miprimita.com

TV Show

en Hetero: Infidelidad

¡No saltes, Mariano¡ ¡Por favor, no saltes¡ - Gritaba la multitud, tratando de convencer al tal Mariano de no saltar al vacío, pues estando en un sexto piso, muy probablemente la caída sería fatal.

"¿Por qué querrá quitarse la vida?", se preguntaban algunos espectadores. "¿Qué puede ser tan terrible para querer suicidarse?", pensaban otros. Nadie lo sabía con exactitud ni tampoco necesitaban saberlo, no al menos para seguir ahí parados, emocionados con que algo como eso pasara en su vecindario e intentando persuadir al atormentado hombre, deseando en el fondo, verlo saltar. Nadie sabía las razones por las que, desde hacía ya un par de horas, el desesperado sujeto, parado en el barandal de un balcón, amenazaba con terminar de una vez por todas con su miseria. Nadie lo sabía, pero no tardarían mucho en saberlo.

La televisora local había recibido ya la noticia y, a falta de algún otro suceso que pudiera generar más morbo, había mandado a unos de sus mejores reporteros a cubrir los hechos. En ese preciso instante en que todos gritaban a coro "¡No saltes, Mariano¡ ¡Por favor, no saltes¡", Roberto Medina, periodista de un famoso programa local amarillista, entraba al edificio y subía apresuradamente las escaleras para después, sintiendo que el aire comenzaba a faltarle, dirigirse hasta ese balcón donde el protagonista de la noticia del momento se encontraba. Sin el más mínimo cuidado, sin importarle que por su repentina intromisión Mariano decidiera finalmente arrojarse contra el asfalto, corrió hacia el barandal y colocó el micrófono en la boca del posible suicida.

- ¿Cuál es su nombre, desesperanzado hombre que amenaza con quitarse la vida?

- ¿Mi nombre? ¿Quién rayos es usted?

- Soy Roberto Medina, reportero del programa "En el centro de la desgracia". Estoy aquí para entrevistarlo, para darle a conocer a nuestro auditorio el porque de sus deseos de morir, tal y como usted se lo pidió a uno de esos policías que cruzados de brazos lo observan desde abajo.

- ¡Roberto Medina¡ ¡En el centro de la desgracia¡ Perdóneme usted, pero tengo los ojos encandilados de tanto sol y no lo reconocí a primera vista. Además, luce usted más guapo en persona.

- Gracias, señor. Me lo dicen a diario, pero siempre es grato escucharlo de nuevo.

- Y dígame, ¿estoy saliendo en televisión? ¿Me está viendo toda la ciudad?

- Claro que está saliendo en televisión y toda la ciudad está al tanto de lo que pueda sucederle. ¡Estamos "En el centro de la desgracia"¡

- Creí que no vendrían. Creí que el destino de un infeliz como yo no les importaría, pero ya veo que sí. Ya veo que me equivoque.

- Pues...la verdad es que sólo estamos aquí porque no hay otra desgracia que reportar y no porque nos importe su destino, pero no se fije en esas pequeñeces. Lo que importa es que tiene un micrófono frente a su boca. ¡Exprésese¡ ¡Díganos el porque de su situación, el porque de su decisión de quitarse la vida¡

- Bueno...decidí quitarme la vida porque ésta ha dejado de tener sentido para mí.

- ¿Debe usted hasta el piso en que se para?

- No.

- ¿Le diagnosticaron una enfermedad mortal que le provoca terribles e insoportables dolores y no quiere esperar a que ésta acabe consigo?

- No.

- ¿Su hijo le ha confesado que es gay?

- No.

- ¿Es usted aficionado del América?

- No.

- Entonces, ¿por qué diablos quiere suicidarse?

- Porque mi mujer me engaña con otro hombre. Después de varios años de sospecharlo, ésta mañana lo he confirmado.

