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Juntos... para siempre

en Gays

Me desperté con el sonido del correr de las cortinas. Inmediatamente, por el golpe directo de la luz del sol, cubrí mis ojos. Poco a poco, conforme estos se acostumbraban a la luminosidad, los fui abriendo y pude tener una mejor panorámica del cuarto que la noche anterior, como todas las noches desde hacía ya algunos años, fuera escenario de mis fantasías cumplidas. Fueron apareciendo las prendas regadas por el piso y los cuadros adornando las paredes. La mecedora y el televisor. Todo comenzó a ser más claro y tomar su verdadero color.

Los efectos de esas horas en la oscuridad desaparecieron y me fue posible mirar hacia el ventanal. Luego de repasar los muebles de la terraza y las torres de la catedral que, siendo de mañana y no estando el cielo tan contaminado, se admiraban a lo lejos, descubrí lo que parecía ser un ángel sin alas. Vistiendo nada más que unos ajustados bóxer en color negro y blanco, el hermoso ser mostraba orgulloso su perfecta anatomía. Brazos musculosos sin llegar a la exageración. Pecho y vientre bien ejercitados y cubiertos por una fina capa de vello mucho más abundante alrededor de las tetillas y el ombligo. Piernas largas y bien torneadas. Una prometedora protuberancia debajo de la tela bicolor. Y rematando todo, un atractivo rostro, de facciones definidas y armoniosas.

La belleza de quien tenía frente a mí era tan grande, que no podía explicarla con otro argumento que no fuera el de estar dentro de un sueño. Como todas las mañanas al despertar, creí seguir durmiendo. Poco después, ya con todas las ideas en su lugar, y al ver que ese ente de preciosura sobrenatural tomaba una bandeja repleta de comida y se movía con dirección a mí, recordé que no era un ángel a quien observaba sino a mi prometido, con quien esa misma tarde, como lo había deseado desde que la unión entre las personas del mismo sexo se legalizara en nuestro país, contraería matrimonio.

- ¿Cómo amaneció mi bebé? - Me preguntó mientras caminaba hacia mí.

- Hambriento. - Respondí.

- Que bueno, porque así se va a comer todo lo que con tanto amor le preparé. - Dijo, señalando con la mirada los alimentos que en la charola cargaba.

- No, nada de lo que traes ahí se me antoja. Yo quiero otra cosa. - Reclamé como un mocoso berrinchudo.

- ¿Si? ¿Qué quieres? - Me cuestionó, justo cuando se detuvo a un costado de la cama -. Digo, si se puede saber. Si me lo puede decir el niño.

- Pues... - coloqué mi mano en su entrepierna, provocando, además de que por poco tirara lo que llevaba en el platón, que su miembro comenzara a reaccionar - quiero esto.

- Haberlo dicho antes. Si eso es lo que quieres para desayunar - dejó la bandeja sobre el buró -, pues eso tendrás.

- ... - No dije palabra alguna. Me limité a deslizar lentamente su ropa interior, con la intención de saciar mi hambre.

Para cuando bajé por completo su bóxer, su verga ya se encontraba totalmente erecta, en su máximo esplendor. Levanté mi espalda y la rodeé con una mano y la dirigí hacia mi boca. Podía sentir su palpitar comunicándome lo mucho que me había extrañado. Saqué mi lengua y lamí delicadamente su punta deleitándome con su peculiar sabor, mezcla de sexo añejo y fresco lubricante. Continué estimulando su glande, ya fuera sólo con mi lengua o atrapándolo entre mis labios, con besos ligeros o profundas absorciones. Por varios minutos hice como si el tronco no existiera, lo dejé en el olvido. Ni si quiera moví la mano con que lo aprisionaba. Quería llevarlo al límite, que deseara mi boca tanto como yo deseaba de su polla, que necesitara mis labios subiendo y bajando por su pene tanto como yo necesitaba sentirlo hasta mi garganta. Quería que me lo pidiera y así lo hizo.

- Por favor, bebé. Cómetela toda. Ya no aguanto más. Me estás volviendo loco. - Comentó en medio de fuertes jadeos.

No lo hice sufrir más. Liberé su falo de la opresión que ejercía mi mano y lo metí entero en mi boca, hasta que mi nariz aspiró ese olor a sudor y semen de su vello pubiano, hasta sentirlo incluso en mi esófago. Tanto tiempo de repetir esa misma maniobra, una y otra vez, me había dado la experiencia suficiente para que su enorme virilidad no me provocara la más mínima molestia. Apoyándome de su no tan abultado pero firme trasero, inicié al instante con una furiosa mamada.

