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Ximena y el amante perfecto

en Grandes Relatos

Se dieron las diez de la noche y Ximena seguía en medio de una junta, aburrida y absorta en sus pensamientos. Luego de dos años en la empresa, había conseguido escalar hasta la cima. Ser una alta ejecutiva, en uno de los corporativos transnacionales más poderosos, siempre fue su sueño. Desde que terminara sus estudios de pos grado, algunos años atrás, se transformó en una eficiente e incansable máquina. Varias noches sin dormir, encuentros sexuales con hombres y mujeres por igual, y hasta un asesinato, fue por lo que tuvo que pasar, antes de llegar hasta donde ahora se encontraba. Cuando el presidente del consorcio le dio la noticia de su ascenso, sintió que su vida finalmente valía la pena, pero a sesenta días de entonces, ya no opinaba lo mismo.

Si antes de obtener ese puesto, su vida social se reducía a visitar a unos amigos los jueves por la noche, ahora, ésta se había reducido a cero. El trabajo ocupaba todo su tiempo. Había olvidado como lucía la ciudad. No estaba en prisión, pero ya no se sentía, ni era libre. Aquel edificio, con cristales cubriendo por completo su fachada, que considero muchas veces el cielo en la tierra, había absorbido su vida, se había convertido en su celda, más grande lo normal, pero celda al fin y al cabo. Harta de lo estúpido y superficial, que pueden llegar a ser las reuniones de altos mandatarios, pensaba, como era ya su costumbre, en su única fuente de felicidad: Julio.

Lo conoció algunos meses atrás, en el centro comercial más famoso y concurrido de la zona. Entró a una tienda de aparatos electrónicos, de esas que dicen ofrecer lo más avanzado en tecnología a los mejores precios, buscando algo que saciara su necesidad de gastar, y se topó con él. Alto, rubio, de ojos verdes, cuerpo escultural y buen gusto al vestir. Le preguntó a uno de los vendedores por él. Le dijeron que se llamaba Julio. Era el nuevo modelo y había llegado desde Holanda. No pudo saber más, porque corrió hacia él para presentarse. Intercambiaron algunas frases, las típicas cuando justo conoces a la persona, y se fueron juntos al departamento de ella.

Debajo de esa hermosa apariencia, Julio resultó ser, también un buen amante, quizá el mejor. Ximena gozó de una noche de sexo desenfrenado e imparable. Sus piernas apenas y pudieron volver a juntarse. Ese hombre tenía la potencia de diez toros; la hizo ver estrellas. A partir de ese momento, no volvieron a separarse. A partir de ese día, cuando gracias a su compulsiva afición por comprar lo encontró, la pasión regresó a su cama. Todas las noches, robándole unas horas al sueño, Ximena se entregaba a las grandes habilidades amatorias del que parecía ser, el hombre perfecto. Esa ocasión no sería la excepción. La junta terminó al poco tiempo, o al menos así lo percibió ella, de que empezó a pensar en su príncipe. Bajó apresuradamente al estacionamiento. Entró a su coche. Lo encendió y condujo hasta su casa, donde la esperaba su amado rubito.

Llegó al edificio donde vivía. Entró al elevador y presionó el botón del décimo piso. A esas horas, era muy pero muy poco probable, siendo la mayoría de sus vecinos ancianos jubilados, que alguien pudiera verla, por lo que no esperó para desnudarse. Mientras la luz recorría uno a uno los números, Ximena se deshacía, una a una, de sus prendas. Cuando las puertas se abrieron, sólo se quedó con unas diminutas y coquetas bragas. Decidió no llevarse la demás ropa. El imaginar que algún viejo pudiera robarla, así fuera para simplemente olerla, la excitó. Corrió hasta su departamento, con sus pechos, firmes y orgullosos, contoneándose al ritmo de su carrera. Tocó a la puerta y Julio, como si, después de haber terminado todos los quehaceres del hogar, hubiera estado esperándola detrás de ésta, no tardó ni un segundo en dejarla pasar.

El verla así, casi desnuda, debió ser suficiente para encenderlo, porque sus pantalones mostraron un repentino y enorme bulto. Ximena puso una mano sobre éste, reconociendo, como si no lo tuviera ya memorizado, lo que dentro de poco sería suyo. Se miraron a los ojos, incrementando uno la lujuria del otro, y se besaron salvajemente. Al ser ambos de boca grande y lengua larga, sus besos más bien aparentaban ser intentos de tragarse mutuamente. Sus rostros quedaban bañados en saliva, y con marcas de dientes a su alrededor. Si la pasión fuera combustible, con aquellos besos, ya habrían muerto envueltos en llamas.