- ¡¿Esa es la terrible razón?¡ No, señor. Si cada hombre al que su mujer le pone el cuerno se quitara la vida, ya todas serían lesbianas. Ese no es un motivo suficiente. Ya no sea exagerado y bájese de ahí.

- ¡¿Qué no es suficiente?¡ Si usted hubiera visto lo que yo, si usted estuviera en mi lugar, si supiera lo que yo se...ya hasta lo irían a enterrar.

- Pues, ¿qué fue lo que vio? La encontró con tres o ¿qué? Díganos. Cuéntenos. Para esos hemos venido, para escucharlo y con su historia llenar nuestro espacio. Cuéntenos, que yo lo escucho.

- Está bien, le voy a relatar lo que nadie me contó, lo que yo mismo, con estos ojos, ésta mañana vi. Nada más una cosita.

- Lo que quiera.

- Póngame un poquito de maquillaje. No quiero que me vean con la cara grasosa. ¿Qué van a decir mis admiradores?

El reportero, confundido porque ya no sabía quien era ahí el peor, llamó a la maquilladora y ésta, después de tomarse dos minutos para subir las escaleras, le puso un poco de polvo a Mariano. Una vez libre de brillos, el desesperanzado, pero sediento de fama, hombre tragó saliva y se preparó para comenzar con su historia. Los vecinos y curiosos que desde la calle todo lo observaban, sacaron sillas y mesas para escuchar la terrible anécdota. Se sirvieron café y galletas, para hacer más placentera la velada. Roberto insistió ante la tardanza del presunto suicida y éste finalmente empezó a contar su triste vida.

"Yo regresaba de un viaje que había hecho a la capital del país. Mi madrecita, que Dios tenga en su gloria, murió entre las llantas de un camión y asistí a su entierro, el único que tuvo desde que mi padre falleciera tres años atrás. Le había pedido a mi esposa que me acompañara, pero ella se negó. Nunca le cayó bien mi madre, no se porque. Ella siempre la trató como a una hija, la ignoró la mitad del tiempo y la insultó la otra mitad, pero bueno, como dicen, nadie es monedita de oro.

El caso es que mi vuelo salió el domingo pasado y tenía planeado regresar hasta mañana miércoles, pero las cosas resultaron mucho más rápidas de lo que creí. Por eso es que volví antes de lo previsto y hoy me arrepiento. Si me hubiera quedado a consolar a mi hermana, que aquí entre nos está muy buena, nada de lo que pasó habría pasado. Si me hubiera quedado unos días más en la capital, no habría venido a confirmar de esa perra desgraciada su infidelidad. Siempre había pensado que sería mejor saber la verdad, que no hay nada peor que vivir en la incertidumbre, pero ahora que se que ha estado con muchos más, sólo quiero que éste balcón en el que estoy se derrumbe y...

- Oiga, no. Yo no quiero morir con usted. Si tan mal se siente pues aviéntese de una vez, pero no diga que quiere que el balcón se derrumbe. No quiera llevarme entre las patas, yo sólo le cumplo el sueño de salir por la tele.

- Tiene razón, pero no me interrumpa que me quita la inspiración. Ya ni me acuerdo donde iba.

- Estaba en eso de que habría preferido no regresarse antes, para no descubrir a su esposa en la movida.

- Sí, es cierto. Gracias por recordármelo.

- De nada. Ahora siga con la historia.

Entonces llegué antes de lo previsto y descubrí a mi mujer en la movida, como usted mismo lo dijo. Yo acostumbro ser una persona muy silenciosa en todo lo que hace, no me gusta molestar a la demás gente con mi presencia. De esa misma cautelosa manera abrí la puerta y caminé hasta la recámara. Desde que entré al departamento escuché sonidos raros, como risas y gemidos, pero no imaginé el verdadero porque de estos. Pensé que quizá podría tratarse de una película que Sara, como se llama mi esposa, estaría viendo en mi ausencia, necesitada de afecto, pero no. Abrí un poco la puerta de la habitación y me di cuenta de que lo menos que le faltaba era amor.

