miprimita.com

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (3)

en Gays

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! Tercera y última parte.

¿Cuál ha sido la experiencia más excitante de tu vida? – Inquirió Marco en cuanto tomamos asiento.

¿Otra vez con eso? Ya te dije que no lo sé – le respondí –, que necesitaría estar con los dos al mismo tiempo para poder decidir.

¡No!, me refiero aparte de haberte acostado con Leonardo y conmigo. ¿Con quién has tenido el mejor… encuentro cercano, por llamarlo de algún modo? – Insistió.

Pues… la verdad es que no tengo mucho que decir en cuanto al tema. Pero bueno, ¿tú para qué quieres saber? No me digas que tienes celos. Una cosa es que follemos, y otra que te pertenezca y quieras saber todo de mí. – Sentencié tratando de enterrar el tema.

¡No seas idiota!, ¡por supuesto que no tengo celos! Si te lo pregunto es para hacerte plática, porque el camino es algo pesado y me pareció buena idea hablar de algo interesante: de sexo, por ejemplo – explicó –. ¡Cuéntame!, ¿con qué otro galán has estado? – Recalcó con lujuria.

A pesar de que las cosas entre mi hermano y yo habían cambiado, al grado de habernos convertido en amantes, no le tenía la confianza suficiente como para contarle mis intimidades. ¿Ilógico? Tal vez, pero el pudor nunca se va del todo. O quizá debería decir la vergüenza, porque la pena que me provocaba mi poca experiencia sexual era el principal motivo para no querer hablar. Quise hacerme el desentendido por un rato, pero a fin de cuentas entendí que no tenía más opción que contestar a sus interrogantes. Resignado a escuchar otra vez sus burlas, comencé a relatarle el encuentro más… excitante de mi vida.

Sucedió cuando aún estaba en la secundaria, durante la clase de deportes para ser exacto. Tú sabes que nunca me ha gustado hacer ejercicio, así que falsifiqué un examen médico para pasármela sentado mientras mis compañeros sudaban la gota gorda. El profesor creyó que era verdadero y me permitió permanecer como un simple espectador. Nunca me había molestado, ni siquiera me dirigía la palabra, pero esa tarde me pidió que lo acompañara a su oficina por algunos balones. No encontré nada sospechoso en su petición, por lo que caminé detrás de él sin reclamar.

Su cubículo era el más alejado de todos, se encontraba al lado de los vestidores que daban al fondo de la escuela. Recorrimos un edificio de aulas y dos patios, hasta que llegamos a nuestro destino. Entramos al cuarto, y el cerró la puerta con llave. Fue entonces que mi instinto me advirtió que algo no andaba bien. Entre mis compañeros corría el rumor de que al profesor Ávila le agradaba… jugar con los estudiantes varones, pero siempre creí que se trataba de un mero chisme. Una vez vieron a una maestra ponerse una faja e inventaron que lo hacía para ocultar que estaba embarazada del director, creí que lo del acoso sexual a los alumnos sería algo parecido. Eso hasta que me quedé a solas con el objeto de las calumnias, a solas y a su merced.

¿Cuáles balones vinimos a recoger? – Lo interrogué nervioso e inspeccionando el lugar, confirmando que aquello había sido un simple pretexto para llevarme hasta ahí.

Unos redondos y pachoncitos – mencionó acercándose a mí, dispuesto a ir al grano –, unos que deben de estar… por aquí. – Me agarró las nalgas.

Al sentir sus manos en mi trasero, mi verga reaccionó y empezó a levantarse. Aunque por un lado me atemorizaba un poco la situación, por el otro me causaba un morbo incontrolable. El profesor Ávila siempre me pareció muy atractivo, lo veía con sus brazotes, sus piernotas, su paquete y… ¡cómo se me antojaba! Tenerlo para mí me calentó a pesar de saber que aquello estaba mal, así que lo dejé hacer.

Sus dedos amasaron mis glúteos con paciencia, estimulándolos con dedicación, a conciencia, hurgando entre ellos de vez en cuando. Luego fue bajando lentamente mis shorts y me dejó en calzoncillos. Me sentí un tanto apenado, la incipiente carpa que formaba mi bóxer no se comparaba en lo más mínimo al enorme bulto bajo sus bermudas, pero al parecer a él no le importó. Con la misma delicadeza de sus movimientos anteriores, me fue quitando también la ropa interior y mi erección adolescente le saltó frente a la cara. Su respiración se aceleró, se chupó los labios y me miró con tal deseo que pensé que ahí mismo me correría.

