no actuaba en el bar, para seguir charlando sobre mi futuro en el mundo de los discos. Me dio un beso en la mejilla y se despidió, no sin antes decirme: "¿Cuándo le ponemos su salsa a los tacos, mamacita?". Un momento, eso no fue lo que dijo. Si mal no recuerdo...

En efecto, esas no eran las palabras con que se despidió Omar de ella, sino un cliente sacándola de su sueño a base de gritos. Gloria estaba tan inmersa en sus recuerdos, sintiendo cada vivencia una vez más, que, además de no de escuchar los insultantes piropos de su audiencia, había dejado de cantar, provocando con ello el desenfreno del público. Sus memorias se percibían tan reales que se había olvidado de su trabajo. Si bien no le gustaba actuar ante aquella gente y se sentía en verdad devastada, no podía dejar el escenario a medio acto. "El show debe continuar", se dijo. Levantó la cabeza y continuó con su dolida e inspirada interpretación.

"E na mo rada...de ti,

es mi faro tu amooooor

y mi luz...tu mi rar.

Muero de pe na al partiiiir,

pues...yo qui siera vi vir

a tu lado...no más.

Me voooooy,

pues sin ti no pue do..vivir

y ya no es...posible sufrir

la angustia de mi...so le dad...

Luego siguió recordando.

Omar cumplió su promesa. El martes siguiente se presentó en mi hotel para invitarme a salir. Hablamos sobre la posibilidad de hacerme una carrera dentro de la música y continuamos conociéndonos el uno al otro. A ese martes le siguieron varios más. En esos días me fui encariñando con él más de lo que esperaba. Sin yo así haberlo deseado, se fue posicionando en mi mente y corazón. Aunque me interesaba mucho la oportunidad que me ofrecía, llegó el momento en que paso a segundo plano. Esperaba mis días libres con ansias, por la simple y única razón de ver sus ojos, por escuchar su voz y sentir su mano estrechando la mía o su boca besando mi mejilla. No me importaba que siguiera postergando el momento en que me llevaría a grabar un par de temas. Al contrario, agradecía que así fuera. Entre más tardara en hacerlo, más tiempo estaría con él. Pero el plazo se cumplió y una noche, sin previo aviso, finalmente acudimos al estudio de grabación.

El lugar estaba en total oscuridad y no había nadie dentro. Él me dijo que así sería mejor, que nadie nos molestaría y podríamos hacer las cosas con calma. Cuando se trataba de él tenía una confianza tan ciega, que no puse en duda sus palabras. Entramos al edificio y subimos al tercer piso, donde se encontraba el estudio. Las luces se fueron encendiendo y poco a poco las instalaciones aparecieron frente a mis ojos. Con cada cable y cada botón que veía, imaginaba también todo lo que podría suceder en mi vida de cumplirse lo que, cada martes con tanta emoción, me decía Omar. De tan sólo poner un pie dentro de la cabina, todas esas sensaciones que experimenté en el mundo del modelaje regresaron. Aquel sitio me devolvió, al menos esa noche, la fe que había perdido.

No había tiempo que perder, así que de inmediato me coloqué detrás del micrófono y él tras el cristal, controlando la grabación. A su señal, comencé a interpretar los temas que él mismo había escrito para la ocasión. Cada frase que salía de mi boca era como...un milagro. Omar me veía a los ojos y yo cantaba con más ganas, con más fuerza y sentimiento, dando todo de mí. Le cantaba a él, a todo lo que había hecho florecer en mí. Sentía cada palabra porque él estaba ahí conmigo, apoyándome, dándome esperanza. Las cosas salieron tan bien, que no hubo necesidad de repetir una sola estrofa. Terminamos antes de lo planeado y me pidió que fuera a su lado, pero no le hice caso. Me quedé ahí, parada y mirándolo con ternura, para cantarle una última canción con la que le declararía mi amor.

Quiso detenerme, como si tuviera prisa por marcharse, pero desistió en cuanto comencé a mover algo más que la boca. En todo ese tiempo que habíamos salido, Omar no me había pedido una sola cosa a cambio de su ayuda, ni siquiera las gracias. Siempre fue un caballero y jamás insinuó que deseaba algo de mí. Aunque tenía la sospecha de que sentía lo mismo que yo, no estaba segura. Necesitaba averiguarlo esa misma noche. No me lo pidió, pero empecé a quitarme la ropa para él. Con cada línea, una de mis prendas caía al suelo. Con cada nota, descubría una parte de mi cuerpo para él. No paré hasta quedar completamente desnuda ante sus ojos para después, como poseída por una sensualidad que no conocí ni en mis tiempos de modelo, bailarle de la manera más erótica, invitándolo a acercarse y hacerme suya en ese mismo instante.

