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Fotografías de un autor perturbado

en Gays

No recuerdo exactamente cuándo, pero hace unos días barbiesuperstarr, una de mis autoras favoritas, habló acerca de los relatos que incluyen fotografías y cómo ella los había clasificado. El texto, además de ser ameno y atinado, me animó a escribir una historia que a la vez llevara imágenes. No lo había hecho antes porque nunca me agradó la idea, pero debo confesar que, muy aparte de cómo haya quedado, fue divertido. Y antes de permitirle a aquellos que sí están leyendo esta innecesaria explicación seguir comenzar con el relato, pido una disculpa en caso de que las fotos les parezcan malas. A falta de personal, tuve que hacerla de modelo y de fotógrafo en siete de las ocho imágenes que incluyo, seguro eso influyó en la calidad.

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Fotografías (incluidas) de un autor perturbado.

¡Hola, amigos lectores de TODORELATOS! Mi nombre es Marco y soy un chico promedio cuya vida, desde el día de mi nacimiento hace poco más de veinte años, ha estado llena de rutinarias y aburridas experiencias, de historias poco dignas de contar. Nunca he sobresalido ni en los estudios ni en el deporte y mucho menos en el arte. No soy un retrasado, jamás he reprobado materia alguna, pero tampoco he obtenido algún diploma que pruebe estoy arriba del promedio. Tengo facilidad para el dibujo y la pintura, pero muy poca imaginación para crear algo verdaderamente impactante pues me falta pasión. Sé nadar, pero fuera de un domingo familiar en un balneario no lo he hecho. Le pego más o menos bien a la pelota, tengo la corpulencia necesaria para sacar ventaja a la hora de una carga y me defiendo en las carreras, pero el fútbol no es lo mío y muchas veces he rechazado la invitación de algún amigo a integrarme a su equipo. Sí, estoy consciente de que de haber aceptado al menos una de esas propuestas me habría dado un súper taco de ojo a la hora de las duchas, ¡pero qué pánico! Nada más imagínense el cuadro: un grupo de hombres desnudos bajo el chorro de agua, con sus miembros y sus culos mojaditos tentándome a salir del clóset. ¿Podría resistirme a semejante provocación? No lo sé, pero prefiero no arriesgarme. Para qué quieren que luego termine todo golpeado. ¡No, no, no! Mejor me quedo con lo que tengo: una consola de videojuegos y una pantalla de plasma o un ordenador, TODORELATOS y una buena paja.

Sí, al igual que muchos de ustedes, de muchos de los que en este instante me leen, soy fanático de esas historias "para leer con una sola mano", esas historias que con cada línea te la van poniendo dura y más dura, hasta que te es imposible no dejar de salpicar la pantalla con tu esperma. Me encantan los relatos morbosos y llenos de sexo, esos con los que puedes desahogar la enorme cantidad de energía que viviendo en un sitio como en el que yo vivo puedes llegar a acumular. ¿Que cuál es ese sitio, ese lugar maldito donde la lujuria de un chico vigoroso se derrama entre los dedos? Ese sitio se llama Marco. Sí, no es un lugar en el mapa el que me impide desatar mis ganas sino yo mismo. No es un pueblo mojigato en el que odian a los putos maricones el que mantiene mis pantalones cerrados sino mis complejos y mis miedos, esos los mismos que probablemente también atan a alguno de ustedes: el sentirte tan feo que nadie sería capaz de fijarse en ti, el creer que la lástima es el único motivo por el que alguien te daría una mamada teniendo tú estas lonjas, el temor a toparte con un tipejo intolerante que quiera quitarte lo volteado a punta de pistola, la posibilidad de contraer una enfermedad, etc., etc. ¿A poco no ha pasado por su cabeza alguna de esas ideas? Pues por la mía sí, ha de ser ese ambiente de represión en el que mis padres me educaron o yo qué sé. El caso es que, a pesar de siempre andar con la hormona alborotada, a pesar de tener ya más de veinte y vivir en Guadalajara, la capital gay de México, lugar en donde un amante ocasional te espera a la vuelta de la esquina, a pesar de mi pesar… ¡No se rían¡, pero… sigo siendo virgen. Bueno, lo seguía siendo hasta hace unos minutos, hasta que sucedió lo que a continuación he de contarles, ese el primer relato que en lugar de leer protagonicé.

Como ya les comentaba, me fascinan las historias llenas de morbo, repletas de sexo. Pues bien, todo comenzó cuando decidí leer una de ellas, una escrita por un autor que la verdad no era de mi agrado: edoardo. Ya había leído una que otra cosa suya y ¿saben qué? Ninguna me gustó. Es más, en una ocasión ni siquiera llegué al final. Ahora sé que no todo lo que escribe es sobre personajes sádicos que disfrutan asesinar a la gente por el simple hecho de hacerlo o para cocinar un caldo con sus huesos, o de muchachitas perturbadas que o se suicidan o matan a sangre fría, pero entonces, por mala suerte o mera coincidencia, sólo me había topado con relatos que me hicieron creer lo contrario, relatos por los cuales pensé que en verdad la mente detrás de ellos no podía ser otra que la de un enfermo, que la de un psicópata en potencia urgido de ayuda profesional. Tal vez se pregunten por qué, siendo tan mala la idea que de él me había formado, fue que terminé leyendo ese cuento con el que los sucesos iniciaron. La respuesta es sencilla. Un día como cualquier otro, una tarde de fin de semana encerrado en mi recámara, mis pantalones estaban tan abultados que me conecté a Internet con la intención de encontrar algo que me bajara tan tremenda hinchazón. Tecleé la dirección de TODORELATOS, mi nombre de usuario y mi contraseña, y una vez que se me dio el acceso me dirigí al TOP 100, al apartado Gay para ser más preciso. Una vez ahí, descubrí que, en ese entonces, en el primer lugar se encontraba el relato en cuestión, ese por el que ahora escribo: "¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo!".

Al percatarme de quién era el autor de dicho texto, mi primera reacción fue inspeccionar lista abajo, pero para cuando alcancé el lugar cincuenta y me di cuenta de que ya todos los había leído, subí de regresó y sin más remedio, esperando no encontrarme con una historia que terminara en muerte, pues para cosas deprimentes ya tenía suficiente con mi vida, con estar ahí frente a la computadora, solo, con la verga a tope y sin el valor para salir a buscar alguien que me la atendiera, empecé a leer. Para mi sorpresa, en lugar de violencia, en vez de balas o puñales bañados en sangre, resultó que fui a parar con la historia de Joaquín, un jovencito que tiene sexo con un chico llamado Leonardo, mejor amigo y posible amante de su hermano mayor, y que la polla más se me paró, y que no tuve de otra que masturbarme imaginando como esos dos se daban algo más que cariño. ¡Ah, cómo gocé leyendo ese relato! Me calentó tanto, que agregué al dichoso edoardo a mis contactos del Messenger. Y un día como cualquier otro, una tarde encerrado en mi recámara chateando con otro chaquetero solitario como yo, él se conectó y nos pusimos a charlar. Hablamos de la página, de que él escribía y yo leía, de la edad, lugar de residencia y todo lo típico de la primera conversación. Días después, habiendo coincidido ya en varias ocasiones a lo largo de un par de meses, ya entrados en confianza y en medio de uno de nuestros "encuentros virtuales", me propuso conocernos. ¿Quieren saber cómo se dio todo? ¿Quieren saber lo qué le contesté? Pues entonces mantengan los ojos sobre el monitor.

¡Hola, edoardo!

¡Hola, Marquito! ¿Cómo estás? ¿Con la verga parada como siempre? ¿Listo para meneártela?

¡Sí, listísimo! Ando tan caliente que me gustaría que estuvieras aquí para que me la menearas tú.

¿Nada más meneártela? No, pues no. ¿Qué, no se te antojaría que mejor te la chupara, que pasara mi lengua desde la base hasta la punta, que la ensalivara toda y al final me la tragara hasta tenerla en la garganta? ¿No te gustaría?

¡Por supuesto! Nada más de pensarlo me da de saltitos.

Y a mí se me hace agua la boca, de imaginar esa linda polla que te cargas, tan gruesa, tan recta, tan… No entiendo como es que sigues siendo virgen. Con lo bien dotado que estás, más de uno ya te las hubiera dado. ¿Por qué, en lugar de estar aquí platicando conmigo, no sales y buscas alguien a quien follarte? ¿Por qué no…

¡Ya! ¡No empieces con eso! Mejor dime una cosa: ¿qué morbosa historia vas a relatarme hoy, mi pervertido amigo? ¿Será otra más que sale de tu retorcida mente? O… ¿será acaso una sacada de tu vida, una real?

¿Sabes qué? Hoy estás de suerte, hoy te voy a contar algo que me sucedió esta misma mañana, en mi propia casa.

¡¿Metiste a alguien a tu casa?! Ya decía yo que eso de que no te gustaba el sexo casual eran puros cuentos. A mí se me hace que eres bien puto.

¿Qué pasó? ¿Qué pasó? Sin insultos que no te cuento nada.