Mi ir y venir, de adelante hacia atrás y de regreso, era en verdad rápido y violento. Su petrificado instrumento golpeaba mi garganta con tal rudeza que debió haberme sangrado, sin que yo siquiera reparara en ello. La saliva que producía era tanta que, además de ayudar a un mejor deslizamiento de su verga dentro de mi cavidad bucal y emitir un sensual sonido que nos excitaba más a ambos, escurría desde mis comisuras hasta mi estómago. Él gemía cada vez más fuerte. Su respiración se entrecortaba a cada segundo. Cuando sintió que el clímax se aproximaba, acompañó a mi vaivén con contundentes movimientos de cadera que me enterraban su hombría aún más hondo. Destapó la parte de mi cuerpo que aún cubrían las sábanas. Mi miembro, tan hinchado y caliente como el suyo, quedó al alcance de su mano y lo tomó decididamente. Empezó a masturbarme con la misma desesperación que yo le hacía sexo oral. Respondiendo a sus atenciones, intenté aplicarme aún más en mis tareas y, como consecuencia, él hizo lo mismo con las suyas.

Los dos estábamos gozando demasiado y no soportaríamos mucho tiempo antes de vaciar lo poco que, al haber tenido una noche ajetreada, quedaba en nuestros testículos. El primero en hacerlo fue él. Después de clavarme su sable hasta el fondo y aullar, una costumbre que tenía cuando se corría en mi boca y que a mí me enloquecía, disparó cuatro chorros de semen de los cuales una parte tragué y otra escurrió mezclada con mi saliva. A los pocos segundos sentí que mi verga se inflamaba entre sus dedos. Retuve lo más posible la expulsión para prolongar el placer y finalmente eyaculé, manchando su mano y mi abdomen. Aunque con una velocidad mucho menor, ambos continuamos estimulando nuestros respectivos instrumentos. Yo el suyo vía bucal y él el mío de manera manual. Estos fueron perdiendo dureza y longitud. Fue hasta que regresaron a un estado de total reposo que nos detuvimos. Después de limpiar los restos de nuestro encuentro, él se acostó junto a mí. Para recuperar fuerzas, comimos todo lo que había cocinado.

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Para mí, el día finalizó con una mala noticia. Debido a mi bajo rendimiento durante los últimos meses, a mis constantes faltas y la mala situación de la empresa, me habían despedido. Ya lo anticipaba, pero eso no significó que el momento no fuera doloroso. Entré a la oficina del jefe y éste me dio un sobre con mi liquidación. Al salir, todos los demás empleados me miraban con lástima o alegría, según la relación que hubiéramos tenido, de amistad o rivalidad. Después de haber sido una persona clave para la expansión de la compañía y haber estado a punto de convertirme en el director, me marchaba humillado. Lo que necesitaba para sentirme peor, como un verdadero idiota.

Una vez en la calle, lejos de las miradas de mis compañeros, en la intimidad del asiento trasero de mi automóvil, me di unos minutos para llorar y desahogar un poco todo lo que por dentro me carcomía. Lloré amargamente hasta que mis ojos se secaron. Entonces encendí el coche y conduje sin rumbo alguno. Lo único que quería era alejarme de todos y de todo. Deseaba escapar al menos por un momento de mis penas, pero eso era imposible porque estas viajaban conmigo. Llegué a las afueras de la ciudad, a un lugar elevado desde el que podía verse la urbe entera. Así de lejanas como esas luces veía aquellos días en que la felicidad llenaba mi vida, aquellos días en que, además de tener una exitosa y ascendente carrera, amaba y era amado por igual. Por un instante pasó por mi mente la idea de tirarme por el barranco. Y lo habría hecho, de no haber sido porque timbró mi celular.

Se trataba de Aurora, mi mejor amiga desde que estudiábamos la universidad. Ella había salido del país semanas atrás y yo estaba sumido en la depresión, por lo que hacía tiempo que no nos veíamos y nos pareció buena idea, mucho más a ella que a mí, tomarnos un café para hablar de lo que acontecía en nuestras vidas y recordar tiempos pasados. A pesar de estar tan mal acepté, después de todo no tenía nada mejor que hacer y era imposible que me sintiera peor. Acordamos vernos dentro de una hora en la cafetería que solíamos visitar en nuestros tiempos de estudiantes. Nos despedimos y partimos ambos rumbo al lugar de la cita.

Durante el trayecto del monte a la cafetería, traté de pensar en algo que no fueran mis problemas, ya que no quería que mi amiga se diera cuenta del estado en el que me encontraba. Todos mis intentos fueron en vano. Por más que me esforcé, no pude cambiar esa cara de preocupación que cargaba desde hacía ya buen tiempo. Resignado y a la vez un tanto aliviado, pues necesitaba hablar con alguien de lo que me pasaba, entré al lugar después de conducir varios kilómetros. Dentro, Aurora ya me esperaba. Después de darnos un beso en la mejilla como saludo, ambos nos sentamos a la mesa. Ordenamos un par de tazas de café y comenzamos a charlar, que para eso estábamos ahí.

