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Cancha de placer

en Orgías

A Marina ya no le quedan uñas que comer, el encuentro se ha alargado y por eso hace rato que ha acabado con todas. Es la final del campeonato nacional de fútbol lo que ve. Hugo, su esposo, juega como delantero en uno de los equipos y eso la tiene muy nerviosa. Ella sabe cuanto se han esforzado su marido y el grupo por conseguir el ansiado título y la posibilidad de que no lo logren, es lo que la tiene en ese extremo estado de nerviosismo.

En estos momentos le gustaría estar sentada en una de las gradas, gritando y animando a Hugo y a los demás chicos, pero por sus condiciones le es imposible. El médico le ha prohibido levantarse de la cama, ya que su embarazo se ha tornado un poco delicado los últimos días y no quiere que haya complicaciones innecesarias. Por esa razón es que tiene que conformarse con observar el partido por televisión y, con cada frase del comentarista, vibrar sola en la oscuridad de su habitación.

 

 

"Hemos rebasado ya los cinco minutos de ésta la segunda mitad de los tiempos extras y el marcador continua empatado a dos tantos. Cada vez se ve más cercana esa serie de tiros penales que decidirá al ganador del encuentro. Los jugadores se ven cansados. Han hecho un gran esfuerzo para mantener el mismo ritmo con el que empezaron, pero ya no les es posible. Los calambres han comenzado a aparecer en las piernas de algunos de ellos y parece que quisieran el reloj marcara los quince.

El número diez del equipo visitante hace un intento más por definir el campeonato. Conduce el balón por el centro de la cancha sin encontrar alguien que se le oponga. La defensa local se queda tendida ante la increíble velocidad que aún muestra el medio campista, quien saca un servicio al corazón del área chica donde su compañero espera para el remate. El esférico surca el aire y Martínez, el último de la saga que queda en pie, no puede detenerlo. Chávez, el goleador del equipo contrario, conecta la bola de primera intención y saca un tiro que exige al portero Díaz esforzarse al máximo, pero sus piernas no les responden. Se ha tropezado y ahora nadie se interpone entre la meta y el balón.

La pelota va haciendo un efecto que la perfila hacia la esquina superior derecha de la portería. Todos los espectadores, en su gran mayoría apoyando al equipo local, cruzan los dedos y le rezan a su santo predilecto para que un milagro suceda y se salven del inminente peligro. El balón se acerca al arco. Inclina un poco más el ángulo y...¡se estrella con el poste¡ ¡Las plegarias de la afición han dado resultado y la pelota pega en le poste¡ ¡Sen han salvado los locales¡

Martínez ha tomado el rebote y rápidamente pasa la bola a Ramírez, quien comienza el contraataque. Éste se mueve por el centro y, mostrando la gran habilidad que le caracteriza, de dos fintas se quita de encima a los contrincantes. Levanta la mirada y ve a Ortigoza, solo en uno de los costados. Le manda un centro y el lateral corre por toda la banda derecha sin toparse con algún enemigo. Llega a la línea de meta y saca un servicio retrazado.

Morales intenta rematar de cabeza, pero el arquero rechaza la esfera con los puños y ésta sale volando hacia las afueras del área. Para la poca fortuna de los visitantes, ha caído a los pies de Hugo Ponce, campeón goleador del torneo, quien se prepara a tirar con esa potencia que lo llevó a romper el récord de anotaciones que permanecía desde la década de los sesentas. La defensa trata de cerrarle el paso, pero no alcanzan a llegar a tiempo. Hugo dispara una metralla que con gran velocidad se acerca al arco contrario. El portero corre y se lanza para evitar que el balón entre y...

¡Gooooooooooooooooooooooooooooooooooooooooool¡

¡Gol de Hugo Ponce¡ La anotación que le da el campeonato al equipo local y para de sus asientos a las más de cincuenta mil gargantas que corean la hazaña. ¡Gol de Hugo Ponce¡ Sus compañeros corren a abrazarlo y el cuerpo técnico deja la banca de un salto para unirse al festejo de éste ansiado y merecido título. Después de quince años de abstinencia, éste equipo y ésta gente vuelve a probar las mieles del éxito, vuelve a sentir la emoción de la victoria. El..."