Está bien, perdón. Pero es que ya se me hacía raro que todo lo que escribes te lo sacaras de la manga, que según tú fueras casi un santo.

Bueno, creo que exageré un poco con eso de santo, pero te juro que en verdad no soy de los que anda de cama en cama. Es más, sin contar lo que pasó esta mañana, tengo más de siete meses sin sexo. Pero bueno, no nos pongamos melancólicos y empecemos mejor con la historia.

Te escucho… No, mejor dicho, te leo.

Creo que sabes de qué hablo cuando digo que hay días en los que te levantas con ganas de revolcarte aunque sea con el perro, ¿no? Pues bueno, así me levanté yo el día de hoy. Yo creo que antes de despertarme he de haber estado soñando con algo muy excitante, porque la polla me dolía de tan dura. Por instinto, llevé mi mano hasta ésta y me la empecé a jalar, pero volteé la mirada hacia el buró y me di cuenta de que no había papel, así que decidí esperar un poco y caminar al baño, para ahí sí escupir la leche a gusto, sin preocuparme luego con qué limpiarla.

Abrí la puerta, pronuncié el nombre de mi madre para cerciorarme de que no estuviera en casa, y como en efecto no obtuve respuesta, caminé hasta el sanitario con la carpa por delante. La verdad es que en ese momento no necesitaba ya de estimulantes, pero, ya que la puerta de su cuarto estaba abierta, se me ocurrió tomar una de esas revistas que mi padre guarda bajo el colchón. Para amenizar el rato. Tú sabes, ¿no? Entré entonces a la recámara. No pude dar más de dos pasos, la imagen que apareció frente a mí me impactó. Frente a mis ojos, sin yo si siquiera esperármelo, estaba mi…

¡No mames! ¡¿Lo hiciste con tu padre?!

¡Ah, pero como serás… No te adelantes, Marquito. No me interrumpas, que si no ahí la dejamos.

¡No, no, no! Prometo que ya no te vuelvo a interrumpir. Sígueme contando, por favor. Entraste a la recámara de tus padres y…

Y ahí estaba él: el culpable de que yo esté ahora aquí contigo, relatándote lo que esta mañana hicimos. Imagínate nada más que tuvieras frente a ti a tu padre, dormido y con sólo una trusa de algodón blanco encima. Que estuviera acostado boca arriba, con los brazos extendidos y su cara descansando sensualmente sobre su axila. Que debajo de esa trusa, producto de un sueño erótico o cualquier otro motivo que poco o nada importa, se encontrara una erección que de tan grande, la punta de la verga se le asomara por afuera del resorte. Imagínatelo nada más. ¿No se te habría subido la sangre a la cabeza y hubieras perdido el control, la razón? Yo sí lo perdí, y me dirigí hacia él sin pensar en otra cosa que no fuera meterme a la boca eso que a él se le salía del calzón.

La verdad es que mi padre no es para nada atractivo, no al menos a mis ojos. Nunca me había fijado en él como hombre, y no por el hecho de ser su hijo sino porque jamás lo consideré de mi tipo. Y aún sigo pensando que no lo es, pero es que esta mañana sí que andaba muy caliente y una tentación como la que se me puso enfrente fue demasiado. Me fue imposible resistir. Sin demorar un segundo más de lo necesario, me arrodillé a un lado de la cama y, con mucho cuidado, con mucha paciencia, para disfrutar centímetro a centímetro eso que se fue develando, le bajé esa la única prenda que lo separaba de la desnudez. Y entonces pude admirar en todo su esplendor ese hermoso pene. ¡Porque vaya que es hermoso! El resto de su cuerpo no será muy atractivo, pero eso que mi padre se carga entre las piernas...

¡Es una delicia! Es bastante grueso, mucho más de la mitad del tronco hacia la base. Una vena se le marca por todo lo largo, que si bien no es del calibre que se maneja en algunos relatos, no está para nada despreciable. Por si te lo estabas preguntando: no, no lo tiene más grande que tú. Pero ahí se dan, ahí se dan. Es oscuro, y la cabeza, siempre a la vista pues está circuncidado, púrpura y en forma triangular. Y para rematar, un par de testículos súper velludos y una mata de pelos tipo afro en la que hundí mi nariz para aspirar su aroma a macho. A mi padre suele no hacerle mucho efecto el jabón, así que ya te imaginarás lo rico que le olía, lo prendido que me puso y ya no pude más. Sin detenerme en cosas más sutiles, me tragué entero ese apetitoso y durísimo trozo de carne.

Con loca desesperación, mis labios comenzaron a subir y bajar a lo largo de su miembro, mientras que mi lengua se encargaba de envolverle la puntita y recoger el transparente jugo que de ésta le brotaba. Estaba tan entrado, gozando de ese esplendido manjar causante de mi existencia, que tardé en notar que mi padre jadeaba en señal de que él también gozaba. Cuando lo hice, cuando me percaté de sus suspiros, lo volteé a ver a los ojos y nuestras miradas se toparon. Por un momento tuve miedo. Pensé que mi padre reaccionaría con violencia, pero en lugar de golpearme o algo parecido posó su mano sobre mi nuca y me empujó ligeramente contra sus pubis, para meterme más la verga en una clara muestra de que no le importaba que fuera su hijo quien se la mamaba. No sé si fue que con mi madre ya nada de nada o que creyó que todavía estaba soñando, pero yo no desaproveché su aprobación y se la seguí chupando con vehemencia, hasta que la boca me dolió.

Y fue precisamente cuando la mandíbula ya no me daba para más, que decidí alojar ese pollazo en otro lado. Me deshice del bóxer, me subí a la cama, me coloqué en cuclillas, tomé el pene de mi padre por la base y con la punta me froté una y otra vez el ano, para sumarle ansias y lubricarme un poco ya que no sería fácil la acometida, y finalmente me fui sentando sobre de él. Lentamente, haciéndome sentir como poco a poco me iba abriendo, me fue entrando su regordete glande. Un ardor se apoderó de mi culo y una chispa recorrió mi espalda. Los ojos de mi padre brillaban no sé si de gusto o de remordimiento, pero no paraban de mirarme, no paraban de pedirme que me la metiera toda, hasta adentro y que así lo hago: me dejé caer sobre su hermoso y palpitante falo hasta que su selva me picó las nalgas y de mi garganta se escapó un alarido.

Y sin esperar acostumbrarme a sus tamaños, sin darle al dolor tiempo para mitigar su efecto sobre mí, emprendí el camino hacia el orgasmo. Su pene entraba y salía de mí cada vez con más facilidad, y junto con el mío se iban poniendo cada vez más duros. Cada que, luego de dejarlo fuera casi por completo, me sentaba sobre aquel hermoso miembro y su punta se estrellaba furiosa contra mis adentros, sentía que me empujaba el semen y estaba a punto de estallar. Excitado hasta la médula, no me contuve de gemir como una bestia con cada una de las estocadas. Sin parar de subir y bajar, con la izquierda me pellizcaba una tetilla y con la derecha me hacía una acelerada paja. Dos sentones más y… ¡Ah, que placer! Me vine encima de su pecho, experimentando las sensaciones más intensas de mi vida. Y a los pocos segundos, al tiempo que me tomaba de la cintura para enterrármela hasta el alma, él también se corrió, bañando mi interior con ese líquido que una vez bañara a mi madre y gracias al cual nací. Después nos separamos y me regresé a mi cuarto, dejándolos solos a él y a las dudas que de seguro de repente lo invadieron.

Y ahí se termina la historia. ¿Te ha gustado, Marquito?

Sí, me ha gustado. Nada más que… ¿en realidad follaste con tu padre, así como así?

Claro que sí. ¿Acaso dudas de mí? ¿Acaso crees que te he mentido? Mira que me voy a ofender, eh.

No seas payaso. ¿Desde cuándo tan digno? Ya dime la verdad: ¿de verdad cogiste con tu papá?

Está bien, está bien. ¿Quieres saber la verdad? Todo lo inventé. Pero ¿qué?, ¿a poco no te calentó? ¿A poco no te inspiró para chaqueteártela a gusto?

Pues eso sí, pero la verdad es que no me ha alcanzado para corredme. ¿Por qué no conectas la cámara y me enseñas ese culito que en tus fantasías se folló tu padre? Quiero verte esas nalguitas con las que sueño todas las noches, ese hoyito por el que me gustaría meterte la verga y darte duro hasta que me rogaras que ya no. ¡Ándale, pon la cámara!

No, nada de cámaras. La tuya está dizque descompuesta, así que yo no conectaré la mía. Es lo justo, ¿no te parece? Yo no puedo verte, así que tú tampoco.

¡Qué mala onda! Ya te dije que sí se me descompuso y que no he tenido para comprar otra. Además, yo ya te mandé un par de fotos. Tú ya me conoces. Nada más la polla y los huevos, sí, pero yo ni eso. ¡Ándale, conecta la cámara y déjame verte el culo! No te pido más.