- ¡Que gusto me da verte¡ ¿Cómo has estado? ¿Cómo te fue en tu viaje?

- Más que bien. Tengo muchas cosas que contarte Diego, pero creo que eso lo dejaremos para otra ocasión.

- ¿Por qué lo dices?

- Porque hoy hablaremos sobre ti. Cuando te llamé hace un rato, noté cierta tristeza en tu voz que al verte pude comprobar. Dime, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás así?

- Por nada importante, tonterías de las que no vale la pena hablar. Mejor cuéntame las aventuras que seguramente viviste en tu viaje. Te aseguro que son mucho más interesantes que mis pequeños problemas.

- Te conozco, no trates de engañarme. ¿Con quién vamos a hablar de nuestras penas si no es con nuestros amigos? No vamos a irnos de aquí hasta que me cuentes que te sucede, así que mejor empieza a hablar. ¿Qué te pasa? ¿Te peleaste con Fernando?

- Ojala se tratara de eso, pero no. Ya hemos superado esa etapa. Ahora nos encontramos en la fase de ignorarnos el uno al otro. Si discutiéramos significaría que todavía hay algún sentimiento, pero no es así. Hace mucho que ambos dejamos de sentir algo por el otro, ya ni siquiera queda el enojo.

- No puede ser. Pero si ustedes eran la pareja perfecta, un modelo a seguir incluso para los heterosexuales. ¿Cómo es posible que hayan llegado a éste punto?

- No estoy seguro. Tal vez dejamos de tener esos pequeños detalles que mantenían, como se dice, la llama encendida. Quizá nos veíamos tan felices, que pensamos no necesitar nada para continuar de esa forma. No nos esforzamos en lo más mínimo. Al principio, por ejemplo, él ya no me llevaba el desayuno a la cama todas las mañanas. Después, como si tratara de vengarme de manera inconsciente, yo ya no le daba esos masajes que tanto le gustaban. Nos olvidamos de muchas cosas que parecían insignificantes, pero que sumadas una con la otra se volvieron en un problema difícil de solucionar. Antes no lo veía, pienso que por estar dentro, pero ahora que ya no existe contacto alguno entre nosotros me doy cuenta de ello. Nuestra relación se fue desgastando poco a poco, casi sin notarlo. Ninguno de los dos hizo algo por evitarlo y hoy ya no existe vuelta atrás. Esa es mi triste historia.

- En verdad lo siento. Pero, ¿estás seguro de que no hay solución? ¿Vas a tirar tantos años juntos así como así?

- Créeme, no hay solución. Podría existir alguna si todavía quisiéramos arreglar las cosas, si aún nos amáramos, pero no. Como te digo, hace mucho que dejamos de querernos.

- Entonces, si no lo amas, si ya ni siquiera te duele no tenerlo, ¿por qué estás tan mal? ¿Por qué esa cara, ese ánimo?

- Porque soy un completo fracaso. Tú sabes que mi sueño era casarme con Fernando, vivir siempre juntos y felices, amarnos eternamente. El no haber cumplido ese deseo, el verme incapaz de haberlo mantenido, eso es lo que me molesta y me entristece y no haberlo perdido a él. Siento que todo lo que tenía en la vida se ha derrumbado. Mi matrimonio es desde hace ya meses un infierno que me asfixia, algo de lo que sólo quisiera escapar. El llegar cada noche a casa y ver las fotografías de nuestra boda me recuerda lo estúpido que soy. Me pone tan mal que hasta he perdido mi trabajo, por si quedara duda del gran idiota que soy. Me siento así porque todo lo que pensaba seguro se ha ido. Me siento mal porque todo lo que le daba sentido a mi vida ya no está. Me he quedado sin nada y no me quedan fuerzas para intentar recuperar por lo menos una parte. Por eso me siento mal.

- ¿Sabes qué? Sí eres un idiota.

- ¿Qué?

- Lo que oíste. Si piensas de esa manera, en verdad que lo eres. Me conoces. Sabes que no te voy a decir lo que quieres escuchar. Entiendo todo lo que me comentas, pero no puedes estar sintiendo lástima por ti. De acuerdo, tu vida es un desastre. SUPÉRALO. No te puedes sentar a llorar por tus desgracias. Si perdiste el trabajo, pues encuentra otro. Si tu matrimonio ya no tiene solución, ni modo, termínalo y no vivas como si nada pasara. Eso de que no tienes fuerzas para nada, perdóname la palabra, pero son chingaderas. ¿Sientes que eres una completa mierda? Tienes dos opciones: la primera, demostrar que no lo eres y seguir con tu vida; la segunda, actuar como una y perderte en el caño. De nada te sirve ponerte a llorar. Usa ese par de huevos que Dios te dio y haz algo, porque si no, yo misma te los corto para que ahora sí te quejes de que no tienes.