Ella estaba acostada en la cama, boca arriba. Con sus senos desparramándose a los lados y sus pezones oscuros ya bien parados. Su cabeza inclinada hacia atrás y los ojos cerrados. Su boca abierta y gimiendo sin reparo. No era una película lo que veía en sus ganas de sexo, sino otro hombre perdido entre sus piernas y comiéndole eso. La verdad es que no pude ver bien como lo hacía, pues el muslo izquierdo de mi Sara la vista me tapaba, pero debe haberlo hecho muy bien, pues en la cara de ella el inmenso placer se notaba. La tenía color de rojo de tanto lengüetazo en su coño. Y como si una lengua no le fuera suficiente, el malvado sujeto le metió dos dedos, ella gritó al sentirlos dentro, empezando luego a moverse contra ellos.

Y ahí estaban los dos, entregados a sus ganas, sin saber que detrás de la puerta, el marido engañado los observaba. Y el tipejo al parecer tocó su clítoris, pues los alaridos de mi mujer se hicieron más fuertes, la muy puta en verdad estaba gozando, casi rogando que le metiera ya el ariete. Pero él tenía otros planes, era pronto para la penetración, continuó lamiendo aquella húmeda entrepierna, con toda la fuerza de su corazón. Y mi Sara gozaba y gozaba, con la magia de la boca de su amante, en jadeos la muy maldita se deshacía, como nunca lo había visto antes. Y ese cosquilleo tan peculiar, comenzó a recorrer su anatomía, sintió que se acercaba al clímax, que valía la pena su vida. Y el muy desgraciado aceleró el ritmo de su lengua, al notar que le provocaría a ella un orgasmo, mi mujer a su venida no dio tregua, explotó en medio de un tremendo escándalo. Y...

- ¡Deténgase¡

- ¿Por qué me interrumpe? Primero casi me obliga a contarle mi terrible historia y ahora a la menor provocación me quita la inspiración. Eso no es justo. ¿Ahora qué chingados hice mal?

- No, tampoco empiece con las palabrotas que nos vamos. No se crea que por estar al borde del suicidio, le voy a tolerar sus majaderías. Modere su lenguaje o se puede ir olvidando de estar en vivo a nivel nacional.

- Discúlpeme, pero no me gusta que me interrumpan. Tengo muy mala memoria y luego ya no se ni donde me quedo.

- ¿Mala memoria? Entonces...¿cómo es que recuerda lo que vio ésta mañana al llegar de su viaje? No será que está inventando todo para llamar la atención y subir los niveles de audiencia, ¿verdad? De ser así, no puedo seguir entrevistándolo. Nuestro programa es serio y no vamos a perjudicar nuestro prestigio con historias falsas.

- No, no se vaya. Le juro que lo que le digo es cierto.

- ¿Me lo jura por su vida?

- Sí, se lo juro por mi vida.

- Entonces le creo, pero antes de que continúe relatando los terribles sucesos que lo orillaron a decidir quitarse la vida, permítame hacerle algunas recomendaciones. Imprímale más dramatismo o sensualidad al asunto, no importa que cambie un poco los hechos para lograrlo. Y por favor...olvídese de las rimas. No quiero que vayan a confundirnos con el canal de arte y piensen que está usted declamando.

- Está bien. ¿Ya puedo continuar?

- Ya.

- Bueno, pero...¿me podría decir donde me quedé?

- En que su esposa había tenido un orgasmo, provocado por la mágica lengua del desconocido amante que estaba perdido entre sus piernas, lamiendo su húmedo y ansioso de algo más contundente coño.

- Es verdad. Gracias.

- De nada.

- Como le estaba diciendo...

