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El pequeño Julio (la primera vez)

en Gays

Corría el año del 92, en el cual hasta ahora, no había ocurrido algo en especial que lo diferenciara de los anteriores en la corta y monótona vida de Julio, un niño de escasos 11 años dedicado en cuerpo y alma a la tarea de hacer felices a sus padres obteniendo siempre las mejores notas.

A pesar de tener apenas once años, Julio ya se encontraba en el primer grado de secundaria. Gracias a su gran inteligencia había comenzado la primaria por el segundo grado, saltándose el primero. Ese no fue el único logró que obtuvo. Sus habilidades superiores le dieron el primer lugar en varios concursos, en especial de matemáticas; así como numerosos puestos políticos dentro de las organizaciones estudiantiles. Era el niño que cualquier padre podía desear: responsable, inteligente, educado y obediente.

Por desgracia para los niños de once años, o para cualquier niño en general, esas no son cualidades muy apreciables, en especial si carecen de ellas. Julio tenía que pagar un precio por ser el consentido de profesores y directivos: la soledad. Durante la etapa de la primaria tuvo muy pocos amigos, por llamarles de alguna manera, ya que sólo se acercaban a él buscando recoger algunas migajas de sus triunfos. En la secundaria su vida social no daba muestras de mejorar. La única persona con la cual tenía una relación cercana a la amistad era Roberto, el portero de la escuela. Todos los días caminaba directo al portón para sentarse al lado del viejo y escuchar las historias que este le contaba. En ocasiones eran aburridas y en veces fantasiosas, pero Julio no tenía absolutamente nada mejor que hacer dentro del colegio. Se la pasaba todo el día estudiando, como para también hacerlo en la hora del almuerzo. La pobre vida social que llevaba el niño no únicamente era en la escuela, también con sus vecinos tenía problemas de comunicación. Cuando regresaba a su casa la mayor parte del tiempo lo invertía en estudiar y en algunas (muy pocas) ocasiones veía televisión.

La única distracción que tenía el chamaco eran los paseos con su tío Javier. A pesar de tener cerca de 40 años, el tío Javier seguía siendo soltero, y al no conocérsele novia alguna todo mundo aseguraba se mantendría así para toda su vida. El no estar casado no impedía que le agradaran los niños, y al no tener los suyos había adoptado a "Julito" (como lo llamaba de cariño) como su consentido. Lo llevaba al cine a ver todas las películas de dibujos animados, lo llenaba de regalos cada cumpleaños y todas las navidades, lo quería mucho. Ese gran cariño que le tenía a su sobrino parecía algo de los más normal, un cariño parecido al que se le tiene a un hijo, nadie podría siquiera pensar en que se debiera a otra razón.

La noche buena se acercaba, y con ella también vendría una grande sorpresa para el niño. Una sorpresa que en un principio no le resultaría del todo indiferente o preocupante.

Todos los años Javier llevaba a su sobrino a escoger su propio regalo, decía que así no le daría algo que no fuera de su agrado. Llamó al niño y quedo de pasar por él a eso de las 3:00 de la tarde. Lo llevaría a comer una hamburguesa a un restaurante de comida rápida y después a comprar su obsequio para navidad. Llegó a la casa de Julito y lo recibió la madre de este, Teresa. Lo invitó a pasar y tomar un café, pero su hijo ni siquiera dejo que su tío se sentara. Estaba ansioso por comprar algún buen libro o un tablero de ajedrez nuevo. Se despidieron de Teresa y corrieron rumbo al centro comercial más cercano.

Cuando caminaban rumbo a la parada de autobús Javier le comentó a su sobrino que esta vez el ya había elegido el obsequio. Le dijo que irían a su casa para ver si le gustaba. A Julio no le pareció muy buena idea, pero de cualquier forma aceptó. Tomaron la ruta 33-A que era la que pasaba más cerca de la casa de su abuela (Javier aún vivía con su madre a pesar de tener 38 años). Durante el trayecto Julio trató de imaginar que podía ser lo que su tío había elegido, algo nuevo que terminó por alejar la decepción que le provocó el enterarse que este año no podría elegir su regalo. Pensó en una pelota, una camisa o algún carro a control remoto, cosas que generalmente regalan los adultos a un niño. El estar tan concentrado en tratar de adivinar, hizo que el camino pareciera más corto. Cuando menos lo esperaba ya habían llegado a su destino. Bajaron del autobús y recorrieron las cinco cuadras que los separaban de la sorpresa.

