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El ángel de 16 (6 - Fin)

en Gays

Desde que me enteré que me habían contagiado, mis ganas de vivir se fueron. El único contacto que tenía con el resto del mundo eran las horas que estaba en la escuela dando clases, ya que después del trabajo me encerraba en mi casa y no volvía a salir hasta el siguiente día. Me pasaba las tardes preguntándome ¿por qué yo?, tratando de encontrar alguien a quien culpar para hacer mi pena más llevadera. Sabía que los síntomas de la enfermedad pueden tardar varios años en presentarse y que con un tratamiento y los cuidados adecuados se puede tener una calidad de vida "aceptable" por varios más, pero desde el momento que supe que estaba condenado a morir me convertí en un muerto viviente; respiraba, caminaba, comía, pero la alegría y las ganas de vivir ya no estaban, era poco menos que un zombie.

La idea de volver a encontrarme con Raúl y tener un futuro junto a él se esfumó por completo de mi mente. Esperaba que me hubiera olvidado y nunca regresara a buscarme. Pensé inclusive en mudarme para que fuera menos probable un reencuentro, pero ni siquiera para eso me quedaban fuerzas. Me resigné a pasar, porque no se le podía llamar vivir a lo que estaba haciendo, el tiempo que me quedara, sólo en aquel departamento que cada vez reflejaba más lo patético que me sentía.

Como lo prometió la "doña", esa misma semana tuvimos nuestros primeros clientes. Afortunadamente resultaron ser dos bellas damas que hicieron que nuestro trabajo fuera fácil y placentero. Así nos iniciamos en el mundo de la prostitución, que en poco tiempo nos dio "fama" y fortuna".

La "doña" era una mujer que se movía en las esferas más altas de la sociedad. Al principio nuestros clientes eran esposas insatisfechas y maridos homosexuales de clóset de las regiones cercanas. Conforme fuimos adquiriendo "prestigio" nos fuimos olvidando de ese tipo de personas. Ahora nuestros clientes eran las esposas insatisfechas de los políticos y sus maridos homosexuales de clóset de todo el país, entre otros.

Todas esas personas pagaban muy buen dinero por la oportunidad de tener sexo con jovencitos tan encantadores, por lo que nos bastaban tres o cuatro encuentros a la semana para llevar una vida llena de lujos. Ya no vivíamos en aquella casa a las orillas del pueblo, volvimos a la ciudad, para hacer más fácil el contacto con los clientes, donde nos hospedábamos en el hotel más lujoso. Ya no nos rozábamos con la gente común y corriente, ahora éramos un par de "estrellas".

Un día, la "doña" nos comentó que tendríamos que atender a un empresario muy importante y a su esposa, que eran clientes muy distinguidos y teníamos que hacer nuestro mejor esfuerzo por complacerlos en todo. Eso era lo que generalmente nos decía antes de cualquier trabajo, por lo que no le di mucha importancia y me preparé como lo habría hecho para cualquier otra ocasión. Me bañé, me perfumé, me vestí con un buen traje y me puse la máscara que utilizábamos para no ser reconocidos, una de las pocas reglas que existían en nuestras "citas de negocios".

Se dieron las ocho de la noche y la "doña" se presentó en nuestra suite para anunciarnos que los clientes habían llegado. Hugo iría con la esposa y yo con el marido. Salimos rumbo a los cuartos reservados para las citas, nos dimos una palmada de buena suerte en la espalda y cada uno entró en el que le correspondía.

A los pocos minutos llegó el que sería mi cliente de esa noche. Las personas que pagaban por nuestra "compañía" también podían usar una máscara si así lo deseaban, y aunque no era algo obligatorio la mayoría lo hacía. El cliente de esa noche no utilizó ese recurso de anonimato, cuando miré su cara me quede pasmado. El importante empresario del que nos había hablado la "doña" horas atrás era ni más ni menos que mi padre, el honorable Diego Fonseca.

