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Tras un seudónimo

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Corazón solitario: "Nada de lo que digas me va a convencer de lo contrario. Necesito conocerte ahora mismo, por favor, dame tu dirección".

Provinciano:"Está bien. Creo que ya he dicho todo lo que podía para convencerte de lo contrario. A pesar de todo sigues empeñado en venir, ya no puedo hacer algo más. Mi dirección es José María Veréa 2056".

Corazón solitario: "Muchas gracias. Ya verás que no te vas a arrepentir".

Provinciano: "Tal vez yo no, pero no puedo asegurarte que tú tampoco. Que tengas buen viaje".

Esto último no lo alcanzó a leer "corazón solitario". Su prisa era tanta, que se separó de la computadora sin si quiera despedirse de "provinciano".

Hacía ya varios meses que "corazón solitario" y "provinciano" mantenían una relación –si se le puede llamar así- por medio del chat. Durante ese tiempo, por petición de "provinciano", nunca se tocó el punto de la apariencia física; mucho menos utilizaron una cámara. La forma de pensar, y las ideas que reflejaban con cada línea, les resultaban más que suficientes. Así continuaron hasta la noche en que "corazón solitario", en un arranque de espontaneidad, decidió conocer a quien ya consideraba el amor de su vida.

A pesar de los intentos de "provinciano" por convencerlo de que era una locura, "corazón solitario" estaba convencido de que tenía que salir inmediatamente rumbo a Guadalajara; quería conocer a la persona detrás de las ideas y los poemas, que noche a noche, releía para sentir que su día había valido la pena. El primero, terminó dándole al segundo su dirección. No le resto, más que desearle buen viaje.

En cuanto cerró la ventana del chat y apagó la computadora, "corazón solitario" tomó las llaves de su auto y salió de su casa. Estaba dispuesto, a conducir sin detenerse en otra parte que no fuera la capital jalisciense. Abrió la puerta de su automóvil, lo encendió y arrancó a toda velocidad. No le preocupó la posibilidad de que ocurriera un accidente por dicha rapidez.

Detrás del seudónimo de "corazón solitario", se escondía Ramón. A sus 30 años, era dueño de una de las más importantes firmas de abogados del país. Vivía sin preocupaciones económicas en una bella mansión a las orillas de Zacatecas. Sentía su hogar frío y enorme, sin la compañía de alguien que no fuera un amante de paso. Deseba encontrar alguien especial que llenara el lado derecho de su cama todas las noches, y lo despertara con un beso la mañana siguiente.

Aún cuando encontrar a esa persona, le resultaba menos creíble después de cada nueva decepción que sufría, las esperanzas se avivaron al "conocer" a "provinciano". Después de varias horas de conversación sobre los temas más diversos, estaba seguro de que esta vez sería diferente. Su corazón le decía que en esta ocasión, no terminaría llorando en los brazos de su mejor amiga, con unas copas de más encima. Quería creer que al final de este viaje, se encontraba el hombre con quien compartiría todo.

Durante el trayecto, con la luna como única compañera, Ramón conducía tratando de adivinar como sería su príncipe azul. Se había formado una imagen idealizada de "provinciano". No podía pensar en nada más que una cabellera rubia, tan brillante como el reflejo del sol en el agua. Unos hermosos ojos azules, coronados por unas cejas medianamente pobladas que los enmarcan perfectamente. Unos labios carnosos y colorados, escondiendo una perfecta y blanca dentadura. Unos brazos fuertes y firmes. Un par de manos de dedos largos y delgados. Uñas muy bien cuidadas y recortadas. Un trasero generoso, aprisionado bajo un elegante pantalón blanco de manta. Un par de piernas largas y musculosas. Todas estas imágenes, no eran porque el físico representara algo primordial, o porque una persona menos agraciada le pareciera poca cosa. Había puesto a "provinciano" en un nivel tan alto, que no podía dibujarlo diferente.