Al llegar a casa de Javier, Julio corrió rumbo a la recamara de su tío, pero no encontró nada a la vista que pareciera ser un obsequio. Javier entró al cuarto y abrió el closet. Sacó un pequeño paquete envuelto en una bolsa que contenía tres calzones tipo bikini.

Cuando se los dio a Julio este casi suelta una carcajada. Imaginó que el regalo sería algo tonto o inservible, pero nunca pasó por su mente la idea de que fueran calzones. Javier le sugirió probárselos, le dijo que el saldría del cuarto para que se sintiera más a gusto. Julio se quitó el pantalón y los boxers y abrió la caja de los slips para probarse el primero. La prenda era de color blanca con pequeñas rayitas en color negro y le quedaron a la perfección. La siguiente era de color azul oscuro, lisos, también le vinieron a la medida. Cuando estaba probándose los últimos, unos mitad negro mitad blanco, su tío entró sin tocar la puerta. Aunque el niño instintivamente se dio la vuelta, su tío alcanzó a admirarlo desnudo de la cintura para abajo.

Esa imagen sumada a la del liso y firme trasero del pequeño provocaron que su pene comenzara a crecer debajo de sus pantalones. Javier se disculpó por entrar sin avisar y se acercó un poco al niño. Le preguntó si estaba circuncidado. La pregunta era tan extraña que lo único que dijo fue si. Javier se acercó más, esta vez pegando su cuerpo al de su sobrino. Le preguntó si podía ver su pene, ya que nunca había visto uno con la circuncisión echa. El corazón de Julio latía a mil por hora, en parte por lo extraño de las preguntas y en parte porque podía sentir un gran bulto empujando sus nalgas (Julio era un poco más alto de lo normal a sus once años y su tío era bajo de estatura), lo que le provocaba una rara sensación nunca antes experimentada. Esta vez no abrió la boca, lo que Javier tomó como un si. Pasó su cabeza por encima del hombro del niño y tomó el pequeño y flácido miembro con sus manos.

El sentir a su tío más cerca de su cuerpo y la sensación que le provocaban las manos sobre sus genitales hicieron que tuviera una erección. Javier sintió como el pene de su sobrino crecía entre sus manos, lo que hizo que el de él alcanzará su máximo tamaño. Acarició el tronco, en especial una vena saltada, el glande y los testículos. Julio había dejado de sentirse avergonzado e incómodo, el placer que le proporcionaban las expertas manos de su tío era mayor que cualquier miedo. Las caricias continuaron por unos momentos entre preguntas como: ¿no te duele está vena cuando la toco?, ¿recuerdas si te dolió cuando te hicieron la circuncisión?. Preguntas estúpidas que sólo buscaban que el niño pensara que en verdad esa razón era por la que estaba ocurriendo ese manoseo. Al principio Julio lo creyó, después dejo de importarle (era una persona bastante despreocupada y a la cual era difícil le afectara algo). Cuando sentía que el gozo estaba aumentando, su tío se retiro repentinamente y salió del cuarto diciendo: "te espero abajo cuando acabes de probarte todos". Julio se quedó totalmente desconcertado y lo único que atinó a hacer fue ponerse la ropa y soltar una pequeña risa.

Bajo a la cocina y había dos platos de sopa en la mesa. Comieron sin que alguno pronunciara palabra y en cuanto terminaron Javier llevo al chico de regreso a su casa. En la noche recostado en su cama, Julio no dejaba de pensar en ese momento tan placentero que pasó junto a su tío. Javier siempre le había parecido un hombre atractivo e inteligente y no se explicaba como era posible el que no estuviera casado, pero esa admiración comenzaba a tomar tonos distintos, lo que sembró bastantes dudas en Julio. No pudo dormir en toda la noche esperando volver a ver y sentir a su tío. Esperando que este inventara una nueva excusa para tocarlo.