Por acá están otros baloncitos – dijo apretando mis testículos –, calientitos y peludos. ¡Y miren nada más!, vienen acompañados de una paletita – señaló tomando mi endurecido pene –. ¿A qué sabrá? No lo sé, no lo sé, habrá que probarla.

Sus ojos se cerraron y su boca se aproximó a mi polla, con la intención de engullirla entera y hacerme gozar, pero no recibí sobre ella ni un simple beso. La simple imagen de un hombre como aquel dispuesto a hacerme sexo oral resultó tan placentera para un mocoso baboso como yo, que me vine sin siquiera haberme tocado. Cuando él apenas pensaba en darme una mamada, yo le regué la cara con mi leche. Entonces se acordó de que yo era prácticamente un niño y se arrepintió de seguir adelante. Tomó un pañuelo del escritorio para quitar el esperma de su rostro, me pidió que me vistiera y salimos del cubículo, perdiendo así mi oportunidad de estar con él, de descubrir el tesoro que ocultaba su ropa. .

¿Eso es todo? ¿Esa es la experiencia más excitante de tu vida? – Cuestionó echándose a reír – ¡No, hermanito!, yo que te pensaba todo un semental y mira…

¿Ves? Por eso no te quería contar, porque siempre te burlas de lo que te digo y me haces sentir una basura. No sé porque vine contigo, no lo necesitaba para decirte que Leonardo es ¡mil veces mejor que tú en la cama! – Le grité sin preocuparme porque pudieran oírme los demás pasajeros, buscando herirlo en su orgullo.

¿Ah sí? ¿A poco Leonardo tiene esto? – Llevó mi mano a su entrepierna – ¿A poco él la tiene así de grande? – Empezó a sobarse con ella.

Su miembro cautivo creció bajo mi palma, y no pude más estar molesto. Sin importarme que el anciano sentado en el asiento de al lado pudiera despertarse y sorprendernos en el acto, bajé el cierre de sus pantalones, extraje su inflamado pene cabezón y me incliné para tragarlo. Con un leve gemido de Marco di inicio al sube y baja. Mi lengua repasó aquel trozo de carne de venas saltadas sin descansar. Lamió incansablemente tronco y glande, hasta exprimirle la última gota de semen, hasta sentir que éste se me escapaba y se derramaba por mi barbilla. Después me limpié y él se guardó su satisfecha mascota, y continuamos charlando y manoseándonos por el resto del camino.

Abordamos el autobús a eso de las cinco y treinta de madrugada, y no fue hasta el mediodía, luego de haber cruzado tierra serías, montañas y llanuras, que llegamos a su pueblo. Cubriéndonos con las maletas para no delatar nuestras excitaciones, bajamos del vehículo en lo que parecía ser el camino hacia el infierno. Nada más se podían admirar unas cuantas casuchas, pero eso sí, ¡polvo había para aventar pa’ arriba! Y por una brecha repleta de éste, entre tosidos y ojos irritados, caminamos cerca de veinte minutos hasta la casa de Leonardo: una pequeña pero bonita construcción bordeada de manzanos y naranjos.

¡Aquí es! – Anunció mi hermano dejando caer al suelo su valija y tocando a la puerta.

Pasado unos cuantos segundos, nuestro llamado fue atendido por una señora que se abalanzó sobre Marco para abrazarlo con exagerada emoción. Por las palabras de la mujer, adiviné sin equivocarme que se trataba de la madre de nuestro amigo, quien me ignoró por un buen rato, hasta que terminó de expresarle a mi hermano el enorme gusto que le daba el volver a verlo y entonces sí, se dirigió hacia mí.

Tú debes ser Joaquín, ¿verdad? – Inquirió jalando de mis mejillas.

Sí, soy yo. ¡Mucho gusto, señora! – La saludé ofreciéndole la mano.

¡Ven acá, hijo! – A mí también me atrapó entre sus aguados brazos y su prominente busto – Leo me ha hablado mucho de ti. Tu familia siempre ha venido sola, me alegra conocerte al fin. Pero pasen, pasen, están en su casa. – Nos invitó insistiendo en cargar ella misma nuestro equipaje.