El mensaje le llegó rápidamente. Abandonó su lugar en los controles y corrió a mi lado. Cuando unos cuantos pasos nos separaban, se detuvo unos segundos a admirar mi anatomía entera. Habiendo sus ojos saciado su sed de mí, me tomó entre sus brazos y me besó apasionadamente. Como me lo imaginaba, él también había esperado ese momento. La desesperación e inquietud que había en cada una de sus caricias, me lo decía. Yo estaba tan, o más impaciente que él. Desabotoné su camisa y desabroché su cinturón y pantalones. Pronto estuvimos en las mismas condiciones. Su cuerpo, de tonalidad bronceada y abundante vello, se pegó al mío. Nuestras pieles se rozaron y sentí que el corazón se me escapaba. Su hinchado miembro palpitó contra mi vientre y sentí que me moría.

Sin contar aquella amarga experiencia con el esposo de la señora Ortiz, nunca antes había estado con un hombre, no estando ambos desnudos y regalándonos placer. Me atemoricé un poco, pero supe que no quería dar marcha atrás, cuando sus labios se posaron sobre mis pezones y su lengua comenzó a hacer unos movimientos circulares que me provocaron fuertes gemidos. Un extraño hormigueo nació en mis senos y se movió a lo largo y ancho de mi cuerpo, mojando mi entrepierna de manera abundante. No era una experta, pero podía darme cuenta que estaba excitada, que mi organismo se estaba preparado para recibirlo y yo no sería quien se lo impidiera.

Luego de un rato de jugar con mis pechos, su boca fue descendiendo. Con cada centímetro que se acercaba a mi sexo, ese cosquilleo aumentaba. Cuando por fin su lengua se hundió entre mis labios bajos, una bomba de gozo estalló en mi interior. Mis piernas temblaban, sentía un calor casi insoportable, mis pezones parecían rocas y mi boca no dejaba de emitir escandalosos sonidos que delataban el estado de éxtasis en el que me encontraba. Aquello era la gloria y quería más. Nunca me imaginé haciéndolo, pero le pedí que me penetrara.

Cuando escuchó mi petición, él salió de entre mis piernas. Me abrazó y, con su enhiesto pene frotándose contra mi concha a cada paso, caminamos hasta una mesa en la cual me sentó. Puso sus manos sobre mis muslos y los separó con delicadeza para después, colocar la punta de su falo a la entrada de mi vagina. El sólo sentir aquel, para mí que no había visto más, enorme pedazo de carne a punto de abrirse paso dentro de mí, me hizo estremecer y experimentar otra vez un poco de miedo. Él lo notó.

- ¿Qué te sucede? ¿Quieres que lo dejemos para otra ocasión? - Me preguntó con voz tierna, mostrando que le importaba y dándome la seguridad para continuar.

- No, quiero seguir. Es sólo que...soy virgen. - Le comenté un tanto apenada.

Cuando escuchó esas palabras, sus ojos brillaron de manera especial. Me dijo que me amaba y después me beso. Me sentí tan feliz que la penetración no fue dolorosa. Con mucha paciencia, Omar me fue penetrando hasta alojar por completo su verga en mi interior. Cuando eso pasó, me sentí plena y aún más satisfecha. La dureza y el calor de su pene acariciando mis paredes vaginales, con calma, con amor, pronto hicieron que apareciera de nuevo ese hormigueo. Nunca se precipitó. Jamás quiso destrozarme con fuertes embestidas. Desde el principio se preocupó por que yo disfrutara y fue hasta que pensó que ya estaba acostumbrada a tenerlo dentro, que aceleró el mete y saca.

Mientras me penetraba no dejó de besarme o mirarme a los ojos, pero me entró la curiosidad de ver algo más y lo aparté unos momentos. Baje la cabeza y pude observar a su grueso miembro, saliendo y entrando de entre mis piernas una y otra vez. Nuestros sexos tenían un brillo peculiar, ya que yo producía abundantes cantidades de lubricante que nos tenían a ambos empapados. Aquella escena, de su furiosa verga intentando partirme en dos, fue lo suficientemente fuerte como para darme ese empujón que hacía falta para alcanzar mi primer orgasmo.

Lo que sucedió con mi cuerpo es algo complicado de explicar, sólo recuerdo que experimenté las sensaciones más arrebatadoras y embriagantes de toda mi vida. Todos mis sentidos se colapsaron y creí que no soportaría todo aquello. Mi vagina se contraía con tal violencia que pensé le haría daño a Omar, pero afortunadamente no fue así. Él gozó con cada uno de mis espasmos, tanto que antes de que me recuperara se corrió en mi interior. Siete chorros de semen y su rostro desfigurado por el placer, terminaron de hacer de aquel momento algo inolvidable.