No pasó mucho tiempo para que Julio recibiera la invitación de su tío a salir. Javier le pidió a su hermano Daniel (padre de Julio) que lo llevara a su casa a las cuatro, dijo se había estrenado una nueva película de dibujos animados en el cine y quería llevarlo.

Daniel dijo que si de inmediato y a las cuatro en punto estaba abriendo la puerta de la casa de su madre. Él y Julio entraron y escucharon el ruido de la regadera. Era Javier, a quien se le había echo un poquito tarde –intencionalmente – y aún no terminaba de ducharse. Le gritó a Daniel desde el baño que saldría en unos minutos, que si lo deseaba se podía marchar. Este aceptó, ya que tenía bastante trabajo pendiente y no podía perder el tiempo esperando a que su hermano saliera del baño. Le dijo adiós a su hijo y arrancó a toda velocidad rumbo a su oficina (era el jefe del departamento de recursos humanos de una empresa electrónica). Cuando Javier escuchó que la puerta se cerraba, le pidió a su sobrino que le pasara una toalla, ya que por las prisas –otra mentira- la había olvidado. La imagen que dibujo en la mente de su tío desnudo y mojado excito bastante a Julio. Tomó la toalla y entró al baño.

Cuando estaba a punto de decir "aquí te la de...", su tío abrió la cortina y estiró la mano para cogerla. Julio se quedo pasmado ante aquella hermosa escena, contrario a su tío que ni siquiera se inmutó. No pudo observar con detenimiento todo el cuerpo desnudo de aquel hombre, pero hubo algo que llamó su atención a pesar de los pocos segundos que lo tuvo frente a sus ojos (cuando Javier abrió la puerta Julio se volteó inmediatamente, dándole la espalda): su verga. No era la primera vez que veía el pene de un hombre completamente desarrollado, pero si el primero en completa erección. Le impactó su enorme tamaño y grosor, como se marcaban las venas amenazando con explotar en cualquier momento, el intenso color rojo de la cabeza y los pequeños saltos que daba parecidos a los latidos del corazón.

Una pregunta se le vino a la mente: ¿qué se sentiría tocar aquella monstruosidad?. Esta cambió por ¿qué sabor tendrá?. Un poco temeroso por lo que le sucedía salió del baño y le dijo a Javier que lo esperaría en la sala. Este respondió que mejor lo esperara en su cuarto, así podía ver la televisión mientras el terminaba de ponerse la ropa. De inmediato supo que detrás de esa sugerencia había algo más. No podía saber con exactitud lo que planeaba su tío. La curiosidad, el morbo y la excitación causada por la escena del baño no lo dejaron siquiera dudarlo. Subió rápidamente las escaleras y entró a la recámara de Javier.

Caminó lentamente mirando todo a su alrededor, como queriendo encontrar alguna pista de lo que su tío pensaba hacer. No demoró más de un minuto en encontrar una. A un lado de la cama se encontraba una cómoda con el cajón abierto. Julio se acercó para mirar dentro del cajón y descubrió varias revistas. Como se lo imaginaba eran revistas llenas de pornografía.

Las fotografías mostraban escenas de penetración, sexo oral, sexo lésbico, orgías y hasta zoofilia. Las imágenes le parecieron un poco grotescas, pero de igual forma siguió ojeándolas poniendo especial atención en los cuerpos masculinos (sobre todo en los falos), los senos le parecieron asquerosos. Se recostó en la cama y pasaron los minutos. La temperatura a la que se encontraba no le permitió darse cuenta de que su tío estaba parado en la puerta observando como se deleitaba con aquellas páginas. Julio escondió las revistas y le preguntó a Javier por qué no se había vestido, por qué llevaba sólo la toalla atada a la cintura. Este no respondió palabra alguna y se acercó a la cama para sentarse a un costado de su sobrino.

¿Por qué escondes las revistas? –preguntó Javier-. No tiene nada de malo ver ese tipo de publicaciones, no me vas a negar que son muy excitantes, ¿o sí?. Se nota que te agradaron bastante –dijo dirigiendo su mirada a la entrepierna de Julio, la cual dejaba ver su erección-, ¿por qué no las vemos juntos?.

