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Tratando de hacer sentir mejor a mi madre.

en Amor filial

Graciela arrojó la lámpara contra el espejo, quebrándolo en decenas de pedazos y haciendo tanto ruido que despertó a su hijo, quien de inmediato se levantó de la cama para averiguar que sucedía. Se sentía tan poca cosa que no deseaba mirar su reflejo nunca más. Estaba convencida de ser la mujer más horrible del planeta. Su esposo, ese quien fue el único hombre en su vida y con quien se casó apenas cumplió los quince, la había dejado por una chiquilla hacía ya un par de meses y, después de tanto pensar, no encontraba otra explicación para ello que su asqueroso físico. Ese pensamiento la atormentaba y ya no quería verse ni el rostro. Culpándose del abandono de su marido, se derrumbó y comenzó a llorar amargamente.

Su hijo entró en la habitación y, al verla tirada en el piso y con los ojos llenos de lágrimas, corrió a levantarla. Como ya se estaba haciendo costumbre, la estrechó entre sus brazos e intentó calmarla con palabras de aliento, pero toda frase resultó inútil. Ella simplemente no paraba de llorar. Nada de lo que él le dijera podría borrar de su mente la idea de que ella y sólo ella, era la causante del fracaso de su matrimonio.

- Soy horrible y asquerosa, hijo. Por eso me dejó tu padre, porque ya no le gustaba. - Exclamó Graciela en medio de sollozos.

- ¿Qué? Claro que no, mamá. Si mi padre se fue, es porque es un idiota. Tú no eres fea y mucho menos asquerosa. Eres la mujer más linda que conozco. - Aseguró el jovencito.

- Sólo me lo dices porque eres mi hijo y quieres hacerme sentir mejor, pero yo se que no es cierto. Dime la verdad. Dime que a ti también te doy asco. Dímelo. - Ordenó la alterada mujer.

- ¿Cómo quieres que te diga algo que no pienso? ¿Cómo quieres que te diga que me das asco cuando te considero hermosa? - La cuestionó el chamaco.

- Entonces, si no te doy asco y tan hermosa me consideras, bésame. - Suplicó ya más tranquila, pero no por eso menos triste.

El adolescente se petrificó ante la petición de su madre y no supo como reaccionar. Era cierto que pensaba en ella como una bella dama, pero de eso a querer besarla...había una diferencia abismal. Por más atractiva que ella fuera, no podía hacerlo. Era su madre, por Dios. ¿Cómo besar a la mujer que le dio la vida?

- ¿Lo ves? Ya sabía yo que eras un mentiroso. Si tan bonita te pareciera, no te habrías quedado ahí, paralizado. - Afirmó Graciela, con los ojos otra vez vidriosos.

- No, por favor no llores mamá. Si no te besé...fue porque... - Quiso explicarle, pero le fue imposible finalizar la frase pues ella lo interrumpió.

- Porque me mentiste y crees que soy espantosa, un fenómeno de la naturaleza. Más asquerosa que una cucaracha. Un desecho de la vida. Peor que un gusano embarrado en la pared. Un... - Tampoco ella pudo continuar hablando. Su hijo decidió cumplirle sus deseos.

Él sabía que cuando su madre se ponía en ese plan, no existían palabras que la hicieran entender. Tratando de no pensar en el lazo que los unía y seguro de que era el único recurso para callarla, la tomó de la cintura, la apretó contra su pecho y la besó. Ella, sorprendida por el atrevimiento del chamaco, permaneció indiferente por un breve lapso, pero después separó sus labios para darle paso a esa lengua que tanto placer le daría minutos después. Olvidándose de que eran madre e hijo, cruzaron la entrada a un mundo al que nunca imaginaron viajar juntos.

Ella colocó su mano derecha en la nuca de su hijo, para empujarlo hacia ella y darle más profundidad al beso. La que le quedaba libre la llevó hacia la entrepierna y, como a él no le gustaba usar ropa interior debajo de la pijama, fue como si tocara su pene directamente. Si es que ya antes no lo estaba, descubrir la forma del miembro del jovencito, con un pantalón incapaz de ocultarla, la excitó. Apretó con fuerza ese pedazo de masculina carne y le imprimió más pasión a sus movimientos bucales.

- ¿Te han hecho sexo oral, David? - Le preguntó Graciela, luego de finalmente haberse separado de sus labios.