Mi hermano me miró con unos ojos de es un poco… asfixiante, pero es adorable la vieja, y yo sonreí ligeramente. Seguimos a doña Marta, como después supe que se llamaba, y entramos a la casa. Los muebles y el decorado eran discretos, modestos y algo desgastados, pero inspiraban una reconfortante paz, era imposible no sentirte bien en medio de aquellas paredes algo manchadas por el tiempo. A de haber sido la amabilidad de la anfitriona, quien de inmediato y sin darnos permiso a decirle que no, nos trajo un vaso de leche fría acompañado de galletas de chocolate, mismas que, no habiendo desayunado, no tardamos en devorar.

Ahora mismo les traigo más. – Apuntó doña Marta tomando el plato vacío.

¡No se moleste! – Sugirió mi hermano.

Pero si no es molestia – dijo ella –, me da gusto que estén aquí y poder atenderlos cómo se merecen. Espérenme un poquito que enseguida regreso con más galletas.

Está bien, pero por favor podría ponerlas en una bolsa, es que queremos ir a buscar a Leonardo. Está sembrando con su padre, ¿verdad? – Preguntó.

Sí, andan plantando jitomates, lechugas y no sé cuánta cosa más – respondió la mujer justo antes de volver con las galletas – Aquí tienen – me las entregó –, para que vayan comiendo por el camino.

¡Muchas gracias, señora! – Exclamé poniéndome de pie y caminando hacia la puerta junto con mi hermano – Es usted muy amable.

¡No es nada, hijito! Vayan con cuidado – nos despidió –. Y no regresen tan tarde, que un rico estofado los estará esperando.

Salimos de la casa y nos enfilamos rumbo a las huertas. Aquel pueblo no poseía una gran infraestructura, ni habitacional ni de ningún otro tipo, pero sí una enorme extensión. Para llegar hasta las tierras de siembra, tuvimos que atravesar incluso un pequeño monte. Los pies me dolían de tanto caminar, mis labios estaban secos y por un instante me arrepentí de haberle hecho caso a Marco. Eso hasta que ante mis ojos se presentaron decenas de hombres trabajadores, hombres que mostraban orgullosos sus pieles canela por el sol y sus músculos desarrollados a base de duras jornadas. Algunos feos y otros tantos viejos, pero aquello sin duda era un deleite. Hasta lo cansado se me quitó.

¡Qué espectáculo! – Expresé embobado ante tanta belleza masculina.

¡Sí! – Acordó mi hermano proponiendo sentarnos bajo un árbol, para admirarlos mejor.

A la par que nuestros ojos se clavaban en aquellos pectorales, velludos algunos lampiños otros, en aquellos bultos, prominentes algunos no tan notorios otros pero igual de apetecibles, buscamos a Leonardo con la mirada y lo descubrimos a unos veinte metros de nosotros. No sé si fue el observarlo desenvolviéndose en su ambiente natural, pero me pareció que lucía más lindo que nunca. Llevaba puestos unos jeans muy ajustados y un sombrero de paja. Su torso brillaba por el sudor que escurría desde su frente hasta su abdomen y sus nalgas se apreciaban más grandes, más carnosas debajo de sus pantalones. ¡En verdad estaba hermoso! No pude evitar suspirar, y mi hermano tampoco. A los dos nos cautivó lo macho que se veía ese a quien pronto tendríamos gimiendo de placer.

Está buenísimo, ¿no lo crees? Nada más de verlo me pongo mal. – Mencioné acariciando la protuberancia que sobresalía de mis bermudas.

Yo estoy igual, hermanito – señaló imitando los movimientos de mi mano –. Te juro que de no ser porque nadie en el pueblo sabe de su homosexualidad, correría a cogérmelo ahora mismo. ¡Cómo me prende el desdichado!

Estuvimos unos quince minutos nada más espiándolo, deleitándonos con su semidesnudez hasta que él se percató de nuestra presencia. Por la expresión de su rostro puedo decir que le sorprendió encontrarnos ahí, tanto que por unos momentos se quedó paralizado, sin hacer nada, quieto entre los demás campesinos. Fue hasta que mi hermano le hizo una señal para que se acercara, que reaccionó y se dirigió hacia nosotros. Los tres nos reímos como idiotas y nos abrazamos con la emoción de saber lo que seguramente habría de venir. Nos adentramos en el escueto bosque que vestía al monte, para evitar las interrupciones indeseables, para gozar a plenitud de nuestro encuentro.