Por un momento me quedé paralizado y pensé en salir de aquel cuarto, pero mi mente estaba tan corrompida a esas alturas que decidí quedarme para averiguar si mi padre eran tan bueno en cuestiones sexuales como lo era para los negocios y para destruir vidas. Me levanté de la cama y me acerqué a él para iniciar con la cesión de caricias, pero me detuvo en cuanto quise tocarle el rostro. Me dijo: "no soy ningún joto, no vine aquí para que me des tus sucias caricias", y de un golpe en el rostro me tiró al piso.

Inmediatamente después de haberme tirado me levantó y comenzó a desgarrarme la ropa hasta dejarme completamente desnudo. Su cara me hizo recordar al Padre Ernesto, llena de rabia, pero no sólo en eso se parecía al difunto sacerdote, cuando se quitó la ropa me dejo ver una verga gruesa y enorme lista para castigarme, según sus palabras. Se me acercó y volvió a golpearme, en esa ocasión caí sobre la cama. Me puso boca abajo, abrió mis piernas y se acostó encima de mí para penetrarme sin ninguna contemplación.

Su embestida me arrancó un fuerte grito que fue la señal para que comenzara un rápido y violento mete y saca con el que en poco tiempo me tenía llorando de dolor. Mi padre resultó insaciable, me estuvo cogiendo por cerca de dos horas, tiempo en el que se vino cuatro veces dentro de mí y me dejo totalmente desecho.

Pero no fueron las heridas físicas las que más me dolían y me tenían hecho un mar de lágrimas, sino los golpes a mi alma. No podía creer que mi padre, el que me había odiado por haberme convertido en un "despreciable maricón", como él nos llamaba, estuviera ahí, pagando una fuerte cantidad de dinero para tener sexo con un jovencito. Cada una de sus frases, el "¿por qué lloras si te encanta sentir una verga dentro de ti?" o "así, grita más fuerte, maldita puta", eran como una puñalada que estaba acabando con lo poco bueno que quedaba dentro de mí.

Cuando mi padre por fin se me quitó de encima yo quería morirme, me sentía la persona más miserable y vacía sobre el planeta. Se vistió y cuando estaba a punto de irse me quité la máscara y lo llamé por su nombre. Al escuchar mi voz noté que me había reconocido y comenzaba a respirar agitadamente. Lentamente se dio la vuelta y después de más de dos años volvió a ver mi rostro. Sus ojos se pusieron rojos y escurrían lágrimas por sus mejillas. Ninguno de los dos pronunció palabra alguna. Tomé mi ropa y salí de la habitación. Esa fue la última vez que estuve con mi padre en la misma habitación. Algunos meses después me enteré por las noticias que se había suicidado y mi madre se había convertido en la nueva dueña de sus negocios, los cuales se vinieron abajo gracias a sus malas decisiones, dejándola en la ruina.

Esa noche fue también la última que Hugo y yo trabajamos con la "doña". Creí que ella nos pondría muchas trabas para dejarnos ir, pero después de todo era una "buena" mujer y nos deseó la mejor de las suertes en nuestra nueva vida. Con el dinero que teníamos ahorrado dimos el enganche para una pequeña casa, pusimos un café y nunca más volvimos a saber de la "doña".

Justo el día que se cumplían tres años desde que no veía a José, Hugo llegó al café con una invitación para una muestra de pintura. Al leer el nombre del expositor la felicidad volvió a entrar en mi cuerpo. Mi José estaba libre y tendría una exposición en una de las galerías más importantes de la ciudad. Hugo me dijo que me fuera a la casa para que me arreglara antes de ir a la galería, que el se quedaría atendiendo el lugar. Le di un beso en la mejilla y salí corriendo.

La forma tan deprimente en la que vivía desde que había abierto aquel sobre con los resultados de la prueba de VIH me dio una extraña inspiración para pintar cuadros oscuros y melancólicos que fascinaron al dueño de una de las galerías más prestigiadas de la ciudad y del país, al cual conocí en una fiesta de la preparatoria a la que tuve que asistir como parte del elenco musical gracias a que la directora me descubrió tocando el violín en una de mis horas libres. Se llamaba Rodrigo Cantú y me sugirió hacer una exposición con mis obras, la idea trajo un poco de luz a mi vida y acepté su propuesta. Pintaba tarde y noche todos los días para tener el mayor número de trabajos posibles antes de la exposición, que finalmente llegó. Sólo faltaban un par de horas para las 7:00 de la noche y yo estaba hecho un manojo de nervios.