A la importante ejecutiva siempre le gustó el sexo violento. No llegaba a un sadomasoquismo extremo, pero tampoco le atraían la ternura o el romanticismo. A ninguno de los hombres que conoció antes de Julio, les resultó muy placentera esa agresividad, pero él no se quejó una sola vez. Si Ximena le hubiera pedido cortarse el pene, de seguro lo habría hecho. Era como si viviera para complacerla. Nunca la contradecía. De su boca jamás salió un no. Eso era lo que ella, además del impresionante aguante del holandés, más disfrutaba: sentirse la dueña de la situación, la reina.

Dejaron de besarse. Julio descendió a su cuello. Lo recorrió con la misma violencia que antes sus labios. Clavó sus colmillos en él y, cada vez que lo hacía, la excitación de Ximena era mayor. A ella le encantaba sentir que su piel estaba a punto de desgarrarse. Nada más de imaginar las huellas que tendría a la mañana siguiente, su coño se humedeció. Llevó una de sus manos hasta dicho lugar. Por encima de las pantaletas, empezó a masturbarse. Julio, que continuaba acariciando de manera lastimosa el cuello de su mujer, al percatarse de que ésta se estimulaba su concha, reemplazó su mano con la suya. De un fuerte tirón, rompió la delgada tela. Mojó sus dedos en los femeninos y sensuales jugos, para limpiarlos entre los dos, y después introducirlos en la ya no tan estrecha cueva de Ximena.

Metió tres de ellos, con mucha facilidad y rapidez. Una vez dentro los movía en todas direcciones, uno contra los otros, al mismo tiempo que sus labios, se posaban sobre los endurecidos pezones, de la enloquecida mujer. Ximena gemía como poseída. Julio sabía perfectamente lo que a ella le gustaba. Era como si él entrara en su mente, e hiciera todo lo que en está leía. Pensó que necesitaba sentir esa lengua juguetona en su clítoris, y de inmediato, o al menos eso parecía, sus deseos fueron cumplidos. Julio la arrojó contra el sofá. Le abrió las piernas y hundió su cara en el empapado y caliente sexo.

Comenzó saboreando el contorno de la vulva, como para hacer que ella deseara aún más ser estimulada en otro punto, antes de dirigirse al botón del placer. El hábil rubio lamió cada pliegue con delicadeza, desobedeciendo por vez primera los gustos de su amante. Ximena sabía a la perfección, que necesitaba la rudeza para no perder el control. Era por eso que odiaba la ternura y el romanticismo, porque la hacían perder el sentido y abandonarse a las manos de su hombre, cualquiera que éste fuera. Luego de un tiempo ya considerable juntos, y gracias a su gran inteligencia y sensibilidad, Julio había descubierto ese punto débil. Lo estaba aprovechando. No dejó de chupar nada más que los contornos, por cerca de veinte, para ella largos e insoportables, minutos. Ximena rogaba por algo más. Sentía un inmenso placer, pero no el suficiente para llegar al clímax. Se jalaba el cabello, ante la impotencia de no poder hacer algo para ello. Su príncipe, satisfecho con tal sufrimiento, finalmente tomó el clítoris entre sus dientes. Bastó un leve y lento movimiento, para que Ximena terminara en medio de espasmos y alaridos.

Se corrió en la boca de Julio, quien bebió todo lo que pudo, y no detuvo su bucal tarea. Al poco tiempo, consiguió tenerla otra vez impaciente e implorante. Las constantes caricias a su entrepierna, sumieron a Ximena en un estado orgásmico permanente. Ya no sentía sus músculos, todo le daba vueltas, y sobre todo, deseaba sentir una verga dentro de su cuerpo. Reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban, lo pidió con susurros que para ella, se escuchaban como gritos. El atractivo hombre también lo quería, se podía adivinar por la espectacular erección que se escondía bajo su ropa, por lo que en esa ocasión no demoró demasiado, no más de lo necesario para desnudarse. En unos cuantos segundos, al igual que toda su perfecta y bronceada anatomía, su enhiesta e impresionante polla quedó libre, lista y ansiosa por llenar un orificio húmedo y estrecho.

La mirada de Ximena delataba su perdición. En ese momento, de ser necesario, habría dado la vida para que la penetrara semejante monumento a la virilidad. Julio, antes de finalmente atravesar a su chica, cubrió los senos de ésta con su transparente y abundante líquido pre eyaculatorio. Ella ya no podía esperar, y sacando fuerzas de flaqueza, lo empujó hacia atrás. El falo de Julio quedó a la altura del sexo de Ximena. Sin perder más tiempo, tomó su hinchado miembro por la base para colocarlo a la entrada de su mujer, y la penetró con una profunda y fuerte estocada. Ella gritó de placer, al sentirse invadida llena por aquel gran trozo de carne. El nivel de excitación en que se encontraba, la lubricación de ambos, y el que ya estuviera acostumbrada a su tamaño, impidieron que sintiera dolor al ser penetrada por tan monstruosa pija.