Se tiró sobre la cama y estiró el brazo hasta alcanzar las revistas. Aprovechando que tenía que pasar sobre Julio rozó sutilmente su oreja con los labios, lo que hizo que el chico se estremeciera. Abrió una revista y comenzó a ojearle. Julio ya no veía las fotografías, tenía la mirada fija en la toalla, o más bien dicho en lo que se levantaba de bajo de ella. Javier se dio cuenta y supo que era tiempo para su siguiente jugada. Tiró las revistas al suelo y le preguntó a Julio: "¿alguna vez te has masturbado?". El chavo sabía a la perfección de lo que le estaba hablando; aún cuando nunca lo había echo, había observado a algunos de sus compañeros. Respondió de una manera nerviosa que no.

No sabes de lo que te has perdido; pero no te preocupes, yo te voy a enseñar –dijo Javier en un tono dulce y suave-. Quítate el pantalón y los boxers.

El niño obedeció como si se tratara de un robot programado a las órdenes de Javier. Este también se quitó la toalla dejando al descubierto su más grande cualidad. Julio sentía que el corazón estaba por escapar de su pecho. El tamaño del pene de su tío lo había impresionado, pero al verlo de cerca y con más calma le parecía aún más largo y grueso. Sólo bastaría con estirar un poco el brazo para poder tocarlo, cosa que no hizo porque Javier se le adelantó. Tomó su miembro con la mano derecha y comenzó a frotarlo de arriba a abajo de manera lenta. Miró a Julio directo a los ojos y este comenzó a imitarlo de inmediato. Después de un pequeño rato de sube y baja, Javier se detuvo y le pidió al niño se detuviera también. Se levantó y se arrodilló a la altura de las pantorrillas de Julio. Le pregunto si alguna vez se había cogido a una chica y su sobrino le contestó que no.

Yo no soy una chica, pero de igual forma tengo por donde me la metas – dijo Javier con voz entrecortada a causa de la enorme excitación que le provocaba tener a su sobrino en su cama-. Pero antes voy a prepararte.

Al chamaco le pareció vulgar la forma de hablar de su tío, pero lejos de molestarle le alborotaron más las hormonas. Javier e inclinó hasta quedar a la altura del pequeño miembro de su sobrino. Con la punta de la lengua tocó la cabeza y fue bajando lentamente por todo el tronco. Julio apretaba las sábanas por el enorme placer que le daba esa nueva experiencia. Sentía la lengua recorrer todo su pene. Después la boca de su tío capturando el glande y acariciándolo dentro de ella con su audaz lengua. Fue introduciendo poco a poco todo el tronco a la vez que acariciaba los testículos, dándole pequeños jaloncitos que prendían más a su sobrino.

El mete y saca no duró mucho tiempo. Cuando sintió que tocaba la garganta una chispa viajo a través de todo su cuerpo, de pies a cabeza, dejando escapar por primera vez en su vida una descarga de semen. Javier sacó el miembro de su boca y limpió con la lengua los rastros de esperma que quedaron. Se recostó al lado de su sobrino y le dijo: "No creí que fueras a terminar tan rápido, ¿ahora como voy a disfrutar yo?". La intención de Javier era hacer que su sobrino terminara para que se sintiera obligado a corresponderle de alguna u otra forma, nunca paso por su cabeza el dejarse penetrar por el niño, a pesar de todo se sentía "muy hombre". Julio hizo exactamente lo que su tío deseaba. Se puso de rodillas frente a su verga, la tomó con una de sus manos sintiendo la dureza que tenía. Empezó por masturbarlo lentamente, el meter aquel enorme pedazo de carne en su boca le daba un poco de miedo y trataba de retrasarlo.

Después de unos segundos cerró los ojos y tragó la mitad del miembro de Javier. Este gimió suavemente al sentir como lo acariciaban los inexpertos labios de su sobrino. El muchacho no había mamado una verga antes, por lo que sus movimientos eran un poco torpes, pero lo que Javier disfrutaba era el acto y no la forma.