Llegué a la casa y después de darme una ducha me vestí con uno de los trajes más finos que había conservado de mi etapa como "jovencito de compañía", tomé un taxi y finalmente llegué a la galería donde volvería a encontrarme con mi único y gran amor, con mi querido José. Había mucha gente admirando los cuadros alrededor de la galería, pero un gran número de personas se encontraban reunidas en torno a uno en especial. Caminé hacia ese lugar y en la pared estaba colgado el retrato que José me pintó y nunca tuvo la oportunidad de darme. Me emocioné muchísimo y de inmediato pregunté por el artista, ya que quería comprar la pintura. Un señor me pidió un par de minutos y fue a buscar al autor de la obra, a mi José, para hacerle saber mis deseos.

La exposición convocó a un gran número de personas, contrario a lo que yo pensaba, todo marchaba de maravilla y mejoró cuando me dijeron que alguien quería comprar una de mis pinturas. Caminé hacia donde se encontraba el posible comprador con una gran emoción, una persona estaba dispuesta a pagar por mi trabajo y eso me hacía sentir muy bien. Toda esa satisfacción creció y se mezcló con tristeza al darme cuenta de que el comprador era mi bebé, mi ángel, mi Raúl. No me atreví a seguir caminando, más bien tenía ganas de huir, pero el se me acercó y me dijo: "¿cómo has estado?".

Cuando estuvo frente a mí nuevamente al amor de mi vida, después de tres años, todo lo que había planeado decirle se me olvidó. El corazón amenazaba con salirse de mi cuerpo de tanta emoción, pero algo me decía que él no estaba tan feliz como yo, ya que al verme se quedó parado y su cara se veía pálida y con un gesto de melancolía. Caminé hasta donde estaba y lo único que se me ocurrió preguntarle fue ¿cómo has estado?

No podía decirle a mi nene lo que me pasaba, seguramente se empeñaría en vivir con migo para cuidarme y su amor poco a poco se convertiría en lástima, algo que no permitiría por ningún motivo. Para alejarlo de mí decidí portarme lo más déspota posible. A su respuesta respondí de una forma fría: "estaba bien hasta que te encontré parado al lado de esa pintura". Mi respuesta hizo que sus ojos se rozaran y tuve que contenerme para no abrazarlo y decirle que lo amaba, que lo amaba mucho más que el primer día pero lo nuestro ya no podría ser.

Su respuesta me dolió más que cualquier cosa de las que había vivido en los últimos años. Me esforcé mucho para no llorar y dar un espectáculo en frente de todas esas personas, a pesar de su sorpresiva actitud lo amaba y no quería causarle ningún mal. Le pedí que me explicara el porque me decía eso, el porque me recibía tan mal después de tanto tiempo sin vernos, si ya no me quería.

Cuando me preguntó si ya no lo quería su carita se puso triste y yo no deseaba otra cosa que no fuera besarlo y gritarle que lo amaba más que a mi vida, pero haciendo a un lado mis sentimientos le respondí que efectivamente ya no lo quería, que tenía una nueva pareja con la que era muy feliz, que por eso no lo había buscado cuando salí de la cárcel, que era mejor no vernos más.

Esperaba que todo fuera una broma de mal gusto y me dijera que me seguía amando, pero sus palabras terminaron de matarme. No pude contener más el llanto y no paraba de preguntarle ¿por qué? ¿Por qué si me había prometido que cuando saliera estaríamos juntos para siempre? En eso me di cuenta que en su mano todavía tenía puesto el anillo que juramos nunca quitarnos pasara lo que pasara. Con un último rayo de esperanza en mi voz, le dije que no le creía, que si no me quisiera no tendría puesto ese anillo.

