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¿A dónde vamos?

en Gays

Era viernes y Valente estaba listo para la fiesta. Como todos los fines de semana, tenía la intención de salir a bailar y tomarse unos tragos con los amigos, siempre con la esperanza de encontrarse con algo, o mejor dicho, alguien más. Salió a toda prisa de su despacho de contaduría, directo a darse un baño y vestirse con sus mejores galas. Entró en su auto y pisó el acelerador a fondo. Mientras esquivaba a los demás vehículos y como si la noche de parranda hubiera comenzado, cantaba a todo pulmón sus canciones favoritas, sin importarle lo desafinada que era su voz. En unos cuantos minutos se estacionó fuera del edificio donde vivía. Bajó del coche y, aún tarareando una melodía, caminó hasta el portón. Cuando estaba a punto de introducir la llave, bajó la mirada y se topó con un chico, tirado en el piso y con la ropa sangrada.

- Pero...¿Qué diablos te pasó chamaco? - Preguntó Valente, sin obtener respuesta alguna.

El muchacho se encontraba demasiado turbado como para contestar. Tal vez ni siquiera escuchó la pregunta. No estaba inconsciente, pero lo parecía. Sus ojos, entre lo hinchado de sus párpados y las manchas de sangre, estaban clavados en un punto fijo, como si hubieran perdido la noción de la realidad, como si se encontrara en un tipo de trance. Valente volvió a interrogarlo e intentó hacerlo reaccionar con ligeros movimientos, pero nada, el jovencito no daba señales de vida. Al ver que sus esfuerzos eran inútiles y despidiéndose de su noche de fiesta, el antes despreocupado cantante cargó en brazos al lastimado sujeto y, después de abrir con mucha dificultad la reja, ambos entraron al edificio. Tomaron el elevador y, una vez en el cuarto piso, caminaron hasta el departamento con el número veinte.

Luego de un pase de llaves penetraron en el lugar, que por lo bien decorado que estaba, se podía adivinar que su dueño tenía un muy buen empleo. Dicho propietario llevó al chico a su recámara y lo recostó en su cama para, ya con las manos libres, llamar a una ambulancia. En eso estaba, cuando escuchó el inconfundible sonido que se emite al cargar un arma. De inmediato comenzó a temblar. Colgó muy lentamente la bocina y, aún más despacio, dio media vuelta, rogando que sus nervios hubieran provocado ese tan desagradable ruido. Para su mala suerte, no fue así. Ese joven que minutos atrás parecía estar al borde de la muerte, lo apuntaba con un revólver. El corazón se le bajó hasta los pies.

- Pon las manos detrás de la cabeza y camina hacia acá. - Ordenó el delincuente - No intentes hacer nada si no quieres que te mate. - Advirtió.

Valente obedeció las órdenes de quien creyera un chamaco en problemas. Se acercó cautelosamente a la cama y, después de escuchar otra orden, se acostó boca abajo. Su atacante, sin dejar de apuntarle con la pistola y usando un par de esposas que sacó de sus holgados pantalones, le aseguró las manos contra la cabecera, inmovilizándolo. Después, ya con la seguridad de que no encontraría resistencia, buscó en los bolsillos de su víctima las llaves, mismas que arrojó por la ventana. Al percatarse de ello, el aterrorizado contador supo que aquel que lo había atado, no estaba solo. Al poco tiempo, sus sospechas fueron confirmadas. Dos sujetos más, que al igual que el primero no debían pasar de los veinte, entraron al departamento.

- ¿Qué pasó José? ¿Fue difícil someterlo? - Preguntó el más alto de los tres a quien fuera el que inició el trabajo.

- Para nada mi Luis, resultó mucho más sencillo de lo que esperábamos. - Respondió José.

- Lo ves, te dije que si tú eras el que se hacía pasar por herido todo saldría mejor. Eres el galán de la banda y éste puto no perdería la oportunidad de follarse a un chavito guapo como tú. - Comentó el tercero.