 

 

La premiación ha terminado. Hemos dado la vuelta olímpica con la copa en mano y lo único que quiero es regresar a casa para celebrar con mi esposa, con mi Marina. Estoy aquí en el vestidor, junto con los demás muchachos, esperando que el presidente del equipo nos diga cuál es esa sorpresa que nos tiene preparada para compensar nuestro gran triunfo. La ha hecho de mucha emoción, pero, al parecer, finalmente nos lo dirá.

- Antes que otra cosa, quiero felicitarlos a todos por ésta enorme satisfacción que me han dado a mí, a todo el grupo y a la afición. Quiero decirles que me siento muy orgulloso de ustedes y por eso les he preparado una sorpresa. Hace quince años que no conocía lo que era ser campeón y eso se merece una celebración a lo grande. Síganme a la cancha. - Nos ha pedido el presidente del club, guardándose un poco más la sorpresa.

Todos nos levantamos de las bancas y así como estamos, algunos sólo en ropa interior, caminamos hacia el terreno de juego, hacia donde minutos atrás resultamos los campeones del torneo. Que cancha tan hermosa. A pesar de que ya no queda ni una sola persona en las tribunas, el estadio luce impresionante, impactante. Casi no puedo creer que todas esas gradas estuvieran llenas para vernos jugar. Me cuesta trabajo asimilar lo que ha sucedido. ¡Somos los campeones¡ ¡Por fin somos los campeones¡ Y eso, todo lo que sentí al momento de anotar el gol de la victoria, nunca se me va a olvidar.

- Ahora sí. Ya estamos en la cancha, el lugar perfecto para festejar su triunfo. Es hora de revelarles lo que les tengo preparado. Salgan chicas. - Ha gritado el señor Villaluz.

Por la puerta de prensa han comenzado a salir cerca de cincuenta hermosas mujeres, todas ellas vestidas de singular manera. Algunas llevan hábitos de monjas, otras uniformes de policías o enfermeras y unas más un simple traje de baño, pero todas por igual caminan de manera sensual y provocativa, meneando las caderas para nosotros.

No se de donde las ha sacado, pero no se podría decir cuál de todas es la más bella o la de mejor cuerpo. Rubias, morenas y pelirrojas. Senos grandes, enormes y gigantes. Piernas largas, firmes y torneadas. Cinturas estrechas, caderas curveadas de fácil perdición. Que espectáculo, verlas contonearse a través de la cancha, acercándose a nosotros con la intención de darnos placer, porque no pueden venir a otra cosa. Esas hembras no pueden ser más que diosas de la lujuria, nuestras diosas al menos por ésta noche. No soy el único emocionado, mis compañeros derraman baba sin quitarles la vista de encima. A algunos de ellos, los que llevan puestos unos simples calzoncillos, se les comienza a notar una leve erección.

- Ellas son la sorpresa. Están aquí para complacerlos y pueden hacer con ellas y de ellas lo que se les plazca. - Exclama nuestro ahora héroe, sin poder apartar, él tampoco, la vista de aquellos variados pares de senos.

- ¿Entendieron? Lo que se les plazca. - Nos confirma con voz entrecortada, pues una de las chicas ya se encuentra hurgando en sus pantalones.

A mí ya se me han acercado a una distancia bastante comprometedora dos de ellas: una enfermera y una colegiala. Sin pedirme permiso o avisarme de sus intenciones, la primera me besa en la boca con gran pasión y la segunda se apodera de mi oreja.

Ambas señoritas, si puedo llamarlas de esa forma, mueven la lengua con gran maestría. En unos cuantos segundos me han subido la temperatura y el pequeño Hugo ha comenzado a despertarse bajo mis bermudas. La enfermera, al ser la que se pega a mi cuerpo por delante, se ha dado cuenta de ello y ha llevado su mano hasta mi entrepierna. La soba con paciencia, sintiendo como poco a poco mi miembro va creciendo y luego la mano de la colegiala se une a la tarea.