No, ya te dije que no, que…

¡No, mano! Ya vi que eres bien apretado. Mejor me voy a…

¡Espérate, Marco! No me dejaste terminar. Te decía que no voy a conectar la cámara, pero que sí te puedo enviar una foto. Claro, si tú quieres. ¿Qué me dices?

Pues… está bien. Mándamela.

Ahí te va.

Un pequeño icono con una línea de advertencia y las palabras aceptar y rechazar debajo apareció en la ventana de conversación. Moví el apuntador del ratón hasta colocarlo sobre la primera de las opciones y le di un clic con el botón izquierdo. De inmediato, la leyenda de advertencia fue sustituida por una barra que se fue rellenando de verde y cancelar apareció en lugar de las otras dos palabras. Luego de unos segundos, la transferencia se completó y en la pantalla se me avisó la ubicación de la carpeta en la que se había guardado la imagen. Desesperado y con el pito escurriéndome de la emoción, me trasladé hasta el sitio indicado esperando la más guarra de las fotografías. Di un doble clic sobre el archivo y, para mi decepción, esto fue lo que el visor de imágenes mostró:

¡No manches! ¡¿Qué es esa foto tan fresa?!¡Te pasas, eh!

¿Qué, no te gustó? ¿A poco tan mal culo tengo?

No, pues tan malo tan malo no está, pero yo me esperaba otra cosa. No sé, algo más… revelador. Yo creí que se te iba a ver todo, que me ibas a enseñar el ano, que con suerte te estarías metiendo algo, pero… Y luego en blanco y negro. ¡No, compadre! ¡De veras te pasas!

Bueno, para eso está la mente. ¿Por qué no empuñas tu mano derecha? ¿Por qué no la empuñas y la pones sobre la punta de tu verga? ¿Por qué no vas introduciendo ésta entre tus dedos, poco a poco como si tu mano fuera yo? ¿No lo sientes? ¿No sientes como me vas separando los pliegues y tu gruesa herramienta se va acoplando a mi interior? Yo lo siento. ¡Y me gusta! ¡Me encanta! No sabes el enorme placer que me provocas, mi amor. ¡Ah, qué rico! ¡Qué delicia! Ya casi la tengo toda adentro. Un poquito más, sólo un poquito más. Empuja, Marco. ¡Ensártame hasta el fondo! ¡Sí! ¡Así! Sigue así y… ¡Ah! ¡Qué grande estás, papi! Siento que me llegas hasta la garganta. Siento que me voy a morir de lo bonito que se siente tenerte dentro. ¿A ti también te gusta, nene? Sí, a ti también te gusta. Lo sé. Lo veo en tus ojos.

¡Muévete, mi amor! ¡Fóllame como si fuera un animal! ¡Dame duro! ¡Hasta que te ruegue que ya no! ¡Más rápido! ¡Más! ¡Más! ¡Sí! ¡Así! ¡Ah!, vas a hacer que me corra sin siquiera tocarme. ¡Qué bien lo haces, papito! Ya siento que me vengo. Ya siento que… ¡Ah! ¡Ah! ¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHH!

¡No mames, eso estuvo genial! ¿Te gustó, Marquito? ¿Te imaginaste que en verdad me follabas? ¿Te has corrido tú también?

…

¡Qué onda! ¿Por qué no me respondes? No me digas que te fuiste y me dejaste solo a medio palo.

…

¿Hola? ¿Todavía estás ahí? ¡¿Marco?!

¡Perdón, perdón! Aquí estoy todavía. Lo que pasa es que manché el teclado y lo estaba limpiando.

¡Ah, pillín! Entonces supongo que sí te gustó, que ya no te pareció tan mala la foto, ¿verdad?

¡Claro que me gustó! Y es que… ¡No mames, cabrón! ¡Me pones, pero si bien caliente! Te juro que no se me ha bajado la hinchazón. A pesar de haberme vaciado, la sigo teniendo dura. Palabra que me quedaron ganas de hacerme otra paja.

¡Qué bárbaro! Tú no tienes llene, ¿verdad?

¿No tendrás otra fotito por ahí guardada, una tomada a la misma altura pero en la que salgas de frente, una que me inspire y me acompañé?

Sí tengo, pero si me la vas a criticar como a la otra mejor ni te la enseño. Aunque no lo parezca, soy muy susceptible a las críticas. Me puedo sentir.

No, te prometo que no me voy a quejar. ¡Mándamela, por favor! ¡Mándamela, que me urge!

De acuerdo. Pero pobre de ti si dices algo, ¿eh? Te juro que me meto por la pantalla y te doy de catorrazos.

Entendido.

Ahí te va, pues.

Una vez más, el proceso de transferencia se llevó a cabo y, transcurridos unos cuantos segundos, me dirigí hasta la misma carpeta donde se había almacenado la fotografía anterior. Sumamente excitado, como me suelo poner cada que alguno de mis contactos me envía una foto de su verga o me la muestra por cámara, ansioso de saber qué forma, color y tamaño tendría la de edoardo, di doble clic sobre el icono de la imagen y, otra vez un tanto decepcionado, esto fue lo que observé:

Tentado estuve a mentarle la madre, ¡la verdad!, pero hasta cierto punto yo tuve la culpa de que me mandara algo como eso. Yo le pedí una foto tomada a la misma altura que la anterior nada más que de frente, y eso mismo me mostró. Nunca mencioné que quería un desnudo, y como a fin de cuentas la imagen no estaba tan mal, pues moderé mis reclamos.

Oye, ¡está muy padre tu foto!, pero… ¿no tendrás otra en la que la mano no salga tapando lo bueno?

Y… ¿cómo sabes que es algo bueno?

No, pues no lo sé. Pero me imagino, ¿o no? ¿Por qué no me mandas otra en al que sí se vea, y así yo te digo si está bueno o no? ¡Ándale! Hazlo por esta pollita mía que tan linda y apetitosa se te hace. ¡Por fa! ¿Sí?

¿Por qué mejor no… lo averiguas en persona?

¿Cómo? ¿Quieres que… ¿Me estás proponiendo que…

Sí, que nos conozcamos. ¿A poco no te gustaría? A mí la verdad es que sí. No se tú, pero estos "revolcones cibernéticos" como que ya me cansaron. ¿No estaría genial que todo lo que nos hemos escrito, lo pongamos en práctica? ¿No estaría genial que vinieras a mi casa y me rompieras el culo, que me follaras como a una puta y así dejaras de ser virgen? ¿No se te antoja? ¿No te da de brinquitos nada más de pensarlo? ¿Eh? ¿Qué me dices?

Su propuesta me tomó por sorpresa, fue tan inesperada que, contrario a sus palabras, a eso de que si no me daba de brinquitos, se me bajó la excitación. Se me puso de hormiga. Ninguno de los hombres con los que hasta entonces había chateado me había pedido que nos viéramos, a pesar de que más de uno vivía también en la ciudad. Y nunca lo deseé, ni siquiera se me vino la idea a la mente. Estaba tranquilo con la seguridad que te brinda el Internet, con ese no exponerte a un rechazo o a una desilusión. Pero ahí estaba edoardo, ofreciéndome más que conocernos, dándome la oportunidad de experimentar eso que tanto me gusta leer, esa oportunidad que por estúpido muchas veces dejé pasar. ¡Por supuesto que tenía ganas de romperle el culo! ¡Por supuesto que me lo quería follar como a una puta!, pero… también tenía miedo. ¿Qué tal si en persona no nos llevábamos bien? ¿Qué tal que una buena verga no resulta suficiente y mis lonjas y mi cara de chimpancé lo hacen salir corriendo? ¿Qué tal si se burlaba de mí por resultar un pésimo amante? ¡No lo resistiría! Esas y otros cientos de dudas revoloteaban dentro de mi cabeza, y mis dedos continuaban paralizados sobre el teclado, incapaces de al menos decir que no. Estaba en medio de una encrucijada. No sabía qué decisión tomar.

¿Sigues ahí? O ¿ya te fuiste? ¿Qué, de plano te parece tan mala idea conocernos en persona? ¿A qué le tienes miedo? ¿A poco todavía sigues pensando que soy un psicópata? ¡Te juro que no! Te prometo que no te voy a lastimar. Bueno, no si tú no me lo pides. Además, con lo alto que eres y la corpulencia que tienes, no te podría hacer ni cosquillas. ¡Nombre, de un golpe me sientas!

…

¿Por qué no me respondes? ¡Ándale!, escríbeme algo. Ya dime aunque sea que no o… ¡Ya sé! Quieres que te enseñe una foto de mi cara, ¿verdad? Para ver si sí te paso, ¿no es así? Está bien. Hubiera preferido que me conocieras en persona porque no soy para nada fotogénico, pero si mostrándote mi rostro te decides… ¡Ahí te va! Nada más no te vayas a asustar, ¿eh?

Seguía tan clavado en esa lucha interna, en esa pelea encarnizada entre mi deseo contenido y mi constante temor, que no leí siquiera una sílaba de lo que apareció en pantalla, por lo que no accedí a la transferencia de datos hasta que me mandó un par de zumbidos. Como si se moviera por sí sola, como si fuera la de un autómata, mi mano se posó sobre el ratón y finalmente pinchó la palabra "aceptar". Un breve instante después, el rostro de edoardo apareció:

Y bueno, ¿qué opinas? ¿Me merezco aunque sea un seis? ¿Aceptas que nos conozcamos?