Ese sujeto que parecía desempeñarse de manera magistral en las artes del sexo oral, aumentó el ritmo con el que movía su lengua a lo largo de cada uno de los pliegues de la tibia y mojada vulva de mi mujer, sin olvidarse de estrujar su erecto clítoris. Ella no pudo resistir más semejante carga de placer y explotó en medio de un escándalo. Los gritos con los que intentaba desahogar toda esa gama de sensaciones que invadía su cuerpo se escucharon en toda la colonia, de tan fuertes. Sus jugos salían expulsados y pensé no terminarían de salir, de tantos y con el ímpetu que brotaban. La cara del tipo entre sus piernas quedó empapada con el orgasmo de mi esposa y eso a él le gustó. Se chupó los labios y no paró de lamer aquel sexo hasta dejarlo completamente limpio, hasta haberse bebido el clímax de mi Sara, quien se notaba contenta, complacida, con una cara de satisfacción que a mi lado nunca mostraba.

Una vez que él finalizó su tarea de limpieza y ella se recuperó del avasallador torrente de emociones, cambiaron los papeles. Él se hincó sobre la cama, a su lado, ordenándole que le devolviera el favor y ella, sin oponer la más mínima resistencia, obedeció. Y es que nadie se habría podido negar ante aquel hombre. De rostro varonil y cabello descuidado, brazos fuertes y espaldas anchas, torso y estómago bien ejercitados, era un monumento de tal belleza que ni yo, gustándome las viejas y sabiendo que con él la mía me engañaba, podría haberme resistido. Y ni que decir de esa su imponente verga, larga, gruesa, firme y con las venas marcadas, todo un manjar que mi Sara, derrochando estilo, devoró con gran placer.

La metió entera en su boca, impresionándome a mí que la veía. Y de inmediato comenzó a recorrerla de ida y de venida, chupándola como a un caramelo, con ganas, disfrutando hacerlo. De vez en cuando se olvidaba un rato de ella para pasar a sus testículos, tan irresistibles como el resto del paquete: gordos y peludos, correspondientes a la grandeza de ese impresionante miembro que mi mujer optó por masturbar. Envolvió uno con sus labios y después el otro, como siempre le pedí lo hiciera conmigo y jamás aceptó. Parecía que hubiera nacido para eso, para satisfacer a los hombres, que no fueran su esposo, con su boca. Iba de ese par de bellas bolas a esa pieza incomparable de palpitante carne, una y otra vez, ensalivándolas con singular emoción y provocando que el sujeto, al igual que ella minutos antes, se convirtiera en una fuente de suspiros y gemidos.

Tal era la forma en que Sara lo complacía, que el tipo le pidió se detuviera. La tiró sobre la cama, separó sus piernas y la penetró con rudeza y hasta el fondo, hasta que el vello de uno se junto con el otro. Mi esposa exclamó un "ah" de satisfacción y atrapó a su amante con sus extremidades inferiores, presionándolo contra ella, como asegurándose de que no fuera a escaparse. Y eso no pasaría, ninguno de los dos lo deseaba. Luego de darle unos segundos para que se acostumbrara a tener aquel monstruo dentro, algo seguro difícil hasta para la más experimentada, que no dudo eso fuera ella, comenzó a follarla con todas sus fuerzas, como si la odiara.

La cama se movía de un lado para otro con semejante espectáculo encima. Mi mujer gemía y gemía y las nalgas del sujeto iban y venían, enterrándole su polla magistral una y otra vez. Así pasaron más de veinte minutos y mi mujer se volvió a correr, haciendo un escándalo más grande que la primera vez. Sus uñas se clavaron el la espalda de su amante y éste la castigo con una cogida más acelerada que ella, honestamente, disfrutaba como desquiciada.