Cuando anoté el gol del triunfo creí que no podía existir una emoción más grande, pero ahora se que me equivoqué. Tengo a dos bellas y curvilíneas mujeres acariciando mi paquete, frotándolo como si se tratara de su tesoro más preciado, eso es sin duda mejor que ser el causante de la victoria del torneo.

Ahora han comenzado a desnudarme. La de uniforme escolar me quita la playera mientras la otra, subiendo conforme mi piel queda al descubierto, besa mi estómago. Ahora ha llegado a una de mis tetillas y la atrapa entre sus dientes, haciéndome suspirar de gusto. La estruja suave pero firmemente y su compañera se deshace de mis pantalones cortos y mi bóxer, provocando que mi ya completamente endurecida verga rebote contra los enormes senos de la que me acaricia con sus filosos y experimentados colmillos.

Una vez que han liberado mi prominente instrumento, ambas se arrodillan y empiezan a pasar las puntas de sus lenguas por él, provocándome gemidos y sensaciones que desde hace tiempo no sentía. Es sumamente placentero tener los cálidos labios de una mujer rodeando tu pene, pero lo es más tener los labios de dos y yo, los tengo. La colegiala y la enfermera se pelean por meterse mi gruesa y babeante polla en sus bocas, pero creo que ya han decidido quien será la afortunada. Se han repartido mi parte delantera y la trasera respectivamente.

A esa que le ha tocado atender a mi palpitante miembro se lo traga entero, puedo sentir como la punta choca con su garganta y un escalofrío me recorre y se hace más intenso cuando, sin yo esperarlo, la otra se apodera de mi ano, esa parte que jamás imaginé alguien acariciaría y que, lejos de lo que podría esperar, tanto me ha gustado. Una por delante y la otra por detrás, las dos me proporcionan un placer indescriptible que me tiene al borde del orgasmo. Ya puedo sentir como todo ese semen por semanas acumulado se agita en busca de un conducto que le permita salir. Ellas también lo han notado, pues se han detenido en sus respectivas tareas y se ponen de pie para mirarme a los ojos y consultarme algo.

- ¿A cuál de las dos quieres follar primero, campeón? ¿A Marina o a mí? - Me pregunta la enfermera, dejándome paralizado al escuchar ese nombre, bajándome la calentura y la erección de un solo golpe.

No puedo creerlo, una de esas hermosas y desinhibidas chicas que tengo a mi lado se llama igual que mi esposa. Sí, estoy casado y como el peor de los desgraciados ni siquiera lo recordaba. Ella en casa sin poder levantarse por lo delicado de su embarazo y yo, sin al menos importarme el que esté por darme un hijo, a punto de fornicar con unas prostitutas. Soy un verdadero idiota, pero aún estoy a tiempo de remediarlo.

Recojo mi ropa del pasto y, ante la mirada incrédula y hasta furiosa de las damas que me acompañan, salgo corriendo de la cancha. Mis compañeros no se dan cuenta de lo que hago. No pueden gritarme que soy un marica porque están sumidos en sus propias fantasías. Vistiéndome conforme avanzo, camino hasta los vestidores, donde mirando su fotografía me reprocho el haber estado a punto de serle infiel a mí querida mujercita.

 

 

¡Que mala suerte¡ Hugo Ponce se ha ido de la fiesta. Sin duda es el más popular y atractivo del equipo. El video habría quedado mejor con él en escena, pero ni hablar. De cualquier manera estoy seguro que con éste reportaje consigo que me den la titularidad en el noticiero o en su defecto, una buena cantidad de dinero por la exclusiva. Gracias a Dios que soy amigo de una de esas asquerosamente voluptuosas chicas. De no haber sido por eso, todo esto se quedaría como un secreto más de las canchas. ¡Que espectáculo¡

Los titulares son los que llevan la mejor parte, son a ellos a quienes les han tocado de a dos o incluso tres muchachas. Ahí están los, sin contar al campeón goleador, diez que quedan, en el centro del terreno de juego, desnudos y con sus variadas, enhiestas, jugosas y bellas pollas al aire. Parece que las chicas que se encargan del cuerpo técnico y directivo lo hacen a la fuerza. ¿Y cómo no habrían de sentirse obligadas? ¿Quién querría estar con unos ancianos gordos y sin chiste teniendo a esa decena de impresionantes machos?