Las palabras de Aurora fueron duras, pero ciertas. Los últimos días me la había pasado quejándome, llorando por los rincones. Como ella misma lo dijo, eso de nada me servía. Tenía que hacer algo para reconstruir mi vida, para continuar en el camino. No pude más que darle la razón y soltar, después de bastante tiempo, una leve risa.

- Lo ves, ya te reíste. Por algo se empieza.

A esa risa le siguieron muchas otras. Nos quedamos platicando hasta que cerraron el lugar. Aurora tenía esa capacidad de hacerme sentir mejor aún en los peores momentos y esa noche no fue la excepción, me olvidé de todos mis problemas mientras charlábamos. Ella me contó todo lo que vivió en sus vacaciones y ambos tuvimos un rato muy agradable, pero todo tiene un final, nadie mejor que yo lo sabe. En cuanto nos despedimos me volví a sentir la persona más desdichada del planeta. Todo lo que había hablado con mi amiga se me olvidó en un segundo, eso de parar de llorar y actuar para solucionar mi vida. Subí a mi auto y arranqué sin rumbo exacto. Lo único que quería, al igual que cuando fui despedido esa misma tarde, era escapar de mis penas.

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Fue al momento de comer el pan tostado y la fruta, que me di cuenta de la irritación que había dejado en mi garganta la punta de su polla. Me lastimaba el pasar los bocados, por más pequeños que estos fueran o bien masticados que estuvieran, pero todo tiene un precio. No me importaba soportar ese o cualquier otro malestar con tal de tenerlo dentro, con tal de estar a su lado. Lo amaba como nunca había amado a nadie. Lo amaba más con cada día que transcurría, con cada noche que pasábamos juntos, en nuestra cama, abrazados.

Una vez que nos terminamos la comida, él se levantó de la cama para llevar los trastes sucios a la cocina. Nada más de ver su espalda ancha y sus glúteos moviéndose al compás de su caminata, mis ganas de él volvieron a aparecer y mi pene se puso rígido otra vez. Coloqué mis manos bajo mi cabeza y abrí bien las piernas, para que cuando él entrara al cuarto notara de inmediato mi excitación. Luego de unos minutos, que supuse usó en lavar los platos, regresó a la habitación. Me miró y sonrió, pero no se abalanzó sobre mí como esperaba.

- Lo siento, bebé. Me gustaría quedarme, pero no puedo. Tengo que ir a la oficina - dio media vuelta y comenzó a vestirse -, debo arreglar algunos asuntos pendientes antes de la boda.

- ¿Vas a ir a trabajar? - Le pregunté entre molesto y triste.

- Sí, ya te dije que hay algunas cosas pendientes que debo solucionar. - Seguía vistiéndose.

- Pero...ésta tarde es la boda. Creí que por ser un día especial te quedarías en casa al igual que yo. - Intenté convencerlo de que no se marchara.

- A mi también me habría gustado quedarme contigo - se puso la camisa -, pero en verdad que es indispensable que vaya. Te prometo que estaré de regreso un par de horas antes - tomó el pantalón -, para que nos vayamos juntos al salón. ¿Te parece, bebé?

- Pues si no tengo opción...pero al menos, ya que te vas para la oficina, ven aquí y hazme el amor. - Insistí.

- Bebé, no me hagas esto. En verdad que no... - no pudo seguir hablando al ver lo que yo hacía.

Mientras él se vestía y yo intentaba convencerlo de que se quedara, me puse en cuatro sobre el colchón. Yo no tenía su mismo físico, ejercitado, espectacular, pero si contaba con unas nalgas hermosas que lo hacían perder el control. Hice uso de ellas como último recurso para que me diera, al menos, unos minutos más de su compañía. Para agregarle morbo a la escena con la que trataría de atrapar más que su atención, ensalivé dos de mis dedos y me penetré. Cuando interrumpió su frase quedándose mudo, supe que había dado resultado. Giré un poco mi rostro y pude ver que como se quitaba, una a una, las prendas con que poco antes se había vestido. En poco tiempo quedó desnudo y con su verga apuntando hacia el cielo.

- Ven, acércate. Reemplaza mis dedos con ese monstruo que llevas entre las piernas. - Lo invité, sin dejar de auto penetrarme.