No podía creer el aguante que tenía ese hombre, hasta empecé a entender porque Sara me había sido infiel. No se veía para cuando acabaría y sus embestidas lejos de perder velocidad o furia, eran cada vez más fuertes y profundas. Cambiaron de posición cada que se aburrían. Él acostado y ella saltando ensartada. Con el cuerpo de mi mujer colgando y el partiéndola hincado en la cama. Abrazados, con el cuerpo de ella sobre sus piernas, de lado o parados. Vaya que gozaban, vaya que lo disfrutaban.

Pero lo que si me dio coraje fue lo que vino después. Cansado de destrozarle su cuevita, el tipo le pidió a mi esposa que se pusiera en cuatro para metérsela por el culo. ¿Puede usted creerlo? Por el culo, por donde nunca, ni cuando se lo pedía de rodillas, me lo había permitido. Con él aceptó gustosa y lo recibió sin ningún problema, aguantando el dolor de sentir esa enorme verga taladrándole los intestinos, exigiéndole que le diera con más fuerza. Y así lo hizo él, la cabalgó con unas ganas que superaron las de otras posiciones. Y ella, en un arranque de gula, se metió cuatro dedos en su sexo, para aumentar el disfrute.

Volvió a pasar quien sabe cuanto tiempo y, justo cuando comenzaba a creer que ese hombre no era mortal, el amante de Sara dio indicios de estar a punto de eyacular. Su rostro se desfiguró en gestos de infinita satisfacción y sus estocadas, como no creí fuera posible, se volvieron más apresuradas. Empezó a gruñir, ladrar o yo no se que, pero de su boca salían sonidos que jamás había escuchado. A mi mujer eso le agradaba porque antes de que el se viniera, ella tuvo su cuarto orgasmo, ayudando a que su macho expulsara toda esa leche en sus huevos acumulada. No pude contar los chorros de semen que sacó, pues yo no era a quien penetraba, pero de seguro fueron más de diez, porque fueron a dar hasta el colchón bajando por las piernas de mi Sara. Los dos cayeron rendidos, ella aún con la polla de él adentro y yo salí del departamento, a esperar que se marcharan, para de que los había descubierto no se enteraran".

- Esa es mi triste historia.

- Al final no hizo caso de no utilizar rimas, pero en fin, con una historia como esa a quién le importa. Ahora cuéntenos, que hizo después de que salió del departamento. ¿A dónde se fue? ¿Sobre el hombro de quien lloró?

- No lloré sobre el hombro de nadie. Esperé a que se marcharan en el café que está aquí enfrente. Luego regresé y me salí al balcón, decidido a acabar con mi vida. La gente comenzó a juntarse y llamaron a la policía. Ellos lo llamaron a usted y ahora estamos aquí. ¿Comprende entonces el porque de mi desesperación, el porque me quiero suicidar?

- Más o menos, pero me faltan un par de datos para entenderlo bien.

- ¿Cuáles datos?

- ¿Cuánto le medía la verga a ese sujeto? Y ¿cuánto le mide a usted?

- ¿Qué? ¿Cómo cree que le voy a decir eso a nivel nacional? ¿De qué me vio cara? No piense que soy de esos que cuentan sus intimidades para llamar la atención.

- Noooo. Yo jamás pensaría eso de usted, pero es necesario, para complementar la historia.

- Pues...supongo que la suya andaría por los veinte.

- ¿Por los veinte?

- Está bien, está bien. Por los veinticinco.

- Y, ¿la suya?

- Bueno, no es tan grande como la de él, pero tampoco está tan mal.

- ¿Cuánto mide?

- Venga, acérquese, para decírselo al oído.

- ¡Diez centímetros¡ No pues sí, ahora lo comprendo todo y si estuviera en su lugar de seguro también querría suicidarme. Eso me hubiera dicho desde un principio y no habría dudado que tuviera motivos suficientes para quitarse la vida.