Pues… Está bien.

¿En serio? ¿De verdad quieres que nos veamos?

Sí, es en serio. ¿Por qué? ¡No me vas a decir que era una broma!, ¿o sí? Palabra que te eliminó de mi lista. Mira que me costó mucho trabajo decidirme. Es cierto que ya tenemos un par de meses conociéndonos por mail y Messenger, pero… no dejo de sentir un poco de miedo. No sé, nunca he conocido a nadie por medio del Chat y… Bueno, nunca he conocido a nadie por ningún medio, y me aterra que algo malo pueda pasar.

¿Qué?, ¿crees que voy a abusar de ti o que te voy a hacer daño? ¿A poco, luego de haberme compartido tus intimidades y de haber escuchado las mías, sigues pensando que detrás de mis palabras hay un psicópata pervertido capaz de hacerte sabrá Dios que barbaridades? ¿Todavía no me tienes confianza?

No es eso, sabes bien que no.

Entonces, ¿qué es? ¿A qué le tienes miedo? ¿A que no me vayas a gustar? Ya te dije que me encantan los tipos como tú, con rasgos toscos y carne de donde agarrar. ¿Temor a decepcionarme? ¡Por favor! Yo tampoco soy ningún experto en las artes amatorias, así que… ¡nada de excusas! ¡Pon el lugar, el día y la hora!

Está bien, pero ya no me recuerdes mis complejos que me puedo arrepentir.

OK.

¿Te parece bien el próximo domingo por la mañana, como a eso de las diez? Es que entre semana no puedo porque voy a la universidad y los sábados les ayudó a mis padres a atender la tienda, así que nada más puedo ese día.

¡Me parece perfecto! Próximo domingo por la mañana, como a eso las diez. ¿En dónde?

¿Conoces la Biblioteca Iberoamericana, la que está en Plaza Universidad?

Sí.

Pues ahí nos vemos entonces, en cualquiera de las bancas.

Bueno, ahí me buscas que yo nada más te conozco por tus descripciones. Y perdón que me vaya, pero mi estómago me está rogando por algo de comida.

¡Espérate, espérate!

¿Qué pasó?

¿Tienes otra fotografía, una dónde salgas de frente? Es que en la otra no se te ve completa la cara, y luego para qué quieres que me equivoque.

Tienes razón. Mejor te mando otra. Ahí te va.

¡Qué sexy!

¡No te burles!

No, si no lo digo en tono de burla. De veras que no estás nada mal.

¿En serio lo crees? Pues muchas gracias.

Bueno, tampoco te la creas tanto, que luego de verme a diario en el espejo cualquiera me parece guapo.

¿Ah, sí?

No te creas, de verdad que estás muy lindo. Tienes la frente muy amplia, la nariz un poco chueca, los ojos medio bizcos y las ojeras muy marcadas, pero fuera de eso… Fuera de eso estás muy bien.

¿Y el criticón no vino? Menos mal que te parecí lindo, si no… Ya me habría arrepentido.

No te enojes. Era una broma.

Ya lo sé. ¡Yo también estaba bromeando, tontuelo!

Bueno. ¿Entonces nos vemos el domingo?

Claro que sí. Estaré contando los días para tenerte dentro. Descansa que el domingo te quiero enterito, quiero que de veras me hagas que te ruegue ya no más. Y no te la jales mucho, que quiero tu lechita por todo el cuerpo.

Está bien, te lo prometo. Hasta el domingo entonces.

Hasta el domingo, Marquito.

En la ventana de conversación se me advirtió que era posible que edoardo no me respondiera pues su estado era "No conectado". Yo también cerré la cesión del Messenger, y antes de hacer lo mismo con la del ordenador, le di un último vistazo a las fotografías. Me levanté y me dirigí hasta mi cama. Me acosté boca arriba, con una mano detrás de la cabeza, justo como él posaba en la última de las imágenes. Con una sonrisa que no podía ocultar mi alegría, esa que por primera vez sobrepasaba a mis nervios y a mis miedos, me imaginé cómo es que podría ser nuestro encuentro, cómo es que se sentiría cogerse a alguien. La excitación que perdiera cuando leí su propuesta de conocernos en persona, regresó poco a poco levantando mis pantalones. La mano que tenía libre, esa que no se encontraba bajo mi nuca, se perdió entre mi ropa y mis piernas con la intención de no salir hasta no haberse manchado de blanco. Lo sé, había prometido no recurrir demasiado a la masturbación, pero… simplemente no pude cumplirlo.

Así me la pasé toda la semana: de mano en mano. Pero yo creo que más que por ganas, lo hacía como una manera indirecta para ganar tranquilidad, porque nada más llegó el domingo y, tal y como lo había decidido la noche del sábado ni siquiera me toqué, la angustia se apoderó de mí. Era tal el estado de preocupación en el que estaba inmerso, que al salir de la regadera se me olvidó ponerme ropa interior y salí de mi casa sin tomar las llaves. Luego me pasé de estación y tuve que caminar como siete cuadras para llegar al sitio de encuentro, siendo que de no haber estado distraído el tren me habría dejado justo fuera de la biblioteca. Para mi fortuna, también me equivoqué al leer la hora. Eran apenas las nueve con quince cuando me senté a esperar a edoardo, así que él no aparecería hasta dentro de casi una hora. Y cumplido ese lapso, viéndolo caminar en dirección a mí como si estuviera seguro de que Marco era yo, las tiemblas, digo, las piernas me empezaron a temblar. Nada más de acordarme me vuelvo a poner nervioso. Pero bueno, el corazón me latía a mil por hora y yo nada más estaba esperando el momento en que cayera al suelo, fulminado por un infarto. Por suerte eso no habría de ocurrir. Tomando valor vaya a saber Dios de donde, me puse de pie y lo intercepté a mitad de la plaza. Sorprendiéndome a mí mismo, le extendí la mano en forma de saludo. Él me la apretó con suavidad, y eso bastó para que ese cosquilleo inoportuno, provocado por las escenas que tras el roce comenzaron a bombardear mi mente, hiciera bulto en mis jeans, detalle que por la ausencia de un bóxer o un slip fue difícil de ocultar.

– Te quitaste la barbita, ¿verdad? ¡Y usas lentes! – exclamé para disimular mi turbación y excitación.

– Sí, desde hace como seis meses – dijo haciendo referencia sólo a mi segundo comentario –. En las fotos no los traía puestos porque luego en la mica se refleja todo, más porque como me las saco yo mismo, me las tomo de muy cerca. Pero ¿qué?, ¿te parece que se me ven mal? – me preguntó un tanto inquieto, logrando calmarme un poco pues eso significaba que él también tenía sus complejos, tal vez no al grado de las míos pero al fin y al cabo ahí estaban.

– No, se te ven bien. Como que te va el estilo nerd – sentencié en tono de broma.

– Pero… Estos lentes no son de nerd – afirmó al tiempo que se los quitaba del rostro –, tienen el armazón delgado y son de marca. Los nerds no usan de estos sino de pasta, ¿no? – dijo ya medio dudando.

– Pues no lo sé, pero bueno, ¿a quién le importa? De verdad que se te ven bien. Te prometo que sí – indiqué con una mano sobre el corazón, ese que, luego de minutos antes estar latiendo como un loco, y habiendo edoardo pasado a ser el inseguro, habría recuperado su frecuencia normal.

– Bueno. ¡Pues vayámonos entonces! – sugirió haciéndome un ademán para que lo siguiera.

– ¡Pues vayámonos! – lo secundé antes de salir detrás de él.

Uno al lado del otro, dedicándonos una sonrisa de vez en vez, caminamos unos cuantos pasos hasta la estación del tren, bajamos las escaleras, accedimos al andén gracias a un par de fichas que él previamente había obtenido, esperamos cerca de cinco minutos, subimos al vagón y emprendimos el camino hacia su casa, ese el sitio que habría de ser testigo de mi primera vez, ese el lugar en el que habría de darle por el culo hasta que, justo como se lo prometiera, justo como él también lo deseaba, lo haría suplicarme ya no más.

– Estuviste muy callado todo el camino – comenté una vez que cerró la puerta y nos quedamos solos –. ¿Qué, a poco te pongo nervioso? – lo cuestioné en tono de broma, tratando de disimular que era a mi estómago a dónde las mariposas habían vuelto.

– No es eso – contestó al tiempo que me acorralaba poco a poco contra la pared.

– ¿Ah, no? – inquirí sintiendo cada vez más cerca su respiración, ganando aceleradamente excitación.

– ¡No! Lo que pasa – atrapó mi cabeza entre sus brazos y acercó sus labios a mi oreja –, es que a mí más que hablar – con obscena lentitud, recorrió el camino desde mi lóbulo hasta mi mejilla y restregó su entrepierna contra la mía, provocándome un escalofrío que contra mi voluntad me arrancó un suspiro que delató mi alteración –, me gusta actuar – confesó antes de plantarme un beso que de inmediato me la puso dura.