Ya no opuso resistencia, ya no me lanzó algún comentario negativo. Se acercó a mí apresuradamente. Al percibir su cercanía, detuve lo que hacía para dejarle el camino libre. Con sus piernas aún tocando el piso y separando mis glúteos con sus manos, atravesó mi ano con su lengua. Al primer roce comencé a gemir, imaginando lo que después vendría. No salió de entre mis nalgas hasta que se cansó, hasta que seguramente su lengua se entumió. Fue entonces que me rodeó con su cuerpo. Me tomó del pecho y la cintura. Restregó su enhiesto miembro contra mi trasero, haciendo que mis piernas temblaran de placer. Me besó el cuello y más tarde la oreja.

- Te vas a arrepentir de haberme provocado. Te voy a coger como nunca en tu vida te han cogido. Te voy a destrozar el culo. - Me susurró al oído, con una malicia que aumentó mi excitación.

Después de esas y otras palabras aún más sucias y perversas, acomodó su polla en mi entrada y me penetró con furia, como si fuera un torero atravesando al novillo con su espada. A pesar de que ya estaba amoldado a su falo, sentí que mi esfínter se desgarró por la violenta intromisión. No tuve tiempo de reponerme al ardor que eso me provocó, pues él comenzó a follarme como nunca antes nadie me había follado, tal y como sus palabras me lo habían advertido. El dolor me resultaba satisfactorio y no me habría importado seguir experimentándolo, pero pronto. Me quedé únicamente con el, no menos placentero, dulce golpeteo de su virilidad contra mi próstata.

Así como de su boca no pararon de salir vulgaridades, el ritmo de sus embestidas no disminuyó. Siguió arremetiendo contra mi lastimado pero gozoso culo por varios minutos más, con la misma fuerza, con el mismo salvajismo que tanto me agradaba. Tan intensas eran las sensaciones que en mí producía, que me vine como si no lo hubiera hecho en varias semanas, dejando un charco sobre la colcha. Con cada porción de semen que de mi miembro brotaba, mis músculos anales se contraían masajeando su verga, la cual, instantes después de mi corrida, también explotó. Cada disparó de su hinchada arma en mi interior vino acompañado de un "te amo", inundando también mi corazón. Sin separarnos, caímos completamente satisfechos sobre la cama. Él descanso un poco y finalmente se salió de mí. Se hecho la botella de perfume encima para no oler a sexo, pues no tenía tiempo de darse una ducha, no después del que había perdido por satisfacer mi necesidad de carne. Se vistió para marcharse a la oficina.

- Me voy, bebé - me dio un beso -. Te prometo llegar temprano. - Se despidió.

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Estuve conduciendo por varios minutos sin conseguir subir, al menos un poco, mi ánimo. No tenía ganas de regresar a mi casa y encontrarme con Fernando, no soportaba seguir viviendo con él. Pensé que sería mejor dormir en un hotel. No estaba seguro de cuando conseguiría otro empleo, por lo que tenía que gastar lo menos posible y hospedarme en un motel de paso a las orillas de la ciudad. Las instalaciones se parecían más a un basurero, pero sus precios eran bastante bajos. Sin duda era la opción adecuada. Tomé la calle que me llevaría hasta allá.

Unas cuadras antes de llegar al motel, me topé con los baños públicos "De la esquina". Esos baños eran bien conocidos por la fama que tenían como punto de encuentro para homosexuales, prostitutas y drogadictos. Si alguien buscaba drogas o sexo, ya fuera gratuito o no, ese era el lugar. Desde que era un adolescente, cada vez que pasaba por ahí sentía un morbo especial que me incitaba a entrar y comprobar si lo que decía la gente era cierto. Nunca me atreví, pero esa noche a mis más de treinta y sintiéndome el más fracasado de los seres humanos, decidí hacerlo. Estacioné mi vehículo a unos cuantos metros y caminé hacia la entrada.

Atravesé la puerta y me encontré con un largo, sucio y garabateado pasillo. Al final de éste había una máquina y dos puertas más, una para las damas y otra para los caballeros, como si personas a las que se les pudiera llamar de esa forma visitaran aquellos baños. El olor que se respiraba era casi insoportable. Por un momento pensé en arrepentirme y salir, pero no podía hacerlo sin haber vivido un encuentro casual con un atractivo jovencito. Introduje un par de monedas en la máquina y obtuve una ficha, la cual era el pase para entrar en los sanitarios.