¿Cómo es que están aquí? – Inquirió Leonardo después de pasársele la impresión – ¿Cómo es que han venido juntos? ¿Cómo, si hasta donde yo recuerdo se la llevaban tan mal?

¡Ah!, es que han pasado muchas cosas – comentó Marco agarrándome el trasero –, y… nuestra relación ha mejorado bastante. Creo que entiendes a lo que me refiero.

No me digas que… ¡no manen, cabrones! ¿A poco ya se dieron duro? ¡No puedo creerlo! – Gritó nuestro amigo al tiempo que sus jeans no pudieron ocultar más su notable erección – Y a ver, ¿cómo fue? ¿Quién de los dos es mejor en la cama, Joaquín? – Me interrogó disputándose mis nalgas con mi hermano, peleándose por ser el único en sobarlas.

¿Tú también con lo mismo? ¿Por qué… rayos les importa tanto saberlo? ¿Es por vanidad, celos o inseguridad? – Cuestioné a ambos, disfrazando con seriedad lo que en verdad era un ¡los dos son buenísimos! ¡Fóllenme ahora mismo!

Así anda de sangrón, a mí tampoco me ha querido contestar. – Indicó Marco.

Pues… para bajarle los humos al niñito, ¿qué te parece si lo dejamos como el perro de las dos tortas? – Propuso Leonardo.

Se miraron por unos segundos, sonrieron maliciosamente y se echaron a correr, no sin antes empujarme contra el piso para poder tomarme ventaja. Mientras yo comía tierra, sus pasos se perdieron entre los maltrechos árboles, dejándome ahí tirado. Me puse de pie y pensé en regresar donde doña Marta, para ponerles en claro que a mí ya no me trataban así, pero mi calentura era demasiada y no pude hacerlo. Sacudiendo el polvo de mi ropa, me dispuse a alcanzarlos.

Con cautela y, según yo, los sentidos bien alerta, fui explorando el terreno, fijándome en cada roca y cada arbusto tras el cual pudieran estarse escondiendo. Recorría unos cuantos metros y luego regresaba sobre mis pasos, tratando de cuidarme siempre la espalda. Tenía la seguridad de que no me sorprenderían pues estaba yo poniendo mucho cuidado en la búsqueda, y que de repente… ¡me cubren los ojos y la boca y me arrastran sin yo poder hacer nada para evitarlo! No supe de dónde salieron, pero, contrario a mis suposiciones, me agarraron desprevenido y me llevaron hasta una especie de madriguera que se formaba al pie de un enorme árbol. Utilizando el pañuelo de Leonardo y la camisa deshilachada de Marco, me inmovilizaron atándome a una piedra.

¡Suéltenme, desgraciados! – Exigí entre molesto y excitado, y ellos me ignoraron – ¡Que me suelten, les digo! – Reiteré, y ellos continuaron indiferentes a mis gritos.

¿Escuchaste algo, Marquito? – Preguntó Leonardo pellizcándole las tetillas.

No, yo no escuché nada – contestó Marco atrayéndolo hacia él –. Aquí no hay nadie, amor. Estamos completamente solos. – Aseguró besándolo en el cuello.

Entonces… ¡ah! ¿Podemos… podemos revolcarnos a gusto? – Inquirió el pueblerino abriéndole el pantalón y metiéndole la mano bajo la ropa interior.

¡Sí, chiquito! – Afirmó mi hermano haciendo lo mismo que su amante.

Haciendo como que yo no estaba ahí, se fueron desvistiendo poco a poco hasta que quedaron desnudos ante mí. Y ya sin prenda alguna que separara sus endurecidas pollas, empezaron a pasarse los dedos por todo el cuerpo, abrazados para que sus erecciones pudieran frotarse la una contra la otra mientras con sus manos recorrían el resto. Al principio me agradó la idea de observarlos haciendo el amor, pero conforme las caricias subían de tono, a medida que Leonardo se fue poniendo de rodillas para tragarse la verga cabezona de mi hermano y comenzar a lamerla con particular regocijo, me desesperé y les rogué hasta el cansancio, hasta que la voz ya no me salía que me liberaran, que me permitieran ser parte del restregón. Ellos, al igual que en un principio, no me hicieron caso.

Leonardo permaneció con el inflamado pene de mi hermano en la boca por un buen rato, lo ensalivó a conciencia y no se detuvo hasta que Marco le pidió que lo hiciera, argumentando que estaba a punto de corredse. Después intercambiaron papeles, y fue el prieto y grueso miembro del campesino el que recibió las atenciones de una lengua experta que pronto lo llevó a la antesala del clímax, deteniendo entonces su trabajo.