A diferencia de mi polla, que al juntarse nuestras bocas al instante se alertó para la acción, mi lengua tardó unos segundos en reaccionar, en responder a la suya. No era la primera vez que me besaban, pero sí la primera en que las cosas ahí no habrían de parar. Necesité un poco de tiempo para asimilarlo, para echar los miedos de una vez por todas al olvido y adentrarme por completo en esa lucha de saliva.

edoardo besaba bien, con una perfecta mezcla de ternura y de pasión. Succionaba mi lengua como si de un pene se tratara, haciendo palpitar al verdadero, y después se limitaba a un inocente juego de labios para furioso arremeter de nuevo, para una vez mojada toda mi cara deslizarse cuello abajo y dibujarme un par de chupetes. Y al cansarse de esa parte de mi cuerpo, como un loco libró a mi torso de la camisa y se apoderó de una de mis tetillas, mordiéndola suavemente mientras que con ambas manos apretaba mis tan odiadas lonjas, esas que a él parecían más encenderlo pues frenéticos lengüetazos le regalaba a mi pezón, arrancándome gemidos que resonaban ya sin miedo, que le rogaban bajara un poco más para ocuparse de eso que hasta entonces conocía sólo en fotos, de eso por lo que según sus palabras se le hacía agua la boca, eso que como si quisiera torturarme aún habría de demorarse en tragar.

Comprobándome que no mentía cuando por Messenger hablábamos, se entretuvo un buen rato en mi barriga, besándola, chupándola, adorándola. Llenaba con su nariz mi ombligo para luego cubrir su cara con mis pliegues, proporcionándome una nueva clase de placer: esa que experimentas cuando te sientes aceptado tal como eres. Y cuando finalmente se llenó de mi pancita, descendió su boca traviesa hasta mis pantalones, reconociendo el contorno de mi verga por encima de la tela.

– Por fin la tengo en mi mano – indicó estrujándola con fuerza –. Y… ¡No traes ropa interior, pillín! – exclamó al percatarse de mi descuido.

– Es que… Pensé que así te sería más fácil llegar a ella, ¿o no? – sugerí sacándole provecho a mi distracción.

– ¡Qué inteligente eres Marquito! Pero dime algo – me pidió desabotonándome los jeans –: ¿será que es tan linda en persona como lo es en foto? – comenzó a bajarme el cierre.

– Pues, no lo sé. Pero… ¿Por qué no lo averiguas por ti mismo? – le propuse –. ¿Por qué no me quitas de una vez el pantalón? – le animé.

– Tienes razón, amor. No perdamos más el tiempo – acordó liberando finalmente mi erección, la cual se develó imponente ante sus ojos, esos que impresionados y encantados se cruzaron con los míos en una muestra de complicidad o quizá buscando aprobación.

– Y… ¿Qué opinas? – inquirí –. ¿Te sigue pareciendo tan apetitosa como en las imágenes?

– ¡Mucho más! Con los pelitos recortados y todo – soltó antes de chuparse los labios y tomar mi enhiesto falo de la base, dirigiéndolo a su boca con la intención de devorarlo.

– Pues… ¿Qué esperas entonces a probarlo? – lo interrogué suplicante.

Mi pregunta no tuvo respuesta. Cerrando los ojos y asiéndose de mis muslos, edoardo transitó con la nariz el largo de mi pene, regodeándose con el aroma que éste desprendía y causándome un satisfactorio escalofrío que al su suave piel acariciar mi dureza viajó por toda mi anatomía acercándome por un instante al clímax. Y una vez que el recorrido terminó, una vez que su nariz olfateó entero el tronco, abrió los ojos, y mirándome fijamente me lamió el mojado glande, recogiendo con su lengua de éste el lubricante.

  

 

– ¿Listo? – me cuestionó luego de beber de mi manguera.

– ¡Listo! – le respondí antes de casi metérsela a la fuerza, antes de verla perderse por primera vez entre unos labios, antes de por primera vez alojarla en el calor de una garganta.

Y aquella sensación fue más allá de lo que me esperaba, me electrizó el cuerpo entero y a punto estuve de vaciarme. En cuanto la boca de edoardo envolvió mi erección y su lengua la llenó de caricias, por un segundo sentí que me corría sin poder controlarlo, que el orgasmo me llegaba sin yo desearlo, sin yo querer que aquello se acabara así de pronto. Afortunadamente, y recurriendo al conocimiento total que de tus emociones y reacciones te da la masturbación, esa práctica que durante muchos años me brindó lo que hasta esta mañana con él pude vivir, logré retener la eyaculación y continué gozando por un rato de sus atenciones, de ese su mamar que en mi falta de experiencias o quizá porque en verdad lo era me pareció más que perfecto, me produjo de nuevo un intenso chispazo que ahora sí me obligó a detenerlo o me corría, o le inundaba el tragadero con mi leche, ésa que quería primero derramarle por el culo.

– ¡Detente! ¡Detente! – balbuceé al tiempo que retiraba mi inflamado miembro de su boca.

– ¿Qué pasa? – preguntó un tanto alarmado.

– ¿Dónde está tú cuarto? – le contesté con otra interrogante –. Vamos a tu cuarto, que ya quiero follarte – le supliqué abrazándolo por la espalda, presionándole mi enorme excitación contra sus nalgas, ocultas todavía bajo su pantalón.

– Siendo así – movió su trasero en círculos, como dándome una probadita de lo que se avecinaba –, ¡vamos a mi cuarto, pues! – me tomó de la mano y caminamos hacia el fondo de la casa, él por delante y yo prendido de su cuello, él como guía y yo sobándome en sus glúteos.

No transcurrió más de medio minuto, pero en cuanto entramos a su recámara lo arrojé sobre la cama y me le lancé encima para con impaciencia desnudarlo. Habiendo perdido por completo la timidez que me había llevado a ser virgen a los veinte, le desgarré la playera y le arranqué los pantalones, dejándolo en unos pequeños y ajustados bóxer color rojo que parecían estrangular su sexo aún dormido.

 

Como el buen niño que soy, y haciendo gala de misericordia, lo libré también de esa opresión y finalmente conocí eso que con la mano en la foto se cubría, eso que ante mí se revelaba no despierto pero sí dispuesto: a que en mi boca lo albergara para hacerlo reaccionar. Lo besé y lo lamí tratando de imitar la forma en que él antes me lo había mamado, pero nada. O es que yo no era tan bueno en eso de las artes orales o de plano estaba muerto, no sabía qué pensar. El caso es que por más que me esforzaba su falo no daba señal de vida, y comencé a desesperarme. Empecé a sentir de nuevo miedo, de no ser un buen amante, y a punto estuve de salir corriendo. A punto estuve de abandonar la escena, pero con un susurró me aconsejó hacer otra cosa.

– ¡Muérdemela! – me ordenó bajito.

– ¡¿Qué?! – exclamé sorprendido por su petición.

– ¡Que me muerdas la verga, imbécil! – me gritó con rabia, en una actitud completamente distinta a la que hasta entonces había mostrado, una actitud que mucho me desconcertó –. ¡¿Qué, no oíste?! ¡¿O es que acaso te lo tengo que explicar con manzanitas pues eres un pendejo?! – insistió en sus insultos y ahora sí que me enojé, ahora sí que le hice caso y entre mis dientes cogí su flacidez.

Mis colmillos se clavaron en la corrugada y oscura piel de su pene, sacándole un escandaloso grito que, por la dureza que al instante ganó su sexo, pude adivinar fue más de placer que de dolor. Y a ese sonido animal ésco le siguieron otros, a veces igual de toscos, a veces suaves y sensuales, sonidos que me alentaron a seguir mordiendo no sólo eso que ahora insolente apuntaba al cielo sino cada centímetro a su alrededor. Y con cada marca que en el cuerpo le imprimía, su polla, circuncidada, oscura, no tan larga pero sí muy gruesa y destilando ganas, pegaba un brinco que me indicaba fuera más abajo, y yo que le obedezco. Y yo que por fin me voy en busca de ese pozo que de leche le quería llenar. Y luego de darle unos cuantos besitos a ese par de bolas que por sus gemidos ya no colgaban demasiado, y recorrer el corto y por culpa del rastrillo poco peludo caminito a la felicidad, mis ojos se encontraron de una vez por todas con su ano, ese que por su estrechez supuse no había recibido a tantos, y que por lo tanto más dura me la puso, y que poseído de lujuria decidí atacar.