No se cual de todos es el mejor. Ahí está el portero Díaz, con esa cara de niño y su cuerpo musculoso, de pene mediano pero no por eso despreciable. Los defensas Martínez y Ramírez, morenos, delgados y peludos los dos, de no ser porque el primero aventaja al otro en virilidad cualquiera diría que son gemelos. Morales, con su cabello de colores que combina a la perfección con esos aretes en los pezones que muestran su rebeldía. Y Ortigoza, de piel blanca y anchas piernas, trasero redondo y firme esperando por unas manos que lo abarquen en su enormidad, misma que lo convierte en el mejor dotado del grupo, impresionante y apetitoso. Todos son hermosos y quisiera tenerlos aquí conmigo, comerles sus vergas y sentirlos dentro, pero mejor ni sueño. No cambiarían a esas lagartonas y a sus habilidades sexuales ni siquiera por otro campeonato.

Ahí están todos, tirados en el césped, entregados a los deseos carnales que hacen que parezca que el estadio está lleno. Casi puedo escuchar a la afición animando a sus jugadores para que anoten otra vez, pero ahora en esas depiladas y mojadas cuevas que algunos llenan con sus dedos o lengua. Y todos se revuelcan como animales, sin importarles otra cosa que no sea satisfacer su necesidad de sexo.

A Díaz lo envuelven con sus besos dos rubias de impresionante figura. Mientras él acaricia la cabeza de ambas con sus manos, las chicas se mueven en perfecta sincronía, una en dirección contraria a la otra, sobre el miembro del arquero. Lo humedecen entero con su saliva, proporcionándole un placer tan intenso que hace que sus pies se contraigan.

Martínez y Ramírez están en medio de una batalla campal con seis morenas, que a falta de más falos y testículos que chupar, han comenzado a lamerse sus entrepiernas, dándoles a los defensas un paisaje que casi cualquier hombre sueña con ver: dos sensuales hembras satisfaciéndose mutuamente.

Morales tiene encima a una pelirroja y a una mulata. La primera de ellas está sentada sobre el rostro del jugador, gimiendo por la forma en que éste hurga con su lengua dentro de su cálido orificio, por como aprieta su hinchado clítoris sacándole abundantes cantidades de femeninos jugos que con cierta dificultad bebe. La otra se mueve de arriba abajo sin descanso, con violencia y desesperación, con la polla del futbolista atravesándola.

Ortigoza es quien sin duda disfruta más, tiene a cuatro lujuriosas hembras para sí. El impresionante tamaño de su verga es lo que a ellas les enloquece y se turnan para recibirla en sus ansiosas conchas que, para no perder el punto, estimulan constantemente con sus propios dedos. Las penetra primero a una, luego a la otra y así hasta que las satisface a todas. Cambia de posición como cambia de chica y no da muestras de cansancio. Todos esos agotadores minutos de juego han desaparecido de su mente y cuerpo. Las folla como un loco, abriéndolas de piernas y enterrándoles su monstruosa herramienta hasta el fondo para beneplácito de ellas. Es un verdadero semental. El sudor corre por su espalda, pecho y frente, pero el sigue embistiéndolas a todas por turnos. Una tras otra, se corren con esa descomunal polla en su interior y él no tiene para cuando terminar. Ellas parecen cansadas y le piden ya no más. El lateral derecho se pone de pie, orgulloso por haber podido con cuatro mujeres acostumbradas a esos menesteres, sostiene de la base su masculinidad y les ordena, con esa voz que ha quebrado a más de uno de sus compañeros, que no paren de mamar hasta que le saquen la última gota de semen. Las jóvenes obedecen y con sus cuatro pares de labios y cuatro lenguas, se encargan de que el jugador se venga a los pocos minutos, manchando el rostro de todas con nueve potentes y espesos chorros de esperma.

Al igual que Ortigoza, sus compañeros y las amantes de estos también terminan en una ola de orgasmos y gemidos que bien podría compararse con esa ovación que recibieran a la hora de ganar el campeonato. El campo se ha transformado en una plantación de cuerpos desnudos, cansados por la intensidad del clímax. Ellos y ellas están tirados sobre el pasto y yo, en las gradas, ruego por tener una verga dentro que me baje ésta calentura.