De repente Julio bajo una de sus manos a los testículos de su tío y los acariciaba suavemente, la otra bajo un poco más y masajeó de manera circular el ano. Javier se encendía cada vez más y se levantaba un poco metiendo más su pene en la boca del chico, lo que provocaba que este amenazara con deponer, algo que no hizo. Julio disfrutaba plenamente lo que estaba haciendo, tanto que su pene dormido había vuelto a cobrar vida, pero los minutos pasaban y su tío no daba muestras de terminar. Cuando la lengua empezó a adormecerse Javier susurró unas palabras: "Me vengo, ah si, sigue así, sigue así, me...". Inmediatamente después explotó dentro de la boca de Julio haciendo que este se atragantara y se retirara de la posición en que estaba, por lo que los siguientes chorros de esperma fueron a dar al pecho de su tío. El chico no dejaba de toser y su tío no paraba de burlarse de él. Cuando la tos se esfumó, Julio sonrió y comenzó a limpiar el pecho de su tío para terminar recostado sobre él. Javier sonrió también y abrazó al pequeño fuertemente. Se quedaron en esa posición por unos minutos, sin decir nada. Julio se sentía seguro, feliz, olía el aroma a jabón de la piel de su tío. Javier se sentía realizado, como si hubiera logrado la conquista de un país entero o ganado las elecciones para presidente.

Los brazos de Javier dejaron de abrazar a su sobrino y tomaron su cara por ambos costados levantándola de manera que pudieran mirarse a los ojos. Tomó algunos mechones de su pelo entre sus dedos y con la otra mano recorrió cada línea del infantil rostro. Se detuvo sobre los labios, le dijo te quiero mucho y se acercó para besarlo. Julio había experimentado varias sensaciones nuevas aquella tarde, pero las palabras de cariño combinadas con un tierno beso le parecieron la mejor de todas. Sus labios apenas se movían, como procurando que el momento nunca terminara. Cuando finalmente se separaron volvieron a abrazarse y se durmieron profundamente.

El rechinar de la puerta principal los despertó precipitadamente. Era la abuela de Julio, Rosa, que llegaba a casa después de visitar a su hija Andrea. El niño y su tío saltaron de la cama buscando sus ropas. Se las pusieron lo más rápido posible y Javier sacó una baraja que esparció por toda la cama. Se sentaron tratando de disimular su agitación y escucharon que Rosa subía las escaleras preguntado quien estaba arriba. Cuando llegó al cuarto vio a su hijo y a su nieto jugando baraja. Saludo muy fríamente al niño (siempre lo había odiado por ser más bello e inteligente que todos sus demás nietos) y volvió a bajar. Julio y Javier se voltearon a ver y soltaron una carcajada.

Creo que es hora de que te lleve a tu casa, ya es un poco tarde –dijo Javier con un tono melancólico-. Me gustaría que te quedaras a dormir con migo, pero no es posible.

No te preocupes, si quieres podemos vernos mañana para que me sigas enseñando más cosas –respondió Julio con voz alegre-. Pasa por mi cuando salga del colegio.

Javier besó suavemente a Julio, le dio una nalgada y los dos bajaron las escaleras esperando el día de mañana para continuar con las lecciones. Durante el camino a casa Julio no pudo dejar de sonreír, se sentía enormemente feliz. No sabía con exactitud lo que era amar a alguien, pero estaba seguro que el sentimiento que experimentaba era algo muy parecido, al menos.

Cuando se despidió de Javier su interior pareció vaciarse y tuvo que realizar un gran esfuerzo para no derramar una lagrima. Se quedo en la puerta mirando a su tío alejarse, hasta que la oscuridad de la calle ya no se lo permitió más. Teresa y Daniel vieron muy feliz a su hijo y le dijeron: "Julio, no nos has contado que te va a regalar tu tío. Debe ser algo que te agrado mucho, porque te ves muy feliz". El chico respondió que era el mejor regalo que podía existir y subió a su cuarto sin pronunciar una palabra más. Sus padres quedaron complacidos con la felicidad que mostraba su retoño, pero si hubieran sabido lo que la causaba seguramente habían puesto el grito en el cielo. Ya en su cuarto, Julio se recostó sobre su cama y comenzó a recordar. Entre recuerdo y recuerdo el sueño lo fue venciendo y sus ojos se cerraron hasta la mañana siguiente.