Quiero que me la metas – demandó nuestro amigo poniéndose en cuatro y auto penetrándose con un par de dedos –. ¡Ya no aguanto más! Necesito sentirte dentro.

¿Tanto te gusta que te folle, chiquito? – Inquirió mi hermano acomodándose detrás de él, golpeándole el trasero con su enrojecida y babosa herramienta – Dímelo, pídemelo otra vez. ¡Pídeme que te meta la verga! – Le ordenó jalándolo del cabello.

Méteme la verga, ¡por favor! – Suplicó Leonardo meneando el culo – ¡Métemela ya!

Marco no se hizo más del rogar, lo atravesó hasta el fondo arrancándole un fuerte quejido que me erizó la piel. Inmediatamente después dio inicio a su tarea de desgarrar aquel estrecho y tibio canal que tan gratos recuerdos me traía. Lo trató con saña, arremetiendo contra él con todas sus fuerzas y sin negarse el lujo de plantarle un manotazo en las nalgas de vez en vez. Leonardo gemía de gusto y le pedía que le diera más rápido, más duro. Su pene lucía en extremo hinchado, las venas a lo largo del tronco amenazaban con explotar en cualquier momento. Los dos disfrutaban como animales estando unidos, y yo me debatía entre el placer y el sufrimiento, fascinado de presenciar el salvaje y apasionado encuentro, pero al mismo tiempo frustrado de no ser parte de él.

Mi hermano fue el primero en derramarse, cerrando los ojos y mordiéndose los labios, descargó su deseo luego de una última y profunda estocada. Se dejo caer sobre aquella húmeda espalda, y se deleitó sintiendo como su semen inundaba poco a poco aquel conducto. Leonardo, al recibir los disparos de su amante, se sacudió la verga hasta venirse también, formando un pequeño y blanco charco sobre el escaso pasto. Y mientras ellos recuperaban las fuerzas, mientras que sus cuerpos dejaban de estar embonados, mis muñecas sangraban debido a mis inútiles intentos por zafarme, y a mi miembro le faltaba el aire dentro de esos calzoncillos que estrangulaban su dureza.

¿Ahora sí van a soltarme? – Cuestioné esperando me pusieran atención.

¿Tú que dices, Marco? ¿Lo soltamos? – Preguntó Leonardo.

Pues… bueno, ¡soltémoslo! – Exclamó mi hermano y los dos se dirigieron hacia mí.

Con cada paso que daban aproximándose a mí, mi libido subía de nivel. Por sus cuerpos escurría el sudor delatante de la actividad previa, resaltando ese olor a hombre que tanto me agrada, estimulándome entero por medio del olfato. Sus miembros aún no estaban totalmente flácidos y se tambaleaban con su caminar, saltaban de un lado a otro, bailando para seducirme. Mi boca producía saliva en exceso, saliva que mi lengua clamaba por esparcirles de arriba abajo. Mi mirada les rogaba que se dieran prisa, pero se tomaron su tiempo antes de finalmente desatarme. Con cada nudo que iban deshaciendo, mis ansias crecían. Me estaba volviendo loco. Y cuando me desamarraron, me abalancé sobre ellos y comencé a besarlos como si en verdad lo estuviera.

¡Cálmate, pequeño! - Me pidió Leonardo al tiempo que me invitaba a recostarme sobre una improvisada cama que hicieron con sus pantalones antes de desenlazarme.

¿Cómo quieres que me calme? – Lo interrogué exaltado – ¿Cómo, después de haberme torturado así? ¿Cómo, si me tienen pero bien caliente?

¡No desesperes, hermanito! – Pronunció Marco desabotonando mis shorts – Ya fue suficiente castigo por no querer decirnos quién de los dos es el mejor, ya sufriste demasiado y ahora te toca gozar – citó mientras que nuestro amigo me quitaba la playera –. Ahora te toca disfrutarnos a los dos al mismo tiempo, y créeme, ¡será mucho mejor de lo que esperas! – Prometió terminando de desnudarme, y tragándose mi agradecida polla.