Una vez dentro, la pestilencia era más penetrante. El pasillo era una obra de arte comparado con lo que ahí encontré. La escena era tan desagradable que por poco y vomito los alimentos que no había comido. No había ningún jovencito. Es más, no había nadie. Los escusados en mal estado y los pisos llenos de desechos, seguramente habían alejado a todos los homosexuales, prostitutas y drogadictos que la gente comentaba ahí se reunían. Por un lado decepcionado de no haber encontrado a algún chamaco que me diera un poco de felicidad con una buena mamada y por el otro creyendo que no podía haber caído más bajo, me dispuse a abandonar los deplorables y asquerosos baños, pero algo o mejor dicho alguien, me lo impidió. Un hombre de gran altura y corpulencia con apariencia ruda y descuidada había llegado y me miraba con malicia. Me quedé impactado ante tan impresionante presencia y, como si siguiera las órdenes del sujeto, retrocedí.

- ¡Vaya¡ ¿Qué chingados hace alguien como tú en un lugar como éste? ¿Tantas eran tus ganas de...miar? - Preguntó el malencarado tipo, con una voz gruesa y un tono que destilaba vulgaridad.

- Sí. - Apenas y atiné a responder, ya frente a uno de los mingitorios.

A pesar de que había muchos otros desocupados, el hombre se paró en el mingitorio de al lado. Bajó el cierre de sus vaqueros y sacó un miembro que, aunque dormido, era largo y gordo. De éste brotó de inmediato un grueso chorro de orina. No pude evitar mirar de reojo tan apetitoso trozo de carne. Sabía muy bien que no podría defenderme contra alguien así, en caso de que el sujeto intentara atacarme, pero lo peligroso de la situación me excitaba. Estaba tan encantado con aquella masculina escena, que ni siquiera noté que el dueño de aquel pedazo de virilidad se había percatado que lo espiaba.

Cuando terminó de descargar lo que guardaba su vejiga, el tipo se sacudió la verga una y otra vez con la excusa de no dejar ni una gota. Aquello era una clara insinuación. Yo estaba cada vez más embobado conforme los segundos pasaban y el falo del descuidado y corpulento hombre, al igual que el mío bajo mis pantalones, crecía.

- Creí que tenías muchas ganas, pero ni siquiera te has bajado el cierre. - Exclamó el sujeto, haciendo que me exaltara al sentirme descubierto.

- Es que... - no supe que decir.

- Es que tus ganas eran de otra cosa, ¿verdad? Estás aquí porque quieres una buena verga, una como la mía. ¿No es así? - Dijo, tomando su herramienta por la base y agitándola de arriba abajo, provocando que alcanzara su máximo y descomunal nivel.

- No, yo... - volví a quedarme sin palabras.

- ¿No? Claro que sí, si se te nota lo puto hasta en... - señaló con la vista mi abultada entrepierna - ¿para qué te haces del rogar? Ven y métete esto en la boca. - Me ordenó, refiriéndose a su erguido pene.

Esa excitación que me producía aquel tipo desapareció, se transformó en miedo. Asustado, intenté salir de aquellos baños que creí serían una buena experiencia, pero no pude hacerlo. De un certero puñetazo en el rostro, el desaliñado sujeto me mandó al suelo. A ese golpe le siguieron unas cuantas patadas en mi estómago. Me quedé sin aire y sin fuerzas para, al menos, tratar de defenderme. El impresionante individuo me arrastró hasta uno de los sanitarios, dejándome con la cabeza apoyada en la mojada y sucia taza.

- Si hubieras sido bueno conmigo nada de esto habría pasado, pero tenías que andar de rejego. Tú te buscaste que te tratara así. No quería golpearte, menos estando tan chulo como estás, con ese traje tan elegante y tu rico perfume que destaca aún entre estás pestilencias, pero tú me obligaste a hacerlo. Ahora voy a tener que romperte el culo, maricón de mierda, ese culito delicioso que te cargas. Vas a aprender que a mí nadie me dice que no. Vas a saber lo que es un verdadero hombre, una buena verga. Prepárate. - Me advirtió furioso, desgarrando al mismo tiempo mi ropa y dejando mis nalgas, mis preciosas nalgas, al aire libre y listas para recibirlo.

El estado de semi inconsciencia en que me encontraba por la paliza, se fue cuando mi victimario me penetró violentamente. Aquella gruesa polla atravesó mi desacostumbrado ano, desgarrando sus tejidos y provocándome un fuerte dolor. A ese ardor inicial, le siguió de inmediato el suplicio de soportar las duras estocadas que, sin ninguna compasión, el tipo me proporcionaba. Una y otra vez, sin momento de descanso, el impresionante miembro del verdugo entró y salió de aquella su más reciente víctima. A esa tortura, se agregó la de respirar el asqueroso aroma a excremento que del escusado salía. Tuve que hacer un gran esfuerzo para no deponer.