Las seis horas de escuela parecieron un siglo para el niño. Miraba su reloj cada cinco minutos ansiando dieran la campanada de la una para correr a los brazos de su tío. Cuando la campana sonó anunciando el final del día Julio salió volando rumbo a la entrada trasera (que usaban como salida) y miró a su alrededor tratando de toparse con la mirada de Javier.

Este se encontraba parado al lado de un árbol. Llevaba una camisa blanca muy delgada que dejaba ver sus tetillas y su abdomen, un pantalón azul un poco ceñido al cuerpo que marcaba su perfecto trasero y advertía un gran bulto al frente. El sólo mirar a aquel hombre tan hermoso lo hizo excitarse, por lo que tuvo que usar su mochila por delante, para que nadie notara la forma de carpa que este tenía. Se acercó a Javier y le dijo hola. Su tío lo tomó por el hombro y partieron con rumbo desconocido para el chamaco. Julio preguntó a donde se dirigían y Javier le contestó que ahora irían a la casa de un amigo, que ahí nadie los molestaría. Julio mostró una enorme sonrisa que mantuvo hasta que llegaron a la casa de Ramón (el amigo de Javier).

En cuanto cerraron la puerta comenzaron a aprovechar el tiempo. Las manos de uno recorrían el cuerpo del otro mientras sus lenguas se entrelazaban en un húmedo beso. La ropa volaba dejando ver poco a poco más piel, hasta que quedaron desnudos por completo y se tiraron sobre el sofá. Julio estaba encima de Javier besando su cuello, el cual recorría de extremo a extremo.

Con una de sus manos acariciaba suavemente la oreja introduciendo un dedo de vez en cuando. Con sus nalgas se movía de manera circular sobre la verga de su tío. Javier dejaba que su sobrino tomara toda la iniciativa, estaba gozando al máximo y el placer que sentía comenzaba a reflejarse en el tamaño, grosor y dureza de su miembro. Cuando se sintió lo suficientemente excitado como para pasar a otro nivel, Javier tomó a su sobrino por los glúteos, lo levantó y camino hacia el dormitorio. Lo dejó caer suavemente sobre la cama y le mostró a su sobrino un condón que había cogido de su pantalón antes de aventarlo por el aire. Lo abrió lentamente con los dientes y se acercó a Julio susurrándole al oído: "Muero por partirte tu hermoso culo".

El niño se estremeció por completo; en parte le excitó la forma tan vulgar en la que le habló su tío y la idea de ser penetrado, pero por otro lado le dio un poco de miedo el enorme tamaño del pene de Javier, el dolor que este le causaría. Javier comenzó a desenrollar el condón sobre su pija al tiempo que mamaba la de su sobrino, buscando que este se calentara más y opusiera menos resistencia a la hora de la penetración. Julio no gozaba como antes, seguía pensando en el dolor que estaba a punto de experimentar. Después de unos instantes de trabajar sobre el falo del chico, Javier siguió con su ano. Primero lo lamió suavemente de manera circular, oprimiéndolo un poco algunas veces. Después lo estiro usando sus dedos e introdujo la punta de la lengua, lo que hizo que Julio gimiera de placer. Ese gemido fue la señal para que Javier comenzara con la penetración.

Levantó las piernas del chico sobre sus hombros y acomodó la cabeza de su pene en la entrada de su culo, al mismo tiempo que agachaba su cabeza para besar su cuello. Comenzó a empujar pero la resistencia era demasiada y no avanzó ni un milímetro. Sus esfuerzos no cesaron y después de unos momentos de lucha consiguió que el glande se abriera paso. Julio gritó de dolor y de inmediato suplicó a su tío que no continuara. Este no le hizo ningún caso y siguió con su envestida hasta que introdujo la mitad de su pene. Para ese entonces los gritos de dolor de Julio se habían transformado en llanto.

Las lágrimas del chico no conmovieron ni siquiera un poco al monstruo en el que se había convertido su tío. La expresión de su rostro dejo de ser dulce o lujuriosa, ahora estaba llena de rabia. A manera de gritos le dijo a Julio: "No chilles maldito maricón apenas va la mitad, si bien que querías que te la metiera desde la primera ves que me la viste en el baño. Ahora te aguantas porque no pienso sacártela antes de que termine". El dolor que le provocaba el ser penetrado era sin duda enorme, pero el que le causaron aquellas palabras destrozó por completo su corazón. La imagen de la pareja perfecta que había formado al lado de su tío se vino abajo. Aquel amor que comenzaba a nacer dentro de él fue arrancado de tajo por los bruscos movimientos de Javier y el golpeteo de sus testículos contra sus nalgas.