Nos quedamos por un buen lapso sin hacer nada, sólo recargando nuestras cabezas uno en el hombro del otro. Él fue el primero en reaccionar. Con su pene aún en mi vagina, perdiendo firmeza en mi interior, me levantó y caminamos hasta la esquina del estudio. Ahí dejamos de estar físicamente unidos. Nos sentamos sobre una pequeña manta que estaba tirada en el suelo y nos quedamos en silencio por un buen tiempo, como queriendo no romper la magia de aquel instante. Fui yo la que, estúpidamente preocupada por un tema diferente a lo que habíamos pasado y varios minutos después, hablé primero.

- ¿En verdad crees que alguien se vaya a interesar por mí, por mi voz? - Pregunté, tomándolo por sorpresa.

- ¿Qué? ¿Por qué piensas en eso ahora? Acabamos de vivir algo maravilloso, ya después nos preocuparemos por lo demás. - Intentó convencerme.

- Pero es que...en verdad me intriga. Si a nadie le gustan las canciones, ¿qué va a pasar? Y si la señora Ortiz también tiene influencias dentro del mundo de la música, ¿crees que pueda impedir que comience una carrera? Y si... - seguí hablando como loca de cosas estúpidas que en verdad, no venían al caso. Era como si quisiera evadir lo que habíamos hecho, como si estuviera atemorizada por las consecuencias y tratara de evadirlas con otros temas.

- Detente - me interrumpió -. Creo que estás exagerando. La señora Ortiz no tiene porque meterse en tu vida de nuevo. Ya verás que con tu bella voz, la imagen que algún día tuviste y la música que le pondré a los temas, todo saldrá bien. Un productor se interesará por hacerte un disco, una disquera te firmará en sus filas, vas a...

Sus palabras me devolvieron la calma y, embobada con algo diferente, dejé de ponerle atención. Como por instinto propio, mis manos tomaron su flácido miembro y empezaron a jugar con él, al igual que con sus testículos. Poco a poco, su pene fue ganando tamaño y dureza. Fue creciendo entre mis dedos hasta alcanzar la misma majestuosidad de hacía un momento. Sin darme cuenta de que Omar se había callado y me observaba detenidamente, comencé a mover mi mano de arriba abajo a lo largo de su palpitante verga, masturbándolo. Estaba tan concentrada en mi tarea, que no noté cuando él me empujó hacia su falo. De pronto, tenía aquel instrumento de placer a unos cuantos centímetros de mi rostro y me pareció descomunal. Dudé unos segundos en ir más allá.

- Hazlo, no te va a morder. - Me ánimo.

Y no me mordió. Recorrí con mi lengua todo lo que antes había tenido entre mis piernas, disfrutando su sabor mezcla de semen y fluidos vaginales. Lo metí entero en mi boca y estuve mamando por un buen rato, como una niña golosa. Omar sólo suspiraba y acariciaba mi cabeza, entrelazando sus dedos con mi cabellera. Del glande brotó la primera gota de lubricante que después de transformó en casi un río, uno que yo bebí extasiada.

Seguí devorando aquel trozo de rígida masculinidad y él dejó de frotar mi cabello para ocuparse de mi sexo. Apretó mi clítoris entre sus dedos y todo mi cuerpo vibro. A punto estuve de morderle aquello, pero logré contenerme. Ambos nos proporcionábamos un placer infinito, él estrujando esa parte tan sensible de la anatomía femenina y yo envolviendo desesperadamente su herramienta con mi boca. Sentí que el final se acercaba y creo que el sintió lo mismo, porque ambos paramos en lo que realizábamos. Me incorporé para después, apoyándome de sus hombros, dejarme caer sobre su verga. Ésta entró hasta el fondo de un sólo golpe, arrebatándonos a los dos un sonoro gemido.

Al tener yo el control de la situación, me sentí más segura para imprimir desde el inicio fuerza y velocidad a la cabalgata. Empecé a subir y bajar con violencia, ensartada en su inflamado miembro. Mis senos se contoneaban al ritmo de mis movimientos y él hundía su cara entre ellos. Su pene entraba en mí con cada vez más furia y eso me gustaba. Cada estocada me llegaba más hondo y eso me motivaba a seguir con más ganas. Nuestros cuerpos estaban cubiertos de sudor y el cuarto de olor a sexo. Él decía palabras que yo no comprendía del todo en mi frenética auto follada y yo me perdía en mis sensaciones, tan próximas a una nueva cima.