El nervioso chico no pudo ni responder. Lo que pensó sería un simple beso para hacer sentir mejor a su madre, se había salido de control y ahora ella estaba ahí, tan cerca de su cuerpo que sentía su respiración, ofreciéndole una mamada. Pudo haberse negado. Pudo haber salido del cuarto en ese momento en el que no estaban abrazados, pero no lo hizo.

A pesar de que ella era su progenitora, a pesar de que su cerebro no paraba de decirle que todo aquello estaba mal, una parte de él lo deseaba. Una parte de él ansiaba que esa carnosa boca, sin importar a quien perteneciera, rodeara su falo y lo hiciera terminar dentro de ella. Esa parte que no le permitía molestarse cuando alguno de sus compañeros emitía un comentario sexual acerca de su madre. Esa parte que le aconsejaba espiarla a la hora del baño y a la que él nunca había hecho caso, más por miedo que por falta de ganas. Esa parte que le decía que primero que nada eran un hombre y una mujer, que lo demás eran simples formalidades de la sociedad. Reglas estúpidas que sólo reprimen los instintos, esos que si en verdad fueran tan malos y anormales no existirían.

David nunca había escuchado a esa su voz interna, pero para todo hay una primera vez. Nunca había reparado en que su madre aún era joven y su cuerpo aún era capaz de despertar las más bajas paciones, incluso en él. Nunca la había visto con ojos de lujuria, pero ya no pudo evitarlo más. Saliendo del trance en el que entró al oír aquella pregunta, se bajó los pantalones y dejó libre a su ya erecta y babosa polla.

Graciela entendió lo que ese movimiento significaba y sin dudarlo un segundo, se lanzó a devorar tan apetitoso instrumento. Lo metió entero en su boca y, sin encontrar en su buena longitud un obstáculo, dio inicio a la tarea de subir y bajar a lo largo de su tronco, manteniendo en ocasiones sólo el glande dentro.

No era la primera vez que al chico le manaban la verga, pero sí la mejor de todas. A pesar de que, por su buena suerte con las mujeres, se había iniciado en eso del sexo apenas entrada la adolescencia, nunca alguien le había hecho tan bien el sexo oral. Su madre era toda una experta y era precisamente eso, el parentesco entre ellos, lo que más disfrutaba. Jamás había gozado tanto ver a su pene entrar y salir de una boca. Siempre tardaba un buen rato antes de sentir que el orgasmo se aproximaba, pero esa ocasión fue diferente. Aunque apenas habían pasado unos minutos desde que bajara su pijama, había comenzado a sentir un hormigueo en los testículos y era muy pronto para eyacular.

Le pidió a su progenitora que se detuviera y, una vez que ésta se puso de pie, volvieron a besarse. Con desesperación y algo de torpeza, la desnudó completamente para después tirarla a la cama y recorrerla con su lengua hasta el último rincón.

Inició por su rostro, orejas y cuello. Luego bajó a sus senos, donde se tomó su tiempo para chupar, morder y estrujar esos endurecidos y oscuros pezones por los cuales de pequeño se había alimentado. Siguió descendiendo por su vientre sin detenerse hasta llegar a sus pies. Lamió la planta y cada dedo de estos, para después emprender el camino de regreso y ocuparse del único lugar que le faltaba. Hundió su rostro entre las piernas de la enloquecida mujer y, como si aún quedara alguna, empezó a curar con saliva las heridas que su nacimiento causara hacía ya casi diecisiete años.

Ella se estremeció al primer contacto de aquella lengua sobre su vulva. Atrapó la cabeza de su hijo con sus muslos para obligarlo a no separarse de ella, para rogarle que continuara haciéndola vibrar de esa manera en que sólo su padre lo había hecho. El jovencito no necesitaba de eso para desempeñar su trabajo con pasión y empeño, pero aún así encontró satisfactoria aquella suplica. Siguió lamiendo cada uno de esos mojados y tibios pliegues con todas sus ganas. No paró hasta que, luego de sentir el filo de unos dientes alrededor de su clítoris, su madre explotó en un intenso y prolongado orgasmo del cual él bebió lo más que pudo.

- Ahora...ahora tú. - Apenas y atinó a decir Graciela, todavía bajo los efectos de haber llegado al clímax e intentando sugerir que era tiempo de la penetración.