Su tío era todo un semental y no pasó menos de una hora antes de que se corriera. Todo ese tiempo Julio paró de llorar, se quedó en estado de shock y ni siquiera sentía más dolor. Solamente pensaba en aquel momento en que abrazados escucho a Javier decir te quiero y después se besaron tiernamente. Aquellos minutos de felicidad plena que seguramente no volvería a experimentar, al menos con su tío. Cuando Javier salió del niño se retiró al baño sin decir una sola palabra, dejándolo en la cama adolorido, humillado, desecho.

Julio se levantó de la cama y vio las manchas de sangre y restos de semen que quedaron sobre las sábanas, apenas y podía caminar. Reuniendo todas las fuerzas que le quedaban caminó hasta la sala y fue recogiendo prenda por prenda. Se vistió lo más aprisa que pudo y salió del departamento. No sabía donde se encontraba ni como podía regresar a su casa, pero sabía perfectamente que no podía quedarse al lado de Javier ni un minuto más. Caminó sin rumbo alguno siempre apoyándose en la pared. Luego de dos horas de camino logró reconocer el sitio donde se encontraba. Tomó el primer camión que lo llevaba a su casa y en cuanto se sentó soltó el llanto. Aún le costaba trabajo creer lo que su tío le había hecho, nunca pensó que podía ser violado, y menos por su tío. Se sentía avergonzado y estúpido, sensación que se incrementaba por tener las miradas de todos los pasajeros sobre él.

De no ser porque ya no le quedaban fuerzas para caminar se hubiera bajado de inmediato. ¿Cómo pude haber caído en su juego? ¿De qué me sirvió toda mi inteligencia?, se preguntaba una y otra vez. Siempre había criticado a las personas que se segaban por amor y no veían la realidad en la que vivían, pero a él le pasó lo mismo. Había bastado un día de calentura para que idolatrara a su tío y se imaginara mil y un cuentos de hadas. La luz de una ambulancia lo devolvió a la Tierra y se dio cuenta de que el camión había llegado a la esquina de Manuel M. Ponce y Javier Mina, lugar donde tenía que bajar y caminar algunas cuadras a su casa. En el trayecto rezaba porque su madre no estuviera en casa, lo último que necesitaba en ese momento era una cesión de preguntas. Afortunadamente así fue, la casa estaba completamente vacía. Subió a su cuarto y se dirigió al baño.

Necesitaba lavarse, quería limpiar toda la suciedad que sentía al menos de manera física. La podredumbre en su alma no se esfumaría con un poco de agua y jabón. Cuando terminó de ducharse se acostó y pretendió quedarse dormido, cosa que no logró después de dos horas de pensar y pensar. Pensar en cómo sería su vida a partir de entonces. Pensar si debía ignorar todo lo que había sucedido y tratar de vivir normalmente. Pensar si tenía que denunciar los hechos y manchar la vida perfecta de su familia.

Ninguna opción parecía satisfacerlo del todo. Ninguna excepto por la que imaginó en un arrebato de rabia. De repente comenzó a surgir en él un sentimiento de rabia que creía, sólo se calmaría cuando tomara venganza, cuando castigara a su tío por haber jugado con él. No estaba seguro de que el hacerlo le devolvería la paz que había perdido, pero lo que si sabía era que no lo averiguaría hasta que viera a su tío encerrado en un ataúd y tres metros bajo tierra. Estaba convencido de cual sería su siguiente meta, lo único que necesitaba hacer era pensar en la manera en que llegaría a ella…

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El ángel de 16 (4)

Asesino frustrado

El ángel de 16 (3)

El ángel de 16 (2)

Por mi culpa

El ángel de 16

Triste despedida que no quiero repetir

Un día en mi vida

Utopía

El amor llegó por correo

El mejor año

Mi primer amor... una mujer

My female side