- Pues si, aunque al principio tenía mis dudas, tengo que reconocer que tu plan fue muy bueno Mario. No creí que fuera a gustarle con toda la sangre y los moretones que me pusieron, pero ahí tienen, es mucho más caliente de lo que nos dijeron. - Afirmó José, quitándose el maquillaje y los trozos de falsa piel que simulaban sus heridas y colocándose después frente a la cara de su prisionero - Dime una cosa, maricón de mierda, ¿así te gusto más? ¿Así te dan más ganas de cogerme?

Valente no podía contestar, estaba horrorizado con lo que acababa de escuchar. Le parecía increíble que aquellos muchachitos lo hubieran investigado, que lo creyeran un depravado que anda por la vida buscando menores para meter a su cama, que hubieran elaborado un plan detallado e incluso hubieran maquillado a uno de ellos como si fueran profesionales en el área, porque aquellos moretones habrían engañado a cualquiera. Se preguntó qué había pasado con esos años en que los adolescentes se dedicaban a jugar fútbol en las calles y no a planear asaltos a mano armada. Se preguntó muchas cosas y lo único que obtuvo fue aumentar su miedo y un golpe por parte de sus captores, por no responder a sus cuestionamientos.

- José te preguntó sí así te gustaba más y te daban más ganas de cogértelo. No hemos oído tu respuesta, idiota. - Insistió Luis.

Valente levantó la mirada para darle un vistazo al chico y en lugar de heridas, encontró un rostro sumamente atractivo. José era de piel blanca, nariz recta, cejas pobladas, labios gruesos, ojos negros y cabello castaño. Por si unas facciones finas no fueran suficientes, llevaba una barba de tres días que le agregaba un toque de sensualidad a su juvenil apariencia. En verdad que el escuincle era muy guapo y si hubiera sido otra la ocasión, el contador no habría dudado en proponerle algo; sin embargo, esa noche no era el caso, si lo había llevado hasta su recámara era para ayudarlo y no para acostarse con él. Sus intenciones nunca fueron otras que prestarle auxilio. Así se los hizo saber a los tres, ganándose un par de puñetazos más.

- No mientas. Sabes muy bien que te gusté, casi tanto como te va a gustar ella. - Aseguró José, mientras se bajaba los pantalones y dejaba al descubierto su endurecida verga - ¿Querías carne joven? Pues aquí la tienes. - Exclamó el muchacho, jalando a su víctima de los cabellos para obligarlo a tragarse entero aquel trozo de hombría e inmediatamente después comenzar a follarlo por la boca.

Lo inesperado de la maniobra, lo violento de los movimientos y las dimensiones de José, provocaron en Valente arcadas que tuvo que controlar por miedo a ser lastimado. A él le fascinaba mamar una buena polla, una como la que tenía entre sus labios en ese instante, pero aquella situación le hacía imposible disfrutar. De cualquier manera decidió poner de su parte para que el jovencito gozara, esperando que con eso no le hicieran más daño. Empezó a mover su lengua y por las sensaciones tan placenteras que provocaba en el chamaco, éste no pudo evitar gemir de gusto. Luego de unos cuantos minutos, los sujetos que hasta entonces habían permanecido como simples espectadores, se unieron a la fiesta.

Entre los dos, se deshicieron de los zapatos y los pantalones del contador. En cuestión de segundos, el bien formado y generoso trasero de Valente quedó expuesto ante sus ojos. Mientras con una mano lo acariciaban, los ladrones se bajaron sus jeans y calzoncillos con la otra, revelando que sus miembros no le pedían nada al de José. Ambos se hincaron sobre el colchón e iniciaron una batalla por apoderarse del ano de su víctima. El sentir un par de dedos intentando introducirse en su no tan estrecho orificio y dos penes rozando sus muslos, hicieron que el antes aterrorizado hombre se estremeciera, delatando que ya no le parecía tan desagradable la situación. Su cadera empezó a moverse como si tuviera vida propia.

- De veras que es bien puto. Mira como mueve el culo, buscando una verga que se lo ensarte. - Dijo Mario.

