Carlos pidió una botella más, como si no estuviera ya lo suficientemente ahogado. Su prometida había cancelado la boda porque lo sorprendió besándose con otra y, como suelen hacerlo los hombres, él decidió emborracharse para olvidar las penas. Entró a la cantina por eso de las seis de la tarde y, siendo casi las once, desde entonces no había parado de beber. Una copa tras otra y, además de que su estómago parecía no tener fondo, su tristeza aumentaba con ellas. En verdad que se sentía el hombre más desdichado del planeta.
De repente, una imagen impactó su cerebro con más fuerza que todo el alcohol que había en sus venas.
- Le pediré perdón al pie de su balcón, con una serenata. - Pensó.
Con esa idea fija en la mente y después de pagar la cuenta, el entusiasmado muchacho salió del lugar, no sin antes dejar a su paso, producto de sus tambaleos, unos cuantos vasos rotos. Todo le daba vueltas, pero aún así condujo hasta la plaza del mariachi y contrató a uno. Acompañado de los guitarristas, violinistas y demás, llegó a la casa de su amada y se plantó en la acera, al pie de su balcón. Comenzó la primera canción.
No pasó mucho tiempo para que obtuvieran respuesta. La casa, antes en completa oscuridad, se llenó de luz y segundos después la puerta se abrió. Carlos extendió los brazos en espera de abrazar a su amor, pero no era ella la que había salido a recibirlos sino un hombre de aproximados cuarenta años, con escopeta en mano. Tanto el ex prometido como los integrantes del mariachi se quedaron paralizados al ver el arma. No reaccionaron hasta escuchar los gritos y amenazas del furioso individuo.
- ¿Cómo te atreves? No contento con acostarte con mi esposa...ahora le traes serenata. Eres un hijo de puta, pero ahora verás. Te voy a volar los huevos para que no vuelvas a meterte con nadie. - Dijo el sujeto, lanzando balazos a diestra y siniestra.
Para fortuna del joven y los músicos, el señor tenía una pésima puntería y lograron escapar sin un rasguño. Una vez a salvo y resignado a no volver a ver a quien antes creyera la mujer de su vida, Carlos les invitó una ronda de cerveza, para olvidar las penas y el reciente y bochornoso incidente. Todos juntos se dirigieron a la cantina más cercana, dispuestos a beber hasta no saber más nada y sin la más mínima sospecha de que por culpa de la no sobriedad...habían llevado serenata a la dirección equivocada.