Sus labios recorrieron la firmeza de mi verga descendiendo en ocasiones a mis testículos, dolidos de tanta excitación. Leonardo, por su parte, se encargó de morder y besar mis tetillas y mi cuello hasta tapizarme la piel con chupetes y marcas de dientes. Los dos se esforzaban por complacerme, como compitiendo por mi preferencia. Se alternaron las posiciones varias veces, y luego, cuando sintieron que estaba a punto de eyacular, los dos se dedicaron a mamármela, consiguiendo que explotara de manera escandalosa. Sus ávidas lenguas se pelearon por recibir mi esperma, y al final los dos pudieron tragar un poco.

Cerré los ojos y solté el cuerpo con la intención de descansar un rato, pero ellos tenían otros planes. Mi hermano depósito su lindo trasero en el suelo, quedando con su otra vez hinchado falo apuntando al cielo, y le pidió a Leonardo que me ayudara a sentarme sobre él. Nuestro ardiente pueblerino lo obedeció, y pronto me encontré con la verga de Marco atravesándome por dentro.

Él me tomó de la cintura para impulsarme y comenzar a embestirme, y yo recargué mi cabeza en su hombro para saborearlo mejor. Conforme el tiempo transcurría y mi hermano me coleaba con más gusto, Leonardo se fue acercando hasta que me puso su rica, prieta y gruesa polla frente a la cara. Mis energías estaban concentradas en regocijarse con la monumental cogida que mi hermano me estaba propinando, por lo que simplemente abrí la boca y le permití a nuestro amigo llenármela con su generosa virilidad. Entonces tuve dos hermosos penes bombeando mis agujeros, y aquello terminó de ser la gloria.

Cuando apenas empezaba a asimilar lo bien que la estaba pasando, cuando apenas me acostumbraba a tener dos hombres encima de mí haciéndome vibrar, Marco se vino regándome los intestinos. Me soltó cinco potentes chorros de leche que me obligaron a enterrarle las uñas en la espalda. La desilusión se apoderó de mí al creer tontamente que ahí acababa todo, pero mis dos amantes me sacaron del error anunciándome el siguiente paso. Mi hermano se acostó boca abajo y se abrió las nalgas mostrándome su rozado y por mí anhelado ano. Me pidió que lo cabalgara, que le rompiera el culo mientras Leonardo hacía lo mismo conmigo.

La simple idea me pareció maravillosa, y ni tardo ni perezoso la puse en práctica. Sin previa dilatación, le enterré mi espada de un solo golpe, exaltándome de ser apenas el segundo en gozar de ese privilegio, regodeándome con sus quejidos de placer. Enseguida, Leonardo se acomodó en la cima de la pirámide y me clavó con su prominente estaca, permitiéndome experimentar la enorme e inexplicable dicha de penetrar y ser penetrado al mismo tiempo.

Sincronizarnos, tomar el ritmo adecuado no fue cosa sencilla. Los tres estábamos escasos de paciencia y nos resultó difícil enfocarnos en algo más que nuestra propia satisfacción. Dar y recibir al mismo tiempo al principio no me permitía concentrarme en ambas cosas al cien por ciento, mas poco a poco fui agarrando maña y empecé a disfrutar de esas dos distintas pero placenteras maneras de darle gusto al cuerpo. Con algo de trabajo, logramos acoplarnos y convertirnos en una especia de máquina que no tardó en funcionar casi en automático. Cuando yo entraba en mi hermano, Leonardo me dejaba vacío. Cuando abandonaba el culo de Marco, me invadía la verga de nuestro amigo. Nuestros brazos se confundían los unos con los otros y era difícil determinar dónde comenzaban y terminaban nuestras anatomías. Formábamos una telaraña de placer que nos envolvía apresuradamente con hilos de deseo, con hebras de placer que nuestros gemidos transformaban en gotas de semen que nuestros testículos se preparaban a lanzar. Mi hermano manipulaba sus esfínteres produciendo sensaciones exquisitas a lo largo de mi ensanchado pene, y el hábil campesino picoteaba mi próstata con su prieta y gruesa polla inyectándome pequeñas dosis de cariño que me conducían al clímax entre suspiros y fluidos.

De repente, una interrogante ocupó mi pensamiento: ¿quién de los dos será el mejor? Como si no tuviera mejores cosas que hacer, como si no me encontrara en medio de los dos más hermosos hombres, quise confrontar las virtudes y los defectos de ambos, pero no pude enumerar siquiera la primera cualidad cuando mi miembro me dio otra forma de decidir. Conforme depositaba mi esperma en aquel tibio y delicioso canal, con cada disparo, pronunciaba el nombre de uno y luego el del otro. Marco, Leonardo,… la corrida de éste último me interrumpió y, ayudada por la de mi hermano, esa que lo obligo a masajear con intensidad mi falo, me catapultó al orgasmo más descomunal de mi joven existencia. La mente se me puso en blanco. Por mis venas corrieron miles de sensaciones por las que habría muerto con gusto en ese instante, pero no fue así. Estaba más vivo que nunca.