En esa ocasión, Omar fue el primero en venirse. Con fuertes alaridos, me inundó con abundantes torrentes de su esperma. Yo no paré de moverme al sentir su explosión. En su cara podía ver que el placer había llegado al extremo de molestarlo, pero no me importó. Seguí subiendo y bajando. Él no lo impidió, por el contrario, me impulsó para hacerlo con más energía. Ese deseado orgasmo llegó por fin, con una intensidad mayor a la de la vez anterior, dejándome exhausta y completamente satisfecha. Me desplomé en sus brazos, rendida.

Cuando recuperamos las fuerzas, nos vestimos y limpiamos nuestro desastre, incluida la sangre de la segunda vez, la sangre que probaba me había convertido en mujer, en su mujer. Salimos del estudio. No dijimos una sola palabra en el trayecto a mi hotel, no hacía falta. Nos despedimos con un beso, pero ya no en la mejilla sino en la boca. Él me prometió que el siguiente martes regresaría con la noticia de su charla con los ejecutivos de la disquera. Esperando que esa noticia fuera buena, cerré la puerta de mi cuarto.

El martes llegó y él no se apareció. Tampoco lo hizo, los siguientes seis. No había duda de que me había engañado y, una vez conseguido lo que quería, abandonado a mi suerte. Pasé las semanas más terribles de mi vida, con las palabras de mi madre en la cabeza. Quería que la tierra se abriera y me tragara para ya no sufrir. Por segunda ocasión, estuve a punto de quitarme la vida, pero no lo hice. Lo que me salvó esa vez, fue el timbrar del teléfono. Omar no se había ido, me llamaba de nuevo. Si se había ausentado por tanto tiempo, era porque su madre había sufrido una crisis médica muy grave y él acudió a cuidarla. Me dijo que me amaba y que mi demo estaba listo, que esa misma tarde lo presentaría con sus jefes y a la noche siguiente, o sea hoy, vendría a verme cantar para decirme como le había ido, como nos había ido. Pero como ya saben, él nunca llegó. Me mintió. Me engañó, dejándome más muerta que antes de que me devolviera la vida. Dejándome sin esperanzas, sin ganas de seguir.

Recordar que Omar no había hecho más que tomar lo que buscaba de ella y después salir corriendo, fue demasiado para Gloria. Sus ojos, que apenas se secaban del reciente llanto, se llenaron de lágrimas. El pecho le dolía y el aire le faltaba. Su vista pareció nublarse y dejó de escuchar las voces de su ebria audiencia, lo único bueno de aquella lamentable y dolorosa situación en la que se encontraba. El peso de su pesar fue mucho para sus debilitadas piernas y cayó de rodillas sobre el escenario. Se derrumbó, pero nunca dejó de cantar.

"A...diooooooooooos

a él que en...tregué el...corazón,

al amor...que fue mi ilusión

aquella noche tropical.

A a a dioooooooooos.

Adios".

Con ese último adiós, no sólo terminó su interpretación. Con esa última palabra que salió de su boca, también acabó su vida. Ese veneno que vertiera en la copa que bebió antes de salir a escena, finalmente dio resultado. Esa sustancia tóxica que compró pensando en no volver a su pueblo como su prima Rebeca, fracasada y con un chamaco en brazos, surtió efecto de una vez por todas. Su corazón se detuvo y con éste, al menos en el plano físico, todo su sufrimiento, todo su penar. Gloria se desplomó sobre el entablado. Gastó su último aliento preguntándose, sin obtener respuesta, que estarían haciendo en ese mismo instante su madre y Omar. Sus ojos se cerraron, húmedos hasta en su muerte.

Contestado a esa pregunta que Gloria se hizo en el último segundo de su vida, al momento de su muerte, su madre abría el cheque que ella enviara unos días antes sin saber que ese sería, el último que recibiría. En cuanto a Omar, no se encontraba muy lejos del bar. Si no hubiera tomado tan drástica decisión, habría sabido que la tardanza de su amado se debió al congestionamiento vehicular, que contrario a lo que ella creía, sí tenía pensado cumplir su promesa. Omar se encontraba dentro de un taxi a unas veinte cuadras de su destino. Cargaba consigo dos cosas. En sus manos, llevaba el demo que semanas antes grabaran juntos, el mismo que había dejado con gratas impresiones a los ejecutivos. En su corazón, traía la felicidad que sabía que su novia sentiría al saber que harían de ella una estrella. Gloria nunca se enteró de tan maravillosa noticia, murió creyéndose la más estúpida y desafortunada de las mujeres. Omar supo, poco después, que esa estrella a la que todos imaginaban en el firmamento musical, se había apagado ya.

Mas de edoardo

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Prostituta adolescente

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TV Show

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Triste despedida que no quiero repetir

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El pequeño Julio (la primera vez)

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My female side