La ruda y salvaje cogida de la que estaba siendo objeto no duró, para mi fortuna, mucho tiempo. El corpulento individuo comenzó a gemir como animal y, luego de una última y profunda embestida, se corrió inundando con su espeso y amargo semen mis intestinos, haciéndome imposible contener más las nauseas. Justo después de que mi atacante eyaculó, yo devolví. Cuando mi violador se vació por completo, se marchó sin siquiera decir "lo siento". En ese momento estuve seguro de que era el peor fracasado sobre la Tierra.

Aprendí una lección con tan desagradable experiencia: nunca se está demasiado bajo. Deseé que nada de lo que había vivido hubiera pasado, pero ya nada se podía hacer. Me puse de pie y me limpié lo mejor que pude. Salí a paso lento de aquel lugar y caminé hasta mi automóvil. Entonces sí, conduje hasta el motel en el que pasaría no sólo la noche que tenía planeada, sino las siguientes cincuenta o sesenta noches, ya ni siquiera pude seguir la cuenta. Me sentía tan deprimido y hecho polvo, que no me quedaban ganas ni de salir a la tienda. Estuve días enteros acostado en la cama, tratando de hacerme a la idea de que mi vida de cuento de hadas ya no existía. Cuando finalmente lo conseguí, le envié a Fernando una nota que, además de dejar en claro que toda esa tristeza que sentí se había transformado en una rabia que descargaría en su contra, decía entre otras cosas lo siguiente:

"He decidido separarme de ti...Dentro de unos días te irá a visitar un abogado para notificarte sobre los trámites que debemos llevar a cabo...Espero que tengas alguien que te defienda, porque voy a hacer hasta lo imposible por dejarte en la calle..."

Casi sin querer, había crecido con la esperanza de vivir feliz para siempre, tal y como en esas historias de fantasía y romance que de niño me leían antes de dormir. Inconscientemente, grabé en mi cabeza la idea de que al casarme todo sería perfecto. El que las cosas no resultaran como las deseaba, representó un fuerte golpe que tal vez me habría evitado si no hubiera olvidado un detalle importante. Cuando se inventó el matrimonio, también se inventó el divorcio. Y junto con éste, tal y como evidenciaba ese amargo mensaje que escribí para Fernando, aparecieron esas absurdas peleas por destruirnos el uno al otro. Esas estúpidas discusiones que únicamente prueban una cosa: antes que humanos, somos animales.

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La ropa de la cama había quedado hecha un desastre. Lo primero que hice cuando él salió de la casa, fue ponerla dentro de la lavadora. Mientras ésta lavaba, yo hice unas cuantas llamadas para afinar los detalles de la fiesta que daríamos después de la ceremonia. No faltaba algo por hacer, para encargarme de todo había pedido una semana de vacaciones, pero quería asegurarme de que en verdad fuera así, que todo estuviera listo para una tarde-noche perfecta. Después de terminar con eso, me metí a la regadera.

Justo cuando me estaba secando, llegó mi amor. Él también se metió a bañar para después vestirnos juntos. Como la pareja cursi que en ocasiones éramos, habíamos comprado el mismo modelo de smoking para ambos. Nos metimos en ellos y luego de peinarnos y perfumarnos, quedamos listos para el evento que representaba todos nuestros deseos cumplidos. Abandonamos la casa y condujimos hasta el salón, donde ya nos esperaban la mayoría de los invitados.

Bajamos del auto y, como si de una película románticamente estúpida se tratara, nuestros amigos hicieron una valla por la que, en medio de aplausos, caminamos hasta el centro del lugar. Ahí se encontraba el juez, quien al vernos dio inició con la boda. Dio un pequeño discurso antes de que les pidiera a los testigos de ambos firmar. Cuando eso ocurrió, fue nuestro turno para plasmar la firma en el documento. Primero lo hice yo y después mi amor. El final del ritual y comienzo de nuestra nueva vida como casados llegó. El juez pronunció las últimas palabras.

- Por el poder que me otorga la ley, los declaró marido y... - no supo que decir - bueno, ya están casados. Pueden besarse. - Consintió.

Le hicimos caso y nos besamos con la misma o más emoción que la primera vez, la que nos daba el ser esposos. Estaba verdaderamente feliz. Me parecía increíble que estuviera viviendo todo aquello. Jamás creí posible encontrarme en esa situación, pero todo era real. Primero encontrar al hombre de mis sueños, después presenciar la legalización de los matrimonios homosexuales en nuestro país y por último casarme con quien tanto amaba. Todo era perfecto. No podía pedir más. El juez se despidió y la fiesta empezó. A petición de la multitud, fuimos nosotros quienes abrimos la pista. Era una balada la que el programador tocaba. Luego de unos cuantos pasos, la gente decidió que era suficiente. Todos comenzaron a bailar a nuestro alrededor. Ahí, en medio de la gente que queríamos y con la música de fondo, nos juramos amor eterno. Nos prometimos que estaríamos juntos en las buenas y en las malas. Juntos para siempre.