- ¿Qué haces aquí? - Escuchó una voz que me saca del trance que ha sido observar ese homenaje a la lujuria y la depravación.

Se trata de Hugo Ponce, estrella del equipo y de mis sueños más húmedos. Ha subido a las tribunas para, al igual que yo y movido por el morbo, presenciar esa oda al sexo. Si bien decidió no ser parte de ello, ha pensado en al menos observarlo. Se sienta a mi lado y yo, por miedo a que me delate y mi exclusiva se vaya al diablo, guardo la cámara en mi mochila. Ya no podré grabar, pero creo que tengo lo suficiente para conseguir mis propósitos. Ahora sólo me queda mirar ese grandioso evento que, allá a nivel de cancha, ha vuelto a comenzar.

- No has contestado a mi pregunta. - Me dice.

- Bueno, es que...conozco a una de las chicas y ella me comentó que las habían contratado para festejar, en caso de que ustedes quedaran campeones. Sabiendo a lo que ella se dedica, no podía perderme ese festejo, al menos no como espectador. - Le respondí.

Ahí ha terminado nuestra conversación. Nos hemos quedado viendo, en un silencio que sólo nuestras agitadas respiraciones interrumpen, esa caliente escena. No puedo creer que lo tenga tan cerca, brazo con brazo, al objeto de mis deseos. He perdido interés en lo que sucede en el campo. No puedo quitarle la vista de encima a ese goleador que quisiera me anotara un gol, uno por la boca y luego otro por el culo. Ese par de peludas y morenas piernas, esos brazos fuertes y esa espalda ancha. Su bello y varonil rostro. Todo en él es perfecto, pero sobre todo, eso que por la delgada tela del uniforme de juego no puede ocultar su excitación. Ese bulto que segundo a segundo se hace más evidente e irresistible. Ese bulto al que de seguir aquí, junto a él, no podré resistirme más.

 

 

No creí que fuera a encontrarme a Leonel Benavides, el reportero de deportes más pesado de la ciudad, en las gradas, pero ni modo. No puedo cambiarme de lugar, no quiero parecer grosero porque, después de todo, él ha sido en parte el causante de mi gran fama. Tampoco puedo regresar a los vestidores, quiero ser, al menos de lejos, parte de la fiesta. Bastará con ignorarlo y eso no será nada difícil, que espectáculo el que están dando mis compañeros.

Si tan sólo no estuviera casado y no amara tanto a mi esposa, estaría allá abajo, en el lugar de alguno de ellos. Probaría el sabor de esos mojados sexos que se cargan esas bellas hembras. Podría tener a dos o tres para mí. Podría estar con dos pelirrojas como Martínez, turnándome sus entrepiernas. Con una morena y una rubia como Díaz, penetrándolas de a minuto. O con cuatro impresionantes mulatas de enormes senos, mamándome la verga justo como a Ortigoza.

Casi puedo sentir como los labios de una de ellas se han apoderado de mi endurecido miembro, envolviéndolo con su calidez y haciendo que de la punta brote el primer chorro de lubricante que se bebe como si fuera un delicioso vino. Casi puedo sentir mi ancha y larga polla alojarse en su boca, provocándome gemidos de gozo iguales a los de los otros chicos. Sí, casi puedo sentirlo. Casi...

- ¿Qué diablos haces? - Le grito a Leonel, al darme cuenta de que es él quien le ha dado vida a mis pensamientos.

- Sólo lo que estás deseando. - Me contesta con dificultad, ya que tiene mi inflamado pene enterrado hasta el alma.

Y aunque se que es un hombre quien me acaricia con su lengua, no puedo negar que se siente bien, que me excita tanto o tal vez más que si se tratara de alguna de esas mujeres en la cancha. Y así, al menos según el retorcido razonar de mi mente, no le soy infiel a mi Marina. No se le puede ser infiel si no es otra hembra la que me satisface, me convenzo para calmar a mi consciencia y a mis ganas. Lo dejo hacer, lo dejo cumplir el que parece ser su más preciado sueño. Lo dejo mamarme la verga.