A pesar de lo poco claro del mensaje, David comprendió a lo que ella se refería y, colocando las piernas de ésta sobre sus hombros y la punta de su hinchado y palpitante miembro en la entrada de esa todavía inquieta vagina, la atravesó con su enorme hombría, provocándole a ambos un suspiro que fue muestra de lo mucho que estaban disfrutando y lo que aún les quedaba por disfrutar.

Habiendo logrado que ella terminara una vez antes del coito, el ansioso adolescente no se sintió obligado a pensar en otra cosa que no fuera su propia satisfacción. En cuanto sus testículos chocaron contra la entrepierna de su madre, comenzó a follarla rápida y furiosamente. Era muy poco lo que salía de su pene y mucha la fuerza con que embestía, lo que en un principio representó para ella un poco de dolor. Mismo que desapareció transcurridos los primeros cinco minutos, luego de los cuales le pidió que le diera más duro y él, como buen hijo, obedeció e incrementó el ritmo y la violencia de sus estocadas.

Así continuaron por un buen rato, ella pidiendo más y él complaciendo sus peticiones, hasta que, en medio de fuertes alaridos que anunciaban la magnitud con que sus sentidos eran golpeados, el chamaco no pudo contenerse más y se vino dentro de quien años antes lo trajera al mundo. Ella, al sentir los chorros de semen de su muchachito chocando contra las paredes de su vagina, también se corrió. Ambos estaban exhaustos y, sin dejar de estar unidos por sus sexos, se quedaron dormidos al poco tiempo.

A la mañana siguiente, David se despertó y estiró el brazo pensando que su madre estaría acostada con él, pero ella ya había salido de la recámara y estaba en la cocina, preparando el desayuno. Con una sonrisa de oreja a oreja, que se dibujo en su cara al recordar lo que había pasado la noche anterior en esa misma cama, el alegre jovencito se puso el pantalón y se incorporó de un salto. Bajó las escaleras y caminó hasta donde Graciela.

Ella se encontraba de espaldas junto a la estufa, cocinando un par de huevos rancheros. Él se acercó y la abrazó por detrás, restregándole contra las nalgas su, por andar pensando en su anterior encuentro, endurecida verga. La besó en el cuello y le dio los buenos días esperando una respuesta de su parte, pero ella ni se inmutó. Siguió cocinando.

- ¿Por qué te levantaste de la cama? Creí que repetiríamos lo de anoche. Creí que te había gustado como te lo hacía y ya no podrías vivir sin mi polla enterrada en tu cuevita. - Insinuó el calenturiento muchacho, frotando su miembro a lo largo y ancho de aquel voluptuoso trasero como si ella fuera, más que su madre, su amante.

- Saca los platos que el huevo ya está listo. - Ordenó ella, ignorando las insinuaciones de su hijo y con un tono de voz frío que parecía no acordarse de lo que habían vivido juntos.

Un tanto confundido, el chaval puso la mesa y, al menos por un tiempo, no hizo comentarios aludiendo a lo ocurrido la noche anterior. Se limitó a comer y a observar como su madre lo hacía, aguardando a que los dos terminaran para atacar de nuevo. Cuando tragó el último bocado, se levantó de la silla y se dirigió a la de ella. Se le plantó enfrente y bajó su pijama, dejándole la verga a unos cuantos centímetros de la cara.

- ¿No vas a querer postre? - Preguntó el jovencito, refiriéndose claramente a su pene.

Graciela no dijo ni hizo nada. Recogió la loza y, luego de meterla en la máquina lava platos, tomó su bolso con la intención de salir. El muchacho la siguió con su falo balanceándose en el aire e interrogándola acerca de su indiferente actitud. Ella continuó sin pronunciar palabra y abrió la puerta. Antes de abandonar la casa dio media vuelta y le soltó una tremenda bofetada a su hijo, quien sorprendido, no pudo hacer nada para evitar que se fuera. David no comprendía el porque su madre se comportaba de esa manera, pero si entendió que entre ellos, al menos en el plano sexual, nada volvería a pasar. Terminó de quitarse los pantalones y caminó hasta su cuarto. Se acostó sobre su cama y comenzó a masturbarse frenéticamente, pensando en aquellos momentos en que estuvo dentro de su madre, sintiendo como la vagina de ésta aprisionaba su verga con aquel calor delicioso. Pensando en esa noche que, a pesar de sus deseos, ya sólo sería un recuerdo. Uno muy bello, pero al fin y al cabo...un simple recuerdo.

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