Mariano se sintió peor que nunca porque por culpa del indiscreto reportero toda esa gente ahí presente, y toda la que por televisión lo observaba, sabía ahora de sus...discretas dimensiones. Y como si eso no fuera poco, entre la multitud, su mujer se habría paso de la mano de un hombre, uno diferente al de la historia que acababa de relatar a nivel nacional. La sangre se le subió a la cabeza y levantó las manos para iniciar sus reclamos, pero se olvido que con ellas del barandal se detenía y, por mero accidente, cayó hasta la acera, golpeando su cráneo contra el duro cemento y esparciendo por la calle sus sesos.

Toda la muchedumbre quedó impactada y su esposa igual. Se acercó al cadáver y se hincó junto a él. Con lágrimas en los ojos le dijo:

"Ni siquiera el día de tu muerte tienes de mi compasión, has decidido arrojarte desde nuestro balcón, sin importarte sobre el asfalto y la ropa tu sangre derramar, ahora...las manchas voy a tener que lavar".

Los hombres que entre el público se encontraban comenzaron a insultar a la despiadada bruja, pero las esposas de estos no tardaron en defenderla, sabiendo que limpiar manchas como esa significa una friega. Con la pelea todos se olvidaron del pobre Mariano, quien ya no pudo ver como su mujer subía a su departamento, para un nuevo, sexual y salvaje encuentro. Tampoco se dio cuenta cuando dejó de ser la noticia, pues Roberto Medina, el reportero, había encontrado una nota más buena, más morbosa, más de las que le gustan al pueblo. Vio como Sara y su amante en turno, entraron a la recámara y empezó a grabar, esperando que esa bella y fácil mujer también a él le diera una oportunidad.

Mas de edoardo

Mi hermano es el líder de una banda de mafiosos

Pastel de tres leches

Hasta que te vuelva a ver...

Regreso a casa

Plátanos con crema

El galán superdotado de mi amiga Dana...

Porque te amo te la clavo por atrás

Runaway

Mi segunda vez también fue sobre el escenario

Mi primera vez fue sobre el escenario

¡Hola, Amanda! Soy tu madre

En el lobby de aquel cine...

El olvidado coño de mi abuela...

Consolando a Oliver, mi mejor amigo

En el callejón

Prácticas médicas

Donde hubo fuego...

Cabeza de ratón

Hoy no estoy ahí

Mi hermanastro me bajó la calentura

Tatúame el culo

Jugando a ser actor

Yo los declaro: violador y mujer

Pienso en ti

Hoy puedes hacer conmigo lo que se te plazca.

Y perdió la batalla

Prestándole mi esposa al negro...

Padre mío, ¡no me dejes caer en tentación!

¿Cobardía, sensates o precaución?

¿Pagarás mi renta?

Al primo... aunque él no quiera

Sexo bajo cero

Raúl, mi amor, salió del clóset

Lara y Aldo eran hermanos

La Corona (2)

Fotografías de un autor perturbado

Diana, su marido y el guarura

La mujer barbuda

No sólo los amores gay son trágicos y clandestinos

Una oración por el bien del país

El gato de mi prometido

Doble bienvenida mexicana

Doscientos más el cuarto

Llamando al futuro por el nombre equivocado.

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (3)

Todavía te amo

Simplemente amigos

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo! (2)

¡Adiós hermano, bienvenido Leonardo!

La casi orgásmica muerte del detective...

Internado para señoritas

¡Qué bonita familia!

La profesora de sexualidad.

Podría ser tu padre

Si tan sólo...

Su cuerpo...

Culos desechables

El cajón de los secretos

Agustín y Jacinta (o mejor tu madre que una vaca).

Una mirada en su espalda

Un lugar en la historia...

Veinte años

Razones

Sorprendiendo a mi doctor

Un intruso en mi cama

Una vez más, no por favor, papá

Tu culo por la droga

Lazos de sangre

Cantos de jazmín

El mejor de mis cumpleaños

Tres por uno

Con el ruido de las sirenas como fondo

Heridas de guerra

Regalo de navidad.