También pensaba en lo que sucedería cuando se vieran por primera vez. Inclusive se atrevió a practicar sus líneas, pretendiendo que el peluche colgado en el retrovisor era su amor. En su mente nada podía resultar mal. El encuentro no podría terminar, más que en un final cursi y feliz.

Todos esos bellos cuentos de hadas que proyectó en su cabeza, hicieron que el tiempo pasara más rápido. El que parecía un viaje interminable, lo tenía ya, a las puertas de la hermosa perla de occidente. El olor a tierra mojada, por la lluvia que había azotado a la ciudad minutos antes de su llegada, a él le parecía el aroma del más delicioso de los perfumes. Esa esencia no podía venir de otro lugar, que la casa de su amado. Imaginó que era una señal que le dejaba, para que encontrara la dirección más fácilmente.

Después de varias respuestas confusas que le dieron las personas a las que preguntó sobre la calle "José María Veréa", varias vueltas en sentido contrario, una infracción por haberse pasado un alto, y un perro muerto bajo las llantas de su auto, Ramón, "corazón solitario", finalmente había dado con la calle. Ahora, sólo tenía que conducir hasta la casa que tuviera el número correcto.

Tardo menos de cinco minutos en encontrarlo. Ramón estacionó su auto afuera del número 2056. Antes de bajar, se miró en el espejo y se arregló el cabello. No quería verse como una persona que había conducido toda la noche. Caminó hacia la puerta. Cuando estaba a punto de timbrar, el miedo lo detuvo. No sabía que hacer, en caso de que todo saliera mal.

Después de unos minutos de indecisión, por fin presionó el botón. Se escuchó un horrible sonido que por poco termina con el encanto de la noche. Vio desde la calle, como la luz del pasillo se encendía. Una silueta se acercaba hacia la entrada. Su corazón casi se detiene cuando observó que la perilla comenzaba a dar vueltas. La puerta se abrió.

Ramón levantó su mirada. Enfrente de él, se encontraba el hombre más hermoso que jamás había visto. La cabellera rubia, los bellos ojos de color, la sonrisa perfecta y el cuerpo escultural, todo era justo como la había imaginado. Reuniendo todas sus energías para lograr vencer su nerviosismo, dio un paso para acercarse a aquel ángel y abrazarlo como lo soñó tantas veces. Cuando estaba a unos centímetros de hacerlo, el hombre extendió su mano. Le dio una hoja de papel.

Ramón se quedó un poco sorprendido. Imaginó que antes que nada, "provinciano" quería darle un poema de bienvenida, donde le diría todo lo contento que estaba por su encuentro. Su sorpresa se transformó en desconcierto, cuando escuchó que la puerta se cerraba mientras el leía la carta. Intentó volver a timbrar, pero una voz interior le dijo que antes tenía que terminar de leer. Así lo hizo.

"Corazón solitario: Traté de convencerte mil veces de que no vinieras, pero no me hiciste caso. Quería evitarte la pena de saber que nada es como lo pensabas. Veo que en verdad estás enamorado, ya que viniste hasta aquí. Quiero decirte, que en verdad disfruté de nuestras conversaciones, si en algo te consuela. No creas que me siento bien por esto, pero sólo así podría hacerte entender que no todos somos lo que aparentamos. La vida no es una novela rosa. Te deseo lo mejor en la vida. Si quieres alguien con quien charlar, ya sabes donde encontrarme. Hasta luego. Rebeca Frías, alias provinciano".

Ramón no entendió exactamente que significaban aquellas palabras, pero si comprendió que no podía seguir parado en aquel lugar, esperando que sus sueños se hicieran realidad. Tiró la carta al piso. Levantó su cabeza, para que sus lágrimas no cayeran también. Caminó hacia su auto mientras dibujaba una risa en su rostro, una de resignación. Abrió la puerta. Encendió el auto. Arrancó a toda velocidad, de vuelta a su mansión en Zacatecas, de vuelta a su fría y solitaria cama. No le quedaba otra, que seguir llenándola sólo con aventuras pasajeras, de esas que la hacen cada vez más grande y fría.

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