Y lo hace con virtuosismo. No recuerdo alguien que lo haya hecho tan bien como él. Me la come entera sin siquiera inmutarse. Y baja y sube como un poseso, como si quisiera arrancármela para quedarse con ella para siempre y, en sus tiempos libres, usarla como chupirul. Que bien la mama éste cabrón. ¿Quién diría que detrás de ese rudo reportero de deportes, se encontraba un puto con las mejores tragaderas de la ciudad?

Como si la situación no fuera ya suficientemente excitante, ha comenzado a llover. Las gotas de agua caen sobre esos cuerpos desnudos y se mezclan con los fluidos humanos que ya los cubrían. El cabello de esas bellas mujeres se pega a su espalda y su piel mojada hace lucir más sus atributos.

Se forman charcos en el pasto y por encima de ellos, salpicando unos a otros, se retuercen mis compañeros y las damas, entrelazados unos con otros en una escena por demás erótica. Algunos de ellos se comen uno de esos apetitosos y, por la lluvia, limpios sexos, regocijándose con su fuerte aroma y su sabor salado. Otros se cogen a una, dos o hasta tres, sintiendo diferentes espasmos cubrir sus, por la variedad gustosos, penes. Y a otros, al igual que conmigo lo hace éste reportero, les maman la verga con especial emoción.

Todo resulta por demás gratificante, la boca de Leonel proporcionándome un placer desconocido, esa orgía en el campo de juego y la lluvia bañándolos a todos, como si quisiera limpiar las enormes manchas de pecado que como semen seco se adhiere a esos cuerpos. No podré resistir más, pero aún no quiero terminar. Tengo ganas de meter ésta mi potente herramienta, como si de un balón entrando en la portería se tratara, en algún agujero. No me importa que el más cercano sea el culo del periodista. Necesito un conducto de carne donde derramar toda esa pasión contenida.

Lo apartó de mí y lo obligo a ponerse en cuatro sobre una de las butacas. Le quito los pantalones y ante mis ojos queda un par de nalgas que de no ser las de un hombre, me comería de lo deliciosas que se ven. Las abro con ambas manos y colocó la punta de mi espada en esa rozada y estrecha entrada, listo para dar la primera estocada.

 

 

Esto debe ser un sueño. Estoy a punto de ser penetrado por Hugo Ponce, el protagonista de mis más calientes fantasías. Ya puedo sentir la punta de su enorme polla rozando mi ano, mojándolo con sus líquidos preseminales, volviéndome loco en la ansiedad de tenerla dentro de una vez por todas. Parece que ahí viene, se ha agarrado de mi cadera. Esto va a doler, pero no me importa. La quiero ya. La quiero...

¡Puta madre¡ Éste si es un hombre. Me duele todo y apenas me ha metido la mitad. No deja de empujar y ya falta poco. Sí, la tengo toda dentro, partiéndome en dos, llenándome el cuerpo con una exquisita mezcla de dolor y placer. Y me ha empezado a follar como si se le fuera la vida en ello.

Arremete contra mi mal acostumbrado culo utilizando todas sus fuerzas. Parece que quiere matarme y eso me gusta, me fascina. Sí, sigue así mi amor. Castígame por ser un reportero tan entrometido. Castígame por haber imaginado éste momento cada vez que te entrevistaba en los vestidores, con tu inquietante desnudez poniéndome nervioso y tu colgante y flácido miembro poniendo duro al mío. Sigue así, cariño. Más fuerte, más hondo.

Hazme sentir parte del equipo, hazme sentir parte de la celebración y tómame como tus compañeros lo hacen con esas perras que mojadas por la lluvia se deshacen en jadeos que los enloquecen más y más. No estamos en el terreno de juego, pero eso no significa que no podamos gozar igual que ellos.