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Agustín y Jacinta (o mejor tu madre que una vaca).

Una mirada en su espalda

Un lugar en la historia...

Veinte años

Razones

Sorprendiendo a mi doctor

Un intruso en mi cama

Una vez más, no por favor, papá

Tu culo por la droga

Lazos de sangre

Cantos de jazmín

El mejor de mis cumpleaños

Tres por uno

Con el ruido de las sirenas como fondo

Heridas de guerra

Regalo de navidad.

Cenizas

Botes contra la pared

Madre e hija

Dímelo y me iré

A las 20:33 horas

A lo lejos

Prostituta adolescente

En la plaza principal

¿Por qué a mí?

Después de la tormenta...

Dando las... gracias

Tantra

Lo tomó con la mano derecha

Querido diario

Mírame

A falta de pene...

Río de Janeiro

Dos hermanas para mí

Sucia pordiosera

Un Padre nuestro y dos ave María

Ningún puente cruza el río Bravo

Metro

Tengo un corazón

Un beso en la mejilla

Masturbándome frente a mi profesora

Regresando de mis vacaciones

TV Show

Buen viaje

Noche de bodas

Máscaras y ocultos sentimientos

Caldo de mariscos

Infidelidad virtual

Suficiente

Interiores y reclamos

Una más y nos vamos

Cancha de placer

Caballo de carreras.

Puntual...

La ofrecida

Tiempo de olvidar

El fantasma del recuerdo

París

Impotencia

La corona

Linda colegiala

Tratando de hacer sentir mejor a mi madre.

En la parada de autobuses

Crónica de una venta necesaria.

Serenata

Quince años

Gerente general

Lavando la ropa sucia

Cuéntame un cuento

¿A dónde vamos?

Licenciado en seducción

Háblame

Galletas de chocolate

Entre espuma, burbujas y vapor

Madre...sólo hay una

Sueños hechos realidad

Más ligera que una pluma

Una botella de vino, el desquite y adiós

Cien rosas en la nieve

Wendy, un ramo de rosas para ti...

Gloria

El apartamento

Mentiras piadosas

Pecado

Vivir una vez más

Julia, ¿quieres casarte conmigo?

Para cambiar al mundo...

Dos más para el olvido

Ya no me saben tus besos

Embotellamiento

Húmedos sueños

Por mis tripas

Ximena y el amante perfecto

Inexplicablemente

Quiero decirte algo mamá

Entrevistándome

Recuerdos de una perra vida (4)

Recuerdos de una perra vida (3)

Recuerdos de una perra vida (2)

Recuerdos de una perra vida (1)

Una vela en el pastel

Zonas erógenas

Frente al altar

Ojos rosas

Abuelo no te cases

Mala suerte

Kilómetro 495

Mi primer orgasmo

El plomero, mi esposo y yo

En medio del desierto

El otro lado de mi corazón

Medias de fútbol

Examen oral

El entrenamiento de Anakin

Un extraño en el parque

Tres cuentos de hadas

No podía esperar

La fiesta de graduación

Ni las sobras quedan

La bella chica sin voz

Feliz aniversario

Dejando de fumar (la otra versión)

Una noche en la oficina, con mi compañera

La última esperanza

Pedro, mi amigo de la infancia

Sustituyendo el follar

Dejando de fumar

Buscándolo

La abuela

Tan lejos y tan cerca

Entre sueños con mi perra

Tu partida me dolió

Ni una palabra

Mis hermanos estuvieron entre mis piernas.

Compañera de colegio

La venganza

Tras un seudónimo

Valor

La vecina, mis padres, y yo

La última lágrima

Sueños imposibles

Espiando a mis padres

La amante de mi esposo

Al ras del sofá

La última cogida de una puta

Confesiones de un adolescente

Esplendores y penumbras colapsadas

Volver

Celular

El caliente chico del cyber

Friends

La última vez

Laura y Francisco

El cliente y el mesero (3-Fin)

El cliente y el mesero (2)

El cliente y el mesero (1)

El ángel de 16 (6 - Fin)

El ángel de 16 (5)

El ángel de 16 (4)

Asesino frustrado

El ángel de 16 (3)

El ángel de 16 (2)

Por mi culpa

El ángel de 16

Triste despedida que no quiero repetir

Un día en mi vida

Utopía

El pequeño Julio (la primera vez)

El amor llegó por correo

El mejor año

Mi primer amor... una mujer

My female side