 

Primero, recordando su real gusto por el masoquismo, por el placer a base de dolor, me dediqué un par de minutos a rasgarle con mis incisivos la piel que cercaba el centro de mi atención, el centro por el que sin mucha demora entraron mi lengua y tres dedos, preparándolo y preparándome para lo mejor: para la inminente penetración que ambos pedíamos a gritos, para esa la primera estocada de mi vida y para la cual el primer paso fue colocarme entre sus piernas y con mi ansiosa verga tocarle la puerta, esa por la que un instante pensé no cabría. edoardo es chaparrito y de figura frágil, mucho más delgado de lo que su obsesión con el sobrepeso le deja ver. Si a eso le sumamos el generoso tamaño de mi miembro y mi no menos impresionante corpulencia, no era descabellado creer que tal vez podría lastimarlo, por lo que en medio de mi excitación dudé en continuar, duda que él se encargó de disipar cuando con otro grito y otro insulto, y como si me hubiera leído la mente, demandó se lo metiera, sin contemplaciones y hasta el fondo. Y como a nadie le dan pan que llore, pues que me le dejo ir y se la ensartó de uno solo, mandando finalmente al diablo mi virginidad.

– ¡AHHHHHHHHH! – gritó él echando para atrás la cabeza y arqueando un poco la espalda.

– ¡SIIIIIIIIIIIIIIIÍ! – exclamé yo cayendo con todo mi peso sobre él, incapaz de sostenerme ante la apabullante emoción de finalmente estar dentro de un hombre, de finalmente estar a punto de follármelo.

Cuando se me pasó el mareo, cuando me recuperé de la turbación que me causó el pensar cómo era que el grosor de mi sexo embonaba a la perfección con la angostura y la tibieza de su esfínter, cómo éste me lo envolvía como un cálido y suave guante, y me di cuenta de que edoardo se encontraba atrapado entre el colchón y mis lonjas, hice el intento de levantarme al menos un poco, para no hacerle difícil la respiración, pero él me lo impidió, él me atrajo hacia sí y rodeó mis nalgas con sus piernas impulsándome a llegar dentro de él más hondo, pidiéndome en silencio empezara a cabalgarlo, empezara a cumplir esa promesa de obligarlo a rogarme ya no más, y así lo hice. Y así, con toda la fuerza de mis kilos y todo ese deseo por años reprimido, arremetí contra él procurando moverme lo mejor posible, intentando seguirle el paso a esa agitación de su cadera, a ese abrir y cerrar de su apretado y delicioso culo. Hundiendo mis dientes en su cuello, en su hombro o en sus labios, acuchillé sin cesar su próstata hasta hacerlo clamar como uno de sus personajes.

– ¡Ah, cómo me gusta tu verga! – chillaba –. ¡Sí, qué gusto que me da tenerla dentro! – expresaba –. ¡Así, dale más, dale más! – pedía –. ¡Métemela hasta adentro!, ¡métemela más duro! – exigía –. ¡Sí! ¡Así! ¡Así! ¡Ah, dámela toda! ¡Sí, rómpeme el culo! – mandaba –. ¡Rómpemelo, cabrón! ¡Quiero sentir tu verga hasta la garganta! ¡Ah, dame más! ¡Dame más! ¡Sí! ¡Así!

– Con que te encanta la verga, ¿eh? Ya decía yo que eras bien puto. Ya decía yo que te encantaba que te la ensartaran. Pues ¿qué crees? Yo aquí tengo una muy grande y gruesa, ¡maricón! – apunté siguiéndole el juego y embistiéndolo de una manera más violencia, sintiéndome parte de una de sus historias –. Y es toda, toda para ti – dije al tiempo que la meneaba en círculo y buscaba la suya, para empezar a masturbarla –. Dime: ¿te gusta? ¿La quieres más adentro? – inquirí como rogándole que me escupiera otra de sus vulgares y halagadoras frases.

– ¡Sí, me gusta! ¡Me vuelve loco! ¡La quiero más adentro! – respondió retorciéndose como una víbora –. ¡Más! ¡Clávamela entera! – empujó sus nalgas a mi encuentro –. ¡Métemela hasta que sangre! – exigió mordiéndome el brazo con tal presión que me causó una herida.

Un poco de sangre brotó de la pequeña abierta, y él la lamió con tal placer que terminé por perderme y penetrarlo con una furia desmedida que amenazaba con vencer las patas de su cama. Mi inflamadísimo pene lo abandonada completo para luego contraatacar con exagerado ímpetu, y de nuevo repetir la operación, una y otra vez y cada vez más rápido. Una y otra vez y siempre arrancándole alaridos que, cerca de veinte minutos después de la primera estocada, de veinte minutos de un enorme esfuerzo por controlar las sensaciones que me provocaba su apretado culo al estrujarme la polla, me fueron conduciendo hacia el orgasmo, ese que le anuncié con mis colmillos pinchados de su cuello.

– ¡Me voy a venir! – le advertí acelerando tanto el ritmo con que lo follaba como con el que lo masturbaba –. ¡Te voy a llenar el culo de leche, maldito puto como verga! ¡Sí! ¡Sí! ¡Me vengo! ¡Me vengo! ¡Me… ¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHH! – exclamé al explotar en mi interior el más intenso clímax de mi vida, ese el primero con mi endurecido sexo enterrado entre las nalgas de otro hombre.

Como si en meses no me hubiera hecho una paja, me derramé copiosamente. El semen salió disparado de mi miembro regándole los intestinos. Un chorro, dos chorros, tres chorros y… Su falo también estalló, manchando mi mano y nuestros vientres, terminando de exprimirme la manguera con los espasmos de su ano. El cuerpo entero me temblaba, la cabeza me dio vueltas por un rato, pero no paré en mis movimientos, no detuve el mete y saca. Continué cogiéndome ese culo que de tanto duro y dale había perdido la estrechez. Saqué energías de no sé dónde, y con la verga aún erecta seguí embistiéndolo hasta que lastimoso se volvió, hasta que increíblemente volvimos a corrernos los dos y entonces sí, sumamente exhausto y por completo satisfecho, caí rendido. Me dormí sin importarme que mi peso lo aplastara.

– ¡Vaya! Hasta que por fin despiertas, bello durmiente – comentó con voz entrecortada, producto de la dificultad con que respiraba por tenerme a mí encima.

– ¡Perdón!, pero… No pude evitar quedarme dormido – me disculpé pasándome de inmediato a su costado –. ¿Te lastimé? ¿Te hice daño? – lo interrogué sinceramente apenado, ya de regreso en mi personalidad habitual.

– Pues… la verdad sí – contestó sonriendo –. ¡Resultaste todo un animal, Marquito! – gritó tocándose el trasero –. ¡Mira nada más que abierto me dejaste! ¿Quién lo iba a pensar? Según tú muy tímido, según tú muy virgen, y hasta gritar me hiciste. ¿De dónde me saliste tan experto, eh? – preguntó poniéndose de rodillas y apoderándose de una de mis tetillas como buscando volver a excitarme.

– Pues… No lo sé – le respondí introduciendo un par de dedos en su culo, ese que efectivamente, a causa del violentísimo polvo de hacía rato, muy abierto estaba –. No sé de dónde salí tan experto, pero sí sé que quiero hacértelo de nuevo.

– ¿Quieres hacérmelo de nuevo, chiquito? – su boca caminó hasta mi entrepierna.

– Sí, y creo que él también – sugerí haciendo referencia a mi pene, ya tan despierto como yo.

– Pues… ¡No! Mejor más tarde – dictó bajándose de la cama para acercarse a la computadora.

– ¡¿Cómo que más tarde?! – le reclamé confundido por su repentina negación –. Primero me pones así – apunté la notable erección que ya cargaba –, y luego me dices que no. ¡No seas manchado, cabrón! Vente de nuevo a la cama, ¿sí? Ven y déjame volvértela a meter. ¡Por favor!

– No seas impaciente, Marquito – pidió inclinándose para encender el ordenador, mostrándome descarado el agujero como queriendo provocarme –. No creas que yo no quiero que me vuelvas a follar, ¡claro que sí! Sólo que antes, quiero que me hagas un favor: quiero que escribas nuestra historia, desde el cómo nos contactamos hasta lo que ocurrió el día de hoy. Quiero que les cuentes a todos aquellos que suelen como tú pajearse leyendo un relato, cómo fue que uno de ellos nos llevó a coger de la manera tan rica que hoy lo hicimos, cómo fue que te convertiste en el protagonista de la historia. ¿Qué me dices, eh? – caminó de regresó a la cama y me tomó de las manos –. ¿Me harías ese favor? – me condujo hasta sentarme frente al monitor.

– Pues… Sólo si me prometes que en cuanto termine me dejaras volvértela a meter – condicioné su petición al tiempo que abría el procesador de textos.

– Te lo prometo. ¡Es más!, para que no se te haga tan larga y tediosa la espera – se metió debajo del mueble de la computadora, quedando su cara justo enfrente de mi sexo –, para que escribas sintiendo que el placer te corre por las venas, yo de mientras voy a… – la frase quedó inconclusa pues mi verga le llenó la boca, sacándome un ligero gemidito que coincidió con el yo teclear la primera letra.