Mientras Díaz penetra una y otra vez a esa rubia de rostro desdibujado por el placer. Mientras Martínez y Ramírez compiten para ver quien hace llegar más rápido al clímax a una de ellas. Mientras Ortigoza se corre de manera abundante sobre los generosos senos de esa mulata y su semen se pierde con el agua, yo muevo mi trasero y mi esfínter, complacido de tenerte como huésped. Por tu parte, sígueme cogiendo como si me odiaras, dame más de esa deliciosa y palpitante verga, hasta dentro, hasta el fondo y si se puede llegar más lejos, que estoy a punto de explotar, sin siquiera haberme tocado. Sí, ya siento que mis testículos se preparan para expulsar tibios chorros de semen en tu nombre. Ahí viene, está cada vez más cerca. Quiero que lo hagamos juntos, quiero que cuando yo me venga sobre la butaca tú me inundes los intestinos. Sí, así, que se te hinche más la cosa que la mía está que arde. Ya no resisto más. Todo el cuerpo me tiembla y la mente se me pone en blanco. Estoy a punto de llegar. Escucho el estruendo de un relámpago y un avasallador orgasmo se apodera de mí.

 

 

No puede ser, ese horrible e intenso ruido no fue mi imaginación, no fue mi pene descargando su semen en el culo de Leonel. Fue un trueno de verdad, que se ha impactado contra el césped matando a todos los que sobre éste saciaban su sed de sexo. Los cuerpos inmóviles y sin vida de mis compañeros y sus putas yacen sobre la cancha. Todos en posiciones sugerentes y algunos todavía unidos por sus sexos. De no ser por lo trágico de la situación, hasta podría decirse que forman un bello y erótico cuadro.

No puede ser, todos están muertos. Mi cerebro no alcanza a procesar la idea. Leonel está a mi lado, igual o más impresionado que yo. Creo que hasta a comenzado a llorar y me ha contagiado de las ganas de hacer lo mismo, de las ganas de con lágrimas agradecerle a Dios y a Marina el que me hayan salvado de tan fatal destino. De no haber sido por que estoy casado, ahora estaría ahí, en el campo y sin vida como todos ellos. No puedo creerlo. ¡Que desgracia¡

 

 

"Me encuentro en el estadio nacional, llevándoles en vivo la que quizá sea la peor tragedia deportiva en la historia del país. El equipo campeón del torneo, ese que hace unas cuantas horas nos deleitó con bellas jugadas y goles de antología, ahora se ha perdido en lo que parece ser una mezcla de lujuria y mala suerte. Los campeones no podrán refrendar su título la próxima temporada, pues hoy, sábado nueve de julio del año dos mil cinco, han dejado de existir.

Al parecer, el presidente del equipo, en su afán de compensarlos por el logro obtenido, contrató a un grupo de mujeres de la vida fácil. Los futbolistas, sin importarles nada más que sus instintos, se enredaron en el que fue el último de sus partidos. Junto con esas chicas de dudosa reputación, escenificaron una obra que nos hace recordar aquel pasaje de Sodoma y Gomorra, una obra que terminó por una desafortunada casualidad, de esas que después uno se pregunta por qué suceden. Un rayo se impactó contra el terreno de juego y los mató casi a todos de manera instantánea.

Y digo que casi a todos porque uno de ellos se ha salvado. Sí, el goleador del torneo y estrella del equipo, Hugo Ponce, no sufrió el mismo destino que sus demás compañeros porque decidió, pensando en su mujer que embarazada lo espera en casa, no participar en la fiesta de desenfreno que su presidente había organizado con la intención de festejar el recién obtenido campeonato. Éste hombre, que tengo aquí a mi lado, sigue vivo gracias a ese enorme amor que siente por su esposa. Gracias a ese amor que ni siquiera un grupo de bellas y abiertas mujeres pudo vencer. Gracias a ese amor que..."

 

 

Gracias Dios mío. Gracias por no haber permitido que mi Hugo muriera en ese fatal accidente, pero sobre todo, por habérmelo puesto en el camino. Ahora más que nunca estoy convencida de que es el hombre perfecto y se, que pase lo que pase, nunca me va a fallar. Éste suceso ha hecho crecer la seguridad y la confianza que en él tengo, me ha demostrado que nuestro amor es más fuerte que todo, más fuerte que el deseo y la provocación. Gracias Dios mío por haber unido nuestras vidas, pues se que con ningún otro podría ser tan feliz como ahora lo soy. Sólo espero que llegue pronto a casa, para, a pesar de lo que haya dicho el médico, recompensarlo por su fidelidad. Recompensarlo porque, aún teniendo la carne a sus manos, prefirió abstenerse. Recompensarlo por aguantarse las ganas que de seguro tiene por las semanas que yo no he podido responderle. Recompensarlo por amarme tanto. Por no haberme traicionado.