- Pues no lo hagamos esperar más. Tiremos una moneda para decidir quien se lo coge primero. - Propuso Luis, arrojando una moneda al aire.

Mario resultó el ganador y, con esa sonrisa característica de quien siente tener en su poder a otra persona, se colocó entre las piernas de Valente, listo para penetrarlo. Humedeció su falo con un poco de saliva y, sin más preámbulos, lo perdió entre ese abultado par de nalgas. El saberse ultrajado y experimentar el inconfundible ardor de la primera estocada, llevaron al contador a un alto nivel de excitación. No servía de nada martirizarse por lo que era inevitable, así que decidió disfrutar. Respondiendo a las furiosas embestidas de aquella virilidad contra su culo, apretó su esfínter con cambios de ritmo que al instante sacaron los primeros sonidos de placer de su violador.

De José no se había olvidado. Sus labios y lengua hicieron un esfuerzo mayor por satisfacerlo, uno que pronto rindió frutos. Entre jadeos e insultos, el chico se corrió de manera abundante. Fueron seis o siete chorros de espeso semen, de los cuales Valente tuvo que dejar escapar una parte para no ahogarse. Una vez complacido, el chamaco sacó su miembro de la boca de su prisionero, pero ésta no quedó vacía ya que, al ver que su compañero había terminado y de manera apresurada, Luis introdujo su verga indicando que era el siguiente. Mientras Mario seguía disfrutando de su desenfrenada cabalgata, el más alto de los criminales fue atendido oralmente.

Sin duda, la verga que ahora tenía en su boca era más larga y gruesa que la anterior, por lo que la tarea de abarcarla por completo fue más difícil, pero tan sólo de imaginar lo que ésta le haría sentir en caso de penetrarlo, Valente intentó gustoso satisfacer al nuevo huésped de su cavidad bucal, al mismo tiempo que aceleraba los espasmos de su esfínter para que Mario acabara más pronto. Sus deseos no tardaron en cumplirse. Después de una última y profunda estocada, ese falo alojado en su culo le inundó los intestinos de leche y Luis, al enterarse de que era su turno de probar ese delicioso par de glúteos y sacando su miembro de la garganta del contador, le ordenó a su amigo que le cediera el paso. Se tiró encima del ansioso hombre y, separando sus nalgas con ambas manos, lo llenó con su enorme instrumento.

Al que parecía ser el jefe de la banda tampoco le gustaba perder el tiempo en contemplaciones, por lo que, ayudado por la lubricación extra que le brindaba la corrida de Mario, de inmediato comenzó a moverse con gran fuerza dentro de su víctima. Apoyando sus manos en los hombros de su objeto sexual para obtener un mayor impulso, le estaba propinando a éste la cogida de su vida. Ya sin un pene que cubriera su boca, Valente se deshacía en suspiros y gemidos sin prestar la más mínima atención a los otros dos chicos, quienes no se cansaban de repetirle que era una puta.

Gracias al placer que había recibido antes de la follada que le estaban dando, el contador no necesitó mucho tiempo para venirse. Mordiendo la almohada y apretando las sábanas, eyaculó sin haberse tocado, manchando la cama con su semen y presionando la polla de Luis de una forma que para éste fue maravillosa, tanto que no pudo contenerse más tiempo y explotó en un avasallador orgasmo que dejó escapar un gracias sin que él lo quisiera. Sus compañeros se miraron el uno al otro, un tanto confundidos por ese agradecimiento. Dándose cuenta de ello, el más alto de los tres se incorporó rápidamente y se vistió con la misma prisa.

- Muy bien. Ya cogimos, ahora a trabajar. - Dijo Luis, evitando ver a los ojos a los otros dos.

José y Mario se miraron otra vez y, luego de sonreírse mutuamente, salieron detrás de su amigo. Pensaron que quizá ese gracias, no había significado nada, que tal vez era una de esas palabras que los hombres suelen decir a la hora del clímax. A parte de ese detalle, no tenían motivos para creer que a Luis le gustara tener sexo con los hombres por el hecho de que fueran hombres, así que se olvidaron del asunto y salieron del cuarto para terminar con sus planes. Habiendo quedado atrás los momentos de placer, el temor volvió a apoderarse de Valente. Ya sin nadie cerca para castigarlo por ello, rompió en llanto y al poco tiempo se quedó dormido.