Y así fue que imprimí en pantalla lo que sucedió, desde yo agregándolo a mi lista de contactos hasta él con su lengua estar amenizándome el rato, desde el título del relato hasta esta línea que ahora escribo al borde del orgasmo, sintiendo como el semen sube por mi polla, se acumula en la punta y ya no puedo más, ¡voy a corredme! Voy a llenarle la garganta con mi leche, ¡sí! ¡Ya casi! ¡Falta poco, ah! El cosquilleo viaja por mi cuerpo. ¡Dios, qué placer! ¡Voy a venirme, sí! ¡Sigue mamando, edoardito, que ya casi! ¡Sigue mamando que te me vengo! ¡Sí, así! ¡Qué bien la chupas! ¡Cómo me la comes! ¡AH! Ya no aguanto más, ¡Dios! ¡Me vengo! ¡Sí! ¡Me… yyttttttttttttttttttttt tttttttttttttttttttttttttttttt ttttttttttttttttttttttttt tttttttttttttttttttt tttttttttttttttttttt

¡Hola, amigos lectores de TODORELATOS! Mi nombre es edoardo y… Bueno, siendo honesto ese es el nombre de usuario con el que me conecto a la página y en verdad me llamo Luís Eduardo, pero a quién le importa saberlo. Lo que sí importa, es que a partir de este punto de la historia seré yo el narrador pues Marco se ha quedado dormido, el muy ingrato. ¿Pueden creer lo que me hizo? Se viene en mi boca, y al mismo tiempo cae fulminado. No sé si algo tuvo que ver el fortísimo sedante que le suministré antes de que se corriera, pero el caso es que su cabeza se estrelló contra el teclado. Por eso el gran número de "t" al final del párrafo anterior, detalle que no quise borrar para no quitarle al relato la naturalidad con que desde un principio mi enjundioso y primerizo amante lo escribió. No sé, como que me pareció justo dejar con vida todos y cada uno de los caracteres que tecleó, pero ¡al diablo con eso! Pasemos mejor a cosas más interesantes, a qué aconteció después de él quedarse dormido, afectado por la inyección que sin él esperarlo le apliqué. Pasemos a narrar cómo es que todo terminó, pero antes, una advertencia: lo que a continuación describiré, lo que a continuación he de contarles, contiene escenas de violencia y tortura, escenas que involucran cuatro cadenas, un bisturí, un taladro y una enorme sed de sangre. Aquellos de corazón y estómago sensible, favor de abortar la lectura o… No me hago responsable ni de ascos ni de nauseas, ni de líneas que les provoquen tal indignación que luego hasta me tachen de enfermo o de psicópata, y ahora sí, una vez hecha la aclaración, prosigamos con la historia.

Luego de levantar la cabeza de Marco del teclado, lo tumbé de la silla para arrastrarlo hasta el comedor y acostarlo sobre la mesa, boca abajo y con las piernas y los brazos extendidos. Esa sin duda fue la parte más complicada, en la que tuve que hacer un mayor esfuerzo. Para arrastrarlo no fue tan difícil, ahí me lo fui llevando poco a poco, pero para lograr levantar su sobrepeso y colocarlo sobre la mesa… ¡Casi me cuesta un huevo! La verdad es que sí le sudé la gota gorda, pero al final conseguí subirlo y me dispuse a sujetarlo. En el piso, en dirección de cada esquina de la mesa, clave uno de esos clavos que se utilizan para afianzar las casas de campaña, y después utilicé dos pares de cadenas que fijé a los clavos para inmovilizar sus extensiones. Como toque final, y con la intención de que no fuera a advertir a los vecinos que algo raro ahí pasaba, le puse una mordaza.

Al parecer el sedante que le suministré resultó ser demasiado fuerte, ya que tuve que esperar cerca de una hora para que mi prisionero abriera los ojos, tiempo que por supuesto, no desaproveché en lo más mínimo. Cuando Marco despertó, abrió los ojos como platos al descubrirse en aquella situación. Confundido y todavía algo aturdido por la droga que transitaba su organismo, intentó zafarse sin obtener siquiera mover sus brazos o piernas. Estaba demasiado débil como para hacer algo, eso sin contar que las cadenas no eran un fácil trabajo. Se supo completamente indefenso y eso lo aterró, en su expresión se le notaba el pánico, ese que al yo pararme frente a él se incrementó a tal grado que comenzó a llorar.

– ¡Buenas tardes, Marquito! – lo saludé cínicamente –. ¿Dormiste bien? Espero que sí, no quiera que te vayas a perder el espectáculo. ¿Que cuál espectáculo? Pues… Creo que tú ya sabes de qué hablo, ¿no? Eres un chico muy inteligente. Bueno, pensándolo bien no lo eres tanto. Mira que aceptar venir a la casa de un desconocido cuando tu instinto te advertía que no… Eso no fue muy brillante que digamos, pero en fin. Igual creo que no hace falta explicarte las cosas, ya te las has de imaginar por cómo estás atado, ¿verdad? Sí, yo creo que sí. Pero por si las dudas, permíteme mostrarte algo que de seguro aclarará tu mente – señalé al tiempo que colocaba un espejo frente a su cara.

Si sus ojos expresaron un terror inmenso al descubrirse sujeto y a mi merced, al mirar su reflejo parecieron salir de su órbita. El espejo reveló qué le había hecho en esa hora de espera, le mostró un rostro maquillado con finas pero numerosas cortaduras que tenían ya la mordaza coloreada de carmín. Y si de por sí su piel ya estaba enrojecida, lo estuvo más con los callados gritos que medio escupió al verse en aquel estado. Las venas de la frente se le marcaron y comenzó a sudar con abundancia. Era un placer observarlo así, tan desvalido y aterrado. Por un instante, para que mi satisfacción fuera mayor, pensé en quitarle de la boca ese trapo que me impedía escuchar sus quejidos, pero me contuve. No era conveniente arriesgarme a levantar sospechas por un poco de gozo extra. Respiré profundo, y continué con el tratamiento.

– ¿Por qué te exaltas, amor? – inquirí con un cinismo aún mayor –. ¿Qué, no te gustó? Creí que tu cara te desagradaba, que con un par de arreglitos te pondrías contento, pero ya veo que no. Ya veo que me equivoqué, y eso me entristece. ¡Mucho! Y ¿sabes qué hago yo cuando ando triste? ¿Lo sabes? Me da por jugar. Sí, me entra el espíritu infantil y me invento juegos divertidos. Juegos como ese llamado ¿Cuántas heridas soportara una persona antes de morir? ¿Lo has jugado? No te oigo. ¿Qué dijiste? ¡Habla más fuerte! ¡Ah, ya! Con que no sabes cuál es ese juego, ¿verdad? Bueno, pues no te preocupes. Hoy será tu primera vez también en eso. ¿Quieres que iniciemos? ¿Estás listo? Yo digo que sí – decreté dejando caer el bisturí sobre su espalda, causándole la primera de muchas heridas.

Marco no podía gritar con libertad, pero el dolor y el miedo se le adivinaban en el ligero temblor de su cuerpo, en el erizado de sus vellos. Y ese dolor y ese miedo fueron el motor que me impulsó a continuar con el macabro juego, a seguir cubriéndole la piel de finas yagas, a martirizarlo hasta saciar mi sed de sangre, esa que aunque poca escurría ya hasta su trasero, hasta perderse entre sus glúteos y lubricarlo para mí. Porque sí, ya que era día de primeras veces, pues qué mejor que de una vez inaugurarle su culito. ¡O culote, mejor dicho! ¡Qué par de nalgas se cargaba el condenado! ¡Ah, nomás me acuerdo y se me para! Casi tanto como aquella tarde, casi tanto como cuando no perdiendo más el tiempo se la acomodé en su entrada y se la retaqué de un solo golpe, sacándole otro de esos alaridos callados que tanto lamento no haber escuchado. Y que doy inició con la cabalgata. Y que me lo empiezo yo a follar.

Mi polla rompiendo la resistencia de su ano, el filo del arma blanca en su espalda dibujando un surco más. Su esfínter cediendo ante el intruso, su piel abriéndose para sangrar. Una estocada, dos y tres, cada vez más veloces, cada vez más rabiosas. Un navajazo, dos, tres, cuatro y cinco, cada vez más profundas, cada vez más sin control. ¡Con saña! ¡Con odio! Mi falo resbalando dentro y fuera de su interior, por sus fluidos y por los míos. Él llorando como un niño, sin consuelo, con dolor, y sin nada qué hacer. Una embestida, otra más. ¡Más hondo, más adentro! ¡Qué gozar de culo tiene! ¡Cómo aprieta! ¡Cómo se cierra cada que su espalda yo flagelo, estrujándome suave y deliciosamente la verga, elevando un grado mi excitación! ¡Toma, maldito estúpido! ¡Cómetela toda! ¡Siéntela hasta adentro! ¡Siéntela palpitar por ti!, ¡y tiembla cuando un músculo te desgarre con el bisturí! Una herida, ¡un río de sangre más! Me aproximo al clímax. Otra herida, la vida poco a poco se te escapa. ¡Siento que me vengo! ¡Siento que me vengo y… Me detengo en seco. Mereces un mejor final.