Marco abajo, Leonardo arriba y yo en medio, nos detuvimos a recobrar el aliento mientras el sudor acariciaba nuestros cuerpos cansados y satisfechos al extremo. Nos esparcimos por el pasto.

¿Ahora sí ya sabes quién es el mejor? – Preguntó mi hermano en cuanto la emoción le permitió hablar – Acabas de tenernos a los dos al mismo tiempo como lo querías, ya debes de saberlo.

¿Me creerían si les digo que aún no, que necesito hacerlo otra vez? – Cuestioné como respuesta.

¿Ah sí? ¿De veras quieres repetirlo? ¿Que no estás cansado? – Inquirió Leonardo – ¿Que no quieres ir a comer estofado?

Pues… yo sé de algo que también es nutritivo. ¡Y mucho más rico! – Comenté estirando ambos brazos, para tocar sus sexos dormidos.

¿De verdad? Y… ¿de qué se trata? – Me interrogó Marco.

¡De leche! – Contesté sintiendo como sus pollas empezaban a alargarse e inflamarse entre mis dedos.

Cuando mis manos consiguieron llevar sus miembros al tope, me hinqué y ellos se pararon frente a mí, apuntando mi cara con sus armas. La duda me sorprendió por un instante al tenerlos a los dos tan cerca. Tardé unos segundos en decidir cuál platillo degustaría primero, y al final tragué ambos al mismo tiempo. Forzando mis labios, envolví sus penes para dar inicio a una mamada simultánea que dejó en claro que no regresaríamos pronto a casa, a comer el estofado de doña Marta. Era poco el tiempo con el que contábamos para gozar y había que aprovecharlo. Mientras mi lengua se turnaba entre aquellos regordetes y babosos glandes, me pregunté si mi culo sería capaz de resistirlos con la misma valentía y habilidad. Y con esa idea clavada en el cerebro, me puse en cuatro para que Marco y Leonardo se colocaran detrás de mí y me clavaran con sus falos. Luego de varias maniobras y peripecias, acomodaron al borde de mi ano sus respectivas vergas y… hasta ahí llegó mi imaginación.

Mas de edoardo

Mi hermano es el líder de una banda de mafiosos

Pastel de tres leches

Hasta que te vuelva a ver...

Regreso a casa

Plátanos con crema

El galán superdotado de mi amiga Dana...

Porque te amo te la clavo por atrás

Runaway

Mi segunda vez también fue sobre el escenario

Mi primera vez fue sobre el escenario

¡Hola, Amanda! Soy tu madre

En el lobby de aquel cine...

El olvidado coño de mi abuela...

Consolando a Oliver, mi mejor amigo

En el callejón

Prácticas médicas

Donde hubo fuego...

Cabeza de ratón

Hoy no estoy ahí

Mi hermanastro me bajó la calentura

Tatúame el culo

Jugando a ser actor

Yo los declaro: violador y mujer

Pienso en ti

Hoy puedes hacer conmigo lo que se te plazca.

Y perdió la batalla

Prestándole mi esposa al negro...

Padre mío, ¡no me dejes caer en tentación!

¿Cobardía, sensates o precaución?

¿Pagarás mi renta?

Al primo... aunque él no quiera

Sexo bajo cero

Raúl, mi amor, salió del clóset

Lara y Aldo eran hermanos

La Corona (2)

Fotografías de un autor perturbado

Diana, su marido y el guarura

La mujer barbuda

No sólo los amores gay son trágicos y clandestinos

Una oración por el bien del país

El gato de mi prometido

Doble bienvenida mexicana

Doscientos más el cuarto

Llamando al futuro por el nombre equivocado.

Todavía te amo

Simplemente amigos

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (2)

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo!

La casi orgásmica muerte del detective...

Internado para señoritas

¡Qué bonita familia!

La profesora de sexualidad.

Podría ser tu padre

Si tan sólo...

Su cuerpo...

Culos desechables

El cajón de los secretos

Agustín y Jacinta (o mejor tu madre que una vaca).

