Es casi la media noche. Sandra se ha resignado a, por decir una palabra, celebrar su cumpleaños sin el hombre que ama. Se levanta de la silla. Toma un cuchillo. Corta una rebanada del pastel, cuyo adorno, una vela apagada, bien podría simbolizar su vida. Se dispone a comer. Lleva la cuchara hacia su boca. Suena el teléfono. Duda un poco en contestar, pero finalmente lo hace.
-Bueno.
-¿Sandra? Soy yo, Marco. Perdóname por no haber ido. Tuve que quedarme hasta tarde en el trabajo, por eso no pude; pero te prometo que mañana a primera hora, te doy tu regalo.
-No tienes porque mentir. Se perfectamente que no estabas en tu oficina. Y por el regalo...ni te preocupes, es más, no quiero que me lo traigas, no quiero volver a verte cruzando mi puerta. Lo que hubo entre nosotros, si alguna vez en verdad existió, se ha terminado.
-Pero, ¿de qué estás hablando? ¿Es una broma verdad? ¿Cómo que se ha terminado? ¿Por qué? ¿Estás saliendo con otro? ¿Qué ya no me quieres?
-Que tonto eres. No debería siquiera contestarte, pero si, si te quiero, más que a nadie. Créeme que esto me duele. Me costó mucho tomar la decisión, pero ahora que lo he hecho no hay vuelta atrás. Te pido, por favor, que no me busques más.
-¿Por qué Sandra? Nada más contéstame eso. ¿Por qué?
-¿Por qué? Por muchas razones. Una en especial. Es sólo que...seguir siendo tu amante, me parece muy poco para tanto amor.