– ¡¿Qué onda, te gustó que te ensartara?! – lo cuestionó a la vez que abandono su cuerpo –. ¿Qué dices? ¡Ah!, ¡¿qué no entiendes que hables más fuerte porque no te oigo?! – lo reprimo al tiempo que de un cajón saco el taladro de mi padre –. ¡Sí, justo así! ¡Grítame! – me burlo al ver el infinito temor reflejado en su desfigurado rostro –. ¿Cómo que no te gustó? ¿Qué? ¿Que tú necesitas algo más… contundente? ¡Claro! Debí adivinar que con lo goloso y puto que eres no te ajustaría con mi verga. Pero no te preocupes – conecté el taladro a la toma de electricidad –, aquí tengo justo lo que estás deseando – afirmé encendiendo el aparato y regresando a su trasero.

Lentamente, saboreando el espectacular concierto que para mí representaba el ruido de la letal herramienta, me arrodillé sobre una silla para tener una vista perfecta de lo que en unos segundos sería sólo carne sanguinolenta. Apreté mi mano izquierda alrededor del mango del taladro, y la derecha en mi miembro erecto. Comencé a masturbarme con paciencia, como si no lo hubiera hecho nunca antes, como si estuviera reconociendo cada centímetro y cada vena de mi sexo. Acerqué poco a poco a su ano el barreno, regodeándome con los inútiles intentos de Marco por librarse, riendo con malicia al verle los tobillos y muñecas ya con sangre de tanto jaloneo.

Es increíble como en los últimos momentos, a pesar de que la lógica apunta en otra dirección, sacamos fuerzas de sabrá Dios dónde, ¿no? Pero bueno, ¡a quién le importa si igual de nada le sirvió! Regresemos a la historia.

El taladro a unos cuantos milímetros de su cuerpo, mis ojos bien clavados en el punto. Sus ojos derramando lágrimas, su espalda hecha un caos, su corazón acelerado, el mío también y… ¡Adiós esfínteres! ¡Adiós intestinos! El girar del arma perforándolo sin pudor y sin reparo, y mis dedos moviéndose cada vez más rápido a lo largo de mi falo. Su carne, sus tejidos y su sangre regados por la mesa, y que la vida se le va. El charco color rojo resbalando por los bordes, y yo que bebo como un loco. Y yo que me masturbó ansioso, sintiendo como a cada instante se me viene ya el orgasmo, y que por cada gota de su plasma que llega a mi garganta le disparó una de semen que se pierde entre el desastre, que se diluye con su vida.

Es ahí que termina la historia de Marco. Es hasta ahí que llega el cuento de cómo TODORELATOS tuvo un lector menos, y mi ficha de autor un relato más. El resto, lo qué sucedió después, el cómo me deshice de su cuerpo y el qué tuve que hacer para limpiar la escena, no lo quieren saber. No es importante. Algo que sí puede interesarles, algo que tal vez se han de preguntar y que de seguro él habría preguntado de no haber estado amordazado, de no haber estado su boca cubierta y haber podido yo gozar de sus lastimeros gritos, único detalle del que me arrepiento, es por qué lo hice. ¿Por qué? ¿Por qué a él? ¿Con qué motivo? Eso quizá quieran saberlo, pero por desgracia, aunque así yo lo quisiera, no podría responder. No por capricho ni por ganas, sino porque ni yo mismo lo sé. Creo que no existe ese porque. Y tampoco es que Marquito tuviera algo especial, le habría hecho lo mismo a cualquier otro, a cualquiera que hubiera aceptado irse conmigo. No sé, pienso que simplemente… Para la maldad no hay razón.

Y bien, habiéndolo contado todo de ustedes me despido, pero antes una última cosa: si alguien quiere o desea en persona conocerme, las puertas de mi casa… siempre están abiertas.

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Yo los declaro: violador y mujer

Pienso en ti

Jugando a ser actor

Hoy puedes hacer conmigo lo que se te plazca.

Y perdió la batalla

Prestándole mi esposa al negro...

Padre mío, ¡no me dejes caer en tentación!

¿Pagarás mi renta?

¿Cobardía, sensates o precaución?

Al primo... aunque él no quiera

Sexo bajo cero

Raúl, mi amor, salió del clóset

Lara y Aldo eran hermanos

La Corona (2)

La mujer barbuda

Diana, su marido y el guarura

No sólo los amores gay son trágicos y clandestinos

Una oración por el bien del país

El gato de mi prometido

Doble bienvenida mexicana

Doscientos más el cuarto

Llamando al futuro por el nombre equivocado.

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (3)

Todavía te amo

Simplemente amigos

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (2)

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo!

La casi orgásmica muerte del detective...

Internado para señoritas

¡Qué bonita familia!

Podría ser tu padre

La profesora de sexualidad.

Si tan sólo...

Su cuerpo...

Culos desechables

El cajón de los secretos

Agustín y Jacinta (o mejor tu madre que una vaca).

Una mirada en su espalda

Un lugar en la historia...

Veinte años

Razones

Sorprendiendo a mi doctor

Un intruso en mi cama

Una vez más, no por favor, papá

Tu culo por la droga

Lazos de sangre

Cantos de jazmín

El mejor de mis cumpleaños

Tres por uno

Con el ruido de las sirenas como fondo

Heridas de guerra

Regalo de navidad.

Cenizas

Botes contra la pared

Madre e hija

Dímelo y me iré

A las 20:33 horas

A lo lejos

Prostituta adolescente

En la plaza principal

¿Por qué a mí?

Después de la tormenta...

Dando las... gracias

Tantra

Mírame

Querido diario

Lo tomó con la mano derecha

A falta de pene...

Río de Janeiro

Un Padre nuestro y dos ave María

Dos hermanas para mí

Sucia pordiosera

Metro

Ningún puente cruza el río Bravo

Tengo un corazón

Regresando de mis vacaciones

Masturbándome frente a mi profesora

Un beso en la mejilla

Noche de bodas

TV Show

Buen viaje

Interiores y reclamos

Máscaras y ocultos sentimientos

Una más y nos vamos

Suficiente

Infidelidad virtual

Caldo de mariscos

Cancha de placer

Caballo de carreras.

Puntual...

La ofrecida

El fantasma del recuerdo

Tiempo de olvidar

París

Impotencia

Linda colegiala

La corona

Tratando de hacer sentir mejor a mi madre.

En la parada de autobuses

Crónica de una venta necesaria.

Serenata

Quince años

Gerente general

Lavando la ropa sucia

Cuéntame un cuento

¿A dónde vamos?

Háblame

Licenciado en seducción

Galletas de chocolate

Entre espuma, burbujas y vapor

Sueños hechos realidad

Madre...sólo hay una

Más ligera que una pluma

Una botella de vino, el desquite y adiós

Cien rosas en la nieve

Wendy, un ramo de rosas para ti...

Gloria

Juntos... para siempre

El apartamento

Mentiras piadosas

Pecado

Vivir una vez más

Julia, ¿quieres casarte conmigo?

Para cambiar al mundo...

Dos más para el olvido

Ya no me saben tus besos

Embotellamiento

Húmedos sueños

Por mis tripas

Ximena y el amante perfecto

Inexplicablemente

Quiero decirte algo mamá

Entrevistándome

Recuerdos de una perra vida (4)

Recuerdos de una perra vida (3)

Recuerdos de una perra vida (2)

Recuerdos de una perra vida (1)

Una vela en el pastel

Zonas erógenas

Frente al altar

Ojos rosas

Abuelo no te cases

Mala suerte

Kilómetro 495

Mi primer orgasmo

El plomero, mi esposo y yo

En medio del desierto

El otro lado de mi corazón

Medias de fútbol

Examen oral

El entrenamiento de Anakin

Un extraño en el parque

Tres cuentos de hadas

No podía esperar

La fiesta de graduación

Ni las sobras quedan

La bella chica sin voz

Feliz aniversario

Dejando de fumar (la otra versión)

Una noche en la oficina, con mi compañera

La última esperanza

Pedro, mi amigo de la infancia

Sustituyendo el follar

Dejando de fumar

Buscándolo

La abuela

Tan lejos y tan cerca

Entre sueños con mi perra

Tu partida me dolió

Ni una palabra

Mis hermanos estuvieron entre mis piernas.

Compañera de colegio

La venganza

Tras un seudónimo

Valor

La vecina, mis padres, y yo

La última lágrima

Sueños imposibles

Espiando a mis padres

La amante de mi esposo

Al ras del sofá

La última cogida de una puta

Confesiones de un adolescente

Esplendores y penumbras colapsadas

Volver

Celular

El caliente chico del cyber

Friends

La última vez

Laura y Francisco

El cliente y el mesero (3-Fin)

El cliente y el mesero (2)

El cliente y el mesero (1)

El ángel de 16 (6 - Fin)

El ángel de 16 (5)

El ángel de 16 (4)

Asesino frustrado

El ángel de 16 (3)

El ángel de 16 (2)

Por mi culpa

El ángel de 16

Triste despedida que no quiero repetir

Un día en mi vida

Utopía

El pequeño Julio (la primera vez)

El amor llegó por correo

El mejor año

Mi primer amor... una mujer

My female side