Cenizas

Botes contra la pared

Madre e hija

Dímelo y me iré

A las 20:33 horas

A lo lejos

Prostituta adolescente

En la plaza principal

¿Por qué a mí?

Después de la tormenta...

Dando las... gracias

Tantra

Lo tomó con la mano derecha

Querido diario

Mírame

A falta de pene...

Río de Janeiro

Dos hermanas para mí

Sucia pordiosera

Un Padre nuestro y dos ave María

Ningún puente cruza el río Bravo

Tengo un corazón

Metro

Regresando de mis vacaciones

Masturbándome frente a mi profesora

Un beso en la mejilla

Buen viaje

Noche de bodas

Interiores y reclamos

Infidelidad virtual

Una más y nos vamos

Máscaras y ocultos sentimientos

Caldo de mariscos

Suficiente

Cancha de placer

Caballo de carreras.

Puntual...

La ofrecida

El fantasma del recuerdo

Tiempo de olvidar

París

Impotencia

Linda colegiala

La corona

Tratando de hacer sentir mejor a mi madre.

En la parada de autobuses

Crónica de una venta necesaria.

Serenata

Quince años

Gerente general

Lavando la ropa sucia

Cuéntame un cuento

¿A dónde vamos?

Háblame

Licenciado en seducción

Galletas de chocolate

Entre espuma, burbujas y vapor

Sueños hechos realidad

Madre...sólo hay una

Más ligera que una pluma

Una botella de vino, el desquite y adiós

Cien rosas en la nieve

Wendy, un ramo de rosas para ti...

Gloria

Juntos... para siempre

El apartamento

Mentiras piadosas

Pecado

Vivir una vez más

Julia, ¿quieres casarte conmigo?

Para cambiar al mundo...

Dos más para el olvido

Ya no me saben tus besos

Embotellamiento

Húmedos sueños

Por mis tripas

Ximena y el amante perfecto

Inexplicablemente

Quiero decirte algo mamá

Entrevistándome

Recuerdos de una perra vida (4)

Recuerdos de una perra vida (3)

Recuerdos de una perra vida (2)

Recuerdos de una perra vida (1)

Una vela en el pastel

Zonas erógenas

Frente al altar

Ojos rosas

Abuelo no te cases

Mala suerte

Kilómetro 495

Mi primer orgasmo

El plomero, mi esposo y yo

En medio del desierto

El otro lado de mi corazón

Medias de fútbol

Examen oral

El entrenamiento de Anakin

Un extraño en el parque

Tres cuentos de hadas

No podía esperar

La fiesta de graduación

Ni las sobras quedan

La bella chica sin voz

Feliz aniversario

Dejando de fumar (la otra versión)

Una noche en la oficina, con mi compañera

La última esperanza

Pedro, mi amigo de la infancia

Sustituyendo el follar

Dejando de fumar

Buscándolo

La abuela

Tan lejos y tan cerca

Entre sueños con mi perra

Tu partida me dolió

Ni una palabra

Mis hermanos estuvieron entre mis piernas.

Compañera de colegio

La venganza

Tras un seudónimo

Valor

La vecina, mis padres, y yo

La última lágrima

Sueños imposibles

Espiando a mis padres

La amante de mi esposo

Al ras del sofá

La última cogida de una puta

Confesiones de un adolescente

Esplendores y penumbras colapsadas

Volver

Celular

El caliente chico del cyber

Friends

La última vez

Laura y Francisco

El cliente y el mesero (3-Fin)

El cliente y el mesero (2)

El cliente y el mesero (1)

El ángel de 16 (6 - Fin)

El ángel de 16 (5)

El ángel de 16 (4)

Asesino frustrado

El ángel de 16 (3)

El ángel de 16 (2)

Por mi culpa

El ángel de 16

Triste despedida que no quiero repetir

Un día en mi vida

Utopía

El pequeño Julio (la primera vez)

El amor llegó por correo

El mejor año

Mi primer amor... una mujer

My female side