Una vez alojado su instrumento dentro de aquella cálida vagina, Julio dio inició a una serie de feroces embestidas, que no cesarían hasta varios minutos después. Su pene entraba y salía, del cada vez más maltrecho coño, sin parar, manteniendo a Ximena en ese mundo de orgasmos interminables, que amenazaba con matarla de placer. A pesar de la lubricación, la constante fricción que, provocada por el rígido y grueso tronco entre ellas, sufrían sus paredes vaginales, llegó a un punto, para ella, casi insoportable. Su vulva estaba inflamada y rojiza; delgados hilos de sangre, escurrían de ésta hacia sus piernas. Quien antes rogaba por una verga, pedía a gritos "ya no más". Julio desobedeció tales exigencias. Imprimiendo cada vez más ganas a sus furiosas arremetidas, siguió follándola por un largo lapso.

Por primera vez en su vida, Ximena odió el sexo. Es cierto, le gustaban tanto la violencia ligera, si eso no es una contradicción, como las cabalgatas prolongadas, pero aquello había sobrepasado todos los límites. Cuando estaba a punto de llorar, Julio se tiró encima de ella y, mordiéndola en el hombro, se vació en su interior. Cada chorro de semen, le devolvió a la mujer un poco de la vida que se le escapaba; ni siquiera sintió cuando un trozo de su piel, fue arrancada, por los dientes de su hombre. La polla de éste fue, poco a poco, perdiendo grosor, tamaño y firmeza. Cuando regresó a un estado de reposo absoluto, se apartó de Ximena. Luego de que ésta se pusiera en pie, comenzó con sus reclamos.

-¿Pero qué diablos te pasa? Te ordené que te detuvieras y no me hiciste caso. ¿Quién diablos te has creído para hacer eso? ¡Maldita máquina sexual¡ - Gritó Ximena, enfurecida.

-No soy una máquina sexual, ni tampoco tu sirviente. Ya estoy harto de vivir para complacerte. Yo también tengo necesidades, y el derecho de satisfacerlas. Desde ahora, ya no seré más tu esclavo. - Respondió Julio, indignado.

-¿No? ¿Eso es lo que piensas? Pues te voy a demostrar lo equivocado que estás. - Dijo ella, al tiempo que caminaba hacia el televisor.

Tomó el control. Apuntó en dirección al rubio y presionó el botón de apagado. De manera inmediata, con el rojo destellar del aparato, los brazos de Julio se relajaron, y su cabeza se agachó hasta chocar contra su pecho. Se quedó por completo estático. Haciendo un gran esfuerzo, Ximena lo arrastró hasta el cuarto de baño. Luego de llenar la bañera, lo sumergió en ella. Al contacto con el agua, el cuerpo del holandés se empezó a convulsionar y sus articulaciones a sacar, literalmente, chispas. Abrió los ojos para dar una última, triste y llena de rezos, mirada. Esa melancolía reflejada en sus pupilas, hizo que la ejecutiva se arrepintiera. Quitó el tapón de la bañera y el líquido se fue por el caño, pero ya era demasiado tarde. Julio murió, sin alcanzar a escuchar las últimas palabras que en su honor se pronunciaron: "te amo". De cualquier manera, de haberlo hecho, no habría existido respuesta de su parte; su inteligencia artificial, no alcanzaba a comprender lo que es el amor.

Luego de tirar el "cuerpo", de quien en vida fuera alguna vez el amante perfecto, cabizbaja y con lágrimas en sus ojos, Ximena se sentó a ver la televisión, para olvidarse de sus penas con tragedias ajenas. La prendió en el canal veinte. Faltaba poco para el noticiero de media noche. Era viernes, por lo que habría programa especial de noticias increíbles. Espero unos instantes, y la conductora finalmente se presentó.

Muy buenas noches. Soy Mónica López, transmitiendo en vivo, hoy 15 de junio de 2055, para todos los desvelados. Como todos los viernes, le informaremos sobre todos esos sucesos fantásticos que ocurren en nuestro planeta. Tendremos noticias difíciles de creer, notas que causaran admiración. ¿Recuerda usted aquel bebé que nació de parto natural?, o ¿cuándo una vaca genéticamente manipulada, en el zoológico de Los Ángeles, asesinó a mil turistas con su leche radioactiva? Si no lo recuerda, no traté de hacerlo. Si todavía lo tiene en la mente, pues olvídese de ello, porque hoy en verdad que lo dejaremos mudo con la noticia principal. Nuestra reportera estrella, Carla Domínguez, entrevistará a un matrimonio. No, eso es sorprendente, pero no lo más. Si está parado, siéntese por favor, porque lo que le diré a continuación, será lo más sorprendente que haya escuchado en su vida. Ésta pareja, lleva casada el tiempo récord, de dos años. ¿Puede creer tal...

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