Mi querido Raúl se veía cada vez más triste y a mí se me agotaban las fuerzas para seguir mintiendo. Vio el anillo igual al que le había regalado y cuando me preguntó porque lo traía puesto no supe que contestar, creí que la farsa se terminaría en ese momento y tendría que decirle toda la verdad, pero afortunada o desafortunadamente Rodrigo, el dueño de la galería, se nos acercó y se me ocurrió decirle a Raúl que él era mi nueva pareja. Rodrigo ya me había hecho esa propuesta también, pero desistió en sus intentos de conquistarme cuando le dije que estaba enfermo de SIDA. También le había comentado sobre Raúl, que deseaba no volvérmelo a encontrar para que fuera más fácil para ambos el no estar juntos de nuevo, y creo que supo lo que estaba haciendo porque me siguió el juego besándome apasionadamente en los labios.

José se quedó callado cuando mencioné el detalle del anillo, creí que me diría que no se lo había quitado porque me seguía amando, pero en lugar de eso me presentó a su nueva pareja, un señor maduro y atractivo que resultó ser el dueño de la galería. Cuando se dieron un beso mis esperanzas se terminaron, mi corazón estaba destrozado y no pregunté nada más. Le deseé que fueran muy felices y salí con las miradas de todo el mundo sobre mí, sintiéndome la persona más infeliz del mundo. El único hombre al que había amado, la única razón que me daba fuerzas para seguir viviendo, había dejado de quererme y tenía una nueva pareja. Esa vez el golpe fue muy duro, tanto que no me he recuperado del todo.

Cuando Raúl vio que Rodrigo y yo nos besamos nos deseó lo mejor y se fue de la galería con el alma en pedazos, como igual se quedó la mía al verlo partir odiándome, al darme cuenta que nunca más lo volvería a ver. Rodrigo trató de darme ánimos, pero nada de lo que dijera me podría hacer sentir mejor. Ya ni siquiera me entusiasmaba seguir presente en la exposición para ver si la gente compraba mis cuadros, por lo que me fui del lugar a pesar de las súplicas de Rodrigo porque no lo hiciera. Nunca me había sentido tan mal en toda mi vida, ya nada podría volver a levantarme, los últimos rastros de ganas de vivir se fueron cuando mi ángel salió llorando de la galería. Decidido a ponerle fin a mi sufrimiento entré en mi habitación, abrí el clóset y saqué una caja donde guardaba un revolver. Lo cargué, apunté con este mi cabeza y sin dudar un segundo apreté el gatillo. La última imagen que ocupó mi mente antes de perder el conocimiento fue la de mi Raúl diciéndome "te amo", por lo que morí con una sonrisa en los labios.

Cuando llegué a la casa Hugo me abrazó y me solté a llorar como un niño. No me preguntó absolutamente nada, simplemente me abrazó y me mimó los días siguientes a la despedida. Con el tiempo me fui resignando a que nunca volvería a estar con José y cedí a las caricias de Hugo nuevamente. Hoy tengo treinta años y llevo ocho años viviendo como pareja de Hugo, pero aún sigo pensando en José. He dejado de ser aquel ángel de 16 y me he convertido en un hombre que aparenta ser feliz pero en realidad es un anciano amargado que sigue al lado del maravilloso hombre que es su pareja nada más por miedo a la soledad, la cual de cualquier manera nunca se llena. Los recuerdos del amor que no pudo ser, los remordimientos por el asesinato del Padre Ernesto, el preguntarme dónde fue a parar mi madre después de que sus negocios quebraron y la culpa que siento de estar con alguien a quien no amo me atormentan día con día. Sigo de pie nada más por inercia, pero muchas veces, creo que diario, pienso en quitarme la vida, cada vez soporto menos el preguntarme a diario que habrá sido de mi José, mi único y gran amor. No se si algún día lo haga y no se si voy a seguir con Hugo o termine dejándolo, lo único que se es que no volveré a ser el mismo, la posibilidad de ser feliz se esfumó cuando el amor de mi vida besó a otro hombre en frente de mí.

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