Minutos después, un constante golpeteo sobre su rostro lo despertó. Se trataba de sus tres captores, quienes después de haber terminado de cargar el camión con las cosas de su casa, habían regresado para despedirse de él con una buena lluvia dorada. El contador vio como, sin poder hacer algo para evitarlo y a unos cuantos centímetros de su cara, Mario, José y Luis apuntaban sus respectivas vergas contra él, mojándolo con el asqueroso y amarillo líquido que brotaba de ellas como si no tuviera fin. Cuando por fin vaciaron sus vejigas, los delincuentes guardaron sus pistolas de agua y sacaron las de fuego. Los tres al mismo tiempo, pusieron el cañón de sus armas en la nuca del aterrado Valente.

- Ya nos vamos, pero antes quiero pedirte una cosa. Recuerda que sabemos todo de ti y podemos regresar para hacer que ésta noche parezca un día de campo. Si no quieres volver a vernos, no nos denuncies con la policía. Si tú te olvidas de lo que pasó hoy, nosotros nos olvidamos de que existes. - Prometió Luis, dándole un fuerte golpe en la cabeza, uno tan fuerte que convenciera a sus compañeros de lo hombre que era.

Los tres chamacos salieron del departamento y Valente se quedo solo, atado a la cabecera de su cama, con el trasero desnudo y escurriendo semen, la cabeza sangrando ligeramente y la cara, al igual que las almohadas y las sábanas, empapada de orines. Fue saberse en esa patética situación lo que le hizo caer en cuenta de lo que acababa de vivir. Por su mente pasaron mil y un pensamientos, pero no pudo razonar uno solo. Diciéndole a sus amigos que había olvidado algo, Luis regresó a la casa de su víctima, provocando que éste creyera que estaba ahí para matarlo. Por el enorme terror que la idea le causaba y con todo su cuerpo temblando, el contador se hizo de las aguas menores.

- No tengas miedo, precioso. No regresé para hacerte daño. Estoy aquí para liberarte. - Dijo Luis, tratando de calmar a quien minutos atrás follara con todas sus fuerzas y abriendo las esposas que lo mantenían sujeto a la cama - Hasta luego. - Se despidió, no sin antes darle un apasionado y sorpresivo beso en la boca.

Esa vez de manera definitiva, el más alto de sus verdugos abandonó el edificio y Valente se asomó por la ventana, tratando de verlo por última vez. Lo único que pudo observar fue un camión de mudanzas arrancando a toda velocidad. Por alguna extraña razón y además de asegurarle que no volvería a tener problemas con ellos, ese beso lo hizo sentirse, a pesar de todo lo que había ocurrido y la forma en que lo había recibido, bien. Sin preocuparse por revisar cuáles de sus cosas no se habían llevado, el contador se metió al baño para darse una ducha y limpiar de su cuerpo los restos físicos del encuentro.

Una vez limpió, con un parche en la herida de su cabeza y sus mejores galas encima, salió de su departamento decidido a rescatar lo que quedaba de la noche. No tenía caso lamentarse por lo sucedido, así que, como todos los fines de semana, condujo hasta el antro de moda y bailó y bebió hasta la madrugada del día siguiente. De regreso a casa, en la esquina de la quinta y la treinta y dos, un atractivo muchacho estaba pidiendo un aventón. Valente se orilló con la intención de levantarlo. Cabía la posibilidad de que se tratara de otro criminal tratando de aprovecharse de su buena voluntad, pero también podía resultar un buen amante de ocasión o mejor aún, el hombre de su vida. Era riesgoso, pero si no se detenía nunca podría averiguarlo. Dejándole su destino a la suerte, bajó el vidrio de la ventanilla y le preguntó a quien esperaba fuera el amor de su vida: "¿Para dónde vamos?".

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