Una mirada en su espalda

Un lugar en la historia...

Veinte años

Sorprendiendo a mi doctor

Razones

Un intruso en mi cama

Una vez más, no por favor, papá

Tu culo por la droga

Lazos de sangre

Cantos de jazmín

El mejor de mis cumpleaños

Tres por uno

Con el ruido de las sirenas como fondo

Heridas de guerra

Regalo de navidad.

Cenizas

Botes contra la pared

Madre e hija

Dímelo y me iré

A las 20:33 horas

A lo lejos

Prostituta adolescente

En la plaza principal

¿Por qué a mí?

Después de la tormenta...

Dando las... gracias

Tantra

Mírame

Querido diario

Lo tomó con la mano derecha

A falta de pene...

Río de Janeiro

Un Padre nuestro y dos ave María

Dos hermanas para mí

Sucia pordiosera

Metro

Ningún puente cruza el río Bravo

Tengo un corazón

Regresando de mis vacaciones

Masturbándome frente a mi profesora

Un beso en la mejilla

Noche de bodas

TV Show

Buen viaje

Interiores y reclamos

Máscaras y ocultos sentimientos

Una más y nos vamos

Suficiente

Infidelidad virtual

Caldo de mariscos

Cancha de placer

Caballo de carreras.

Puntual...

La ofrecida

El fantasma del recuerdo

Tiempo de olvidar

París

Impotencia

Linda colegiala

La corona

Tratando de hacer sentir mejor a mi madre.

En la parada de autobuses

Crónica de una venta necesaria.

Serenata

Quince años

Gerente general

Lavando la ropa sucia

Cuéntame un cuento

¿A dónde vamos?

Háblame

Licenciado en seducción

Galletas de chocolate

Entre espuma, burbujas y vapor

Sueños hechos realidad

Madre...sólo hay una

Más ligera que una pluma

Una botella de vino, el desquite y adiós

Cien rosas en la nieve

Wendy, un ramo de rosas para ti...

Gloria

Juntos... para siempre

El apartamento

Mentiras piadosas

Pecado

Vivir una vez más

Julia, ¿quieres casarte conmigo?

Para cambiar al mundo...

Dos más para el olvido

Ya no me saben tus besos

Embotellamiento

Húmedos sueños

Por mis tripas

Ximena y el amante perfecto

Inexplicablemente

Quiero decirte algo mamá

Entrevistándome

Recuerdos de una perra vida (4)

Recuerdos de una perra vida (3)

Recuerdos de una perra vida (2)

Recuerdos de una perra vida (1)

Una vela en el pastel

Zonas erógenas

Frente al altar

Ojos rosas

Abuelo no te cases

Mala suerte

Kilómetro 495

Mi primer orgasmo

El plomero, mi esposo y yo

En medio del desierto

El otro lado de mi corazón

Medias de fútbol

Examen oral

El entrenamiento de Anakin

Un extraño en el parque

Tres cuentos de hadas

No podía esperar

La fiesta de graduación

Ni las sobras quedan

La bella chica sin voz

Feliz aniversario

Dejando de fumar (la otra versión)

Una noche en la oficina, con mi compañera

La última esperanza

Pedro, mi amigo de la infancia

Sustituyendo el follar

Dejando de fumar

Buscándolo

La abuela

Tan lejos y tan cerca

Entre sueños con mi perra

Tu partida me dolió

Ni una palabra

Mis hermanos estuvieron entre mis piernas.

Compañera de colegio

La venganza

Tras un seudónimo

Valor

La vecina, mis padres, y yo

La última lágrima

Sueños imposibles

Espiando a mis padres

La amante de mi esposo

Al ras del sofá

La última cogida de una puta

Confesiones de un adolescente

Esplendores y penumbras colapsadas

Volver

Celular

El caliente chico del cyber

Friends

La última vez

Laura y Francisco

El cliente y el mesero (3-Fin)

El cliente y el mesero (2)

El cliente y el mesero (1)

El ángel de 16 (6 - Fin)

El ángel de 16 (5)

El ángel de 16 (4)

Asesino frustrado

El ángel de 16 (3)

El ángel de 16 (2)

Por mi culpa

El ángel de 16

Triste despedida que no quiero repetir

Un día en mi vida

Utopía

El pequeño Julio (la primera vez)

El amor llegó por correo

El mejor año

Mi primer amor... una mujer

My female side