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Tantra

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Querido diario

Mírame

A falta de pene...

Río de Janeiro

Dos hermanas para mí

Sucia pordiosera

Un Padre nuestro y dos ave María

Ningún puente cruza el río Bravo

Metro

Tengo un corazón

Un beso en la mejilla

Masturbándome frente a mi profesora

Regresando de mis vacaciones

TV Show

Buen viaje

Noche de bodas

Máscaras y ocultos sentimientos

Caldo de mariscos

Infidelidad virtual

Suficiente

Interiores y reclamos

Una más y nos vamos

Caballo de carreras.

Puntual...

La ofrecida

El fantasma del recuerdo

Tiempo de olvidar

París

Impotencia

Linda colegiala

La corona

Tratando de hacer sentir mejor a mi madre.

En la parada de autobuses

Crónica de una venta necesaria.

Serenata

Quince años

Gerente general

Lavando la ropa sucia

Cuéntame un cuento

¿A dónde vamos?

Háblame

Licenciado en seducción

Galletas de chocolate

Entre espuma, burbujas y vapor

Sueños hechos realidad

Madre...sólo hay una

Más ligera que una pluma

Una botella de vino, el desquite y adiós

Cien rosas en la nieve

Wendy, un ramo de rosas para ti...

Gloria

Juntos... para siempre

El apartamento

Mentiras piadosas

Pecado

Vivir una vez más

Julia, ¿quieres casarte conmigo?

Para cambiar al mundo...

Dos más para el olvido

Ya no me saben tus besos

Embotellamiento

Húmedos sueños

Por mis tripas

Ximena y el amante perfecto

Inexplicablemente

Quiero decirte algo mamá

Entrevistándome

Recuerdos de una perra vida (4)

Recuerdos de una perra vida (3)

Recuerdos de una perra vida (2)

Recuerdos de una perra vida (1)

Una vela en el pastel

Zonas erógenas

Frente al altar

Ojos rosas

Abuelo no te cases

Mala suerte

Kilómetro 495

Mi primer orgasmo

El plomero, mi esposo y yo

En medio del desierto

El otro lado de mi corazón

Medias de fútbol

Examen oral

El entrenamiento de Anakin

Un extraño en el parque

Tres cuentos de hadas

No podía esperar

La fiesta de graduación

Ni las sobras quedan

La bella chica sin voz

Feliz aniversario

Dejando de fumar (la otra versión)

Una noche en la oficina, con mi compañera

La última esperanza

Pedro, mi amigo de la infancia

Sustituyendo el follar

Dejando de fumar

Buscándolo

La abuela

Tan lejos y tan cerca

Entre sueños con mi perra

Tu partida me dolió

Ni una palabra

Mis hermanos estuvieron entre mis piernas.

Compañera de colegio

La venganza

Tras un seudónimo

Valor

La vecina, mis padres, y yo

La última lágrima

Sueños imposibles

Espiando a mis padres

La amante de mi esposo

Al ras del sofá

La última cogida de una puta

Confesiones de un adolescente

Esplendores y penumbras colapsadas

Volver

Celular

El caliente chico del cyber

Friends

La última vez

Laura y Francisco

El cliente y el mesero (3-Fin)

El cliente y el mesero (2)

El cliente y el mesero (1)

El ángel de 16 (6 - Fin)

El ángel de 16 (5)

El ángel de 16 (4)

Asesino frustrado

El ángel de 16 (3)

El ángel de 16 (2)

Por mi culpa

El ángel de 16

Triste despedida que no quiero repetir

Un día en mi vida

Utopía

El pequeño Julio (la primera vez)

El amor llegó por correo

El mejor año

Mi primer amor... una mujer

My female side